LI
Alexia había vuelto a los dieciocho años. Tenía energía, la piel le brillaba, se reía despreocupadamente, le quitaba hierro a las cosas. Las jugadoras y el cuerpo técnico la observaban perplejos mientras la seleccionadora hacía su cuarta broma del entrenamiento, siendo incapaz de dejar de reír ante su propio chiste.
Había recuperado energía por la mañana, la noche anterior, después de comer, en el baño, en su habitación, en la suya... Incluso una vez tonta en uno de los vestuarios de árbitros del campo de entrenamiento en Brasilia, su nueva sede para los octavos y cuartos de final, si todo salía bien.
—¡Patricia! —exclamó Alexia, con las manos en la cintura imitando una pose ridícula. Patri no pudo evitar perder la concentración al oír su nombre completo, aunque el balón se mantuvo en sus pies, pues el resto del equipo se volvió hacia la seleccionadora de la misma manera—. Hazte un par de regates más vistosos, que siempre te veo hacer el mismo y así no te van a subir las estrellas en el Fifa.
La mallorquina alzó una ceja. No sabía si debía reír. El resto de jugadoras intercambiaron miradas igualmente confundidas. ¿Alexia acababa de corregir la poca creatividad de aquel día en el regate con una broma? Aquella mujer estricta, seria y enfocada que las observaba en silencio y les dedicaba correcciones duras estaba sentada con las piernas cruzadas en un lado del césped, cerca de la portería observando entre comentarios graciosos los uno contra uno que había propuesto. Se había transformado en una versión más ligera de sí misma, por momentos incluso parecía despreocupada.
Aitana se fue de su defensora y tiró a portería, intentando ajustarla al palo. El disparo salió ligeramente desviado, haciendo que el balón pasara a medio metro de Alexia, que alzó las dos cejas.
—Como alguna me pegue un balonazo dará vueltas al campo hasta la hora de comer.
La centrocampista pestañeó varias veces. Después, se giró hacia Ona, que simplemente eligió echarse a reír, no sólo por la extraña actitud de su seleccionadora, sino también por la sensación intranquila con las que las jugadoras recibían sus bromas, como si alguien la hubiera suplantado.
Alexia no dejaba de sonreír. Había algo liberador en dejar de lado su habitual gravedad, en permitirse ser quien había sido antes de las lesiones, antes de la presión, antes de la pérdida. Se sentía como si alguien le hubiera quitado una mochila de diez kilos de la espalda. Claro, había problemas que aún existían, pero todo aquello... aquello parecía más llevadero desde que dejaba que le quitara la ropa.
—¡Venga, Mapi! —gritó en dirección a Mapi León, que acababa de fallar un pase fácil—. ¿Es que te has dejado las piernas en la habitación o qué?
Esta vez, Tere Abelleira no pudo evitar soltar una carcajada que rompió la tensión en el ambiente, mientras Mapi se excusaba levantando una mano y negando con la cabeza, sin poder evitar una sonrisa. Mapi, al igual que las demás, sabía que aquello era completamente nuevo. Alexia jamás se había tomado nada con tanta ligereza o al menos, eso era lo que ella recordaba. Probablemente, ninguna de las jugadoras que ahora ocupaban la plantilla de la selección española recordarían que precisamente así era como Alexia Putellas bromeaba y disfrutaba en sus primeros años en el fútbol de élite, mucho antes de que ellas hubieran compartido vestuario con la rubia y, sobre todo, antes de que Elena se fuera.
La seleccionadora lanzó una mirada rápida a la asturiana, que estaba de pie cerca del banquillo, revisando unas notas. Apenas se habían visto en público, apenas habían cruzado palabras en frente al resto del equipo, pero habían pasado tantas cosas en privado, que Alexia fue incapaz de evitar humedecer sus labios cuando Elena le dedicó una sonrisa de medio lado mientras se agachaba para recoger una botella de agua del suelo.
—Salma písale un poco, que tienes las piernas más largas de todo el equipo.
La joven levantó las manos en señal de rendición mientras seguía corriendo por la banda. Ni siquiera sabía cómo debía reaccionar, todo era nuevo para ella.
Las jugadoras seguían mirándose entre ellas. Alexia estaba radiante, pero también había un cierto brillo en sus ojos que algunas no terminaban de entender.
La seleccionadora miró de nuevo a Elena, que ahora levantaba la vista de sus notas y la observaba desde la distancia. Una leve sonrisa se formó en los labios de ambas, cómplices. Aquella energía renovada no solo venía del fútbol; venía de ellas.
Lola las observó a ambas con sospecha, frunció el ceño y abrió ligeramente la boca, tratando de ubicar lo que estaba viendo.
—¿Entrenamos o qué? —gritó con las manos en las caderas—. O es que quieres ir mirando los precios de los billetes de vuelta sólo por si acaso.
—¡Entrenamos, claro que sí! —respondió Alexia, riendo mientras daba un aplauso fuerte para reactivar el entrenamiento—. A Dinamarca le metemos cinco.
—Qué humilde —murmuró Jana, provocando la risa en Eva Navarro.
—Uno de Claudia, otro de Salma... una chilena de Aitana, rabona de Vicky y...uno puerta a puerta de Cata.
Bruna y Lucía Corrales la observaron con la boca abierta, preguntándose de si el hecho de que Alexia se encontrara en ese momento celebrando un gol imaginario puerta a puerta con la portera del equipo podría ser síntoma de alguna enfermedad mental.
Los octavos de final se jugarían en tan sólo dos días. Aunque todas las jugadoras sabían que nunca se debía subestimar al rival, Dinamarca no era precisamente el partido más difícil que les podría haber tocado.
Aún así, algunos rivales importantes compartían su lado del cuadro, como Japón o Países Bajos, uno de los cuales tendría que enfrentarse a ellas en caso de que llegaran a cuartos. La potencial semifinal se decidiría entre Australia, Nigeria, Costa Rica e Inglaterra. Australia e Inglaterra sonaban por encima de los otros rivales como el partido de cuartos más probable y, aunque ya habían vencido a las inglesas en el último partido, una posible semifinal contra ellas no era algo que dejara a la seleccionadora demasiado tranquila. Además, aunque Sam Kerr se encontraba ya en su último mundial, había dejado grandes actuaciones en los partidos de grupos. Aún le quedaba mucha guerra por dar.
No podían obviar, que parte de los mayores rivales a los que podían enfrentarse en aquel torneo habían terminado, por obra del azar, en el otro lado del cuadro. Brasil y EEUU inaugurarían los octavos de final en un partido que prometía muchísima expectación. Estados Unidos ya no era la selección que un día había sido después de la retirada de grandes nombres de la historia y la pérdida de identidad en su juego, dejando paso a una Brasil arrolladora en los últimos años, que recuperaba el estilo vistoso de sus mejores épocas. No sería difícil además, como equipo local que terminaran por inaugurar también los cuartos de final contra Francia o Sudáfrica.
Por último, Fridolina Rolfö se había echado el equipo a la espalda y se preparaba para enfrentarse a la selección que, junto con una de las nuevas promesas del fútbol mundial, Giulia Dragoni, se había convertido en seria candidata. Alemania o Irlanda las esperarían en cuartos.
Se sentía bien, por primera vez en mucho tiempo. No tenía el peso de los últimos años sobre sus hombros, la expectativa eterna o las dudas sobre su capacidad. Y aunque su mirada se desviaba más de una vez hacia Elena, su mente también sabía que debía seguir manteniendo la línea entre lo profesional y lo personal, al menos frente al equipo.
Cuando el sol comenzó a subir y su estómago empezó a sentirse vacío, las jugadoras se dispersaron en dirección al vestuario. Algunas continuaban charlando animadamente, comentando el extraño cambio de actitud de la seleccionadora, pero en general el ambiente era mucho más ligero que en semanas anteriores. Mientras ellas se encaminaban a las duchas, Alexia se quedó atrás, recogiendo algunas botellas de agua que habían quedado esparcidas sobre el césped, aprovechando para robar un último vistazo a Elena, quien ahora estaba cerca de la banda, guardando unos papeles en su carpeta. No tenía por qué estar allí, había gente en plantilla a la que se le pagaba precisamente por hacer ese tipo de cosas, pero no podía rechazar un poco de tiempo sobre el césped, sintiendo los ojos de la rubia sobre ella.
Elena estaba dándole la espalda, inmersa en su tarea, pero había algo en su postura que siempre atraía a Alexia. Quizás era la forma en que parecía tan centrada, tan serena.
La observó en silencio, pues no quedaba nadie más en el campo y cuando Elena terminó de recoger sus cosas, Alexia se acercó en silencio, con esa energía ligera que aún la acompañaba.
—¿Cuándo vas a dejar de hacerme reír en medio del trabajo? —bromeó la asturiana sin volverse, pero con una sonrisa que Alexia ya podía imaginar—. No sabes la de miradas extrañas que me he llevado hoy por mis muecas aguantándome.
—No era mi intención—replicó la rubia, disfrutando de la oportunidad de devolver el golpe.
Elena giró finalmente para mirarla, y sus ojos de mil colores se encontraron con los de Alexia. Se mantuvieron en silencio un segundo. Después la morena se echó a reír.
—¿Te has echado rímel?
La rubia frunció el ceño.
—Sí —La risa de Elena se acrecentó. Alexia sintió cómo sus mejillas se teñían de color rojo, fruto de la vergüenza—. ¿Qué pasa?
—Estás muy guapa —dijo finalmente.
Alexia se mordió los labios. Elena tenía ganas de ser ella quien lo hiciera, pero todavía podía salir cualquier persona del vestuario y el personal de mantenimiento no tardaría en aparecer.
—Tú también estás muy guapa —afirmó, mientras comenzaban a caminar dirección a la salida.
Elena cerró los ojos dejando que la brisa de la mañana se le colara en el pelo. Alexia la observó sin disimulo.
—Estabas muy graciosa tú hoy, ¿no? Se han quedado un poco colgadas.
La rubia sonrió.
—Sí que has estado atenta al entrenamiento...
—Algo así.
Alexia dejó las botellas en la caja mientras Elena la esperaba en la puerta de los vestuarios, todavía sosteniendo la carpeta.
—¿Y a ti qué te gusta más? ¿La Alexia graciosa o la Alexia seria? —la entrenadora le dedicó una mirada pícara, todavía de cuclillas.
—Me gusta que estés graciosa porque se nota mucho que estás feliz.
La catalana volvió a rebasar la altura de Elena por unos centímetros. Sonrió y continuaron andando. Ya en el pasillo, la rubia se detuvo.
—¿Puedes ayudarme? Tengo que llevar unas cosas.
Acto seguido y sin esperar la respuesta, ya que asumía que sería afirmativa, Alexia abrió una de las puertas del almacén de material y se metió dentro.
—¿Al autobús? —preguntó de forma sarcástica. Elena, apoyada contra la puerta, la observaba con esa media sonrisa que siempre parecía conocer todas sus intenciones antes incluso de que ella misma las supiera —¿Qué estás buscando exactamente? —preguntó la morena, cruzándose de brazos, pero sin moverse del sitio.
Alexia se giró, dejando de lado cualquier pretexto. Dio dos pasos largos hacia ella y, sin decir ni una sola palabra, tomó su rostro entre las manos y la besó. Fue un beso suave al principio, casi inocente, pero lleno de la urgencia contenida de quien había estado esperando todo el entrenamiento para ese momento. Elena sonrió contra sus labios, con la certeza de que esto era lo que Alexia quería desde el principio.
—Tenías muchas ganas, ¿eh? —murmuró la asturiana, riendo suavemente, mientras sus dedos rozaban la nuca de Alexia.
—No aguantaba más —admitió la rubia con una sonrisa traviesa.
Sus dedos se colaron en la cintura de su pantalón vaquero y sus dientes mordieron su boca. Elena se separó sólo un poco, con los ojos todavía cerrados se humedeció los labios, pasando su lengua por la pequeña hendidura que existiría tan sólo por unos segundos. Estando lo suficientemente lejos como para mirarla a los ojos, respiró hondo y dejó un suave beso en sus labios, uno de aquellos que no sabían tanto a despedida, sino a descanso.
—Ya puedes dar por cumplido el capricho —Los ojos de Alexia, oscuros, la observaron con detenimiento. Volvió a besarla—. Vámonos antes de que nos echen de menos.
—¿Tú crees que se darían cuenta? —replicó, con sus manos todavía en una posición sugerente, en tentativa—. No llevamos aquí mucho rato.
Elena ladeó la cabeza, apartando su cuerpo unos centímetros más, pues cada vez la idea sonaba mejor.
—¿No puedes esperar a esta noche?
—¿Acaso son excluyentes?
La asturiana quiso replicar, pero se limitó a apretar los labios y salir del almacén. Su respiración estaba agitada, su pulso también, sus labios todavía hinchados. Alexia la siguió de cerca, dejándola adelantarse, separando ligeramente sus caminos.
La catalana no se sentó a su lado en el autobús, en su lugar tomó asiento a la izquierda de Lola Gallardo. Su ocupó de rozar su mano al pasar de largo y aunque aquella separación era lo más inteligente que podían hacer mientras bajaba el calor, Elena maldijo haber detenido lo que fuera a pasar en aquel almacén.
La segunda entrenadora abrió los ojos al sentir el cuerpo de Alexia golpear contra el asiento. La rubia se acomodó y buscó su teléfono móvil.
—Te veo contenta —apreció mirando por la ventana despreocupadamente.
—Eso es bueno.
—Muy contenta —enfatizó, girándose hacia ella.
—Entonces supongo que es muy bueno —bromeó.
Lola no se rio de su chiste fácil. La miró con sarcasmo y la rubia alzó una ceja.
—¿Estás segura de lo que estás haciendo?
Alexia frunció el ceño.
—¿De qué hablas?
Bufó desde el asiento de al lado, como si el hecho de que le preguntara faltara a la confianza y su capacidad de leerla en cada situación. La conocía demasiado.
—¿Cuánto hace que te la follas?
La pregunta cayó como una bomba, rompiendo cualquier rastro de tranquilidad que pudiera haber en el autobús. Alexia se tensó al instante, su rostro normalmente controlado mostrando por un breve momento sorpresa, casi vulnerabilidad. No era el tipo de conversación que esperaba tener en ese instante, y menos aún con Lola, quien no solía ser tan seria con ella.
No había manera de mentirle a Lola, y además, no veía la necesidad de hacerlo. Sin embargo, la franqueza de la pregunta la había dejado sin palabras por unos segundos.
—No sé de qué hablas —replicó, en un intento de mantener su tono ligero, aunque la tensión en su voz era evidente.
Lola rió, aunque no de manera divertida, más bien como alguien que ya ha visto demasiado y no puede evitar decir lo que piensa.
—Ale, por favor. No me tomes por tonta. Lo noto en ti... y lo noto en ella. Y sé que no es reciente. ¿Lo tienes bajo control?—dijo, bajando la voz, consciente de que no estaban solas en el autobús.
La verdad es que había pensado en ello una y otra vez. Sabía que estaba arriesgando mucho al volver a abrirse a Elena. Sabía que estaba dando un paso hacia un terreno peligroso, el mismo terreno que la había destruido años atrás.
—No es como antes —murmuró finalmente, aunque su voz sonaba más a un intento de convencerse a sí misma que a Lola—. Estoy bien. Estoy... mejor.
Lola se quedó en silencio un momento, evaluando las palabras de Alexia. No era una mujer que fuera fácil de convencer. Sabía que la rubia era buena para ocultar sus verdaderos sentimientos, para mantener su fachada de fortaleza, pero también sabía que, debajo de esa fachada, las emociones de Alexia eran un caos, sobre todo cuando se trataba de Elena.
—¿Mejor porque la tienes de nuevo o porque de verdad lo estás? —preguntó Lola, su tono mucho más suave ahora.
Alexia mantuvo la mirada en su teléfono, pero no respondió de inmediato. La pregunta golpeó en lo más profundo de su ser. Claro que estar con Elena la hacía sentir mejor, pero también era consciente de que aquello traía consigo una carga emocional intensa. ¿Era capaz de separarlo? ¿Era capaz de sentir esa felicidad sin el miedo de volver a hundirse?
Finalmente, Alexia suspiró y deslizó el dedo por la pantalla de su móvil sin prestar mucha atención a lo que veía.
—Ambas cosas —respondió en voz baja, como si admitirlo la liberara de alguna manera.
Lola asintió lentamente, sin dejar de mirarla. No era la respuesta que hubiera querido escuchar, pero al menos sabía que Alexia estaba siendo honesta.
—Sólo quiero que tengas cuidado —murmuró Lola, casi en tono de confesión—. No soportaría verte pasar por lo mismo de nuevo. Tú eres la que siempre cuida de los demás, pero alguien tiene que cuidar de ti también.
—Lo aprecio —admitió Alexia, intentando suavizar el ambiente con una sonrisa leve.
Lola le devolvió la sonrisa, aunque con un suspiro pesado.
—Bueno, mientras tanto, tal vez deberías esconder mejor esa cara de "acabo de tener un rato interesante en el almacén" —escupió—. O las jugadoras van a empezar a hacerse preguntas.
Alexia sonrió de medio lado, tratando de no volver a aquella situación que había conseguido ligeramente que dejara de ocupar su pensamiento. Lola echó una carcajada al fijarse en cómo los ojos de Alexia habían adquirido cierto brillo.
—¿Y qué, les digo que es el rímel?
—Y colorete, por lo menos —Se burló—. Contrólate un poco.
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