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I

6 de febrero de 2027

—César, el pase un poco más adelantado. Se te están quedando cortos —Laura aplaudió después de las indicaciones, tratando de animar los últimos segundos del entrenamiento.

Tenía madera. Alexia siempre lo había pensado. Tenía visión, liderazgo. Sabía cómo levantar la motivación en los momentos importantes, ordenar el equipo y controlar el juego. Laura no duraría mucho más en el Mollet UE y eso, contradictoriamente, la llenaba de alegría.

—¡Venga! —exclamó la rubia—. Gol de oro y a estirar.

El sol se estaba ocultando, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosados. Varios aviones habían dejado una estela blanca que se cruzaba justo en el centro del pedazo de atmósfera visible entre los edificios. Era su lugar, su nuevo templo.

Alexia Putellas, entrenadora del sénior femenino y el júnior masculino del Mollet UE, dejó ambas manos en las caderas y respiró hondo con los ojos cerrados. Inhaló el olor del césped, el sonido del balón rebotando de una bota a otra, el golpe contra la red y los gritos de alegría.

La felicidad era fácil de saborear desde que había decidido volver a casa. Los días eran simples y tranquilos. Un buen desayuno, fútbol, una buena comida, fútbol, familia y vuelta a empezar, un día tras otro.

Había recibido otras ofertas. Tenía el título de entrenadora hacía ya muchos años, era algo a lo que tenía claro que eventualmente se dedicaría. Pero Alexia no se sentía preparada. No para un Barça B, no para segunda entrenadora de un Real Sociedad. No diría nunca que sí si había alguien mejor para el puesto, no quería que el nombre le regalara nada. Podía ser una buena creadora de juego, una buena capitana; pero necesitaba probarse como entrenadora.

Cuando los chicos, entre empujones y bromas tomaron el camino hacia el vestuario, Laura y Alexia comenzaron a recoger en silencio los conos desperdigados por la hierba.

Hacía dos años que trabajaba allí. Lo había decidido una noche en la que se sintió tan vacía que llegó a asustarse. Hacía mucho tiempo que no se sentía así. No quedaba esperanza para ella, ya no había ninguna vuelta contemplada, ya no contaban con Alexia. Dejó de entender por qué se levantaba temprano si no tenía que entrenar, si no tenía fisioterapia ni gimnasio. Las tostadas con aguacates y huevos rotos se le habían hecho monótonas hacia demasiados años como para mantenerlas ahora que no le aportaban nada. Ni siquiera le quedaban sponsors que la obligaran a salir a eventos, a cenas, a sesiones de fotos. No había grabado un anuncio desde hacía cuatro meses, Nike no le renovaría el contrato este año y quedarse en casa resultaba lo más apetecible. Todos los demás estaban ocupados en seguir con sus vidas y la suya se había roto el mismo día que su rodilla. No se había parado a pensar en que el fútbol no se había quedado en pausa hasta el día en que su madre la arrastró de los pelos hasta el campo municipal de Mollet del Vallès.

—Aquí está —Se cruzó de brazos. Elisabeth Segura indicó a su hija, embutida en un chándal gris, que diera un paso al frente. No iba a permitirse encontrar a su hija sin vida ninguna. No otra vez. Si el fútbol la había salvado, lo volvería a hacer—. Totalmente disponible.

Alexia rodó los ojos y se quejó por lo bajo. No estaba lista. Era demasiada presión, nunca había entrenado a un equipo de verdad. Cualquiera de los allí presentes lo haría mejor que ella.

Óscar la miró de arriba abajo. La conocía desde siempre, su nombre no le intimidaba. La observaba a la misma altura, sin inmutarse, dedicándole una mirada seca que le decía "Sólo es la cría de Eli". Y eso le gustaba.

—Empiezas mañana. Alevín masculino, a las 4 y media.

—¿Masculino?

—Sí. ¿Algún problema?

Alexia negó por inercia. ¿Tenía realmente algún problema? Le había sorprendido. En cierto modo, ese otro lado del juego se le había mostrado aparte hasta aquel momento. Ya no había división. Y ella sólo necesitaba fútbol.

De todas maneras, no duró demasiado tiempo al mando del alevín masculino. Alexia era buena, era muy buena. No había equipo que pudiera encontrar un punto débil en la táctica construcción de juego que la exfutbolista llevó hasta el Mollet UE. Ascendió dos veces en dos años con el sénior femenino y asumió la dirección del junior masculino al inicio de temporada, el equipo más prometedor del club y actual líder de la liga.

Y había vuelto a sentirse futbolista, aunque fuera desde el banquillo, a través de las botas de sus jugadores; pero con sus ojos, con su visión y con su juego. El fútbol la salvó de nuevo.

Cuando terminó de recoger los conos, pisoteados y golpeados de la mitad derecha del campo, se los tendió a Laura.

Laura había pedido a Alexia actuar como segunda entrenadora para el equipo masculino. Ella sabía perfectamente que lo que quería era estudiarla más, cuáles eran sus correcciones y sus mejorías para los demás jugadores y si para escucharla tenía que recoger el material y aplaudir a unos cuántos chavales en plena pubertad, lo haría sin pensarlo. Para Alexia fue compromiso y otra confirmación más de que no duraría otro año en ligas menores.

—Déjalo por ahí —Le dijo—. Ya lo guardo yo.

La jugadora terminó de colocar los conos en los alambres y asintió.

—Nos vemos el domingo.

—Estúdiate bien a la jugadora número 6. No quiero que un balón suyo atraviese una línea nuestra —La informó sin mirarla—. Esa es tu responsabilidad para este partido. Si ocurre, habrás fallado.

Laura asintió otra vez y dejó el campo finalmente. La exfutbolista recorrió el césped con parsimonia, empujando con sus pies los balones hacia sus manos, disfrutando de controlarlos. Nunca pedía que los recogieran, le gustaba tener una excusa que para destrozarse las zapatillas de correr que tanto odiaba desde que no se ponía botas en los campos de fútbol.

Una vez todos estaban recogidos, Alexia se encaminó hacia el almacén de material, arrastrando las redes llenas de balones. Abrió la puerta, que chirriaba, oxidada y trató de acomodar las pelotas de forma que quedaran lo más cerca y recogidas posible. Su teléfono sonó justo en el momento en que puso el pestillo a la puerta con un movimiento seco y fuerte, que venciera al paso del tiempo en el hierro.

—¿Hola? ¿Josep?

Se extrañó de ver su nombre en la pantalla. Hacía fácilmente unos seis meses que no la llamaba para nada. Dio un poco de vértigo pensarlo, seis meses que no asomaba la cabeza y se dejaba ver por el ojo público. Se acercaba peligrosamente a salir en un vídeo recopilatorio que llevase por título "¿Los recuerdas? ¿Dónde están ahora?" Le pareció gracioso imaginarlo. Ella pensaría que había hecho bien, lo tenía todo, a fin de cuentas, todo lo que siempre había querido de la vida.

—¡Alexia! ¿Cómo estás? —Saludó.

El saludo era raro. La pregunta era extraña. Todo en aquella llamada era simplemente desconcertante. Josep trabajaba a comisión. Después de tanto tiempo Alexia simplemente había asumido que su representante la tendría ahí archivada por cariño, en el fondo de un cajón, con la posibilidad abierta de que alguien preguntara por ella; pero cualquier otro la hubiera sacado del equipo. Tampoco lo hubiera culpado.

—Estoy bien, gracias —Se mojó los labios. «¿Era una llamada de trabajo? Quizás sólo quería saber algo de ella como si pretendía trabajar en algo que le diese dinero, por ejemplo», pensó—. ¿Y tú?

—Bien, bien. Con mucho trabajo, como siempre —Alexia asintió varias veces aunque Josep no pudiera verla. Probablemente el césped se hubiera sentido reconfortado ante ese gesto por su parte—. Oye, quería comentarte una cosa que me llegó esta mañana.

Alzó las cejas. «Bingo».

Su puesta segura era siempre un anuncio de cremas. Después de cumplir los treinta, las marcas de cremas faciales se habían obsesionado con ella. Solía mirarse mucho al espejo en busca de arrugas. ¿Se la veía ya lo suficientemente vieja como para ser el rostro del cuidado antiedad? No era una preocupación a la que no diera mucha importancia. Ahora tenía mucho tiempo para preocuparse por ese tipo de cosas.

Te cuento lo que sé, ¿vale? Que tampoco es mucho.

—Dime —dijo finalmente, apoyándose en el almacén del material.

Estaba deseando firmarlo ya. No le vendrían nada mal unos ingresos extra. Su cumpleaños había sido hace poco y las marcas de cremas no pagaban nada mal. Y, joder, a lo mejor debería echar otro vistazo a su piel. ¿Acaso se estaba cayendo? ¿Agrietando, quizás?

Bien, a ver por dónde empiezo... —Carraspeó. A lo mejor no era un anuncio de cremas. ¿Uno de tinte? ¿Tenía tantas canas?— Me ha llegado un mail aquí a la oficina. He tratado de ponerme en contacto con ellos para tener más información, pero no me han dejado ningún número. Quieren que vayas a Zaragoza. Es un evento de algún tipo.

Ni anuncio de cremas, ni de tintes para el pelo.

—¿Cuándo es? Eso lo pondrá.

No del todo, la verdad. Había adjuntos dos billetes de avión.

Alexia rio. No tenía demasiadas ganas. Realmente se encontraba bastante desubicada en la situación, pero el incómodo silencio le había rogado llenarlo con alguna cosa.

—Pero, ¿cómo voy a saber a dónde ir cuando llegue al aeropuerto?

La exfutbolista esperó una respuesta tonta. Algo que no había escuchado bien y que hacía su pregunta totalmente incoherente. ¿Quién le iba a mandar unos billetes de avión a un evento sin ninguna información a mayores?

No lo sé. —Alexia frunció el ceño. Ahora sí. No tenía sentido, tenía que ser una broma; pero ¿quién tendría el correo de Josep? ¿Quién preguntaría por ella después de tanto tiempo para algo así? Josep representaba a otras futbolistas, a jugadoras en activo. Si el objetivo era la broma, ella no era la mejor víctima, desde luego—. Ale, ¿cuánto tiempo hace que no revisas tu correo electrónico?

Años. Hacía años que no habría esa pantallita llena de spam y ofertas de comida a domicilio.

—¿Por qué?

Mi primer impulso ha sido pensar que era una broma pesada; pero me dicen que lo han enviado a tu correo personal. Tu correo personal no es algo que sea fácil de conseguir. ¿Puede ser alguien que te conozca?

¿Podía?

—Y entonces, ¿por qué no firmarlo con nombre y apellidos? —Apretó los labios—. ¿Qué más sabes Josep? El correo no puede ser sólo un "Vente a este evento" y adjuntar unos billetes de avión —dedujo.

Mira, te lo leo entero y acabamos con esto —carraspeó. Alexia detuvo su camino hasta el coche para atender con atención. La situación se le antojaba muy extraña, tenía un presentimiento dentro, no sabía si bueno o malo; pero había algo ahí—. "Estimado Josep María,

Nos ponemos en contacto con usted por motivo de la organización de un importante evento en Zaragoza que tendrá lugar en los próximos días. Se trata de un evento de naturaleza estrictamente confidencial, pero podemos adelantar que contará con la presencia de otras muy importantes personalidades en el mundo del fútbol nacional y europeo.

Se presentará un proyecto que esperamos se convierta en un movimiento a gran escala y cuente con el apoyo de Alexia Putellas, quien ha sido solicitada para su unión a la organización y con la que hemos tratado de comunicarnos personalmente. No podemos proporcionarle más detalles en este correo electrónico, pero le adjuntamos todo lo necesario para poderse desplazar hasta el evento si su representada así lo decidiera. Se le garantiza que se harán todos los arreglos necesarios. Atentamente, Nova. —Josep escuchó el silencio del otro lado de la línea. Alexia comenzó a andar hacia su coche, tratando de entender qué es lo que estaba pasando exactamente. No parecía ninguna broma—. No sé, Ale. A mí personalmente no me suena a una broma —Silencio de nuevo—. Pero aún así es un poco peligroso que vayas. No sabes quiénes son, no sabes lo que te han mandado a ti, aún no lo has visto. No puedes ir acompañada, entiendo. No sé ni qué clase de evento puede ser. Parece una reunión de algún tipo, organizativa. Quizás quieren organizar alguna nueva competición y no quieren que se filtre. Puede ser. No sé. Ale, no sé. No sé qué decirte.

—Voy a ir —respondió ya desde el coche—. Revisaré ahora mi correo. Reenvíame los billetes.

E igual de extraña que al comienzo, la llamada terminó.

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