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XXXVI

Marta Cardona, al contrario que Alexia, había tenido la suficiente prudencia como para coger una pequeña mochila antes de dirigirse al aeropuerto. La rubia se dio cuenta del detalle en el momento en el que el salvavidas de su compañera de viaje chocó contra la baldosa de la entrada.

—Hay un par de camas en el piso de arriba. La habitación de invitados. Os buscaré unas sábanas.

Elena desapareció escaleras arriba y la entrenadora del Manchester United observó a su recién adquirida abogada con los brazos cruzados.

—¿Tienes más de una muda ahí dentro? —inquirió.

—A no ser que quieras dormir con vaqueros... La respuesta es no —Alexia suspiró—. ¿Por qué no duermes con esa camisa y ya está?

La rubia observó su atuendo, todavía apropiado para unaentrevista en la televisión y apretó los labios.

—Suficiente me parece tener que volver a ponérmela al salir de aquí, como para arrugarla todavía más durmiendo.

Marta asintió, comprendiendo la situación, pero sin dejar de prestar atención a su teléfono móvil.

—Quédate en ropa interior —Se encogió de hombros.

—Ehm.... Yo puedo prestarte ropa, si quieres —informó una voz desde lo alto de la escalera. Las dos mujeres la observaron con curiosidad—. Las camas están listas.

Haciendo caso a la nueva información, Marta comenzó su camino hacia el tan ansiado descanso guardando el móvil en el bolsillo trasero del pantalón. Después, viendo que la rubia la seguía de cerca, le informó  de sus avances.

—Hay un par de vuelos a Madrid a media tarde —Le dijo—. Yo he comprado el de las siete. ¿Tú vas a ir a Barcelona, a Manchester...

Terminando de subir el último escalón, Alexia contestó.

—Ahora que me lo recuerdas, todavía no lo sé. Debería llamar a mi hermana, a ver cómo está todo por allí —Apretó los labios—. Irene no me ha dicho nada.

Finalmente, Elena abrió una de las puertas del pasillo y dejó ver a sus dos salvadoras un par de camas perfectamente preparadas.

Se trataba de un cuarto realmente pequeño. Las camas compartían mesa de escritorio y lámpara auxiliar. Un pequeño armario parecía sujetar la pared de la puerta y una pequeña ventana en el lado derecho la alejaba ligeramente de la apariencia que tendría cualquier zulo.

—Alexia, te he dejado una camiseta grande y un pantalón deportivo sobre la mesilla. Sé que no es mucho. Podría dejaros otro cuarto. No creo que Lexi tenga problema en dormir conmigo y cambiar las sábanas sería tan sólo un momento —aseguró la anfitriona.

—¡Me pido la de la derecha!

Alexia maldijo por lo bajo. Había estado rápida.

Sin decir nada más y dejando claro que estaban conformes con las instalaciones ofrecidas, Alexia caminó hacia el interior de la habitación de invitados y dejó su abrigo colgado en el armario.

—Gracias —agradeció la catalana.

Elena asintió.

—Os dejaré descansar. Mi puerta está justo enfrente —informó, señalando una de las puertas—. Cualquier cosa que necesitéis, avisadme.

—¡Que descanses! —Le deseo Marta, ya con medio pijama puesto.

(...)

A las tres de la tarde, Alexia ya llevaba dando vueltas en la cama un buen rato. El colchón era cómodo y estaba muy cansada. No había  tardado apenas tiempo en dormir después de haber colgado en la llamada con su hermana, pero por algún motivo, había sido incapaz de caer de nuevo en los brazos de Morfeo.

Todo el mundo estaba bien. Eso decía Alba, al menos. Se fiaba más de su palabra que de la de Irene Lozano. Habían contactado con la policía y habían insistido en que se investigasen las comunicaciones recientes de Luis Rubiales y compañía, pero los agentes habían descartado la opción al considerarla demasiado alarmista y una acusación sin fundamento. Las llamadas de amenazas y el aviso decorando la pared no parecían ser suficiente.

Tampoco descartaba la idea de que estuvieran detrás de la detención de Elena. La asturiana se había convertido en los últimos meses en un activo propagandístico importantísimo para NOVA. Se había contrastado su procedencia y se había rescatado su rostro de multitud de vídeos de la UEFA, donde se codeaba con grandísimas personalidades del deporte. Era percibida como una profesional muy capaz y la única manera de terminar con ella pasaba por acabar con su credibilidad. Qué mejor para ello que un delito de sustracción de menores. Claramente la habían estado investigando.

Alexia se volvió de nuevo hacia su izquierda, quedando tumbada esa vez contra el costado. Bufó antes de levantarse con hastío.

Cerró la puerta con cuidado de no despertar a su compañera de cuarto y observó unos segundos la habitación que acababa de quedar frente a ella. Dio un paso inconsciente hacia delante.

Apretó los dientes. Seguramente estaría dormida, agotada después de un día como aquel, igual que debería hacer ella. No la despertaría. Tampoco tenía nada que decirle, ninguna excusa para tocar su puerta en medio de su descanso.

Bajó las escaleras con el objetivo de servirse un vaso de agua y ver algunos vídeos en el móvil que le sirvieran de distracción hasta que pudiera volver a dormirse; pero, con una idea bastante similar a la  suya, Elena Garay introducía una taza en el microondas.

La asturiana observaba el plato girar atentamente, completamente ensimismada e ignorando el hecho de que los pies descalzos de Alexia se habían deslizado hasta el otro lado de la isla de la cocina.

—Hola —Le dijo, obligada por convención social a revelar su presencia.

La casa entera estaba a oscuras. Las cortinas cubrían todos los cristales, escondiéndolas del mundo, como si su última aventura las hubiera convertido en fugitivas. Quizás lo eran, quizás lo más sensato era ocultarse, desaparecer, desentenderse.

Elena se volvió al momento, sorprendida de escuchar una voz en medio del más absoluto silencio.

—¿No puedes dormir? —La rubia negó con la cabeza—. ¿Un té caliente?

Estaba recién levantada. Podía notarlo por sus ojos hinchados y la cara colorada, propia del calor de las mantas y su claro tono de piel. A Alexia le resultó extrañamente vulnerable verla de nuevo así después de tanto tiempo: en pijama, descalza y con el pelo enmarañado ofreciéndole una bebida caliente. Recordando que habían enterrado el hacha de guerra, se sintió cómoda sobre el taburete de la isla y asintió.

Elena tomó la taza que había dejado previamente en el microondas y se la tendió a la exfutbolista, que agradeció, para luego prepararse uno idéntico y dejar que se calentara por unos minutos.

—¿Qué pasa? —preguntó, apoyando su cuerpo contra el cuarzo de la encimera—. ¿Necesitas otra manta o alguna cosa?

—No —sonrió. Elena sonrió también, por inercia, aunque se corrigió al momento. Alexia removió su té con la cucharilla, estrujando las bolsitas contra los laterales para que tiñeran el agua de un amarillo más intenso—. Sólo me pregunto si no debería estar en Barcelona ya.

—¿Por qué? —preguntó. La rubia ladeó la cabeza—. ¿Es... porque es mi casa?

—No —desechó con desgana, como si la mención de ese hecho lo hubiera convertido también en un posible motivo.

—Cuéntamelo —rogó—. Ahora estamos en tregua, quizás pueda ayudarte.

Alexia la miró a los ojos. Era un buen punto. Estaban en tregua, ¿por qué no aceptar su ayuda? Removió una vez más su té mientras Elena rompía el contacto visual para retirar su taza del microondas, que se quejaba reclamando su atención con un pitido estridente.

—Han entrado en casa de mi madre —Elena se dio la vuelta al instante—. Mi hermana está allí, dice que todo está bien; pero no sé, no me siento muy útil aquí.

—¿Eli estaba en casa? Se habrá llevado un susto de muerte...

—Había salido, por suerte.

La asturiana asintió, tratando de comprobar en silencio el estado de la rubia. Se mantenía seria, estoica, relajada; pero podía notarla molesta.

—¿Se han llevado algo? ¿Tiene la policía algún sospechoso?

—Ese no era el objetivo —declaró—. Era un aviso para mí por parte de la federación. Llevan días intentando meterme miedo por teléfono y han decidido dar un paso más.

—¿La entrevista?

—Sí...

Ambas dieron un sorbo a su bebida.

—Cuándo acabará esto... Lo siento mucho —La rubia levantó una ceja y ella se explicó—. Que hayas tenido que sacarme a mí en vez de ver antes a tu madre.

Decidió ignorar el hecho de que el haber rechazado viajar junto con su hermana había sido, no solo una decisión completamente libre, sino incluso desaconsejada. Ella no necesitaba saberlo.

—No es problema —dijo, observando con tranquilidad la decoración de la estancia—. Todo está bien.

Alexia disfrutaba mucho de la casa de la morena cuando no pensaba en que era la suya. La escasa luz que llegaba del exterior y las luces auxiliares cálidas indirectas le daban un aspecto muy cómodo y acogedor a la planta baja. Parecía una charla a altas horas de la noche, en el silencio de la madrugada, lejos del bullicio del tráfico y el ruido propio de la vida en un edificio. Le gustaba estar tan lejos de la clara tarde de invierno en la que realmente estaban, como si no fuera el mundo real, sino uno adaptado perfectamente a lo que necesitaba.

Elena la observó meditar, tomando consciencia de los cuadros, los cojines, los libros de las estanterías. Dio otro sorbo a la taza.

—Ahora que estamos en tregua, como aliadas, ¿podemos volver a nuestro antiguo trato? El de jurar.

Hacía muchos años que la catalana era sincera por decisión y no por obligación. Cuando todavía ella veía el mundo a través de sus ojos de colores, Elena y Alexia se habían dado la palabra en el juego más estúpido posible.

Daba igual por qué se estuviera desarrollando la mentira. Quizás era simplemente ocultar información, porque no había necesidad de compartirlo, quizás estaban guardando el secreto de otra persona. Fuera lo que fuera, cuando una de ellas recibía una respuesta a una pregunta que no la convencía, tenía derecho a exigir el juramento y obligar a la otra a decir la verdad.

Parecía intrascendente, puede que lo fuera; pero no para ellas. Las reglas estaban muy claras. No contaba un "¿me lo prometes?" o un "¿me lo dices de verdad? "¿Me lo juras?" era la línea a pasar para perder la confianza de la otra.

Y por ello la pregunta hizo que Alexia apretara los labios. No sabría decir si perder la confianza de Elena le preocupaba en ese momento, pero mentir por encima de un juramento, a base de costumbre, la había hecho sentir incómoda. Había eliminado esa palabra de su vocabulario. Ella ya no juraba, tan sólo prometía, en un intento más por alejarse del recuerdo de la asturiana.

Sonrió de medio lado, un poco afligida. De todos modos, no le habría mentido si ella le hubiera pedido que lo jurase. Su permiso no tenía sentido. Jurar no iba con la mentira desde que Elena había pasado por su vida, como un hábito del que resultaba imposible deshacerse.

—Dime —dijo por fin.

Elena la observó con detenimiento por unos segundos, tratando de asegurarse de que lo decía en serio.

—¿Entonces aceptas? —preguntó levantando una ceja.

—Ahora somos aliadas, ¿no?

—Bien —Sonrió—. Entonces declaro esta entera conversación bajo juramento.

Alexia la observó con sorpresa. Luego, rio.

—Sabes que eso no vale. No puedes dejar el juramento sobre toda una conversación—apuntó.

—Pero es bilateral... —Se quejó cruzándose de brazos.

—No, no, no. Eso no importa. Hay un cupo.

—Llevo años sin usarlo. Eso se acumula.

—¿Durante once años?

—Tengo muchas reservas.

—Ah, ¿no caduca?

—Sí, como a los doce años.

—Fíjate tú qué oportuno.

Alexia la observó con diversión, mientras Elena escondía una sonrisa tras la taza.

—De acuerdo —Habló una vez pudo mantenerse serena bajo la mirada de la rubia—. Bajo juramento, ¿eh?

Alexia apoyó la mandíbula en su mano.

—Sí, sí. Como hoy diciendo que te había cuidado a la niña. Dispara.

Elena entornó los ojos.

—Cierto —Se permitió un par de segundos, para limpiar el ambiente—. ¿Ya no me odias?

La exfutbolista levantó las cejas, sorprendida por el cambio de dinámica en la conversación. Se rió con desgana.

—Nunca te he odiado —pronunció antes de dar un sorbo a su taza—. Ojalá hubiera tenido el amor propio para hacerlo, pero qué le vamos a hacer.

Elena torció la boca.

—Lo hubiera entendido.

—Lo sé —afirmó, resuelta—. Pero creo que en aquel momento, si me hubieras preguntado hubiera preferido que no lo hicieras —La asturiana frunció el ceño—. Quiero decir, yo sentía que me había vuelto completamente loca y tú estabas tan entera, tan lejos... Que no lo entendieras, que me la hubieras montado me habría hecho pensar que también te sentías un poco como yo. Sí te guardé rencor, mucho. Odio también, quizás. Pero nunca te odié. Supongo que no era rival para lo que te había querido.

—Sabes que siento mucho haber...

—No empieces con eso —La interrumpió, con un gesto con la palma de la mano—. No quiero seguir pensando en el daño, en la culpa y en las disculpas. Estamos en tregua. Déjalo estar.

Elena asintió sin demasiado convencimiento. Seguía teniendo la necesidad de hacerlo, pues la culpa seguía pesándole cada vez que el tema reaparecía. Más aún después de lo último en lo que parecía haber hecho daño a la rubia.

—¿Puedo preguntarte por lo de Martina?

Alexia apretó los labios.

—Sí que tuvo que ver contigo.

—¿Tú cómo estás? —preguntó, casi cortándola.

Esa no era la información que buscaba saber. ¿Le había causado más daño?

—Bueno, más o menos —confesó—. Todos estos días me han hecho pensar mucho. Y aunque te eché la culpa de todo, en realidad, no creo que fuera tan así.

Elena se planteó por unos segundos si quería seguir preguntando. Se moría por saber, pero le aterraba extralimitarse y sabotear el limbo en el que se encontraba en aquel momento con la rubia.

Adoraba poder hablar con ella, hacer alguna pequeña broma, compartir espacio sin tener miedo de que en cualquier momento la tensión del ambiente explotara.

—Fue la única persona con la que estuve desde que tú y yo terminamos —continuó hablando, en medio de toda su indecisión—. Y sólo fue porque se esforzó muchísimo por superponerse a todas mis cosas. Le dio igual. Me dio tiempo, espacio y comprensión. Me ayudó a lamerme las heridas y se quedó conmigo mientras éstas sanaban. Cuando tú volviste todo se desmoronó, sí; pero no sabría decirte hasta qué punto había estado erguido.

—¿La única?

Alexia asintió.

—Simplemente no era lo mismo, ¿sabes? En todos sitios me dijeron que no debía serlo. Amigos, familia, terapia... Que las personas eran diferentes, las relaciones, las historias, las etapas vitales. Con ella fue un poco más fácil y yo decidí seguir adelante—Suspiró—. No puedo evitar preguntarme si ese vacío que venía con ella era porque no era el amor que sabía que podía llegar a sentir, que había sentido por ti o si era por la sombra del daño que habías dejado, que jodía todo lo que me hacía sentir querida.

—No podemos buscar a personas en otras.

—Lo sé. Y era injusto, demoledor —Negó con la cabeza—. Preguntarme si mientras yo la miraba tratando de encontrar resquicios de ti en ella, Martina estaba amándome como yo te había amado a ti —La confesión le encogió el pecho. Quiso disculparse de nuevo, pero se quedó callada. No podía dar ningún consejo, ninguna reprimenda, no podía decir nada. Dejó su taza sobre la isla y la tomó de la mano—. Se ríe parecido a ti.

Elena pestañeó varias veces.

—¿Qué?

—También abraza colocando los brazos en los mismos lugares —No le sostuvo la mirada—. Lo que ella y yo tuvimos fue real. Me enamoré de Martina, de su persona única. Pero cuando decidí intentarlo fue porque la escuché reír.

—Fue real —repitió—. Que ese fuera el motivo no lo hace menos, ni mucho menos malo.

—No sé si no lo hace malo. Se pasó años tratando de sanarme y yo... la engañé con la persona que me había hecho ese daño.

—Dijiste que me habías entendido.

Alexia asintió, refugiándose en el silencio de la casa y dejando que la culpa le devolviera una parte del sufrimiento que pensaba que merecía.

—Pero eso no fue lo único que te dije en aquel baño... —Apretó su mano con más fuerza. Pudo notar a la rubia tensarse bajo su tacto—. No quiero ser únicamente la persona que te hizo daño. No sólo significaba eso. Yo tampoco pude encontrarte en nadie más. Seguí adelante, lejos de ti, pensando que era lo mejor, que lo superarías, que conocerías a otra persona, que te volverías enamorar. Yo hice todo lo posible por hacer lo mismo, por hacer que mereciera la pena. Pero cuando NOVA llamó y los nombres se sugirieron, cuando te veía en las noticias, en los anuncios... Pasé tanto tiempo preguntándome si había hecho bien, convenciéndome de que despegarte de mí te había llevado a donde merecías estar... Tenía que confirmarlo, tenía que cerrar.

Lena...

No escuchó lo que siguió a ese nombre. Tampoco era necesario. Ni era nada con sentido, ni le hubiera importado más que lo que acababa de escuchar.

—Lena —repitió sonriendo.

Alexia se sonrojó al notar cómo su subconsciente la había hecho perder la partida, se dio cuenta de lo bajas que estaban sus barreras en aquel momento. No dijo nada más, a sabiendas de que la asturiana no la había escuchado y de que si se acercaba a ella sonriendo así, no podría evitar imitarla.

Elena recogió las tazas de ambas y se acercó al grifo para limpiarlas. Mientras tanto, Alexia buscó su móvil en el bolsillo, confirmando que no había recibido ningún mensaje alarmante. Todo seguía bien. Su madre estaba bien, su hermana estaba tranquila y dormirían en un hotel aquella noche.

Después de colocar las tazas a un lado del fregadero, Elena se quedó unos momentos más, estática, dejando que el sonido del agua llenara el espacio entre las dos. Observó a Alexia, quien estaba absorta en sus pensamientos mientras revisaba su teléfono.

La asturiana se sentía extraña, en una realidad que no existía, donde Alexia vivía en esa misma casa, cenaba sentada en ese mismo taburete y descansaba en el sofá de su espalda. Acababa de fregar las tazas de ambas, mientras ella la esperaba en silencio, sin ningún otro ruido que las molestara, en una escena tan doméstica, en una que se sentía tan correcta, que nunca debió dudar de que era la adecuada.

Elena se secó las manos en un paño cercano y se acercó a Alexia por detrás, con pasos cuidadosos que no rompieran su trance. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, extendió sus brazos y rodeó suavemente el cuerpo de la rubia con ellos, sintiendo el cálido contacto de su piel bajo sus manos.

Lo hizo con cuidado, delicadeza, lentitud, dejando que ella se negara, que Alexia pusiera tierra de por medio entre las dos, esperando incluso una reprimenda por la extralimitación; pero lo ignoró. Aquello era lo que deseaba. No podía seguir dejando que las decisiones equivocadas cuestionaran su disposición a perseguir aquello que quería, que la hacía sentir en casa.

—Muchas gracias por haberlo entendido. Ha tenido que ser muy duro —susurró cerca de ella, terminando de aprisionar su cuerpo contra el suyo, apoyando su cabeza en la espalda de la exfutbolista.

Alexia se sobresaltó ligeramente al sentir los brazos de Elena, pero no se apartó. Cerró los ojos por unos segundos y permitió que la sensación de familiaridad y calidez la envolviera.

El olor de Elena la rodeó, todos aquellos. El olor de su piel, en pleno contacto con la suya, el olor de su colonia, que había cambiado con los años y había añadido al abanico de fragancias que sólo le quedaban así a ella, el olor de su pelo, acariciando su hombros, cayendo por su espalda, menzclándose con el suyo.

Un silencio cómodo se instaló entre las dos. Las manos de Elena hicieron fuerza contra su abdomen y Alexia las rodeó con las suyas. Podía sentir el latido de su corazón, sincronizándose con el suyo propio en un ritmo tranquilo y sereno. Sus cuerpos estaban tan cerca, que su respiración había optado por acompasarse, haciendo que sus pulmones se hincharan al mismo tiempo y permitieran que la separación entre ellas fuera mínima.

Alexia no sólo se permitió disfrutarlo, se permitió sentirlo, dejando de lado pensamientos y preocupaciones, barreras, muros, montañas, fortalezas, vallas electrificadas. Se sintió segura y protegida en los brazos de la asturiana, como si todo estuviera bien por primera vez en el mundo, como si aquellas mismas manos fueran a evitar el golpe cada vez que se tropezara, como si un colchón la estuviera esperando de nuevo al final de la caída.

Se quitó el casco, las espinilleras y el chaleco antibalas. La catalana se echó a llorar, a cubierto del mundo envuelta por la morena. Los sollozos escapaban de su cuerpo como golpes erráticos que su pecho traducía a su espalda y Elena recibía, conteniéndolos, permitiéndolos, mitigándolos.

Viendo que el llanto no cesaba, Elena rodeó su cuerpo, situándose al frente, la tomó de las manos y la hizo ponerse en pie. Rodeó su cuerpo al completo, con más fuerza, con más firmeza, dejando así a Alexia en la posibilidad de hacer lo mismo. Opción que aceptó a los pocos segundos.

—No pasa nada —susurró, tratando de aplacar la angustia sobre la molestia que sabía que surgiría en la rubia en cualquier momento—. Déjalo salir. No tienes que decir nada. Sólo pásalo.

Alexia lloró los once años sobre el hombro de quien la había dañado porque aquel era el único lugar en el que se sentía lo suficientemente protegida para bajarse todas las barreras, para ser débil, inestable, impredecible, vulnerable. Porque se volvería a recomponer, porque ella estaría ahí después.

Elena le sonrió mientras le limpiaba las últimas lágrimas, cuando su pecho recuperaba la normalidad y dejó que se acostara en su cama, en completo silencio, sintiendo las caricias delicadas y reconfortantes de la asturiana, rítmicas, reguladoras, dando una pista a sus pulmones para que recuperaran su velocidad natural.


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Ya creo que voy a pasar de decir nada sobre cuando vuelvo. Así todos llevamos gratas sorpresas.

Venga, no os enfadéis mucho, Tuve un bloqueo y son más de 3700 palabras... 👉🏼👈🏼

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