XXXVIII
Lexi se quedaría bajo el cuidado íntegro de Elena Garay Rivas durante las próximas semanas. Ambas se alejarían de la casa familiar, pues la dudosa procedencia de las fotografías de Madrid hacía dudar a ambos progenitores de las verdaderas dimensiones del conflicto.
David se planteó la idea de ofrecer dinero. Aunque él no sabría dónde su hija viviría los próximos días, quería facilitar las cosas lo máximo posible. Una mirada de la exfutbolista bastó para que el asturiano detuviera al momento el discurso que derivaría en aquella proposición. No conocía la relación que compartían en aquel momento la exfutbolista y su exmujer, pero sabía que Alexia no quería aceptar ese dinero después de conocer los motivos de su tan alto salario. Tampoco creía que tuvieran problemas con ella allí. Odiaba cada segundo de verla en su casa, al lado de su Elena y custodiando a su hija, pero no dudaba que pondría todo de su parte para mantenerlas a salvo.
Lexi y su padre se abrazaron de nuevo, después de semanas separados, esta vez con todo un poco más cerrado. David tenía mucho que averiguar, muchas opiniones que formar antes de volver por ella; pero lo haría.
Elena agradeció que su hija olvidara deliberadamente el tema. Sobre todo cuando la diversión de la tarde, jugando a la consola con Marta Cardona terminó, viéndose obligada a partir hacia el aeropuerto.
(...)
Alexia Putellas, observaba a la pequeña de la sala enrollar los espaguetis en un pequeño tenedor decorado con dibujos animados que ya no reconocía. Fluctuaba su mirada entre la pantalla del móvil y Lexi, que comía inusualmente callada para una niña de su edad.
—¿Qué te ha pasado en la mano?
La rubia dobló la mano hacia sí misma, permitiéndose ver los destrozos de aquel diente salido.
—Me he hecho un corte—respondió, volviendo la atención a la pantalla y girando la mano de nuevo.
—¿Y cómo te has hecho el corte?
La futbolista, interrogada, alzó las cejas sin disimular la tibia molestia que las preguntas de la pequeña le estaban produciendo.
—No lo sé —mintió—. Debí chocar con algo sin darme cuenta.
Lexi asintió, con un enorme bocado de espaguetis con atún metido en la boca.
—Quizás le pegaste a alguien —La catalana abrió mucho los ojos. Lexi se mantenía tranquila, enrollando su nuevo bocado en el cubierto—Como en las películas —sugirió con una sonrisa traviesa.
Alexia la observó en silencio. La pequeña sonrió con diversión. Se sorprendió por su observación.
—No, no creo que haya sido eso —respondió con una risa suave—. No está bien hacer eso, ¿verdad?
—¡Ya lo sé! —exclamó la menor, visiblemente ofendida—. Pero en las películas se hacen cosas malas por amor —Alexia rodó los ojos. No debería estar haciendo caso a los desvaríos de una niña de siete años, como si se hubiera enterado de algo—Y tú te has quedado sin beso —Se burló.
—¿Sin beso? A mí me parece que has estado viendo demasiado Netflix.
—Después de la pelea, antes de besarse tienen que curarse las heridas —La informó, considerando que era la única Alexia en aquella mesa que parecía tener un mínimo conocimiento del séptimo arte—. Pero tu herida ya se ha curado sola —dijo señalando el dorso de su mano.
—Es verdad —observó la herida cicatrizada—. Pero, si te digo la verdad, no me apetece nada —Hizo una mueca de asco, haciendo reír a la menor—. Eres una listilla, ¿sabías?
—Soy una experta en películas —aseguró con los espaguetis en la boca.
Alexia exageró una mueca de sorpresa, buscando hacer reír a Lexi. El agua de la ducha que se oía caer con fuerza desde el piso superior se detuvo.
—Yo no sé nada de películas —Lexi quiso decir que lo había notado, pero supo que su madre le daría una buena reprimenda por maleducada—. ¿Cuál es tu película favorita? A lo mejor podría empezar por esa.
—Crepúsculo —espetó.
—¿Qué? —preguntó incrédula.
—Es de vampiros.
Alexia pestañeó un par de veces. ¿Qué narices hacía una niña de siete años viendo una película como aquella? La escena del final le había dado pesadillas a su hermana cuando la había visto, y tenía bastantes más años que la niña que comía pasta despreocupadamente frente a ella.
—Esa no quiero verla. Seguro que es muy empalagosa —Se quejó, a pesar de ver la saga por lo menos una vez cada dos años. Volvió a observar a la menor, ajena a lo extraño que era lo que había contestado cuando ella esperaba una respuesta estilo: Mulán—. ¿Sabe tu madre que es tu película favorita?
—¿Si sabe su madre qué? —preguntó una voz desde las escaleras. Ambas Alexias apretaron los labios, aguantándose la risa—. ¿Nadie va a responder? —Lexi negó la cabeza. Entre risas, Elena tomó a su hija en brazos y la levantó en el aire— Anda, vete de aquí, lianta.
Tal vez obedeciendo, tal vez por la emoción de la huída, Lexi desapareció escaleras arriba lo más rápido que sus pequeñas piernas le permitieron. Elena negó con la cabeza. Fue cuando ambas tomaron consciencia de que estaban solas por primera vez desde que David se había marchado que se quedaron en silencio.
—Siento si te ha dado mucho la lata —dijo, desviando el tema—. A veces puede ser muy trasto.
—Ha sido divertido —reconoció, quitándole importancia mientras la asturiana recogía el plato de su hija y lo metía en el lavavajillas—. Aunque me ha dicho una cosa interesante sobre su película favorita —nombró, con una sonrisa de medio lado.
Elena se echó a reír.
—¿Crepúsculo? —La morena levantó ambos brazos, rendida—. No le hagas ningún caso. Siempre se queda dormida poco antes de la escena del béisbol.
Alexia sonrió ampliamente.
—Tiene mérito que sea su película favorita sin haber visto la mejor escena de la saga —apuntó.
Elena se volvió hacia ella, observándola con socarronería.
—Sabes que yo siempre he sido más fan de la primera aparición de Renesmee.
Alexia echó una carcajada, siendo contagiada por el recuerdo de la asturiana llorando de la risa cada vez que la película llegaba a esa escena en concreto. Era algo que simplemente le rompía el sentido del humor. Cada vez.
—Sí lo eres —Ambas se sonrieron—. ¿Cómo estás?
—¿Cómo estás tú? —devolvió la morena.
—Estoy bien. Tampoco tiene la cara tan dura.
Elena aguantó una risa apretando los labios.
—No debiste pegarle.
—Lo sé —reconoció—. Y lo siento mucho, de verdad. Cuando le escuché decir eso, simplemente no pude.
Elena suspiró.
—Y mi tío sigue por ahí.
El rostro de la asturiana se oscureció visiblemente, haciendo contraste con las risas que habían llenado la cocina hacía tan sólo unos instantes. Elena se descolocó el pelo con ambas manos y negó con la cabeza, tratando de desquitarse de las preocupaciones.
—No te pasará nada —Trató de tranquilizarla—. A ninguna de las dos.
Elena se encogió de hombros. Realmente no estaba tan segura.
—Lo de las fotos ha sido raro. Crees que...
—Lo he pensado, sí —concedió.
No tenía intención de hablarle sobre sus delirios paranoicos con la RFEF, Luis Rubiales y su tío, ya que estaban tan poco fundamentados que simplemente generaría miedo sin motivo. Que Elena lo hubiera nombrado también estaba empezando a generarlo en ella.
—Nos iremos a algún hotel de Madrid o de Londres, donde NOVA nos reubique. Allí no podrá buscarnos. O, al menos, será más complicado.
Alexia la observó en silencio, directamente a los ojos de mil colores. Tenía miedo, no sabía a qué podían estar enfrentándose. La idea de dejar a Elena a su propia suerte le resultaba inquietante; pero no podía volver a convertirse en la persona que había sido en un pasado.
Tampoco podía simplemente proponerle que las dos se quedaran en su piso de Manchester. Su presencia en ese mismo momento le resultaba perturbadora y relajante a partes iguales, en una dualidad casi imposible. Además, aunque no fuera a lo que más estaba prestando atención en ese momento porque su cabeza no estaba preparada para ello, Elena había dicho que estaba enamorada de ella.
A decir verdad, todavía no la creía. Su desencanto con la asturiana había pasado de haberla creído en absolutamente todo a dudar de cada una de sus palabras. Había hecho el suficiente ridículo poniendo la mano en el fuego por en ella en cada paso en falso. Defendiéndola, excusándola y redimiéndola, sin que ella hiciera el menor esfuerzo por hacer las cosas bien. No era la persona que pensaba y no quería verse engañada de nuevo.
Y aún perdida en esos mismos pensamientos, la rubia tuvo que contener una sonrisa de satisfacción cuando Elena se volvió hacia ella con una mueca de horror.
—¡Ale, tu mano! —advirtió—. Estás sangrando.
La nombrada observó con desinterés la herida ahora abierta de su puño mientras la asturiana corría a por una servilleta de papel de la cocina.
—En seguida parará —dijo.
Agradeció, sin embargo, que Elena le acercara el papel justo a tiempo para evitar manchar el suelo con la gota de sangre que se escurría por el dorso de su mano.
Después, Elena desapareció camino al baño de la planta baja, volviendo con un par de gasas y agua oxigenada. Alexia observó con cautela el bote acababa de dejar junto a ella mientras desempaquetaba las gasas.
—No te preocupes —Habló—. Es agua oxigenada, no alcohol. No dolerá.
Alexia asintió, simulando alivio. No le importaba en absoluto el dolor que el alcohol pudiera ocasionar en una herida abierta; pero sí sabía que empeoraría. Su herida, aunque desinfectada, permanecería abierta más tiempo. No dijo nada. Aunque no confiara en las palabras de la asturiana, no podía evitar sentirse enormemente bien siendo cuidada por ella.
Elena humedeció la gasa con el agua oxigenada y comenzó, con cuidado, a limpiar suavemente los nudillos de Alexia, donde el corte se mostraba más evidente. La piel alrededor estaba enrojecida, evidencia de la reciente lesión. La exfutbolista frunció ligeramente el ceño al sentir el ardor del desinfectante, pero se mantuvo en silencio, soportando la sensación con entereza. Elena manejaba la gasa con delicadeza, procurando no causar más molestias de las necesarias.
Por último, Elena tomó una tirita. Probablemente fuera la más pequeña de la caja y, aún así resultaba ridículamente grande. Alexia observaba seria, en completo silencio, cómo pegaba los bordes adhesivos con extremo cuidado y la miraba sonriente al terminar.
—¡Listo! -exclamó.
Elena se levantó del suelo, todavía con una sonrisas tierna en el rostro.
Alexia no pudo evitar buscar a Lexi en lo alto de las escaleras, observándola con malicia, encontrándose con la nada más absoluta.
—Gracias —murmuró la catalana.
—No hay de qué.
Alexia volvió a buscar noticias en su móvil, matando el tiempo antes de que la asturiana volviera de guardar lo que había utilizado. La chica de los ojos policromáticos se dejó caer contra el sofá y encendió la televisión.
Alexia trató de sumergirse de nuevo en la pantalla, buscando refugio en las imágenes y sonidos que emanaban del aparato. Sin embargo, seguía sintiendo la mirada de Elena sobre ella, una presencia constante que la incomodaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.
El silencio que reinaba en la habitación era ensordecedor, interrumpido solo por el murmullo de la televisión y el zumbido distante de algún electrodoméstico. Elena deseaba romper esa quietud, encontrar alguna excusa para iniciar una conversación que pudiera despejar la incomodidad que se había instalado entre ellas. No había recibido ninguna respuesta a su confesión, pues se habían visto interrumpidas varias veces. La única pista que tenía acerca de lo que pensaba la rubia, era la obvia incomodidad que irradiaba.
—¿Estás bien? —preguntó, con los ojos todavía en la pantalla para que no se sintiera presionada.
—¿Cómo?
—Te noto incómoda. ¿Le estás dando vueltas a algo? —Alexia se mantuvo seria. Luego, negó con la cabeza—. ¿Lo juras?
Torció la boca.
—Dormí en tu cama.
Finalmente, Elena giró su cuerpo en dirección a la exfutbolista.
—¿Eso es lo que te preocupa? —Cuestionó—. Sí, viniste. Y también lloraste. No ha pasado nada, nadie se ha muerto. A lo mejor deberías dejar de cuestionar lo que te hace sentir bien.
Alexia se cruzó de brazos y apretó los labios.
—Sólo dormí una hora y media y descansé más que en las dos últimas noches —Elena se mantuvo en silencio, sin tener demasiado claro a dónde se dirigía la conversación—. No entiendo por qué confiando tan poco en ti, después de todo, sigues aportándome tranquilidad, incluso en medio de la ansiedad que tú misma me provocas.
—Esto no me deja bien parada; pero quizás, después de haberme marchado, todo fue tan confuso que sentirte un poco como antes de que eso ocurriera te hace...volver a casa.
Alexia sonrió con ironía.
—Eso no te deja tan mal parada.
—¿Tú crees? Hacer daño a la gente no me parece el flex que estás planteando.
—Hice contacto cero durante más de una década. Y el lugar en el que me siento en casa sigues siendo tú. Eso te deja mejor —Elena sonrió con sinceridad—. De todas formas, sé que haber dormido en tu cama después de lo que me habías dicho puede malinterpretarse.
Elena suspiró.
—Siendo sincera, no definiría hacerte llorar y consolarte hasta que sucumbas al cansancio como ser correspondida —bromeó.
En realidad, contra su propio juicio, sí había tenido la mala idea de sentirlo como un acercamiento por su parte. Quizás no el hecho de ser correspondida, pero sí un: "sigue intentándolo". Pero no se lo diría a la rubia.
—Son sentimientos muy contradictorios. Tengo mucho resentimiento contra ti, estoy muy dolida por todo y aun así le he pegado un puñetazo a un tío por insultarte. Me provocas inseguridad y nerviosismo, hace poco que puedo estar en la misma habitación que tú sin sentir náuseas y aún con eso, cada vez que nos quedamos a solas, puedo hablar contigo como si no te hubieras marchado nunca—Alexia bufó—. Ni siquiera soy capaz de creer que lo que dices es cierto.
—¿Por qué no?
—Porque decías lo mismo días antes de irte.
Elena miró al suelo, avergonzada. No podía disculparse.
—Lo juro —Alexia rió de medio lado—. ¿Funciona?
—Me temo que no.
La asturiana se levantó del sofá, tomando asiento de nuevo al lado de la rubia. Parecía cansada.
—¿Fuiste feliz conmigo? —Alexia asintió con cierta desgana, como si todo el tiempo a su lado estuviera ligeramente corrompido por el desenlace—. Si pudieras teletransportarte a esa época, ¿lo harías?
—No sería capaz de resistir el perderte dos veces. Sentí que había vivido una mentira. Igual que ahora, supongo.
La chica de los ojos de mil colores asintió.
—Hagamos una cosa entonces —dijo, resuelta. Alexia le prestó atención—. Yo tengo claro lo que siento y he sentido por ti. No tengo prisa. Ya esperé mucho para volver a ti. Sigamos en tregua. Trataré de demostrarte que todo lo que te he dicho es verdad.
Alexia permaneció en silencio por un momento, procesando las palabras de Elena. La propuesta resonaba en su mente, provocando un remolino de emociones contradictorias. Deseaba tanto creer en las palabras de Elena, de permitirse volver a confiar, a sentirse la persona que había sido, la que sabía que todo su entorno recordaba con más estima que su versión actual. La Alexia fácil, calmada, confiada, optimista e ilusionada.
—¿Qué significa eso exactamente? —preguntó finalmente, su voz apenas un susurro en la quietud de la habitación.
Elena la miró fijamente, sus ojos transmitiendo una mezcla de determinación y vulnerabilidad.
—Significa que no voy a presionarte, Alexia. No voy a apresurar las cosas ni a exigirte que me creas de inmediato. Voy a estar aquí, a tu lado, demostrándote con hechos que lo que siento por ti es real. Si necesitas tiempo para sanar, te lo daré. Si necesitas espacio, lo respetaré. Pero quiero que sepas que estoy dispuesta a hacer las cosas bien por fin, aunque haya tardado mucho más de lo que debería.
Alexia asintió sin decir nada más. Y para Elena fue más que suficiente.
Ambas se retiraron a descansar poco tiempo después. Esta vez, cada una a una habitación diferente.
Alexia no durmió tan bien, pero quizás fuera demasiado volver a tocar en su puerta. Después de todo, todavía no la creía; pero se moría por su cercanía, por el silencio que su cabeza alcanzaba cuando sabía que Elena estaba cuidando de ella, que la cogería antes de caer.
No se gustaba a sí misma cuando tomaba consciencia de aquella debilidad, que no había conseguido solventar con los años. Podía ver en su cabeza la mirada de decepción que tendría su hermana Alba en aquellos momentos si pudiera leer su mente. También podía escuchar los comentarios desaprobatorios de sus amigas si hubieran oído que aquella conversación no había terminado en una clara negativa. Sobre todo, podía combinar ambos en su madre, regalándole una buena reprimenda por haber arrancado la costra que tan rápido su cuerpo había formado, sólo para que la asturiana pudiera ofrecerse a quemarla con el bote del armarito del baño.
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Va tocando terminar con Rubiales, ¿no?
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