VI
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Elena no sabía qué hacer ahora. Alexia no parecía estar presente en aquella cama, pero la había visto tan despierta hacía apenas un momento, que no sabía qué pensar. ¿Y si había habido alguna pista que ella había pasado por alto, de la que debería haberse dado cuenta y parar? La rubia la agarraba, la besaba, había incluso tomado el control en varias ocasiones, lo había disfrutado. ¿Por qué ahora llevaba cerca de veinte minutos con los ojos clavados en el techo y sin la más mínima expresión?
—Alexia, ¿estás bien? —La nombrada asintió—. Ale, me estás preocupando mucho.
El silencio en la habitación se volvió opresivo, cargado de tensiones y emociones incontrolables. Alexia sentía cómo su pecho se apretaba, como si una mano invisible aprisionara su pecho contra el colchón, haciendo luchar a su corazón por latir, haciéndolo descontrolarse. Las palabras se le atascaban en la garganta, incapaces de encontrar la salida.
Elena se sentó en la cama, preocupada y asustada. Trató de ayudar a Alexia a hablar, acariciando suavemente su brazo, intentando darle la tranquilidad que parecía faltarle para hablar. La rubia, sin embargo, no reaccionaba. Sus ojos seguían fijos en el techo, perdidos en un abismo interno del que no podía escapar.
—Por favor, Alexia, dime qué te pasa. Necesito entenderte, necesito saber cómo puedo ayudarte —Le susurró la asturiana con voz temblorosa.
Pero la respuesta no llegaba. Alexia sentía que su mente se agitaba en una tormenta de recuerdos, emociones y miedos que amenazaban con arrastrarla. Cuando su voz se le aparecía, perdía el control. Cuando alguien llevaba su perfume, perdía el control. Cuando alguien tenía el mismo nombre, perdía el control. Perdía, en pasado. Hacía años que no ocurría, pero ahora volvía a ser presente, pues la voz, el perfume y el nombre no eran imitaciones. Eran los verdaderos, los genuinos. Era una voz más clara, un perfume más fuerte y un nombre que su mente más que pronunciar, quería cantar, chillar, susurrar, dándole cualquier matiz que lo hiciera algo separado de lo ordinario, de ser una palabra cualquiera más.
Todo aquello se manifestaba ahora, después de años oculto debajo de la alfombra, como un ataque de pánico desgarrador. Cerró los ojos con fuerza, tratando de bloquear todo lo que la abrumaba, pero era inútil. Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos, traicioneras y sin control. Alexia se sintió inundada por una oleada de emociones encontradas: dolor, tristeza, rabia, confusión, miedo, vulnerabilidad. El encuentro con Elena había reabierto heridas profundas y despertado sentimientos que creía enterrados para siempre, fruto de la inocencia y la inexperiencia.
Elena trató de envolver a Alexia en un abrazo reconfortante, protegerla del aire de la habitación que se le atascaba en los pulmones, que echara todas las lágrimas que necesitara contra ella, arreglar todo lo que había roto. Pero Alexia se revolvió contra su tacto y la miró entonces completamente aterrada.
Elena tragó saliva después de perder completamente el aliento. Retiró sus brazos de forma inmediata y la observó desde el otro borde de la cama. Alexia se cubría con la sábana y la miraba con los ojos muy abiertos, el ceño fruncido y la boca entreabierta, que trataba de acumular oxígeno, como si en cualquier momento fuera a gritar.
—Joder, Alexia —Su respiración comenzó también a agitarse—. Lo siento, Alexia, lo siento muchísimo. Lo siento de verdad. He sido una egoísta. No pensé que esto pudiera afectarte tanto. Alexia yo nunca quise hacerte daño.
Clavó la mirada de nuevo en los ojos aterrorizados de Alexia. Unos ojos que la estaban matando por dentro y trató de encontrar la manera en la que la situación resultara menos violenta para la rubia. Se puso la ropa. Salió de la cama y dio varios pasos alejándose de la cama.
Alexia no estaba en aquella chica que se aferraba a las sábanas como si fueran a ir a salvarla. ¿Había hecho ella eso? Elena quería hacer lo mismo, recogerse en un sitio pequeño y tratar de asimilar la situación que estaba pasando. Ella también estaba asustada, pero no podía dejarse ver así, no podía añadir más estrés del que había causado.
Elena se apoyó contra la pared, tratando de controlar su propia ansiedad mientras miraba a Alexia con preocupación. Sentía el peso abrumador de la responsabilidad por lo que había desencadenado en la rubia, pero también sabía que no podía huir de la situación.
—Alexia, lo siento mucho. No quería que esto te afectara de esta manera. Siento haberte lastimado —murmuró Elena con voz entrecortada, luchando por contener las lágrimas que amenazaban con brotar de sus ojos.
Era inútil. No podía razonar con ella porque ella no estaba allí. Sobre la cama había una persona indefensa, asustada, muy lejos de lo que era Alexia, de la mujer en qué se había convertido. Había vuelto la persona que había sido en un pasado muy lejano. Una que Elena había conocido muy bien.
Elena abrió las ventanas de par en par, dejó que el oxígeno y el aire frío de la noche cerrada llenaran la habitación. Vio entonces el bote color violeta sobre la mesa de la habitación, el mismo que había en la suya.
Se acercó lentamente a la cama de la rubia, bajo su atenta mirada, agachada, casi de rodillas. Extendió su mano buscando la de Alexia, poco a poco, sin abordarla, hasta que ella la aceptó y le cerró la mano, le clavó sus propios dedos contra la palma, sin demasiada fuerza, lo justo para que los notara, mientras ella acariciaba su muñeca desde fuera.
—Estoy aquí. Soy Lena. Amor, soy Lena. Lena, la de verdad —Alexia estaba reacia al contacto, pero la morena no esperaba nada diferente—. Inhala —La rubia hizo acopio de todas sus fuerzas para poder centrarse en las palabras que escuchaba—. Exhala —Siguió el ritmo—. Inhala. ¿Lo hueles?
Los ojos de Alexia se enfocaron en los de Elena, como tantas otras veces y frunció el ceño.
—¿El qué? —Alexia consiguió hablar, con la voz ronca y encogida, pero lo consiguió. Luego, trató de identificar qué es lo que olía en aquella habitación. Sintió el aire fresco que entraba por las ventanas y le llenaba los pulmones, haciéndolos descansar del agotamiento al que la ansiedad los había sometido. Una vez se acostumbró a ello y el pecho le dolió un poco menos, lo identificó— Lavanda.
Elena sonrió ligeramente.
—¿No crees que deberíamos deshacernos de ese ambientador tan horrible?
Alexia asintió y se incorporó. La asturiana buscó algo de ropa en el armario que la rubia pudiese ponerse encima, pues ella había cogido lo que llevaba en un principio y su vestido no parecía la mejor opción.
Casi corriendo, Elena le tendió las prendas y observó a Alexia, que seguía llorando y con la respiración entrecortada. Lo entendió, seguía asustada, seguía asustada de ella; pero no podía irse, no podía dejarla así, no cuando no dejaba de llorar, cuando la miraba de aquella manera que le desgarraba el alma.
Se dio la vuelta y dejó que Alexia se vistiera con cierta intimidad. Dio también un par de pasos atrás mientras ella la miraba con recelo. Caminó por detrás de la morena, las piernas le temblaban ligeramente. Se agarró a las paredes y los muebles que encontraba hasta llegar al ambientador y tirarlo a la basura.
Después, se apoyó contra el escritorio y clavó los ojos en el suelo. Debía parar de llorar, debía controlarse. ¿Por qué no podía parar?
Elena la observó en silencio durante varios minutos, que sintió como años. Le dolía todo por dentro, cada vez que un sollozo escapaba de la garganta de Alexia porque no era capaz de reprimirlo. Veía cómo maldecía contra sí misma, pero seguía siendo incapaz de volver a la normalidad.
Dio un paso hacia ella.
—Alexia...
Extendió una de sus manos rozando un mechón de su pelo. La exfutbolista se alejó al instante. Sus ojos hinchados en sangre volvieron a posarse sobre ella.
—No me toques —escupió. Elena respiró hondo. Aquello se le había clavado en lo más profundo. Sentía que cada latido le dolía más. Ojalá nunca hubiera venido. Ojalá nunca se hubiera marchado de esa manera. La culpa era insoportable.
—Alexia, por favor, dime cómo puedo ayudarte.
— Márchate —Sollozó.
—No puedo.
Alexia quiso sonreír por la ironía, pero el daño y el miedo que estaba experimentando en ese momento no la dejaron. Sentía su cuerpo temblar. Elena se quiso acercar de nuevo.
—No me toques —repitió, casi implorando.
—No voy a tocarte —Le aseguró, esperando que aquello hiciera que dejara de mirarla con tanto miedo. Dio otro paso atrás—. Ale, siento mucho todo esto —Alexia no contestó—. Sé que quieres que me vaya, pero no puedo dejarte así —La rubia no paraba de llorar, parecía estarse ahogando en su propio llanto. Aunque había conseguido volver a traerla a la realidad, eso no parecía haberla ayudado. La realidad era peor para Alexia que la ausencia, su cerebro había elegido no estar porque la única persona que podría calmarle un dolor semejante se lo estaba causando—. ¿Crees que hay alguien a quien podamos llamar? —preguntó encontrando su móvil entre las sábanas de la cama—. ¿A ella? —preguntó mostrándole la pantalla a la exfutbolista. Alexia no respondió. Suspiró tratando de calmarse. Si ella también perdía el control no podría ayudarla—. Voy a llamar a Irene, ¿vale?
De nuevo sin recibir respuesta por su parte, Elena se acercó al teléfono fijo de la mesilla de noche y pidió que avisaran a la central desde recepción. Agradeció y se sentó en la cama, mirando a la pared, tratando de mantenerse entera y contando los segundos hasta que apareciera alguien que realmente pudiera ayudarla, pues ella había dejado de ser el faro cada vez que Alexia se perdía, ahora era una piedra más en el camino hasta tierra firme.
Los segundos hasta que los nudillos de Irene contra la madera se oyeron en la habitación con cautela fueron interminables. Elena se levantó al instante. Podía escuchar cómo Alexia luchaba todavía por recuperar la normalidad, por aguantarse las lágrimas mientras se acercaba a la puerta. Haberse mantenido al margen escuchando como la rubia se desmoronaba había sido una auténtica tortura. Sentía que en cualquier momento podría vomitar.
La mirada de Irene cayó sobre Elena con mucha fuerza. Sus ojos se abrieron mucho y pronto fueron invadidos por la ira.
—¿Qué coño haces tú aquí? —escupió, apartándola con el brazo derecho y entrando a la habitación para dar de frente con una Alexia completamente desmoronada frente a ella, totalmente rota, tratando de recoger sus pedazos, que seguían cayendo sin parar. Se volvió hacia Elena de nuevo. Podría golpearla. Estaba deseando hacerlo. Apretó los puños—. ¿Qué le has hecho?
—Lo siento mucho —Es todo lo que podía decir. Ahora conocía el alcance de la gravedad de lo que acababa de hacer. Sólo había pensado en las implicaciones que tenía para ella, como mucho que podría reabrir algunas heridas en ella. Nunca pensó en que pudiera ocurrir nada de esto—. Ayúdala, por favor.
Irene Paredes trató de calmarse durante las dos zancadas que la aproximaron a Alexia. Podía esperar. Alexia no.
—Ale, cariño, estoy aquí. Soy yo, soy Irene
La catalana trató de hablar por todos los medios durante varios segundos. Irene la tomó entre sus brazos y la ayudó a ponerse en pie. Alexia se escondió en Irene, la central nunca la había visto así, nunca tan vulnerable, nunca tan aterrorizada.
—Me vas a decir qué cojones le has hecho —pronunció, tratando que sus palabras se clavaran en la asturiana como dardos.
—...Por favor —Consiguió pronunciar la catalana, captando toda la atención—. No quiero estar aquí.
—No te preocupes. Te vienes conmigo, ¿vale? Yo estoy contigo.
Elena observó la escena con el corazón en un puño. Sabía que no podía simplemente desaparecer de sus vidas, pero también se dio cuenta de que su presencia solo estaba causando más daño en ese momento. Decidió dar un paso atrás y permitir que Alexia se calmara con Irene de su lado.
—No sé qué me pasa —Lloró.
Elena vio pasar a las dos exfutbolistas frente a ella e hizo amago de seguirlas por el pasillo. Cerró la puerta tras de sí. Alexia caminaba con los ojos cansados, todavía en una especie de trance. Quería decir algo, pero se sentía segura protegida por Irene. Le dolió encontrar en el fondo de ella un sentimiento que le decía que quizás Elena sí se merecía que Irene le hablara de esa manera, a pesar de reconocer totalmente en su rostro el miedo que la invadía al haberla visto perder el control así. Al menos por una vez, había visto los destrozos que dejaba a su paso. Pero, al mismo tiempo, en medio del odio, del resentimiento y del miedo, no quería hacerle daño, no quería asustarla.
—¡Alexia!
—Déjala —De nuevo, los ojos llenos de ira y protección de Irene se clavaron en aquellos famosos ojos policromáticos—. Ya has hecho suficiente. ¿A qué coño estás jugando?
Elena bajó los brazos y dejó que se marcharan. Cerró los ojos con fuerza, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con caer. Debía dejarla en paz. Era lo mejor que podía hacer ahora, después de todo aquello, no podía volver a desestabilizarla.
Volvió a su habitación pocos minutos después. Se sentó directamente en el suelo, todavía a oscuras y dejó que las lágrimas fluyeran libremente. Se sentía idiota, simplemente idiota. Ella misma era lo peor que podía haber pasado en la vida de la rubia, de aquel rayito de sol tan injustamente apagado por las circunstancias.
Ella nunca la había merecido y Alexia nunca había merecido lo que le había hecho.
Había desconectado en sus brazos, en sus besos, había besado un cuerpo sin alma que se había apagado para poder resistir el dolor de volver a verla. ¿En qué clase de monstruo la convertía no haberse dado cuenta? ¿Cuánto daño podría haberle vuelto a causar de nuevo? Nunca debería haberse atrevido a aparecer. Y nunca más lo haría. Era solo esa vez, y no debería haber ocurrido en absoluto.
Una vez más, Elena Garay no había sido la víctima de sus malas decisiones y caprichos.
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Bueno, ahora ya vienen capítulos algo más tranquilitos. Y menos mal, porque se me atraganta hasta escribirlos.
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