XXXVII
Alexia Putellas se quedó dormida a los pocos minutos de haberse refugiado en las sábanas del dormitorio principal. Y, aunque Elena no tenía más sueño, se quedó a su lado, velando su descanso, con la prudencia de no dejar de rozar su piel, en caso de que su abandono la despertara.
Llevaba ya una hora y media siendo la única persona despierta en la casa. Había perdido el tiempo leyendo absolutamente cualquier tweet nuevo que apareciese en su pantalla, viendo tiktoks sobre gatos naranja y limpieza de alfombras, cualquier cosa que la ayudase a distraerse.
Cuando el tintineo de unas llaves se oyó en planta baja, agradeció haberse mantenido despierta. Dedicó unos segundos a reconocer el ritmo de la persona que se movía en el recibidor, en comparar sus pasos con el sonido de todos los que conocía. Abandonó la cama de la forma más delicada posible, tratando de no afectar a la velocidad con la que debía dirigirse a la puerta principal.
—¡Elena! —La llamó sin ninguna restricción en el volumen. La luz de la puerta abierta iluminaba todo el rellano de la luz naranja del atardecer. Las sombras de las mesas, las plantas y los jarrones de la entrada se dibujaban entre las escaleras y la pared paralela, la brisa de la tarde lo llenaba todo de aire limpio. La nombrada apuró sus pasos escaleras abajo—. He venido a por Lexi.
Sus ojos se enfrentaron a los de David en el momento en el que su cuerpo se asomó desde lo alto de la escalera. Echó un vistazo a ambos lados, comprobando que nadie parecía haberse despertado y bajó las escaleras a paso rápido.
—Baja la voz —advirtió, recorriendo los últimos metros que le separaban de él—. ¿Qué haces aquí?
—Bajaré la voz cuando me devuelvas a mi hija —respondió, dando un par de pasos hacia el frente y siendo interceptado por el cuerpo de la asturiana—. ¿Dónde está?
—Está durmiendo, David —informó, tratando de disuadirle—. Vete de aquí o tendré que llamar a la policía.
—Esta casa no está a tu nombre, Elena —replicó—. Puedo entrar y salir de ella según me venga en gana. Tu madre quiere recuperar a Lexi también.
David trató de deshacerse del bloqueo de la morena y acercarse a las escaleras. Tras un par de intentos, miró a los ojos de la asturiana con frialdad.
—La has llevado con ella otra vez, ¿es eso? ¿Está en casa de la futbolista? ¿Has llevado a mi hija a casa de esa degenerada? —cuestionó, tomándola de los brazos con fuerza.
—Suéltame.
—Llámala ahora mismo. Dile que la traiga —exigió, sacando su teléfono móvil del bolsillo de los pantalones.
—David, me haces daño.
—No me puedo creer que seas tan puta. Tu madre siempre tuvo razón, no haces más que romper todas las familias felices que puedes, como con tu tío. Todo tiene que ser para ti.
Forzada a tomar el teléfono entre sus manos, Elena tuvo tiempo de mirarlo a los ojos un segundo, de reconocer el más profundo odio en ellos por parte del que había sido su marido, el padre de su hija, antes de que un puño impactara directamente contra su mejilla derecha.
Aunque su envergadura era fácilmente la mitad que la de él, el factor sorpresa y la musculatura que la exfutbolista todavía mantenía hicieron que David necesitara dar un par de pasos para sostenerse con la pared.
David, con una rodilla apoyada en el suelo y la mano derecha en contacto con la pared, la observó impactado, con la mejilla entumecida y desde una altura inferior. Alexia se permitió disfrutar la posición en la que aquello la ponía, irguiendo el mentón y fulminándolo con la mirada más gélida que nadie nunca hubiese visto.
—Esa familia la rompió el puto pederasta de su tío. Tenía ocho años. Atrévete a llamarla puta otra vez —amenazó la rubia, dando un paso más hacia él, mirándolo directamente a los ojos—. Hazlo.
Elena observó la escena horrorizada. Tragó saliva, dando un paso dubitativo hacia ellos, viendo cómo Alexia preparaba un nuevo puñetazo y, David, completamente perdido, comenzaba a ubicar el rostro de aquella que acababa de golpearlo.
—Alexia, él no... —dijo, tomándola del brazo tensionado.
—¿Pederasta? —Fue lo primero que logró articular. Se puso en pie en un segundo y miró a Alexia de arriba a abajo, notando el ardor en su mejilla y la ira más profunda que había sentido nunca. Aún así, llevó su mirada a su exmujer—. Le robaste.
El brazo de Alexia volvió a endurecerse, marcando los tendones, las fibras y blanqueando los nudillos.
—¿Todavía tienes ganas de insultarla? —Le retó la rubia, dando un paso más hacia él, quedándose a centímetros.
Elena, sabiendo lo que aquellas palabras por parte de David significaban, permitió que Alexia se soltase de su mano y usase las suyas para aferrarse al cuello de la camisa de su exmarido, que se deshacía de ellas con un empujón poco efectivo.
La asturiana, asimilando todavía lo que acababa de ocurrir, trató de buscar los ojos de Alexia en medio de la tormenta, en medio de la ira y notó como su brazo se relajaba.
—¿Eso te ha contado? —Sin soltar el brazo de Aleixa, bajó sus manos hacia la suya para comprobar su estado, notando la mirada de David sobre ella. Uno de los nudillos parecía haber chocado con un diente de una manera suficientemente directa como para provocar un corte superficial. Elena utilizó su pulgar para limpiar levemente la sangre que se acumulaba en él. El silencio y los ojos confusos de David respondieron lo necesario. La catalana bufó, relajando los hombros y se volvió hacia la asturiana. Eso significaba que David había conocido a su tío y, por ende, que su madre nunca lo había alejado. Tan sólo había mentido—. ¿Quién compró esta casa, David?
El nombrado permanecía erguido, pestañeando de forma lenta, notando cómo los glóbulos rojos se reunían en su mejilla, tratando de mitigar el daño y recuperar el flujo sanguíneo, enrojeciendo su piel.
—Él abusó de ti —Las dos se volvieron de nuevo hacia él—. Por eso nos da dinero.
—¿Le has estado aceptando dinero? —preguntó la rubia, furiosa.
David se frotó las sienes con las yemas de los dedos.
—Y-Yo no lo sabía —balbuceó—. Ella me dijo que...
Elena suspiró. Alexia, en cambio, decidió liberarse contra sí misma, mordiendo el interior de su mejilla con fuerza. Negó con la cabeza mientras caminaba sin rumbo por la habitación. Después, Elena subió las escaleras, cruzándose con Marta, que apuraba los últimos pasos hacia la planta baja.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó.
Ninguno de ellos respondió. Permanecieron en silencio hasta que los pasos de la asturiana volvieron a escucharse desde el piso de arriba, esta vez acompañados por los de una niña, que no entendía la tensión que percibía en la sala.
Tomándola de la mano, Elena bajó junto con Lexi y caminó hasta quedar a la altura de su exmarido. David la observó con los ojos perdidos, intermitentemente entre ella y la absoluta nada.
—Llevarás pensando eso sobre mí muchos años, pero no es la verdad —Habló—. ¿Fue él quien te sugirió que me denunciaras?
La voz, desprovista de emoción, hizo que Alexia bajara los puños y frunciera el ceño. David apretó los labios.
—Dijo que alguien le había enviado unas fotos, que podría tener a Lexi conmigo, que también me engañarías —respondió atropelladamente.
Elena asintió con paciencia, asimilando la nueva información que ahora tenía a su alcance.
—Lexi tiene siete años —David llevó los ojos hasta ella. La observó, tan pequeña, tan niña, tan ajena a nada de lo que estaba ocurriendo—. Sólo tiene un año menos —Sus ojos volvieron a los de la asturiana—. Sé que la quieres más que a tu propia vida y sé, por tu orgullo, que te resulta muy difícil creerme después de lo que he hecho; pero mírame a los ojos —David, obedeciendo, subió su mirada hasta la de la morena. Los demás presentes observaban la escena ajenos a la grandísima decisión que se tomaría en ese preciso lugar—. Mírame a los ojos y dime: ¿Estás tan seguro? —Él se mantuvo callado—. ¿Tan, tan seguro?
Ambos se miraron a los ojos por unos segundos. Los párpados de David se sobreesforzaron, tratando de sostener el escrutinio de la mirada de la asturiana y las ganas de llorar. La observó con preocupación, pero con un rastro de rabia y molestia todavía presente.
—No sé qué pensar.
Elena no se inmutó, consciente de la confusión en la que muy probablemente se encontraría.
—¿La llevarías con él después de lo que has descubierto? Por mucho que te cueste tanto creerme —David se permitió un segundo, con la mirada perdida antes de mirar a su hija. Luego, negó con la cabeza despacio. Elena esbozó una triste y pequeña sonrisa. Luego, él levantó la vista hasta las dos mujeres—. David, no tengo ninguna intención de alejarte de nuestra hija. Y siento mucho que todo haya sido así —Se disculpó, sincera, tomando la mano del hombre—. Pero, yo tampoco estoy tan segura y no puedo dejar que te lleves a Lexi. Al menos por ahora. Aquí estará segura.
David frunció el ceño y apretó los labios, pero asintió.
—Hay muchas cosas que necesito aclarar —confesó.
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Capítulo cortito, lo sé; pero una está contenta de haber renovado el Frido 's meme girl y por los partidazos que se está marcando aquí la colega. Cruzo los dedos.
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