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No acostumbraban a ser frecuentes las vistas de funcionarios del gobierno ruso a Inglaterra en los últimos tiempos. Era más práctico hacer las reuniones por vía on line. Pero ya venía siendo hora de salir del despacho, y del país también. En realidad, Ruslan no venía por trabajo. Solo por descanso en una cabaña lejos de las ciudades en un pequeño pueblo de la isla.

Llegó en una madrugada de julio. Tuvo la oportunidad de disfrutar de un primer amanecer en una nación que no era la suya. Mientras tomaba un café caliente apoyado en el barandal de la escalera que adornaba el frente de la casa que lo alojaría. Por el tiempo que decidiese extender dichas vacaciones. De lo cual aún no estaba seguro.

“Solo sería por un par de semanas”, aseguraba.

—Puedes resguardarme de lejos,—dijo cuando vio a su escolta acercarse. Para ese entonces ya había un vínculo entre ellos dos, por tanto, existía la confianza—iré a Londres en unas horas, manejaré el auto.

»Si fuese por mi te diría que descanses, pero no puede haber imprevistos. Aunque solo nosotros sepamos de mi presencia en Inglaterra.

—Comprendo. Tendré listo su auto—le dijo Vladimir, su escolta. Se marchó hasta fuera de su propiedad, justo al lado de la propiedad donde se estaba quedando el mandatario. Allí se aloja su anillo de seguridad.

Nunca serían unas vacaciones donde pusiera despejar su mente por completo. Ya estaba acostumbrado a ello. Siendo un funcionario ruso era necesaria esa y mucha más protección. Cómo los francotiradores en algunos edificios estratégicos de Londres cuando Ruslan dejó justo al mediodía.

Las calles estaban al tope de personas que salían de sus trabajos a aprovechar su horario de almuerzo para descansar en alguna cafetería o restaurante cercano.

Aún dentro del auto se deslumbraba por todo aquello que solo había visto en fotos o videos.

Iba despacio, aún así no puedo evitar pisar el acelerador cuando el semáforo cambió a luz verde. En ello una chica distraída se interpuso al auto. Enseguida cayó al suelo por el choque.

Sí. Tenía el corazón a mil en dicho instante.

—¿Alguno daño, señor?—preguntó con voz calmada, pero alarmada al mismo tiempo, Vladimir porel intercomunicador que llevaban ambos en uno de sus oídos.

Ruslan tomaba largas respiraciones mientras observaba frente a su auto a la chica de larga cabellera castaña ponerse de pie. Determinó de inmediato el auto causando de su desgracia en pleno mediodía. De seguro ya había sido lo suficientemente agotador para ella como para que anduviese corriendo por la vía con dos cafés en sus manos.

La chica no podía ubicar al conductor. Cómo era de suponer todos los cristales del auto eran polarizados.

Desde atrás los demás comenzaban a impacientarse. Pareciese que habían transcurrido muchos minutos. En realidad todo había ocurrido en un lapso de tiempo tan corto que resultaba sorprendente que le dedicase tanta importancia al imprevisto.

Después de todo la chica estaba en perfecto estado. Al menos eso había dado a entender la ponerse de pie y buscar con curiosidad y algo de enojo al conductor.

—Solo encárgate de que esté bien—respondió Ruslan a Vladimir. Luego continúo su viaje. Aunque no tal calmado como antes. Era consciente de que sucediese lo que sucediese no pediría bajarse del auto y exponerse.

A solo unos metros de la esquina en la que tuvo el incidente se detuvo. En silencio presenció el enojo de la muchacha mientras Vladimir se acercaba a ella. Se veía molesta aunque no pareciese que estuviese acostumbrada a discutir , al menos no en público. Cuando Vladimir se acercó le hizo señas simulando que se encontraba bien. En realidad no lo estaba.

—Llévala al hospital—dijo a través del intercomunicador. Vió como la chica aceptaba la ayuda de su guardia. Ambos se subieron al auto. 

No debería ser ese el palo a ejecutar. Pero no sé veían en facultades de contradecir a su jefe cuando de una vida humana se trataba. Un inconveniente que podía haberse evitado.

—Iré tras ustedes—volvió a decir. Intentó prender la radio. Incluso pone algún playlist de música de su preferencia. Pero no se sentía cómodo.

Por alguna extraña razón quería estar en el otro auto conociendo sobre la vida de dicha chica. Inusual. Mucho más tratándose de él. Si sus cálculos no fallaban la chica que había atropellado minutos antes no excedía los diecinueve años. Y en efecto. Acababa de cumplir los dieciocho, pero eso aún no lo sabría.

—¿Todo bien con la chica?—le preguntó una vez más a Vladimir.

—Sí, señor—respondió sin más. Esto despertó la ansiedad de Ruslan.

—¿Ha hecho alguna pregunta curiosa?¿Cómo porque están todos los cristales polarizados o pareceís agentes secretos o algo por estilo?—la voz le salió ronca.

—Solo ha estado testeando en su móvil. De vez en cuando se distrae y observa por el cristal. Luce calmada. Parece estar bien, en cuanto a salud.

—Aún así debemos llevarla al hospital. Debo encargarme de que esté en buen estado.

—Señor, puede continuar con su paseo. No tiene que seguirnos hasta el hospital. Le aseguro que la chica estará bien—Vladimir hizo el intento de tomar el control de la situación.

Sin embargo, no obtuvo respuesta de parte de Ruslan. Salvo que vio por el espejo retrovisor que seguía detrás de ellos, yendo hacia el hospital.

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