II
Alexia pulsó la pantalla haciendo rotar la pieza con forma de 'L', dejando que se introdujera de forma perfecta entre una cuadrada y otra con la misma forma. Toda la línea completa brilló para luego destruirse. Otra nueva pieza, esta vez con forma de barra, empezó a bajar por la pantalla y la futbolista escaneó las posibilidades entre las organizadas piezas que se acumulaban en la parte de abajo de su ipad.
—Disculpe —Una azafata apoyó su mano en el respaldo del asiento delantero, buscando llamar su atención—. Vamos a aterrizar en breve —informó, para luego señalar la luz que indicaba que debía volver a abrocharse el cinturón de seguridad.
Alexia murmuró una disculpa e hizo caso de la indicación. Por la ventana empezaban a divisarse montes y algunas carreteras de algún lugar cercano a Zaragoza. Guardó el ipad de vuelta en la bolsa y se recostó contra el asiento.
No era demasiado fan de viajar en primera clase. Trataba de evitarlo siempre que le era posible. Creía que la hacía llamar más la atención de lo necesario y destacar mucho más que con una buena gorra y unas gafas de sol. Si es que aún quedaba gente dispuesta a importunarla por una fotografía o un autógrafo. Aún así, tenía que reconocer que le aportaba comodidad y siempre un asiento con vistas y atenciones. Algo completamente necesario en un viaje tan corto.
No esperaba que el asiento en el avión fuera de esa categoría. De hecho, podría decirse que hasta una parte de ella no contaba con que existiera tal avión. Suponía que, de alguna manera, este hecho confirmaba que no se trataba de ninguna broma. Se preguntó si alguna de las personas que se sentaba en los espaciosos asientos contiguos estaría inmersa en la misma situación que ella.
Dos hombres de traje trasteaban con sus móviles. No llevaban ningún pin o insignia representativa. Podrían ser cualquier cosa. Y en la fila de asientos detrás de ellos, una pareja de apariencia extranjera se hacía carantoñas. Estaba sola en ese avión y aterrizaría con la misma información que había despegado. ¿Había siquiera algún plan a seguir una vez sus pies tocaran tierra firme de nuevo? ¿ A dónde iría?
La exfutbolista agradeció enormemente no tener que aguantar a todos esos pasajeros que colapsaban los pasillos impidiendo el movimiento de nadie sólo por sacar sus maletas de un lugar y colocarlos exactamente en el mismo, pero a otra altura. Habría algo gratificante para el ser humano en esa acción tan incoherente. Debía haberla y ella lo único que conseguía sentir era fastidio. Se prometió permitirse viajar en primera clase alguna que otra vez, sólo por el preciso momento en que cogió sus cosas y salió la primera del avión, sin aguantar las estupideces de ningún pasajero.
Cualquiera podría decir que fácilmente atravesó la zona de maletas en dos zancadas. Salió muchos minutos antes que sus compañeros de viaje, siendo llevada por la inercia de los números kilómetros en el aire que llevaba recorridos en su vida.
Las puertas automáticas le abrieron paso y le regalaron una tierna visión de una familia reencontrándose rodeada de maletas enormes y entre abrazos.
Planeaba acercarse al centro de Zaragoza y buscar un lugar en el que pasar la noche. Quizás visitaría algunos monumentos y esperaría a recibir una llamada o alguna otra forma de comunicación. Recolocó el asa de la bolsa sobre su hombro y se apartó el pelo de la cara. La pantalla de su teléfono le indicó que eran las seis de la tarde. Fue entonces cuando levantó la vista de la pantalla y sus ojos dieron de pleno con un hombre alto, ancho y bien vestido.
Sus ojos estaban ocultos tras unas gafas de sol con una montura muy pasada de moda. La camisa blanca era ajustada y estaba metida por dentro de los pantalones. Había añadido al conjunto una corbata, unos zapatos brillantes y una americana a juego con la parte de abajo. Y lo más importante, entre sus manos sostenía un folio en el que con letras bien grandes se podía leer: "SRA. PUTELLAS".
Algunas personas allí presentes tomaron consciencia de quién era aquella mujer con gorra y sudadera ancha cuando, por sentido común, decidió completar los dos pasos que le separaban de aquella fortaleza de carne humana.
—Espero que haya tenido un viaje tranquilo —Alexia asintió en respuesta. Tenía un fuerte acento alemán—. Soy Müller —Se estrecharon las manos—. Vengo en representación de NOVA para llevarla hasta el hotel en el que se hospedará y tendrá lugar el encuentro —La información se apelotonaba en su cabeza. Adiós a su plan bien medido para sobrevivir a la primera noche en Zaragoza. Todo estaba más que planeado. No se trataba de ninguna broma. Ya se veía capaz de confirmarlo—. Debemos darnos prisa.
Acto seguido, Müller tomó la bolsa del brazo de Alexia, sin darle opción a replicar y comenzó a caminar en dirección al exterior. Alexia lo siguió de cerca, al menos, hasta que una señora de pelo lacio y castaño la interrumpió.
—Perdone, ¿Alexia Putellas? —sacó el móvil del bolsillo—. Soy una gran fan. ¿Le importaría...
—No, no, qué va, en absoluto.
Alexia se acercó al cuerpo de la mujer, tratando de encajar en la foto con ella. De pronto, la enorme mano de Müller se apoyó en el hombro de la señora, sobresaltándola.
—Lo lamento mucho, pero debemos irnos ya.
—No creo que pase nada por una foto —Se cruzó de brazos. Hacía tiempo que no le pedían una—. Es un segundo.
Cuando estaba de nuevo por aproximarse a la mujer, un brazo del hombre se interpuso de nuevo entre ambas.
—Me temo que debo insistir.
Alexia se tomó en serio el cambio de actitud de Müller y se alejó de la mujer, que no parecía del todo satisfecha. Se preguntaba si había tenido la oportunidad de haber tocado el botón de la cámara a tiempo en alguno de sus acercamientos. Lo último que quería ahora es que se la viera como una de esas personas con los humos muy altos.
La tajante mirada que Müller le había dedicado le revoloteaba en la cabeza. No parecían tener tanta prisa. Aquella muralla humana que le habían asignado como niñera era un exhasperantemente respetuso conductor. No pasaba ni un sólo kilómetro por encima del límite de velocidad y daba prioridad a casi todos los coches que se le acercaban. A Alexia le resultaba cómica la visión de esa actitud junto con su imponente cuerpo y lo enormes que parecían sus manos envolviendo un volante diminuto.
No querían que nadie supiera dónde se encontraba. Esa era la explicación. Realmente, hasta el propio correo electrónico lo había dejado, habían sido muy específicos con sus palabras. NOVA estaba ahí. Todavía no sabía dónde, pero lo estaba.
No hablaron durante el viaje. Éste no era demasiado largo y el alemán parecía ran concentrado en llevar a cabo su tarea sin ningún error, que importunarlo con tonterias se antojaba delictivo para Alexia, que se recostó contra el asiento y dejó el tiempo pasar.
Estaba reuniendo pequeñas notas en su mente. Todo está organizado, se quedaría en un hotel que no había reservado, nadie podía saber que estaban ahí y una señora la reconoció. No sabía si aquello era relevante. Ninguna de ellas. Müller era un conductor muy correcto, pero también callado e inquietante. Por un segundo se planteó si la estaría llevando directamente a la muerte, a algún lugar apartado, si ese detalle lo había estropeado todo. ¿Sobreviviría si se tirara del coche en este preciso momento?
Con las manos tanteando la manilla de la puerta por si la situación lo requería, el coche redujo la marcha frente a un gran portón llamando su atención. Echó un vistazo por la ventanilla, agachando la cabeza lo suficiente para que el edificio entrara en su campo de visión.
Era un edificio sobrio, alto y negro, cubierto de ventanas reflectantes. La luz que se escapaba ligeramente de ellas era lo que le dejaba confirmar que no era uno de aquellos imponentes edificios de oficinas en los que a aquella hora, tras haber cerrado, sería un buen lugar para llevar a cabo un trabajito sin que nadie molestara.
El portón se abrió sin necesidad de que Müller hiciera nada y una vez el coche tuvo espacio suficiente, condujo hasta aparcarlo en alguno de los sitios libres que quedaban junto a la puerta principal.
Igual que en el que Alexia se encontraba, los demás coches que la rodeaban eran de alta gama. Todo se le antojaba frío e inseguro a la exfutbolista, que no se quitó el cinturón hasta que su chófer le indicó que debían bajarse del coche. Caminaron, de nuevo en silencio hasta la recepción del hotel. Alexia arrastró su bolsa de deporte, totalmente desentonada con el edificio, por el mármol del hall.
—Alexia Putellas —La nombró uno de los empleados de recepción. Echó una mirada a su acompañante por un momento, para confirmar que el que otra persona la hubiera reconocido no le traería ningún problema. El recepcionista rodeó el mostrador con rapidez y con una sonrisa amable dejó unas llaves sobre su mano. La rubia pestañeó varias veces—. Bienvenida.
Era la llave de una habitación. Una tarjeta, más bien. La habitación 242. Sin decir nada más, se retiró a su puesto inicial. Se giró entonces hacia Müller, que había dado un paso hacia ella.
—Señora Putellas, debemos despedirnos aquí. Ha sido un placer acompañarla.
Alexia asintió a sus palabras, de forma casi robótica, como si se tratase de un saludo militar. Su niñera hizo lo mismo, le dedicó lo más cercano a una sonrisa que había visto de él hasta el momento y se marchó.
Se quedó sola, con una bolsa deportiva tirada en el suelo, una gorra en la cabeza y una sudadera dos tallas más grandes que la suya propia de un viaje en avión. ¿Acaso debería saber qué hacer ahora?
Meditó por unos segundos la idea de volver a casa ahora que tenía la oportunidad. No se consideraba una cobarde, no se asustaba con facilidad; pero la situación se le antojaba demasiado bizarra. No tenía ni idea de en qué se estaba metiendo, qué clase de gente eran NOVA y la ostentosidad de la que se rodeaban no la ayudaba a relajarse en torno al poder que podían tener o a qué podían dedicarse.
Llevó los ojos entonces de nuevo hasta su mano. Se la habían dado sin más. Una habitación de hotel reservada para ella, a su nombre. Definitivamente la estaban esperando y, aún siendo un hotel tan grande, la cantidad de luces que había visto encendidas desde el coche y los vehículos aparcados en la puerta, no parecía haber demasiada gente hospedada en el hotel. ¿Estarían todos como ella? Un puñado de personas soltadas aquí tratando de saber qué está pasando. Si eso era así, habían escogido continuar. Estaba sola en el hall. En completo silencio.
Sin darse la oportunidad a pensarlo dos veces, Alexia colgó de nuevo la mochila de deporte del hombro derecho y pulsó el botón del segundo piso en el ascensor.
La habitación olía a lavanda. Alexia odiaba el olor a lavanda. Si tuviera que describirlo de alguna manera, necesitaría la ayuda de otros sentidos. Era ácido y era agudo, chirriante y también denso y pegajoso. Se quejó en silencio mientras cerraba la puerta y acto seguido avanzó directamente hasta las ventanas, que abrió de par en par dejando que el aire fresco borrase aquel horrible olor a lavanda. Se desharía del ambientador en cuanto pudiera.
Dejó la bolsa de deportes justo a sus pies y volvió sobre sus pasos para dejar la tarjeta en su lugar. La luz se hizo en la habitación.
Era amplia, de eso no cabía duda. La cama era, probablemente, una de las más grandes que había visto, recogida en aquellas mullidas sábanas blancas propias de una noche fuera. Y sobre ellas, una caja delgada y larga. Fina, mejor dicho.
Frunció el ceño y se acercó con curiosidad. No la había visto en su camino inicial para librarse del olor a lavanda. La abrió al momento, con todas las ganas de saber a qué debía enfrentarse ahora, cuál era el siguiente paso.
Esperaba un sobre, alguna especie de carta, una memoria o algo similar. Desde luego no la tela enrollada de lo que parecía ser un vestido de noche. Sobre ella, había una tarjeta blanca.
"21:30 Salón principal"
Ocupó la hora y poco que la separaban del siguiente compromiso al que debía asistir para acicalarse un poco. Colocó la poca ropa que traía en la maleta en el armario, se dio una ducha, se maquilló y le dio una oportunidad a su regalo.
Era bonito. Largo, oscuro. De algún tono entre el negro el violeta más oscuro. Le gustaba, le quedaba bien, se ajustaba perfectamente a las medidas de su cuerpo. Pensó en llamar a su madre, en dejar un último mensaje por si terminaba en una especie de secta del buen gusto.
Diez minutos antes, sin poder esperar más, Alexia volvió a la recepción. De camino, miró a todos lados, tratando de encontrar sin exito personas confundidas, vestidas como si fueran a una boda, con tocados estrafalarios, con túnicas blancas y pastillas de cianuro en la mano, quizás.
El salón principal estaba al fondo del pasillo derecho, en la planta baja. Una puerta doble, grande y blanca. Eso le dijeron los recepcionistas. Sin más información.
El camino hasta la puerta, viéndola al final de su campo de visión se sentía un momento trascendental. Podía notar por dentro que su cuerpo, inconscientemente, lo estaba tomando con la misma importancia que ella misma, preparándola para un cambio vital, acelerando su corazón, haciendo sudar las palmas de sus manos y nublando su visión para adecuarla a la velocidad, por si huir se volvía necesario.
Al llegar a la puerta, un hombre alto, de la misma complexión que Müller, la miró a través de sus gafas de sol. O al menos eso pensaba ella.
Abrió una de las puertas y se hizo a un lado. Firme. Alexia decidió entrar.
«Alexia Putellas ingresa al salón», Le oyó decir.
Efectivamente, Alexia Putellas había entrado al salón y la opción de dar la vuelta había llegado oficialmente a su fin. Cerró los ojos y respiró hondo. No podía ser para tanto. La hubieran matado ya. Nadie se toma tantas molestias para una secuestro, mucho menos para una broma. La estafa era lo único que podía caerle ahora y se consideraba lo suficientemente lista como darse cuenta.
Ya no estaba sola. Varias personas se agrupaban alrededor de lo que parecía ser un pequeño escenario junto con una pantalla para proyecciones. Las espaldas que ahora tenía frente a ella le darian las respuestas que necesitaba.
—¿Champán? —Una voz conocida habló a su espalda.
Se dio la vuelta instantáneamente. Nadine Kessler sostenía frente a ella una copa de vino blanco y le dedicaba una sonrisa confiada.
—¿Nadine?
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Espero que estéis todas en Eindhoven preparaditas para mañana. Este capítulo debía subirse a las 2 en punto.
PD: Se dque Zaragoza-Barcelona sería un trayecto estúpido para hacer en avión; pero cuando me di cuenta del detalle ya estaba escrito y me dio palo jaja
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