XXXIII
TW!
22:00h
Xénia observó con molestia cómo Elena se alejaba de la escena. Habiéndole hecho el favor de acompañarla al evento, lo menos que podría haber hecho es invitarla a acompañarla a lo que fuera a hacer en aquel momento.
A su derecha, Ana María Crnogorčević daba un trago a su copa tranquilamente, como si no acabara de quedarse a solas con una persona que odiaba profundamente. Xénia alzó una ceja. Tampoco había actuado como tal hacía unos segundos y su única diversión en aquella noche parecía estar en buscarse problemas con la suiza.
—¿Te has cansado de ser insufrible con nosotras o qué? —Le preguntó, divertida.
Xénia dio un paso hacia la barra y vio satisfecha cómo la rubia la seguía, dispuesta a continuar con su conversación. Le gustó.
—Hice lo que pude —Se encogió de hombros—. Me metí cuando pensé que Ale necesitaba mi ayuda, pero creo que está lo suficientemente entera y tiene los años para tomar sus propias decisiones. Por mucho que sean las equivocadas.
—Venga ya —La asturiana la miró con diversión.
Ana Mari escondió la sonrisa detrás del vaso de ron con cola.
—Es verdad —insistió—. No es nada personal. Ejercí de amiga cuando consideré que hacía falta porque veía en ella una vulnerabilidad muy grande. Alexia lo pasó muy mal y mi deber como amiga era alejarla de la fuente del problema. Estoy segura de que hubieras hecho lo mismo.
Xénia meditó por unos segundos para luego asentir.
—Probablemente.
—Sigo sin estar de acuerdo con que esté aquí, pero creo que ya he rozado la línea —explicó—. Cuando me presenté en la reunión de Madrid vi una Alexia muy entera, que puso límites claros. Eso está bien —apuntó—. Pero sigo sin entender lo que pretende Elena con todo esto y no me gusta.
Xénia, que escuchaba atentamente, aceptó echar un trago a la bebida que la suiza le ofrecía.
—Si te soy completamente sincera... —Ana Mari sonrió, sabiendo con aquellas palabras que Xénia había aceptado la tregua—. A mí también me dejó colgada cuando se marchó con David. Nunca lo entendí del todo. No sé si tenía vergüenza de su decisión o si era otra cosa—Buscaba con los ojos, perdidos al final de su campo de visión, los recuerdos que tenía todavía guardados—. Ni siquiera sabía que tenían una hija.
—Ni que se llamaba Alexia, supongo —rió amargamente.
—¡Ya! —exclamó la asturiana, golpeando el brazo de la rubia—. Como amiga se me está haciendo cuesta arriba defenderla como si tuviera idea de lo que está haciendo.
Mientras las dos se reían, un camarero alto acercó una de las bandejas a ellas.
Xénia se encogió de hombros mirando en dirección a Ana, que sostenía ya un vaso vacío y tomó una de las copas que el chico ofrecía. La suiza hizo lo mismo.
Las dos brindaron y dieron el trago inaugural.
Unos cuantos minutos habían pasado y las dos acompañantes todavía no habían perdido la gracia acerca de su presencia en aquel evento.
—De todas formas, creo que a lo único que he venido es a tenerla vigilada. Irene no podía venir y no me fiaba de dejarla sola con Elena y las demás, que no saben prácticamente nada de lo que pasó —Se quejó Ana Mari.
Xénia se echó a reír a carcajadas y la suiza la miró con curiosidad.
—Como si tuviéramos idea nosotras —replicó, contagiando a la rubia de su risa, que ya no tenía la sangre lo bastante limpia como para aguantársela por decoro.
Después, miraron hacia ellas, viéndolas en una conversación mucho menos animada que la suya con Leah e Irene Lozano.
—Por lo menos están trabajando —apuntó la asturiana, apartándose los rizos de la cara—. Estarán haciendo otras cosas, ocupadas y vigiladas. Y mientras tú y yo a beber —rio de nuevo.
El camarero de antes había pasado un par de veces más.
—Y gratis —añadió la rubia, para luego chocar su copa con la de Xénia.
—Es una pena que nos haya tocado en bandos opuestos, Chuck Norris.
Ana Mari sonrió, sin tener muy claro por qué aquella afirmación acababa de hacerla sentir tan bien. Luego, recordando palabra por palabra lo que acababa de escuchar, negó con la cabeza.
—Pero, ¿por qué Chuck Norris?
—Es un tipo duro —Se encogió de hombros.
Ana Mari alzó ambas cejas.
—Ni que me hubiera dedicado a partir tablas de madera.
—No hace falta —descartó con un gesto con la mano—. Eras futbolista. Estáis toda petadas.
La suiza se echó a reír, tratando de tomar consciencia de si estaba en lo cierto y seguía teniendo una musculatura por encima de la media debajo de la ropa.
—Puede ser, pero ya no tanto como antes —Le quitó importancia—. Además, creo que soy todo lo contrario a una Chuck Norris.
—A ver, Chuck Norris tiene su puntillo.
Ana Mari la miró a los ojos directamente y Xénia sonrió de medio lado. Sabía que había muchas maneras de malinterpretar aquel comentario, pero ninguna de las consecuencias la asustaba en aquel momento.
—Lamento decepcionarte.
—¿Eres una softgirl que lee poesía, mira al horizonte mientras suspira y hace cartitas de amor?
La suiza le devolvió la misma sonrisa, ligeramente cautivada por cómo la asturiana trataba de buscarle las cosquillas.
—Pues más o menos.
—Yo te veía más pegando madrazos que escribiendo cartas.
—Supongo que las apariencias engañan.
Ana Mari dio un largo trago a su bebida.
—Supongo que sí —concedió Xénia antes de hacer lo mismo.
(...)
—¡Corre, corre, corre!
Ana Mari utilizó toda la técnica y fondo que quedaban de sus años en la élite en aquel momento, dejando a Xénia un par de metros atrás, que se atragantaba con la risa.
—¡Esta es la mejor cena de trabajo en la que he estado nunca! —gritó la asturiana.
Xénia dobló la esquina y la mano de la suiza la tomó del hombro, para observar hacia atrás.
—Nos siguen, nos siguen. Métete por ahí —exclamó Xénia.
Las dos mujeres corrieron hacia una escaleras, después un par de pasillos y, por último, giraron a la derecha.
—¿Crees que nos encontrarán por aquí? —preguntó la asturiana, todavía ahogada en su propia respiración.
—¿Eran dos hombres? —preguntó Ana.
Xénia asintió. Luego, la suiza señaló lo que parecía ser la puerta de un baño.
—¿Tú crees?
—Podríamos haber ido a cualquier lado. Es tan bueno como otro.
Ambas asintieron y corrieron hacia la puerta. Mientras Xénia esperaba dentro, la rubia se asomó de nuevo al pasillo, viendo que los dos hombres acababan de llegar. Con gestos, avisó a la asturiana para que entrara a uno de los baños, que se subió a la taza y dejó espacio para que Ana Mari se sentara.
La puerta del baño se abrió con un chirrido, y las dos mujeres escucharon las botas de los empleados de seguridad deslizarse por las baldosas. Trataron de no mirarse, aguantando la respiración o las dos estallarían de la risa.
—¿Hay alguien? —preguntó una voz grave, al tiempo que trataba de hacer ceder la manilla de la puerta.
El pestillo aguantó el intento del empleado, que lo intentó una vez más mientras Ana Mari preparaba su mejor acento alemán.
—¡Está ocupado! —gritó enfadada—. El baño de hombres está al otro lado. Este es el baño de señoras.
Xénia se mordió el dorso de la mano, a punto de perder los estribos con lo que podría ser una perfecta imitación de una señora alemana con muy mala hostia.
Entre disculpas y tropiezos, los dos hombres abandonaron el baño y Xénia y Ana Mari sufrieron los segundos de espera necesarios para echarse finalmente a reír todo lo que llevaban aguantado los últimos minutos.
—Pero, ¿por qué tanto por robar un par de botellas? —preguntó Xénia entre risas, bajando de la taza del váter—. Por favor, qué exageración...
Ana María observó la etiqueta de las dos botellas de cava que acababan de robar de la barra.
—La marca es famosa, pero no sé. Igual es un poco excesivo perseguirnos por ahí por doscientos euros.
—Déjame buscar el nombre... Dom Perignon P3 Plenitude 1993...—Xénia tomó su teléfono y buscó el nombre de la etiqueta en internet mientras Ana Mari se apoyaba contra la pared, mareada después de tanta carcajada y tanto alcohol—. ¡Ay, Ana! ¡AY! —Comenzó a gritar y gesticular sin parar de reír.
Ana Mari hizo el enorme esfuerzo de levantarse.
—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? —preguntó haciendo el esfuerzo por enfocar las letras que se leían en su pantalla del móvil.
—Cuestan casi cinco mil euros cada una —La informó sin dejar de reír.
—¿QUÉ? —La suiza le arrebató el móvil de las manos—. Mierda, mierda —maldijo, corroborando el precio de las botellas—. ¿Qué hacemos ahora?
Fue entonces cuando un 'pop' la sobresaltó y un montón de espuma fue escupida contra ella.
—¡Ole! —exclamó Xénia saltando con la botella descorchada entre las manos y llenando todo lo que se encontraba a menos de un metro de ella completamente ahogado en champán.
El suelo empezó a parecerse a un charco de alcohol. Ana Mari la miró completamente descolocada.
—Me acabas de empapar entera —dijo muy seria. Después, observó con detenimiento su ropa cubierta de champán—. ¡Me acabas de empapar entera con champán de cinco mil euros! —La suiza estalló en carcajadas mientras abría la otra botella y devolvía la trastada a su compañera de cubículo.
Las dos se rieron sin parar. Bebieron, trataron de acertar con brazos inestables en la boca de la otra, se miraron llenas de mierda, chapotearon sobre el suelo empapado. En un momento en el que Xénia trataba de salpicar a la suiza golpeando el charco de alcohol con el pie derecho, perdió el equilibrio. Trató de apoyarse en la rubia, agarrando su brazo y causando que ella también perdiera el equilibrio. Fue la pared de su espalda la que evitó que las dos terminaran en el suelo.
Ana Mari seguía riendo sin parar, mechones de su pelo goteaban champán. Algunas partes del vestido de Xénia no dejaban nada ya a la imaginación.
La suiza no podía dejar de pensar en lo libre que se sentía. Nunca hubiera hecho algo como aquello. Esta sería una historia para el resto de su vida. Por una vez, había decidido portarse mal y eso le había encantado.
Y Xénia disfrutaba de la inexperiencia de Ana Mari, que en un principio parecía tan entera, tan dura, tan experimentada. Se había vuelto loca por coger unas botellas de la barra en una fiesta de todo incluído, como si fuera algo que no se viviera en la vida real. Era una faceta de ella que no imaginaba, muy lejos de la imagen que ella tenía de la suiza. Y le encantaba verla así de desinhibida, bailando sobre un charco de Dom Perignon y con la ropa completamente destrozada, sin que le importara absolutamente nada. Y por eso, cuando su cuerpo cayó contra el suyo, mientras la rubia reía todavía más fuerte, decidió que la iba a besar.
Ana María Crnogorčević pensó en Neus en el momento en el que los labios de Xénia tocaron los suyos. Se planteó alejarse al menos diez veces cuando los brazos de la asturiana la rodearon y su cuerpo se pegó al suyo, pero en todas encontraba algo en ella que la hacía esperar un segundo más antes de separarse de ella.
No podía decir que se lo esperara. Ni con todas las señales que, ahora que la evidencia mordía su boca, habrían sido fáciles de identificar, sin el filtro que el alcohol le había quitado a cualquier disimulo por parte de Xénia, hubiera contemplado la posibilidad de que la asturiana rompiera el beso para deshacerse de los tirantes del vestido empapado de Dom Perignon.
Se sentía tan cómoda, tan deshinibida, tan completamente libre, que los labios de Xénia volvieron a conectar con los suyos antes de que pudieran pronunciar nada. Se dejó besar, se dejó tocar y se dejó guiar.
—No sé si...
Consiguió pronunciar finalmente, mientras Xénia desatendía su boca al bajar la cremallera lateral de su vestido, que dejaba el espacio perfecto entre la tela y su cuerpo.
—¿Te da vergüenza, Chuck Norris? —Sonrió de medio lado, hundiéndose en su cuello y colando las manos por el hueco que la cremallera había dejado en el lado derecho de la espalda de la rubia.
Viendo la falta de iniciativa de la suiza, que por mucho que le siguiera el beso y no le diera ningún tipo de negativa, no estaba tomando una parte activa en la situación, Xénia se alejó de la rubia.
—Vamos a parar —propuso, subiéndose de nuevo el vestido y recolocando la cremallera de Ana Mari. Ella no respondió. No se movió—. No pasa nada. Ha sido todo muy rápido. Está todo bien —dijo tratando de tranquilizarla.
Xénia terminó de alisar su vestido como pudo, su pelo seguía todo alborotado y tenía intención de arreglarlo mínimamente en el lavabo. Ana Mari reaccionó cuando la asturiana abandonó el cubículo.
—No es eso. Es que yo no te he dicho que...
Fue en ese momento, en cuanto Xénia abrió la puerta, cuando se dio de bruces con Elena. Ambas se miraron estupefactas. Xénia llevaba sus ojos de forma intermitente hacia Elena y Alexia. Alzó la ceja derecha, buscando cuestionar cómo había llegado su amiga a aquella situación, pero Elena tenía sus propias preguntas sobre qué hacía Ana Mari con los tirantes del vestido a medio subir, la ropa mojada y una botella en cada mano.
—¿Pero qué?
Alexia abrió mucho los ojos. Después de identificar a la suiza, arqueó una ceja con molestia.
—¿Qué estás haciendo? ¿Y Neus?
Ana Mari enfocó a su excompañera de equipo con dificultad. Habían pasado demasiadas cosas en poco tiempo para lo que se entendimiento podía procesar.
—Estás tú para hablar.
Elena se golpeó la frente con la palma de la mano. Justo lo que necesitaba en ese momento: una Alexia todavía más enfadada.
Xénia, ojiplática, trató de aguantarse la risa y tomó la mano de la suiza para tirar de ella hacia fuera.
—Vámonos, anda.
Elena se apartó, dejando pasar a las dos mujeres a medio vestir hacia el exterior.
—¿Cómo voy a irme? —Se quejó Ana Mari—. Y si vuelve a...
Xénia observó a Elena y Alexia de arriba a abajo.
—Me parece que puedes estar tranquila.
Elena se cruzó de brazos mientras la asturiana terminaba de alejar a la suiza de la situación. Esperaron en silencio, mirando a cualquier lugar menos a la otra hasta que Xénia arrastró a Ana Mari al exterior del edificio, convenciéndola de que podía dejarlas a solas.
Xénia suspiró, dejándose caer contra la puerta.
—Sé que esto ha tenido que ser cuanto menos perturbador —suspiró—. ¿Sigues queriendo que hablemos?
—Sí —respondió sin pensarlo un segundo.
Elena apretó los labios y asintió. Tomó la manilla de la puerta y la abrió, dejando delante de ellas un par de cubículos y un lavabo. El suelo estaba cubierto de champán y el olor a alcohol era muy fuerte.
—En verdad no es un mal escondite para... lo que sea que hayan hecho aquí.
La asturiana se giró hacia la catalana, pensando que quizás había conseguido limar ligeramente las asperezas y el ambiente entre las dos, pero Alexia no estaba para risas en lo más absoluto. Elena suspiró.
Las dos ingresaron al baño, pero decidieron quedarse en la zona de los lavabos. Alexia se apoyó contra la cerámica de uno de ellos, ocultando el espejo tras su espalda y haciendo que la luz saliese desde detrás de ella, como si simbólicamente, la situación se prestase a que Elena agachara la cabeza. O al menos así lo sintió ella.
—No sé por dónde empezar—Negó con la cabeza. Alexia sólamente la observaba, cruzada de brazos e impasible, preparándose para mantenerse firme, escuchara lo que escuchara—Nada de esto fue a propósito, Alexia. No quise causarte ningún mal, te lo juro.
La rubia la observó con molestia.
—Se te da muy bien para hacerlo todo sin querer, ¿no te parece?
—Siento mucho haber aparecido en tu habitación. Si pudiera retroceder en el tiempo...
—No vendrías —completó.
Elena tragó saliva al escuchar el duro tono de voz de Alexia, como si eso no fuera lo que quería escuchar.
—No quería causarte problemas—. Se mordió la boca por dentro—. Vi ese fondo de pantalla, la foto con Martina, pero no dijiste nada y pensé que quizás no era lo que parecía.
—¿Y qué es lo que querías entonces? —La ola de disculpas de Elena se cierra, al igual que su boca, que esperaba el instante para continuar. Llegan las dudas—. Dilo —ordenó—. Ahora ya lo has arruinado todo.
Elena dio un paso hacia Alexia, como si aquello fuera a hacer que la entendiera mejor.
—Nunca supe si había tomado la decisión correcta. No fui capaz de cerrar del todo. Quería ver si al estar contigo conseguía aclarar todo lo que llevaba conmigo desde hacía tanto tiempo.
Alexia se echó a reír. Una risa falsa, serpentina, inquietante.
—¿Sabes quién no fue capaz de cerrar del todo? —Todo rastro de sonrisa se había esfumado—. Yo. Yo no pude. Me dejaste tirada. Como a un trapo. Nunca me explicaste nada. Le di vueltas a tantas posibilidades sobre qué podía haber hecho para que me trataras así, tenía tanta confusión en mi cabeza que durante meses me creí lo peor. Sólo para justificar que la persona que yo creía que me cuidaría más que nadie en el mundo tenía motivos para haberme hecho lo que tú. Era más fácil asumir que era culpa mía, que obligarme a tenerte rencor. Porque no era capaz, Elena. ¿Y ahora me dices que me hiciste pasar por todo esto de nuevo porque tenías curiosidad?
La asturiana sintió cómo el pecho y la culpa le pesaban más de la cuenta.
—Nunca supe que te había hecho tanto daño.
—Tampoco te molestaste en averiguarlo.
—Alexia...
—¿Qué? —escupió—. ¿Lo siento? Estuve años sin ser capaz de que nadie me tocara, Elena.
El dolor que se apoderó de la asturiana cuando rompió a llorar fue abrumador. Las lágrimas escapaban con una urgencia desbordante, resbalando por sus mejillas una tras otra con tal velocidad que en ocasiones eran fácilmente confundibles con una única lágrima que nunca se cortaba. Cada sollozo rebotaba contra las paredes del baño, devolviéndose hacia ellas en todas direcciones y acumulándose en la garganta de Alexia, quien ahora mismo estaba viendo desmoronarse al mismo tiempo a la persona que más daño le había hecho, pero también a la única paz que alguna vez había conocido.
—No llores, joder —pronunció a medias, entre la rotura de su voz que provocaba el nudo en la garganta y las lágrimas incipientes.
El rostro empapado de Elena la observó desde abajo, abriendo brevemente sus ojos completamente enrojecidos y clavándolos en los suyos, haciendo que en ese momento notase un pinchazo en el pecho. Se reprimendó en silencio por no haber podido evitar llorar al presenciar cómo se desmoronaba, por no haber podido reparar su orgullo fingiendo que no le importaba, que esperaba justicia en su dolor y no empatía.
—Lo siento muchísimo, Alexia. Te lo juro —pronunció con dificultad entre respiraciones agitadas y la garganta dolorida—. No sé qué hacer. No sé cómo enmendarlo para todo.
Alexia apretó la mandíbula. Tenía que recomponerse. Se lo debía a sí misma. Se debía no sufrir ante su dolor igual que ella había ignorado el suyo.
—No hay forma de arreglarlo.
Elena comenzó a toser. De vez en cuando, la garganta terminaba de cerrarse y la respiración dejaba de fluir. La culpa era demasiada para limitarse a llorar.
—Ale, estoy enamorada de ti.
No pudo evitar mirarla, perder el ritmo de la respiración, que los ojos se le nublaran un poco más. Se debía resistir, se debía respeto.
—No te creo.
No la creía. Creía en el amor por cómo ella había querido a Elena. Se agarró a eso cuando no le quedaba más a lo que hacerlo. El amor existía porque ella había querido. Y podía corroborar que, aunque no hubiera sido mutua, ese amor loco y desmedido existía. Y si había existido una vez, podía volver a existir. Pero Elena no la quería así. Ella nunca habría sido capaz de hacerle aquello.
—Fue complicado, ¿vale? —Elena quiso rogar con las manos, se detuvo a medio camino—. No me excusa. Lo siento muchísimo por todo lo que te hice, pero lo nuestro ya no estaba bien. Tú lo sabes —Alexia negó con la cabeza, no se podía creer el estar escuchando aquello—. No tomé la decisión adecuada, pero pensaba que estaba haciendo lo mejor.
—No te creo.
—Ale, lo sabes. Lo sabes perfectamente —Elena la tomó de la mano—. Era muy difícil. Muy, muy difícil —Ninguna de las dos había dejado de llorar, pero las lágrimas de Alexia comenzaban a alcanzar el volumen de las de Elena—. Teníamos veinte años recién cumplidos. No teníamos que estar pasando por cosas como aquellas.
—Retiraste los cargos, ¿verdad?
El segundo de silencio antes de la respuesta fue suficiente para que Alexia arrancara su mano de entre las de Elena.
—¿Y qué mierda querías que hiciera?
—¡Sacarlo adelante! —Le gritó.
—No podía más.
—Podías sacarlo adelante conmigo.
—¡Tú no estabas! —gritó. Elena dejó todo lo que le quedaba de garganta en aquel grito. Alexia se aferró al lavabo con fuerza—. No quedaba nada de ti, Alexia. Nada. Estabas comida por eso, no había nada más de ti.
Alexia empezó a perder el equilibrio. Tratando con pestañeos de situarse en aquel baño, lo suficiente como para agarrarse a la puerta de uno de los cubículos y apartarlo en el momento justo para vomitar en uno de los baños.
Elena se dejó caer contra el suelo, empapándose de champán y sin que le importara lo más mínimo. Hundió la cabeza contra las rodillas mientras oía las arcadas de Alexia. Estaba agotada.
—¿Estás bien? —preguntó finalmente, una vez escuchó la cisterna.
—Déjame —respondió Alexia, caminando directamente hacia el lavabo para enjuagarse la boca y lavarse la cara.
Elena se puso en pie.
—Alexia, por favor —imploró buscando de nuevo el contacto con ella, que la rubia apartó al instante—. Siento haberme ido así, no sabía cómo hacer las cosas. Te quería. Pero te quería a ti, a mi Ale. La Alexia de la que me había enamorado. ¡Joder! Mira cómo estás ahora mismo. ¿Cómo podía dejarte dentro de aquello?
—¿Y yo? ¿Cómo podía dejarte yo allí?
—Mi madre le alejó.
—No es suficiente —Alexia golpeó el lavabo con fuerza. Elena guardó silencio—. Tendría que estar muerto, tendría que haberse podrido en la cárcel, haber sufrido lo mismo o peor —Se miró a los ojos en el espejo, tratando de recuperarse en medio del odio visceral—. Si me quisieras nunca me habrías alejado así, aunque fuera un espectro de lo que había sido. No podías apartarme de aquello.
—Ahora que estás fuera he podido volver a verte a ti, Ale.
—No ha sido con tu ayuda —escupió—. Lo di todo para ti. Me di hasta a mí misma.
—Yo sí que lo había superado —respondió Elena, con dos lágrimas corriendo por sus mejillas y el ceño fruncido—. No quería ser siempre la chica de la que abusaba su tío.
—No lo eras.
—No lo soy. Pero es ahora cuando no lo ves así —Apretó los labios—. Nunca. Nunca jamás me hubieras hablado antes así. Me mirabas como si fuera de cristal.
—¡No es cierto!—Su respiración era muy irregular—. Nunca me habías hecho algo así.
—Habías dejado de ser tú, Alexia. No eras nadie. Parecías un robot, que sólo tenía una tarea en su cabeza: joderle la vida.
—¿Y quién iba a hacerlo si no? —gritó—. ¿Tú, que estabas muerta de miedo? ¿O tu madre, que estaba más preocupada de que no supusiera un problema, que de que tuviera consecuencias? Tuve que hacerlo. Tenía que hacerlo por ti.
—Te pedí que lo dejaras —respondió—. Estaba lejos, no podía hacerme nada. Yo estaba bien, necesitaba dejarlo atrás y estar contigo. Eso era lo que quería, pero tú no estabas. Te lo pedí. Te estaba matando. No podías dormir, no podías despejarte, estabas en una especie de modo supervivencia, Alexia y todo eso era culpa mía.
—Era mi decisión.
—Mírate ahora —Se desesperó—. Eres tú, te vuelvo a ver en ti, Ale. Has vuelto. Te alejaste y volviste, lo ganaste todo.
—Me destrozaste.
—Ale, lo hice por ti.
Alexia negó con la cabeza. Nunca le hubiera hecho eso. Ella la hubiera esperado. Nunca la había querido como ella la había querido. Volvió a negar con la cabeza.
—No te creo.
Elena se dejó caer de nuevo contra el suelo cuando la puerta chocó contra el marco y el baño se quedó en silencio. Había traído de vuelta los fantasmas, pensando que Alexia estaba lista para enfrentarlos, que había vuelto al completo; pero cuando la había alejado del foco, había creado un nuevo fantasma y ese no había conseguido dejarlo atrás.
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Buf, bueno. Acabo de terminar de escribir el capítulo. Siento haber tardado tanto, pero la última parte me daba bastante respeto.
Por cierto, la cancioncita la puse porque la tenía en bucle para escribir lo de Xénia y Ana Mari, que también quiero opiniones. Mucho cuerno y puterío en NOVA. Parece esto operación triunfo.
Nos vemos prontito y a ver si dejáis de odiar a cualquiera de mis hijas, que todas tienen razón al mismo tiempo jajaja
Besitos y espero no haber hecho mucha pupa.
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