veinticinco inviernos
Pansy se despertó a la mañana siguiente con una noticia inesperada: sus padres, que se encontraban fuera de Londres desde hacía algunos años, regresaban a la ciudad para celebrar sus bodas de plata con una gran fiesta.
—Pero si aún falta un par de meses para que cumpláis veinticinco años de casados —se quejó la joven mientras hablaba con su madre a través del frío auricular—. ¿Preparativos? Mamá, ¿necesitas dos meses para organizarlo todo? No puedo creerlo, ¿vais a hacer un simulacro de boda? Creí que eso ya estaba pasado de moda… ¿Dama de honor? Oh, mamá, no me hagas pasar por eso… ¿Theo? bueno, él está bien, pero no sé si irá a tu fiesta, es que ahora no estamos pasando por nuestro mejor momento… ¿Cómo que lo sabías? Mamá no hemos roto del todo, nos estamos tomando un tiempo, además no me apetece hablar de eso ahora… No podéis venir al apartamento de Londres, tengo inquilinos viviendo conmigo… Ah, de acuerdo, que habéis pensado en la casa de campo. Sí, sin duda es mejor idea para la fiesta. De acuerdo, estaré en el aeropuerto mañana para recibiros… ya, ya, yo también os quiero, chao.
Colgó y resopló con tanta fuerza que hasta le dolieron los labios. Charlie, ataviado con una camiseta blanca de manga corta y un pantalón de pijama, la observaba apoyado en el umbral de la puerta de la cocina.
—Te hace mucha ilusión volver a verles, ¿no?
Pansy se sobresaltó llevándose la mano al pecho.
—Es el segundo susto que recibo nada más empezar la mañana —bromeó—. No pienses mal, mis padres y yo nos llevamos bien, sobre todo cuando estamos separados. Es que es la fiesta de los Parkinson, no puedes imaginar lo que eso significa. Durante dos meses seré la mujer más estresada y ocupada de Londres. Mi madre es meticulosa y le gusta que todo esté al más mínimo detalle y me vuelve loca, a mí y a todos los que le rodean. Además, se trata de celebrar sus veinticinco años de casada, para ella es muy importante y yo debería echarme a temblar.
Charlie no pudo evitar soltar una carcajada, para él, aquella situación era mucho más divertida que para la joven.
—¿Dónde está Hermione? ¿Aún sigue en la cama? —indagó mientras vertía un poco de café en la taza.
—No, supongo que habrá ido al bufete, se marchó muy temprano —contestó Pansy sentándose junto al pelirrojo para acompañarlo en el desayuno.
Draco jamás había experimentado nada igual, se enfrentaba a una entrevista de trabajo. Aquello parecía una broma y mucho más cuando su futuro en esos momentos dependía de Sirius Black. Movía la pierna derecha insistentemente y resoplaba a cada minuto sacando de quicio a Ernie, que lo observaba desde su mesa con el ceño fruncido. El ayudante de Hermione se había quedado de piedra cuando vio a su jefa aparecer con aquel individuo en SIREM, pero todavía se sorprendió más al enterarse que el motivo de aquella visita era el deseo de Malfoy de hacerse cargo del caso de Eliza White. Miró por milésima vez su costoso reloj.
—<<¿Por qué la sabelotodo no sale del despacho de una maldita vez?>> —pensó.
Llevaba más de media hora esperando para poder saber algo y nadie le decía nada. Estaba empezando a arrepentirse de tan tonta decisión cuando, por fin, del despacho de Sirius salió Hermione con el semblante circunspecto. El joven Malfoy se puso en pie de un salto y se aproximó a ella precipitadamente.
—¿Y bien?
—No ha sido fácil, verdaderamente os odia, pero finalmente ha aceptado a tener esa entrevista contigo. Vamos pasa, está esperando.
Draco levantó el labio superior a modo de desagrado, la situación iba a ser de lo más humillante. Sirius aprovecharía aquella oportunidad para mofarse y él estaba a punto de servírselo en bandeja. Sin embargo, prefería la humillación de tener que depender de Black, a volver arrastrándose al bufete de su padre. Tomó aire y en un impulso incontrolado aferró su mano al brazo de Hermione.
—Quiero que entres conmigo —dijo con un destello de súplica en sus fríos ojos.
La mirada vulnerable de Draco perturbó a Hermione hasta tal punto que optó por desviar la vista hacia la mano del joven que aprisionaba con fuerza su delgado brazo, pudo percibir como aquel hombre, aparentemente fuerte y arrogante, temblaba. Entonces, puso su mano sobre la de él para demostrarle su apoyo y asintió con una sonrisa. Al contacto de ambas pieles, Draco, sintió un leve escalofrío que no pudo comprender y, por ello, dejó libre el brazo de la muchacha y la siguió hasta el despacho de Sirius.
Adentro, Sirius no se encontraba solo, Remus también estaba allí, de pie, mirando a través del ventanal.
—Entra, Malfoy y siéntate —invitó Black con poca amabilidad —. Hermione ha sido muy persuasiva. Nos ha contado todo lo sucedido con tu padre y tu deseo de llevar el caso del doctor Goyle.
—Así es —atajó Draco.
—Saber que tu padre se comerá sus propias entrañas cuando sepa que su amado hijo trabaja para nosotros es lo que más me anima a contratarte.
—Sirius… —le reprendió Remus sin girarse, ni apartarse de la ventana.
—Es nuestro bufete, son nuestras normas ¿entenderás eso?
—¿Significa que me dais el caso?
—¿Entenderás eso, Malfoy? —insistió Sirius con gesto abrupto.
—Claro, tú serás mi jefe ¿no? —contestó Draco usando un tono frío y altanero.
—No, te equivocas, Hermione será tu jefa. Ella no abandona el caso, no estoy dispuesto a eso y, por esa razón, lo llevaréis entre los dos pero, sea como sea, ella siempre tendrá la ultima palabra.
Draco apretó con fuerza los labios; una mujer, nunca una mujer había mandado nada en su vida. Se mantuvo en silencio durante unos segundos sopesando aquella decisión, pero su sed de venganza hacia su padre y hacia Goyle era mayor que sus prejuicios. Así que, finalmente, levantó la mirada gris hacia el hombre que tenía frente a él y que, paradójicamente, compartía su mismo color de ojos y, añadió.
—¿Cuándo empiezo?
Pasaron las semanas como pasan los coches sobre el puente de Londres; vertiginosas y constantes. En todo aquel tiempo, Draco tuvo que amoldarse a su nueva situación y lo hizo con mucho más aplomo y resignación de lo que nadie hubiese podido imaginar. Le podía su orgullo, sus ganas de demostrar que no era únicamente un apellido influyente y que, tras ese apelativo, había un nombre; su nombre, Draco.
Aquel día había sido de lo más agotador, por el despacho pasaron numerosos personajes para dejarles sus testimonios, todos en contra del doctor Goyle, por supuesto; su secretaria personal, algún paciente disconforme con sus servicios, su vecino y por supuesto Lavender, que estaba más taciturna y entristecida que nunca. Nadie de los que tuvieron un encuentro con ella pareció notar esa falta de vida en su mirada, nadie excepto Ernie, que no pudo quitarle el ojo desde que la joven puso un pie en SIREM.
Hacía tiempo que lo había notado, que sentía como cada poro de su piel, cada claro vello que la cubría se erizaba cuando ella agitaba despreocupadamente su ondulada melena rubia, o se mordía el labio con aquel aire infantil cuando la timidez se apoderaba de ella. Sólo él podía saber qué había algo oculto en su mente, algo que le preocupaba y que impedía que sus ojos verdes brillasen con la intensidad que los caracterizaba.
—¿Un café?
Lavender sonrió, había visto a Ernie levantarse pausadamente de su silla y caminar hacia ella.
—¿Puedo traérselo yo, señor Macmillan? Tengo que hacer unas fotocopias y queda muy cerca de la máquina de cafés —se ofreció la anciana secretaria de SIREM mientras cargaba con un buen tocho de papeles.
—Gracias, es muy amable.
—¿Cómo lo quiere, señorita Brown? —preguntó la mujer girándose hacia Lavender.
—Con mucha leche y dos terrones de azúcar, por favor.
—¿Y usted como siempre, señor Macmillan?
Ernie asintió amablemente mientras ella se alejaba con paso tambaleante debido al peso que portaba.
—Es una buena secretaria —observó Lavender.
—Sí, nuestros pies y manos, no sé qué sería de SIREM sin ella. Lleva aquí desde el principio y pronto se jubilará.
Lavender sonrió con un deje de nerviosismo. Ernie había dejado sus ojos fijos en ella y eso conseguía intimidarla un poco, a pesar de estar sumamente acostumbrada a la ávida mirada masculina, aquellos ojos claros la contemplaban de forma distinta. No como si fuese un mero adorno o un simple objeto que alimentara la concupiscencia de aquel que la observaba, sino como si tratase de protegerla. Era una mirada con un sutil toque de ternura que lograba turbarla, porque muy pocas veces había podido experimentar el dulce placer de una mirada así.
—¿Ha pasado algo? ¿Ese idiota de Malfoy te ha importunado?
—No, la entrevista ha ido bien. Solo he aportado un par de datos más pero no creo que tengan mucha importancia —aclaró ella notando como, progresivamente, se iban encendiendo sus mejillas.
—¿Entonces qué te ocurre? Estás más ausente que nunca.
Lavender exhaló un profundo suspiro que alertó aún más a Ernie de que algo preocupaba en demasía a la joven.
—He dejado el club, ayer, por la tarde. Estoy muy cansada de aquello, pero ahora no tengo trabajo y no sé cuánto tardaré en encontrar algo nuevo.
Una amplia sonrisa cruzó el rostro de Ernie de lado a lado.
—No puedo decirte que lamente que hayas dejado ese lugar. Nunca debiste entrar allí, tú no.
El rojo de las mejillas de Lavender se pronunció tanto que la muchacha bajó el rostro para evitar que Ernie lo pudiese percibir. Por suerte la vieja secretaria llegó con los dos cafés salvando la comprometida situación. Lavender se quedó mirando fijamente a la anciana mujer y una idea surcó su cabeza, una idea que de hacerse realidad le haría inmensamente feliz.
—¿Cuánto tiempo queda para que ella se jubile? —preguntó a Ernie en voz baja.
—No estoy seguro, creo que poco más de tres meses —contestó el joven con el rostro encogido por el dolor que le producía haberse quemado la lengua con el primer sorbo de café.
—Tres meses… —musitó Lavender—. No puedo esperar tanto.
Ernie frunció el entrecejo confundido, por eso no tardó en tratar de averiguar qué era lo que la joven estaba pensando.
—No puedes esperar, ¿a qué?
—Hace tiempo hice un curso de oficinista, incluso conseguí trabajo cómo secretaria de una empresa de maderas, pero quebró y todos fuimos despedidos. Necesitaba dinero y no quería pedírselo a mis padres, me había independizado con todas las consecuencias, por ello, acepté el trabajo de camarera en aquel club. Siempre supe a lo que se dedicaban, pero una cosa eran las chicas de alterne y otras las camareras. Sin embargo, no es un trabajo fácil, si no te gusta ese ambiente lo pasas mal, porque los hombres, en su mayoría, no sabe distinguir cual de las chicas se dedican a ofrecer sus cuerpos y cuales no. He tenido que aguantar muchas cosas, la muerte de Eliza fue la gota que colmó el vaso, me costó decidirme porque necesito el dinero y pagan bien, pero no pude más. De todas formas no puedo esperar tres meses a que ella se jubile, necesito trabajar ya.
—¿Estarías dispuesta a ser la secretaria de SIREM? —inquirió Ernie volviendo a mostrar la misma sonrisa.
—Daría mi vida por serlo.
Ernie se quedó pensativo, se pasó la mano varias veces por el mentón, dio un par de resoplidos y finalmente argumentó.
—De todas formas, aunque ella se jubilara mañana mismo, no podríamos contratarte…
—¿Es por mi pasado?
—No, no, en absoluto —se apresuró a aclararle—. Es porque eres nuestro testigo principal, es conveniente que nada te ate a nosotros. De esa forma tu testimonio será más fiable a la vista de juez. Por eso aún no te he pedido una cita.
La última frase pilló a Lavender desprevenida, no esperaba que Ernie le dijese algo así aunque, en el fondo, sentía una emoción que le era imposible describir. En aquel instante, cuando los ojos de ambos jóvenes estaban fijos el uno en el otro, Hermione salió de su despacho y se acercó a la pareja.
—¿Todavía estas aquí, Lavender?
—Tomábamos café —contestó Ernie sin apartar la vista de Lavender.
—Pues vas a tener que dejarlo a medias, Ernie, es importante que vayas de inmediato a Brixton necesitamos que hables con una persona.
Ernie resopló, desviando entonces la mirada de Lavender. Soltó la taza sobre la pequeña bandeja, se colocó su abrigo y antes de salir por la puerta, le regaló una leve sonrisa a Lavender, que no aparto la mirada de él hasta que ya sus verdes ojos dejaron de verlo.
—La presencia de Draco en SIREM lo tiene un poco desconcertado —apuntó Hermione con el semblante serio.
—Es un buen chico.
—Es un gran hombre, Lavender. —Se giró hacia ella y añadió—. Quería pedirte disculpas por haberte mentido haciéndome pasar por la ayudante de Malfoy, creo que no lo he hecho hasta ahora. No soy así, no me gusta engañar a la gente pero intuí que debía ser yo la primera en hablar contigo y no me equivoqué.
—No se preocupe, señorita Granger, mi única intención era hacer justicia a Eliza y creo que al fin podrá ser. — Soltó la taza sobre bandeja cerca de la de Ernie antes de despedirse—. Creo que es hora de regresar a casa. Si desean de nuevo mi ayuda no duden en localizarme, estaré dispuesta a colaborar en todo lo que necesiten. Buenas tardes.
Hermione la vio salir de las oficinas de SIREM, sonrió y luego regresó a su despacho.
La albina cabeza de Draco descansaba sobre su mano mientras sus grises ojos estaban fijos en la pantalla del ordenador. Habían habilitado un escritorio en el mismo despacho de Hermione. Al principio ninguno de los dos estuvo muy de acuerdo pero, finalmente, terminaron aceptando que era la mejor opción. Hermione se quedó mirando al joven; estaba apagado, su rostro se mostraba mucho más pálido de lo habitual y una sombra grisácea se había instalado desde hacía algunas semanas debajo de sus ojos.
—Mi marido, Ron, decía que las cosas se ven distintas con el estómago lleno.
—No tengo hambre —respondió Draco con voz cortante y apática.
—Tienes que reponerte. Hiciste lo correcto y si no sabe comprenderlo es su problema. Marcharte fue la mejor decisión.
—Ese es el problema, que no tuve tiempo de elegir, él tomo la decisión por mí. Dejé que me humillara.
Hermione exhaló un suspiro de resignación mientras se colocaba el abrigo sobre los hombros.
—Está bien, quédate ahí, hundiéndote. Creo que yo seguiré el consejo de Ron. Me voy a almorzar.
Diciendo eso, abandonó el despacho dejando a Draco solo. Nada más cerciorarse que la joven había salido, Malfoy apartó la vista de la pantalla del ordenador y se acomodó en su silla giratoria de piel. Se sentía mal, lleno de rabia y de vergüenza, recordar lo sucedido unas semanas antes conseguía que la sangre le hirviese dentro de las venas.
Lucius Malfoy montó en cólera el día que supo de la traición de su hijo. Marcus Flint llegó al despacho con la noticia de que Draco trabajaba para Sirius Black, su mayor enemigo.
Aquella noche, en su sillón favorito de la mansión, agazapado como el león que espera la llegada de la incauta cebra para abalanzarse sobre la rayada yugular de ésta, Lucius aguardaba a su hijo. Draco llegó de mejor humor que nunca, sin sospechar que aquel día cambiaria muchas cosas para él.
—Si hay algo que no soporto en esta vida es la deslealtad.
La voz de su padre hizo que se quedara petrificado justo cuando ya tenía un pie en el primer peldaño de la escalinata que accedía a las habitaciones.
—Te has enterado.
—¿Pensabas que podrías engañarme durante más tiempo? Tengo ojos y oídos por todos lados, deberías saber eso. —Salió de detrás del sillón y dio algunos pasos hacia su hijo—. Sirius Black, de todos los abogados que hay en esta maldita ciudad, tienes que elegirlo a él.
—No me diste opciones, dije que no defendería a Goyle y me despediste por ello. Quiero que acabe con sus huesos en el penal de Pentonville. Demostrarme a mi mismo que puedo ser alguien.
Lucius soltó una carcajada burlesca que enfureció a su hijo; no iba a consentir que se mofase de él.
—¿Con él?
—Con quién sea. Sirius me dio esa oportunidad, no pienso desaprovecharla. Si tu intención es que cambie de idea estás equivocado, no pienso dar marcha atrás. —Pronunció todas esas frases con el mentón elevado y la mirada desafiante.
—¿Es tu ultima palabra? —. Draco asintió. Lucius frunció el ceño y entonando la voz de forma agresiva, añadió—. Entonces quiero que recojas tus cosas y abandones esta casa de inmediato. Me da igual que seas mi hijo, si me traicionas te conviertes en mi enemigo y no tengo piedad con mis enemigos. No voy a seguir cubriéndote los caprichos sabiendo que te has convertido en un Judas. Pero te advierto una cosa, ni por un instante pienses que vas a librarte de tu boda con Astoria Greengrass.
—¿En serio piensas que voy a casarme con ella después de todo esto? —inquirió Draco con incredulidad.
El rostro de Lucius se agravó, sus facciones se tensaron y su voz se tornó desafiante mientras decía.
—Esa boda se celebrará, esa fusión entre nuestras familias se llevará a cabo, aunque sea yo mismo quien tenga que arrastrarte hasta el altar. No juegues conmigo, Draco, no podrías ganarme nunca. Puedo hacer que sufras mucho si no cumples mis planes, puedo destrozarte la vida si lo fastidias todo. Recuerda que desde hoy eres mi enemigo y soy implacable. Ahora quítate de mi vista y no quiero que regreses aquí hasta el día en que tengas que convertirte en el marido de Astoria.
Draco se pasó varias veces la mano por el mentón. No podía soportar la idea de que su padre lo hubiese humillado de aquella forma y lo obligase por medio de amenazas a hacer algo que le haría infeliz por el resto de su vida. Sin embargo lo conocía, sabía de lo que aquel hombre era capaz y eso lograba que un escalofrío recorriese su columna vertebral de principio a fin. Volvió a enderezarse en el sillón y clavó su mirada de hielo nuevamente en la pantalla del ordenador.
Cuando Hermione regresó del almuerzo, halló a Draco en la misma posición, cual si de una estatua de mármol se tratase. Se acercó su mesa y dejó caer sobre el teclado del joven un sándwich vegetal envuelto en papel transparente.
—Tienes que comer algo.
—No necesito comer ¡necesito una maldita copa! —exclamó Draco poniéndose en pie y caminando a grandes zancadas hasta la ventana.
—Emborrachándote no arreglarás nada —le reprendió Hermione.
—No quiero emborracharme ¡quiero una maldita copa!
Hermione resopló mientras miraba con desdén el sándwich abandonado sobre la mesa.
—Esta bien, creo que yo también necesito una. Pasar mucho tiempo a tu lado consigue que me vuelva loca. Vamos a tomar algo.
—¿Tú y yo? —inquirió ceñudo Draco girándose hacia ella.
—¿Quieres la maldita copa? —Draco asintió—. Pues entonces, vámonos.
El lugar lo eligió Draco y, como cabía esperar, se trataba de un sitio distinguido y con aspecto de ser muy caro. Hermione pudo percatarse, nada más poner un pie en el local, que Draco era bien conocido allí; lo que se denomina un cliente habitual. Todos lo trataba con recargada amabilidad y los allí presente se giraban para saludarlo, en especial las chicas. Draco caminó con desidia por delante de todos ellos hasta que llegó a la barra y se sentó en uno de los taburetes altos de madera. Hermione lo imitó haciendo lo propio en el taburete contiguo.
—¿Lo de siempre, señor Malfoy? —preguntó el barman. Draco asintió de mala gana—. ¿Y su acompañante?
—Una cerveza negra —contestó Hermione viendo como el barman se giraba para preparar sus bebidas.
Regresó en apenas un minuto, y en aquel tiempo Draco no pronunció ni una sola palabra. Puso sobre la barra, la cerveza negra de Hermione y un vaso de Whiskey con soda. Draco agarró su bebida y tomó un sorbo como si su vida dependiese de ello. Hermione rodó los ojos mientras se mojaba los labios con la espuma.
—¿Estuviste muy enamorada de tu marido?
Hermione casi se atraganta al escuchar la pregunta ¿Draco deseaba hablar de Ron?
—Aún lo estoy.
—No entiendo ese sentimiento, el amor. Es una perdida de tiempo, una gran desventaja.
—No sabes de lo que hablas, algún día te enamorarás y tendrás que tragarte tus palabras.
Nott pasó fugazmente por la mente de Draco, una vez él le había dicho las mismas palabras.
—Mi padre me obliga a casarme con Astoria, a pesar de lo sucedido.
Hermione frunció el ceño confundida.
—Pensé que al marcharte de tu casa eso también quedaba anulado.
—No, mi padre no dejará que la fusión con los Greengrass fracase. Me amenazó con destrozarme la vida si lo traicionaba una vez más—. Tomó otro sorbo de su bebida.
—No puede obligarte, no eres un niño.
—Y tú no entiendes lo que mi padre es capaz de hacer para conseguir lo que desea. No le importa que sea su hijo, para él soy meramente una maldita moneda de cambio. —El tono en la voz de Draco era lastimero y se podía vislumbrar su sufrimiento a través de ella.
Hermione, por primera vez sintió una gran aflicción por él y un deseo casi incontrolado de abrazarlo y decirle que todo saldría bien. Malfoy no era precisamente alguien a quien se le pudiese tener cariño, pero había podido comprobar que, debajo de aquel aspecto frío y déspota, se encontraba un corazón, latiendo y sufriendo como el de cualquier otro ser humano. Lentamente, llevada por un instinto, Hermione aproximó la mano hacia el hombro del joven para tratar de infundirle algo de consuelo.
—¡No puedo creer lo que ven mis ojos! El mismísimo Draco Malfoy.
Draco palideció al escuchar aquella voz de mujer. Hermione detuvo la mano y la dejó caer sobre su regazo mientras se giraba para ver quién era la persona que la había interrumpido.
—Así que por eso no vienes a mi casa —continuó la mujer—. Pensé que era mi hermana la que te retenía pero ya veo que no es así. ¿Quién es ella? —inquirió señalando descaradamente con un dedo a Hermione.
—Es una compañera de trabajo, Daphne. Estamos tomándonos un descanso —contestó Draco apáticamente.
—¿Sabe Astoria que ahora te dedicas a salir con tus compañeras de trabajo?
—Yo no salgo con él —se apresuró a aclarar Hermione.
—Tu hermana no me vigila, ni siquiera creo que le importe con quién me relacione, siempre que esté delante del altar el día señalado.
—Estoy segura que si se enterase de lo nuestro sí montaría en cólera y anularía la boda, Draco. No me tientes a irme de la lengua. Llevo semanas esperándote y mi cama comienza a enfriarse demasiado.
Hermione abrió los ojos de par en par, en un solo segundo lo entendió todo y se escandalizó ante lo que estaba oyendo.
Draco se giró hacia Daphne y la sujetó por la muñeca con fuerza mientras le espetaba.
—Vas a mantenerte calladita, como lo has estado hasta ahora. Sabes que no tengo dueña y no eres nadie para amenazarme. Hago lo que me apetece, cuando me apetece y con quién me apetece. No hagas que se me quiten las ganas de ti.
Con un brusco movimiento, Daphne se deshizo de la mano de Draco, echó una mirada de despreció a Hermione y se alejó perdiéndose entre la gente. Draco se giró nuevamente hacia la barra y agarró el vaso acabando con su contenido de un solo trago.
—¿Te acuestas con la hermana de tu futura esposa?
Draco cerró los ojos, lo último que deseaba en aquel momento era escuchar los reproches de Hermione.
—Es mi amante —contestó tajantemente.
Hermione soltó una carcajada nerviosa y de un salto se bajó del taburete.
—Soy una idiota, esta noche, hace solo unos minutos sentí el estúpido impulso de… Y ahora voy y me entero de esto. No tienes sentimientos, Malfoy, y yo soy una imbécil tratando de encontrarlos. No te emborraches, mañana tenemos entrevista con el juez.
Hermione pasó veloz por detrás de Draco abandonando el local. Draco cerró los ojos con fuerza, apartó de un manotazo el vaso vacío de Whiskey y dejó caer la cara sobre sus manos, completamente abatido.
Tras el desafortunado encuentro con Daphne Greengrass, la relación entre Draco y Hermione había vuelto a enfriarse. Ella únicamente le hablaba cuando su trabajo se lo exigía, trataba de no mirarlo mientras estaban juntos dentro del despacho y solía marcharse con un escueto "Buenas tardes", una vez que terminaban su jornada laboral. A Draco, al principio, la actitud austera de la joven le traía sin cuidado. Pensó que se le pasaría pronto, pero día a día, semana a semana, fue descubriendo que no iba a ser tan fácil.
Se acercaba una fecha que a todos llenaban de paz y de armonía: La Navidad. Charlie había decidido ir a la Madriguera a celebrarlo junto a su familia. No trató de convencer a Hermione para que lo acompañase porque sabía que la joven ya le había expresado su deseo de quedarse en Londres. Pero antes de su marcha a la Madriguera, acudiría a la fiesta que había organizado los padres de Pansy para celebrar sus bodas de plata.
Para Pansy la llegada de ese día era un absoluto alivio. Habían sido unos meses de infarto, de aquí para allá, organizando lo que incluso era imposible organizar y estaba agotada, exhausta y deprimida; sus padres se casaban por segunda vez y ella era incapaz de elegir entre los dos hombres de su vida.
Ir vestida de rosa intenso tampoco mejoraba para nada su mal humor. Odiaba ese color y sin embargo, era el preferido de su madre, por esa razón lo eligió para el vestido de dama de honor. Era bochornoso, al menos el vestido no era tipo coliflor y debía admitir que en eso su madre había sabido elegir mucho mejor.
Todo estaba listo, tal y como la señora Parkinson lo había planeado. Las carpas se levantaban blancas y radiantes sobre el césped que rodeaba a la casa de campo en donde se celebraría las segundas nupcias. Aún no había nevado en Londres, aquel invierno no era tan frío como el de otros años y las nevadas se estaban retrasando, a pesar de que faltaba apenas una semana para Navidad.
Los invitados se sentaban en sillas de madera blancas adornados con lazos rosas dispuestas en dos grupos divididos por una alfombra roja. Hermione se hallaba sentada junto a Charlie, ambos acudían al enlace como invitados de Pansy. En una esquina se encontraba Theo, con cara de pocos amigos, no le apetecía nada estar allí, pero su familia y la de Pansy eran amigos, de esos de toda la vida, al igual que la familia de Blaise que se encontraba sentado junto a sus padres en el lado opuesto a los Nott. Theo miraba con rabia a su contrincante; su animadversión hacia él había aumentado más, si es que eso era posible, desde que supo unas semanas atrás que, tras la marcha de Draco del bufete de su padre, Lucius Malfoy había vuelto a contratar Blaise para llevar el caso de la defensa de Goyle. Ahora, Draco y Blaise se verían las caras como enemigos en el juicio que estaba a punto de celebrarse.
Se escuchó la afamada marcha nupcial de Mendelsshon y los asistentes se giraron para poder contemplar a la dichosa señora Parkinson y su paso elegante y parsimonioso por la alfombra. Detrás de ella iba Pansy, miró hacia un lado y vio a Blaise, miró hacia el lado contrario y se encontró con los hermosos ojos de Nott. Suspiró y decidió que lo mejor para todos era que mirase hacia delante.
La ceremonia fue corta pero intensa y pronto, todos estuvieron degustando los deliciosos manjares que servía el prestigioso catering que los Parkinson había contratado. Fue entonces cuando Hermione vio por primera vez aquella noche a Draco. Había llegado tarde y en consecuencia, se había perdido la boda, cosa que parecía tener muy molesta a Astoria, que se sentaba junto a él pero apenas le miraba. Por suerte, Pansy había puesto en sobre aviso a sus padres de la mala relación que su amigo mantenía ahora con Lucius, así que, se aseguraron que no se sentasen en la misma mesa. Fue por esa razón por la cual, Draco y Hermione terminaron compartiendo lugar, junto a sus respectivas parejas y a Nott.
—No puedo creer que hayas llegado tarde, otra vez —volvió a reprenderle Astoria mientras cortaba con delicadeza su filete de pescado marinado.
—Sabes que no me gustan las bodas, no asisto a ninguna —contestó Draco de mala gana.
—Pues espero que a la nuestra si te dignes a aparecer, porque si no, eres hombre muerto, Malfoy.
Hermione lanzó una mirada de desaprobación a Draco, éste prefirió ignorarla y comenzó a comer con la misma desgana con la que hablaba.
—Una mujer con carácter —musitó Charlie con sus azules ojos clavados en la novia de Draco.
Hermione, que había logrado oírlo, preguntó inocentemente.
—¿Quién?
—Ella —contestó su cuñado señalándola con un leve movimiento de cabeza.
—Charlie, no te metas en líos —le advirtió Hermione. El pelirrojo enarcó las cejas varias veces de manera divertida y luego sonrió. Aquello sólo consiguió alarmar aún más a Hermione.
La comida fue pausada y todos disfrutaron de ella, aunque los hombres empezaron a impacientarse cuando sus cuerpos ya pedían alguna que otra copa para animar la velada. Para las mujeres, una boda era un gran acontecimiento, no necesitaban incentivos para gozar de ella. Sus vestidos, sus peinados, aquellos insufribles calzados; ningún trago podría igualar al placer de ser las más bellas y mejor vestidas del lugar. Sin embargo, para los hombres, si no había licor, la fiesta se había acabado. Por ello, festejaron con buen ánimo cuando comenzaron a servirse las copas. Draco y Nott cazaron un par de whiskeys casi al vuelo.
—No sé qué diablos estoy haciendo aquí, viendo la cara de ese idiota —escupió Theo a la vez que le daba un buen sorbo a su bebida.
—Yo no puedo creer que me vaya a enfrentar a él en unos días. Pensé que era mi amigo —se lamentó Draco mirando absorto el hielo que flotaba en el líquido amarillento de su vaso.
Pansy pasó por delante de ellos con su indiscreto vestido rosa intenso, les sonrió pero evitó acercarse.
—Está preciosa —suspiró Nott.
—¿Por qué no hablas con ella?
—Por que no estoy dispuesto a recibir un "todavía no" o simplemente un silencio. Dije que esperaría y lo haré, no sé cuánto tiempo, pero lo haré.
Draco soltó una leve risa.
—Ese es el problema, la estúpida necesidad de estar enamorado. Mírate, sufriendo por una mujer cuando decenas de ellas estarían dispuestas a lo que sea por ser tuyas. Eres un hombre atractivo, Nott, deberías aprovecharte de ello. —Nott no replicó a su amigo y en vez de eso, volvió a sorber de su vaso.
Malfoy miró con desidia en derredor suyo, todos parecían tan felices, sintió un profundo asco, sobre todo cuando sus grises ojos se detuvieron en la figura altanera de su padre. Todos le adulaban y él alardeaba de su popularidad con un despotismo repugnante. Draco sintió nauseas y la necesidad de respirar un aire diferente; decidió salir de la carpa y fumarse un cigarrillo.
Con la copa en la mano caminó por el húmedo césped mientras buscaba cigarrillos sueltos en alguno sus bolsillos. Se detuvo, no podía encontrar ninguno, comenzó a desesperarse, entonces metió la mano en el bolsillo de su camisa y halló el último. No era un fumador habitual, pero cuando le sobrepasaban las cosas, solía encender uno y aspiraba aquella adictiva sustancia sintiendo como casi todo volvía a estar bien, hasta que el cigarrillo se acababa y la realidad caía sobre él con más intensidad que antes.
Se metió el cigarro en la boca y prendió el encendedor, pero entonces sucedió algo completamente inesperado. El pitillo se desprendió de sus labios y cayó al césped quedando empapado al instante. Draco abrió tanto los ojos que creyó que se le saldrían de las órbitas.
—¡¿Quién demonios…?!
—Yo, he sido yo, no deberías matarte de esa forma.
Draco se giró con brusquedad y ante sus ojos apareció Hermione, envuelta en un vestido de color violeta y con aquel cabello indomable recogido en un elegante moño.
—Nadie me dice qué debo hacer y mucho menos tú.
—Fumar no soluciona nada, ni beber, tampoco tener como amante a la hermana de tu novia… ¿Por qué haces esto? ¿Por qué te complicas tanto la vida?
Draco rio estrepitosamente más, inmediatamente, su gesto se volvió tosco de nuevo, y acercándose a ella, espetó.
—Llevas días sin dirigirme la palabra y ahora, de pronto ¿te intereso?
—Tú no me interesas para nada —contestó Hermione elevando el mentón desafiante.
—Fumar, beber y… tú ya me entiendes, me evade, me ayuda a sobrellevar las cosas.
—Eres un cobarde, Draco Malfoy. Lo sospechaba pero cada día que pasa me lo confirmas.
Draco frunció el ceño, lanzó el vaso contra el césped y caminó hacia Hermione con decisión.
—¡Ya está bien! Estoy cansado de que andes juzgándome a cada momento, ¿quieres que te diga cómo eres tú? Pues bien, eres una maldita sabelotodo, empeñada en fastidiarme la vida desde que apareciste en ella. ¿Sabes cual tu problema, Granger? Que llevas demasiado tiempo sin saber lo que es sentir a un hombre, si es que alguna vez lo has sabido.
Fue rápido, tanto que Draco no pudo esquivarlo y los cinco dedos de Hermione quedaron impresos en su pálido rostro cual si fuese la huella de una pintura rupestre. Clavó su mirada en ella con rabia, Hermione mantenía los labios apretados y le dolía la palma de la mano después de haber abofeteado a Draco. El joven, que no estaba dispuesto a dejarse marcar por ninguna mujer, agarró con rudeza las muñecas de Hermione y las colocó detrás de la espalda de la chica. Hermione forcejeó pero eso solo conseguía que su cuerpo se pegase más al de su opresor.
—Suéltame o grito —dijo entre dientes.
—No hasta que te disculpes por haberme puesto una mano encima.
—¿Disculparme? Jamás, nunca consentiré que manches la memoria de Ron.
—¡Ron! ¡Ron! Siempre ese maldito nombre ¿Cuándo dejarás de pensar en él? —mientras decía aquello sus ojos habían comenzado a arder y sus manos quemaban las muñecas de Hermione.
—Nunca —exclamó Hermione moviendo la cabeza de un lado a otro—. Suéltame de una vez, Malfoy, me haces daño.
Pero Draco ya no la escuchaba, los movimientos de la chica, habían liberado aquel hipnotizador aroma a lilas que desprendía su cabello. Paseó sus grises ojos por el rostro enfurecido de Hermione, por sus grandes y expresivos ojos castaños y su nariz casi respingona, se detuvo en los labios fruncidos de la joven, pintados de rosa, brillantes y sumamente apetecibles. En el forcejeo la pequeña manga del vestido de Hermione había resbalado y la piel del hombro de la joven quedaba al descubierto. Draco acercó la nariz a ese trozo de piel y el aroma se intensificó. Hermione dejó de forcejear, el joven le había soltado las muñecas y había colocado las manos sobre la espalda con la rubia cabeza reposando sobre su cuello.
¿La abrazaba? Draco Malfoy estaba abrazándola.
No supo qué hacer, no supo qué decir, únicamente pudo sentir que aquel joven déspota, egocéntrico y malcriado se aferraba a ella como un naufrago se aferra a una tabla en medio del océano. Fue entonces cuando, llevada por un impulso del que estaba segura que se arrepentiría, elevó las manos hacia el cuello de Draco y lo atrajo hacia ella, correspondiendo a ese abrazo, hundiendo las yemas de los dedos en su rubio cabello. Draco exhaló un suspiro tan largo y profundo que a Hermione le temblaron las piernas.
Ninguno de los dos pudo medir exactamente cuánto tiempo duró aquel abrazo. Sólo fueron conscientes realmente de lo que había sucedido, cuando sus cuerpos comenzaron a despegarse y sus miradas se encontraron. Hermione se sonrojó sin poder evitarlo, Draco desendió sus ojos hacia los labios de la joven y entonces, sin pedir permiso, sin pensarlo —porque de haberlo pensado jamás lo habría hecho—, la besó. Hundió sus finos labios en los de Hermione con pausa, como si el tiempo no existiese, como si pudiese pararlo con un solo chasquido de sus dedos. Y le supo a gloria, era diferente a todo lo que había probado antes, tan distinto, tan distinto…
—No.
Volvió a la realidad de golpe. Hermione había retrocedido y negaba enérgicamente con la cabeza de un lado a otro, con los ojos desorbitados.
—No, no estoy preparada. No lo estoy.
Y salió corriendo alejándose de él con tanta rapidez que la perdió de vista en segundos.
Draco se quedó en medio del césped completamente desconcertado ¿Por qué había hecho semejante estupidez? ¿Por qué había conseguido sentirse tan bien cuando abrazaba el cuerpo de aquella mujer? ¿Por qué con ella?
Tuvo miedo, comenzó a inquietarle el extraño cosquilleo que había sentido en el estómago mientras sus labios besaban los de Hermione.
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