LIII
El estadio se estaba vaciando. Tan sólo una treintena de los asistentes esperaban en los alrededores del estadio, pues los autobuses de ambos equipos habían salido en dirección al hotel hacía rato.
El restaurante que Neus había reservado para su cena con ella y su prometida inicialmente no estaba lejos de allí y, además, no habían puesto reparos en añadir tres comensales a su mesa.
La conversación entre ellas fue ligera hasta la llegada de los dos coches. Ana Mari, que había estado mirando distraídamente a su alrededor se volvió hacia Neus con una sonrisa sin dientes.
—Nosotras podemos ir juntas en uno —sugirió, siendo sus palabras más un intento por adelantarse a evitar compartir coche con Xénia, que una iniciativa genuina.
Neus asintió.
—Sí, claro. Les daremos algo de espacio —añadió con tono ligero.
Elena frunció ligeramente el ceño ante la elección de palabras, aunque no dijo nada. Alexia fue quien confirmó la distribución.
—De acuerdo —dijo con una pequeña sonrisa—. Elena, Lexi, Xénia y yo en uno, y vosotras dos en el otro.
Desde el asiento de al lado en la parte trasera del taxi, Neus trataba de mantener una charla informal, hablando sobre el partido y cómo había encontrado a las que habían sido las excompañeras de su prometida.
—¿A ti te ha gustado el partido? Alexia está haciendo un gran trabajo con el equipo.
—Sí, sí. Ha estado genial —respondió Ana Mari con poco entusiasmo.
Neus la miró con recelo y cierta desconfianza. Algo desde que habían bajado a saludar a las jugadoras parecía estar dando vueltas en la cabeza de la suiza y, el hecho de que en ese grupo estuviera una de sus ex, no le sugería una buena combinación.
—Pareces distraída —comentó de manera casual, aunque el tono llevaba una ligera acusación encubierta.
Ana Mari se mantuvo mirando al frente. Sabía que Neus sospechaba algo, que su comportamiento no era el habitual, ¿pero quién podría mantenerse estoico en una situación como aquella? ¿Cuáles eran las intenciones de Xénia?
—Sólo estoy un poco cansada. Ha sido un día largo.
En contraste, el segundo taxi ofrecía un ambiente mucho más ligero. Lexi se quejaba airadamente del cinturón desde el asiento del medio, siendo confortada por Alexia.
Elena observó a su hija con diversión, viendo lo efectivas que eran las palabras de la rubia en ella. Se preguntaba si algún día la devoción de Lexi con Alexia bajaría o si seguiría creciendo, si alguna vez tendría que verse obligada a mantener las distancias.
—¿Cuál ha sido tu gol favorito, Lexi? —preguntó Alexia a su tocaya cuando el cinturón ya estuvo acomodado.
—¡El de Aitana! —exclamó con seguridad.
—Fue una pasada —concordó su madre.
Xénia observaba la escena, aparentemente tranquila, pero se encontraba perdida en sus propios pensamientos. Sabía que tendría que enfrentarse a Ana Mari tarde o temprano, pero aún habiéndose lanzado a esa situación por su propia voluntad, estaba de los nervios. ¿Por qué nunca había mencionado a Neus? Aquello era lo que más la confundía. ¿Y cómo pensaba que reaccionaría al saber que estaba comprometida mientras jugaba con ella?
Elena, siendo más bien un personaje secundario en el divertidísimo viaje en taxi de Alexia y su hija, echaba miradas furtivas hacia el asiento de delante. Sabía que algo no estaba bien dentro de su amiga y entendía el motivo. Ella tampoco sabía que Ana Mari tenía novia. Sabía que la asturiana no era una persona fácil de engañar y la revelación de aquello había despertado un comportamiento en ella que no conocía y, por tanto, no podía prever.
—¿Estás bien? —Le preguntó.
Alexia levantó la vista, curiosa también de la respuesta; pero con un cierto disimulo para crear una ilusión de intimidad.
—Estoy pensando.
Elena apretó la mandíbula.
—Es mejor que mantengas la calma —sugirió—. No tiene sentido montar una escena.
—No tengo intención de montar una escena —murmuró Xénia—; pero no pienso dejar que me tome por idiota.
Alexia movió la cabeza ligeramente, incómoda por la honestidad de Xénia. Sabía que Elena estaba tratando de contener a su amiga, pero la situación se convertiría en un desastre inminente del que no había manera de escapar en el momento en que el coche se detuvo y Xénia tendió un billete al conductor.
El ambiente en el interior del restaurante era tranquilo. El comedor se dividía en acogedores compartimentos que añadían privacidad a las mesas, con un pequeño semimuro de madera y un vidrio que permitiera a los camareros comprobar el estado de las mesas. Además, el techo estaba decorado con diversas plantas que parecían agarrarse a los alambres que se suspendían sobre ellas. La iluminación era tenue y el murmullo suave de las conversaciones de otros comensales proporcionaba un alivio tras el bullicio del estadio. El camarero las guió rápidamente hacia una mesa grande en la parte trasera, con vistas a un jardín y ligeramente más alejada de las demás. Las seis caminaban en fila. Mientras avanzaban por el local, se podían sentir las miradas fugaces entre unas y otras.
—Pues sí que es bonito el sitio —comentó Neus, tratando de romper el silencio—. Lia nos lo recomendó la semana pasada.
Ana Mari sonrió levemente, pero no dijo nada más, lo cual no pasó desapercibido para Neus, que ladeó la cabeza ligeramente. Xénia, que caminaba justo detrás de la pareja, torció la boca, un gesto que no pasó inadvertido para Elena desde el rabillo del ojo.
—A ver si tienen algo en la carta que te guste —dijo Elena, dándole un pequeño apretón en la mano a Lexi, que caminaba a su lado con una sonrisa, aún emocionada por el partido.
Finalmente, llegaron a la mesa. Grande, rectangular y con ocho sillas. Ana Mari y Neus se sentaron primero, eligiendo un extremo. Neus se colocó cerca de la ventana y Ana Mari a su lado, ocupando los asientos que daban al pasillo. Elena se sentó frente a Ana Mari, con Lexi en una silla junto a ella, dejando espacio para Xénia al lado de Neus, un lugar que fue rápidamente ocupado por Alexia, pues la situación era ya suficientemente incómoda. Elena tomó la carta y se la pasó a Lexi para que eligiera algo, mientras el resto comenzaba a revisar el menú.
—¿Qué te apetece cenar, Lexi? —preguntó Elena con una sonrisa amable, usando la conversación como una distracción para el ambiente.
—Pizza —respondió resuelta.
Elena suspiró. No sentía que fuera el momento de insistir en una opción más sana, a pesar de que Xénia hubiera ignorado la importancia de una alimentación equilibrada en los últimos días y su hija estuviera desbocada.
Neus carraspeó cerrando el menú y dejándolo a un lado.
—Yo ya estoy decidida. ¿Vosotras?
Ana Mari dejó el menú a un lado de la misma manera y Elena observó a Xénia, que seguía concentrada entre los distintos platos.
—Yo también —confirmó Alexia.
Pocos minutos después y observando que había sido la última en deshacerse de la carta, Xénia llamó al camarero para que tomara nota de lo que comería cada una de ellas. Eso permitió una pequeña conversación acerca de las decisiones, que fue terminando paulatinamente y dejando de nuevo paso al silencio.
—Bueno, entonces... ¿Alguna idea para los cuartos de final? Al final ha pasado Holanda, ¿no?
Ana Mari asintió a las palabras de su prometida, aparentemente aliviada de hablar de fútbol.
—Tengo fe en el equipo para ocuparnos de Países Bajos. Una de sus mejores jugadoras está sancionada para los cuartos de final y no ha tenido mucho gol en los últimos partidos. Haber pasado contra Japón ha sido, de hecho, un golpe de suerte en mi opinión —comentó Alexia, sirviéndose un vaso de vino.
—¿Y si ganáis? ¿Quién es el siguiente?
Alexia se perdió en montones de respuestas posibles a la pregunta de Ana Mari. Fue Elena quien se aventuró a responder.
—Entre Australia e Inglaterra, me gustaría volver a enfrentarme a Inglaterra —dijo la asturiana—. Parte de la afición no para de quejarse del penalti y de quitar mérito a las jugadoras.
—Qué vengativa —rio Ana Mari.
—Lo normal —cortó Xénia, haciendo que la suiza apretara los labios, evitando sostenerle la mirada.
Xénia llevaba los últimos minutos lanzando miradas rápidas a la suiza cada poco tiempo. Sabía que ella las notaba y que activamente las ignoraba, sonriendo por compromiso a cada cosa que su prometida decía. Prometida... Ni siquiera sabía que tenía pareja, mucho menos que fuera a casarse. Había una fina línea entre el sarcasmo y un comentario que podía delatar más de lo que quería. Sobre todo con Neus, que parecía un rottweiler apaciguado listo para saltar cuando notara que sus sospechas eran ciertas y algo en su entorno no estaba bien.
Neus observó a la asturiana con curiosidad después de notar cómo su novia se tensaba al oír el comentario. Elena, sintiendo el aumento de tensión de nuevo, recondujo la conversación.
—Lo importante es que el equipo está poniendo en práctica todo lo entrenado estas semanas. Si esto sigue así, es completamente imparable. Que venga quien quiera —retó, sonriendo a la catalana.
Alexia le devolvió una cálida mirada. Neus asintió lentamente, pero Xénia todavía tenía algo en mente. Ajena a todo lo que estaba ocurriendo, Lexi jugaba con los cubiertos en una esquina de la mesa.
—No tardarán en servir la comida —intervino Ana Mari—. Si me disculpáis, voy a aprovechar para ir al baño.
Xénia se levantó como un resorte.
—Voy contigo.
Alexia y Elena intercambiaron una mirada de circunstancias mientras las dos se alejaban con un andar extraño entre las mesas. Neus las observó, tratando de integrarse en lo que fuera que estuviera ocurriendo. Toda la situación le resultaba extremadamente extraña, pero ¿qué debía pensar si ellas dos ni siquiera se conocían hasta aquel momento?
La tensión en la mesa disminuyó drásticamente, pero la incomodidad esta vez venía traída porque entre ellas tres tampoco se conocían demasiado. Alexia no era la persona más extrovertida del mundo, Neus no le caía demasiado bien y Elena apenas había aprendido su nombre en la última hora.
—Joder, sí que tardan en traer la comida aquí —Se quejó Elena—. Yo no puedo quedarme hasta muy tarde —advirtió.
—¿Y eso por qué? —Se interesó Neus.
Tampoco es que le importara mucho, pero cualquier tema de conversación se agradecía.
—Después iré con Lexi de vuelta al hotel. Suelo dejarla con Xénia para que me haga de canguro los días de partido, pero hoy ha salido también así que..
La nombrada, a menos de veinte pasos de distancia, había seguido a Ana Mari al baño del restaurante con un aire decidido. La suiza caminaba estirada, sabiendo que se dirigía a un lugar donde no quería estar y del que no podía escapar. Desde el momento en que Neus había nombrado su compromiso, algo en Xénia había hecho clic. Estaba furiosa y la rubia lo notaba.
Cuando sus dos cuerpos traspasaron la puerta del baño, la asturiana usó su mano derecha para cerrar de un portazo. Se cruzó de brazos.
—¿Prometida, eh? Felicidades —dijo, llena de sarcasmo.
Intentaba mantener el control, pero sus ojos estaban oscuros, llenos de ira. Ana Mari se giró lentamente para mirarla, sabiendo que la conversación era inevitable.
Suspiró apoyándose contra el lavabo, siendo su postura ligeramente defensiva, como preparándose para una embestida.
—No es lo que piensas —empezó a decir, su voz cansada, como si aquella frase se hubiera utilizado tantas veces que hubiera perdido el sentido por completo.
—¿Ah, no? Lo siento, pensaba que cuando se había presentado como tu prometida era que era tu prometida. Menudo despiste —La interrumpió Xénia, dando un paso hacia delante, su voz subiendo de tono—. Vaya calentones más raros te entran en las fiestas. Podrías haber tenido la decencia de contármelo.
Ana Mari apretó la mandíbula, pero no respondió de inmediato. Sabía que Xénia tenía razón. Ella le había ocultado mucha información, había jugado con ella.
—No fue sólo un calentón —admitió finalmente en un tono más suave—. Lo de aquella noche... no fue sólo eso. No te mentí. Pero es complicado.
Xénia soltó una risa amarga, sacudiendo la cabeza.
—Complicado —repitió negando con la cabeza—. Me cuentas que te sientes como en una película, que nunca habías hecho nada parecido, que nunca te habías sentido así. Hablamos todos los días durante un mes y de repente desapareces sin una puta palabra. ¡Y ahora resulta que estás prometida! ¿Tienes idea de lo idiota que me estás haciendo sentir?
La suiza se pasó una mano por la cara, tratando de recomponerse, de encontrar el discurso adecuado para aquel momento. No lo había hecho bien, de eso no había duda; pero muy mal que sonara admitirlo, no pensaba que volvería a encontrarse con ella. Alexia parecía más entera que nunca la última vez que la había visto y su desprecio hacia Elena le resultaba evidente. ¿Qué haría entonces que Xénia y ella volvieran a encontrarse?
Neus era una figura constante en su vida, una promesa de estabilidad, una relación que había comenzado con pasión; pero que con el tiempo había perdido cierto brillo. No estaba enamorada de Neus. No como antes, al menos; ¿pero quería enfrentarse a lo que sería romper esa relación?
—Xénia...
La asturiana suspiró, apoyándose contra la puerta.
—Ni siquiera sé qué esperaba que me contestaras. No puedo entender cómo llegué a creer las cosas que me decías —Negó con la cabeza—. Sé que para ti fue sólo un mes, ¿vale? Pero, ¿prometida? Me siento ridícula, Ana...
—No estoy enamorada de Neus —confesó en voz baja, su mirada fija en el suelo—. Pero Xénia no es tan fácil como decirlo y ya. Llevamos tanto tiempo juntas que a veces pienso que es lo único que conozco —Murmuró—. Y tú eres tan... impredecible. Nunca sé hasta dónde quieres llegar o lo que piensas. Pasé esas semanas contándote cómo me sentía, no era ninguna mentira; pero tú seguías igual.
—¿Acaso pretendías cambiar una prometida por otra?
Ana Mari bufó, después apretó los labios.
—No, Xénia, no era eso.
—Entonces, ¿qué? ¿Querías sentir algo diferente? ¿Porque querías un escape? ¿Un plan B a donde poder marcharte cuando finalmente te canses de ella? —La rubia la miró a los ojos directamente, cuestionando a lo que se refería—. Se nota que estás cohibida a su lado, que estás controlada y vigilada. Me encantaría criticarla, pero después de saber lo que sé hasta me da pena.
La suiza estaba empezando a enfadarse. Por mucho que sus decisiones no hubieran sido las correctas, la imagen que la castaña estaba dando de ella distaba mucho de la realidad. Ella no era la imbécil o la insensible que describía, ni mucho menos la había utilizado como una mera distracción de su rutinario compromiso.
—Nunca lo había hecho antes, ¿vale? El ser infiel. No tiene motivos para ser así conmigo.
—¿Acaso quieres un aplauso por ello?
Ana Mari pasó la lengua por sus labios, tratando de relajarse.
—No puedes vender toda esta situación como que voy por ahí riéndome de la gente y traicionando a mi pareja de forma sistemática, acostándome con cualquiera por un rato de diversión.
—¡Es lo que hiciste! —exclamó.
—¡¡Pero si paramos!!
—Sí, claro, con el vestido a medio sacar.
La asturiana trataba de respirar hondo, pero cada palabra que salía de la boca de la exfutbolista no hacía más que avivar su enfado. Trataba de justificar algo que no tenía justificación alguna, como si el haberse enganchado a aquella noche que para ella también había supuesto algo completamente diferente fuese tan sólo su problema.
—¿Sabes lo que más me jode, Ana? Que intentas suavizarlo, como si ahora ya no significara nada para ti y como si simplemente hubiéramos parado porque "no era el momento" —dijo, haciendo comillas con los dedos—. Pero en realidad, te quedaste colgada porque nunca pensaste ir más allá. Intentas simular que eres tú la que lo está pasando mal en esta situación tan complicada y siempre tuviste a Neus esperándote en casa mientras mandabas mensajitos subidos de tono a la estúpida que te había hecho caso en Inglaterra. ¿Te subió el ego al menos? ¿Después de verte tan acorralada y manejada por tu novia? ¿Hacerlo tú por una vez?
La suiza frunció el ceño, herida por sus palabras, aunque supiera que en el fondo había algo de razón en ellas. No era justo y tampoco lo era lo que ella había sentido aquella noche. La química, la complicidad... había sido real.
—No fue eso, Xénia. No tienes ni idea de lo que me haces sentir —respondió Ana Mari en voz baja, con un destello de frustración en su mirada—. Esa noche y las semanas que siguieron me sentí de una forma que hacía años no me sentía. Pero no sé qué esperabas que hiciera. ¿Que dejara todo por una noche que ni siquiera terminó? Que arriesgue mi relación de años, mi casa, todo lo que he construído con Neus, por algo que ni siquiera sé si...
No terminó la frase, dándose cuenta de que estaba al borde de decir algo que haría la situación todavía peor. Xénia se rio sin gracia, cruzándose de brazos mientras miraba a la suiza con una mezcla de incredulidad y decepción.
—Claro, no sabes si valgo la pena como para arriesgarte —dijo—. Es tan fácil cuando tienes una vida establecida y cómoda jugar con la autoestima y los sentimientos de la gente... luego puedes volver a ella sin ninguna consecuencia, como quien mete el pie en el agua para ver si está fría. ¿Y yo qué? ¿Se supone que debería haberme quedado esperando a que decidieras si valía la pena?
Había pensado muchas veces en cómo Xénia la había hecho sentir, había vuelto muchas veces a aquella noche, a lo más cerca que había estado nunca de aquello que pensaba que nunca tendría. Y eso era aterrador.
—No fue fácil para mí tampoco. No te mentí. En nada de lo que te dije.
Xénia cerró los ojos un segundo, respirando hondo para calmar la rabia.
—Esto es una mierda —sentenció, con la voz derrotada—. Me confundiste, me hiciste experimentar algo que ni siqueira sabía que quería y luego desapareciste. No tienes derecho a aparecer aquí con ella, a fingir que esto puede arreglarse con una conversación en el baño de un restaurante y decir que lo has pasado mal —La suiza se quedó en silencio. Había sido egoísta y una cobarde. Nunca se había sentido con fuerzas de contarle a Xénia la verdad, igual que tampoco lo había sido para hacerlo con Neus. La asturiana bajó la mirada, haciendo que sus rizos cubrieran sus ojos—. ¿Sabes qué, Ana? Haz lo que quieras. Si de verdad sentiste todo aquello y no es suficiente para dejar una relación que no te hace feliz entonces no hay nada más que hablar —Xénia se giró hacia la puerta, pero antes de salir, se detuvo, cargando en sus palabras un último reproche—. La próxima vez que alguien te haga sentir "como hacía muchos años no sentías", asegúrate de tener los ovarios para enfrentarte a ello antes de que se te complique.
Ana Mari la tomó del brazo.
—Espera, Xénia... no te vayas así —suplió.
La asturiana cerró los ojos con fuerza. Hacía tiempo que no sentía ese tipo de dolor, tan localizado, tan humano.
—¿Para qué? ¿Para que me sigas diciendo lo mismo? Llevamos teniendo la misma conversación en bucle durante diez minutos —replicó, con un deje de cansancio y frustración. Su cuerpo estaba rígido, intentando mantener a raya las emociones que no quería dejar que ahora conociera la suiza, después de todo lo que había reconocido—. Se preguntarán dónde estamos.
Ana Mari respiró hondo, soltando el brazo de la castaña, pero sin dar un paso atrás. Estaba más cerca de ella de lo que había planeado. Había ira en sus ojos, pero también podía ver una pizca de vulnerabilidad, de desesperación.
—¿Crees que a mí me apetece? —escupió la suiza, su voz impregnada de una dureza que no había mostrado antes— ¿Crees que puedes venir aquí y reprocharme todo lo que pasó sin ni siquiera saber cómo de jodida estoy por haberte dejado ir? No podía dejarla. No podía darte nada. Te dejé marchar—Las palabras parecían forzadas, como si salieran a trompicones, obligándola a confesarlas contra su propia voluntad—. Neus no es alguien que pueda dejar así como así.
—¿Y a mí qué? Lo importante aquí es que siempre ha pesado más lo que tienes con ella, aunque ya no la quieras, que lo que te pasaste semanas diciendo que sentías por mí. Y estos son los hechos y no las palabras.
La rubia la miró fijamente, el pecho subiendo y bajando con respiraciones pesadas. La tensión en el aire era casi palpable.
—Mierda, Xénia... —susurró, con el tono ronco de alguien que lucha por mantener el control—. Pienso en ti todos los días, en lo que podía haber sido. Esperaba no tener que volver a verte, poder fingir que... —Se interrumpió, pasándose una mano por el rostro, como si intentara contenerse, encontrar palabras más suaves. Finalmente, la miró con hastío— Joder, sigues sin decir nada. Me haces querer dejarlo todo Xénia, pero no puedo. No sé cómo hacerlo, no sé cómo dejarme llevar sin destruir toda mi vida.
Xénia se quedó en silencio un momento, mirándola a los ojos, intentando descifrar si aquellas palabras eran sinceras o si solo eran otra excusa disfrazada de confesión. Finalmente, esbozó una sonrisa irónica, ladeando la cabeza mientras la miraba con una mezcla de desprecio y desafío.
—Pues bésame —dijo, levantando el mentón. Su voz baja, pero firme—. Si es verdad que sientes todo eso, si todo este tiempo has pensando en volver a hacerlo, hazlo —Sus labios se acercaron a los suyos, sus ojos oscuros la miraban con desdén—. Pero si lo haces, si te atreves, Neus tiene que acabarse. No voy a ser tu distracción, ni tu divertimento —Su tono era firme y decidido—. O me quieres, o no.
Ana Mari se quedó inmóvil, sintiendo cómo las palabras de la asturiana la golpeaban con fuerza, como una bofetada de realidad. No podía tener ambas cosas sin que alguna se rompiera en el proceso y aquello era un ultimátum. Se moría por decir que sí, por volver a sentirse como aquella noche; pero sucumbir a su boca sería romper con años de su vida, con su ancla, con su zona segura.
—Vamos, Ana. Bésame o vete —La rubia la miró a los ojos. El corazón le latía desbocado, sintiendo cómo el peso de todo lo que sentía por ella la aplastaba. Estaba aterrorizada de las consecuencias y tentada por la caída, pero los segundos pasaban y Ana Mari no se había movido. Xénia suspiró, decepcionada—. Eso pensaba.
Xénia giró lentamente el pomo de la puerta, con decepción en la mirada. El baño volvió a inundarse del sonido de los cubiertos y la porcelana, el bullicio de la gente. Había esperado, había dado segundas y terceras oportunidades, pero el vacío de aquella respuesta, el titubeo, el miedo, lo había dejado todo claro. Sintió una mano cálida y firme presionar contra la madera, por encima de su cabeza, cerrando la puerta suavemente y distanciándolas de nuevo del ruido, de los ojos de todos los demás. Se quedó estática. La cercanía del cuerpo de la suiza a su espalda la hizo perder la concentración. Sentía el calor de su respiración, el leve temblor de la mano que ahora estaba a centímetros de la suya.
Ana permaneció detrás de ella, en silencio, con su mente a mil por hora. Los recuerdos de aquella noche en la gala volvían a ella. Recordaba la risa de Xénia por los pasillos del recinto, con dos botellas en las manos, su voz susurrándole palabras tontas y cómplices, cómo habían compartido momentos donde estaban solas y todo estaba claro. Recordaba perfectamente la manera en la que su piel se había erizado cuando Xénia la había tocado por primera vez y cómo durante semanas, cada mensaje suyo había arrancado de ella una sonrisa estúpida.
Con el corazón en un puño, Ana se inclinó hacia delante. No podía apartar la mirada del cuello de la asturiana, que la hacía sentirse atrapada. No podía dejar que aquella sensación se marchara de nuevo. No podía volver a lo anterior confirmando que lo que había perdido no era una idealización de lo que se sentía al estar cerca de Xénia. Su mano, todavía en la puerta, se deslizó ligeramente hacia abajo, rozando con suavidad la de ella, un toque breve y eléctrico en el que ambas permanecieron inmóviles.
La castaña cerró los ojos un segundo, sintiendo un cosquilleo en cada parte de su cuerpo, necesitaba más, pero no se atrevía a moverse. No quería sentir que sería diferente, que aquel acercamiento de Ana Mari significaba que había decidido que sí valía la pena y no otra conversación cíclica. Pero algo en su cuerpo, en el calor que sentía, la hizo dudar.
Lentamente, Xénia se fue girando, su cuerpo en contacto con el de la exfutbolista, rozando sus caderas y torsos, revolviéndose en el poco espacio que quedaba entre la suiza y la puerta para colocarse frente a ella, cara a cara, a centímetros de distancia. Los ojos de Ana estaban oscuros, llenos de algo que ni siquiera ella misma entendía del todo. Su mano se movió hasta el rostro de la asturiana, rozando su mejilla, sintiendo la suavidad de su piel. Miraba sus labios, aquello que sellaba su trato y que en un brillo desafiante le decían "hazlo", "atrévete". Sus dedos se deslizaron hacia el cuello de Xénia, deteniéndose en la base de su nuca. Ella alzó la barbilla ligeramente, su respiración entrecortada, sintiendo cómo el cuerpo de la suiza parecía acercarse más y más, como si estuviera al borde de un abismo. Podía sentir el aliento de Ana en sus labios, cálido, inconstante y pudo ver cómo mordía los suyos propios con la última duda, que cada segundo que pasaba se desvanecía más y más.
La castaña se humedeció los labios, viendo cómo los ojos de la suiza seguían cada movimiento, atrapada en el vaivén de aquella espera, de aquella lucha interna que ambas compartían.
Entonces, lentamente, como si estuviera reuniendo toda la valentía que le quedaba, Ana Mari comenzó a acercarse. No había prisa en sus movimientos, pero tampoco había vuelta atrás. Sus labios se deslizaron hacia los de Xénia con una lentitud que rozaba la agonía, hasta que finalmente sus bocas se rozaron apenas, un contacto delicado, casi imperceptible, pero que encendió un fuego latente en ambas.
Ese primer roce fue como una descarga, un punto de no retorno. Ana Mari se detuvo un segundo, sus labios apenas rozando los de Xénia, como si estuviera saboreando ese instante antes de sumergirse por completo. Xénia, sin poder resistirlo más, inclinó el rostro y presionó sus labios contra los de ella, cerrando la distancia en un beso que no tenía nada de duda ni de indecisión.
Ana Mari deslizó su otra mano por la espalda de Xénia, atrayéndola aún más cerca, mientras el beso se volvía más exigente. Las bocas se encontraron con una intensidad voraz, cada roce de los labios cargado de necesidad acumulada. No había suavidad en ese beso, ni caricias cuidadosas. Era un choque de respiraciones entrecortadas, de lenguas que se exploraban con urgencia.
Separadas, respiraban con dificultad, como si hubieran perdido el oxígeno en la boca de la otra. Las miradas se enredaban en el poco espacio que quedaba entre ellas. El sonido de sus respiraciones llenaba el espacio de la sala. Los labios de Xénia todavía ardían y los ojos de Ana Mari, oscuros y desenfocados, no dejaban de recorrer su rostro.
Xénia tragó saliva, tratando de recomponer la compostura antes de hablar con un susurro apenas audible:
—Tenemos que salir ya —dijo con la voz entrecortada—. Llevamos aquí demasiado tiempo.
******************************
Este capítulo es un regalo para mí porque me lo merezco y porque estoy super dentro con Xénia y Ana Mari. Y punto en boca.
Besis de fresi y AitanaBallonD'Or
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro