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XXVI: Sed de sangre

Annarieke sostenía al Señor Fritz en sus brazos mientras bebía una taza de té de hibisco, y aunque el rostro del felino no era el más agradable, tampoco hacía nada por escapar. Parecía echar en falta a la persona que siempre lo cargaba a todo lugar.

Cuando una de las oficiales se presentó ante ella con una reverencia, la chica se levantó de la mesa de inmediato, y sin soltar a Fritz, se acercó.

—¿Ha encontrado algo?

La mujer asintió, extendiéndole una pequeña bolsa de evidencia con un informe.

—Se encontró en el piso subterráneo. Pregunté a algunos sirvientes y a su majestad, y coincidieron en que pertenecen a su excelencia, el conde de Beyla, Oskar Wagner. También se hicieron pruebas con magia del tiempo y se descubrió que la princesa Krisel fue la última en tocarlas. ¿Tiene algún conocimiento de todo esto?

Annarieke no sabía cómo explicar que no tenía conocimiento de nada de lo que le había mencionado, y que ni siquiera le encontraba un sentido a aquello. Krisel le temía demasiado al sótano del castillo, y mucho menos sabía por qué el conde de Beyla habría dejado sus gafas allí.

Tomó el objeto, y por un instante ansió poseer aquella denominada magia del tiempo; aunque tenía varias limitaciones, su mayor ventaja permitía observar por un corto instante el pasado de un objeto o persona. Anhelaba ver el rostro de su hermana por última vez, pero algo muy en el fondo le decía que tal vez no habría sido un momento lindo de presenciar.

Estaba confundida, pero con rapidez se volvió a la oficial, como si acabase de tener una idea.

—Mi hermano es más cercano al conde, seguro él tiene alguna idea al respecto —aseguró, pensando en buscarlo.

No obstante, la mujer bajó la mirada, incómoda. No sabía cómo explicárselo a la princesa sin contradecir la palabra del príncipe.

—¿Sabe algo más?

La oficial suspiró.

—Su alteza, el príncipe fue quien encontró el objeto, pero mencionó que no lo reconocía, a diferencia del resto de personas que fueron interrogadas. —Supo que algo no estaba en orden en ese entonces, pero el príncipe se veía tan seguro en aquel momento...

Annarieke entornó la mirada con preocupación, y apretó al gato más contra sí misma sin darse cuenta, hasta que este soltó un quejido.

—¿Él lo aseguró? —inquirió, empezando a temer lo peor. Había estado tan preocupada por su padre y sus compañeros, que por un momento pensó que Benedikt, que casi siempre mantenía todo en orden, estaría bien, aunque con ciertas heridas, al igual que ella.

Pero sabía, tanto como Mallory, que algunas veces esto no era así, y por irónico que pareciera, era cuando el chico aparentaba estar mejor.

—Sí, su alteza. —Asintió la mujer.

En cuestión de segundos, estaba reviviendo el terror que sintió hace tan solo un par de días cuando notó la desaparición de su hermanita. No podía moverse, ni pronunciar alguna palabra, y apenas parecía respirar.

—¡Anny, Ben no está en el castillo!

Tan solo la voz de la bruja fue suficiente para salir de aquel mundo de pensamientos oscuros que la estaba atrapando, y la rubia volteó a ella, notando que se veía tan inquieta como se sentía ella, mientras sostenía el libro que había visto a su hermano leer antes.

Annarieke se disculpó con la oficial, y aunque pensó que podría pedir ayuda, no quería involucrar a más personas. Todavía no podía perdonarse por haber hecho que Heinrich y Ludwig fueran tras la última bestia sin saber la verdad.

Sin embargo, no pudo evitar buscarlos para reunirlos en la biblioteca y contarles todo.

Alterada, Annarieke no dejaba de acariciar al Señor Fritz para distraerse, y la decisión parecía ser simple: debían ir a Beyla cuanto antes, y ambos chicos estaban dispuestos a acompañarla.

Pero ella negó con la cabeza, pensando todavía en lo que sucedió aquella madrugada de hacía un par de días.

—Ambos se quedan aquí. Es una orden, como princesa heredera y capitana temporal de nuestro equipo —decidió, segura de que así ninguno de los dos insistiría.

Guardó su collar de caballera de Avra entre los bolsillos de su gabardina, y aunque tenía mayor confianza en su propio poder, decidió que debía llevar consigo la espada de Laias.

Al terminar de colocarse sus guantes de cuero, se sorprendió mucho de que con aquella respuesta en verdad mantuviera en silencio a sus compañeros, pero al dirigirles la mirada, se dio cuenta de que ambos tenían ganas de detenerla.

Suspiró, recogiendo al Señor Fritz de la mesita en el salón, y lo dejó en manos de Ludwig. Lo miró a él, y después a Heinrich.

—Por favor, cuiden lo que tengo —pidió, en un tono de súplica que sonaba muy melancólico—. Volveré con mi hermano.

Sentía una punzada muy fuerte en su corazón, porque la última vez que dijo algo similar, había fracasado y jamás se lo podría perdonar. Era la misma razón por la que no tenía oportunidad de fallar de nuevo.

—Lo siento, Ann. No pienso dejar que te vayas sola —dijo Heinrich finalmente, y aunque Annarieke ya se lo estaba esperando, esbozó una pequeñísima y triste sonrisa.

Recordó cuando él y Ludwig decidieron acompañarla a intentar parar una amenaza que ahora sentía tan letal como imparable, pero que todavía quería detener.

Solo que esta vez, aunque sintiera sus miedos e inseguridades más grandes que nunca, pensaba que tendría que hacerlo por su cuenta.

—¡No irá sola! —La voz de Mallory volvió a sacarla de sus pensamientos; se dio cuenta de que ya se esperaba lo que estaba por decir, pero la mirada decidida de la bruja, retándola a tratar de detenerla, le indicaron que por más que lo quisiera, ninguna excusa la apartaría—. Benedikt también es mi amigo —añadió, como si no quedara más que discutir.

Annarieke soltó un suspiro que de alguna forma, se sentía como alivio.

—De acuerdo —aceptó en voz baja, empezando a caminar hacia la salida de la biblioteca.

En un primer instante, Mallory estaba sorprendida, mirando a Ludwig y a Heinrich como si quisiera que confirmaran lo que había escuchado, y este último movió la cabeza en dirección a Annarieke, señalándole que debía seguirla.

—Suerte, Mallory —le deseó Ludwig.

La bruja asintió, y corrió para alcanzar a la caballera.

*** 

El castillo de Beyla se encontraba a las orillas de uno de los numerosos lagos que cubrían la provincia, y de fondo, Benedikt podía apreciar la cordillera de Arcchën.

No era la primera vez que visitaba el lugar, y desde luego, su visita no tenía motivos turísticos, por lo que sin más, el chico se apresuró hacia el castillo, ajustándose más su abrigo debido al frío.

El puente que guiaba a la entrada estaba cubierto de nieve acumulada, y entre más se adentraba, era mayor el frío que se sentía, instalándose hasta sus huesos. Sin embargo, ni siquiera eso, ni el haber encontrado ningún solo guardia en el portal, le hicieron detenerse ante unas puertas que ya estaban abiertas, como si esperaran por él.

Caminó a través del pasillo, sintiéndolo completamente desconocido. El frío no cesaba y la nieve estaba esparcida en el suelo, pero lo único que preocupaba al príncipe, era callar las advertencias de su instinto, porque se negaba a retroceder estando tan cerca.

El lugar se veía muy solitario, como si incluso la servidumbre estuviera en algún otro lugar, y aunque Benedikt sabía cómo llegar al salón principal, el lugar se sentía muy distinto a cuando visitaba al conde y era recibido por todos los sirvientes. Podía decir incluso que los recordaba bien, por lo que al encontrar a una joven de su edad, recibiéndolo con sus manos detrás de su espalda, se sorprendió un poco.

Su vestimenta aparentaba ser la de una sirvienta, pero sus colores eran más oscuros, y su estilo más antiguo.

—Saludos, su alteza. —Con una voz suave, la chica hizo una reverencia ante el príncipe, y se acercó a él para dirigirlo a la puerta hacia el salón—. Su excelencia le espera para la merienda.

—Muchas gracias —respondió el príncipe, un poco extrañado por la joven, siguiéndola sin dejar de mirarla. Su acento no era propio de ninguna región de Giannir—. ¿Es nueva aquí?

—Sí, llegué hace muy poco. Su excelencia habló muchísimo de usted, y esperaba su llegada en cualquier momento —dijo la chica, bajando la mirada como si fuera un gesto de vergüenza. Algo a lo que el príncipe podía estar acostumbrado—. Puede llamarme Odette, su alteza.

—El gusto es mío —respondió el chico sin darle mucha importancia, y al avanzar hacia la mesa del comedor, la joven retiró el asiento donde Benedikt se sentaría, pero él la detuvo antes de que ella lo empujara—. Puedo hacerlo solo.

Sin más, la chica se acercó a uno de los estantes, sacando una botella y sirvió el Jäegermeister sobre el vaso dirigido al príncipe.

—Es el favorito de su excelencia —acotó la chica con amabilidad.

Benedikt se dio cuenta de que en definitiva aquella muchacha era nueva allí, pero aun así asintió en señal de agradecimiento, sin tocar el vaso.

Acto seguido, Odette retiró su propio asiento —el más cercano a Benedikt— y se sentó, al tiempo en que ponía sus brazos sobre la mesa para sostener su rostro y seguir mirando al chico.

—Su excelencia aún no está listo, así que sepa disculpar si lo esperamos junto con la comida —explicó con una voz muy dulce, y aunque el príncipe empezaba a impacientarse, asintió—. ¿Viene solo? —inquirió de forma casual.

—¿El conde esperaba a alguien más? —preguntó el chico con curiosidad. Por lo general, iba él solo, y a veces junto con algún escolta.

La joven negó con la cabeza, luciendo inocente.

—No, disculpe mi impertinencia.

Se levantó de su asiento mientras se retiraba del salón.

Al escuchar las puertas detrás de sí cerrarse, Benedikt soltó un suspiro de incomodidad. Sabía que algo andaba mal, y tal vez era el momento indicado para encender su teléfono y explicárselo a Mallory. Con mucha suerte, ya estaría de camino.

No obstante, aquel pensamiento le enfermó, como si de nuevo quisiera dejar todo en manos de su hermana y su mejor amiga. Como si no pudiera hacer nada por sí mismo, y en primer lugar, no hubiese tenido la idea de ir allí a buscar las respuestas que necesitaba para continuar viviendo con la muerte de Krisel.

Era la razón por la que solo se quedó en su lugar, a la espera de la chica o cualquier otro sirviente.

Mientras tanto, la joven de cabello oscuro se encerró en la cocina, ignorando el ruido constante de un animal masticando carne, y un nauseabundo olor ligeramente metálico. Con un largo suspiro, sacó del bolsillo de su vestido una pequeñísima botella de cristal que miró fijamente. Al principio con tristeza, pero poco a poco, sus labios se apretaban más, y su mirada se endurecía por la rabia.

Si esa estúpida princesa no se presentaba, no tendría caso y debería esperar más para poder hacer lo único con lo que soñaba.

Bajando la mirada, volvió a guardar la botella, y al tomar una bandeja de plata cubierta entre sus manos, pensó que al menos podría divertirse un poco con el príncipe. Sin duda, no desaprovecharía la oportunidad de quitarle a Annarieke Zavet lo que le quedaba.

—Disculpe, su alteza. Pronto estará listo su excelencia para verle, pero me indicó que puede empezar a comer —dijo, colocando la bandeja frente al príncipe y levantando la tapa que la cubría, mostrando sobre el plato una especie de carne rojiza apenas cocida, similar a un hígado con sangre, con un cordón blanquecino a su costado. Parecía haber sido condimentada con albahaca y orégano, pero no dejaba de verse asquerosa.

Benedikt se sobresaltó al observar el plato, temiendo que fuera lo que él creía que podía ser. Su corazón empezó a acelerarse y finalmente las alarmas de peligro de su subconsciente se activaban, ya muy tarde.

Aun así, trató de seguir siendo el mismo Benedikt Zavet que ante cualquier situación se mostraba imperturbable y dirigió su mirada hacia la chica, que también sabía ocultar muy bien sus expresiones, pero que evidentemente se divertía con la reacción del príncipe.

—Una de las sirvientas dio a luz hace poco, y su cuerpo y el de su bebé ayudaron bastante a fortalecer a su excelencia, pero quise guardar lo mejor para usted. De postre serví sus ojos, si le apetece también —sonrió la joven, volviendo a tomar asiento cerca de Benedikt—. Se trata de una receta que solía hacer mi madre en ocasiones especiales. Como tal vez habrá escuchado, su alteza, mi madre se dedicaba a la obstetricia. No solo ayudaba a que nacieran nuevas vidas; si las madres así lo deseaban, podía hacer lo que ella quisiera con los bebés.

»Ellas no iban a saberlo jamás, y por otro lado, alimentar tres hijas no sería más un problema para mi madre. Además, era la voluntad de la corte del Señor de todo el poder tomar la energía de nuestros propios hermanos, tal y como ellos hacían con nosotros —explicó, tomando el plato para sí misma y cortando un trozo con los cubiertos, a punto de llevárselo a la boca, pero tomó una pausa para ver al chico y extenderlo hacia él—. Será muy maleducado de su parte rechazar una comida tan especial...

De repente, el miedo del príncipe empezaba a transformarse en odio, y entornó la mirada hacia la chica mientras apretaba sus manos. No se dio cuenta en ese momento, pero algo más parecía retener sus brazos contra su asiento.

—Eres Odyle Ruenom, la bruja oscura —declaró el chico con absoluta certeza.

—Es un gusto, príncipe de Giannir —asintió la bruja—. Lamentablemente, esperaba ver a la princesa; nunca imaginé que usted también tendría deseos de acompañar a su pequeña hermana en su destino —suspiró, bajando la mirada mientras ocultaba su sonrisa, hasta que la misma se ensombreció—. Era una niña muy adorable, me recordó a alguien muy importante para mí...

Más seguro que nunca de que Odyle había sido responsable de la tragedia de Krisel, quiso aclarar sus dudas, como si todavía no fuera consciente de que podría ser lo último que él sabría.

—¿Por qué está aquí? ¿Cuál es su relación con el conde Wagner?

Odyle suspiró, pensando que al menos podría explicarle un poco.

—No culpe a su excelencia por lo sucedido: no podía hacer más que lo que yo le ordenaba, y hasta su último momento consciente, no dejó de lamentarlo —relató, sin dejar de ver detrás del chico, hacia la puerta de la cocina—. Descuide, su alteza. Pronto podrá verlo. Mientras, le dejaré a solas.

Benedikt quiso levantarse enseguida, pero apenas pudo moverse. Era como si estuviera atado a la silla, y en cuanto miró hacia sus brazos y cuerpo, numerosas arañas caminaban sobre él, mientras tejían una finísima y apenas visible telaraña que lo mantenía inmóvil con fuerza.

Entre más intentaba moverse para apartarla, más la sentía apretarlo y retenerlo, hasta que frustrado, dejó de moverse.

La bruja cubrió sus labios con su mano para ocultar su sonrisa, a punto de dar vuelta para irse del salón de comedor.

—¡Las bestias en Iltheia y Larya, y lo que hiciste con mi hermana! —exclamó el príncipe, llamando su atención antes de que se fuera—. ¡Nada de lo que hiciste ha sido al azar!, ¿no es así? Hiciste que Krisel formara parte de tus planes... —masculló con la voz ensombrecida. Sabía perfectamente que no tenía la menor oportunidad de escapar de allí, y la culpa que sentía tal vez no disminuiría, pero si conseguía encontrar las razones, sería suficiente para él, aunque muriese con ellas.

Además, consideraba a Annarieke tan lista como él y mucho más capaz. Estaba seguro de que más temprano que tarde, llegaría a las mismas respuestas.

—¿Existe más gente como tú? —Se atrevió a preguntar con un tono de altivez, mirando desafiante a la bruja.

Algo que ella podía ignorar y seguir su camino, teniendo en cuenta que el príncipe no podía ni siquiera moverse de su lugar y no demoraría en convertirse en alimento para bestias. Sin embargo, su propio orgullo la hizo detenerse y voltear hacia él, sentándose sobre la mesa mientras ponía su rostro sobre el dorso de su mano, mirándolo fijamente desde arriba, queriendo que se percatara de su posición en aquel momento.

—La audacia de los hombres no tiene límites... —murmuró con aburrimiento—. Dígame, su alteza, si alguna vez alguien pudo llegar tan lejos como yo lo he hecho. No tengo nada; profanaron mi hogar, acabaron con mi familia y borraron sus nombres, pero aquí sigo yo, de pie. Tal vez cuelguen mi cabeza, y borren mi nombre también, pero el terror que causaré en todo este continente maldito reinará hasta que mi Señor despierte y ponga fin a su sufrimiento.

Odyle Ruenom había confirmado lo que Benedikt más temía: su plan era mucho más grande y apenas parecía comenzar.

—¿Entonces de eso se trata? ¿Piensas traer de vuelta a los Primeros Dioses? ¿O despertar a Nesserth?

Se le ocurrían cientos de ideas que podían estar cerca del verdadero propósito de la bruja oscura, pero ella solo desvío la mirada, sin intención de responder a sus preguntas.

—Es su nombre el único que debe ser recordado y temido hasta el final. Él me ha elegido y yo he aceptado —declaró con orgullo, bajando de la mesa y acercándose más al príncipe—. No obstante, en sus últimos minutos con vida, quiero que usted me recuerde a mí como la responsable de la muerte de su pequeña hermana, y que la princesa Annarieke no deje de lamentar el día en que cruzamos camino en Maraele cuando le lleguen las noticias.

Una pequeña araña se subió a uno de los delgados dedos de la bruja, y ella la observó con cariño, dejándola sobre el hombro del príncipe, mientras él seguía sacudiéndose inútilmente.

Las telarañas no solo apretaban más, sino que rasgaban parte del abrigo que llevaba y dejaban sus muñecas y manos al descubierto, hiriéndolo hasta que volvía a detenerse y se pedía a sí mismo no nublar su mente por el odio, pues aunque morir sería inevitable, quería un poco más de tiempo y respuestas.

—¿Existen más aquelarres que hagan culto a los Primeros Dioses como la familia Ruenom?

Odyle se detuvo, y notó con curiosidad cómo el chico había reformulado su pregunta, e incluso, percibía sumisión en su tono. No obstante, le sorprendía cómo había insistido en una duda que nadie más había planteado antes.

Lo habría sabido cuando tomaron a su familia, y llegaran noticias de la captura de otros aquelarres, pero todo seguía igual. Tal vez, aunque los duques estuvieran al tanto, su egoísmo les hacía voltear la mirada hacia otro lado.

Quería saber si el príncipe de Giannir sería igual, incluso si sus posibilidades de hacer algo al respecto eran nulas.

Se acercó a uno de los arreglos florales sobre la mesa, del cual arrancó una flor de nisimar, originaria de un país un poco más lejano de Giannir y perfectamente conservada ante el ciclo de sgrior, y acarició el tallo entre sus dedos.

—Seguro los hay, su alteza, y mucho más grandes que el que mi madre intentó sostener con sus propias manos después de toda su familia, pero no tema. No creo que ninguno se atreva a seguir mi camino o levantarse por mí si caigo en algún momento —respondió con sinceridad.

Era algo de prever pues incluso entre los aquelarres más respetables de Terravent, actuaban con recelo.

—¿Dónde? —insistió Benedikt, casi en un gruñido y de forma demandante. Odyle se percató de cómo los ojos dorados del príncipe brillaban como chispas, como si acabara de encender una pequeña llama con el poder de transformarse en el más devastador y hambriento de los incendios.

Le habría encantado ver cuán lejos sería capaz de llegar, pues no le debía nada a otros aquelarres, y siempre estaría del lado del caos.

Dejó la pequeña flor, casi arrugada por sus manos sobre el regazo del chico, y sin emitir ningún sonido, movió sus labios, pronunciando tres sílabas que hicieron que el príncipe se precipitara hacia adelante, hasta recordar que no podía moverse.

«Sar-ve-llo».

Sus ojos se abrieron, y apretó sus manos contra su silla, maldiciendo en sus adentros.

Observó la flor de nisimar, comprendiéndolo. Sarvello era el único país de Therina que luego de la Segunda Alianza, rechazó toda ayuda de la orden de Avra, prohibiendo incluso la entrada al país a sus caballeros.

Cualquiera habría pensado que Sarvello contaba con sus propios guardianes o soldados especializados para enfrentar las amenazas de las bestias, pero si Odyle Ruenom tenía razón, tal vez el país insular ocultaba algo más grande y oscuro.

Maldijo muchas veces en su mente, deseando encontrar una forma de poder decírselo a su hermana. Tal vez era la única razón por la que podría intentar salir de allí con vida, aunque no tuviera posibilidades.

—Buena suerte, príncipe de Giannir —se despidió Odyle, consciente de la chispa que había encendido en vano.

Una presa se disfrutaba más cuando estaba consciente de su fin, cuando empezaba a exhalar miedo y deseos de sobrevivir. El olor de la sangre derramada era cada vez más fuerte, y solo seguiría intensificándose.

Cada sirviente y cada guardia... todos le habían alimentado. Todos habían sido destrozados. Solo faltaba el príncipe que llegó siguiendo el camino de migajas, y ahora se encontraba atrapado en la telaraña de la bruja.

Odyle se dio vuelta, pero al llegar a la puerta de salida del comedor se detuvo en seco, con sorpresa e ilusión entremezcladas.

—Su alteza, han venido por usted —murmuró, sin poder ocultar su sonrisa ansiosa.

—Annarieke... —pensó de inmediato el chico, sin sentirlo como algo bueno del todo. Su hermana estaba allí por él. Lo que sea a lo que se enfrentaría, era su culpa.

Ya había perdido a una hermana, y no quería que Annarieke saliera herida también a causa de sus elecciones.

Odyle vio a la princesa y caballera de Avra avanzar hacia ella, acompañada por la bruja de cabello cobrizo que había visto en la noche del baile del fin del ciclo.

A cierta distancia, no dudó en tomar las esquinas de su vestido, haciendo una reverencia mientras miraba a Annarieke con sorna.

—Sea bienvenida, princesa de Giannir. Hola también, pajarita —rio, cínica. Aquel intento de bruja detrás de la princesa se veía intimidada con su sola presencia. Jamás sería una amenaza ni para una mosca.

Su mano instintivamente se metía en su bolsillo, tocando la pequeña botella que llevaba, y podía sentir su corazón latir con prisa y ansias mientras lo sostenía.

—Odyle Ruenom, ríndete en nombre de Avra y los Espíritus —ordenó Annarieke, desenvainando su espada sin dejar de mirar a la bruja oscura con frialdad y decisión.

A diferencia de su primer encuentro en Maraele, Annarieke no estaba confundida ni a la expectativa de conocer el verdadero poder de la bruja oscura: lo tenía más claro que nunca. Por su lado, Odyle ya no tenía nada más que perder. Podría desatar el abismo en ese momento, y no le importaría hundirse con él si aseguraba así su victoria.

No obstante, todavía tenía una carta en juego, y esta se encontraba hambrienta y nada parecía ser suficiente. Ya había devorado a cada ser a su paso; ya hacía tanto que ni siquiera podía hacerse llamar humano.

Su desesperación le había llevado a rasguñar con sus garras su cuerpo, cada vez con mayor fuerza y profundidad, hasta arrancar lo que le quedaba apenas de piel —desollada y sangrienta—, dejando dos pedazos gigantescos colgando a sus costados, como si fueran alas.

No fue suficiente, así que también había arrancado sus ojos, y si hubiera podido, se habría desecho de su propia existencia para evitar ceder ante el hambre voraz que le dominaba, pero su olfato, más agudo que nunca, le indicaba la presencia de presas vivas y frescas. Caminó en cuatro patas, cada paso más seguro que el otro, como si intentara agarrar todo lo que estuviera bajo él mismo para destrozarlo.

De esa manera arrancó la puerta que estorbaba en su camino y parte de la pared, sorprendiendo a sus presas, y soltando un gutural grito grave que sin duda, alertó tanto a los príncipes como a Mallory, mientras Odyle, alzando un poco el cuello, observaba con orgullo a la criatura humanoide de cinco metros en el momento en que se sostenía sobre sus delgadas patas traseras, y dejaba al descubierto sus costillas y órganos, mientras dejaba gotear su propia sangre, y de su hocico, la que había consumido.

Sin perder más tiempo, Annarieke agitó la espada que empuñaba, y esta fue envuelta en llamas, preparada para responder ante la amenaza de la bestia. Al verlo, Odyle solo podía creer que las decisiones de los Espíritus se parecían más a una comedia de muy mal gusto.

No obstante, Annarieke Zavet no era la única que había sido elegida por las deidades que apreciaba. Era el momento; tenía la botella en su mano y solo debía beberla y cumplir con el legado de los Primeros Dioses.

Pero se encontraba inmóvil, y sabía que no había tiempo que perder. Podía sentir cada latido de su corazón al ritmo y fuerza de un tambor frenético, y sus dedos temblaban sin poder controlarse.

Se maldijo tantas veces porque lo había deseado, lo había añorado tanto, y se sentía ahora como una egoísta. Una cobarde.

«¡Cobarde, cobarde, cobarde...!».

No tenía sentido. Odiaba respirar, detestaba seguir con vida. Entonces, ¿por qué no conseguía el valor de acabar con su propio sufrimiento? ¿Por qué su propio cuerpo la condenaba a existir en un mundo que solo quería convertir en cenizas?

Si se trataba de esperanza, quería pisotearla. Si tenía miedo a lo que vendría después, quería recordarse que ya no podía sentir más dolor.

—Me temo, princesa, que debo irme. Espero que nos volvamos a encontrar.

Odió cada palabra pronunciada, como si se tratara de un acto de rendición, y continuó su camino hacia la salida del castillo, aprovechando que las dos chicas observaban con mayor temor a la bestia.

Por supuesto, Annarieke no quería permitirle huir, pero ante nada dejaría a su hermano y a Mallory solos allí. No cuando sabía que no estarían a salvo.

—Está bien, la alcanzaremos —masculló muy bajo, manteniendo con su brazo a Mallory detrás suyo, sin dejar de observar al monstruo y analizar cómo podría llegar hasta Benedikt y mantenerlo a él y a la bruja seguros.

Sabía que mentía. Odyle se escapaba en su cara, y ella lo estaba permitiendo. Sin embargo, al igual que la bruja oscura, podría afirmar que aquello era un «hasta pronto».

Odyle siguió caminando, segura de que la princesa no vería jamás las lágrimas que descendían de su rostro, ni sus hombros sacudirse ante el sollozo.

—Lo siento tanto, Katja... —musitó dolida, incluso cuando insistía en que ya nada podía lastimarla. Pero la culpa se aferraba, e insistía en llamarla «cobarde».

Siguió caminando, ansiosa por dejar su fracaso tras ella, sin poder entender todavía su propia decisión. Su mente ya estaba pensando en los lugares a los que podría ir, y una parte de ella ya estaba preparándose para enfrentarse nuevamente a subsistir y a esperar por otra oportunidad.

En ese instante, la mayor preocupación de Annarieke era conseguir llegar hasta su hermano sin que los tres se convirtieran en carnada. Notando que no veía nada y solo se guiaba por el olor, aprovechó parte de la experiencia que había ganado gracias a la bestia de Iltheia, y se volvió a Mallory, acariciando su mejilla y juntando su cabeza con la de la bruja. Podía sentir que temblaba, y estaba muy tentada a apartarla de aquella situación tanto como podía, pero a la vez, era la única ayuda que tenía y en quien podía confiar.

—Ve con Benedikt y sácalo —susurró, tratando de que ni el menor ruido atrajera la atención de la bestia.

Mallory acabó asintiendo con inseguridad, pues eso solo indicaba que Annarieke sería la carnada.

Annarieke volvió a encender las llamas alrededor de su espada.

—¡Ahora! —indicó, y Mallory corrió rápidamente hacia el chico, precipitándose al sentir cómo la bestia había lanzado un zarpazo en su dirección, tratando de no dejarse vencer por el terror—. No, ven acá. —Annarieke atacó hacia la bestia por detrás con todas sus fuerzas, y ante el corte, la sangre de la bestia inevitablemente salpicó su rostro.

Gritando, la bestia trató de agarrarla, pero la caballera la esquivó deslizándose por el suelo a tiempo y volvió a asestar su arma, con la intención de alejar a la bestia de Mallory y Benedikt.

Mientras, la bruja se había llevado al chico al otro extremo del salón, e intentaba deshacerse con su magia del fuego de la telaraña que lo cubría, pero reconocía que con su resistencia, podría llevarle un largo tiempo. Además, no podía evitar voltear cada tanto a ver cómo a Annarieke le estaba yendo con el monstruo, distrayéndose.

—Mallory, no tiene caso —aseguró Benedikt—. Tú y mi hermana deberían ir por Odyle Ruenom ahora, no la dejen escapar.

—¡Por supuesto que no! —exclamaron las dos chicas al unísono, ocupadas con sus respectivas tareas.

—Da lo mismo si me dejan aquí, pero ella no puede volver a huir de la justicia. Solo tienen que saber que...

—¡Benedikt, no está a discusión! No pienso dejarte aquí, ¡no voy a perderte! —aseguró Annarieke, distraída por unos segundos para mirar a su mellizo con decisión, pero en el escaso brillo de sus ojos, Benedikt podía notar la tristeza de la pérdida que ambos todavía sufrían. Por supuesto que Annarieke no iba a sacrificar al único hermano que le quedaba, por mucho que supiera que su mayor prioridad era la bruja oscura.

El chico bajó la mirada, viendo a Mallory quemar la telaraña, a la vez que miraba nerviosa a los pequeños insectos sobre el suelo, tratando de apartarlos con sus pies.

—Quédate quieto, prometo que no vas a sentir nada pero tengo que intensificar el calor —explicó la bruja, tensando más sus manos a la vez que el chico sentía a la telaraña calentarse más, sin que le afectara a él.

No sabía cómo decirles que en verdad no quería que perdieran su tiempo y fuerzas en él, y que el hecho de que se expusieran para salvarlo solo le hacía odiarse más. Si hubiera muerto antes, Annarieke al menos habría tenido sus prioridades claras.

La caballera fue empujada contra la mesa por el dorso de la garra de la bestia, y apenas consciente, trató de esconderse debajo de esta, arrastrándose en reversa, mientras el monstruo se acercaba y con su garra, atrapaba la mesa y la lanzaba contra la pared, convirtiéndola en añicos.

—¿Estás bien? —inquirieron Benedikt y Mallory a la vez, y Annarieke solo pudo asentir, tratando de levantarse rápido, antes de que el ser volviera por ella.

Empuñando con firmeza la espada, volvió a atacarlo por detrás, una y otra vez, ignorando sus gritos y las salpicaduras de sangre. Cuando la bestia se ponía en cuatro patas era letal; sus saltos y zarpazos eran impredecibles, y Annarieke necesitaba mantener su atención y quedar en una sola pieza en el intento.

Más cerca que nunca ante su ataque, la caballera esquivó su garra derecha, manteniéndose segura sobre el lado izquierdo de la bestia para asestar en su cuello, realizando un profundo corte, y al alzar su arma, atacar la misma garra con la que pretendía herirla nuevamente.

Con media extremidad volando, la bestia retrocedió en chillidos, tocándose la herida de su cuello con su garra restante. Su herida estaba prendida en el fuego de la espada de Annarieke.

Segura de que ya había ganado gran ventaja sobre la criatura, volvió a asestar sin descanso, haciéndola retroceder.

—¡Lo logré! —Mallory no pudo evitar saltar de alegría al ver cómo su fuego se deshacía lentamente de la telaraña que atrapaba a Benedikt, quemando a las pequeñas arañas que lo rodeaban también.

—Y seguimos vivos... —suspiró el chico, levantándose de la silla con la ayuda de Mallory y observando el desastre que habían hecho su hermana y la bestia mientras tanto.

—No celebres aún, Benedikt Zavet: si salimos de esta con vida, no creas que no le voy a decir a papá. —Annarieke dio vuelta un segundo para ver a su hermano—. Manténganse cerca del castillo —pidió, dándose un tiempo para jadear por el cansancio, y Mallory asintió.

—¿Estás bien? —preguntó ella al ver las manos y muñecas lastimadas de su amigo, pero él se apartó, cubriéndose con sus mangas.

—Deberías ayudarla, yo buscaré si queda alguien con vida —explicó el chico con cierta urgencia. Era la única forma en la que se veía capaz de ayudar, luego de todo lo ocasionado.

La bruja vio por un instante a la bestia, sabiendo que su amigo tenía razón.

—Ve con cuidado —pidió, y Benedikt la miró con cariño, abrazándola.

—Tú también —respondió con sinceridad—. Gracias por no rendirte conmigo, Mallory.

En ese instante, Mallory estaba segura de que su mejor amigo se encontraba mucho mejor, y podía dejarle ir. Luego, miró hacia la bestia, dándose cuenta de que la habilidad de la espada de Annarieke parecía ocasionarle grandes daños.

Afortunadamente, el fuego era una de sus especialidades.

Creó una pequeña bola de fuego frente a sí misma, de la cual salió disparada una enorme flama que apuntaba directamente hacia el rostro de la bestia, quemándolo.

En el momento en que esta se cubrió, gritando, Annarieke aprovechó para saltar sobre ella a la vez que atacaba sobre sus piernas, haciéndole perder el equilibrio y caer sobre el suelo.

Todo el lugar se estremeció, y Annarieke volteó hacia Mallory, que estaba segura junto a una de las paredes.

—¡Gracias! —exclamó y aprovechando que tenía a la bestia de cuclillas, arremetió contra sus desprotegidas costillas, y su segundo golpe fue una estocada entre sus órganos, para luego remover su espada con todas sus fuerzas.

Sangre y vísceras cayeron sobre el suelo, y el intenso olor empezaba a marear y provocarle náuseas a Annarieke, pero sabía que estaba más cerca de conseguir su victoria.

Esta vez, Mallory encendió gran parte del pecho de la bestia en llamas, empezando a consumir el resto de sus órganos de manera lenta e insoportable, provocando que el ser se rasguñara a sí mismo una y otra vez. Su propio rostro se asimilaba más a un cráneo cubierto de sangre.

La caballera volvió a estocar contra su cuerpo, y golpear una vez más hasta hacerle caer. Tuvo que cubrir su boca con sus manos al no soportar más la imagen ni el olor, y retrocedió poco a poco, viendo cómo, incapaz de moverse, la bestia se ahogaba en sus últimos gritos.

Se detuvo hasta encontrarse con la bruja, que también deshizo su propio hechizo. Ni siquiera por piedad, Annarieke fue capaz de dar el golpe final, y solo volteó la mirada hasta que los gritos cesaron y la criatura no se movió más.

Se deslizó contra la pared hasta sentarse, jadeando una y otra vez por el cansancio. Por la derrota.

No se arrepentía de su elección, pero le preocupaba haber dejado escapar una vez más a Odyle.

Mallory no dejó de mirarla, preocupada, mientras Annarieke sacaba un pañuelo para limpiar su rostro, y su propio collar de caballera de Avra, aún reluciente. Incluso cuando más oscuro y frío estuviese, y más perdida se sintiera, trataría de mantenerlo de esa forma.

Aún estaba viva.

Aún tenía mucho por qué luchar y proteger.

Todavía tenían muchas cosas por hacer. Pero por ahora tenían que encontrar a Benedikt; podía escuchar sus pasos en una habitación lejana y la seguridad de que estaba a salvo calmó algo dentro de ella.

Regresó a mirar a Mallory con una pequeña sonrisa, mientras guardaba el collar en su bolsillo, y se sostenía de su mano para levantarse, un poco torpe, pues todavía se sentía agotada, pero la bruja pudo sostenerla.

Mirándola a los ojos, Annarieke sabía que estaría bien. Que Mallory era realmente su luz, y que a su lado, podría levantarse las veces necesarias hasta vencer finalmente.

—Eso no estuvo mal, ¿eh? Creo que hicimos un buen equipo... —murmuró, halagándola por su ayuda mientras las mejillas de la bruja se tornaron del color de su cabello, y se encogía de hombros como si no hubiera sido la gran cosa. Solo ansiaba ayudar a Annarieke, y agradecía haberlo conseguido.

Consciente de que había sentido muchísimo miedo, no tardó en saltar hacia el cuello de la caballera, abrazándola con todas sus fuerzas mientras dejaba escapar algunas lágrimas, sollozando entrecortadamente, y Annarieke la recibió con mayor cariño y suavidad, acariciando con sus dedos su pelo trenzado.

—Volvamos a casa —susurró en cuanto se separaron a una finísima distancia, y Mallory asintió. 

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