volver a empezar
Notaba la insistente mirada del conductor del taxi a través del espejo retrovisor y ella sabía muy bien el por qué. Todo había sido tan rápido. De repente supo que no debía subir a la limusina de su padre y siguió su impulso sin mirar atrás, sin pensar realmente qué era lo que estaba haciendo pero completamente segura de que era lo que deseaba hacer.
El taxi se detuvo a las puertas del aeropuerto y Astoria descendió como pudo, luchando con el encaje del vestido que se le había enganchado en el tirador de la puerta del vehículo.
—Muchas gracias —dijo y pagó al taxista que, tras echarle una leve ojeada, se alejó de allí.
Como era de esperar, Heathrow se encontraba repleto de personas que tiraban de maletas y carros, algunos viajantes abrazando a sus familiares y amigos, porque se marchaban o acababan de llegar; turistas con aspecto confundido tratando de encontrar la salida, y gente, gente por todos lados. Astoria caminó nerviosa y con ligereza entre los viajeros que se amontonaban en las galerías, trataba de alcanzar el enorme panel donde se vislumbraban las salidas y llegadas de los vuelos, mientras sujetaba con fuerza, en una de sus manos, el billete de avión. La mayoría de las personas con las que se cruzaba se detenían para observarla, otras murmuraban a su paso, pero ella estaba ajena a todo aquel alboroto, su único objetivo, la única persona que le interesaba de todos los que allí se encontraban, era aquel hombre de cabello rojo que le había hecho perder la cordura.
Tras detenerse un instante frente al panel de vuelos y verificar la puerta por donde debía embarcar, Astoria recogió la cola de su vestido y apresuró aún más su paso, apenas tenía un par de minutos para llegar a la dichosa puerta de embarque antes de que ésta se cerrara alejándola de Charlie.
A lo lejos, entre un barullo de cabezas, Astoria divisó una con el cabello muy rojo, ardiente como el fuego. Sobresalía de entre todas las demás porque, además de ser alto, Charlie alargaba su estilizado cuello buscándola entre aquellos que se aproximaban a él. Astoria aligeró el paso arremangándose aún más su vestido. La azafata, encargada de comprobar las tarjetas de embarque, apremiaba al hombre para que avanzase hacia la puerta de embarque, algunos viajeros comenzaban a protestar por la parsimonia de Charlie. El joven fingía no encontrar su billete y simulaba rebuscar en su bolsa y en sus bolsillos, la realidad era que únicamente trataba de ganar algo más de tiempo, tenía la extraña sensación de que en cualquier momento vería a Astoria aparecer entre alguna de esas personas tan insignificantes para él.
—Caballero, por última vez, debe entregarme la tarjeta de embarque o no podrá subir al vuelo. La puerta está a punto de cerrarse, no puedo darle más tiempo y aún deben entrar algunas personas más.
La azafata trataba de no exaltarse con el pelirrojo, pero este, sin proponérselo, estaba colmado su paciencia. Charlie no tuvo más remedio que rendirse a lo evidente, Astoria había tomado una decisión y esa decisión no lo incluía a él.
—Aquí lo tiene, disculpe —dijo con voz apagada mientras sacaba el billete de su bolsa.
Sin embargo, no llegó a dárselo, Charlie se giró de golpe al escuchar a alguien gritar su nombre. Podía reconocer esa voz en cualquier lugar del mundo. Giró con rudeza la cabeza y vio a Astoria, corría como si la persiguiesen, embutida en un incómodo vestido de novia y con la mano en alto, sujetando el otro billete que la conducía hacia él.
Charlie se apartó de la fila desconcertando a la joven azafata.
—Dame sólo un segundo —le dijo guiñándole un ojo. La mujer suspiró encolerizada pero el rostro entusiasmado de Charlie le ablandó el corazón y, con un leve asentimiento de la cabeza, dejó que otro pasajero, con muestras visibles de enfado, le entregase al fin su billete.
Cuando llegó hasta él, Astoria apenas podía hablar, le costaba incluso respirar por el gigantesco esfuerzo que había realizado para alcanzarlo.
—Sabía que vendrías.
—¿De veras? ¿Y por qué estabas tan seguro? —inquirió ella entrecortadamente.
—Porque ya no puedes vivir sin mí —fanfarroneó el pelirrojo.
Astoria clavó su clara mirada en la de Charlie, seguía respirando con violencia y le dolía el pecho y el costado.
—Maldita sea, tienes razón —aseveró—. No pude subir a la limusina, y quise hacerlo porque debía hacerlo, pero en el último momento supe que habría sido el mayor error de mi vida y me habría condenado a la infelicidad. Regresé a mi habitación, cogí el billete, algo de dinero y escribí una nota a mis padres. No sé qué me hiciste, en qué momento cambiaste algo en mi interior, pero no imaginas cuánto agradezco que hayas aparecido en mi vida, Charlie Weasley.
Charlie difuminó de su rostro la sonrisa socarrona que siempre lo acompañaba y se tornó serio y preocupado.
—¿Estás segura que quieres venir conmigo?
—Absolutamente —respondió ella sin dudar.
Charlie acercó una mano a la mejilla de Astoria y la acarició suavemente, ella sintió como se le erizaba la piel con aquel simple contacto.
—Eres demasiado hermosa y delicada. Astoria, el lugar a donde vamos no tiene lujos, ni comodidades, deseo fervientemente que me acompañes, pero necesito que sepas que nada allí será fácil para ti. ¿Aún quieres venir?
—Sí ¡Demonios, Charlie! Te seguiría al mismo infierno.
Una sonrisa abierta afloró en los labios del pelirrojo.
—Entonces no hagamos esperar a la azafata de la puerta de embarque porque creo que estamos consiguiendo que su yo asesino salga a la luz.
Astoria rio mientras volvía a sujetar la cola de su vestido de novia, Charlie se quedó mirándola frunciendo el entrecejo.
—Lo sé, me vine con lo puesto, no tuve tiempo de hacer la maleta.
—No importa, ya lo arreglaremos cuando lleguemos a El Cairo —convino Charlie mientras agarraba la mano de la joven.
—¿Se ha decidido al fin a embarcar? ¿Ha encontrado ya lo que buscaba, señor? —preguntó, impaciente e irónica, la azafata.
Charlie sonrió, rodeó a Astoria con fuerza por la cintura y estampó sus labios contra los de ella ante la atónita mirada de la mujer. Astoria se colgó del cuello del pelirrojo y respondió al beso con fervor mientras arrebataba el billete de la mano del pelirrojo y dejaba ambos boletos sobre el mostrador. La azafata los comprobó mientras se le oía resoplar, resignada.
—¡Oh, por el amor de Dios! Pasen de una vez.
Ni la caricia que en su cuerpo provocaba la espuma blanca y suave, ni el dulce olor a lilas que desprendía el agua tibia de su bañera, conseguían apaciguar un poco el desasosiego que invadía su corazón. Mientras ella sumergía su piel en un tranquilizador baño, él, en ese mismo instante, con dos simples palabras, estaría acabando con todas sus ilusiones y esperanzas. Por mucho que tratase de ignorar sus pensamientos no podía apartar de su mente la imagen de Draco besando a Astoria a los pies de un altar. Sentía el arrebatador impulso de salir de allí y correr hasta que no le quedasen fuerzas para impedir que aquella terrorífica imagen se hiciese realidad. Sin embargo, el arrebato se quedaba únicamente en eso, en una mera intención, porque inmediatamente después se opacaba con el recuerdo de la amenaza de Lucius.
Aunque sintiese como el alma se le desgarraba ante tanta injusticia, Hermione sabía que debía afrontar la realidad y pese a todo, tenía que sobreponerse a ello. Ya lo hizo una vez, Draco le había enseñado que se podía volver a empezar. Que no se trataba de olvidar el pasado, sino de anteponerse a él, a las adversidades que la vida pudiese depararle y caminar siempre hacia delante, sin mirar atrás. Aquel sentimiento inesperado por el joven Malfoy le había demostrado que la esperanza, las ilusiones y las ganas de volver a sentir nunca se marchan, no mueren, simplemente se quedan ahí, dormidas, cual princesa de cuento, aguardando el momento en que alguien las vuelva a despertar y, entonces, resurgen, quizás incluso, con más fuerza que la vez anterior.
Aun así, a pesar de que trataba con todas sus ganas ser positiva, Hermione estaba absolutamente destrozada. Le invadía una mezcla de rabia y tristeza, consciente que la vida volvía a ser cruel con ella; dándoselo todo para poder ser feliz y arrebatándoselo de golpe sin ningún tipo de contemplaciones.
Se sumergió completamente dentro de la bañera notando de inmediato la calidez del agua en su rostro —húmedo también por las lágrimas— y emergió de ella un tiempo después, cuando creyó que sus pulmones explotarían si no les proporcionaba algo de oxígeno.
—Tengo que marcharme de Londres —decidió una vez que recuperó el aliento.
Hermione tenía muy claro que jamás podría reponerse de su dolor si continuaba viviendo en la misma ciudad que Draco. Londres era grande, pero ella se movía dentro del mismo mundo que el joven Malfoy, no descartaba la posibilidad de coincidir con él en alguna sala de juicio, el día menos pensado y, entonces, tendría la certeza de que todo lo luchado por olvidarlo se iría al garete. Además, también estaba Pansy, ambos eran grandes amigos y no iban a dejar de frecuentarse por lo sucedido. Irse, alejarse de Londres como una vez lo hizo de Ottery era la mejor y única opción si aún quería volver a ser feliz algún día.
Oyó golpes en la puerta principal, Hermione los ignoró; no abriría a nadie, estar en soledad era, en aquel instante, una necesidad vital. Volvió a sumergirse una vez más, emergiendo de nuevo llenado sus pulmones de aire con una gran bocanada. Cerró los ojos para conseguir que el silencio, la soledad y el agua tibia tranquilizasen su corazón. Un nuevo golpe con fuerza comenzó a sacarla de sus casillas, más no se movió; no abriría, estaba más que decidido. Nadie, fuese quién fuese, podía mitigar su pena, seguro que solamente sería un estorbo. Sin embargo, la persona que se hallaba tras esa puerta no se daba fácilmente por vencida e insistió una vez más.
—¡Lárguese! —gritó con todas sus fuerzas— ¡No pienso abrirle!
—¡Hermione! —llamó la voz al otro lado— ¡Soy yo, ábreme!
De repente el agua parecía haberse convertido en hielo, ¿o eran su cuerpo y su mente completamente congelados? ¿Había escuchado bien? Era la voz de Draco, aquella voz que al principio la desquiciaba y ahora sonaba cual música celestial en sus oídos. No, no podía ser él, su obsesión y sus ganas de que todo cambiase eran tan fuertes que tal vez imaginaba cosas. A pesar de su escepticismo, Hermione salió del baño, empapando de inmediato las lozas del suelo, agarró una toalla y envolvió su cuerpo húmedo con ella. Comenzó a caminar lentamente por el pasillo, en el fondo, manteniendo la esperanza de que no hubiese imaginado la voz de Draco y que tras aquella puerta estuviese él; él completo, con su cabello albino y liso, su sonrisa despectiva, sus ojos grises que parecían fríos pero que únicamente ella sabía cuánto calor podían desprender. Él, con esas manos de dedos finos que conseguían hacerla estremecer al contacto con su piel y con aquel cuerpo delgado y elegante sobre el que ella deseaba posar las suyas.
Un nuevo golpe, Hermione se quedó paralizada a medio camino.
—¡Ábreme de una vez, Granger!
Una sonrisa, enorme como puede ser una catedral, se dibujó en el rostro de la joven. No había cabida para la duda, se trataba de Draco. Presta y desconcertada, recorrió los pasos que le quedaban para llegar hasta la puerta y abrió de golpe, mientras se mojaba el suelo a sus pies. Abrió la boca para expresar su sorpresa pero el joven no le dio la oportunidad y se abalanzó sobre ella sellándola con un apasionado beso.
—Pero… —Fue lo único que pudo decir antes que Draco volviese a acallarla.
Sintió los dedos del joven Malfoy enredarse en su cabello mojado, Hermione se aferró a la espalda de Draco; lo único que deseaba es que aquello no fuese un sueño o una alucinación producida por el efecto relajante de las sales de lilas de su baño.
—No apareció —susurró Draco en su oído mientras daba pequeños besos en el cuello de Hermione—. Astoria nunca llegó, la boda se ha anulado.
La joven lo separó de ella empujándolo hacia atrás mostrando la confusión en un gesto de su rostro. Draco le sonrió, entendiendo el desconcierto de Hermione, habló entonces con voz pausada, tratando de calmar la pasión que corría por sus venas al ver la sensual imagen de Hermione húmeda, confusa y medio desnuda ante él.
—Dejó una nota, diciendo que no deseaba casarse conmigo y que se marchaba a sabe Dios donde. Su familia ha dado por concluido mi compromiso con ella y a la mía no le ha quedado más remedio que aceptar esa decisión.
—Tu padre…
—Mi padre ya no es nada en nuestra vida. Tendrá que buscar esa fusión con Greengrass por otro medio que no sea yo. Somos libres, Hermione, para hacer lo que nos plazca, para estar juntos de una maldita vez, sin tener que escondernos de nada ni de nadie—. Se había acercado a ella y jugueteaba con un mechón del caballo húmedo de Hermione.
—¿Y mis padres?
—Completamente a salvo, te lo garantizo —sonrió.
Fue entonces cuando Hermione comenzó a ser consciente de todo lo que estaba sucediendo. De repente su vida había dado un giro de ciento ochenta grados y lo que antes era gris y oscuro, ahora estaba surcado por un arco iris de intensos colores parecía que la vida, al fin, estaba dispuesta a otorgarle una nueva oportunidad para ser feliz; esta vez, sí. Pasó su mano temblorosa por el rostro afilado de Draco percibiendo de inmediato la piel cálida a pesar de su aspecto frío. Draco rodeó con sus brazos el cuerpo de Hermione, aún húmedo y volvieron a unirse en otro beso, esta vez más calmado, conscientes ambos que no sería el último sino uno de muchos, tendrían toda la vida por delante.
Interrumpieron el beso, dando un respingo, girando súbitamente sus cabezas hacia la puerta que se había abierto con un gran estruendo. Pansy y Nott se asomaron a ella con la respiración muy agitada.
—Intuimos que vendrías de inmediato a buscarla —ratificó Theo que se había acercado a Draco y le daba unos golpecitos amistosos en la espalda.
—¡No lo podía creer! Cuando supe lo de la carta… ¡Jamás pensé que Astoria tuviese tanto juicio! —El júbilo de Pansy era contagioso.
—¿Y ahora qué haréis?
Draco y Hermione se miraron unos segundos, ella sonrió y él dijo con voz firme.
—Irnos.
—¿Adónde? —quiso saber Pansy ceñuda.
—Donde sea, pero lejos de Londres durante una buena temporada ¿Estás de acuerdo? —preguntó Draco a su chica que seguía húmeda y envuelta en la toalla.
Hermione asintió sin dudarlo y volvieron a fundirse en un nuevo beso ante la mirada enternecida de Pansy.
Encontrar un nuevo lugar de trabajo no les resultó demasiado difícil a ninguno de los dos, apenas un mes después de la frustrada boda, Draco y Hermione hacían sus maletas para marcharse a Cardiff. Un prestigioso bufete de abogados de la hermosa capital de Gales, tras ver las credenciales y recomendaciones de ambos —que Sirius y Remus no habían tenido objeción en dárselas antes de despedirse de ellos—, los contrató y de ese modo vieron al fin cumplido su sueño de empezar algo nuevo lejos de Inglaterra.
Aquella mañana de primavera se vislumbraba llena de emociones. Luna y Rolf llegaron al apartamento de una llorosa Pansy para despedirse de Hermione. Nott se había instalado unas semanas atrás en el hogar de su novia y trataba de consolarla dándole suaves caricias sobre la espalda.
—Nunca pensé que te marcharías de Londres tan pronto, creí que tu estancia aquí sería finalmente para siempre —comentó Luna mientras abrazaba a su amiga.
—La vida da muchas vueltas, tal vez, volvamos pasado un tiempo —trató de animarla Hermione.
—Lo dudo, Cardiff es una hermosa ciudad y en Inglaterra dejas momentos muy duros. Me alegro que seas feliz, a pesar de que lo seas con él —susurró Luna mirando de reojo a Draco.
Hermione sonrió, podía entender perfectamente la animadversión que su amiga sentía por el joven Malfoy porque eso mismo era lo que sintió ella unos meses atrás.
—Te deseo mucha suerte, Hermione. En realidad os la deseo a los dos —se despidió Rolf apretando amistosamente la mano de Draco.
Pansy se sorbió los mocos haciendo mucho ruido, aún no se reponía del hecho de perder tan de repente a Draco, su mejor amigo y a Hermione con la que había comenzado a congeniar, tan bien, como si la hubiese conocido de toda la vida.
—Os echaré mucho de menos —dijo entre sollozos.
Draco se acercó a ella y la envolvió en un fraternal abrazo.
—No seas tonta, podrás vernos cuando quieras, Cardiff está a pocas horas de Londres. Vamos, deja de llorar, no nos vamos al otro lado del mundo.
De repente, Pansy levantó la cabeza del pecho de Draco y con los ojos muy abiertos exclamó.
—¡Hablando del otro lado del mundo! ¡Llegó carta de Charlie esta misma mañana, casi se me olvida dártela, Hermione!
Rápidamente se acercó a la mesa y debajo de un pequeño marco de madera sacó un sobre y se lo entregó a su amiga, que se mostró muy entusiasmada, ya que desde su partida no había recibido noticias del pelirrojo.
—Léelo en voz alta —rogó.
Hermione comenzó a leer.
Querida cuñada:
Esta carta llega demasiado tarde, lo sé, pero ya me conoces ¡odio escribir estas cosas! Donde estoy la conexión a internet es malísima y me desespero, por eso me decidí a escribir unas letras a la vieja usanza.
Espero y deseo que todos estéis bien, aunque intuyo que así es.
Saluda a Pansy y a Nott, y a Luna y a su marido de mi parte. Cuando puedas habla con mi madre, dile que estoy bien y que soy feliz, aunque no tengo la menor idea de cuándo podré darme nuevamente un paseíto por Ottery (mejor esto último no se lo digas, porque ya sabes que la buena mujer se desespera cuando sabe que no tengo fecha de regreso).
No hace falta que te diga cuanto te echo de menos, siempre has sido mi cuñada favorita y, aunque a veces he tenido que soportar mas de una regañina de tu parte, siempre has estado a mi lado en los momentos duros y has aliviado mi desdicha. Espero que mi estancia en Londres te haya servido también para sobrellevar un poco aquella pena, que estoy seguro que ahora es mucho más leve.
El trabajo es duro y hace mucho calor, pero también es reconfortante. Es una buena excavación y está casi sin explotar, pienso que sacaremos grandes cosas de esto y probablemente, cuando vuelvas a visitar el museo de Londres las veas allí expuestas.
Nada más querida cuñada, cuídate mucho.
Besos y abrazos,
Charlie.
Posdata: Astoria le manda un beso a Draco y os desea que seáis tan felices como los somos nosotros en El Cairo.
—Lee eso último otra vez —pidió Pansy con los ojos abiertos como platos—. ¿Ha dicho que están juntos en El Cairo?
—Eso he entendido yo —comentó Luna.
Hermione volvió a leer la posdata y todos se miraron unos a otros.
—Astoria se fugó con ese pelirrojo… —musitó Draco.
—Pero… ¿Cómo sucedió eso? —inquirió Pansy que seguía sin dar crédito a lo que estaba oyendo.
Hermione, con la cabeza atolondrada por la inesperada noticia, comenzó a rebuscar en su memoria algo que pudiese habérsele escapado. Una pista que le indicase que Charlie y Astoria pudiesen haber tenido algo sin que ella se percatase del asunto. Entonces recordó el momento de su despedida y aquellas palabras que no entendió y que ahora cobraban sentido: "Lo lamento tanto, cuñada, tanto y créeme que no sólo me siento apenado por ti, también yo tenía mis esperanzas. Me gustaba tanto esa chica."
—Astoria lo decidió en el último momento. Cuando Charlie se despidió de mí, habló de una chica que le gustaba pero con la que había perdido las esperanzas. Ella era Astoria que se casaba ese mismo día. Creo que le ofreció que se marchara con él, tal vez unos días antes, pero no obtuvo respuesta y por eso marchó creyendo que Astoria no subiría a ese avión con él. Se equivocó, ella en el último momento lo pensó mejor y debieron encontrarse en el aeropuerto —argumentó Hermione, reflexiva.
—¡Oh Cielo santo! ¡Qué romántico! —suspiró Pansy aferrándose al brazo de Nott.
—Romántico o no, ha sido muy oportuno. Nunca me ha molestado tan poco que un pelirrojo me arrebate a una chica —aseveró Draco ladeando una sonrisa.
Todos rieron, Hermione apretó con fuerza sobre su pecho la carta de Charlie, al que sin lugar a dudas, le debía parte de su felicidad.
Cardiff, podía esperar, al menos unas horas más. Hermione tenía aún una espinita clavada en su corazón para poder ser plenamente dichosa junto a Draco. Por esa razón, antes de instalarse en su nueva ciudad, la pareja conducía rumbo a Ottery.
Cuando sintió como la brisa despeinaba su cabello castaño, supo que aquella escena ya la había vivido anteriormente. Las ventanillas estaban abiertas porque no hacía calor suficiente para usar el climatizador del coche. Hermione miró a Draco, que conducía con desdén pero con los cinco sentidos puestos en la carretera. Contemplaba como el viento encrespaba sin piedad su albino cabello, y como él, de ve en cuando, luchaba para no apartar las manos del volante cuando uno de sus mechones le daba directamente en el ojo. La escena se repetía, pero el hombre que la acompañaba no era el mismo que aquella fatídica vez. Al igual que le sucedió con Ron, nunca sospechó que aquel hombre arrogante y déspota, en apariencia, iba a ser el que ocupase su corazón tras la perdida del que fue su primer amor y podía decir, ahora, que amaba a ese hombre por encima de todas las cosas.
Por suerte, en esta ocasión, las cosas no sucedieron como la vez anterior y Draco y Hermione llegaron a Ottery según lo previsto y sin ningún contratiempo indeseable.
La madriguera se alzaba ante ellos tal y como la recordaba, encantadoramente vieja. Aquella granja, echa de madera, con sus remiendos y su pintura ajada, había sido su hogar durante algún tiempo y, dentro de aquellas paredes, se había sentido la mujer más feliz del mundo. Ahora volvía a ella para decir adiós y, esta vez, la despedida sería un poco más definitiva.
Molly, la madre de Ron, la vio nada más bajar del coche. La mujer tenía cogido su delantal con una mano y en su interior había echado grano, que desperdigaba con la otra mano a las gallinas que revoloteaban a su alrededor. La sorpresa hizo que soltase el delantal y todo el grano cállese de golpe a sus pies formando un gran alboroto entre las aves ponedoras. Hermione se acercó a su suegra y la abrazó con fuerza.
—Hija mía, no esperaba que vinieses —expresó Molly con lágrimas en la cara.
—Vine a despedirme de vosotros. Tengo un trabajo nuevo en Cardiff y me he desviado del camino sólo para veros antes instalarme definitivamente allí —explicó Hermione con una sonrisa en los labios.
Molly le acarició maternalmente el rostro mientras desviaba sus ojos hacia el coche del que había bajado su nuera y a la persona que había aún dentro. Hermione se dio cuenta y trató de explicarse torpemente.
—Es… lo conocí en Londres…. En realidad él y yo…
—Lo único importante es saber si eres feliz. —La voz de Molly era comprensiva.
—Lo soy.
—Entonces no tienes que justificar a nada ni a nadie. Dile a ese chico que pase a saludar a la familia si lo desea.
—Prefiero que me espere en el coche, quiero que este momento sea sólo nuestro.
Molly asintió y agarrándose a la cintura de Hermione entraron juntas dentro de La Madriguera. Allí Hermione pudo comprobar que el hijo de Ginny y Harry ya había nacido y era un bebé sano y fuerte. Les dio a todos la buena nueva de Charlie y su relación con Astoria. Esa noticia entusiasmó mucho a Molly que ya daba por perdida la posibilidad de que su segundo hijo formase una familia. Pasado unos minutos, Draco vio salir a Hermione de la casa acompañada de Molly. Ambas caminaron hasta el coche, el joven Malfoy salió del vehículo y saludó cortésmente a la madre de Ron.
—Cuídate mucho, querida y vuelve algún día.
—Lo haré, os escribiré y espero también recibir noticias vuestras. Ahora tengo que despedirme de alguien más antes de marcharme a Cardiff.
A Molly se le humedecieron los ojos, había entendido perfectamente las palabras de Hermione. Con un amago de la mano, les dijo adiós mientras estos se alejaban.
Hermione caminaba delante, sujetando un pequeño ramo de claveles rojos, lo había comprado a una anciana mujer que vendía flores en la puerta del cementerio. Draco la seguía en silencio, Hermione había insistido en que le acompañase y él no puso objeciones. Sabía lo importante que era para ella visitar, quizás, por última vez la tumba de Ron. Pronto llegaron a una lápida, no muy grande, bien cuidada y con el césped verde cubriendo su base. La joven se arrodilló y dejó las coloridas flores sobre el montículo verde. Draco se quedó de pie, muy cerca de ella.
—Sabías que este día llegaría, el día en que me despidiese definitivamente de ti —comenzó a hablar Hermione—. Y sé que estés donde estés, estarás muy molesto, como siempre que las cosas no salían como esperabas. No te preocupes, él me trata bien, en el fondo es buen chico. Tú nunca te habrías llevado bien con él, pero soy consciente que te importa mi felicidad y que la antepones a cualquier deseo tuyo. Por eso sé que me apoyas y que cuidas de mí, a pesar de que te imagino haciéndolo con el ceño fruncido. Gracias por todo el tiempo que me hiciste feliz y por el que pasamos de niños desquiciándome la vida, gracias por todo el tiempo que estuviste junto a mí. Sabes que no voy a olvidarte jamás y que te amaré siempre, pero presiento que ahora es el momento en que debo volver a empezar. Adiós, Ron.
Hermione se puso en pie enjugó las lágrimas que habían mojado sus mejillas, sonrió, echó una última mirada al trozo de mármol con el nombre de su difunto marido y se giró, agarrándose al brazo de Draco.
Mientras volvían al coche, Draco giró sin que su chica se diese cuenta, la mirada hacia la tumba de Ron. No se alegraba que, ese hombre que no conocía de nada, estuviese muerto, pero, sintiéndose algo egoísta, le agradecía de alguna forma, el hecho de que le hubiese dado la oportunidad de conocer a Hermione y en la profundidad de su corazón, le prometió, en silencio, que cuidaría de ella y la amaría como el destino no le dejo a él seguir amándola.
—Rumbo a Cardiff —ordenó Hermione una vez subida al coche.
—Como mandes.
—¿Qué pasará a partir de ahora?
—No lo sé, y no me importa. Lo único que deseo es estar contigo, hacerte feliz, que olvides completamente el pasado y que vivamos plenamente lo que acabamos de empezar.
Hermione no pudo aguantarse el deseo de besarlo y en seguida Draco puso en marcha el coche, alejándose de Ottery.
La cálida brisa acariciaba el rostro de Hermione. La primavera le había arrebatado, hacía algún tiempo, la felicidad y ahora se la devolvía de nuevo con mucha más intensidad. Miró a Draco con ternura y supo que la vida le regalaba lo que necesitaba, sintió dentro de su corazón que era plenamente feliz y que todo lo sufrido ahora quedaba muy atrás. Sonrió cuando vio pasar a su lado la indicación en la que se podía leer:
"Bienvenido a Cardiff".
FIN
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