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XLII




28 de junio de 2027

(Los grupos están hechos al azar. Tened en cuenta que el mundial de 2023 nunca se ganó. Cuando empecé esta historia ni se había ido Vilda, ni Aitana había ganado el balón de oro, ni absolutamente nada. Nada de lo último que ha estado pasando sucedió como lo conocemos. Esto es otra línea temporal).




(Y la convocatoria según intuyo en cómo podría derivar. Lo de Laura Mestre, que imposible que os acordéis de ella... no os preocupéis si no la ubicáis. Da gusto leer Mapi León y Patri Guijarro. Ver a Alexia de entrenadora me da chills).

Puesta toda la información sobre la mesa... Que empiece la trama mundialista.



Lola Gallardo echó una mirada hacia su espalda para dedicarle una mirada a la rubia que la acompañaba. Alexia asintió, tirando de su maleta por la baldosa del aeropuerto.

Docenas de personas se movían a paso rápido por el área de recogida de equipajes del Eduardo Gomes a pesar de ser altas horas de la madrugada. Y como Lola le había advertido con los ojos, unos cuantos periodistas esperaban cansados la llegada del equipo español a tierras brasileñas.

Había una gran expectación acerca del rendimiento de la convocatoria en la competición, pues aunque el equipo siempre había estado formado por grandísimas jugadoras, nunca se había dado ese último empujón necesario hacia los títulos.

No hacía demasiado tiempo que Alexia Putellas había sido nombrada seleccionadora, ni siquiera desde que Verónica era ahora la presidenta de la RFEF. Una de sus primeras decisiones había sido ofrecer a Alexia el puesto en la selección que se le había prometido desde un principio, con más razón aún después de probar su valía en una liga tan competitiva como la Premier League. Algunas personas habían criticado su vuelta al fútbol femenino como una bajada de expectativas en su carrera como entrenadora, pero la rubia no había hecho distinción alguna. Quería conseguir esa copa del mundo, conocía de primera mano lo mucho que sus compañeras la habían merecido y la copa masculina, aunque desgraciadamente todavía le ofreciera más reconocimiento público que la femenina, no le tocaba tan dentro como aquella copa que se le había escapado como jugadora. Y de una manera u otra, eso también había hecho que todos los medios deportivos del país hubieran enviado periodistas hasta Brasil para seguir los pasos de la nueva selección de Alexia Putellas.

—¡Alexia, Alexia!

Su nombre empezaba a oírse desde el otro lado de las puertas automáticas, que se abrían casi con el movimiento de una mosca y tentaban a la prensa a asomar la cabeza en busca de sus representantes.

Lola y Alexia dejaron el equipo atrás, dispuestas a enfrentarse directamente a las preguntas de aquellos que los esperaban y mantener a las jugadoras sin perturbaciones por unos minutos más.

—Alexia, ¿habéis llegado bien?

Un micrófono se acercó peligrosamente a su rostro, descolocando la gorra que la seleccionadora llevaba. Viendo la apurada disculpa del periodista y las ojeras que traía consigo, la rubia no pudo evitar reír.

—Hemos llegado muy bien. ¿Tú has llegado bien? ¿Llevas aquí mucho tiempo?

Lola echó una carcajada, deteniéndose un par de pasos más adelante de la rubia al ver que había decidido responder a algunas de las preguntas de la prensa.

El grupo F, del cual formaban parte junto con Inglaterra, China y Corea del Sur, había sido enviado a Manaus, una de las ciudades que acogerían los partidos de la competición. Belo Horizonte, Río de Janeiro, Sao Paulo, Brasilia, Porto Alegre eran algunas de las ciudades en las que sus rivales se concentrarían también en las próximas horas. El estadio de Maracaná sería estrenado por la selección anfitriona el próximo 18 de julio. Sólo pensarlo provocaba un escalofrío en la espalda de la rubia.

—¿Estás preocupada por la relación que tendrás con las jugadoras? ¿El cómo puede afectar el pasar de compañera a entrenadora?

Alexia se encogió de hombros.

—Esto sigue siendo un equipo —respondió—. Aunque yo no esté con ellas en el campo, todas seguimos estando del mismo lado. No planeo crear un ambiente autoritario. Todas estamos juntas en esto, cada una aportando en la parte que le toca: defensa, ataque... o pizarra—sonrió.

Las jugadoras comenzaron a salir de la zona de recogida de equipajes, alertadas por la distancia que las entrenadoras habían ganado con respecto al grupo. Al llevarse a buena parte de los micrófonos y las cámaras con ellas, Alexia continuó su camino hacia Lola, que la observaba curiosa.

—Estás de buen humor —apreció siguiendo las indicaciones de aquellas personas encargadas de transportarlas hasta su alojamiento en Manaus.

—Mucho —concedió—. Me gusta mucho estar aquí, ¿sabes? Todo está donde debe estar —Le guiñó un ojo a la sevillana—. Vamos a ganar este mundial.

(...)

—Las habitaciones quedan entonces repartidas así. ¿Tenéis todas las llaves? —Un grito conjunto y afirmativo se oyó en el vestíbulo.

Alexia recogió el relevo de Lola, que la observó esperando a que terminara con la reunión de bienvenida.

—A dormir todo el mundo. Mañana estaremos todas cansadas y con pocas horas de sueño, pero sólo así conseguiremos adaptarnos al horario. Nos vemos a las nueve para el desayuno en este mismo sitio.

Con toda la planificación clara para la mañana siguiente y las tres de la madrugada luciendo en el reloj de la entrada, el vestíbulo fue desalojado por las jugadoras en poco tiempo, deseosas de aprovechar las pocas horas de sueño que tendrían en esa noche.

—Ten —dijo la segunda entrenadora, dejando una tarjeta sobre la palma de la mano de la seleccionadora. Después, sonrió con malicia—. Te he puesto al lado de la jefa —Le guiñó un ojo. Alexia rodó los ojos con diversión. Después, miró su móvil, dándose de bruces con una pantalla de bloqueo completamente desierta. Lola golpeó su hombro—. Son las tres de la mañana míster, se habrá quedado sopa. Ella ya lleva unos cuantos días de trabajo por aquí.

Lola Gallardo siempre había tenido una habilidad especial para sacarla de quicio. Aún así, valoraba que ella fuera la persona con la que más tiempo debía compartir en aquel viaje, pues sabía que encontraría la manera de que los nervios no la superaran, igual que lo sabía de Elena Garay, que ahora dormiría a una puerta de distancia.

Podría haber fingido sorpresa ante la malicia con la que su segunda de abordo la había acercado a la asturiana, pero no había que ser demasiado listo para olerse que la situación que compartían Elena y ella no era meramente profesional. No sólo basándose en el apoyo mútuo que habían demostrado en la carrera por la presidencia de la federación, sino, sobre todo, por la dedicación y mimo que la asturiana había dedicado a comprobar en todo momento el estado mental y la motivación de la catalana. No hizo falta explicarle ninguna cosa a la exjugadora, Lola había hecho las preguntas justas.

Tampoco pensaba que hubiera algo más allá de un pasado. Lola Gallardo llevaba presente en la vida de Alexia Putellas los años suficientes como para conocer perfectamente la figura y el nombre de Elena Garay Rivas. Y también para tener muy en cuenta la influencia de la mejora en la confianza entre ambas, con el buenísimo humor de la seleccionadora, que no se veía tan segura de sí misma y despreocupada desde sus primeros años en la selección.

Aún sabiendo todo eso, Alexia cerró la mano sobre la tarjeta de mala gana.

—No digas estupideces —la reprendió, seria. Lola negó con la cabeza—. Y a ti también te quiero puntual aquí.

La sevillana levantó el dedo pulgar de camino a su habitación, ignorando los intentos de la seleccionadora por mantenerla alejada de sus triquiñuelas.

Alexia, por su parte, dedicó unos segundos a avisar a su hermana y a su madre de su llegada, mostrándose extremadamente lenta pulsando las letras del teclado y dándole la suficiente ventaja a Lola para permitirse pararse delante de la habitación 27 sin los ojos acusatorios de la guardameta acosándola desde el final del pasillo.

Eran las tres de la mañana, pero llevaban una semana sin verse, apenas pudiendo enviarse un par de mensajes al día teniendo en cuenta la diferencia horaria y lo atareadas que ambas estaban preparando el viaje del equipo y la concentración, cada una desde un lado del planeta.

Tocó suave con los nudillos, dando la oportunidad al destino de decidir si aquella sutil manera de llamar a la puerta debía despertar a la directora deportiva. Esperó unos segundos, tratando de escuchar algún ruido desde el interior de la habitación y se planteó tocar una segunda vez. Sin embargo, concedió la victoria al destino con el que en silencio había hecho un trato. Elena Garay no se había despertado y ella no debía insistir. De todas maneras, una noche más no debería resultar tan importante.

Resignada, buscó de nuevo la tarjeta en el bolsillo de sus pantalones deportivos y dio los dos pasos que separaban esa puerta de la suya. Con un pitido, la manilla se desbloqueó. Utilizando poca fuerza, empujó la puerta hacia delante y frunció el ceño al encontrarse la estancia completamente iluminada.

—¡Por fin!

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Echábais de menos a Elena? Tranquilas que va a haber Elena

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