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XXIII

Alexia Putellas aguantó las respiración. Sus ojos fluctuaron entre aquella niña, todavía agarrada a las mangas de su chaqueta y cuatro mujeres que la observaban descoloridas desde la otra punta del pasillo.

Era su hija. No había otra opción ni posibilidad en su cabeza. Tenía sus ojos. Nadie más podría tener una réplica exacta de la mirada de la chica de los ojos de mil colores. Ya no podía dejar de verlo. Sus mejillas estaban salpicadas por el sol, con pecas oscuras, repartidas uniformemente como aquellas que con el tiempo se habían ido difuminando en la tez de Elena. Tenía su misma nariz, pequeña, redonda y respingona. La piel clara, deslumbrante, propia de los genes del norte de la península, llevaba el mar en los pulmones y resquicios de Liverpool en el acento.

Xénia se deshizo de las manos de la suiza, todavía agarrándola, ahora sin fuerza y empezó a caminar en dirección a ellas, sintiéndose la única capaz de hacerlo en ese momento.

—Vámonos, Lexi.

La castaña notó el preciso momento en que los ojos, todavía sobrecogidos de la Alexia mayor se posaron en ella. Su cuerpo se tensó mientras intentaba alcanzar con su brazo la mano de la hija de su amiga.

—¡No! —exclamó haciendo más fuerte su agarre en las mangas de la chaqueta de la catalana.

Inevitablemente, la mirada de Xénia se levantó y sus ojos se encontraron. Se reconocen, se reencuentran en silencio.

No era que ella y Alexia hubieran sido nunca amigas. Elena no era precisamente la persona que más volvía por Oviedo cuando despertaba acompañada en su cama de noventa en Barcelona, deseando dormirse de nuevo y repetir la misma mañana una y otra vez. La rubia apenas había visitado Asturias un par de veces, pero Xénia era también parte de esa vida y ese recuerdo. Xénia era parte de su vida con Elena y no podía decir que volver a verla no le generase impresión.

—Vámonos —dijo esta vez más seria una vez sus ojos se despegaron de los de la catalana.

—No quiero.

Los brazos de Lexi se envolvieron alrededor del cuerpo de la exjugadora. Elena, diez metros más atrás, comenzó a sudar frío, perdiendo casi el equilibrio según la conversación se siguió desarrollando.

—Ni de coña. Vente.

Xénia, convencida de que haría menos daño arrancando a Lexi del cuerpo de Alexia que dejándolo estar, por mucho que tuviera que acercarse, la tomó con fuerza de los brazos. Ésta comenzó a patalear.

—¡No quiero, no quiero! —gritó—. ¡Mamá! —Elena palideció. Alexia vio confirmada sus sospechas. Por un momento sintió ganas de vomitar—. ¡Mamá! ¡Quiero hacerme una foto con Alexia Putellas! ¡Mamá! ¡Quiero una foto con la futbolista!

—Lexi, ya. Cállate —advirtió la castaña.

En medio de Xénia tratando de arrastrar a Lexi lejos y Elena repitiendo la palabra 'No' en voz baja y cerrando los ojos con la esperanza de aquello fuera tan sólo una horrible pesadilla, Alexia se puso en pie y se echó a caminar hacia donde las demás mujeres seguían observándola aterrorizada.

Mientras Elena esperaba las palabras más hirientes que había escuchado nunca, Alexia buscó en el bolsillo de su pantalón de tela su teléfono móvil y se lo tendió a la asturiana. Ésta abrió mucho los ojos, aceptando el dispositivo entre sus manos temblorosas. Después, se dio la vuelta y caminó hacia Lexi, se puso de cuclillas y puso una mano sobre el hombro de la pequeña.

Entendiendo la consigna, Elena apuntó con la cámara del móvil hacia ellas. Su dedo índice falló la primera vez que quiso pulsar la pantalla y sacar la fotografía. Una vez tomada, lo apartó de entre las dos y miró a los ojos a la exfutbolista fugazmente.

Alexia deshizo sus pasos hasta la asturiana y tomó el móvil de sus manos de nuevo. Observó las fotos con detenimiento. Era imposible que la catalana no estuviera escuchando el intento del corazón de Elena de implosionar. Quería desaparecer. La insultaría, le diría todo el daño que le había hecho. Le tiraría el móvil a la cara, seguro. La trataría como la mierda de persona que había sido, como lo puta psicópata que parecía estando de pie en ese mismo lugar, en ese mismo día. La llamaría acosadora. Loca. Desequilibrada.

—¿Tu número sigue siendo el mismo?

—¿C-cómo?

—Que si tu número sigue siendo el mismo —repitió—. Seis siete seis, dos seis uno...

—Sí —La interrumpió—. Sigue siendo ese.

La catalana asintió y desbloqueó su teléfono. Después, escribió su número en los contactos. Elena pestañeó varias veces mientras la observaba en silencio.

—¿Te lo sabes de memoria?

Se arrepintió de la pregunta en cuanto la última sílaba abandonó sus labios y el ceño de la mujer que mantenía la mirada en la pantalla se bajó hasta cubrirle la perspectiva de sus ojos por completo. Alexia tragó saliva y la observó, molesta.

—Nos hizo gracia aprendernos el número de la otra. ¿No te acuerdas? —escupió.

Se acordaba de haberlo hecho. Claro que se acordaba. Pero no podía recitar su número. Hacía años que no había buscado algo como aquello en su cabeza y su cerebro simplemente lo había desechado.

—Pero no lo has olvidado...

Alexia no dijo nada. Siguió inmersa en su teléfono por unos segundos. Xénia, Vicky y Ana Mari se mantenían en silencio, como meras espectadoras de una película de terror. Al cabo de unos instantes, los ojos de la catalana la atacaron, observándola con una frialdad que le heló la sangre.

—Necesito que me desbloquees para poder enviarte la foto.

La vergüenza. De nuevo ese sentimiento se adueñó de todo su cuerpo. ¿Qué pensarían Vicky y Ana Mari de lo que acababan de escuchar? Nadie dijo nada. Elena sólo asintió, obedeciendo. Observó la foto de Alexia, abrazada a la que suponía sería su pareja, con una bonita puesta de sol al fondo de la imagen.

La había bloqueado para que no la contactara. No quería enfrentarse a lo que acababa de hacer. Su forma de marcharse había pasado por fingir que nunca había ocurrido, como si todo hubiera sido un sueño y simplemente se hubiera despertado en Asturias, sin nada que la hiciera volver la vista atrás y pensárselo dos veces. Mucho menos nada que la hiciera ver el daño que probablemente había causado a una persona que nunca le hubiera hecho lo mismo. Estaba simplemente aterrada de las consecuencias de sus decisiones.

El móvil sonó en sus manos. Alexia había enviado las dos fotos que acababa de sacar hacía un segundo. La imagen de las dos la hacía recrearse en la convergencia de sus dos vidas, dos que se suponía que nunca debían haberse encontrado y que, al mismo tiempo, siempre habían estado destinadas a hacerlo, como un puente entre dos universos. Con el mismo nombre, con la misma determinación, con el mismo carácter. Había llegado un punto en que no podía decir si Lexi se había reflejado en Alexia al cargar su nombre, idolatrando, imitándola o si haberle puesto su nombre la había condicionado a ella y también a sí misma a ver a la exfutbolista en su hija.

Nadie habló del elefante en la habitación.

Alexia guardó el teléfono en el bolsillo trasero y se dio la vuelta. Comenzó a caminar en dirección a la sala, donde la reunión estaba seguramente a punto de comenzar. Se recolocó la americana justo en el momento en el que una mano tomó con fuerza su antebrazo. Agradeció que la tela la separara de su calor.

—Lo siento mucho —Se disculpó.

La exfutbolista se deshizo de su agarre de mala gana.

—No quiero que me toques —dijo—. Todavía siento ansiedad cuando lo haces.

Y en aquel mismo pasillo apareció otro elefante más. Otro del que nadie dijo nada.

—Perdón —repitió, acongojada—. Sé que no debería estar aquí. No era mi intención. Siento también lo del otro día. Estaba a punto de marcharme ahora mismo...

—Irene me puso en preaviso de que podría ser que estuvieras —La interrumpió. De nuevo—. Y también de los motivos. No soy ningún monstruo, ¿sabes? —Elena sintió como el comentario venía rodeado de un contexto que pretendía atacarla—. No quiero que pierdas a tu hija. Sé ser una persona profesional y creo que tú también. No necesito que me cuides o decidas por mí lo que puedo hacer y lo que no. Tú también estás en esto. Siéntete libre de hacer lo que quieras —escupió.

Definitivamente, ignorarían a los dos elefantes de la habitación, que movían las orejas a su alrededor. La hija de Elena se llamaba Alexia. Y Alexia había tenido un ataque de pánico después de haberse acostado con la asturiana, después de haber disociado tirada en aquella cama de hotel. Los dos elefantes barritaban con ganas sin que ninguna los oyera.

Elena asintió. Y Alexia simplemente ingresó a la sala, despidiéndose de Lexi con la mano y seguida de Vicky y Ana Mari que dedicaron una última mirada de soslayo a las dos asturianas. La reunión estaba a punto de comenzar y Elena tenía vía libre para ser profesional o seguir decidiendo sobre la vida de la entrenadora.

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He vuelto :)

Empieza el curso, así que, con mucho pesar, volvemos a sólo una actualización a la semana. Aunque todavía no sé qué día será o si será cada más. Le daré unas vueltas cuando me acostumbre a la rutina.

Como siempre espero que el capítulo os haya gustado al menos casi tanto como el #VildaOut de hoy

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