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XLVII

Era una escena demasiado tierna como para apartar la mirada, como para irse sin más aunque en aquella ocasión no tuviera nada que ver con ellas.

No podían culpar a nadie. Todavía quedaban unos cuántos días antes de que el mundial de Brasil diese comienzo y no todas las familias disponían del tiempo libre o el temple para tomar un avión de doce horas destino Manaus.

Ona Batlle, Mapi León y Jana Fernández se ofrecían compañía silenciosa en aquel recibidor lleno de abrazos y besos, maldiciendo en silencio la decisión de haber encontrado pareja en el mismo gremio.

—Nos enfrentaremos a Inglaterra pronto.

Mapi dejó la frase en el aire, apoyando su cuerpo contra la pared de su espalda. Ona esbozó una sonrisa socarrona.

—No sería la primera vez que pierde contra nosotras —espetó—. Lucy lo superará. Aunque para mí no será igual de gratificante derrotarla estando ella en el banquillo. La hubiera preferido en el césped.

—No sé qué decirte —Jana alzó las cejas, tratando de imaginar lo que estaba a punto de describir—. Si Jill se escapara directa hacia portería tendría que pararla. No creas que me apetece especialmente escuchar un grito de dolor si le meto una patada... o al menos la reprimenda de después del partido por no haber sido lo bastante dura con ella.

Ona rio con ganas.

—¿Crees que te echaría la bronca si la dejaras pasar?

—Sin duda —respondió al instante.

—Bien porque yo también te montaría una tremenda —amenazó la lateral con el dedo índice en alto.

—No sé si yo sería capaz de darle una patada a Ingrid —dijo Mapi, sincera, con una sonrisa traviesa—. Espero que si nos vemos las caras sea Patri quien la tumbe antes de que llegue a ser mi responsabilidad.

Mientras Jana coincidía con las preocupaciones de Mapi, Ona vio a Laura Mestre aparecer en el vestíbulo unos cuantos minutos tarde, sin mostrar el más mínimo interés en buscar a nadie entre la multitud.

—¡Lau! —exclamó la lateral, llamando su atención.

La novata se acercó con cierta indecisión, todavía sin mostrarse demasiado suelta entre las más veteranas de la plantilla.

—¿Otra abandonada más? —dijo con Mapi, todavía desde su asiento, tratando de integrar a la nueva lo más rápido posible. Parecía bastante tímida—. Siéntate aquí con nosotras —propuso, golpeando uno los muebles acolchados que se agolpaban contra la pared.

—Mis padres no tienen muchos días libres y vendrán para el tercer partido —Las informó.

—Espero que tengan suficientes para las eliminatorias porque tengo fe en que este torneo se nos haga largo —comentó Jana.

Laura sonrió de medio lado.

—Es por eso que vienen más tarde.

—¡Eso es! —exclamó Ona chocando la mano con la nueva incorporación de la plantilla.

Desde la izquierda, otra integrante del club de las abandonadas emergió de entre los reencuentros familiares con rostro cansado.

—Ah, aquí estáis las renegadas.

Vicky López se incorporó al grupo, apoyando también la espalda contra la pared, pero observándolas desde unos centímetros por arriba, pues no quedaban más asientos.

—Otra más —Se quejó la zaragozana en broma—. Y encima llegando tarde. Como Lola se entere...

—A esto no hace falta llegar pronto —Se encogió de hombros—. Vosotras como WAGs del mundial deberíais saberlo, que no tenéis quién os venga a dar ánimos —Les guiñó un ojo. Después, mientras las tres se interrumpían, tratando de responder con un comentario similar, sus ojos cayeron hacia una cuarta chica sobre los asientos, en la que no había caído de repente—. ¿Tú también te has echado pareja futbolista?

—Mi familia vendrá dentro de algunos partidos. Ellas me han aceptado en su grupo por pena —Se rio.

Vicky López sonrió. Aquella información no le había disgustado en absoluto.

—Yo estoy tratando de conseguir lo mismo.

(...)

Alexia salió del ascensor recargada de energía. Adoraba tener a su familia allí y haber podido salir a cenar con su hermana y su madre había sido justo la distracción que necesitaba para volver a poner los pies sobre la tierra y reconectar con la que era su verdadera rutina.

Podría seguir viéndolas regularmente, pues el hotel de las familias no estaba muy lejos de allí y el equipo se había ocupado de ofrecer suficiente tiempo de descanso y desconexión a la plantilla ahora que la concentración previa al torneo estaba cerca de llegar a su fin. Teniendo todos los conocimientos y tácticas asimiladas, lo que ahora necesitaban las jugadoras era que sus familias y amigos les aportaran la fuerza necesaria para darlo todo después de tanto esfuerzo.

La catalana recorrió el pasillo mirando directamente a la puerta contigua a la suya. Estaba cansada, había sido un día con muchas emociones; pero apenas había visto a la chica de la mirada policromática en aquel viernes y se sentía un poco extraño dirigirse a la cama sin saber cómo había sido el día de la morena.

Alexia tocó la puerta con los nudillos tras cerciorarse que nadie la observaba. Oyó los pasos desde el interior aproximándose hacia ella y esperó, impaciente, con una sonrisa en la cara.

La puerta se abrió dejando entrever el rostro desconcertado de la asturiana. La sonrisa de la exfutbolista se agrandó. Llevaban días pasando tiempo juntas. Para ver una película, contarse anécdotas de los últimos años, probar algo nuevo de la carta o simplemente compartir habitación por unas horas; aunque Elena se sumergiera en un libro y Alexia aprovechara para echar una siesta en unas sábanas impregnadas de su olor y recuperar el sueño perdido en la soledad de su habitación y en un algodón que olía a otra casa.

—¿Ale? —preguntó, frunciendo el ceño. Después miró hacia ambos lados, asegurándose de que se encontraban a solas. Después, bajó el tono—. ¿Está todo bien?

Alexia se encogió de hombros.

—¿Por qué no iba a estarlo? —Pestañeó un par de veces—. Venía a ver si querías que viéramos una película. ¿Estás tú bien?

La catalana no pudo evitar que su atención recayera en que sólo su cabeza y la mitad de su torso se asomaban fuera de la habitación. Se sorprendió ante la idea que cruzó su cabeza. ¿Qué sentido tendría? No tenía sentido. Aún así no pudo evitarlo. Si Elena había sido capaz de hacerle tanto daño, qué le impediría hacérselo en ese momento, que apenas habían retomado el contacto. Tragó saliva.

Elena observó cómo el rostro de la rubia se oscurecía. Abrió la boca comprendiendo lo que la situación parecía estar sugiriendo y que comenzaba a desencajar la expresión de la exfutbolista, pero otra voz se apresuró a explicar la situación mucho antes que ella.

—¡Mamá, estás tardando mucho!

Se sintió estúpida. De manera casi instantánea el miedo se convirtió en vergüenza.

Lexi era una niña y Elena era miembro del cuerpo técnico. Su desempeño no exigía un aislamiento que facilitara su concentración en el torneo y una hija de tan corta edad pasaría el mayor tiempo posible al lado de su madre. Ella había recibido la visita de su madre y de su hermana, que posteriormente y con el resto de familiares, se habían retirado a otro hotel cercano y había supuesto que la situación sería igual para todos, olvidando por completo a la pequeña Garay que requería la atención de su madre desde el interior de la habitación.

—L-lo siento. No me había dado cuenta que...

Elena sonrió con ternura, todavía con medio cuerpo en el pasillo.

—No te preocupes —Le quito importancia—. ¿Te habías preocupado? —bromeó guiñando un ojo.

Alexia alzó ambas cejas.

—No.

La asturiana rio con despreocupación.

—Tengo que volver. Lexi se pondrá hecha una...

Su cara cambió en ese mismo instante. La seleccionadora tuvo el tiempo exacto para bajar su ceño antes de que el terremoto que hacía un segundo estaba custodiado por la puerta se plantara frente a ella con los ojos muy abiertos y los dientes a la vista de todo el mundo.

—¡Alexia! —exclamó.

La nombrada llevó los ojos a la asturiana, viendo cómo golpeaba su frente con la palma de la mano.

—Es imposible mantenerla quieta en un sitio —dijo, dándose por vencida y abriendo finalmente la puerta del todo.

—Lo siento mucho. Ha sido culpa mía que...

—¡Ven! —exigió tomándola de la mano e interrumpiendo sus disculpas—. Mamá y yo estamos eligiendo una película.

La catalana ofreció cierta resistencia, buscando primero una aprobación de la morena, que asintió dándose completamente por vencida. No era capaz de negarse a nada que pidieran cualquiera de las dos Alexias.

Cerró la puerta una vez las tres habían ingresado a la habitación. Su hija fue directamente hacia la mesa, tomando el mando de la televisión entre sus manos y enfocándolo directamente hacia la pantalla.

—Yo quiero ver Crepúsculo —informó—, pero mamá dice que está cansada de verla —Hizo un puchero—. Di que tú también quieres verla, así seremos más las que queremos que las que no.

Alexia llevó la mirada a los ojos policromáticos, que le pidieron ayuda en silencio y después a sus labios, que pronunciaron sin emitir sonido alguno: "Por favor no. Ayúdame".

—¿Qué tal si vemos alguna otra? Hércules solía gustarte mucho. O enredados.

—A mí me encantaría ver Crepúsculo.

La mayor de las Alexias la miró con suficiencia. Elena respiró hondo, manteniendo una sonrisa para nada genuina mientras sucumbía al deseo de la mayoría. Había visto esa película más de cuatro veces en los últimos dos meses. Ni siquiera "Luna Nueva" o "Amanecer", pues su hija todavía no sabía que existían más entregas. Ni siquiera había llegado a terminar de ver la primera de ellas.

La chica de la mirada policromática se tumbó sobre la cama, dejando el otro lado para que Alexia pudiera sentarse también.

Dejó espacio a su lado para que su hija se sentara, pero Lexi tomó la dirección opuesta, sirviéndose del cuerpo de la exfutbolista como cojín para ver la película con más comodidad. Desde luego, encontraría una superficie más blanda que el el abdomen de una atleta que no conoce la idea de estar retirada, pero su hija parecía contenta con la decisión.

Edward acababa de salvar la vida de Bella en el aparcamiento, cuando la que pensaban que estaba a nada de sucumbir al sueño levantó la mano de Alexia sobre su cabeza, sorprendiendo a las dos adultas.

—Tienes el mismo tatuaje que mamá —apreció—. Qué coincidencia.

La catalana observó con sorpresa su propia muñeca, como si aquel número "11" hubiera aparecido de la nada en su piel en las últimas horas. Sólo cuando Alexia escucho a Elena reír, se permitió hacer lo mismo, creando la más absoluta confusión en la pequeña.

—Me lo copió —dijo Elena—. Le pareció muy chulo.

Lexi frunció el ceño, volviendo sus ojos a la pantalla.

—Mi amiga Anna hizo lo mismo con una chaqueta mía que le gustaba mucho —comentó bastante enfadada—. No me hizo ninguna gracia.

—Con toda la razón, cielo.

Alexia negó con la cabeza, mordiéndose la lengua sobre el porqué de la existencia del tatuaje en la piel de la asturiana en primera instancia.

La película continuó y como todas las veces anteriores, Lexi terminó por quedarse dormida justo antes de la escena del béisbol. Sus manos se aferraban con fuerza al antebrazo de la catalana, cuyo cuerpo ladeado sugería que se encontraba en la misma situación que la pequeña. Elena observó la situación con diversión.

Había algo de culpa en la felicidad que aquella escena le hacía sentir. Su hija dormía plácidamente entre los brazos del amor de su vida, como si todo estuviera en su sitio después de mucho tiempo. Ni siquiera la quinta vez que se veía obligada a ver aquella película de vampiros adolescentes la molestaba en aquel momento. De hecho, podría ser que el recuerdo que en ese mismo momento estaba creando hubiera hecho que la historia de Edward y Bella le resultara más apetecible. Quizás podría ver después "Luna Nueva", mientras ellas dos seguían descansando a su lado. "Eclipse" también. Aguantaría despierta, agarraría cada pedazo de aquella tarde que pudiera, sin poder asegurar que todo saldría bien y podría vivir en aquel sueño el resto de su vida. Quería vivirla toda en aquella noche.

Sin embargo, el plan que había dibujado en su cabeza mientras observaba el pelo rubio de la exfutbolista moverse al ritmo de su pecho se cayó en el momento en el que su dueña volvió sus ojos, completamente brillantes, cautivadores y atrapantes hacia ella, que únicamente eran eclipsados por un tímida sonrisa en sus labios.

—Ha caído —susurró. Elena sintió una pequeña mariposa en el estómago, grabando cada instante de ella, iluminada por la luz naranja de las últimas horas del día, mirándola como tantos años atrás—. ¿Quieres que me marche y os deje dormir?

La asturiana sonrió. Después negó con la cabeza.

—¿No querías ver crepúsculo?

La rubia le devolvió la sonrisa.

—¿Tiene el sueño profundo? —Le preguntó, mirando a la niña, prácticamente inerte.

—Como un tronco.

Haciendo caso a sus palabras, Alexia se movió con cuidado, recolocándola con suavidad, poniendo la cabeza de Lexi sobre su hombro y su cuerpo en el colchón; pero también acercando el suyo propio hacia la asturiana.

Elena dejó que la rubia se apoyara en ella, pasando un brazo por detrás de su espalda y conteniendo la respiración por un segundo.

—Gracias por dejarme formar parte de esta tarde —susurró.

Elena no dijo nada, manteniéndose todo lo entera que le era posible. La mariposa de su estómago se convirtió en un zoológico.

Dejó que Alexia cayera también al inicio de "Luna Nueva" y ella dejó que se reprodujeran de fondo "Eclipse" y "Amanecer", mientras notaba como la rubia se acercaba más a ella a medida que la temperatura bajaba y su hija terminaba estirada estirada en posición horizontal, golpeando una mano contra su cuello y descansando su pierna derecha sobre el abdomen de la catalana.

Quizás debía despertarla. A lo mejor era demasiado para Alexia la cercanía familiar de la escena, podía ser que por la mañana la situación fuera demasiado íntima para lo que ella estaba dispuesta a avanzar; pero sencillamente no se sintió capaz.

Despertó a las ocho de la mañana, con el brazo derecho todavía dormido y atrapado bajo su cuerpo. Tardó diez minutos en levantarse de la cama sin despertar a ninguna de las otras ocupantes de la misma.

Nadie vería extraño que la seleccionadora no se presentara al desayuno. En el tiempo que llevaban allí, en más de una ocasión se había quedado en la habitación ultimando detalles para el entrenamiento o encontrando puntos y debilidades que debía analizar con más detenimiento. Por ello, se presentó la primera en el vestíbulo con el objetivo de hacer la mañana lo más apacible posible a la rubia, anticipando su posible pérdida de nervios.

—Buenos días —saludó Aitana, dejando atrás el último escalón. Elena estaba prácticamente esperando frente a la puerta del comedor—. Hoy te has levantado pronto. ¿Has tenido un buen chute de energía después de la visita?

La asturiana le dedicó una sonrisa tímida en respuesta a su saludo. Aitana Bonmatí decidió ponerse a su altura, esperando también a que las puertas se abrieran.

—Un chute de energía y un desgaste a partes iguales —rio con cansancio. La centrocampista tardó un segundo en ubicar a la hija de la directora deportiva en el mismo edificio que ella—. Espero que no me guardéis rencor por traerla aquí, sé que a algunas os gustaría poder decidir lo mismo.

Aitana se encogió de hombros.

—Es lo normal —dijo, quitándole importancia—. Valoro que hayas decidido compartir hotel y rutina con nosotras. Desde luego no todas las personas que han estado en tu puesto lo han hecho —confesó—. Entiendo que no es necesario como con nosotras, igual que el tema de la familia; pero eso. Lo valoro.

Elena asintió, incapaz de darle las gracias; pues no podía asegurar si la decisión había estado influenciada realmente en su mayoría por la cohesión de grupo y el apoyar al equipo y no por compartir espacio con la seleccionadora, controlar su bienestar y manejo de la presión.

—Buenos días —saludó Lola Gallardo, dispuesta a abrir el comedor a la hora acordada. Los pasos de las demás jugadoras comenzaban a escucharse por los pasillos—. Hoy estás madrugadora, jefa.

La morena rodó los ojos.

—Habláis como si llegase tarde a absolutamente todas partes —Se quejó.

Aitana se despidió con la mirada una vez las puertas estuvieron abiertas.  A su lado ingresaron también otras jugadoras como Claudia Pina o Patri Guijarro, todavía estirándose y bostezando en medio de los saludos de la mañana.

—¿Qué tal Lexi? ¿Ha llevado bien la primera noche? —Se interesó la exjugadora.

Ambas ingresaron al comedor y tomaron un plato de la mesa.

—Sí —respondió—. No me dio mucho la lata, pero todavía está un poco vergonzosa. Bajar aquí con todo el mundo... creo que por lo menos hoy le subiré el desayuno a la habitación.

Lola asintió, pasándole una de las cajas de cartón de la esquina del mostrador.

—Ten. Están ahí para llevarnos alguna cosa para media mañana.

Elena agradeció y comenzó a llenar un par de cajas y un cuenco de frutas, proteína, pan y algún que otro pastel. Una vez se sintió conforme, se dio la vuelta en dirección al vestíbulo.

—Oye, Elena —La llamó la entrenadora—. ¿Has visto a Alexia?

Aunque la asturiana negó con la cabeza instantáneamente, Lola Gallardo sonrió de medio lado viendo cómo la piel de su jefa se enrojecía ligeramente.

—Bajará a desayunar. Bueno, o no. Ya sabes cómo es —respondió atropelladamente—. Lo ha hecho más veces. No sería raro.

Lola rio con incredulidad.

—Vale.

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Holaa! Decidí compensar lo del otro día porque me vino un poquito de inspiración y he hecho un capítulo de una longitud muchísimo más aceptable (y seguramente más del gusto de cualquiera que haya llegado hasta aquí)

¿Vamos a por el primer partido?

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