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Capítulo 28

Narrado por Anna

Mauna se bate sobre la tabla de surf mientras surca una ola. Lo miro un instante y sonrío al pensar en lo bueno que es surfeando. Planto mi vista segundos después en la página que leía de una revista de moda y le doy un sorbo a mi piña colada. Estoy completamente relajada, alejada de todo aquello que puede afectar mi autoestima, y divirtiéndome. ¿Hace cuánto no lo hacía?

-Esa ha sido una ola increíble -dice Mauna corriendo hacia mí con su tabla debajo de su fornido brazo. Tiene todo el torso cubierto de tatuajes, lo que lo hace aún más sexy.

-Ya lo creo -le digo posando mi vista en la suya-. Hace mucho no venía a esta playa -argumento y de un trago termino mi bebida.

Mauna se sienta en la tumbona contigua a la mía. Toma sus lentes de sol y se los pone.

-¿Has pensado en quedarte un poco más? No me gustaría que te fueras mañana -dice y sé que me mira a través de sus gafas oscuras.

Dejo de lado la revista y apoyo los codos en la superficie de la tumbona.

-Debo de regresar a casa. Jolie me ha llamado en la mañana diciéndome que se irá a casa de la madre de Stefan unos días. Teme que mientras no está, alguien se meta en la casa.

-Ya -bufa Mauna, molestándome un poco, y luego se retira las gafas-. Hace años no nos vemos, Anna, deberías de tener un poco más de consideración y quedarte al menos dos días más.

Pongo los ojos en blanco y sé que se da por enterado, porque enarca una de sus cejas tupidas.

-En serio no puedo, Mauna. No es que no quiera pasar tiempo contigo, es solo que mi hermana me necesita en Washington, y debo de estar para ella -le explico y el parece entenderme porque las arrugas de su frente desaparecen. Uf, es un alivio total.

Se levanta y me toma del brazo. Lo miro con incredulidad y le pregunto un poco airada:

-¿Qué haces?

El me regala una sonrisa arrogante y dice:

-En todo el tiempo que llevamos en la playa, no has entrado al agua. Esa piel bronceada tiene que empaparse un poco.

Me sonrojo un poco y al parecer Mauna lo nota, porque me da una sonrisa picarona que hace que las mejillas me ardan aún más.

Al siguiente día Mauna insiste en acompañarme hasta el aeropuerto, donde me obliga a comerme dos Toblerones. Amo el chocolate, pero esos dos Toblerones fueron demasiado, me conformo con unos simples bombones. Luego de estar en la sala de espera durante aproximadamente una hora y media, nos despedimos y él se queda esperando a que aborde el avión. La fila de personas delante de mí es un poco abrumante, pero luego de que abordo el avión siento una gran paz. Es difícil de creer por mi gran sonrisa, que llegué aquí con el cuerpo pesándome toneladas. En realidad, no tengo muy claro que fue lo que me hizo sentirme mejor, estaba destruida. Quizás me sirvieron de algo las sesiones con la psicóloga, o quizás fue el reencuentro con Mauna. Se siente algo muy raro al encontrarte con tu primer amor adolescente. Me dio su número y nos prometimos comunicarnos más seguido de ahora en adelante, no sé si sea buena idea, pero vale intentarlo.

Cuando aterrizamos en el Aeropuerto Internacional de Washington-Dulles no tardo demasiado en ir en busca de taxi. No lleve mucho equipaje a Hawái, solo unas mudas de ropa y el traje de baño que Mauna tanto me celebró. Mientras estoy en el taxi busco en mi teléfono la lista de reproducción que siempre tengo programada para cuando voy en algún vehículo y el viaje es largo, y cierro un rato los párpados, ensalzando la armoniosa voz de Taylor Swift mientras suena el tema «All you had to do was stay», de su álbum Red, un gran éxito.

* * *

Después de que se terminan las canciones y el Toblerone de repuesto que me obligo a tomar Mauna, el aburrimiento se apodera de mi cuerpo. Me recuesto contra la ventanilla y miro el paisaje, los edificios y autos que dejo atrás. Han sido casi dos horas en este maldito taxi y ya estoy por arrancarme el cabello.

-¿Sabe cuánto falta para llegar al Condado Lewis? -le pregunto al taxista, un hombre con poco cabello y una perilla horrible que no le va para nada con su cara redonda e hinchada.

-Unos treinta minutos -responde y luego de eso no dice más nada, sigue mirando hacia la carretera mientras escucha a The Beatles. Genial.

Tras el tiempo convenido por el chofer más aburrido de la tierra, llego a mi casa. Extrañaba el sitio en serio, aunque en los cuatro días que estuve en Hawái, no pensé en mi hogar. Necesitaba desconectarme de todo lo que me recordara a aquello que sucedió hace unos meses.

Luego de pagarle al hombre tomo mi maleta y me adentro en el césped podado de mi propiedad. Mientras subo las escaleras detecto una silueta parada a un lado del pórtico. Me detengo con el miedo cercenándome el pecho, y aunque intento enfocar bien la vista, el pórtico está poco iluminado.

-¿Quién anda ahí? -pregunto dejando la maleta en el suelo de madera.

-Tu hermana me ha contado que volverías hoy -dice una voz femenina en un tono casi imperceptible.

-¿Quién eres y que coño haces en mi casa? -replico intentando parecer amenazadora, pero no me sale, en el fondo estoy que me cago.

La silueta se acerca lentamente, los pasos casi imperceptibles se van agudizando en mis oídos, y el miedo comienza a devorarme por fuera. Unos mechones azules aparecen ante la luz que proviene de la farola que ilumina la acera, y no tardo en reconocer a la puta que se puede decir que se ha colado en mi casa.

-No tenemos nada sobre lo que hablar, Bridget -le digo y tomo mi maleta con fuerza, casi con ganas de estampársela en la cara, pero no lo haré.

-¡Vaya!, pensé que éramos amigas -dice con sarcasmo, lo que me irrita un poco.

Me dirijo hacia la puerta y saco la llave del bolsillo trasero de mis vaqueros. Hago como que no está detrás de mí y no la estoy escuchando, porque lo único de lo que tengo ganas es de estrangularla, pero no le daré el gusto ni a ella, ni a Nicholas.

-Hace poco me he encontrado con él, ¿sabes? -dice ella con tal de pincharme, pero hago como que no la escucho.
Termino de abrir la puerta y entro, justo cuando estoy a punto de cerrarla, me detiene interponiendo uno de sus botines negros entre el marco y la puerta.

-Y le he dicho que estoy em...

No la dejo terminar y justo en ese instante en que las venas de mis brazos se tensan y mi sensatez se nubla, la empujo y cierro la puerta de una buena vez. No me importa una mierda lo que esos dos hablaron en donde sea que se hayan reunido. No me importa nada que tenga que ver con ellos, quiero alejarme de eso que considero parte de mi pasado, y lo haré.

22 de agosto, 2016.

-¿Así que Fernanda solo quiere andar en los brazos de Stefan? -le pregunto a Jolie y ella ríe a través de la línea.

-No les quiero hablar en este momento, me molesta un poco -dice aguantando la risa-. Ahora mismo está sentado con ella delante de la televisión. ¿Y tú cómo vas?

Tomo mi plato con tostadas francesas y me siento a la mesa. Luego de comer un poco le respondo:

-No tan bien como quisiera, pero me sostengo. Estuve buscando en Internet algunas ofertas de trabajo disponibles, y hoy tengo una entrevista con una empresa que necesita una especialista en Recursos Humanos-le digo y después de darle un suculento mordisco a una tostada, añado-: No cobraré lo mismo que en Jefferson Enterprise, pero no me importa si estoy apartada de toda esa suciedad.

-Es importante que te apartes de ese capullo y lo relacionado con él -dice y tose un poco, lo que me preocupa -. Amaia la hermana se Stefan, llega mañana de Alemania y queremos darle una gran bienvenida, quiero que estés presente.

-Veré lo que puedo hacer. Nos vemos mañana -le digo y corto la llamada.

Cuando me termino el desayuno, prosigo a darme una ducha y cepillarme los dientes. Luego me enfundo un vestido recatado de color negro y unos tacones de aguja que nunca había estrenado. Me maquillo y me hago un moño en la nuca, y cuando quedo complacida con mi trabajo, tomo el bolso y abro el garaje en busca de mi auto, el cual Stefan amablemente ha limpiado antes de que llegara del viaje. A los quince minutos me encuentro en frente del edificio en el que tengo la entrevista de trabajo. Se puede decir que tiene unas doce plantas, y no está mal.

Cuando entro la recepcionista me atiende de lo mejor. Es agradable y no se demora en guiarme hacia la oficina de su jefe y si tengo suerte, también el mío. El edificio a pesar de no ser lo demasiado lujoso desde el exterior, por dentro está muy bien decorado.

-Ya hemos llegado -dice la chica dándome una sonrisa-. Por cierto, son Betty Quigley, pero me puedes decir Bet.

-Y yo Anna, ha sido un placer Bet -respondo y sonrío.

-Claro. El jefe se llama Warren McDermott, es un tío un tanto exigente, pero no es malo. Si sabes hacer bien tu trabajo no tendrás quejas de parte suya -me explica ella en voz baja. Es una tía bastante agradable, pero aun así extraño a Sharon y Louisa. Si tan solo estuvieran aquí conmigo, llevaría todo esto más amenamente.

Paso a la oficina y un olor intenso a flores invade mi olfato. Hay un gran florero con frondosos príncipes negros encima del escritorio donde está sentado el Sr. McDermott. Es un tipo moreno, de mediana estatura, ojos negros y barba incipiente. Lleva el típico esmoquin y corbata negros, y un reloj de esos que cuestan más de treinta y cinco mil pavos. Es lo único sorprendente de su apariencia.

Esboza una gran sonrisa en cuanto me ve entrar y por un momento me invade una atmósfera de seguridad que no creo tener realmente. Nuestra charla profesional no dura más de cinco minutos. Le da un repaso a mi currículo y transcurridos dos minutos decide cederme el puesto, seguimos hablando sobre los horarios y tareas que me conciernen.

Cuando salgo Betty aún me espera en el estrecho, pero largo pasillo. Me acompaña hasta mi oficina y cuando llegamos al sitio y abro la puerta, veo una habitación amplia con unas ventanas panorámicas que ofrecen una estupenda vista de la ajetreada ciudad. Mi escritorio es de madera y tiene varios estantes con adornos y un marco para que coloque la foto que más desee. El ordenador está en óptimas condiciones y los archivos de trabajo perfectamente organizados. De seguro la persona a la que he suplantado era bastante organizada con el trabajo.

-¿Quién trabajaba aquí antes de mí? -le inquiero a Bet mientras dejo mi bolso encima del escritorio.

-Creo que se llamaba Karina, era una excelente empleada, pidió la baja hace un mes -responde dándole un repaso al vistoso cuadro que cuelga en la pared-. No sé por qué motivo dejó el trabajo.

-Ya -mascullo mientras acomodo a mi manera los adornos en las repisas.

Al poco tiempo Betty me deja sola en la oficina y decido llamar a mis compañeras de mi antiguo trabajo. Pactamos en vernos en un club nocturno en el que tocan música clásica, o algo así. No es que me vaya mucho el género, pero por mis amigas hago todo. Me pongo al tanto de todo lo que se mueve por el sitio y luego, pasadas las cuatro, salgo de la empresa. Puedo decir que mi primer día de trabajo no ha sido un sueño, pero pensando bien las cosas, ahora me siento más importante, antes solo era la jodida secretaria de mi jefe, al cual amaba como una perra. Justo ahora le tengo lástima a la Anna de hace unos meses.

El club es una pasada. El servicio es estupendo y el ambiente aún mejor. Resulta que Sharon solo nos tomaba el pelo a Louisa y a mí. La música es una especie de country, y adoro el género. Un barman de lo más mono con cierto acento italiano nos atiende y pedimos una botella de champán para las tres. Al instante vuelve con tres copas alargadas y la botella de champán en una cubitera, el ambiente se ha animado.

-Qué lástima que estés de servicio -le dice Sharon al tío buenorro dándole una de esas miradas que desgarran la ropa.

Louisa y yo nos reímos del atrevimiento de Sharon. La tía está muy loca, y todavía no le ha dado el primer sorbo a su champán. El buenorro la mira con ojos como platos y se va abrumado. Es una espanta hombres.

-Te extrañábamos Anna. Una tarjeta postal mientras disfrutabas de Hawái hubiera bastado -lanza Sharon después de darse el segundo trago.

-Sí, tía. No sabíamos dónde encontrarte -prosigue Louisa con la vista posada en la manada de personas apiñadas en la pista de baile-. Creo que me voy a bailar, ¿vienes? -me invita y rápidamente niego con la cabeza.

-No tengo ganas en este instante -me excuso y como no sé qué demonios hacer, tomo mi copa de encima de la mesita de cristal.

-¡Vamos Anna, no seas mojigata! -insiste Louisa.

-¡Ey!, no soy mojigata ni nada que se asemeje -me defiendo y entonces me levanto. Los tacones me tienen los pies agarrotados, si tan solo pudiera quitármelos...

Me uno a Louisa y nos acercamos a la gente, un poco insegura le pido que nos alejemos del gran cúmulo de tíos que hay esparcidos por todo el lugar. Cuando encontramos un sitio donde no hay casi nadie, a no ser una o dos parejas concentradas en mirarse unos a otros, comenzamos a bailar al ritmo de Alan Jackson. Después de un rato siento que tengo todos los dedos de los pies fracturados, estoy hecha polvo.

-Voy a por más champán -le digo a Louisa después de un momento. No es justo dejar a Sharon sola, aunque de seguro estará mirándole el trasero a todo aquel que se le aparezca delante.

Me muevo entre la multitud como una serpiente entre las hojas. Intento mantener el menor contacto posible con todos los pirados que me lanzan miradas lascivas. Puaj, menudo asco. No estoy preparada psicológicamente para enrollarme con nadie, y menos con desconocido. Cuando llega a la zona cercana a la barra, donde está nuestra mesa, siento que el pulso se me paraliza. Ha sido una idea estúpida venir a este jodido club.

Sharon está conversando con Nicholas, el maldito. Todo me viene a la mente en un solo segundo. Aquellos tíos haciendo de mí un juguete sexual, la bota de aquel hijo de puta chocando contra mi estómago, haciéndome escupir sangre.

-¿Qué significa esto? -le pregunto a Sharon, quien me mira con ojos como platos. En cierto modo tampoco se esperaba semejante presencia, o eso creo.

-Te juro que no sabía que vendría -dice levantándose. Todo el champán que se ha tragado se ha ido a la mierda-. Anna, por favor.

Mi primer reflejo es empujar al canalla y tomar mi bolso del respaldo de mi silla, en donde el muy capullo se ha sentado. Camino entre las pocas personas hacia la salida, y no tardo tanto en divisar mi auto entre todos los que se aparcaron últimamente. La noche es terriblemente fría, todo esto parece salido de una película. Justo cuando estoy moviéndome entre los autos, una mano se ajusta a la circunferencia de mi brazo, impidiéndome seguir mi camino.

-Anna -Es su voz, su maldita voz.

«Uno, Dos, Tres, Cuatro...»

-Suéltame -gruño-. Se ha acabado, Nicholas. Olvídate de que existo, yo ya te he olvidado, has lo mismo -miento. Estoy paranoica, y además con ganas de arrancarle cada maldito cabello a Sharon. Seguro que lo sabía.

Niega con la cabeza. No puedo creer que haya olvidado sus ojos verdes y cabello rizado. Es jodidamente atractivo, pero su interior está rancio, él lo está.

-No puedo.

«Quince millones, Dieciséis millones...»

-¿Qué no puedes? ¿Olvidarme? ¿Ahora te importo? -lo interrogo mirándole fijamente a los ojos.

-Yo... -masculla mirando hacia el suelo pavimentado, y al instante lo detengo.

-Se acabó, ¿lo pillas? -Me suelto y entro en el coche.

Rápidamente doy reversa y salgo del aparcamiento atestado de autos. El auto está caliente gracias a la calefacción. Las manos me tiemblan, y me cuesta un poco prender la radio. Estoy sudando frío, siento la necesidad de llorar, pero también siento la necesidad de ser fuerte una vez en mi vida.

N/A:

En realidad he comenzado a odiar a Bridget. Pero bueeeeno....

#FakeFriends #StupidGirl #RedHorse

I see you in the next chapter ;)
🍀🌿


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