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XVIII

Habían ido directamente al apartamento de Alexia. Pidieron al taxi unos segundos para recuperar la compostura, para que la ira y las hormonas dejaran de ir por sus venas. Ninguna de las dos permitiría a Alexia volver a caer. Ambas la habían visto cuando se marchó, el fantasma había existido también en el vestuario, un secreto a voces que explicaba a cada jugadora de la plantilla la forma de ser de Alexia y al que accedían después de un tiempo.

Aunque nunca había sido Alexia quien había hablado del tema, todas sabían que la capitana era consciente de que lo sabían. No le gustaba, pero prefería no hablar del tema a detenerlo. No hablar de ella, no mentarla, siempre estaba por encima de todo lo demás.

—No deberíamos... —comenzó a hablar Ana Mari.

—Ni una sóla palabra —concluyó Irene.

La suiza asintió. Era lo mejor. Debían alejarla de ella, que no volviera. Y por eso tampoco debían nombrarla ahora, hacer que pensara en ella. No había dudas, pero Alexia nunca lo aceptaría. No sólo por la obvia intromisión en sus asuntos personales, sino también porque nunca permitiría verse débil.

Ana Mari sacó las maletas del maletero antes de que el taxista pudiera ayudarla e Irene se disculpó con él con la mirada. Necesitaba sacar la energía que la discusión le había dado. Por el mismo motivo, decidieron subir por la escalera, riéndose de la escandalera que estaban armando, chocando el equipaje con los pasamanos y los escalones.

Cuando Alexia abrió la puerta, se quedó completamente perpleja. Ana Mari se lanzó a abrazarla al momento, la apretó con fuerza y la catalana se quejó entre risas. Después, abrazó también a Irene y les hizo espacio para que pudieran pasar al interior junto con las maletas. La catalana no podía dejar de mirarlas, tratando de situarlas en su nuevo apartamento, que parecía ser tan ajeno al resto de su vida.

No era extremadamente grande. Desde luego, mucho menos que aquel en el que habían llegado a pasar muchas tardes en Barcelona. Pero era acogedor, amplio y luminoso. O al menos, eso pensaban que sería cuando la luz del Sol se colara por aquellos enormes ventanales.

La puerta de entrada daba directamente al salón o a lo que se suponía que funcionaba como tal. Había un sofá largo de color gris, una alfombra blanca, una mesa de café y un mueble para el televisor con varias estanterías todavía vacías del mismo color. En una de las esquinas, una lámpara de pie iluminaba suavemente la estancia.

Justo al lado izquierdo y detrás de un pequeño panel, la cocina, con una gran isla en el medio del lugar. Al final de la habitación que combinaba salón y cocina, había tres puertas, que debían corresponder a las habitaciones y el baño.

Ana Mari arrastró las maletas hasta juntarlas con el lateral del sofá, buscando que ocuparan lo mínimo de espacio posible.

—Tu madre nos ha mandado traerlas cuando le dijimos que vendríamos a visitarte —La informó Irene.

Alexia negó con la cabeza.

Ana Mari volvió a la conversación abrazándola con todavía más fuerza.

—¡Felicidades Míster! —exclamó mientras daba vueltas con ella en el aire.

La central se unió a las felicitaciones, pero con un poco menos de entusiasmo que la suiza, a la que era imposible seguir el ritmo. Ana Mari siempre estaría más feliz que tú, no importaba cuánto lo intentaras.

—No teníais que haberos molestado. Esto está lejísimos de Barcelona —dijo la capitana, todavía entre los brazos de la suiza, a sabiendas de lo muchísimo que agradecía la presencia de sus dos amigas en aquel momento. Llevaba tres días completamente sola, peleando continuamente por pensar en cualquier cosa que no fuera Elena—. Y no puedo creer que mi madre os haya hecho cargar con todo esto —rio, avergonzada—. Vaya trote.

Irene sonrió.

—Ya sabes cómo es tu madre, no podía evitar asegurarse de que estuvieras bien acompañada —dijo con cariño—. Además, teníamos muchas ganas de estar contigo hoy, Ale.

Ana Mari asintió, con la sonrisa siempre en su rostro.

—Claro que sí. ¡Tenemos que celebrarlo! ¿Y Nala? ¿No te la has traído contigo? —preguntó mirando a su alrededor.

Alexia suspiró.

—No. Pensé que estos primeros días serían demasiado ajetreados como para que Nala estuviera tranquila. Iré a buscarla pronto, espero. Cuando todo esté más asentado —Ana Mari asintió con comprensión. Debía estarla echando de menos. Alexia no estaba acostumbrada a la total soledad. Se alegró de haber venido—. Probablemente la traeré conmigo en unas semanas, cuando vuelva a España para la reunión de NOVA. Pasaré por Barcelona —Alexia las invitó a tomar asiento en los taburetes de la isla de la cocina mientras hablaba, dándose cuenta al instante y abriendo mucho los ojos.

—Tranquila —Se rio la suiza—. Estamos todas dentro, en cierto modo —Alexia frunció el ceño, buscando confirmación en Irene, que asintió—. O sea, no estoy dentro como puedes estar tú, claro —comenzó—, pero estoy al tanto y ayudando en lo que puedo.

—¿Te veré en Madrid? —Le preguntó Irene.

—Sí. Esa semana no tengo trabajo —Informó la suiza.

Alexia seguía un poco descolocada.

—Pero... —Comenzó a hablar—. Todavía no entiendo demasiado lo que está pasando.

Irene se rio.

—¿No nos vas a ofrecer nada para beber o qué? —Se quejó la delantera, caminando directamente hacia el frigorífico.

Alexia la siguió, tomando una jarra de agua y algunos refrescos, para que pudieran escoger. Ana Mari abrió una de las latas de Pepsi, dejando la tarea de dar contexto a la rubia para Irene Paredes.

—Estamos todas un poco dentro. Al final nos vimos envueltas en la federación y sus prácticas. Estamos nosotras, que ya no nos dedicamos al fútbol profesionalmente y muchas otras exfutbolistas, pero también jugadoras en activo y demás deportistas —explicó—. Aunque, claramente, no todo el mundo es tan libre de arriesgarse a verse envuelto en algo así. Sobre todo deportistas que todavía están dentro.

La catalana asintió, comprendiendo la situación y tomó asiento también. Se echó un vaso de agua.

—Es lógico, claro —Bebió un trago.

—Empezó a plantearse la idea hace como un año —Habló esta vez Ana Mari—. Parecía que la gente respondía bien, que no estaba contenta y tenía ganas de hacer algo de una vez.

—Sí, en este país las cosas funcionan diferente —Negó con la cabeza—. Plantarse sin ir a la selección no hizo absolutamente ningún cambio para la federación. Les dio completamente igual. Era cuestión de tiempo que alguien apareciera con una solución bastante más radical. Para nosotras esa fue Irene Lozano. También Vero fue de las primeras que se subió al tren, se habló y convenció sin mucho esfuerzo a grandes personalidades del fútbol como Pujol, Guardiola, Nadine... Muchas futbolistas retiradas de otros países están colaborando también como Ada Hegernerg, Alexandra Popp o Megan Rapinoe. Y en activo, claro, pero ya desde un plano mucho más secundario.

—Dios...

Alexia pestañeó varias veces tratando de digerir la cantidad de gente que estaba detrás de ellas esta vez. Ya no eran quince. No eran veinte, ni cincuenta, eran muchas más.

—Esta vez se ha montado buena, ¿eh? —Se burló la suiza.

—Sólo faltabas tú antes de que todo explotara —dijo Irene, para luego cogerle la mano por encima de la mesa y sonreírle con ternura—. Me alegra muchísimo que hayas aceptado volver. Te mereces ser parte de esto, Ale.

La centrocampista sintió su corazón encogerse por un instante. La lesión la había apartado de los terrenos de juego, pero también la había apartado de ellas, hasta de sí misma. Reencontrarse en los ojos de sus compañeras, de las que habían sido su familia durante tantos años, se sentía cálido, correcto. Alexia sentía otra vez que estaba exactamente donde tenía que estar, después de tantos años. Reconfortada por Irene Paredes, con la mirada cómplice de Ana-María Crnogorčević y al pie del cañón, lista para terminar lo que un día había empezado.

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