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lo correcto es aburrido

Para Hermione, los días pasaron con demasiada rapidez, justo en el momento en que deseaba que las horas y los minutos se dilatasen como nunca antes. Arañar segundos a cada instante del día, era lo que más anhelaba para poder idear la forma de impedir aquel sin sentido que condenaría a la infelicidad a Draco y también a ella. 


Charlie no ayudaba mucho, estaba muy ajetreado con su viaje a Egipto. Se pasaba las jornadas entrando y saliendo de la casa, poniendo al día su pasaporte, aplicándose las pertinentes vacunas para evitar problemas futuros y ultimando los detalles de toda la expedición con sus jefes del Museo de historia natural de Londres. Y cuando se hallaba en la casa, apenas hablaba y se mostraba taciturno y algo tenso. Hermione tenía la sospecha que la actitud reservada del pelirrojo se debía a algo que había hecho para ayudarla con Draco, sin embargo, no se atrevía a preguntar qué era aquello que lo perturbaba, por miedo a su respuesta. 

Pansy y Nott vivían plenamente su recuperada felicidad y se deshacían en gestos de cariño y dedicación el uno por el otro. Ella había recobrado la sonrisa y el brillo en los ojos, él había perdido toda palidez en su rostro, que se veía aún más atractivo y bello que nunca. Hermione no quiso, bajo ningún concepto, enturbiar la anhelada dicha de sus amigos, por esa razón, en presencia de ellos, trataba de sonreír y mostrarse mas animada, aunque en el fondo estuviese absolutamente destrozada. 

Con Charlie casi ausente y teniendo que aparentar buena cara delante de Pansy y Nott, el único hombro sobre el que Hermione podía llorar era el de su gran amiga Luna.

A falta de una semana para las nupcias, Hermione tomaba té en casa de los Scamander. En la habitación estaban los tres, Rolf trataba de arreglar un extraño artilugio creado por él mismo para fertilizar las plantas. Luna acompañaba en el té a Hermione y en también en su silencio. Observando prudentemente como su amiga miraba absorta el interior de la taza. Estaba más opacada que nunca y más pensativa, apenas había dicho un par de palabras desde que llegó a la casa. Luna la conocía demasiado bien y aquel silencio, aquella mirada perdida, significaba que en la mente de Hermione se estaba fraguando algo. De repente, la joven abogada apartó la mirada del té y dejó sus castaños ojos fijos en su amiga.

—Tengo que irme —anunció poniéndose en pie.

—¿Tan pronto?

—Sí, he recordado que debo hacer algo muy importante.

Hermione caminó hacia la salida con Luna pisándole los talones. Antes de que la joven abandonase la casa, su amiga le agarró suavemente por el brazo obligándola a detenerse.

—¿Estás bien? No hagas ninguna locura.

—No pierdo nada con intentarlo —respondió Hermione mientras liberaba su brazo de la frágil mano de Luna y salía de la casa.

Luna resopló a la vez que cerraba lentamente la puerta, pensativa, caminó de nuevo hasta donde se encontraba su marido.

—¿Crees que irá a verlo? —quiso saber Rolf, dejando a un lado, por un momento, el artilugio que manipulaba.

—Espero que no, por su bien, pero creo que es justamente lo que va a hacer.


Estaba cerrada la enorme puerta de metal que permitía el paso a la mansión de los Malfoy. Si se atrevía a llamar, el guarda de seguridad le pediría su nombre y al descubrir que se trataba de ella, él no accedería a verla. Hermione entendió que si quería entrar en aquel lugar, no le quedaba más remedio que esperar a que algún despiste, por parte de un tercero, le permitiese acceder a la mansión. Se quedó muy cerca de la puerta, podía escuchar voces desde allí ¿y si alguno de ellos era Draco? Se aproximó hacia la rendija que había entre las dos hojas de hierro de la puerta pero, únicamente, alcanzó a ver un trocito del jardín verde y esponjoso de los Malfoy. En ese instante, la puerta se movió, alguien salía, Hermione se apresuró a esconderse tras un arbusto que quedaba junto a la puerta y esperó pacientemente a que, en este caso, un coche saliese a través de ella. Agachándose, pasó por el lateral de vehículo, atravesando, sin ser vista, la famosa puerta y escondiéndose en otro arbusto pero, esta vez, dentro de la mansión. La primera parte de su arriesgado y desesperado intento por desbaratar los planes de la boda, estaba cumplida, ahora sólo quedaba llegar hasta él sin que se percatase antes de su presencia. 
Con gran habilidad, escapando de la atención del guarda que custodiaba la cancela, Hermione alcanzó finalmente la enorme puerta de la mansión, ahora únicamente se valdría de su astucia para poder entrar. Se atusó el cabello, que estaba enormemente desordenado, sacudió su ropa y carraspeó mientras tocaba a la campanita para hacer notar su presencia. Inmediatamente, un hombre de mediana edad, alto y delgado abrió la puerta y paseó sus vidriosos ojos por ella.

—¿Desea algo? —inquirió con voz seca.

—Ver al señor Malfoy —respondió Hermione tratando de controlar su ansiedad.

—Especifique, señorita, ¿desea ver al padre o al hijo?

—¿Draco está en la casa? —Se le desató el corazón.

—Afirmativo, y su padre también.

—Deseo hablar con el señor Lucius Malfoy, por favor.

—Muy bien, le anunciaré, ¿podría decirme su nombre si es tan amable?

Hermione se sumió repentinamente en un mutismo absoluto, debía mentir para poder alcanzar sus objetivos.

—Dígale que mi nombre es Ginevra Weasley. Vengo de parte del juez Fudge para entregarle una carta. Pero tengo orden expresa de hacerlo en la propia mano del señor Malfoy.

El mayordomo se apartó un poco de la puerta mientras le indicaba con una mano que pasase. Hermione sintió un profundo alivio cuando se vio dentro de la mansión, la segunda parte, estaba resuelta. Ahora faltaba la más difícil de todas.

—Sígame.

No dudó en hacerlo. Mientras caminaba detrás del mayordomo, Hermione pensó que no había estado bien usar el nombre de su cuñada, pero no tenía tiempo de sopesar qué era o no correcto. Era la primera vez que estaba en aquella casa y le producía curiosidad, por ello, observaba con interés el hogar de Draco; todo era tan frío, austero y lúgubre que entendió, todavía más, la forma de ser del joven abogado. Por suerte durante el trayecto al despacho de Lucius, Hermione no se cruzó con el hijo de este, si eso hubiese ocurrido, su plan se habría ido al traste.

—Espere aquí un momento, voy a avisar al señor.

Cuando cerró la puerta, Hermione sintió un vuelco en el corazón. No sabía como había tomado la decisión de ser ella misma la que tratase de apelar a la conciencia de aquel hombre déspota y despiadado. Temblando de pies a cabeza, paseó un poco por la habitación y, al notar que comenzaba a faltarle el aire, se acercó a la ventana para tomar oxígeno. Entonces lo vio, Draco estaba en el jardín, con los brazos apoyados en una balaustrada de mármol, sujetando entre los dedos un cigarrillo que desprendía ceniza y humo. Miraba absorto la punta incandescente del cigarrillo, Hermione pudo apreciar que bajo sus ojos tenía unas enormes ojeras y que estaba más pálido que de costumbre. Tuvo el irrefrenable deseo de correr hacia él, abrazarlo y besarlo, pero se contuvo, ella no había ido allí para eso, sino para luchar por su felicidad. Draco se llevó el cigarrillo a los labios, aspiró y luego dejó escapar el humo lentamente. En ese instante, Hermione oyó pasos y una voz fría e impersonal, diciendo.

—No conozco a ninguna Weasley, pero veamos qué demonios quiere y que se largue.

La joven se apartó de la ventana y regresó al lugar donde el mayordomo la había dejado —antes de marcharse— justo en el momento en que Lucius Malfoy abrió la puerta, y al verla, su rostro se desencajó.

—Está bien, William, puedes retirarte y que nadie nos moleste.

El sirviente hizo una reverencia y abandonó el despacho cerrando la puerta. Lucius se acercó a Hermione caminando alrededor de ella. La joven notó el galopar de su corazón y como volvía a dificultarse el poder respirar. 

—¿Qué haces aquí? —inquirió Lucius clavando su mirada fría y gris en la muchacha.

—He venido a hablar contigo —contestó Hermione sin titubear, pero sintiendo como le temblaban las piernas.

—¿Quién te ha dado permiso para tutearme? Que hayas sido la zorra de mi hijo no te da derecho a tratarme como a un igual.

Hermione entrecerró los ojos y una oleada de rabia le invadió el corazón.

—Venía a apelar a su conciencia, al amor que creo que debe tenerle a su hijo…

La risa estrepitosa de Lucius la interrumpió. El hombre se alejó de ella y fue a sentarse detrás de su escritorio sin dejar de reír. Hermione notó como la rabia se iba convirtiendo en un profundo odio hacía él. 

—Si tu intención es ablandarme el corazón, estás perdiendo el tiempo, niña. Algunos dicen que carezco de él, así que mejor te vas por donde has venido si no quieres que mis hombres te saquen a la fuerza. No son muy delicados con las damas, te lo advierto.

—¡No es justo! —gritó Hermione, cerrando con fuerza los puños hasta hacerse daño—. No sabe lo infeliz que hace a su propio hijo, ¿acaso es mucho más poderoso aumentar su fortuna que la dicha de Draco?

—No se trata de fortuna, se trata de emparentar con un buen apellido. Se trata del poder, el prestigio y sí, para mí todo eso es más importante que los caprichos de mi hijo.

—Esto no es un capricho, ¿ha hablado usted con él? Draco me ama… y yo a él.

Una nueva carcajada desconcertó a Hermione cuya respiración se había acelerado hasta tal punto que volvía a faltarle el oxígeno.

—Has dejado de tutearme, vas aprendiendo muchacha. ¡Basta ya de estupideces! —Dio un fuerte golpe en la mesa, Hermione se sobresaltó llevándose la mano al pecho—. Escúchame bien, niña tonta, lo que sea que mi hijo y tú tuvieseis se terminó, métete eso en esa cabeza y lárgate.

—No me iré de aquí sin él. Me da igual si atenta contra mi integridad o mi vida, no voy a resignarme a que decida mi futuro o el de su hijo. 

—Te irás, y lo harás sola, por una sencilla razón —Se puso en pie y se acercó a ella, mientras decía—. Un pajarito me ha contado dónde viven tus padres. Sé la dirección exacta de su casa, a que hora abandonan su hogar para ir a sus trabajos ¿Dentistas, no? Estoy enterado de cuando regresan y de que un día a la semana, generalmente los jueves, salen a cenar a un restaurante próximo a su domicilio. ¿Que te parece que de repente alguien trate de asaltarlos camino a ese lugar y la cartera o el bolso no sea lo único que les arrebate? No sé, suele pasar, las ciudades son tan inseguras. Eres una mujer inteligente, Granger, por eso pienso que te irás de esta casa y, después de nuestra charla, no volverás a ver a Draco, es más, ni siquiera pensarás en él.

Hermione se había quedado sin palabras, todos argumentos para defender su felicidad se habían derrumbado en un sólo instante. Cerró los ojos con fuerza, se sintió vencida una vez más, ahora ya no había nada que hacer. No le importaba poner en peligro su propia vida pero jamás haría nada que pudiese perjudicar la de sus padres. Abatida, sin intentarlo más, se dio la vuelta y salió del despacho mientras escuchaba de fondo una nueva carcajada llena de sarcasmo de Lucius Malfoy. 

Una presión casi inhumana golpeaba con fuerza sus sienes, por segunda vez la felicidad se le escapaba de las manos y era incapaz de hacer nada por evitarlo. Arrastraba los pies como si las suelas de sus zapatos estuviesen hechas de plomo y en su interior se había producido un vacío enorme. Saldría de aquel lugar sabiendo que todo había sido inútil. De repente, se detuvo en su camino, alguien había susurrado su nombre. Draco se acercaba a ella con el semblante más pálido que jamás había visto y un miedo atroz reflejado en sus grises ojos. Hermione quiso sonreírle pero apenas tenía fuerzas para hacerlo. El joven la agarró de la mano y juntos salieron de la casa hacia el jardín.
Hermione se dejaba llevar, no sabía hacia donde la llevaba el muchacho, únicamente percibía sus dedos entrelazados con los de él y como el vacío de su interior se iba disipando poco a poco. Draco la arrastró hasta una casita que estaba cerca de la enorme piscina y allí la acorraló contra la pared agarrándola fuertemente de los hombros, mientras le preguntaba ansioso.

—¿Estás bien? ¿Alguien te ha hecho daño? —Ella negó con la cabeza. Draco aflojó la fuerza con la que le aprisionaba los hombros y le agarró las manos con delicadeza—. Entonces, ¿qué haces aquí?

—Quise, traté de apelar a su conciencia…

—¿Has hablado con mi padre? —. Le temblaba la voz.

—No hay nada que hacer Draco, le dije que no me importaba que me hiciese daño, que lo único que quiero es estar a tu lado, pero… —Hermione cerró los ojos y una lágrima brotó de ellos—, sabe todo sobre mis padres y no quiero que les haga nada malo. No quiero que eso ocurra. Abrázame, Draco, abrázame muy fuerte porque siento que no puedo seguir.

Se aferró al cuerpo del joven Malfoy como si su vida dependiese de ese abrazo. Él estaba consternado, le invadía una sensación de temor y satisfacción que era incapaz de describir. Hermione era la mujer más valiente que había conocido. Rodeó con sus brazos el delgado cuerpo de ella mientras susurraba.

—Has sido muy imprudente.

—No quiero resignarme —gimoteó.

Draco separó lentamente su cuerpo del de ella, sujetando con sus frías manos el rostro húmedo de Hermione. Pasó sus dedos por los ojos de la muchacha secando con ellos las saladas lágrimas que no dejaban de brotar y resbalar por sus mejillas. Después acercó sus labios a los de Hermione y la besó, sólo un instante, notando el sabor agridulce de su aliento. 

—Ahora tienes que irte —apremió apartándose de ella.

Hermione se quedó quieta resistiéndose a alejarse de él, su respiración era tan violenta que notaba un dolor inmenso en el pecho. Era hora de comenzar a resignarse, a aceptar la realidad, por muy dura e injusta que fuera. Sus pies se movían igual de pesados que cuando salió del despacho de Lucius, seguían a Draco a través del jardín. El joven de cabello albino intercambió unas palabras con el guarda que custodiaba la entrada a la propiedad de los Malfoy y este dejó pasar a Hermione, que se quedó fuera de los límites de la mansión, viendo como la imagen de Draco se separaba definitivamente de ella. Antes de que desapareciese de su vista, pudo leer de sus labios un doloroso "Te amo", luego, la puerta se cerró y el vacío se apoderó de su interior una vez más.


Astoria observaba enajenada el vestido de novia que colgaba de una percha frente a su cama. Era hermoso, elegante y digno de ella, todo lo que siempre había soñado. Iba a casarse con un joven atractivo, de renombrada familia y rico, aquello para lo que había sido educada. Cualquier mujer en su situación se sentiría plenamente dichosa, sin embargo, ella no era del todo feliz. Llevaba tanto tiempo asumiendo aquel enlace que no le había prestado la atención que requería. En unas horas, Astoria daría el sí quiero a Draco Malfoy y todo habría acabado, o mejor dicho, todo empezaría a partir de ese momento; su vida en común con él, tendría que aprender a convivir con un hombre al que no amaba. Tanto los Malfoy como los Greengrass, esperaban ansiosos para afianzar su fusión, que los recién casados les honrase con un descendiente muy pronto. La intimidad con Draco nunca le había asustado, no le amaba pero el joven era un tipo atractivo no le sería difícil conseguir quedarse embarazada pronto. Cuando se comprometió con él, había recibido besos y caricias de Draco y le habían gustado, pero hacía tanto tiempo de aquellas sensaciones que ahora casi ni las recordaba. Y por más que lo intentaba no podía sacarse de la cabeza su último encuentro con Charlie, aquel beso, el rojo cabello entre sus dedos. Astoria se estremeció de pies a cabeza mientras pasaba sus dedos temblorosos sobre sus labios, que se habían curvado en una sonrisa. Se imaginó entonces que aquel con quién tuviese que compartir sus noches no tendría el cabello rubio albino, sino rojo, como el fuego que desprendía aquella piel blanca y pecosa. Volvió a estremecerse y un sudor frío resbaló por sus sienes. Miró hacia la ventana, había anochecido ya y el cielo estaba alumbrado por una luna enorme y brillante. Deseó con todas sus fuerzas que algo golpeara contra los cristales; una piedrecita, correría entonces hacia la ventana y, tal vez, incluso podría cometer una locura.

—Una locura…

Se puso en pie acercándose al tocador, en el cajoncito aún se encontraba el billete de avión que Charlie le había regalado. Lo agarró apretándolo fuertemente contra su pecho.

—Maldito seas, Charlie Weasley, nunca debiste aparecer en mi vida.

Contempló el billete. Más de una noche, cuando se encontraba sola en la habitación, se le había pasado por la cabeza la imprudente idea de abandonarlo todo y escaparse con aquel pelirrojo aventurero. En más de un sueño, había aparecido él, con su voz susurrante y su atractivo rostro, pidiéndole que lo siguiese al fin del mundo y en ese sueño, en esa ilusión, ella lo dejaba todo por él. 

Regresó a la cama con el billete entre sus manos, en sólo unas horas, ella estaría infelizmente casada con Draco y Charlie surcaría el cielo en busca de una nueva aventura. 


Si hubiese estado sola, Hermione no se habría levantado de la cama aquel día hasta que el sol se hubiese puesto. Era una fecha para olvidar a pesar de que el brillante astro rey lucía radiante, llenando de vida la ciudad. Era el día en que perdería a Draco para siempre, sin que hubiese forma alguna de evitarlo. No obstante, decidió no entregarse a su tragedia y tratar de sobrellevar aquella jornada de la mejor forma posible.
Charlie se marchaba de Londres, su maleta se encontraba junto a la puerta, eran las diez de la mañana y, en apenas dos horas, estaría rumbo a Egipto; llegaba el temido momento de las despedidas.

—No puedo creer que te vayas, Charlie, te echaré mucho de menos —se despidió Pansy dándole un cálido abrazo.

—Ciertamente —secundó Nott alargando la mano para estrechar la del pelirrojo.

—Y yo a vosotros, vine para un par de semanas y finalmente son ya varios meses. Habéis conseguido que mi estancia haya sido muy placentera, gracias amigos.

Pansy y Nott suspiraron orgullosos de ellos mismos y agradecidos por las palabras de Charlie. Tras ellos, Hermione lo miraba con los ojos llorosos, reacia a aceptar que, justo ese mismo día, también perdería a su adorado cuñado. El hombre se acercó a ella y con sus grandes manos le sujetó el rostro, mientras decía.

—Es la segunda vez en mi vida que me despido de ti y te dejo sola y con el corazón destrozado. Creí que podría hacer algo para evitar tu sufrimiento pero aquello que intenté parece que no dio resultado. Lo lamento tanto, cuñada, tanto y créeme que no sólo me siento apenado por ti, también yo tenia mis esperanzas. Me gustaba tanto esa chica.

Hermione entornó los ojos, confundida, más no tuvo tiempo de preguntar nada, Charlie le dio un beso en la frente, se giró, agarró su maleta y se paró frente a la puerta, exclamando.

—Deseadme buen viaje.

—¡Buen viaje, Charlie! —gritaron todos.

—Cuídate mucho —añadió Hermione.

La puerta se cerró dejando un leve silencio que, únicamente la voz de Pansy, interrumpió.

—Creo que deberíamos vestirnos ya. Oh, Hermione me siento tan mal por ti. Me gustaría no tener que asistir a esa farsa pero no puedo evitarlo, ni Nott tampoco.

—Ya habíamos hablado de ello, Pansy. Que vayas o no a la boda no impedirá que se celebre. Gracias de todas formas por tu comprensión. Creo que pasaré todo el día encerrada en mi habitación, no tengo ganas de ver ni hablar con nadie. Pasadlo bien, chicos.
Hermione se alejó de ellos mientras escuchaba la voz de su compañera de piso que afirmaba "Ah, eso sí que no, no pienso divertirme en absoluto".

Faltaban unos minutos para el deseado momento, Lucius se aseguró que su hijo se encontraba en la sacristía de la suntuosa iglesia. El joven, vestido elegantemente con un frac, estaba sentado con la espalda hacia delante y las manos sujetando la cabeza, que le dolía como nunca antes. Lucius sonrió, todo iba a pedir de boca, había saludado a los Greengrass, a ambos, y eso era algo que le extrañó puesto que era inusual que la madre de la novia no estuviese acompañando a su hija hasta el último momento. La pareja argumentó que la joven Astoria deseaba que todos se sorprendieran al verla y que llegaría acompañada de su chofer a la iglesia en menos de quince minutos. 

Todo el templo estaba a rebosar, grandes personalidades de la política y la justicia ocupaban los primero puestos junto a la familia más allegada a los novios. Bellatrix, la tía de Draco, no había dejado su fiel color negro ni siquiera en un acto tan alegre como ese. Narcisa, por el contrario, iba vestida con un elegante color rosado. La dicha y la satisfacción se reflejaban en todos los rostros menos en el de tres personas, Nott, Pansy y Draco. La pareja acababa de llegar y acompañaba a su amigo en aquel duro trance.

—¿Cómo estaba ella?

—¿De veras quieres saberlo, Draco? Mal, desesperada, triste ¿Cómo esperas que esté? —contestó Pansy molesta.

—Yo no tengo la culpa de lo que está sucediendo, si hubiese podido evitarlo lo habría hecho —se defendió.

Pansy se dio cuenta de su error y sus mejillas se colorearon.

—Tienes razón, lo siento, amigo, pero esto es tan injusto.

—Tienes que prepararte, Draco, en cinco minutos tendrás que dirigirte al altar para esperar la llegada de Astoria —le informó Nott sin dejar de mirar su reloj.

Aquellos minutos pasaron veloces, porque Lucius asomó su agrio semblante y espetó.

—¿Estás listo?

—Sabes que no lo estoy —respondió su hijo, fría y sinceramente.

—Entonces sal, no hagas el idiota y da el sí quiero de una maldita vez.

Draco se puso en pie, abatido, ojeroso y pálido caminó por delante de sus amigos y de su padre y se dirigió al altar, donde esperó a la mujer con la que compartiría el resto de su vida y a la que no amaba.

Todos los asistentes, nada más verlo aparecer, se quedaron callados y giraron sus cabezas hacia la puerta principal por donde haría acto de presencia la joven Astoria, hermosa como ninguna otra novia. Hubo murmullos y risillas nerviosas y expectantes. Mas entonces, sucedió algo que nadie esperaba, por la puerta principal entró alguien pero no iba vestido de novia sino con un uniforme y portaba en la mano un sobre de color beige. El señor Greengrass lo reconoció como el chofer que debía traer a su hija a la iglesia.

—Esto es para usted y para el señorito Malfoy, señor —informó el hombre visiblemente turbado mostrando el sobre, y añadió—. La señorita Astoria me pidió que se lo entregase a ambos y que lo leyesen en la intimidad junto con los señores Malfoy.

El rostro del señor Greengrass palideció y el de Draco tomó un poco de color, a la vez que notaba como el corazón se le subía a la garganta.

Un murmullo menos alegre y más escandaloso se hizo eco entre los muros del templo. La señora Greengrass, visiblemente aturdida y avergonzada, se adelantó hablándoles a todos con tono dulce y pausado.

—Mis queridos invitados, ha surgido un pequeño contratiempo, les ruego que no se muevan de sus asientos porque en breve regresaremos, gracias.

El murmullo creció mientras la familia de Draco y la de Astoria se perdían dentro de la sacristía junto con el sacerdote encargado de oficiar el enlace.

—¿Puedes explicarme qué broma de mal gusto es ésta, Greengrass? ¿Dónde demonios está tu hija? —se quejó Lucius ante la mirada censuradora del sacerdote.

—Cálmate, Malfoy, sé lo mismo que tú.

—Pues abre la maldita carta de una vez y veamos que nueva estupidez se le ha ocurrido a tu caprichosa hija —prorrumpió Bellatrix.

La señora Greengrass le dedicó una mirada de profundo rencor, su marido abrió la carta con manos temblorosas y leyó la primera frase, que decía.

"Queridos padres, estimado Draco: 
He dudado tanto si hacer esto, pues siempre he pensado que no estaba bien, que no era lo correcto, pero alguien, que de pronto es muy importante en mi vida, me dijo una vez que lo correcto es aburrido y que hay que dejarse llevar por lo que sentimos. Y es eso lo que voy a hacer, seguir los impulsos de mi corazón.
Lo lamento, lamento terriblemente haceros tanto daño, papá y mamá, pero no puedo casarme con Draco, por una simple e importante razón; no lo amo y él a mí tampoco. Sé que os enfadareis y, que tal vez, no me perdonéis, sin embargo, tengo la esperanza de que podáis recapacitar y, con el paso del tiempo, entender mi motivo para anular todo esto.
Me voy, no os diré adonde por el momento, porque no quiero que nada interfiera en mi destino, pero recibiréis carta mía en cuanto lo crea conveniente. Os quiero, muchísimo y me duele saber que os sentiréis decepcionados por mi culpa. 
En cuanto a ti, Draco, únicamente te deseo que trates de alcanzar tu felicidad tal y como yo lo estoy haciendo ahora mismo. No hay nada que te ate a mi familia, amigo mío.

Tendréis noticias mías,

Astoria".

—¡Trae eso aquí! —espetó Lucius arrancando el papel de las manos del aturdido señor Greengrass. Rápidamente, paseó sus grises ojos por el escrito cerciorándose de que lo que se decía en él era lo que sus incrédulos oídos habían escuchado—. Imagino que esto será una broma.

—¡Oh Dios mío, Dios mío! ¿Adónde fue nuestra hija? —exclamó la señora Greengrass zarandeando el brazo de su esposo.

—No lo sé, no lo entiendo… —murmuraba él con la mirada perdida en el suelo.

—¿Qué no entiende? —prorrumpió Bellatrix—. Su hija ha faltado a su palabra dejando a mi sobrino a las puertas del altar, ¿qué piensa hacer para arreglar esto, Greengrass?

—Lo primero que haré será encontrarla…

—No esperamos menos de usted y supongo que la traerá y la obligará a casarse con mi hijo —exigió Lucius.

—¿Es que acaso no ha escuchado lo que mi marido ha leído? Ella no ama a Draco.

—¿Y desde cuándo eso ha sido un impedimento para que se casen? Lo importante es nuestra fusión. —Los ojos de Lucius llameaban.

—Esa fusión, señor Malfoy, es muy importante tanto para nuestra familia como para la vuestra pero no pienso anteponer ninguno de mis negocios a la felicidad de mi hija y ya oyó, ella no está enamorada de Draco.

—¿Pretenden decirme que no la harán entrar en razón?

—No, Lucius, no lo haremos. Mi marido y yo cometimos el error de perder a una hija y no imaginas cuánto me arrepiento de ello, no cometeremos la misma equivocación con Astoria— sollozó la señora Greengrass.

—Debes empezar a olvidarte de esa fusión, Malfoy —aseveró su marido.

El rostro de Lucius parecía arder en llamas, en un arrebato, dirigió su gris mirada de fuego hacía su único hijo, sin embargo, el joven no estaba allí, confuso preguntó con voz iracunda.

—¿Adónde fue Draco?

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