XL
Estaba lloviendo. Alexia caminaba envuelta en una chaqueta impermeable y una buena capucha en dirección al edificio. Todavía no estaba del todo segura sobre el plan de acción, quería pensar que saldría bien, pero no había podido asegurarse todo lo que le hubiera gustado. Todo había sido decidido con mucha rapidez, antes de que él se marchara.
En el salón de su casa, más relajada después de haber sido informada de que no abandonaría NOVA, Irene había recibido la grata noticia de que tenían la oportunidad de conseguir una prueba que involucraría directa e inequívocamente a Luis Rubiales en el cobro de una comisión que lo mandaría directamente a la cárcel. Había dispuesto todos los preparativos para realizar un anuncio desde todos los canales de difusión con mucho optimismo.
Aleix Bosch se había perdido en llamadas durante toda la tarde, huyendo de todos los oídos curiosos y evitando verse obligado a ayudar en la limpieza de la casa de la madre de las hermanas Putellas.
En cierto modo, Alexia agradeció no tener que ver la sonrisa de superioridad con la que la miraba desde que había vuelto a entrar en la casa mientras pintaba la pared. Aunque había aceptado y estaba al corriente de la posibilidad de terminar con la detención del presidente antes del final del día, la exfutbolista no se mostraba tan optimista como sus compañeros. Se trataba de una posibilidad en la que querían pensar en positivo, pues no tenían nada que perder; pero Alexia temía la ira que podía derivar de la amenaza de aquel anuncio, como una rebeldía más después de las amenazas que había estado recibiendo. Habían ido a por Eli y a por Elena, nada les impediría ir a por alguna otra persona de su entorno como reprimenda.
Por ello, y sólo confiando en Ana María Crnogorčević, Alexia se había desplazado hasta Las Rozas, conocedora de que Luis Rubiales se encontraba en el interior del edificio de oficinas.
La suiza le debía una, pues aún lamentaba el encuentro que habían tenido en el evento internacional de NOVA. Alexia había acordado darle el tiempo que Ana-Mari pedía para enfrentarse a la situación con Neus, que continuaba ajena a lo que había pasado entre Xénia y su prometida. Accedió sin demasiada insistencia, motivada por seguir a la que había sido su capitana en una misión para hacer justicia.
Alexia Putellas confirmó sus sospechas cuando una llamada de Vicky Losada le confirmó que la grabación no había sido conseguida y que el anuncio sería cubierto con el desvelamiento de los nombres que integran NOVA, algo que el departamento de prensa planteaba hacer de todas maneras.
Disponía de apenas una hora para intervenir, si es que todavía quería tomarse la justicia por su mano, el tiempo que tardaría en hacerse el anuncio. Podía imaginarse al presidente caminando sin rumbo en su despacho, en una de las oficinas con la luz encendida y que se traducía en una ventana iluminada. Podía verlo maldiciendo a cualquiera que tratara de darle una palabra de aliento mientras rememoraba cada uno de los crímenes que había cometido en su mandato y que podían quedar expuestos en los próximos momentos. La idea de saber que en treinta minutos toda esa tensión se convertiría en alivio, en una victoria, le hacía hervir la sangre.
Apretó entre sus dedos el USB que guardaba en el bolsillo de su chaqueta y se giró de nuevo hacia Ana-Mari.
—Vamos.
Las dos mujeres recorrieron los últimos metros que separaban el coche de la suiza de la puerta de entrada. Se miraron una última vez antes de que las puertas se abrieran.
La mujer sentada justo enfrente de la puerta del edificio boqueó durante un par de segundos, viendo cómo dos exjugadoras públicamente enfrentadas a Luis Rubiales habían entrado sin más a las oficinas. Descolgó el teléfono fijo de inmediato. Temblando, tratando de apretar los botones correctos, observó con una mueca de horror cómo los brazos de Alexia Putellas, envueltos en un impermeable y oculta de las cámaras con una capucha empapada por la lluvia se apoyaban en el mostrador que solía atender. Ana-Mari no pudo evitar pensar si su reacción se debía más a la actitud que Luis Rubiales podía tomar a raíz de su presencia que de la propia sorpresa de encontrarlas en aquel recibidor.
—V-v-voso...—La mujer, de unos cincuenta años y media melena oscura balbuceó, todavía tratando de acertar con el número.
Alexia rodó los ojos. Estaba todavía sumamente enfadada y lo que menos le apetecía en ese momento era aguantar el pánico que su enemigo trasladaba a sus empleados. Ana-Mari estiró el brazo con tranquilidad y pulsó con el dedo índice el botón que cortaba la línea del fijo. La recepcionista levantó la vista.
—Por la cara que has puesto, deduzco que sabes quiénes somos.
La mujer asintió repetidamente desde su silla de escritorio.
Ana-Mari tenía que darle la razón a la recepcionista. La imagen resultaba escalofriante. Alexia siempre había disfrutado de cierta presencia. Era fácil saber cuándo la capitana había entrado en la habitación, cuándo estaba feliz, cuándo estaba triste. Irradiaba un aura pesada, que hacía fuerza en el espacio y provocaba que todo lo demás orbitara a su alrededor. No podía llegar a imaginarse el terror que aquella mujer podría estar sintiendo en aquel momento. No sólo por la reacción del tirano de su jefe, sino por aquella famosa aura de la catalana, siendo irradiada de una rubia con cara de pocos amigos envuelta en una parca calada por la lluvia, como si de la misma segadora de almas se tratara.
Armándose de valor, la recepcionista soltó el teléfono y se puso en pie.
—No pueden estar aquí —Le dijo a ambas.
Ana-Mari sonrió de medio lado. Siempre se alegraría de tenerla de su lado y no tener que enfrentarla nunca.
—Yo volvería a sentarme junto al teléfono —advirtió la suiza.
Los ojos completamente opacos de Alexia cayeron sobre la recepcionista como un cubo de agua helada.
—Dile que baje.
El plan estaba bien medido. Era simple, pero efectivo. El USB era una prueba falsa, contenía unas cuantas imágenes falsas y cifradas en caso de que el peso de sus archivos las delatara. Ni Alexia ni Ana-Mari tenían realmente idea de qué prueba o sobre qué comisión planeaba NOVA dar aquel gran golpe. Ana-Mari, llevaba en su bolsillo algo igual de importante: un teléfono de tapa, que, junto con el que esperaba en el asiento trasero de su coche al lado de una grabadora, formaba una pareja letal. Alexia trataría de llegar a un trato con el presidente a cambio de la prueba y, con suerte, el presidente diría algo incriminatorio más allá de aceptar, que generaría una duda más que razonable. Luis Rubiales no estaba en posición de exigir y su nerviosismo ante el inminente anuncio le haría un objetivo más fácil.
Las dos mujeres escucharon sus nombres en la boca de la recepcionista colarse por el altavoz del teléfono fijo. También el largo silencio posterior a ser nombradas. Ella asintió varias veces antes de colgar el teléfono y hablarles por última vez.
—Primera planta.
Alexia asintió y volvió a buscar con sus dedos el USB. Ana-Mari hizo lo propio, tanteando el botón de la grabadora y siguiendo a la catalana de cerca.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, cuatro hombres de traje las dirigieron hacia un pasillo. Caminaron unos veinte metros hasta que ambas se detuvieron al sentir cómo sus acompañantes dejaban una mano sobre sus hombros.
—Alexia, Ana-Mari... —Sus nombres salieron de los labios del presidente de la federación con cariño y familiaridad—. Ha pasado mucho tiempo.
La suiza se deshizo del agarre con un gesto brusco. Alexia no hizo nada.
—He venido a negociar.
La voz de la catalana, tan directa, no le sorprendió.
—Bien —respondió—. ¿Qué es lo que quieres?
Alexia buscó el USB en su bolsillo y se lo mostró al presidente.
—Aquí está lo que quieren anunciar. No lo harán público todavía porque no lo tienen. Está aquí conmigo.
Luis Rubiales la observó serio.
—¿Por qué me darías eso? ¿Qué quieres a cambio? —Luego, observó detenidamente a la acompañante de la catalana—. No respondas. Acompáñame a mi despacho —La suiza sólo pudo dar un paso antes de ser detenida por los escoltas del presidente—. A solas.
Ana-Mari tragó saliva, observando la inquietante tranquilidad de la entrenadora. Ella y su grabadora se quedaban fuera del despacho y también de la confesión.
Luis Rubiales cerró la puerta e invitó a la catalana a sentarse.
—¿Quieres quitarte la chaqueta?
—Lo hago por los míos —dijo, ignorando la pregunta. Él sonrió de medio lado—. Quiero que los dejes en paz —El presidente comenzó a sonreír hasta que escuchó la continuación de la frase— y que dimitas como presidente de la RFEF.
Apretó los dientes.
—¿Cómo sé que me estás diciendo la verdad?
—Los datos están cifrados. No podrás acceder a ellos. No puedes saber si es verdad —Él frunció el ceño—. ¿No te parece demasiada expectación para ahora hacerse los remolones en el anuncio? No tienen nada. Lo tengo yo —mintió—. Y lo puedes tener tú, si anuncias tu dimisión.
El todavía presidente ladeó la cabeza.
—No puedo creerte tan fácilmente —respondió de manera escalofriante.
Alexia observó la puerta desde su campo de visión.
—Quiero asegurarme de que mi familia estará a salvo. Sin este USB irás a la cárcel, pero tendrás gente fuera que pueda dañarme de ser necesario —Sabía que no era cierto. Caerían uno detrás de otro; pero Luis Rubiales sonrió con suficiencia al reconocer el poder que proyectaba siendo tomado como cierto—. Es lo mejor para todos.
Luis Rubiales se recostó sobre el asiento.
—Es muy fácil —sonrió—. Esperaré a que los treinta minutos pasen y lo veré por mí mismo. Ya que dices que no lo tienen en su poder, no pierdo nada.
—No anunciarán nada porque siguen buscando la memoria —Alexia tragó saliva, pero trató de que el presidente no lo notara. Pensó en todas las personas a las que esto ayudaría. Pensó en su madre, en su hermana, en Elena—. Venir aquí con la memoria ha sido muy arriesgado. Si no aceptas simplemente pensaré que eres peor negociador de lo que pensaba.
Luis Rubiales no se movió un ápice, observándola con desdén. Alexia, que tenía memorizado el lugar en el que la puerta se encontraba y notando cómo el instinto le advertía que era el momento de abandonar el lugar, se puso en pie y caminó hasta la puerta.
—No ha sido tu decisión más inteligente —dijo antes de abandonar la estancia.
Si tenía razón, aquel movimiento podría haberles hecho recuperar el control del plan. Lo supo en el momento en que sus ojos conectaron con los de Ana Mari y cuatro brazos trataron de amarrarla. Estaba lo suficientemente cerca. Trató de zafarse sin éxito.
—Tienes razón. No puedo correr el riesgo —habló a su espalda, dejando que sus empleados doblegaran a la rubia—. No como tú.
—¿Crees que es la única copia? —exclamó—. ¿Crees que es lo único que tenemos que puede exponer todo lo que has hecho? ¿Las comisiones, los abusos, las amenazas?
Rubiales se echó a reír.
—Siempre te has creído más de lo que eras —escupió—. Suerte encontrando todo lo que dices que hay.
Alexia observó a Ana-Mari, quizás no era suficiente.
La catalana, utilizando la rodilla que la había apartado del fútbol golpeó a uno de los hombres que la agarraban. Incapaz de mantenerse erguido, soltó a la rubia, que se apresuró a agredir al otro.
Luis Rubiales le asestó directamente un puñetazo, mientras el resto se ponían de nuevo en pie, listos para arrebatarle el USB.
—No es nada personal, Alexia. No me gusta pegar a las mujeres; pero esa memoria... esa memoria puede ser demasiado importante —Ana-Mari trató de deshacerse de nuevo sin éxito de su agarre y Alexia intentó defenderse desde el suelo con las piernas, asestando un par de patadas a los dos hombres que rebuscaban entre su ropa por el USB—. Por mucho que hayas luchado, nunca serás más fuerte que un hombre —susurró tomando su cara entre las manos—. No lo vais a conseguir tú y esa federacioncilla tuya. Este deporte es un mundo de hombres y yo tengo a muchos de ellos implicados en montones de comisiones y chanchullos que no me dejarán fracasar. ¿Te enteras? Deja de jugar en ligas mayores. Esto te queda muy grande.
Ana-Mari podría jurar haber tenido un escalofrío y que las manos que la agarraban dejaron de sujetarla con apenas fuerza en el momento en el que Alexia se echó a reír, inmovilizada por dos hombres y cara a cara a Luis Rubiales.
—Eres un imbécil y un prepotente —El presidente volvió a ponerse en pie, asustado por la reacción nada propia de la exfutbolista—. Se acabó. Se acabó del todo —sonrió, todavía con la cara entumecida por el puñetazo—. No hay nada en esa memoria. Está en el bolsillo de Ana-Mari —Uno de los hombres trató de meter la mano en la chaqueta de la suiza justo en el momento en el que la rubia continuó—. Como ves, es un móvil. No parece para tanto, una grabadora, quizás —Viendo cómo el hombre amenazaba con un gesto con destrozarlo contra el suelo—; pero resulta que sólo está haciendo una llamada hasta otro, que sí lo está registrando en una grabadora —Alexia, ya totalmente liberada de su prisión, se puso en pie poco a poco y dio un paso atrás, triunfante—. ¿Y ahora qué?
El presidente la observó horrorizado. No fue capaz de pronunciar un sólo sonido en segundos. Alexia se deleitó, sonrió. Entonces se oyó una notificación y uno de los hombres lo alertó del anuncio. La exfutbolista se quedó para verlo, para recordar su expresión cuando memorizara los rostros de aquellos que lo hundirían. Se regodeó y disfrutó hasta que volvió a hablar.
—¿Aleix Bosch?
No tenía sentido seguir allí. Estaba acabado, ambos lo sabían y Ana-mari insistía en que abandonaran el edificio, pues podrían tratar de descubrir en algún momento dónde se encontraba la grabadora y, considerando que se trataba de una operación a las espaldas de NOVA, estaba peligrosamente cerca.
Pero Alexia se quedó al escuchar que tan sólo ese nombre, tan desconocido para el ojo público, había llamado suficiente su atención como para recuperar el habla.
—Aleix Bosch trabaja conmigo —Se permitió sonreír con incredulidad—. La habéis cagado pero bien. Habéis dejado entrar a este psicópata antes que a mí. Pensábais que estaba siendo el malo por ser un corrupto, Alexia; pero has metido en tu casa al auténtico villano. Fui consciente de sus enfermizos delirios de poder y lo mantuve cerca, pero vosotros, vosotros caeréis por vuestro propio peso. Nos la ha jugado a todos. Bosch va a acabar con todos vosotros.
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Karma is a bitch. Esta vez le cayó un puño a Alexia. Espero que nadie esté muy preocupado. No ha sido a gusto eh, es que si la chica se escapa... lo vi pertinente.
El gif es un chute de serotonina
Siento que el capítulo, el ritmo y tal no sean los mejores. No estoy teniendo un montón de tiempo y es el hueco que saco.
No se qué va a pasar con Aleix... pero de viene un capitulito o dos y se viene salto temporal, que empezará Alexia en su seleccionadora era
(También ya tocaba que es el puto capítulo 40)
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