XLVIII
Alexia fue la última en abandonar el autobús. Algunas de sus jugadoras dedicaban un saludo a aquellas personas que habían esperado su llegada. Hizo lo mismo, asimilando todos los ánimos que estaba recibiendo.
El equipo empezó a calentar con concentración e intensidad. La Arena da Amazônia resultaba imponente, tanto por dentro como por fuera. Las gradas eran altas y amplias, propias de un torneo de un nivel como aquel. Estaban cerca. Deseó que la mayoría del público estuviera de su parte y fueran gritos de apoyo lo que sus jugadoras escucharan a pocos metros.
Entró en silencio en el vestuario. Las jugadoras todavía se apresuraban a ultimar sus manías con respecto a la equipación. Algunos cortes en las medias, unos remangos al pantalón, la posición exacta para la caía de la camiseta...
—El once es el mismo que el que os comuniqué ayer —comenzó, una vez todas sus jugadoras habían dejado de moverse para escucharla atentamente—. No hay cambios significativos —comentó tomando asiento también—. Sabéis lo que tenéis que hacer, conocéis al rival. Tenéis más que aburrido nuestro juego, memorizada cada jugada, cada quiebre, cada cambio de orientación, cada decisión. Hoy es el primer partido del torneo y lo único que quiero ver de vosotras es que sabéis poner en práctica los entrenamientos que llevamos hasta ahora.
Después, dejó una mano en el hombro de Patri, que le dedicó una sonrisa melancólica. El brazalete de capitana estaba en su brazo y aquel era su momento.
Ji So-yun tenía pocos años más que ella y una trayectoria mucho más larga que la suya desde el banquillo. Era la mayor goleadora histórica de su selección. Se cruzó de brazos, viendo cómo sus jugadoras se posicionaban sobre el césped entre aplausos y vítores. Quizás ella no había llegado a ser la máxima goleadora de su país. Tampoco tenía claro que sin haberse lesionado hubiera llegado alguna vez a alcanzar a Jenni ni tampoco le importaba. Alexia también sabía cómo marcar goles.
El China contra Inglaterra se había jugado hacía unas pocas horas y se había saldado con una contundente victoria inglesa por cuatro goles a cero. Eran las grandes favoritas, después de haber ganado su segunda copa de Europa seguida hacía dos años. Había visto a la prensa española aliviarse al estar acompañados de ellas y dos selecciones menos peligrosas, pues consideraban que eso daba a la selección española más probabilidades de llegar lejos en el torneo, sin tener que cruzarse de nuevo con Inglaterra hasta mucho más adelante. Aquello la enfadaba más de lo que mostraba.
El balón comenzó a rodar. Vicky López conducía la pelota con el número once a la espalda. Había considerado que no había una persona mejor para llevarlo y, tras ver a varias jugadoras negándose a llevarlo después de su lesión, manteniendo su espacio reservado, fue la propia Alexia quien insistió a la incipiente estrella del F.C. Barcelona a cargar con el peso del que algún día había sido su dorsal.
El ambiente era electrizante. Podía localizar gradas enteras vestidas de rojo. Los aficionados hacían ruido, animaban, se quejaban, pintaban, aplaudían. Aquel era su primer partido y querían hacerles saber que estaban allí. Después de ver todo por lo que aquella selección había pasado con la federación y con la promesa de Alexia Putellas como nueva seleccionadora, la esperanza en alzarse con el título era palpable. Se esperaba un debut sólido; sin embargo, pronto se convirtió en un desafío inesperado.
La defensa de Corea del Sur era dura, fuerte e intensa. La capacidad de colocación y repliegue que el equipo contrario estaba mostrando anulaba casi por completo la creación de juego de las españolas. Claudia Pina no había recibido un sólo balón, Salma tenía bloqueada su carrera por tres jugadoras cada vez que recibía el balón y Aitana no encontraba espacio suficiente para un pase en profundidad o un tiro desde fuera del área. Las pérdidas de tiempo y el ritmo lento de partido comenzaban a desesperar a las jugadoras, que cada vez participaban en acciones más violentas.
En el minuto setenta y seis lo que iba a ser un despeje surcoreano terminó pasando entre dos jugadoras españolas directamente hasta los pies de la extremo izquierda Jeoun Eun-ha. El centro pasó por encima de la cabeza de Mapi León, incapaz de cubrir a tiempo a la delantera que irrumpía en el área. Ona Batlle, corriendo de vuelta hacia su marca, observó perfectamente cómo el cabezazo de Ji-Yeon Seo terminaba estrellándose en el fondo de la red, a pesar de haber sido ligeramente desviado por la mano derecha de Cata Coll.
Las indicaciones desde la banda de la seleccionadora no fueron suficientes. El tiempo jugaba en contra. La presión seguía alta y las pérdidas eran frecuentes, los tiros desviados y las jugadas deficientes. Nada de lo que se había mostrado en el campo había sido trabajado en los entrenamientos y Alexia no sabía cómo podía redirigir a su equipo a su propio juego.
El vestuario estaba en completo silencio cuando entró y se quedó de la misma manera cuando salió. Aunque había tratado de animar a sus jugadoras y asegurarles que el primer partido no tenía que definir su trayectoria, todas ellas sabían que la prensa acabaría con ellas antes del mediodía del día siguiente. Nunca habían sido rival para Inglaterra y, una derrota al inicio del torneo no les ponía nada fácil pasar a las eliminatorias.
—Ale... —La llamó Lola, con cierto reparo. Estaba esperándola en las escaleras que las llevarían hacia el autobús. Ella había sido la última en salir—. No es el final. No tiene que significar nada.
—No quiero estar con nadie, lo siento —respondió, mirándola a los ojos tan sólo por una fracción de segundo. Sabía que las principales protagonistas de la decepción que se sentía en aquel lugar eran las jugadoras y para ellas debería ser el espacio y la comprensión; pero ahora que ya no debía ser ella quien las animara, ahora que ya había cumplido su papel, Alexia quería hundirse en sus propios miedos y expectativas—. Quiero estar sola.
La segunda entrenadora conocía perfectamente la mentalidad de la rubia y sabía que era mejor no insistir. Las derrotas no le sentaban nada bien. Su competitividad le aportaba una fuerza y una garra envidiables, pero la nula tolerancia al fracaso arrasaba con su confianza al completo. Alexia terminaría en un momento muy bajo aquella noche y no quería que aquello influenciara a ninguna de las jugadoras que todavía debían mantener la fortaleza mental para enfrentarse a China en pocos días. No fue difícil descifrar lo que la seleccionadora quería de ella.
Asintió y ambas se dirigieron al autobús.
No había demasiadas palabras en el interior del vehículo. Alexia dibujaba una sonrisa lo más verdadera posible y daba una palmada en la espalda a cada una de las jugadoras que se cruzaba, volvía a predicar lo que le gustaría pensar, lo que deseaba que su equipo creyera.
Ya en el hotel, todas se dirigieron a sus habitaciones. La seleccionadora se despidió de todas con palabras de aliento, manteniendo su papel de líder. Lola la observaba a una distancia prudente, consciente de la fortaleza y responsabilidad que estaba teniendo al mantener una buena cara. De seguro, aquellas que habían sido compañeras suyas estaban al tanto de la verdadera situación de la que ahora era su entrenadora.
—¿Necesitas algo? —preguntó su segunda de abordo, con suavidad.
Las demás futbolistas y cuerpo técnico las rodeaban, eligiendo el ascensor o las escaleras. Alexia negó con la cabeza, forzando una sonrisa.
—No, gracias. Estoy bien —respondió, aunque ambas sabían que no era del todo cierto.
Lola le dio un apretón en el hombro y la dejó marchar. Sabía que la seleccionadora necesitaba su espacio para procesar lo sucedido y enfrentarse a sus propias expectativas. Su presencia y consuelo no harían en realidad más que ponérselo todo más difícil.
Al entrar en su habitación, Alexia se dejó caer sobre la cama. Miró al techo, tratando de calmar la incipiente culpa, el no haber sido suficiente. No podía evitar repasar cada error, ver cómo sus jugadoras no habían sido capaz de trasladar al césped lo que ella habría jurado que les habían enseñado. El equipo dependía de ella y eso la obligaba a mantenerse fuerte. Pero en ese momento, sin nadie más alrededor, lo único que necesitaba era desmoronarse en la comodidad de su propia soledad.
Sin embargo, se dio cuenta de que, en medio de todo aquel caos interno, había una persona a la que quería ver, una presencia que en un día había sido aquel refugio seguro que inconscientemente tantas veces seguía buscando: Lena.
La simple idea de su nombre provocó en ella un torbellino de emociones, le llenaba la boca. El dibujo de la lengua sobre su paladar describía un camino hacia su interior, sílaba por sílaba, como una bocanada de aire fresco.
Sacó su teléfono y, sin pensarlo demasiado, le escribió un mensaje,
"¿Estás despierta?"
Elena respondió casi de inmediato.
"Estoy esperándote".
Inconscientemente sonrió. Respiró hondo y se levantó de la cama. Su cuerpo seguía tenso por la acumulación de emociones. Luego, caminó por el pasillo hasta la habitación de la asturiana, sintiéndose un poco vulnerable al verse destruída, tocando su puerta y esperando que abriese. Elena abrió en un segundo, como si hubiera estado esperando al lado de la puerta a que la catalana decidiera levantarse.
Su rostro preocupado le sonrió. Tomó su cara entre sus manos y la analizó con detenimiento y delicadeza. Alexia maldijo internamente, pues sabría que había llorado. Ella sí.
—Ven aquí.
Sin esperar respuesta por parte de la rubia, su mano derecha se coló en su nuca y su mano izquierda en su cintura, haciendo que su cabeza descansara contra el hombro de la chica de la mirada policromática. Respiró su olor, se dejó sostener, cerró los ojos.
Alexia se escondió del mundo en aquel lugar que conocía tan bien, aquel refugio entre su cuello y su clavícula, donde nada podía dañarla. Se dejó llevar, notó sus brazos acercarla a su cuerpo con más fuerza, la calidez la rodeaba. Aunque sólo fuera por un momento, aquel abrazo la reconfortó por completo.
Después de un rato se separaron. Elena le sonrió y ella le devolvió la sonrisa. Lena estaba con ella.
La asturiana invitó a la seleccionadora a entrar. Lexi no pasaba las noches pre y post partido con su madre, con el objetivo de preservar la concentración de la plantilla lo máximo posible. Cerró la puerta y las aisló del mundo. Sólo a ellas dos.
Ambas se sentaron sobre la cama.
—No ha sido el mejor día —admitió Alexia finalmente, rompiendo el silencio.Elena asintió, mirándola con una mezcla de empatía y firmeza.
—No lo ha sido, pero es solo el principio. Tienes tiempo para cambiar las cosas.
—Lo sé, pero... —Alexia hizo una pausa, buscando las palabras—. La gente esperaba tanto de mí, de este equipo... Tenían muchas esperanzas en nosotras después de haber tumbado la federación, aquella que acusamos de ser un lastre para todas nosotras y ahora que lo tenemos todo, que yo puedo disponer todo de mí para hacer a todas mis compañeras campeonas del mundo, no es suficiente. No he sido suficiente.
Elena la miró fijamente, su expresión suave pero seria.
—Ale, lo que ha pasado hoy en el campo no es culpa de una única persona.
La rubia negó con la cabeza.
—No he sabido reaccionar, no di con la clave —Suspiró. Luego, escondió su cara entre sus manos—. Yo soy la entrenadora ahora. Ese es mi trabajo —Alexia dedicó unos segundos a imaginar lo que las redes estarían diciendo de ella, de su escasa trayectoria, de su falta de títulos, de sus inicios en bajas categorías, de cómo había lanzado balones fuera en toda su carrera como futbolista y en cómo ahora iba a intentar echar la culpa a otro cuando era ella la que estaba ahora al mando—. Soy un fraude.
La asturiana la tomó de las manos, haciendo que la mirara a los ojos.
—Ha sido un partido. El primero de todos. Quedan más por delante.
Alexia retiró sus manos de su agarre, molesta con la compasión y el cuidado que la morena estaba teniendo con ella cuando no lo merecía.
—Todos confiaron en mí y les he fallado. Vinisteis a buscarme a mí, me queríais al frente de esto y no doy la talla. Habéis pasado por tantas cosas... Le he fallado a todo el mundo. Al equipo, a Vero, a Irene, a mí... Te he fallado a ti.
—Alexia, no me has fallado. Y no te has fallado a ti misma. El fútbol es así. A veces, por mucho que trabajes, las cosas no salen como esperas. Pero lo importante es cómo respondes a eso. Eres fuerte, y tu equipo te necesita. Y yo... —Elena hizo una pausa, tomando aire—. Yo también.
Alexia se mantuvo en silencio. Reposando lo que Elena había dicho a escasos centímetros de ella, desde tan cerca. Hacía semanas que no escuchaba nada así de ella, pues había tomado al pie de la letra su actitud pasiva ante lo que la catalana hacía y deshacía entre ellas.
—Tú confiaste en mí para esto. Tú me hiciste llamar.
—Y lo sigo haciendo. No tengo ni una sóla duda sobre ti, Ale —Se observaron por unos segundos—. Sé que lo harás. Vencerás a China y también a Inglaterra —La seleccionadora quiso abrir la boca, pero ella la detuvo—. Me da igual lo que diga la prensa, ni se te ocurra nombrarlo. No son invencibles y tú lo vas a hacer. Vas a acabar con Inglaterra.
—Lena...
La nombrada se puso en pie, buscando un USB sobre la mesa de la habitación introduciéndolo en el televisor bajo la mirada curiosa de la exfutbolista.
—Empecemos por lo primero —dijo—, sé que no dormirás en toda la noche. Diga lo que te diga, seguirás pensando en ti como la única responsable, así que... —carraspeó—. He descargado el partido.
Alexia frunció el ceño, genuinamente sorprendida de que recordara aquello de ella, cuando su revisión de vídeos en aquel entonces se basaba en jugadas grabadas con el móvil en 360p.
—¿De verdad?
—He pedido también un par de libretas de anillas —dijo lanzándolas sobre el nórdico—. Para que apuntes lo que encuentres. Hay bolígrafos de varios colores.
—Estoy bien —aseguró—. No es necesario que hagas todo esto.
Lena rodó los ojos. Después se cruzó de brazos.
—Voy a por un par de cafés a la cafetería. En cuanto vuelva encontraremos qué es lo que ha salido mal. No voy a dejarte sola en esto —sentenció—. Si no vas a dormir, que sea aquí donde no duermas. Deja que me quede contigo, por favor.
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Qué mal lo he pasado en los cuartos eh, no me toquéis.
Por cierto, mucho se están acercando aquí mis colegas. No vaya a haber un accidente.
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