XXI
Recordaba Oviedo desde lo profundo del alma. Las calles habían cambiado mucho en los últimos años. Algunas cafeterías y bares que solía frecuentar cuando todavía iba al instituto habían cerrado y sido sustituídas por otras nuevas, pero la sensación de vértigo y nostalgia que notaba en su interior la hacía sentir más en casa que nunca.
Se había confundido de camino. Se rió al darse cuenta. Se había desorientado en la ciudad en la que había aprendido a caminar. Había cogido uno mucho más largo, pero tampoco se quejaría por ello, pudiendo disfrutar unos cuántos minutos más de su vuelta.
Su hija no paraba de observar a todos lados, viendo cómo su madre la dirigía con soltura en una ciudad que ella nunca había visitado y de la que no pensaba que su madre supiera mucho más en su joven cabeza. No hablaba y eso la inquietaba un poco. Su madre sonreía a los edificios y las aceras sin decir absolutamente nada. Le resultaba realmente escalofriante.
Elena se detuvo frente de un portal negro, con ventanas y barrotes. Encima de la puerta, el número 35. Timbró y repasó las palabras que había practicado en el avión. Sin embargo, la puerta simplemente se abrió y Elena y su hija entraron al edificio.
Las puertas del ascensor se abrieron en el segundo piso. Xénia, ya asomada a la puerta, clavó los ojos en Elena, que se quedó inmóvil mientras procesaba el haberla vuelto a ver después de tantos años.
Después, su mirada cayó hacia la niña que la miraba con curiosidad unos cuantos centímetros más cerca del suelo. No dijo nada. Simplemente se apartó de la puerta y desapareció en el interior de la vivienda, sin cerrarla, dejando vía libre a las dos mujeres para seguirla.
Elena se sentó en un sofá que conocía demasiado bien, en el que había pasado muchas tardes de risa y cotilleo, aquel en el que se había fumado su primer porro. Xénia apareció momentos después con dos tazas de café.
Estaba más mayor, más adulta. Estaba claro que pasaría lo mismo con Elena y que, probablemente Xénia pensaría exactamente lo mismo de ella.
Tenía marcadas sus primeras arrugas de expresión: alrededor de la boca y los ojos, castigando su personalidad risueña. Su pelo seguía castaño, casi rubio, apagado y cenizo, desaliñado y estropeado por los continuos maltratos a los que seguro seguía sometiéndolo.
—Tengo una consola en la habitación de al lado, ¿quieres jugar un rato? —Le preguntó a su hija. La niña asintió con emoción y corrió hacia donde estaba—. Vuelvo enseguida —Le dijo esta vez a Elena.
La morena se quedó sola en el salón, observando las fotos y recuerdos de los que ya no formaba parte, con gente que no reconocía en lugares en los que había estado mil veces. Podía deducir por el cenicero en el centro de la mesa de café, que no había dejado de fumar. Se había aficionado a las plantas de interior, que crecían resplandecientes y sanas y contaba con un buen despliegue de discos de vinilo en una de las estanterías.
Xénia volvió finalmente y cerró la puerta tras de sí. Todavía no se habían dedicado ninguna palabra directa. No aparte del "vuelvo enseguida" anterior.
—Ha pasado mucho tiempo —pronunció simplemente. Elena sólo pudo asentir en respuesta. Xénia tomó asiento en una de las sillas, evitando hacerlo al lado de su invitada—. Ni siquiera me dijiste que habías tenido una hija.
Elena apretó los labios en una línea recta.
—Lo siento mucho.
Xénia suspiró. Por muy difícil que hubiera sido, Xénia había dado suficientes vueltas a todo este asunto como para saber por qué su amiga había tomado las decisiones que había tomado. Habían crecido juntas, la conocía de cabo a rabo.
—¿Qué es lo que ha pasado? —preguntó por fin.
—David y yo nos vamos a divorciar.
—Eso son buenas noticias —replicó.
Nunca le había gustado. Las razones eran obvias. Para ellas dos, al menos.
—Va a llevarse a nuestra hija. Sé que mi madre lo ayudará.
—¿Qué? —Frunció el ceño desde la silla. Ninguna de las dos había tocado su café todavía—. ¿Por qué iba a llevársela?
—Me han despedido —Xénia abrió mucho los ojos—. Todo está a nombre de mi madre. La he cogido y nos hemos ido lejos, antes de que pudiera volver a aparecer en casa.
—Por favor, Elena, no me digas que te la has llevado sin consultarlo con él.
La nombrada se mantuvo en silencio por unos segundos. Xénia se llevó ambas manos a la cabeza tratando de asimilar el lío en el que su más antigua amiga parecía haberse metido.
—Creo que puedo conseguir un trabajo. Y una casa. En unos días hay una reunión en Madrid de un grupo con el que estaba trabajando. Ellos me ayudarán —Se apuró a decir—. Sólo necesitaba irme. Necesitaba estar con alguien.
—Elena, podría denunciarte por sustracción de menores.
—No sé qué hacer —Se desesperó.
Xénia se sentó a su lado y pasó un brazo a su alrededor.
—Si necesitas conseguir un trabajo y un piso, debes ocuparte de que nadie sepa que la has sacado del país. Mucho menos que intentas que no sepa dónde está —Elena trató de sorber las lágrimas que amenazaban con caer. Ya había llorado lo suficiente aquella semana—. No te preocupes, ¿vale? Voy a estar aquí contigo.
Había visto la noticia. Sabía que su equipo hacía lo imposible por evitar que siguiera buscando su nombre en las noticias y periódicos del país, pero Alexia simplemente no podía evitarlo.
Habían aparecido. Estaban tardando. Tenía certeza de que no se trataba de NOVA, así que la filtración no podía venir de otro lugar que de sí mismos. Era su forma habitual de proceder.
Seguramente la habían relacionado con las filtraciones sin mucho esfuerzo. Irene Lozano la había advertido de aquello desde el primer momento. Ella era la cara visible, el blanco fácil. Al menos por el momento.
Ni siquiera tenía claro que la filtración de aquella llamada telefónica les hubieran ayudado en lo más mínimo. Habían reavivado el machaque contra ella con comentarios de altos directivos y Rubiales tales como "Todo lo que no ha conseguido como jugadora pretende conseguirlo ahora. Es una caprichosa y una narcisista. Ganar en un mundo de hombres no es para una niña capaz de dar un par de patadas en el momento apropiado". No le había sorprendido en lo más mínimo. Tampoco cómo periodistas casposos se habían hecho eco de aquellas palabras, respaldándolas como la verdad que nadie se atrevía a decir. Aún así, la ponía furiosa y, a la vez, la desconcertaba. Habían pasado olímpicamente de defenderse, habían decidido atacar, directamente.
Por ello también, el partido de hoy era aún más importante. Todos los ojos estaban puestos en ella de nuevo, todavía con más dureza y atribuyendo los éxitos de los últimos días a la suerte o a una buena autogestión de los jugadores. Bufaba cada vez que esa posibilidad pasaba por su mente. Ninguno de ellos sería capaz de gestionar un grupo como aquel. No lo habían hecho hasta el momento. ¿Cómo alguien podía pensar que el cambio en la tendencia del equipo no tenía que ver con los cambios en el Staff y sí con los jugadores, que se mantenían exactamente igual que hacía unos meses?
Todo aquello había llevado a Alexia a nombrar a Mason Lane al momento de dar la alineación titular. Había tenido que observar aquella sonrisa de suficiencia que no había borrado de su cara hasta el pitido inicial y no tardó más de quince minutos de juego en arrepentirse de su decisión.
Mason había ignorado por completo las indicaciones que la exfutbolista había dado previamente. Estaba regateando defensas sin demasiado esfuerzo, sacando faltas e incluso había tenido una ocasión con un tiro que se había estrellado en el lateral de la portería. El público estaba ilusionado con la vuelta a la titularidad de su delantero estrella, sobre todo en un partido que necesitaban ganar como aquel y eso podía notarse con el estruendo de vítores que se oían desde las gradas.
—¡Mason! —Lo llamó desde el área técnica. Supo que la había oído por un amago de girarse inconscientemente que había hecho—. ¡Mason! ¡Deja de atacar por el medio y saca el balón a las bandas!
En una nueva jugada, todavía escuchando los gritos de su entrenadora, Mason Lean volvió a ignorarlos, atacando directamente por el medio y consiguiendo una falta cerca del área rival. Mason se levantó del suelo con ayuda de Cody, se sacudió la hierba del pantalón y guiñó un ojo a la entrenadora, sin ningún tipo de disimulo. Alexia se mantuvo seria, sin reaccionar.
En el minuto veinte, el cuarto árbitro levantó la pantalla, con el dorsal diez en rojo y el veintiséis en verde. El público enmudeció. Y Mason Lean también.
Después de unos segundos, instado por el árbitro a abandonar el terreno de juego si no quería una amonestación, el jugador caminó a desgana hacia la línea de banda, ignorando por completo a Owen y dedicando una mirada furiosa a la entrenadora.
Nick se acercó a Mason. El estadio, que antes estallaba en júbilo. pitaba y protestaba en ese momento la decisión de la catalana, que cruzada de brazos se limitaba a continuar observando el partido. Mason apartó a Nick de un empujón y dio una patada a la nevera antes de tomar asiento.
Varios miembros del cuerpo técnico trataron de calmarlo sin éxito, las cámaras se habían girado todas hacia él y el árbitro se aproximaba a la banda para castigarlo finalmente con una tarjeta amarilla. El jugador no se inmutó, simplemente se mantuvo sentado.
—No tiene ni puta idea. ¡Ni puta idea! —exclamó, entre aspavientos de brazos y deshaciéndose del agarre de fisioterapeutas y asistentes—. No me da la gana. ¿No hay nadie al volante aquí o qué?
Alexia se vio obligada a girarse, encontrándose de nuevo con la mirada desafiante de Mason.
—No tienes ni puta idea de este deporte —dijo finalmente, recostándose contra el asiento, resignado.
Impasible, Alexia dio dos pasos hacia el banquillo, con gesto serio y frío.
—Vete al vestuario —El delantero abrió mucho los ojos—. Ya me has oído. He dicho que te levantes y te largues de mi banquillo.
—¿Qué? —preguntó realmente confundido.
No podía haberlo oído bien.
—No nos han marcado en alguna de las numerosas pérdidas que has tenido en el borde central del área de milagro. El planteamiento de juego que tus compañeros sí estaban cumpliendo generaba un punto débil a las transiciones si el balón se perdía en tu posición. Debíamos penetrar por las bandas. Ese era el mejor planteamiento y has tenido suerte de no ser el culpable de que el equipo encajara un gol. No me importa si has lanzado un balón a tres metros de la portería con un tiro completamente nefasto. Aquí se juega a mi fútbol.
En cuanto las últimas palabras de la entrenadora terminaron de clavarse en un indefenso Mason, a la espalda de la catalana y justo en frente del delantero, las gradas estallaron celebrando el primer gol del Manchester United, tan sólo siete minutos después de que Mason hubiera abandonado el césped.
—A la ducha, Lean.
Josh había marcado el primer gol, tras una penetración desde la banda derecha de Leon. El segundo subió al marcador en el descuento del primer tiempo. Owen sólo necesitó peinar el centro de Arthur, que lo había abrazado como si la vida le fuera en ello. Alexia no celebró ninguno de los goles hasta el cuarto, aquel primer gol que había superado su planteamiento de partido. La superioridad debería ser tan amplia que tres goles eran lo mínimo.
Owen Spencer había sido nombrado MVP. Había terminado el partido con dos goles y una asistencia, desatando el furor de los aficionados ante una nueva promesa que no sólo podía ocupar el lugar de Mason Lean, sino incluso superarlo. Alexia recibió un abrazo del chico segundos después del partido final. Aquella jornada podía haber cambiado por completo su carrera. Pero también había sido de gran relevancia para Alexia Putellas, que se presentaria como una firme opción en el banquillo de cualquier equipo y Mason Lean, un chico intocable que ahora parecía prescindible.
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Chicasss me voy de vacaciones y es muy posible que no sepáis de mí hasta dentro de unos 8-9 días.
Después de eso, otra mala noticia, en cuanto empiece septiembre sólo habrá una actualización a la semana y será el lunes.
Preparaos también para el siguiente capítulo porque se vienen curvas cerradas, mojadas por lluvia y en acantilados asesinos.
Y por lo demás, no sé, que se vaya a la mierda Vilda y la federacion. Intentad disfrutar este domingo, que las circunstancias no os roben la oportunidad de vivirlo.
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