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el encendedor

Luna entró con mucha determinación en la clínica de fertilización del doctor Gregory Goyle. Su marido lo hizo un poco más reticente. Eso de que Hermione les pidiese que robasen sin darles ningún tipo de explicación sobre por qué debían hacerlo, le traía muy mosqueado ¿Y si aquel tipo al que iban a robar era peligroso? ¿Y si se metían en un lío? Pero parecía que solo él pensaba en esa posibilidad porque su esposa se había tomado aquella misión muy enserio. Durante unos días, Hermione se había reunido con ellos y les había ido dando instrucciones sobre qué debían hacer o qué debían decir. Finalmente, ella tenían un plan, y ellos lo ejecutarían, pero, ¿por qué? ¿para qué? No lo sabían, Hermione se olvidó de explicarles esa parte, o más bien, no entró en detalles. 
Luna pasó su brazo por el de Rolf cuando traspasaron la puerta de cristal del edificio, y caminaron de esa guisa hacia el mostrador que estaba en el centro del enorme recibidor. Luna carraspeó, la joven del mostrador alzó la vista e inmediatamente sonrió.

—Buenos días, ¿puedo ayudarles en algo?

—Pues verá —comenzó a decir Luna dándose un aíre de importancia en la voz que impresionó a Rolf—. Tenemos cita con el doctor Goyle.

—Sus nombres, por favor.

—Rolf y Luna Scamander.

La joven miró hacia la pantalla de su ordenador, tecleó con rapidez y después, recuperando la sonrisa, añadió.

—En efecto, tienen ustedes cita en unos minutos. Por favor pasen a la sala de espera, serán atendidos por el doctor en breve.

Les señaló el lugar exacto hacia donde debían ir, Luna y Rolf se despidieron de la joven con una sonrisa y se encaminaron hacia la sala de espera.
No había nadie allí. Luna tomó asiento, pero Rolf se mantuvo de pie. La joven paseó sus azules ojos por el lugar. Era una sala amplia, pintada con tonos pastel muy agradables. Los asientos eran cómodos, y las paredes estaban decoradas con ecografías en tres dimensiones de los futuros bebés. A Luna se le encogió el corazón mientras miraba a su marido que parecía muy incómodo con esa situación. Y ella lo entendía, comprendía que aquel lugar pusiese de los nervios a Rolf. Llevaban casados más de seis años, y la mitad de ellos lo habían pasado tratando de traer un hijo al mundo, pero todos sus intentos habían sido en vano. Luna sabía cuánto deseaba Rolf ser padre, y ella ansiaba de la misma forma ser madre. Pero aún no se les había concedido aquella dicha. En ocasiones hablaban sobre ello, y llegaban a la conclusión de que tal vez lo mejor era averiguar por qué eran incapaces de quedar embarazados, acudir a un especialista que les diese una solución, pero luego, enfriaban el tema y lo dejaban pasar. Nadie sabía de aquello, ni siquiera Hermione, porque ellos no habían dicho nunca nada. 

—Siéntate, Rolf.

—No, no quiero, estoy mucho mejor de pie.

Ella no insistió porque sabía que era tiempo perdido. Apenas estuvieron unos quince minutos desde su llegada cuando una enfermera irrumpió en la sala, en la que únicamente continuaban ellos dos.

—Acompáñenme por favor, el doctor les está esperando.

Luna pudo escuchar con claridad el gruñido de su esposo, mas fingió no darle importancia y se limitó a seguir a la enfermera. Ésta les condujo a través de un pasillo muy bien iluminado, y al fondo, estaba la consulta del doctor Goyle. Cuando entraron, el facultativo no se encontraba allí. La enfermera les entregó un formulario y un bolígrafo, y después, acompañada de una sonrisa amable, salió de la habitación.

—¿Qué diablos es eso? —inquirió Rolf mirando con aversión hacia la hoja con las preguntas.

Luna no respondió, únicamente hizo un gesto de resignación con la cabeza, respiró hondo y comenzó a rellenar el formulario. Su marido abrió los ojos espantado.

—Pero, ¿qué haces, insensata? No puedes dar nuestros datos.

—¿Por qué no? Rolf, estamos aquí para llevarnos un objeto de la consulta de este tipo, pero él no tiene por qué saber que hemos sido nosotros. Imagina cuanta gente entra aquí diariamente.

—No me parece Luna, no me gusta… no me gusta este plan ni un pelo —protestó Rolf poniéndose en pie con intención de marcharse.

—¿Crees que si fuese peligroso Hermione nos lo hubiese pedido? Si damos nuestros verdaderos datos, nunca sabrá que le hemos engañado.

Luna miró a su esposo con determinación y luego prosiguió con el cuestionario. Rolf se volvió a sentar, haciéndolo con brusquedad y cruzando los brazos a nivel del pecho en señal de disconformidad.

—¡Uy! ¡Vaya! —Luna rió por lo bajo.

—¿Qué pasa? —preguntó él sin cambiar de actitud.

—Este formulario tiene preguntas muy indiscretas… ¿Es satisfactoria nuestra vida sexual?

—¿Hay que contestar a eso? —Luna asintió mostrando una enorme sonrisa y con sus azules ojos muy brillantes. Rolf resopló antes de añadir—. Bueno, al menos no es una pregunta difícil de responder.

Luna escribió unas letras en el papel mientras Rolf, algo receloso, echaba una discreta hojeada. No pudo evitar sonreír cuando leyó "Extremadamente satisfactoria".
Tras unos escasos minutos, Gregory Goyle, acompañado de su enfermera, irrumpieron en la consulta. Luna y Rolf tuvieron intención de ponerse en pie, pero el doctor, con un leve movimiento de mano, los persuadió de hacerlo. Con aquel gesto, Luna pudo ver que en su puño cerrado el doctor llevaba un objeto.

—Buenos días, señores… Scamander —saludó mirando de reojo la ficha que su enfermera había dejado abierta en la pantalla del ordenador.

La pareja respondió al saludo con gentileza. Luna, que había terminado de rellenar el formulario se lo dio a la enfermera. Ésta, con presteza se lo entregó a Goyle. El doctor dejó el objeto que había mantenido en su mano, y que resultó ser un encendedor, encima de la mesa. 

—Así que sus relaciones sexuales son extremadamente satisfactorias, ¿no es así? —inquirió tras echarle una hojeada al cuestionario.

—Absolutamente —se apresuró a contestar Rolf, consiguiendo que su esposa soltase una risita nerviosa pero sin apartar los ojos del encendedor.

—Nada de dolor, nada de malestar…

—Nada de nada, ya lo leyó ¿no? Extremadamente satisfactoria.

La voz de Rolf sonaba firme y contundente, el doctor Goyle frunció el ceño un poco molesto con la interrupción, y luego prosiguió.

—¿Cuánto llevan tratando tener hijos sin éxito?

—Tres años, creo que lo he apuntado ahí —contestó Luna señalando la hoja con las preguntas. Goyle ignoro la observación de la joven y eso enfureció a Rolf.

Tras una nueva hojeada al formulario, Goyle lo dejó a un lado, se echó hacia atrás dejando la espalda completamente apoyada sobre el respaldo de la silla, y entrelazó los dedos de sus manos con aire de importancia, mientras decía.

—En primer lugar, lo que haremos será un estudio de su aparato reproductor señora Scamander a través de un sencillo método, la ecografía, que programaremos para otro día. Mientras tanto su esposo se someterá a la recogida de una muestra para el exhaustivo estudio de su esperma, que podría ser hoy mismo, si lo desean.

—No hay problema, mi esposo estará encantado de colaborar…

—¿Colaborar? ¿Una muestra? ¿Para qué? —Rolf abrió tan ampliamente los ojos que creyó que se le saldrían de las órbitas.

—Para descartar que el problema de infertilidad sea de usted, señor Scamander. Es algo muy sencillo, lo único que tiene que hacer es pasar a una sala y proporcionarnos la muestra —Goyle trataba de ser paciente, y para conseguirlo comenzó a juguetear con el encendedor.

—¿Yo? ¿Tengo que hacerlo yo, solo?

Luna, sin apartar la mirada del objeto que subía y bajaba por los dedos de Goyle, rió por lo bajo, sabía que aquello estaba sobrepasando a su marido.

—Nadie mejor que usted para hacerlo, Señor Scamander. Mi enfermera lo acompañará a la sala, y cuando obtenga la muestra, la deposita en un frasco que ella misma le habrá entregado con anterioridad, y se la da para que lo almacene. No es difícil, seguro que sabe hacerlo perfectamente.

Luna oyó a Rolf gruñir, el tono empleado por el doctor parecía burlesco.

—Señor Scamander, si es tan amable de acompañarme.

Rolf miró a la enfermera aturdido, y Luna pudo observar el terror en sus ojos. Luego desvió la vista hacia ella, parecía suplicarle con la mirada que impidiese eso. Luna le sonrió y, con un leve movimiento de la cabeza, lo invitó a marcharse. El joven cerró los ojos, aspiró aire con fuerza y se puso en pie. Con desdén, siguió a la enfermera por el largo pasillo.

—La mayoría reaccionan de la misma forma, no se preocupe. Mientras tanto, es necesario que rellene y firme estos documentos sobre consentimientos y otras cláusulas legales, será mejor que lo lea.

Goyle señaló hacia unos papeles que la enfermera había dejado bien colocados en el borde de la mesa. Luna se dispuso a rellenarlo y de vez en cuando miraba de soslayo al encendedor que continuaba en las manos del médico. 
El teléfono timbró, Goyle se apresuró a descolgar el auricular, pasando el encendedor a la mano que le quedaba libre sin dejar de juguetear con él. 

—Tengo pacientes… No, ahora no es posible, díselo… Pues si insiste, convéncelo de que no puede ser… —esperó un poco y le regaló una sonrisa a Luna que seguía sin perder de vista el pequeño objeto. Goyle regresó a su conversación telefónica—. No puedo creerlo, está bien, hablaré con él. Pásalo al despacho, estaré allí enseguida.

Y colgó, poniéndose en pie de inmediato.

—Señora Scamander, su esposo aún tardará unos minutos en regresar. Tengo que atender un compromiso ineludible en mi despacho. Supongo que no le importará quedarse sola un instante mientras rellena estos documentos. Si tiene alguna duda, en cuanto regrese no tengo ningún inconveniente en resolvérsela.

—En absoluto, doctor, atienda usted su compromiso —aquellas palabras salían de su garganta sin que sus ojos pudiesen apartarse del encendedor. 

Aquel diminuto artilugio de fuego, tenía impresa las huellas de Goyle en cada parte. Recorrió con la mirada la mesa; los lápices y bolígrafos que estaban en la zona reservada a la enfermera, y que tal vez las huellas de la mujer estarían en ellos y no los de Goyle, no podía arriesgarse a fracasar. Luna se había fijado que en el bolsillo de su bata blanca, llevaba una pluma, con la que probablemente firmaría los documentos. No era algo que él dejase de improviso sobre la mesa y de hacerlo, a Luna nunca se le ocurriría llevársela puesto que tenía toda la pinta de ser bastante costosa. No podía robar el ratón del ordenador, demasiado obvio. Y no convenía que ningún documento saliese de esa habitación. Aquel encendedor era la clave, el objeto que Hermione quería. Durante el instante que estuvo en la mesa, Luna pudo observar que era un objeto de propaganda, en el que venía impreso el nombre, la dirección, y el teléfono de la clínica ¿Qué mejor prueba que aquello? Pero Goyle todavía lo tenía en su mano, y no parecía con intención de soltarlo.
Y efectivamente así fue, Gregory salió de la consulta llevándose consigo el encendedor.
Luna resopló fastidiada, ¿y ahora qué? En la mesa había multitud de cosas, pero ¿Cómo saber cuál de ellas llevaba impresa las huellas de aquel hombre? Se puso en pie, y nerviosa comenzó a rebuscar entre los papeles, los cajones, incluso en la papelera, algo que pudiese servirle, pero nada de lo hallado le convencía. Finalmente volvió a su asiento cuando oyó como se acercaba alguien por el pasillo; Rolf regresaba junto a la enfermera. Llevaba dibujada en el rostro una sospechosa sonrisa de deleite, tomó lugar junto a su esposa.

—¿Qué tal todo? —preguntó.

—Mal —susurró Luna sin apartar la vista de la enfermera—. No he conseguido nada.

Rolf rodó los ojos pero la sonrisa seguía impresa en su semblante.

—¿Y tú, qué tal? —inquirió Luna, observando la satisfacción que expresaba aquella mueca feliz de Rolf.

—No ha estado mal, pero no me pidas que vuelva a hacerle un favor a nadie y menos algo como esto—musitó mirándola fijamente.

—No te quejes, te has llevado la mejor parte.

La puerta del consultorio volvió a abrirse, y esta vez hizo su entrada Goyle. Inmediatamente los ojos de Luna se desviaron hacia las manos del médico y pronto divisaron el pequeño encendedor. Respiró aliviada, todavía existía una esperanza, no todo estaba perdido.

—Señor Scamander, ya regresó, pensé que tardaría usted más.

Aquel comentario borró la sonrisa de Rolf de un plumazo, ¿a qué se refería ese idiota con tardar más? Uno hace lo que tiene que hacer y punto. Rolf pensó que si, definitivamente había que encerrar a alguien entre rejas, aquel estúpido doctor era la persona idónea para ello. 

—¿Qué tal ha ido todo? —preguntó Goyle ajeno a los pensamientos de Rolf.

—No ha estado mal, solo me faltó el cigarrillo de después.

Luna hizo un esfuerzo por tratar de no soltar una carcajada. Rolf no fumaba, nunca como normal general, pero sí era cierto que después de hacer el amor, solía llevarse un cigarrillo a los labios, le daba un par de caladas y luego lo apagaba, quedándose con un gesto bobo dibujado en los labios.

—No está permitido fumar en la clínica —aclaró Goyle sonriéndole. Luego, volvió a mirar los papeles que Luna había rellenado y tras hacer que Rolf firmase a continuación de la rúbrica de su esposa, añadió—. Eso es todo por hoy, analizaremos la muestra de esperma del Señor Scamander y mi enfermera le dará cita para la ecografía. Si no tienen más preguntas, los veré nuevamente en unos días.

Luna abrió los ojos espantada, ¿ya? ¿Eso era todo? No, no podía ser, no podía marcharse de allí sin la prueba que Hermione esperaba. Había confiado en ella, y debía cumplirle.

—Me acompaña, por favor —dijo amablemente la enfermera cuando vio que Luna aún seguía sentada.

No podía creerlo, había fracasado. Toda aquella pantomima y el "esfuerzo" de Rolf, no habían servido para nada. Debía rendirse a los hechos, había fracasado. Apesadumbrada se levantó de su silla y siguió a la enfermera. Goyle los observó sin apartar la sonrisa amable de su rostro, continuaba haciendo bailar aquel encendedor entre sus dedos; se detuvo, miró fijamente aquel aparato de fuego y dijo poniéndose en pie.

—Señor Scamander —Rolf se giró, Luna también. Goyle volvió a mirar el encendedor y añadió—. Para que pueda fumarse su cigarrillo.

Y lanzó el encendedor hacia Rolf que lo atrapó al vuelo. La boca de Luna se abrió formando una O de absoluta sorpresa. El joven miró el aparatito de propaganda y expresó con desdén.

—Gracias.

La enfermera los acompañó hasta que salieron de la consulta, y luego cerró la puerta quedando dentro junto a Goyle. 

—No puedo creerlo, no puedo creerlo —repetía Luna una y otra vez mientras buscaba algo en su bolso. Inmediatamente sacó una bolsita de plástico trasparente y susurró nerviosa—. Mételo aquí Rolf, mete el maldito encendedor en la bolsa… ¡es nuestra prueba! ¡Y la has conseguido tú!

Rolf miró a su esposa confundido pero no vaciló en hacer lo que ella le había indicado. Sobreexcitada, la joven cerró la bolsita con la preciada prueba en su interior, la metió de nuevo en su bolso, y en un arranque de euforia se colgó del cuello de su marido y le estampó un beso, un apasionado y sensual beso. Cuando se separó de él, Rolf mostraba la misma sonrisa boba con la que había aparecido en la consulta unos minutos antes, y dijo con voz aterciopelada.

—Luna, no juegues con fuego, nena, que estoy muy sensible hoy.


Cuando Hermione vio a Luna agitando aquel encendedor dentro de la bolsita trasparente, supo que no se había equivocado al encomendarle aquella misión. Rápidamente, se convocó una reunión de urgencia, en la que estarían Sirius, Remus, Ernie, Hermione y los dos audaces e improvisados detectives.
En el despacho de Sirius, sobre su mesa, descansaba la bolsita con el encendedor en su interior. Remus lo observaba con interés, y luego viraba sus cansados ojos hacia la extraña pareja que había conseguido aquel objeto. 

—¿Están completamente seguros que las huellas de Gregory Goyle se encuentran ahí? —preguntó señalando con ímpetu la bolsita.

—Absolutamente seguros, señor —contestó Luna con rotundidad.

—Las mías también están, Luna —recordó Rolf con timidez. Remus miró ceñudo al joven y éste tragó saliva con dificultad mostrando una sonrisa nerviosa, luego añadió—. Es que ese tipo me lo lanzó y yo lo atrapé al vuelo.

—Ernie, acompaña al señor Scamander y tómale sus huellas digitales —ordenó Sirius con voz grave, pero varió su tono tornándolo más suave cuando vio el rostro azulado de Rolf—. No se preocupes, es para mandarlas a comisaría y que las descarten del objeto; limitándoles solo a que cotejen las que encuentren con las que están impresas en el frasquito de la camarera. Si resulta que esa chica está en lo cierto, esté caso estará casi resuelto.

Rolf acompañó a Ernie mientras los demás se quedaron dentro del despacho. Una vez tomadas las huellas de Scamander, las enviaron junto con el pequeño frasco y el encendedor al laboratorio de la policía científica. Ahora solo le quedaba esperar los resultados, que tardarían unas veinticuatro horas; y eso, tratándose de Sirius, que tenía sus influencias dentro de comisaria.


Hermione acabó aquel día con una sonrisa, estaba segura de que las huellas de Goyle coincidirían con las halladas en el tarrito de cristal, el caso había dado un giro inesperado. Ahora era ella la que estaba abocada al fracaso, aunque de ser ciertas sus sospechas, retirarían su acusación contra Crabbe. Malfoy ganaría irremediablemente el caso, y sin embargo, no se sentía fracasada, se haría justicia, y eso era lo que realmente importaba.
Cuando abrió la puerta encontró a Pansy sentada en el sofá envuelta en una manta y con el rostro compungido. Charlie estaba junto a ella, nada más verla se puso en pie y tras guiñarle un ojo a su cuñada, dijo muy resuelto.

—Voy a cenar con una chica, si tengo suerte, tal vez no duerma aquí esta noche.

Hermione sonrió mientras veía alejarse al pelirrojo hasta que salió del apartamento. 

—Nott me ha dejado, y Blaise no deja de llamarme todo el tiempo —musitó Pansy con la mirada perdida en el teléfono móvil que tenía sobre la mesa, y que no había descolgado ni una sola vez—. No sé qué es lo que quiero, ¿qué debo hacer, Hermione?

La joven abogada depositó su pesado maletín en el suelo y fue a sentarse junto a Pansy.

—No lo sé, tu situación es complicada. Pero no puedes seguir así, llevas días metida en esta casa consumiéndote, así no conseguirás nada, salvo sufrir aún más. Creo que deberías darte tiempo para averiguar cuál de tus sentimientos es más fuerte, el que tienes hacia Blaise o hacia Nott.

—Es que no se pueden comparar, son personas tan distintas. Blaise es la pasión, la fuerza, las ganas de hacer locuras todo el tiempo. Cada día junto a él es una sorpresa, es completamente imprevisible. Nott por el contrario, me da paz, su forma de amarme es pausada, con él me siento segura y amada. Quiero todas esas cosas, pero no puedo tenerlo todo, y no quiero hacer daño a nadie.

—Alguien saldrá herido en todo esto, es inevitable. Pansy no evites a Blaise, tienes que hablar con él, solo así podrás estar segura de lo que quieres —le aconsejó mientras se ponía en pie, y añadía—. Voy a preparar un poco de crema de calabaza para la cena, ¿te apetece?

Pansy asintió. Hermione le sonrió y se encaminó hacia la cocina.



Expulsó la última bocanada de humo antes de apagar su cigarrillo contra la balaustrada de mármol de su casa. Ahora debía volver adentro, todos estarían dispuestos para la cena. Suspiró profundamente mientras clavaba sus helados ojos en el límite donde acababa el voluptuoso jardín de la mansión Malfoy, y luego se giró atravesando la puerta de entrada hacia la casa. 
En el comedor, alrededor de una alargada mesa barroca, Narcisa, Lucius y Astoria se encontraban sentados. Draco fue a reunirse con ellos cuando en ese mismo instante su tía también accedía al lugar. La mujer recorrió con sus oscuros e inquietantes ojos la anatomía de su sobrino, a la vez que ladeaba los labios con sorna. A Draco siempre le había puesto los pelos de punta la forma tan aterradora con la que su tía solía escrutarlo, generalmente para hacerle algún tipo de desprecio. Aquella sombría mujer adoraba desacreditarlo delante de cualquiera, incluso si estaban a solas, siempre se encargaba de pisar su autoestima con algún comentario hiriente.

—Buenas noches, querida Greengrass —saludó nada más entrar.

—Señora Lestrange, pensé que no compartiría la cena con nosotros —la sonrisa forzada de Astoria trataba de ocultar la animadversión que sentía por la tía de Draco.

—Pues te equivocas, no suelo perderme nada de lo que sucede en esta casa.

Diciendo eso, se sentó en su habitual lugar de la mesa, junto a Narcisa. Con un chasquido de los dedos, Lucius ordenó a la servidumbre que comenzaran a servir la cena. Draco estaba más callado que nunca, generalmente no hablaba, porque cada palabra que salía de su boca en presencia de su familia, era un arma de doble filo que cualquiera de ellos podría utilizar para hacerle algún tipo de reproche y de humillación que terminaría provocándole una desorbitada rabia, y un día, no se controlaría y lo mandaría todo al diablo; su boda, su familia y el maldito bufete de abogados de su padre donde él no era más que un monigote, un títere manejado por su progenitor.

—Draco… Draco, querido, ¿estás bien? 

La sensual voz de su novia lo sacó de su ensimismamiento.

—Sí.

—Estás muy callado, ¿tienes algo que contarnos? —inquirió Lucius llevándose una cucharada de sopa a los labios, y después de comprobar que no se abrasaría la garganta al tomarla, introdujo la cuchara en su boca degustando el delicioso sabor.

Draco se mantuvo callado unos segundos más, contestando después con apatía.

—Blaise ha vuelto.

A Narcisa se le resbaló la cuchara por entre los dedos, y fue a estamparse contra el plato de sopa salpicando algunas gotas que macharon el mantel, y su hermosa y delicada blusa de seda marfil.

—Hace unos días mientras celebrábamos el cumpleaños de Theodore Nott en el apartamento de Pansy, Blaise llegó de imprevisto —continuó Draco relatándolo con la misma dejadez que al principio.

—Es cierto, yo también estaba allí aquel día —ratificó Astoria dándose cierto aire de importancia.

—¿Y cómo se atreve a regresar así, por las buenas, con lo que le hizo a nuestra pobre Pansy? —la madre de Draco estaba completamente indignada.

—Todos pensamos lo mismo hasta que al día siguiente hablé con él.

Draco les contó toda la conversación que había mantenido con Blaise y cuál fue la reacción de Pansy cuando lo supo. También les informó de que Nott había puesto fin a su relación con la chica mientras ella no tuviese claros cuales eran sus sentimientos. Cuando acabó, Astoria y Narcisa parecían acongojadas por lo sucedido, sin embargo, tanto Lucius como Bellatrix mantenían los rostros impertérritos, como si nada de eso les importase lo mas mínimo.

—Solo espero —dijo el señor Malfoy mirando fijamente a su hijo—, que los escarceos amorosos de tus amigos no te impidan concentrarte en lo realmente importante Draco, salvar a Crabbe de la cárcel a como dé lugar.

—Sabes que eso es imposible…

—Con esa actitud, por supuesto. A veces me cuestiono si la sangre que corre por tus venas es la misma que la que corre por las mías —le increpó el hombre volviendo a tomar una nueva cucharada de su sopa sin alterar ni ápice de su rostro altivo.

—No sé hacer milagros —se impuso Draco a quien ya comenzaba a indigestársele las dos o tres cucharadas de sopa que había ingerido.

—Los milagros no existen, hijo, existe el dinero y las influencias, y saber usarlas. Con ambas cosas, todo en esta vida se puede conseguir.

—¿Y dónde queda la valía y la reputación profesional de cada persona?

Bellatrix y Lucius estallaron en una sonora carcajada que encendió la furia interna de Draco.

—¿Con quién diablos estás hablando últimamente, sobrino? —se burló Bellatrix, y girándose hacia Lucius le advirtió con un deje de sorna en la voz—. Deberías vigilar las compañías de Draco, querido, sea quién sea está influyendo negativamente en él.

—¿Desde cuándo te interesa la integridad de las personas, hijo? —Narcisa había decidido participar de la conversación.

—Crabbe es un asesino, aunque su familia sea amiga de la nuestra, aunque tengas negocios con ellos, papá, él no deja de ser un asesino. Debería hacerse justicia ¿no? Debería ir a la cárcel.

Tras escuchar las palabras de Draco, su familia intercambio miradas de preocupación. El joven decidió no seguir con la conversación, ellos no entendían de justicia, de integridad, de ética, y él tampoco, pero algo en su interior le susurraba que ayudar a Crabbe no estaba bien, y usar malas artes para conseguirlo mucho menos. Sin embargo, también era consciente que no debía avivar la ira de su padre, y finalmente tendría que hacer lo que fuese para no quedar en mal lugar ante él.

La cena continuó en silencio, excepto para decir alguna que otra trivialidad, nadie abrió la boca para nada interesante. Después tomaron un poco de té y finalmente Astoria se despidió de los Malfoy, y subió al coche de Draco.

Durante el trayecto hasta su suntuosa vivienda, Astoria observaba a su rubio novio que seguía mudo, como si le hubiesen arrancado la lengua de cuajo.

—¿Qué te inquieta? ¿Es el caso, es Crabbe?

Draco dejó escapar un inaudible suspiro de resignación. No quería hablar de Crabbe, ni del estúpido caso que iba perder; no quería estar en ese coche con Astoria a su lado haciéndole preguntas, fingiendo que se preocupaba por él, cuando de sobra sabía que a ella todo lo referente a su persona le traía sin cuidado. 

—No, simplemente no me apetece hablar —contestó con frialdad.

Astoria enarcó las cejas, no haría más preguntas, tampoco le importaba demasiado. Lo único que le pedía a su futuro esposo es que estuviese frente al altar el día fijado a la hora señalada, y lo demás le daba absolutamente igual. Ser la esposa de Draco Malfoy, unir sus respectivas fortunas, esa era su única aspiración en la vida.

Tras dejar a Astoria frente a la puerta de su mansión, Draco tenía muy claro que no iba a regresar a su casa tan pronto. Estaba demasiado enfurecido como para tener que volver a soportar las impertinencias de su familia. Necesitaba desfogarse con alguien y conocía a la persona ideal para eso.


Solo un par de fuertes y secos golpes en la puerta y Daphne abrió al instante. Ni siquiera la saludó, Draco la asió fuertemente por la cintura y la atrajo hacia sí con desesperación. Con el pie empujó la puerta, cerrándola de golpe y quedando ambos dentro del apartamento de la sugerente hermana de Astoria, mientras los labios de Draco se sumergían el cuello blanco y suave de la chica, y sus manos buscaban con ímpetu los senos de Daphne apretándolos con fuerza notando el calor y la excitación que sus salvajes caricias comenzaban a hacer mella en la joven.

—¿Qué te pasa? —susurró ella cerca de su oído antes de emitir un suave gemido.

Pero Draco no contestó y la acalló hundiendo sus labios en los de ella. No deseaba hablar, estaba cansado, harto de todo lo que le rodeaba, de sus padres, de su tía, y de su estúpida novia; de verse abocado a lo que no deseaba, al fracaso, a la infelicidad, y sobre todo estaba asqueado de sí mismo por ser tan sumamente cobarde como para no acabar todo aquello de un tajo. Mandar al diablo a los Greengrass, largarse de su casa y del bufete de su padre y ser él, él mismo, tomar sus propias decisiones y dejar de sentirse manipulado por su madre, y sobre todo, por su padre. 
Daphne había quedado apoyada con la espalda sobre la pared del hall de entrada con el cuerpo de Draco aprisionando el suyo. Con una habilidad asombrosa desabrochaba uno a uno los botones de la camisa del joven. Las manos de Draco dejaron de manosear los senos de Greengrass, y notando que deseaba más, bajaron por el vientre de ella hasta encontrar aquella humedad que era lo único que podía consolarlo en ese momento. Nada de preguntas, nada de respuestas, nada de pensar, solo quería huir, y la mejor forma de hacerlo era entre las piernas de su amante. Ella desató el cinturón de Draco y bajó la cremallera de su pantalón, consiguiendo que la opresión de la entrepierna del joven Malfoy disminuyera. La cadera de Daphne se movía frenéticamente y los suspiros se hicieron más sonoros, y a cada gemido de la chica, Draco enardecía más; dejó a sus manos descansar sobre aquella cadera femenina y sabiendo que su amante estaba ya más que preparada, entró en ella con la misma rabia y la desesperación que había imprimido con sus dedos. Los suspiros de la joven ya no eran tal, y Draco escuchaba cada gemido de Daphne cerca de su oído, a cada nueva embestida se sentía más liberado. En su mente bailaban decenas de imágenes; la cena con sus padres, la indiferencia de su novia, Crabbe, y el rostro de aquella insoportable abogada. De esa mujer que lo desquiciaba, de aquella que provocaría su derrota y lo haría ser el hazme reír ante los suyos. 

—Granger —susurró débilmente mientras volvía a arremeter contra Daphne con más brusquedad, consiguiendo que la chica diese un grito y su cuerpo se estremeciese de pies a cabeza.

Draco no se detuvo, él aún no se había liberado, el rostro de Hermione continuaba en su mente acrecentando su rabia. Cerró los ojos con fuerza mientras seguía entrando sin piedad en el cuerpo de Daphne, que no oponía resistencia y esperaba pacientemente a que él terminase. Draco abrió los ojos y miró a la mujer que tenía delante, el rostro de Daphne se desdibujó y ante él apareció el de Hermione con sus hermosos ojos castaños y su sonrisa de saber más que nadie. Apretó con fuerza los labios, su respiración se hizo más violenta, dio una fuerte embestida y un gemido prolongado hizo desaparecer ante sus ojos el rostro imaginario de la joven abogada.
Exhausto se separó del cuerpo agitado de Daphne, se abrochó los botones que su amante había desabotonado de su camisa y se ató el cinturón del pantalón. Con ambas manos se atusó el cabello y se dio la vuelta con intención de abandonar el apartamento.

—¿Adónde crees que vas? —inquirió ella desconcertada.

—No hagas preguntas, eso no te interesa.

Así de tajante fue su respuesta antes de salir definitivamente del apartamento de su amante. Daphne, tras escuchar el sonido sordo de la puerta al cerrarse, apretó con rabia los labios, su respiración se agitó mientras se pasaba la mano por el rostro con desesperación. Agarró con una mano un pequeño objeto decorativo de porcelana con forma humana que adornaba la entrada a su apartamento, y lo lanzó con furia estampándolo contra la puerta por donde había desaparecido Draco, rompiéndolo en pedazos. 

—Maldito hijo de perra.

Abatida, dejó caer la espalda sobre la pared resbalando poco a poco hasta que quedo sentada en el suelo, y entonces, estalló en llanto.

Su encuentro con Daphne no había mitigado del todo la frustración y la rabia que sentía ante el futuro que le esperaba. Atolondrado, se subió a su coche y puso rumbo al apartamento de Pansy, estacionó frente a él, pero no entró en el edificio sino que se dirigió hacia un bar cercano, y allí paso la hora siguiente, bebiendo hasta que la cabeza comenzó volverse pesada como el plomo; entonces, cuando creyó que el alcohol había conseguido que olvidase sus preocupaciones, subió al apartamento de su amiga.
Ver su rostro, con aquellos ojos desafiantes y censuradores era lo último que deseaba en aquella horrible noche. Fue Hermione quién abrió la puerta, lo escrutó de arriba abajo mirando a continuación hacia su reloj de pulsera que en ese instante marcaban las once de la noche. Se preguntó qué diablos querría aquel idiota a horas tan inoportunas. Draco entró sin saludarla, llegó hasta el salón y una vez allí, inquirió con su helada voz.

—¿Dónde está Pansy?

—En su dormitorio. Hace ya más de una hora que debe estar dormida.

Draco resopló, necesitaba la compañía de Pansy, sus palabras, o simplemente una mirada para conseguir apaciguar su alma. 

—Tengo que hablar con ella —dijo mientras se encaminaba hacia el dormitorio de su amiga, dando pequeños traspiés.

Hermione se interpuso en su camino con los brazos en jarro.

—De eso nada, ella está mal, y no voy a dejar que la despiertes por un capricho tuyo.

El joven ladeó una sonrisa socarrona, nadie se interponía en su camino y mucho menos aquella mujer que estaba empezando a convertirse en un auténtico dolor de cabeza. Con una mano la apartó sin mucha cortesía, pero Hermione no iba a consentir que se saliese con la suya, y por ello antes de que Draco pudiese de nuevo reanudar su marcha, lo asió con decisión por un brazo. Lo que ocurrió a continuación fue para ella inesperado. El joven movido por toda la rabia que había acumulado durante aquellas últimas horas, atrapó con su mano la de Hermione haciéndola retroceder hasta que la espalda de ella quedó contra la pared, llevándole la mano hacia atrás. Draco no controlaba su fuerza, y le hacía daño.

—¡Eres idiota! ¡Suéltame! —le espetó, forcejeando para poder liberarse.

Pero sus movimientos fueron contraproducentes y lejos de poder desligarse de él, lo que consiguió fue que Draco aprisionara más su cuerpo contra el de ella para evitar una posible huida.

—Nadie me dice qué debo hacer.

Al hablar, el aliento embriagado de Draco envolvió a Hermione, pudiendo darse cuenta de ese modo, que el joven estaba ebrio. Tragó saliva, pero no se amedrantó y siguió sosteniéndole la mirada.

—¡Estás borracho! No deberías conducir en ese estado, pondrás en peligro a mucha gente.

—¿Y vas a impedírmelo? Ya tengo una madre que me da estúpidos consejos, no necesito los tuyos —se burló Draco, creyéndose dueño de la situación.

Pero para ese entonces, no era capaz de dominar nada. Sin darse apenas cuenta, llevado por sus ganas de desquitarse con alguno de los que pensaban que le hacían daño, había hecho de Hermione un blanco fácil. La tenía a su merced, podía notar en el agitado pecho de la joven que estaba atemorizada, a pesar de que su semblante altivo le mostrase algo distinto. De pronto sus grises ojos se fijaron en aquel rostro, en la fuerza de su mirada, en su nariz pequeña y algo respingona, en sus labios entre abiertos dejando ver unos dientes apretados y tensos. Un aroma desconocido, un intenso olor a flores silvestres se introdujo lentamente por su nariz embriagándolo con más poder que cualquier copa del mejor licor. 
Hermione estaba desconcertada, percibió entonces como la mano de Draco se aflojaba un poco haciéndole menos daño. Aquel hombre parecía ausente, comenzó a sentirse incómoda, el rostro de Malfoy estaba demasiado cerca del de ella. De repente vio asomar la punta de un llavero por el bolsillo del pantalón de Draco. Tomó una decisión, aquel tipo no le haría daño a nadie si ella podía evitarlo, y deslizó la mano que le quedaba libre hacia el pantalón del joven. 
Draco seguía hipnotizado por aquel aroma que sin saber por qué le atraía irremediablemente a ella. Cerró los ojos mientras aproximaba más su rostro, sus labios hacia los de Hermione.

—¿Vas a besarme?

Su voz, y aquella pregunta sacaron a Draco del trance en que se encontraba. Fue entonces cuando se percató de que sus labios estaba a pocos milímetros de los de ella; la soltó, y retrocedió como si le hubiese dado una descarga eléctrica. Tragó saliva, y trastornado dijo con voz cortante.

—No seas ilusa, no te besaría aunque mi vida dependiese de ello.

Sin añadir nada más, se giró, y se alejó de ella. Hermione oyó el golpe de la puerta al cerrarse. Trató de tranquilizarse, miró su puño cerrado, y sonrió.

Draco no esperó el ascensor, bajó por las escaleras lo más rápido que le permitían sus pies, perdiendo de vez en cuando el equilibrio por culpa del alcohol ingerido. Caminó hasta su coche, deseoso de marcharse de una vez por todas de allí. Buscó las llaves en el bolsillo del pantalón, pero no las halló. Nervioso escudriñó en cada recoveco de su ropa, sin éxito. Entonces cayó en la cuenta de su conversación con Hermione, y en cómo ella quería evitar que condujese ebrio. 

—Maldita zorra.

Rió sin poder creer que le estuviese pasando aquello. Se dio la vuelta y caminó hacia el apartamento nuevamente, pero esta vez no subió sino que se limitó a dar un par llamadas al portero automático. La voz de Hermione, aparentemente tranquila y contundente, se oyó a través de él.

—Sí, las llaves las tengo yo. No pienso abrirte, y si insiste llamaré a la policía. No voy a dejar que pongas en peligro la vida de los demás…

—¡Estás loca! ¿Cómo quieres que regrese a mi casa? —le interrumpió completamente fuera de sí.

—Pide un taxi —contestó Hermione tajante, y colgó.

Notó un agudo dolor en los nudillos, viendo como sangraban. Presa de la rabia, Draco había golpeado la pared del edificio de Pansy con todas sus fuerzas. Suspiró resignado, y sabiendo que quedarse allí por más tiempo sería inútil. Se alejó, y paró al primer taxi que pasó cerca de él. 
Hermione pudo observar a través de la ventana como el joven subía al trasporte público y desaparecía. Cerró los ojos, apretó con fuerza el puño en el que sostenía las llaves, y sonrió satisfecha, más la sonrisa duró muy poco, porque entonces recordó todo lo sucedido unos minutos antes, aún tenía la sensación de que Malfoy había tratado de besarla. Abrió el puño, observó la llave y luego la depositó sobre una mesa. 

—Él no lo habría hecho, y yo me alegro de que no lo haya hecho —musitó mientras caminaba hacia su habitación.

Cuando estuvo bajo las sábanas su mente volvió a rememorar aquel rostro masculino de rasgos afilados y atractivos tan cerca del suyo. Su respiración aromatizada de licor, y aquellos ojos como témpanos de hielo. Sin embargo, su piel era cálida, ardiente, tanto que casi consiguió abrasarla cuando mantuvo atrapada su mano entre la de él. Había sido una situación muy extraña y muy incómoda, y lo mejor era olvidarlo.


Draco entró en la mansión Malfoy trastabillando y tratando sin éxito de hacer el menor ruido posible. Ya había empezado a dolerle la cabeza, y lo único que deseaba era llegar a su cama, meterse entre las sábanas y dormir; dormir para olvidar lo sucedido. Había estado a punto de besar a Granger, pero lo que lo atormentaba no era eso, lo que lo abrumaba era que, por un breve instante, desde lo más profundo de sus entrañas, realmente había deseado besarla.

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