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Capítulo 36

Narrado por Nick

El calor de su cuerpo aunándose con el mío es de lo más reconfortante. Huelo su cabello, y el dulce aroma a vainilla se inyecta en mis pulmones. Le abrigo más entre mis brazos, y siento los latidos amainados de su corazón.

-Nunca pensé en la posibilidad de que esto pasara -me dice soltando un suspiro, mientras deja caer con suavidad los hombros.

La hago mirarme, y no puede estar más linda. Su cabello rubio cae como una cascada por sus hombros, y sus ojos brillan. Le beso en la frente, y siento por última vez el dulce aroma de su melena dorada.

-¿A qué te refieres, Ann? -le pregunto y sonrío, logrando que ella también lo haga, mientras mi mano se desliza con sutileza por su mejilla.

-Pensaba que eras lo suficientemente egoísta como para pensar en mis gustos -Su respuesta hace que una daga surque mi pecho, destruyendo mi interior a su paso.

-Sé que he sido un poco egoísta -digo en voz baja, mientras bajo la mirada. No sé en qué momento se ha disipado el tono brioso de mi voz, pero en este instante solo emanan susurros de mis labios-, pero, aun así, siempre he prestado atención a tus gustos. Sé que amas leer y, además, que Orgullo y Prejuicio es tu obra preferida.

-Lo es -Asiente, mientras sus ojos analizan los míos con atención-. No sabes lo que significa para mí que te hayas tatuado mi frase preferida -. Desliza sus dedos por mi pecho, y frota suavemente la zona tatuada.

Le tomo de la barbilla y presiono mis labios contra los suyos. Su boca se abre levemente, accediendo a que mi lengua se cuele en su interior. Y entonces mis brazos sedientos de su cuerpo, exploran su espalda cubierta por una chaqueta de vinilo.

-Debo de ir al trabajo -dice separándose de mí, y noto el rubor en sus mejillas. Se acomoda el cabello con las manos y toma su bolso-. Termina de vestirte y encuéntrame en el salón.

Asiento y tomo el resto de mi ropa para ponérmela, mientras la veo salir de la habitación. Cuando me termino de vestir, me dirijo hacia el salón y me la encuentro sentada en el sofá, con una taza de café en la mano. Cuando me ve sonríe un poco y se levanta.

-¿A qué hora quedamos? -le pregunto escondiendo mis manos en los bolsillos frontales de mis vaqueros.

-A las siete -responde ella alisándose el vestido, el cual se ajusta de manera perfecta a su cuerpo-. Ayer me ausenté en el trabajo, y no puedo permitirme atrasarme con el papeleo.

-Vale -sonrío y me acerco para la besarla por última vez.

Cuando salimos nubes plomizas cubren el cielo, y hace un poco de frío. Suspiro al pensar en la suerte que tuve de haberme traído conmigo la cazadora ayer. Espero a que mi chica se despida de mí nuevamente, y se suba a su auto, para tomar el mío y largarme directo a casa de Evans, el ser humano más horrible del planeta.

En el camino prefiero no encender la radio. Solo me permito cavilar acerca de lo feliz que se encuentra Anna. Pensé mucho en ella mientras Harry me tatuaba la frase. Sé que es su frase favorita de la obra, y por ello la he plasmado en mi piel, porque es parte de ella, y ahora parte de mí.

Cuando llego a la gigante pero no asombrosa casa de mi padre, aparco fuera. No me tomo las molestias de pedir que abran las puertas del garaje, en donde se encuentran aparcados más de quince autos. Salgo del auto y miro durante un instante la estructura moderna, rodeada por castaños, antes de adentrarme en su interior. Mi padre está sentado en una mesa, analizando un vaso medio lleno de whisky que tiene entre las manos. Su cabello está repleto de canas, y las arrugas en su rostro delatan la edad que se carga en la espalda.

-Te he llamado más de veinte veces en los dos últimos puñeteros días -gruñe y pongo los ojos en blanco. Al parecer todavía no se ha dado por enterado, de que sus palabras no tienen poder sobre mí.

-He estado liado -respondo encogiéndome de hombros, y luego tomo un vaso para servirme un poco del whisky.

-¿Esa chica de nuevo? -me pregunta Evans con vestigios de aversión en su irritante voz. Lo miro directo a los ojos, antes de darle un profundo trago a la bebida ardiente.

-Esa chica es la mujer de mi vida -le pego el puño a la mesa, y un poco de whisky se escapa de su vaso, derramándose sobre la madera-. Desembucha ahora, que no tengo mucho tiempo.

-Hay unos tíos que me deben dinero, y no quieren soltar la pasta -dice rodeando la boca del vaso con un dedo. Ya sé que rumbo está tomando esta fastidiosa conversación-. Quiero que les patees el culo y me traigas lo que me deben.

Me levanto de un tirón y pateo la silla. La ira hace que me hierva la sangre en las venas, y no evito pegarle un puñetazo a la pared, sabiendo que después tendré la mano hinchada y dolida de cojones.

-¡¿Quién demonios te crees que soy?! -grito y él me mira exacerbado.

Se levanta y se planta delante de mí. Este capullo no sabe de lo que soy capaz de hacer, cuando estoy colérico. Me importa mil pepinos que sea mi padre. No deseo ser parte de su patética vida, ni de su asqueroso negocio de venta de crack.

-Tuve que pagar millones para que tú y esa puta pudieran salir vivos de ese si... -Cuando escucho el apelativo por el que denomina a mi chica, no tengo más remedio, y dirijo mi puño directo a su barbilla, sin darle chance a terminar de regar su mierda.

-Me importa una mierda lo que hayas pagado. Lo hiciste porque sabías que, si no nos sacabas del hoyo en el que tú me metiste, te sentirías culpable después de mi muerte.

Se apoya contra la pared y se pasa la mano por la boca, embarrándosela de sangre. No me conoce, nunca lo ha hecho, y me rehúso a meterme en su mundo, solo porque nos haya salvado el pellejo aquella vez. Se recompone un poco de mi puñetazo y vuelve a sentarse en la silla donde se encontraba antes de terminar golpeado.

-Tu madre llega pasado mañana, y mientras esté aquí no quiero vea nada fuera de lugar -dice con los ojos llorosos, pero no me suavizo ante la poca fibra de su voz, y la sangre que brota por sus comisuras.

-Aún no sé cómo demonios mamá sigue casada contigo -Recojo la silla del suelo y vuelvo a sentarme. Le doy un trago al whisky y lo miro fijo a los ojos. Solo está actuando, es solo eso-. No me quiero meter en tu mierda, Evans. Ya me bastó con aquello...

Las palabras se atascan en mi garganta, solo de pensar en los tíos que violaron a Anna. No fue uno, no fueron dos, fueron cuatro malditos psicópatas que entraron y salieron de ella sin piedad de sus lamentos. Se pasó más de dos meses sin querer saber de mí, y eso es más que suficiente, para no querer volver a ese mundo repleto de conflictos.

»No pretendo volver a esa vida. Espero que entiendas. -le digo lo más prudente que puedo-. Ya tienes demasiada edad para esto, es hora de que te retires del negocio, y dejes de consumir esa mierda de narcóticos.

-No puedo dejar el negocio. He llegado muy lejos y no puedo abandonarlo en la mejor racha. Solo será esta vez, Nicholas, no te pido que te quedes a mi lado, aunque sabes que siempre he deseado que después de que yo muera, tu manejes el negocio -dice, y en un intento de no darle un segundo puñetazo que le prive de sus dientes, aprieto el vaso en mi mano.

-No sé cómo demonios un padre puede desear esto para su hijo -digo molesto, ya sin sitio para la decepción. Evans siempre ha ambicionado que me encamine en el negocio de las drogas, pero nunca le he dado ese gusto. Y solo quería que tuviera esa empresa para lavar su maldito y sucio dinero-. Lo haré por mi madre, porque no merece saber a estas alturas, de donde ha salido la fortuna de los Jefferson. Tiene problemas del corazón, Evans. Y si mamá muriese por tu culpa, te arrancaría la cabeza.

Su mirada no parece declinar ni un poco. No le importa una mierda su familia. Ni su esposa, y mucho menos su hijo. Solo piensa en el maldito crack, y en todo el dinero que viene con ello.

-Max será tu compañero. Si las cosas se ponen canutas, os marcháis de ahí lo más rápido que podáis. Esos mexicanos me la tienen pelada, y no pararán hasta quedarse con todo el negocio para ellos -dice y se levanta-. Ven conmigo, hijo. Necesitarás de un arma si quieres salir vivo de aquel maldito barrio.

Meto la Beretta 92 que me dio el capullo de Evans, en el bolsillo interior de mi cazadora, y acompaño a Max al aparcamiento, de dónde saca una furgoneta negra que por lo que sé, es la que más suele usar Evans para los encargos. El chico no aparenta más de veinte años, y siento una gran repulsión hacia el idiota de mi padre, por meter en su negocio a chicos que son prácticamente críos.

-Ey, tío -me dice el chico mientras hace una señal desde dentro del vehículo.

Me acerco y entro en la furgoneta. Los nervios se deleitan devorándome por dentro, mientras que pienso en Anna. Quizás hoy será la última vez que la habré visto, pero podría morir en paz, porque estaba feliz, y relucía. Ha visto el tatuaje que me hice por ella, y solo por ella.

-¿Eres el hijo del padrino? -me pregunta Max, mirándome por un instante.

-Tu padrino es un completo idiota -digo poniendo los ojos en blanco-. ¿Qué edad tienes?

-Cumplo veinte años en octubre -responde y en el instante en que escucho al tío, siento ganas de darle un segundo puñetazo en la cara a Evans. El renacuajo solo tiene diecinueve años-. ¿Tú que edad tienes?

-Estoy picando los veintiocho -le digo intentando sonreír, pero estoy molesto.

-Ya eres un tío bastante mayor. ¿Te has unido al negocio?

-No. Solo le estoy haciendo un último favor a tu padrino, para ver si se esfuma de mi vida de una puta vez.

-Claro. Ya veo que os lleváis como el perro y el gato.

-Exacto.

Doy por terminada la conversación, y recuesto la cabeza en el respaldo del mullido asiento. Cierro los ojos y visualizo un campo, y a lo lejos veo a Anna vestida de blanco. Su cabellera rubia está repleta de margaritas. Cuando me ve, su mirada se colma de horror y sus gritos me llenan los oídos. Me miro las manos y las tengo empapadas en sangre. Sostengo en una de ellas la pistola que me accedió Evans, y a unos centímetros de mí, una chica igual a ella está tirada, muerta. Está pálida y su estómago está lleno de sangre.

Abro los ojos y Max me mira con sobresalto. Por un instante parece preocupado.

-¿Qué diablos te ha pasado? -me pregunta pávido-. Te la has pasado susurrando cosas sin sentido y temblando en el asiento como una maldita maraca.

-No ha pasado nada -miento y me paso ambas manos por la cara. La imagen del cadáver de Anna frente a mí vuelve a mi mente, y siento que estoy a punto de morir, o, mejor dicho, de vomitar.

Cuando el auto se detiene, miro a través de la ventanilla. El cielo todavía está atiborrado de nubes plomizas, y solo hay edificios desteñidos y bolsas de basura en la calle. Cuando bajo la ventanilla, percibo el olor a crack, y sé que estamos en la ubicación donde los mexicanos tienen la pasta de mi padre.

-A estos capullos hay que tratarlos con cuidado -me avisa Max sacando un subfusil UMP9 del asiento trasero-. Si no estamos preparados, nos Balearán las tripas. Hay una pequeña vereda que lleva a la parte trasera del edificio, en donde Oscar Martínez se encuentra.

Nos bajamos de la furgoneta en silencio y nos trasladamos por donde dijo Max. Hay una gran cantidad de arbustos y la tierra está un poco cenagosa. Cuando nos colocamos en la parte trasera de un edificio con paredes despintadas, con vestigios de pintura azul, Max le pega una patada a la puerta y esta se abre. Una multitud de tíos drogados están tirados por el pasillo hasta una escalera que lleva a la segunda planta.

-Tú quédate aquí, yo iré a la segunda planta -me pide Max y yo asiento, mientras les apunto a todos aquellos tíos con el arma, a pesar de que están colocados.

Siento unos disparos y la imagen repentina de Anna muerta sobre el césped marchito, vuelve a mi memoria. Me la intentó quitar de la cabeza, y subo las escaleras corriendo, esperando que Max se encuentre bien. Cuando llego a la segunda planta, corro por el pasillo sin aire en los pulmones y el suelo de madera antiguo cruje tras mis desesperados pasos. Cuando empujo una puerta Max se encuentra empotrado contra una pared, con una mano colocada sobre el estómago. No tardo en ver la sangre escurriéndose por entre las ranuras de sus dedos. Mi cuerpo se congela durante un instante, y miro a todas partes. Varios cadáveres se encuentran desfallecidos en el suelo, empapados en sangre, llenos de balazos.

-¡Max! -exclamo aterrizando a su lado-¿Qué coño ha pasado?

-Todos han muerto, p-pero... -Escupe un poco de sangre, y yo no tardo quitarme la cazadora y ripiar mi camisa, para envolverla en su estómago, y trancar su circulación para evitar que pierda más sangre.

Lo levanto del suelo, y tomo la maleta con el dinero. Apoyado de mi hombro lo llevo hasta la planta baja, y salimos por la parte delantera. Cuando estoy llegando a la furgoneta una patada me lanza al suelo, y cuando me intento levantar, otra me impacta la cara, logrando que la sangre comience a correr por mi nariz.

-Oye vato, ese dinero me pertenece -dice un hombre trigueño de cabeza rapada, el cual tiene los brazos repletos de tatuajes grotescos.

-¿Quién demonios eres? -pregunto intentando recomponerme, mientras miro a Max tirado en el suelo. No reacciona.

-Yo soy Oscar Martínez -responde y me apunta con la Beretta que llevaba en la mano hace tan solo segundos-. No te mataré, porque quiero que a tu jefe le llegue el recado. Dile a Evans que con los Martínez no se juega.

Cuando jala del gatillo y siento que la bala atraviesa mi estómago, un terrible dolor se apodera de mi cuerpo. Caigo de golpe en el suelo, y veo que todo me da vueltas. Mi respiración se torna trabajosa, y todo se vuelve borroso. La oscuridad me envuelve, y siento que mis latidos se detienen.

-Solo quiero ver a Anna por última vez -me digo mentalmente, mientras siento que mi último aliento se pierde con el aire temporal.

«Nunca he sabido que se siente estar muerto. Y creo que ahora conozco un poco acerca de la muerte, y de abandonar lo que más amas, aunque tu alma no lo desee.»


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