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el veredicto

A Draco le costaba respirar, andaba deprisa, hacia ningún lado. Le dolía la cabeza y parecía que en cualquier momento iba a estallarle. No quería romper con Hermione, ella había cambiado muchas cosas en su vida, le hacía verlas de manera diferente, le daba sentido a su existencia; no quería terminar todo aquellos que estaba comenzando y que le hacía feliz, pero todo indicaba que debía hacerlo. Su padre nunca lanzaba amenazas si no pensaba cumplirlas, creyó que se enojaría con él, que no querría volver a verlo en su vida y que la relación con su familia quedaría para siempre rota. Sin embargo, Lucius había ido más allá y él no podía permitir que Hermione sufriese ningún daño. 

A las cinco de la tarde, tal y como habían acordado, Draco tocó a la puerta del apartamento de Pansy. Sólo unas horas antes su ánimo habría sido distinto, la alegría, la excitación por volver a verla hubiese embargado cada uno de sus sentidos. Sin embargo en ese instante lo único que abrumaba su corazón era la terrible sensación de que le causaría mucho dolor, aunque ese daño fuese por su bien. 

Fue la misma Hermione la que abrió la puerta, apareciendo delante de sus ojos con una sonrisa tal capaz de iluminar todo a su alrededor. El entusiasmo de la joven terminó por destrozar el corazón de Draco. 

—Has llegado muy temprano —le saludó ella acercándose lentamente a él.

Pudo haberla apartado, en otros tiempos, con otras mujeres habría sido bien sencillo echarlas a un lado, sin embargo, quiso, por última vez, saborear los labios de Hermione antes de sacarla para siempre de su vida. No hubo desesperación en aquel último beso, sólo ternura, tanta que la sonrisa de Hermione era mucho más radiante tras él.

—Tenemos que hablar —dijo Draco con solemnidad. Hermione intuyó que algo no iba bien.

Dejó que el joven pasase por delante de ella y luego cerró la puerta del apartamento. Ambos caminaron en silencio hacia el salón, Draco preguntó.

—¿Estamos solos?

—No, Charlie está en la ducha —contestó Hermione poniéndose un poco nerviosa.

—Mejor así… —musitó, tomó aire y luego habló—. Esta mañana cuando nos despedimos, me marché con una única intención, contarle lo nuestro a mi padre.

Hermione palideció, ahora sí sentía que debía temer lo peor. Draco continuó.

—No sé cómo, o quién, pero se me habían adelantado, él ya lo sabía todo, absolutamente todo. Tenía fotografías tuyas, Hermione, hechas esta misma mañana y me amenazó con hacerte daño si no te dejaba hoy mismo.

—Eso es un farol, Draco, no le habrás hecho caso ¿verdad? —Hermione se acercó a él sujetándole con ambas manos los hombros.

—No es ningún alarde, nena, conozco a mi padre, nunca habla por hablar. No estoy ajeno a la gente de la que se rodea, en la sombra. Le deben favores, hay delincuentes y asesinos en la calle gracias a su astucia para librarlos de la prisión, darían su vida por él si fuese necesario. Acabar contigo le supondría tarea fácil y ni siquiera se mancharía las manos con tu sangre.

Hermione retrocedió unos pasos, tapándose con las manos la boca, tratando de asimilar lo que estaba oyendo.

—Pero, no puede ser, no puede hacernos esto. No podemos dejarlo y ya está. No ha sido fácil para nosotros aceptar lo que sentimos para que ahora se desvanezca en un sólo instante.

—Es tu vida, no pienso ponerla en peligro —expresó Draco tajantemente.

—Vayámonos lejos, no tiene por qué encontrarnos —propuso Hermione y sus ojos volvieron a brillar con intensidad.

Draco dejó entrever una melancólica sonrisa mientras se acercaba a ella. Levantó una mano y con sus dedos largos y fríos le acarició el rostro. Hermione cerró los ojos para disfrutar aun más de aquella caricia que bien podría ser la última.

—Tu determinación ante las cosas es lo que ha conseguido que me enamore de ti. Querría tener tu valor para pensar igual que tú, pero esta vez no, porque esta vez no se trata de ser valiente, Hermione, sino de sentido común. Y mi conciencia me dice que no voy dejar que te pase nada si puedo evitarlo. Y puedo, casándome con Astoria en la fecha prevista. Mi padre me obliga a dejar SIREM también, olvídame, busca cosas en mí, esas que odiaste al principio y revívelas para que no sufras tanto. Sabes que en el fondo sigo siendo un Malfoy, y los Malfoy no somos buenas personas.

Hermione agarró la mano de Draco obligándola a dejarla sobre su rostro, el joven sintió como se le humedecían los dedos. Notó como el corazón se le resquebrajaba en dos al ver las lágrimas de la joven.

—Es la segunda vez en mi vida que voy a perder injustamente lo que amo. Con Ron no tuve otra alternativa que aceptarlo, pero si sigues vivo y en este mundo, ¿cómo diablos quieres que me resigne a no estar contigo?

Draco sujetó con la otra mano el rostro de Hermione obligándola a mirarlo fijamente a los ojos.

—Una vez que me vaya de este apartamento no voy a dejar que te acerques a mí. Quiero que lo entiendas, tu vida depende de eso. No me busques, no me llames, todo intento por vernos será imposible, porque mi padre lo sabrá incluso antes de que lo intentemos. Hermione, nunca he amado a nadie, ni sentido el sufrimiento que supone perder lo que se ama, hasta ahora. Y si pudiese arrancarme el corazón para no sentir este dolor, lo haría. Yo mismo me lo sacaría del pecho. No creas que es fácil para mí pero prefiero llorar nuestra ruptura que tener que visitar tu tumba sabiendo que pude evitarlo y no lo hice.

Sin apartar las manos, Draco acercó el rostro de Hermione al suyo y depositó un beso sobre la frente de la joven. 

—¿Es un adiós? —preguntó ella con voz temblorosa.

Él no contestó, únicamente comenzó a caminar hacia atrás alejándose de ella lentamente, como si no fuese dueño de su cuerpo y este se resistiese a abandonarla en aquel salón, con la cara mojada por las lágrimas. Le sonrió tristemente, se giró y salió del apartamento. 

Cuando Hermione oyó el golpe seco de la puerta su corazón se detuvo y en un impulso trató de salir tras él, la voz de Charlie la detuvo.

—No, no lo hagas.

Sobrecogida, Hermione se giró hacia él. Charlie estaba de pie cubierto únicamente de cintura hacia abajo con una toalla. Las gotas de agua caían de su húmedo y rojizo cabello empapándole los hombros, mantenía el gesto serio y la mandíbula tensa.

—¿Lo has oído todo? —preguntó Hermione. Charlie asintió una sola vez y sin mucha efusividad—. Quise decírtelo…

—Ahora ya no importa ¿no? Tienes que hacerle caso, no era una excusa para dejarte, vi el miedo en sus ojos. 

—Pensarás que estoy loca por haberme enamorado de él.

—Si hay algo irracional en este mundo son los sentimientos, se guían por el corazón y no por el cerebro. No entiendo qué le has visto, pero algo debe haber sino jamás habrías puesto tus ojos en él. No voy a juzgar eso, soy el menos indicado para hacerlo, tampoco cambia el hecho de que no es una persona que me agrade y mucho menos para ti. Ese tipo hablaba en serio, Hermione y debes hacer lo que te ha dicho que hagas.

Hermione suspiró profundamente, como si su vida dependiese de aquella exhalación de aire. Cesó en su empeño de correr tras Draco y, en vez de eso, dejó que su cuerpo se desplomase abatido sobre uno de los sillones.

—Dime, Charlie, tú que siempre has estado ahí, que me has visto feliz y sufriendo, dime si merezco esto ¿qué hice mal? Nunca pensé que me ocurriría, pero lo amo, quiero estar a su lado. El me necesita, me necesita mucho y aunque parezca imposible yo también le necesito. 

Hermione se dejó vencer por la tristeza y comenzó a llorar desesperadamente. Charlie sintió que se le encogía el corazón, aun seguía perplejo por lo que acababa de conocer y, sin embargo, la agonía de Hermione lograba apartar de él aquel enojo contra Draco. Sólo la había visto llorar tan amargamente una vez y fue mientras cubrían de tierra el féretro de Ron. Conmovido, corrió hacia ella, se puso a su lado permitiendo que la cabeza de su cuñada reposase sobre su hombro y así se quedó, junto a ella, soportando por segunda vez su pena.



Las cuarenta y ocho horas de plazo que había dado el juez, se cumplieron. Era un bonito lunes de finales de Febrero, era una rareza que en esa época del año luciese aquel espléndido sol en Londres. Las escasas nubes eran tan blancas que parecían de algodón y los habitantes de la capital británica aprovechaban la cálida luz del ilustre astro para salir a la calle y caminar. Hermione se subió al metro con dirección al edificio donde se encontraban los juzgados. Durante las horas siguientes a su ruptura con Draco no había sabido nada de él, no le había llamado, no trató de ponerse en contacto con el joven. Seguía sus indicaciones tal y como Draco le había impuesto y Charlie le había aconsejado. Sin embargo, que hiciese lo que supuestamente debía no significaba que estuviese convencida de ello. Resignarse a perder a Draco era la última de sus opciones y desde la ruptura, Hermione había pensado mil y una formas de poder ser feliz junto a él, lo negativo era que ninguna de ellas parecía factible.

Cabizbaja, con menos ánimo del que debiera, Hermione entró en la sala donde se daría la resolución final. Draco no se encontraba aún sentado en la mesa, Ernie salió a su encuentro y le saludó con efusividad. Hermione trató de mostrarse emocionada, sin embargo debió aparentarlo muy mal porque Ernie preguntó inmediatamente.

—¿Te encuentras bien, jefa? No tienes buen aspecto, estás muy pálida.

—Todo va bien Ernie, no te preocupes.

El joven se encogió de hombros y fue a sentarse a su lugar. Detrás, separados por dos filas, Lavender Brown no apartaba sus ojos del joven abogado y cuando él se giraba para devolverle le mirada, ella se sonrojaba y lanzaba un inaudible y profundo suspiro.

La sala fue llenándose poco a poco, el jurado ocupó su tarima y, justo un momento antes de la entrada de juez, Draco hizo acto de presencia ataviado con su túnica negra que hacía resaltar aún más la tez pálida y el cabello albino. Tomó asiento junto a Hermione que sintió como el corazón le latía con brío sólo con percibir el aroma de aquel hombre.

—¿Cómo estás? —susurró Draco sin mirarla.

—Mal —contestó ella tajantemente—. Quiero verte.

—No puede ser, ya lo sabes. No me lo hagas más difícil.

Hermione abrió la boca para replicarle pero el juez habló antes que ella.

—Señoras y señores del jurado, al Doctor Gregory Goyle se le imputa un delito de homicidio premeditado en primer grado, delito por el que, si es declarado culpable, cumplirá una larga condena. Después de todas las pruebas presentadas y del rechazo por parte de su equipo legal a hacer preguntas al testigo más importante de este juicio, me hallo en la habitual situación de pedirles encarecidamente una sentencia, procedan. 

—Señoras y señores del jurado, ¿han llegado a un veredicto en el que estén todos de acuerdo? —preguntó el asistente del juez.

Un hombre de mediana edad, canoso y rechoncho, con los mofletes muy rojos, se puso en pie, era el portavoz del jurado. Carraspeó un poco, tomó aire y luego dijo con voz ronca pero alta y clara.

—Este jurado ha decidido por unanimidad, que el acusado sea declarado…

Podía sentirse la tensión en el ambiente. A Hermione se le paralizó el corazón, Draco apenas podía respirar, Lavender se puso en pie presa de los nervios, Crabbe lanzó una mirada fulminante a Goyle mientras este mantenía la vista clavada en el suelo y Blaise sostuvo con firmeza la esperanza de que los hilos de Lucius Malfoy se hubiesen movido certeramente. El hombre rechoncho carraspeó una vez más y dijo al fin, mientras una gota de sudor frío resbalaba por su sien:

—Culpable.

La sala respiró al unísono, Lavender saltó de alegría y le guiñó un ojo a Ernie que sonreía de oreja a oreja. Blaise dio con el puño cerrado en la mesa, mientras Flint farfullaba alguna maldición por lo bajo. El juez sonrió al jurado satisfecho con el veredicto emitido. Crabbe pudo escuchar la condena imputada a Goyle en la voz imperturbable del juez y después observó como lo sacaban de la sala esposado ante las miradas curiosas de los presentes. 
Hermione estaba completamente satisfecha con el resultado con el que pondrían fin a aquel caso, sintió la necesidad absoluta de abrazar a Draco, sin embargo, el joven se mantuvo sentado en su lugar mientras recogía sus cosas, con una sonrisa de merecido triunfo aflorando en sus labios.

—Buen trabajo, enhorabuena, Malfoy —felicitó Hermione extendiendo la mano hacia él.

El muchacho la miró traspasándola con sus fríos ojos pero mostrando una cálida sonrisa mientras le apretaba con fuerza la mano, diciendo.

—Igualmente, Granger.

Dejaron unidas sus manos unos instantes más, de los ojos de Draco se apartó esa sensación de frialdad y Hermione pudo ver de nuevo tras ellos al hombre del que se había enamorado. Fue ella la primera en apartar la mano de la de él. La joven terminó de recoger todas sus cosas y se marchó de la sala. Draco permaneció de pie, observándola, cerrando con fuerza el puño de la mano con la que había estrechado la de Hermione. Cuando ella desapareció de delante de sus ojos metió el puño cerrado en su bolsillo, agarró el maletín y tras intercambiar unas palabras de felicitación con Ernie y con Vincent Crabbe, se marchó, ante las miradas de rencor de Blaise Zabini y Marcus Flint.

Ernie Macmillan se despidió de Crabbe con un apretón de manos y después comenzó a caminar rápidamente por el pasillo, alargando el cuello mientras paseaba la mirada por cada una de las personas que iba encontrando a su paso hasta que, finalmente, halló a la única que realmente le interesaba de todas ellas. Lavender Brown se encontraba sentada en uno de los bancos de la galería, ella también parecía buscar a alguien con la mirada mientras jugueteaba nerviosa con uno de los mechones de su cabello. Ernie aminoró el ritmo frenético de sus pasos, tomó aire y pronto se encontró frente a ella.

—Has salido pronto de la sala —observó.

—Me ahogaba allí dentro. Todo salió bien, me alegro tanto —dijo ella con entusiasmo poniéndose en pie.

—Como debe ser, la justicia debe triunfar al final.

Se sonrieron y ambos notaron un incremento de velocidad en los latidos de sus corazones. Ernie carraspeó un poco para que su voz se oyese con claridad al decir.

—El malo va camino de la cárcel, los buenos hemos vencido, la victima ha sido vengada y yo finalmente puedo pedirte una cita ¿Qué me dices?

Lavender rio y comenzó a caminar hacia la salida. Ernie frunció el entrecejo, se mordió el labio mientras la seguía.

—Por lo pronto podrías invitarme a un café.

—Por supuesto —afirmó él—. ¿Y la cita?

—Hablaremos de ello mientras nos tomamos ese café.

Ernie sonrió notando como el corazón se le aceleraba aún con más brío. Antes de abandonar el edificio de los juzgados, Lavender agarró la mano del joven y ambos dejaron atrás el lugar.



Draco se subió al coche, aún llevaba el puño cerrado por una razón. Cuando Hermione le estrechó la mano a modo de despedida noto como la joven dejaba algo dentro de ella. Era un pequeño papel bien doblado, Draco dudó si abrirlo o no. Si ella le confirmaba su resignación a olvidarlo el desasosiego le mataría a pesar de que era eso lo que debía hacer. Dejó su maletín en el asiento del copiloto y armándose de valor abrió la pequeña nota de Hermione; era una única frase que decía:

"No estoy dispuesta a olvidarme de ti"

Draco sonrió dejando escapar un desesperado suspiro, egoístamente se sintió feliz al saber que ella se negaba a aceptar tan pronto aquella involuntaria ruptura. Hermione era una mujer prudente, no pondría su vida o la de él en peligro pero tampoco se resignaría a olvidarse de él por una imposición. Tuvo la imperiosa necesidad de verla, abrazarla, de decirle —aunque ni él mismo lo creyese— que todo saldría bien y que tarde o temprano volverían a estar juntos. Más sabía que no debía hacer eso, por esa razón y sin saber muy bien qué le impulso a ello, Draco guardó la nota de Hermione en el bolsillo de su camisa y luego puso rumbo a la mansión de los Greengrass.



Hermione abrió con desgana la puerta del apartamento de Pansy, antes, había realizado una llamada a SIREM para comunicar el favorable fallo del jurado y la decisión de Draco de abandonar el bufete por imposición de su ridículo padre. Nott fue el primero en abordarla con preguntas.

—¿Qué pasó? ¿Ganasteis? ¿Aplastasteis al idiota de Lucius?

Hermione asintió moviendo la cabeza tratando de parecer entusiasmada. 

—¡Oh! Es fantástico, Hermione, enhorabuena —le felicitó Pansy dejando sobre la mejilla de la joven abogada un beso.

—Es una buena lección para esa rata de Malfoy, aunque dudo que él se lo tome de esa forma. —La sonrisa de Nott fue tan intensa que pareció iluminar toda la habitación—. ¡Cuánto daría por ver su cara en ese instante!

Soltó una carcajada mientras Charlie lo apartaba un poco para abrirse paso hasta Hermione.

—Enhorabuena, cuñada. Imagino que tanto tú como Malfoy estaréis satisfechos con el resultado.

—Mucho, era un caso fácil pero un rival difícil y la justicia una vez más se ha abierto paso.

—Sin embargo no pareces muy contenta —observó el pelirrojo. Pansy y Theo, que hablaban entre sí, se quedaron muy callados.

—Estoy feliz, de veras, me alegro mucho que ese malnacido esté ahora entre rejas. Pero no puedo evitar pensar en cómo habría sido este día si Draco y yo no hubiésemos tenido que separarnos.

Pansy bufó mientras cruzaba los brazos sobre el pecho, desde que supo la noticia de la separación de sus amigos, estaba enfadada, con Lucius y con Draco, a pesar de entender los motivos de este para dejar a Hermione no podía evitar estar disgustada con su falta de carácter.

—Tengo una noticia que darte, pero no creo que te alegre —anunció Charlie.

—Entonces no me digas nada.

—El museo quiere que me vaya a El Cairo dentro de un mes. Empieza una nueva excavación y desean que sea yo quién la dirija, no sé cuanto tiempo estaré en Egipto.

—Oh, Charlie, tú también me abandonas —exclamó Hermione dejándose caer abatida en el sofá.

—Nosotros no pensamos movernos de Londres —se apresuró a afirmar Pansy.

Hermione le sonrió, agradeciéndole el gesto y luego volvió a su conversación con Charlie.

—Suponía que tarde o temprano volverías a irte pero trataba de no pensar en eso, me alegra que te hayas quedado todo este tiempo conmigo, me hizo mucho bien tenerte a mi lado.

—Bueno, aún nos queda algunos días, pasaré una semana en Ottery dentro de este mes para despedirme de los míos pero regresaré antes de irme a Egipto. No quiero marcharme sabiendo que te dejo aquí tan triste, tal vez yo pueda hacer algo para remediarlo —Las últimas palabras las pronunció como si estuviese pensando en voz alta, eso no impidió que Hermione pudiese oírlas.

—¿Tú? ¿Qué piensas hacer? Por el amor de Dios, Charlie, no te metas en líos. 

—¿Cuándo me he metido yo en líos? 

Hermione torció el gesto, Charlie sonrió y añadió.

—Sé lo que hago, hay que agotar el último cartucho, cuñada. Si sale bien, ese despropósito de hombre y tú podréis volver a estar juntos. —El pelirrojo se puso en pie, miró a Hermione sonriéndole nuevamente y luego añadió—. Me voy, tengo una cita.



Astoria apareció bajo el umbral de la puerta del enorme salón de la mansión Greengrass. Su larga cabellera oscura estaba recogida en dos trenzas que le daba un aire mucho más infantil a su rostro aniñado. Colocó las manos en la cintura mientras fulminaba a Draco con sus claros ojos.

—Me quedé de piedra cuando mi sirvienta me anunció tu llegada. Creí que te habías olvidado de mí, ¿o es que quieres algo?

—Necesitaba verte.

—¿A mí? ¿Desde cuando me necesitas? —inquirió Astoria irónicamente mientras se acercaba a él y se sentaba a su lado.

—Hemos ganado, Crabbe ha sido declarado inocente de todo cargo y Goyle está entre rejas.

Los ojos de Astoria se abrieron de par en par y una sonrisa afloró en sus labios.

—Me alegro mucho, Draco, aunque imagino que tu padre estará muy alterado con su fracaso. Le has vencido, ¿cómo te sientes?

—Supongo que bien. No lo sé, debería sentirme muy feliz pero no lo estoy —respondió Draco con sinceridad.

—¿Feliz? ¿Acaso alguna vez has sabido qué es estar o ser feliz? ¿Lo ha sido alguna vez, Draco?

La pregunta de Astoria tenía una respuesta, una única respuesta "sí" y su felicidad tenía forma y nombre de mujer. En vez de contestar y tener que dar explicaciones que no debía dar, Draco contestó con otra pregunta.

—¿Y tú, has sido feliz?

Astoria se quedó en silencio, su infancia había sido buena y su adolescencia trascurrió sin ninguna preocupación e iba a casarse pronto consiguiendo que su padres se sintiese orgullosa de ella.

—Creo que sí —contestó dubitativa.

—¿Crees? Entonces no lo has sido, Astoria —afirmó Draco con contundencia—. Cuando eres feliz simplemente lo sabes.

La joven bajó la mirada al suelo, Draco se percató entonces de algo que brillaba en el cuello de ella.

—¿Qué absurdo símbolo es ese?

Astoria se llevó la mano al triskel que decoraba su garganta. Para no dar explicaciones ni tener que mentirle, la joven ignoró la pregunta regresando a la conversación anterior.

—Todas estas preguntas sobre la felicidad es por lo de la boda, falta apenas un mes y por eso estamos hablando de esto ¿verdad?

—Tal vez.

—Tú y yo nos conocemos desde niños, somos amigos y seremos felices, a nuestra forma pero lo seremos —aseveró la joven mostrando una sonrisa infantil en su hermoso rostro.

—Será mejor que me vaya, estoy cansado y han sido unos días difíciles por el juicio y otras muchas cosas. Dile a tu padre que estuve aquí para que deje de molestar al mío.

—Se preocupa por mí, Draco, no lo juzgues —respondió Astoria con voz seca.

—Si se preocupase por ti, no te empujaría a esta boda absurda. 

Pasó por delante de ella, depositando un beso sobre su mejilla y luego se marchó. 

Astoria salió cabizbaja del salón, Draco debía estar exultante por haber vencido a su padre, por ser el primero en hacerlo y, sin embargo, parecía mas melancólico y enfadado consigo mismo que nunca. Subió a su habitación y entró en el vestidor, había quedado con algunas amigas que vendrían a tomar té a su casa y debía elegir un vestido apropiado para la visita. Al pasar por delante del espejo en el que se reflejó todo su cuerpo, Astoria vio brillar el pequeño triskel que Charlie le había regalado. Pensó en el significado de aquel simbolo y en el rostro del pelirrojo mientras se lo entregaba. 

—Felicidad —musitó la joven pasando los dedos por el colgante, luego se lo quitó y lo dejó dentro de un pequeño joyero—. Draco tiene razón, eso se sabe y yo sé que nunca he sido realmente feliz.

De repente oyó algo chocar contra el cristal de su ventana y su corazón dio un vuelco dentro de su pecho tan brusco que incluso le produjo un fuerte dolor.

—¡Charlie!

Corrió hacia la ventana y no pudo evitar que su rostro reflejase la agradable sorpresa que la presencia del pelirrojo le producía. Él pudo notarlo y por ello mediante un gesto de la cabeza le invito a bajar a su lado. Astoria paseó la mirada por los alrededores, sabía que nadie estaba en la casa, Draco acababa de marcharse y sus padres se encontraban en la ciudad ultimando algunos detalles de sus trajes para la boda. No había nada que le impulsara a negarse a bajar salvo su propia conciencia.

—¿Por qué has vuelto? Sabes que no debes estar aquí.

—Esta vez no pienso amenazarte con llamar a tu puerta para que me abran, no serviría de nada. Sé que no hay nadie contigo, incluso he visto salir al desteñido de tu falso novio hace unos minutos. Pero si no bajas tal vez no vuelvas ha verme nunca más, he venido a despedirme de ti —le informó Charlie tornando serio su siempre jubiloso rostro lleno de pecas—. Voy a esperarte junto al sauce de la otra vez, pero sólo cinco minutos, si no llegas me iré.

Charlie se giró y caminó hacia el inmenso jardín perdiéndose en él. Astoria estaba desconcertada, ¿qué había querido decir con despedirse de ella? No debería afectarle el hecho de que Charlie quisiese desaparecer de su vida porque nunca debió entrar en ella. 

—¡Maldita sea! —exclamó mientras abandonaba como un rayo la habitación.

Cuando llegó al lugar donde el hombre le esperaba, lo halló de espaldas, en el suelo había extendido un mantel de cuadros rojos y sobre él una pequeña cesta de mimbre con viandas.

—¿Un picnic?

Charlie se giró hacia ella, la sonrisa cruzaba todo su rostro. Eso enfureció a Astoria ya que sabía que la mueca tenía cierto aire de triunfo que le exasperaba.

—Nunca hemos tenido una cita, porque tú no has querido, así que ésta será nuestra primera y última cita, siempre que tú quieras.

—¿Has organizado una merienda en mi jardín?

—Ya lo ves, hay fruta, queso y una botella de vino.

—Estás absolutamente loco, nos van a descubrir —advirtió Astoria invadida por una sensación de bienestar que no sabía describir.

—No lo harán, he esperado a que estuvieses sola para hacer esto —explicó Charlie mientras se acercaba a ella y le agarraba una mano obligándola a sentarse sobre el mantel.

Astoria no se resistió, Charlie sacó de la cesta de mimbre dos copas y tras abrir el corcho de la botella de vino, vertió un poco del líquido en ellas.

—Brindemos.

—¿Por qué?

—Por la vida, por los cambios, por la felicidad, por nosotros —dijo él alzando la copa.

—¿Por nosotros? —inquirió Astoria enarcando una ceja.

—¿Por qué no?

La joven sonrió mientras alzaba también su copa haciéndola chocar contra la de él.

—Por qué no.

Ambos bebieron unos sorbos de sus respectivas copas, luego Charlie sacó un poco de queso y fruta. Astoria mordisqueó una manzana mientras observaba como el pelirrojo colocaba unos trozos de queso sobre un enorme pedazo de pan y le propinaba un impresionante mordisco que acabó con casi todo el bocadillo de golpe. 

—¡Cielo santo! Vas a atragantarte.

Charlie sonrió y siguió masticando hasta que acabó con el resto del bocadillo. Luego se produjo un silencio entre ambos, hasta que Astoria invadida por la curiosidad y el temor lo rompió con una pregunta.

—¿Por qué has venido a despedirte? ¿Es que acaso te vas de Londres?

—Así es, mis jefes me envían a Egipto por tiempo indefinido. Han descubierto una nueva tumba faraónica, es un gran hallazgo y quieren que esté al mando de la excavación.

Astoria notó algo extraño en su interior al escuchar las palabras del pelirrojo, como si de repente su corazón se hiciese diminuto y dejase de latir. 

—¿Y cuándo te vas?

—En un mes, más o menos. 

—Un mes… —susurró Astoria, dejando a un lado la manzana mordisqueada—. Justo el tiempo que falta para mi boda.

—Es una paradoja, ambos estaremos emprendiendo una nueva aventura. Yo subiré a un avión mientras tú das el "sí, quiero" a ese delgaducho de Malfoy. A no ser que…

—A no ser que ¿Qué?

—A no ser que justamente dentro de un mes no te cases y estés volando en ese avión conmigo, rumbo a El Cairo.

Astoria se puso en pie aturdida, ¿qué estaba proponiéndole aquel insensato hombre? Charlie la imitó y se levantó del suelo mientras sacaba algo del bolsillo de su abrigo mostrándoselo a la joven.

—Son dos billetes de avión, uno es para mí, lo usaré con certeza. El otro es tuyo y me gustaría que también lo usases.

—¿Quieres que me vaya contigo a Egipto? ¿Pretendes que abandone todo lo que tengo? —El desconcierto de la joven aumentaba a cada palabra de aquel hombre de cabello rojo.

—Sí.

—¿Sabes lo que me estás pidiendo?

—Te pido que seas egoísta y pienses en ti, que seas feliz por una vez en tu vida y de paso me hagas feliz a mí también. Te dije que me gustabas, que me gustabas mucho, Astoria, pero sé que hay algo mas, quiero enseñarte el mundo, mostrarte como es la vida lejos de los lujos de estas cuatro paredes. Quiero que la veas de verdad, que disfrutes de ella y quiero que lo hagas junto a mí.

Astoria dio un par de pasos hacia atrás sin apartar la mirada de los dos billetes que Charlie sostenía en su mano firme y fuerte. 

—No puedo hacer eso.

—No se trata de si puedes o no hacerlo, se trata de si quieres y puedo intuir que quieres, únicamente falta que tengas el valor suficiente para tomar la decisión de hacerlo.

Mientras hablaba, Charlie se había ido acercando paulatinamente a la temblorosa joven, rodeó con la mano en la que no portaba los billetes la cintura de Astoria y acercó su boca a la oreja de ella, susurrándole.

—No voy a convencerte, es tu decisión, yo sólo te doy una opción para acabar con la mentira y para que trates de buscar la felicidad. No te prometo que puedas ser feliz a mi lado, mi vida no es fácil, es sacrificada y dura, en tierras complicadas, por eso no puedo convencerte para que me sigas. Lo que puedo prometerte es que haré todo lo posible para que no te arrepientas nunca de tomar la decisión de estar a mi lado. Puede salir bien, puede salir mal, eso nunca lo sabremos si no lo intentamos.

Las palabras de Charlie fueron como una caricia en el oído de Astoria, lentamente el pelirrojo se apartó y quedó frente a la muchacha sin retirar su mano de la cintura de ella. Astoria sintió como su cuerpo sufría una enorme sacudida, percibió como los ojos azules de Charlie podían leer dentro de su mente. Paseó la mirada por aquellos inquietantes y hermosos ojos, por su nariz salpicada por innumerables pecas, por su boca perfecta, entreabierta y sensual. 

—Tienes para meditarlo un mes, con todos sus días, con sus horas. Cuando me vaya no sabré cuando regresaré y si lo haré algún día. Y tal vez, a mi regreso, esto que siento ahora ya no sea lo mismo. La oportunidades hay cazarlas al vuelo, Astoria, porque no puedo prometerte mas allá que lo que soy y tengo ahora.

Puso el billete de avión en su mano, sin separarse de ella ni un solo centímetro. Luego volvió a mirarle a los ojos y, entonces, acercó el cuerpo de la muchacha al suyo usando la mano que aún seguía sobre la cintura de ella. Astoria notó la respiración acelerada y cálida de Charlie sobre la piel de sus labios. Cerró los ojos, dispuesta a dejarse llevar y sucedió aquello que el pelirrojo probablemente había leído en su mente. Un beso, Astoria se moría por sentir los labios de Charlie sobre los suyos, aunque sólo fuese una vez en la vida, y aquella emoción era mucho mejor de la que había imaginado. Sin soltar el billete, elevó las manos hacia el cabello rojo de Charlie y enredó sus dedos en él. Era tan suave, tan agradable aquella sensación de estar entre sus brazos que hubiese querido detener el tiempo y sus pensamientos en ese único instante. Sin embargo, fue Charlie quién se apartó de ella, Astoria sintió un extraño frío cuando los labios del pelirrojo dejaron de bailar sobre los suyos.

—Te esperaré hasta el último segundo antes de subir a ese avión pero una vez que suba, si no estás, no volveré a esperarte.

Charlie le regaló una sonrisa antes de alejarse lentamente de ella. Astoria lo siguió con la mirada hasta que no quedó de él ni un solo destello de su rojo cabello. Luego desvió sus ojos hacia el billete de avión y al hacerlo se dio cuenta de la hora que marcaba su reloj. Lo que menos le apetecía en ese instante era estar rodeada de los chismes superficiales de su grupo de amigas. No obstante, ya era demasiado tarde para anular la visita, estarían en su salón en menos de diez minutos. 

La joven subió rápidamente a la habitación, se puso el primer vestido que encontró y oyó como las primeras de sus amigas en llegar ya chismorreaban en el salón. Se atusó el cabello con el cepillo que dejó sobre su tocador y, entonces, vio de nuevo el billete que Charlie le había regalado. Suspiró apesadumbrada mientras guardaba el boleto en el cajón tratando de olvidarlo.

En el salón, Astoria, como buena anfitriona, sirvió el té a sus amigas que comenzaron a hablar sobre la proximidad de la boda, de Draco y su triunfo ante su padre —que ya era la comidilla de toda la alta sociedad de Londres— y de qué vestidos llevarían cada una a la celebración. Astoria las escuchaba muy bajito, como si estuvieses a kilómetros de distancia, asentía de manera autónoma, sin aspavientos. Su cuerpo estaba en aquel salón, rodeado de sus inoportunas amigas pero su mente y su corazón se habían quedado perdidos en el jardín, bajo el sauce llorón, frente a la mirada azul de aquel hombre pelirrojo. Si Draco volviese a preguntarle si alguna vez se había sentido feliz, ella ya creía tener un respuesta a esa pregunta, la felicidad se encontraba en los cálidos labios de Charlie Weasley.

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