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Capítulo 2 -- Promesa --

Recuerdo haber pisado el prado más vívido en la estación de verano. Estaba con mi abuelo en unos columpios y pasa manos, resguardados por la sombra del enorme árbol verdoso. El cielo estaba muy despejado, las nubes conservaban su distancia, los animales como conejos acudían al sitio para revolotear en juegos y comida. Yo, me sentí irremplazable. Alrededor no había casas, ni calles, ni personas, sólo vegetación recién podada.

Mi abuelo se hallaba recostado contra el tronco del árbol, tenía en la mano derecha una botella con agua pura, y se dedicó únicamente a verme jugar. El tiempo transcurrió un sinfín de veces y jamás terminó. Fui corriendo hasta donde él para pedirle un poco de agua, porque tenía mucha sed. Me extendió su mano para que tomara la botella y bebiera, luego me senté a su lado izquierdo para observar al frente el lindo día que hacía.

Un silencio sosegado se apoderó por ambas partes. Juntos contemplábamos el mismo foco de visión, una pequeña ardilla subiendo el resbaladero del parque. Él rompió el cántico del viento y de las aves, para preguntarme ¿qué deseaba ser cuando estuviese adulto? Sin mucho qué pensar, grité a todo pulmón que quería ser un doctor de animales. Él sonrió y me preguntó por qué, yo le respondí que me agradaba la idea de ayudar los animales, porque son nuestros amigos. Levantó su mano dominante y acarició mi cabeza desordenando mi cabello, y me dijo.

-Eres noble...ojalá siempre tengas un sueño que cumplir, Adam.- Su voz gruesa y seria, agraciaban las palabras en un ambiente cálido y anímico. No encontré más palabras que decir, y con un fuerte abrazo se lo agradecí. Permanecí por muchos minutos aferrado a su cuerpo acuerpado, a pesar de sus sesenta años de edad.

Tomé impulso y me puse de pie, le dije que ya era hora de regresar a casa, mi mamá seguramente nos estaría esperando. Lo entendió, y también levantó su humanidad, posó su palma derecha sobre mi hombro izquierdo y entre una sonrisa resignada, me declaró que no volvería a casa junto a mí. Le pregunté inmediatamente el por qué en un tono preocupante y confuso, él sólo figuró su dedo pulgar junto al índice para presionar mi nariz levemente, era el gesto que siempre solía hacerme cuando partía para el trabajo o cualquier parte. De repente, todo a nuestro alrededor se vió afectado por una turbulencia en tonalidades negras, y en la zona de su corazón un orificio emergió desgarrando su pecho y expulsando sangre hasta por su boca. Sin embargo, él no perdía su sonrisa, se fue alejando de mi lado poco a poco, y recordé...que debía volver a la realidad; aunque en un eco eufórico grité hasta quedarme sin voz, extendiendo uno de mis brazos e intentando perseguirlo.

-¡NOOOOOOOOOOOO, ABUEELOOOOOOOOOOOOOOOOO!-

Unas voces se oían a lo lejos, murmullos y exaltaciones, también escuché el sonido del pulso y entre cerrado los ojos, ví sombras con algunas batas blancas y azules, pero en pocos segundos volví a quedar inconsciente. Cuando desperté, me hallaba en una sala de hospital acostado en una camilla, aun así mi visión no era muy clara, pero alcancé a observar a varios médicos rodeando la cama de alguien que parecía estar al borde de la muerte. Uno de ellos colocó las dos palmas de su mano sobre el pecho de aquella persona y expulsó un aura verde clara y brillante en forma de un círculo. Sin saber de quién se trataba, intenté levantarme de la cama y juré pensar que era mi abuelito. Entonces, con el poco aliento que tenía, empecé a llamarlo en suplicios, haciendo memoria de lo que había sucedido anteriormente, pero en mi intento por llegar a donde estaban esos doctores encubriendo la sala, dos médicos me tomaron de los brazos y me llevaron de nuevo a la camilla, forcejeé para que me soltaran y me dejaran ir, pero mis esfuerzos eran en vano, hasta que una mano enguantada se posó encima de mi rostro sin siquiera tocarlo o rosarlo, y volví a ver el mismo círculo verde, sintiendo así una gran presión soñolienta que recayó en mis párpados.

Las horas transcurrieron, el sonido del pulso a lo lejos fue atrayéndome al estado consciente y decaído en el que aquella vez me hallé. Con delicadeza, intenté mover mis extremidades y abrir los ojos. La vista me jugó un mal rato, hasta que enfoqué el sentido y lo primero que detallé fue el cuarto donde guardé reposo. Sus paredes eran completamente blancas con equipos médicos y especializados a los costados. Mi cuerpo estaba siendo cubierto por un traje de tela suave y color nevoso. A los pocos segundos de haber despertado, ingresó por la puerta de doble hoja un formal y alto hombre con bata en cuero ajustada al cuerpo. En su cabeza, llevaba puesto un casco sofisticado que parecía en material metálico y le cubría todo el rostro. Él personaje se presentó ante mí como el doctor Michael Kom, especialista en sanación de laceraciones de alto grado, además de llevar un cargo muy elevado en la institución como el jefe de médicos del área quirúrgica. Una vez terminó su saludo, usó su mano derecha para tocar la zona de la cien de su cabeza oprimiendo algún tipo de botón, el cual al mismo tiempo abrió el para brisas de su casco y la parte de su boca, como si de una armadura inteligente se tratara hasta escogerse en la parte de su cuello como una especie de brazalete. Era de tez morena, ojos azules y de aproximadamente unos veintiocho años. Me preguntó cómo me sentía, y sin siquiera poder responderle, empezó a examinarme los ojos, la boca, el pecho; sin embargo, lo extraño era que no usaba ningún tipo de instrumento médico, sólo con sus manos lo hacía utilizando círculos verdes diminutos como por arte de magia. Nunca entendí en ese instante, de qué se trataba ese truquillo, porque jamás había visto algo parecido en las veces que me enfermaba y visitaba el hospital, lo más similar fue en ese sueño ambiguo. Sabía que la tecnología avanzaba con mucha ligereza, pero no creí que tanto. Creo que estaba jugando mi videojuego favorito de consola donde el universo consta de muchas personas con súper poderes y armamento alienígeno. Después de la inspección a mi cuerpo; que tardó meramente unos segunditos, el doctor llamó a mi mamá.

-Layla Goner, ya puede pasar.- Mi madre muy preocupada corrió a abrazarme y llenarme de picos y mimos quebrada en llanto.

-Los dejaré a solas por unos cinco minutos, después procederemos a darle de alta al niño. Con permiso.- Agregó serio y seguro el doc.

No comprendía por qué mi mamá lloraba con tanto drama, realmente yo estaba bien, pero luego hice memoria sobre lo ocurrido.

-Mi a-buelo...- Murmuré aturdido, ella aún más se partió en lágrimas al escuchar mis líneas, no hallaba qué hacer con mi rostro, lo acariciaba y tocaba en sufrimiento. Recostó su faz sobre mi abdomen y sacó fuerzas para aclarar sus palabras, y me exclamó.

-T-tú abue-lo...él...f-fa...¡fa...llecióoo!- Cuando terminó de pronunciar aquella palabra, el tiempo se me suspendió inmediatamente, no sabía sí entrar en sollozo o quedarme en silencio mientras mi querida madre desahogaba su dolor sobre mí. Lo único que hice en aquel entonces, fue, colocar mi mano izquierda sobre la cabeza de mi mamá, derramando una lágrima por la impactante noticia, sin quejidos, sin bramidos, sin titubeos...una gota que se perdió en el momento que cayó sobre la sábana de mi camilla, tan sólo eso.

Salí del hospital sin mayores lesiones, solamente debía usar cuello ortopédico por dos días, porque el golpe que recibí en la nuca fue bastante fuerte. Llegamos a casa, muchos familiares se encontraban allí, entre tíos, tías, primos, primas, hasta vecinos del barrio. Ya la gran mayoría se había enterado de la pérdida de mi abuelo, incluso, los preparativos para su última despedida estaban listos. Cada uno de los presentes, se acercaba a mi mamá para abrazarla, y por cada gesto de condolencia, ella más lloraba, lloraba y lloraba. A mí todos me buscaban y me agarraban las mejillas gordas que cargaba, ofreciéndome toda la hospitalidad del mundo. Aun así, yo no correspondía a esa amabilidad, veía a todos deambular, llorando, algunos sentados y en silencio, pero los sonidos de las personas, el ambiente en sí, se suprimía a bajo volumen.

Ese mismo día, en la tarde de un martes veintiuno de marzo del año dos mil cinco, entramos a un salón enorme con muchos preparativos y delantales acogedores, sillas bien adornadas junto a las mesas. Una banda de música clásica con traje de smoking tocando con instrumentos muy peculiares que brillaban muy radiantes de diferentes tonalidades. Siempre me sorprendió la gran cantidad de personas que asistieron a su velorio, a la mayoría no les conocía en lo más mínimo. Muchos aprovechaban la ocasión para presentarse ante mí entre sonrisas melancólicas y ajuares opacos. No dejaba de creer que todo esto era una mentira y que en cualquier momento ese ataúd suscrito con el nombre de "Hiei Bon", se abriría para que mi abuelo se pusiera de pie.

Una de mis primas llamada Keren; que era mayor por dos años, se acercó para tratar de consolarme y animarme con un poco de burla y juego, intenté corresponder y accedí a sus bromas y diabluras para distraerme un poco. Dimos muchas vueltas por todos los rincones de la majestuosa sala. Ella era muy carismática, su cabellera permanecía siempre suelta denotando el majo color rubio. Tenía ojos café oscuros, labios delgados, dientes separados, y contextura medio gorda, para no decir que era obesa. Siempre que iba a la casa, era para consumir mucho chocolate cuando nos asomábamos en la tienda. Pero de todas formas era buena onda. Keren frenó atrás del cajón de mi difunto abuelo Hiey, guardó un poco de silencio, su semblante cambió repentinamente de estar alegre y entretenida a seria y nostálgica.

-Lo extrañas, ¿verdad?- Preguntó queriendo corroborar mi dolencia. De repente me contagió su energía, y opté por copiar su actitud, observando hacia donde estaba él. Le dije que sí, que en el fondo le extrañaba bastante. Mi prima, me vió por unos segundos y sonrió volteándome con sus dos manos en dirección a donde estaba mi abuelito.

-¿Qué esperas? Ve y dile lo que sientes.- Insistió con un leve empujón a mis espaldas, y eso necesité un impulso para llenarme de valor y acercarme a él. Dí unos cuantos pasos y llegué a su ataúd marrón, lleno de flores y detalles. Lentamente coloqué mi mano izquierda en la tapa sellada y acaricié la lisa madera. No podía ver su cara, la última vez que lo ví fue llegando del trabajo...fue esa noche donde todo tuvo que cambiar, no entiendo por qué debió ser así, por qué él y no otra persona. En ese momento nadie, nadie quiso ayudar, qué podía hacer aquel niño mimado lloriqueando. Traté de hacer algo, pero me di cuenta que no era lo suficientemente fuerte, a pesar de que llegué a sentirme así en ese preciso lapso...pero no fue suficiente. En lo único que pensé fue en aquellos momentos compartidos, en las tantas fotografías plasmadas en el álbum familiar, en que el día siguiente no volvería a verlo. No importaban los regalos sorpresa, no importaban las hamburguesas o hot dogs, lo que siempre extrañé y extrañaré de él fueron las innumerables noches de charlas extensas y preguntas agobiantes. Y aunque jamás volví a verlo, soñé con bellas escenas hacia un futuro lejano mientras mis lágrimas escurrían entre mis mejillas. Pero, nunca pude despedirme de él en realidad, así que para sellar el pacto y ese momento de tristeza, le dediqué unas breves palabras.

-Sé que ya no estarás para mí...pero en mi vida siempre te quedarás, abuelo. Te amo y te amaré...seré mucho más de lo que pensaste alguna vez. Me haré más fuerte...es un promesa.-

Sequé mis lágrimas y mocos con mi camisa azuleja de mangas largas. Dí media vuelta y me aparté de allí. Cuando caminé cuatro pasos hacia Keren, un estruendo abrumador arrasó con el costado derecho del salón, pues la pared quedó vuelta añico, y yo salí a volar con la onda de choque tan penetrante que ocasione esa explosión. Todos estaban aturdidos por lo que sucedió; entre la nube de polvo que se levantó, una silueta se dibujaba turbulenta enaltecida en los escombros. Algunos guardias de seguridad reaccionaron y sacaron armamento de alta gama para apuntar contra el intruso, pero en un parpadeo unas ráfagas de viento cortaron en varios fragmentos los cuerpos de los escoltas, desmembrándolos y llenando de sangre los delantales y algunas mesas lujosas, hasta mis prendas y mi rostro quedaron manchados. Uno de ellos cayó frente a mí, nuevamente estaba reviviendo la escena de hace un par de noches, más muerte, más sufrimiento, más dolor, más sangre. Quedé en shock sin lograr inmutarme con el cuadro experimentado por esa vez. Después de que la gran mayoría de los celadores fueron masacrados, todas las personas corrieron desesperadas, otras trataron de enfrentar al asesino en serie que no dudó en desplazarse y apoyarse en el cajón de mi difunto abuelo. Le observé detenidamente, ese traje, ese porte, esa espada cargada en su cintura, no había duda de que era el mismo tipo que apuñaló sin temor por la espalda a mi abuelito. Sentí escalofríos, tristeza, miedo, agonía...rabia, enojo y sed de venganza; pero aquel individuo en un movimiento veloz situó su mano dominante encima del cajón y creó un círculo gris claro, el cual envolvió entre ventiscas todo el baúl elevándolo por los aires; por si fuera poco, el mismo aro los convirtió viento hasta absorberlos por completo y desapareciendo en el acto, dejando al unísono una risa malévola. Nunca logré verle sus facciones superiores, nadie pudo hacerlo, porque portaba en su faz una especie de máscara que lo cubría en su totalidad, similar al casco que usaba el médico que me atendió en el hospital.

Mi madre, rápidamente acudió a mí para querer protegerme y asegurarse de que estaba bien. Entre abrazos y picos maternales, por dentro me sentí que una vez más me habían arrebatado de mi vida a mí abuelo paterno. Me llené de coraje y mucho enojo, porque nuevamente fui inservible, sólo me dediqué a observar cómo alguien podía acribillar a cuanta gente se le atravesara en el camino. Y entonces, golpeé el suelo empuñando mis manos una y otra vez, maldiciendo el día en que todo esto debió suceder. 

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