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XXIV: Después de la lluvia

Eran muchos los recuerdos que Benedikt y Annarieke atesoraban sobre su madre. Gracias a ella, se habían enamorado perdidamente de las leyendas de su mundo, sin saber que aquel amor definiría sus propios destinos.

Cuando la duquesa Khristin Zavet falleció, lo primero que Benedikt recordó haber hecho fue que negó por completo aquella idea, y se encerró en el único lugar donde todavía la sentía viva, donde aún sentía su compañía a través de las páginas de las historias que ella le había enseñado a amar. Nadie juzgó su manera de lidiar con el dolor de la pérdida, aunque poco a poco se había instalado en su mente la idea de que había sido egoísta.

Le parecía dolorosamente irónico cómo siete años después, había corrido a refugiarse una vez más en el interior de la biblioteca del palacio, porque era el único lugar donde sentía que nadie le buscaría y podía negar la realidad aunque fuera por un poco más. No obstante, aquel lugar no tenía nada que le recordara a Krisel.

Su mirada permanecía pegada en la misma página del libro que sostenía desde hacía ya algunas horas, sin pasar de ella, como si le fuera imposible concentrarse y conseguir la sensación de escape que normalmente los libros le otorgaban. Su propio refugio le hacía sentirse más culpable y egoísta.

De algún modo, recuperó un poco de calma al ver entrar a Mallory, que cabizbaja e inexpresiva, buscó un puesto a su lado.

—Supuse que estarías aquí —murmuró la joven, sin dirigirle aún la mirada, con una taza de café caliente en su mano—. ¿Quieres un poco? —La extendió hacia el chico, y este negó con la cabeza.

La chica aprovechó para dar un sorbo, y dejar que sus manos tomaran la temperatura de la taza.

—¿No crees que tal vez deberías... estar con tu padre, o con Anny? —inquirió la bruja incómoda, removiendo sus pies en el suelo. Sabía que no tenía derecho alguno de indicarle a su amigo cómo debía comportarse ante su pérdida, pero quería explicarle lo mucho que podía necesitarlo su familia.

Como se lo esperaba, lo vio encogerse ligeramente de hombros con un aire de indiferencia, mientras pasaba una página del libro que pretendía estar leyendo.

—No creo que me necesiten ahora, es mejor así —afirmó, con la mirada fija en las letras, mas no prestaba atención a ninguna palabra. Por más que lo intentaba, su concentración se lo impedía.

Mallory apretó los labios, impaciente y con deseos de sacudirlo; pero trataba de entender que no era fácil para él, como tampoco lo era para los que sabían lo que había sucedido en verdad con la pequeña princesa.

—Benedikt, sé que tiendes a poner una barrera frente a ti y pretendes que nadie más se da cuenta de ello, pero no es así —murmuró, dejando la taza sobre la mesa, y apretó sus puños en tanto estiraba sus brazos a la altura de sus rodillas—. No tienes que aislarte del resto y evitar compartir tu dolor. No estás solo, y te necesito. Anny te necesita, probablemente más que nunca...

No podía explicar el peligro en el que Annarieke podía encontrarse en ese momento a causa de su propio juramento a los Espíritus, pero quería que él entendiera que no podía salvarla sola y que lo necesitaba.

Por el contrario, con una mirada inexpresiva, y frunciendo ligeramente el ceño, el chico se levantó para dejar el libro en el estante al que correspondía, y sus dedos pasearon por los lomos de los libros más cercanos, esperando encontrar alguno que captara su atención pronto.

Volvió a recordar hace siete años atrás cuando había perdido a su madre, y todo su mundo se había reducido a aquel salón de biblioteca y sus libros.

—Cuando mamá enfermó, Krisel tenía solo dos años —murmuró, sin dejar de pensar en aquellos días que creía que había olvidado para siempre—. Ella ya no podía cuidarla, y Krisel era muy tímida con los sirvientes, y no dejaba de llorar porque quería estar con ella. Aunque Annarieke no sabía nada sobre cómo cuidar niños, decidió hacerse cargo de Krisel todo el tiempo posible. Incluso cuando mamá empeoraba y no parecía que fuera a mejorar, los dos teníamos miedo, pero Ann quiso ser fuerte por Krisel, y sé que también por mí aunque no quería que lo hiciera —confesó, bajando la cabeza y sus manos, sintiendo una vez más la culpa por no ser capaz de salir de allí y al menos responder ante su padre, a quien debía dolerle más la pérdida de Krisel. Contuvo la respiración un par de segundos al recordar lo peor, y sentir un nudo atravesando su garganta—. Cuando la perdimos para siempre, Ann siguió siendo fuerte por todos, y yo solo pude quedarme aquí porque no quería aceptarlo. Ni siquiera pensé en que ella y papá también sufrían... —Empezó a sentir las lágrimas bajar por sus mejillas, a pesar de que no quería llorar.

Odiaba la idea de no tener control sobre sus emociones y se detestaba más porque al recordar lo sucedido después del fallecimiento de su madre, sabía que esta ocasión no sería diferente: no iba a ser capaz de compartir un dolor que no quería demostrar, y mucho menos admitiría que tenía la culpa de lo sucedido ante su familia cuando el remordimiento ya lo carcomía por sí solo.

—Como sea, no creo que les sea necesario ahora. Es mejor si permanezco aquí —murmuró derrotado, dejando chocar su cabeza sobre los libros en el estante.

—Benedikt, no... —Mallory se acercó a él, y trató de sostener su mano a pesar de que él se lo impedía.

—Todos allá afuera creen que ha sido devorada por una bestia —explicó, frunciendo el ceño, poco a poco transformando su tristeza en ira—. No hay ni siquiera un cuerpo que podamos enterrar, ¡jamás podremos decir la verdad de lo que sucedió con ella! —vociferó, tratando de secar sus lágrimas en vano—. Sé que Ann no tiene la culpa de lo que sucedió, ni siquiera los guardias. Krisel estaba conmigo, ¡y la perdí de vista! Si tan solo yo... —Se detuvo, tratando de pensar en todo lo que habría podido cambiar para evitar aquel resultado. Se sentía culpable por no haber pensado en un primer instante en buscarla, e incluso había ignorado el sentimiento de ansiedad que compartió con Annarieke hasta que ella había mencionado sus dudas.

Su egoísmo le había costado su hermana, y no le permitía ser capaz de enfrentarse a su familia.

Mallory lo miraba con dolor. Sus labios temblaban, y no se sentía capaz de explicarle cuánto lo necesitaba, y tampoco parecía que él fuera capaz de procesarlo en un momento como aquel. Era su mejor amigo, y le dolía no ser la persona capaz de atravesar todas sus murallas para hacerle entender que le importaba tanto como Annarieke, y que siempre podía contar con ella.

—Benedikt, por favor, esto no es tu culpa... —musitó, acercándose más a él, queriendo demostrarle que en ese momento ella también lloraba, pero él no la miraba—. Tal vez no lo quieras creer en este momento, pero eres más fuerte de lo que te imaginas. ¡Siempre guardas la calma ante todo y sabes qué hacer!, y por eso tu padre y Anny te necesitan... —Trató de continuar la bruja. Se odiaría si se dejaba vencer ante él, pero por otro lado, creía que no podía perder más tiempo con Annarieke, contara o no con su ayuda—. Tal vez... no ahora, pero cuando te sientas listo para hacerlo. Siempre voy a escucharte —suspiró, limpiando su rostro.

Al dar vuelta para irse del salón de la biblioteca, Benedikt la miró, deseando detenerla por un instante, o que ella cambiara de opinión y se quedara más tiempo con él.

Sin embargo, permaneció en su lugar sin decir nada, exhalando un suspiro muy amargo cuando su amiga salió y cerró la puerta, como si se detestara más por no poder ser el chico que mantenía todo bajo control en ese instante, y encima dejase sobre Mallory una carga que le correspondía a él.

No importaba cuántas veces se convenciera de que su padre y Annarieke eran más fuertes y no lo necesitaban, sabía que debía estar con ellos.

Pero no podía.

Mallory se apoyó sobre la puerta, tratando de calmar su llanto, pero sentía a su corazón oprimirse más por la culpa, como si acabase de hacer una elección que no había querido. Solo sabía que si no había podido ayudar a su mejor amigo a vencer la soledad que él mismo se imponía, mucho menos sería capaz de salvar a Annarieke.

Pero incluso si doliera un infierno la sola idea de fallar, debía intentarlo.

***

Annarieke trazó delicadamente los detalles de la caja de música con sus dedos, recordando la sonrisa que Krisel tenía en el rostro cuando se la regaló. Observó el unicornio dorado que giraba ante la melodía, dejándose llevar por las memorias grabadas en ella, y una nueva ola de tristeza más grande que la anterior amenazaba con ahogarla en lágrimas y dolor.

Se había encerrado en la habitación de su hermana, y reunió a su alrededor todos los juguetes y objetos que sabía que ella consideraba valiosos, como si fuera una forma de tenerla consigo a través de los recuerdos que guardaba con cada pieza. Encontró un libro de recortes decorado por Krisel sobre su mesita de noche, y se detuvo antes de abrirlo, sabiendo que si lo hacía, solo terminaría rompiendo más su propio corazón.

Con la curiosidad aún tentándola, se distrajo por el ruido de la ventana al abrirse, como si algo la estuviera empujando.

Secó sus lágrimas con sus manos, y perpleja, elevó su mirada hacia el alféizar, encontrándose con un pequeño gorrión molinero que trataba de hacerse un espacio para entrar a la habitación.

Desde su lugar, Mallory había observado durante largos instantes a su mejor amiga temblar mientras abrazaba las posesiones de su hermana. Podía sentir la pena que amenazaba con consumirla, y temía que fuera muy tarde.

Sentía que no podía moverse más allá del alféizar sin saber lo que haría. Sin tener un plan en mente, o un discurso preparado.

Cuando Annarieke reparó en ella, emitiendo leves sollozos entrecortados, se levantó del suelo, y caminó en dirección hacia la ventana para abrirla más.

Puso sus manos frente al pequeño gorrión para permitir que saltara en sus manos; al hacerlo, ella lo acercó hacia su rostro, y juntó su frente con la cabecita del ave, y esta se restregó un poquito contra ella con cariño.

De repente, voló lejos de sus manos, y en cuestión de segundos, la bruja había recuperado su forma humana, manteniéndose de puntillas para alcanzar a la princesa y mantener todavía su frente junto a la suya, en tanto sostenía su rostro entre sus manos, bajándolas solo para envolverla en un abrazo que Annarieke correspondió con mayor fuerza y necesidad de las que alguna vez había sentido, aferrándose a ella mientras rompía en llanto.

Mallory dejó que siguiera así, en completo silencio, tan solo peinando su cabello entre sus dedos al acariciar su espalda. Sentía su alma romperse ante cada sollozo de Annarieke, sabiendo que no podría decir nada que la animara, pero permaneció inmóvil, dejando que se desahogara cuanto fuera necesario.

Annarieke dejó reposar su cabeza contra el hombro de la bruja cuando al fin sentía que empezaba a calmarse, y regresó a mirarla, apretando sus labios en un intento de que no se notara que estos temblaban y que podría volver a llorar una vez más. Las lágrimas seguían cayendo, y Mallory se encargó de secarlas dulcemente con sus manos, y bajarlas para encontrar las suyas y sostenerlas, llevándolas hacia sus labios y plantando un suave beso sobre estas.

Volvieron a los brazos de la otra, de una forma más cálida y tranquila, y solo se separaron un breve momento para que Mallory la hiciera regresar a la cama de su hermana, haciéndose también un espacio entre los juguetes y objetos. Se dio cuenta de que Annarieke la miraba muy tímida; sus párpados ya estaban enrojecidos y levemente hinchados a causa del llanto, y sus dedos buscaban muy lentamente los suyos para entrelazarlos.

—Gracias por estar aquí... —musitó tan entendible como le fue posible.

—Ojalá pudiera hacer más —respondió la pelirroja, cabizbaja. Se sentía afligida por no haber sido ni siquiera una bruja lo suficientemente poderosa para revertir o evitar de alguna manera lo que había sucedido, y mucho menos podía decir algo que confortara a sus mejores amigos.

—Estás aquí, conmigo —afirmó Annarieke—. No necesito nada más.

Mallory suspiró, tratando de creer que aquello era cierto, y sus ojos se detuvieron en el libro de recortes que había visto a Annarieke sostener antes de entrar a la habitación. Lo tomó en sus manos, y cuando la caballera la vio, pensó en detenerla por un segundo, pero insegura, terminó uniéndose más a la bruja para abrir el libro juntas.

Encontró en sus primeras páginas algunas fotos antiguas de su madre, siendo que Krisel no había pasado mucho tiempo junto a ella pero trataba de recordarla con cariño. Incluso tenía algunos dibujos detallados de ella y su padre juntos. También tenía una foto que le había tomado a Benedikt el primer día que ingresó a la universidad, y lo recordaba puesto que le había enviado a ella una copia mientras estaba en la academia de Avra. Sonrió al ver el rostro de vergüenza de su hermano, como si supiera que Krisel detrás de la cámara no paraba de felicitarlo.

Habían montones de fotos instantáneas del Señor Fritz, en el jardín junto a ella mientras él ponía cara de frustración; una en la que estaba subiéndose al comedor y siendo regañado por los sirvientes, e incluso una con su padre en su estudio, sobre la mesa, siendo acariciado por este.

Tanto Mallory como Annarieke reían y suspiraban ante cada recuerdo, pero al dar vuelta a la siguiente página, la princesa sintió que nada la había preparado para lo que encontraría.

Krisel lo había guardado todo; desde la primera carta que ella había enviado, disculpándose con su padre por huir del palacio y relatando su primer día dentro de la orden, reuniendo también todas las fotos que ella le había enviado con sus compañeros. Se sorprendió más al ver el recorte de periódico donde se contaba que luego de haber completado con su entrenamiento, se había iniciado al fin como caballera de la orden de Avra, siendo elegida por los mismos Espíritus como guardiana del mundo, y los éxitos que le deseaban en sus futuras incursiones.

Sus ojos empezaron a humedecerse, y se secó rápidamente para seguir viendo. Cada misiva, foto y noticia sobre ella y sus compañeros estaba allí.

A pesar de que Krisel no sentía el mismo interés en las leyendas que sus hermanos, estaba orgullosa de que ambos cumplieran con sus sueños, y la mantuvieran al tanto sobre sus aventuras.

Al final, encontró el recorte correspondiente a la noticia de su incursión en Maraele. Sabía que no decía mucho sobre la verdad de lo que había ocurrido durante aquella misión, pero los recuerdos la acompañarían para siempre.

Había sido la misión que le hizo conocer el miedo y el remordimiento, y ahora eran más reales que nunca.

Temblando mientras volvía a llorar, cerró el álbum de recortes, y volvió a abrazar a Mallory, quien la recibió con fuerza.

—Fue mi culpa —sollozó ella en sus brazos—. Yo ocasioné todo esto, y ya no podré volverla a ver nunca más...

Antes de que Mallory intentara decirle que no había sido su culpa, la princesa se apartó en busca de la caja de música que había sostenido antes y la abrió, enseñándole a su amiga el unicornio dorado.

—Se lo regalé a Krisel hace cinco años porque amaba los unicornios, pero ahora me doy cuenta de que es el único juguete de unicornio que todavía guardaba... —explicó, mientras hacía sonar la melodía que guardaba el objeto—. Tal vez en algún momento le dejaron de gustar, y si no me hubiera unido jamás a la Orden, habría sabido qué le gustaba ahora. Tal vez jamás habría sucedido nada de esto. Podría haberla visto crecer y ver cómo cambiaban sus gustos, o saber qué sueños tenía. ¡Habría estado con ella para ayudarla a cumplirlos! —Cerró la caja de música, como si escucharla solo la lastimara más, y entonces solo se oían sus sollozos—. Debió sentirse tan sola y asustada, y no pude protegerla... ¿Qué clase de caballera de Avra soy si no pude salvar a mi familia?

Mallory sintió cómo los pensamientos de Annarieke se acercaban a un peligroso punto, y se precipitó hacia ella, sosteniendo sus manos.

—Anny, nada de esto es culpa tuya o de las elecciones que tomaste. Krisel quería que siguieras tus sueños, y ahora sabes lo feliz que eso la hacía —explicó, señalando el álbum. Bajó la mirada, tratando de encontrar las palabras indicadas, aunque no fueran suaves—. Todo lo que sucedió... estaba fuera de nuestro alcance, ¡no había manera de prever que pasaría algo así! Y créeme, nadie te culpa. Ni tu papá, y mucho menos Ben. Tampoco deberías hacerlo tú misma —aseguró, pensando en lo que había dicho Benedikt. Suspiró, y volvió a tomar aire, antes de mirar a Annarieke con una seriedad que la sorprendió bastante en un inicio. Incluso cuando también tenía las huellas de las lágrimas sobre su rostro y parecía temblar, se veía bastante decidida, frunciendo su ceño y apretando más las manos de su amiga—. Pero esa bruja sigue suelta y ahora más que nunca sabemos de todo lo que es capaz. Te conozco, y sé que no quieres perder otra vez, y que no querrías jamás que otra persona pase por el dolor que sientes ahora mismo. No pudimos salvar a Krisel a tiempo, pero si decides rendirte ahora y permitir que Odyle Ruenom siga con lo que sea que planee, ¡será todo en vano!

»Puedes llorar todo lo que necesites, yo estaré todo el tiempo contigo. Pero recuerda que prometiste que jamás perderías la esperanza, y que nunca te retirarías de un combate antes de haber derrotado a tu enemigo, así que vamos a continuar juntas hasta el final.

En aquel momento Annarieke se sentía como una niña regañada. No imaginó nunca que sería Mallory quien llegaría a ser lo suficientemente determinada para recordarle que no podía rendirse.

Incluso cuando los recuerdos aún dolían de forma tan punzante, y sentía que necesitaría su tiempo para tratar de volver a ser la misma, asintió con decisión.

No se había acabado aún. No iba a rendirse. Era una promesa.

Bajó la cabeza, suspirando, y Mallory también bajó la suya, tratando de ponerse frente a ella con una sonrisita juguetona, a la vez que triste.

—Deberías descansar. Fue una noche demasiado larga —sugirió, pero al instante Annarieke negó con la cabeza, y se levantó de la cama.

Se acercó hacia la ventana por la que la bruja había entrado para cerrarla, y observó el paisaje. Luego de una lluvia que parecía interminable durante la noche, de algún modo, en sgrior, y ante una tenue nevada que cubría los árboles con pequeñas capas de escarcha, todo se veía un poco más claro. La brisa se sentía más limpia y fresca después de la lluvia.

Terminó de cerrar la ventana, y caminó hacia la puerta, más segura.

—Debo ver a papá primero —explicó. En su tono, Mallory notó timidez, pero a la vez, la certeza de que aquello era lo correcto.

—Yo te acompaño. —La bruja se levantó, siguiéndola también.

***

Ludwig se percató de cómo el palacio entero estaba sumido en un silencio sepulcral, aunque todavía permanecían algunos invitados de la noche anterior para ofrecer sus condolencias. Incluso el salón donde se había dado el gran baile lucía de lo más vacío, sin que pareciera que se dio alguna fiesta en aquel lugar. Los sirvientes solo aparecían en las horas de la comida, y luego se retiraban sin decir una sola palabra.

De hecho, le sorprendió bastante ver en uno de los balcones del salón abiertos a una pequeña Aester que observaba el paisaje, y curioso, se acercó a la niña.

Ella también parecía pensar demasiadas cosas, pues ni siquiera se percataba en su presencia, y el chico no quería interrumpirla, pero acabó llamando su atención, nombrándola.

Aester se volteó a él, mostrando una triste y confundida mirada.

—Solo quería saber si has visto a Annarieke, o Heinrich... —preguntó, dándose cuenta de que no había sido tan buena idea llamarla.

La niña negó con la cabeza, bajándola con pena, y Ludwig decidió acercarse más al balcón para mirar la nevada, dándole su espacio a Aester.

—¿Y qué hay de Blai?

—No ha hablado mucho y se quedó en la habitación con Jan. Debe estar durmiendo... —explicó la pequeña, escondiendo parte de su rostro entre sus brazos al apoyarlos en el balcón.

No podía culpar a su amigo si no tenía ánimos de estar con ella, pero se sentía terriblemente sola, y por más que sentía la necesidad de llorar dentro de su pecho, no conseguía hacerlo.

Miró los pequeños copos de nieve caer, sin deseos de estirar su mano para atrapar alguno.

—En Maraele no hay nieve, solo lluvia durante este ciclo —contó de repente, y aunque Ludwig se había distraído un poco con los copos, le prestó atención—. Ayer vi por primera vez nevar, y la princesa quiso que saliéramos a jugar. Los copos se sentían suaves y húmedos, pero no me transformé ni un poquito como suele suceder, ¿sabes? —relató, perdida en el recuerdo con una pequeña y triste sonrisa—. Solo quería tener más copos en mis manos, mientras Blai trató de hacer un muñeco de nieve y la princesa incluso pudo moldear un conejo. —Su voz se llenó de emoción en las últimas palabras, pero al acabar, su expresión volvió a ensombrecerse, y se escondió entre sus brazos una vez más—. Eso fue solo ayer...

—Te entiendo —suspiró el chico, recordando cómo la noche anterior había cumplido su promesa de bailar con la pequeña princesa. Se preguntó si las cosas habrían cambiado aunque sea un poco si hubiera insistido en que siguieran bailando, o hubiera hablado más con ella, pero sabía que ya no había forma de saberlo.

—Sé que no la conocí mucho tiempo, pero... —La niña se detuvo, apretando los labios como si quisiera evitar llorar justo cuando al fin lo estaba consiguiendo.

—Tienes derecho a sentirte triste —afirmó Ludwig—. Fue injusto, ella no lo merecía, y Ann y toda su familia deben estar destrozados en estos momentos... —dijo, pensando en el dolor por el que debía pasar su amiga, con preocupación.

Podía adivinar que Mallory debía estar con ella tratando de consolarla, y que nada de lo que pudiera decir él sería nuevo, pero no dejaba de sentirse inquieto por saber si se encontraba bien, y aunque no lo quería admitir en ese momento, también estaba preocupado por Heinrich.

Si bien no tenían el tiempo del mundo para escuchar las dudas del otro antes de decidir actuar, sabía que había cometido un error al irse y no insistir en detenerlo. Aunque Heinrich no alcanzó a hacer nada, las pocas veces que lo había visto durante el resto de la mañana, estaba más callado que de costumbre y apenas reparaba en él.

De repente, Ludwig escuchó algunos pasos en el salón, y volteó como si los reconociera, alegrándose al darse cuenta de que sí se trataba de Annarieke, en compañía de Mallory.

—¡Ann! —la llamó, regresando hacia el salón, y Aester también volteó a ver a la princesa y su amiga.

Ludwig podía notar en el rostro de la rubia que había llorado bastante, pero su semblante, aunque triste, se veía más tranquilo.

—Vas a...

—Iré a ver a mi padre —explicó la chica, bajando la mirada a la vez que suspiraba—. Debo estar con él.

Ludwig asintió, dándole la razón. Él, por su parte, solo quería descansar un poco, incluso cuando sabía que tenía todavía mucho en qué pensar como para poder dormir.

Miró hacia Aester, y la niña esbozó una sonrisa muy pequeña pero amable.

—Está bien, Ludwig; yo seguiré un rato más aquí. Muchas gracias —dijo ella.

El chico no tenía idea de por qué agradecía, pero asumió que podía deberse a que la había escuchado y acompañado aunque sea por un pequeño instante.

—No es nada —admitió, encogiéndose un poco de hombros—. Procura no quedarte mucho tiempo o atraparás un resfriado.

—Descuida —asintió la niña, volviendo a mirar hacia los copos.

A pesar de su educación como novicia, poco entendía aún acerca de los Espíritus y sus decisiones, pero estaba segura de que no se habían equivocado al elegir como sus guardianes a la princesa, a Ludwig y Heinrich.

***

El semblante del duque lucía de lo más apenado, y la última cosa que quería era estar en aquel estudio por más tiempo, pero era su obligación.

Responder ante los invitados cada pésame, y también las dudas de sus sirvientes, era su obligación. Lo menos que podía hacer. Ya lo había experimentado antes, cuando había perdido a su esposa, pero al menos en aquella ocasión había tenido cierto tiempo para procesar que su partida era un hecho inevitable y tuvo la oportunidad de despedirse.

Recordó que con cada día que pasaba, las esperanzas de que la duquesa mejorara se apagaban un poquito más y no había querido aceptarlo, porque Annarieke y Benedikt se mantenían positivos y con la certeza de que se iba a recuperar, y deseaba ser como ellos y pensar lo mismo. Krisel merecía conocer a su madre también, y escuchar todas las historias que ella conocía.

«Si tan solo pudiera escucharla nuevamente...»

Sin embargo, Krisel se había ido sin previo aviso y no volvería a verla jamás. En el jardín del castillo solo había un costal de huesos gigantescos, cubiertos de plantas y musgos que todavía se negaba a creer que era lo que restaba de su princesita. No podría peinar más sus rizos dorados, ni escuchar su tierna voz cada vez que le hacía preguntas por todo. No podría darle ni siquiera el entierro que merecía.

Solo quería creer que tal vez Krisel podría conocer al fin a su madre.

Suspiró con tristeza, decidiendo dejar entrar a la persona que había pedido permiso para verle, sorprendiéndose al darse cuenta de que era el más joven de los guardias reales, y también, compañero de incursiones de su hija mayor.

El duque elevó la mirada hacia el muchacho, permaneciendo tan firme y atento como debía estarlo ante la persona que había acompañado y cuidado de Annarieke en la orden de Avra. Como padre, se lo debía.

—Su majestad, en nombre de toda la guardia real y como responsable del ataque de anoche, estoy dispuesto a aceptar cualquier castigo que usted crea conveniente. —Heinrich se presentó primero ante el duque, incluso si sentía que no era una buena idea, ni el mejor momento.

Tan solo no aguantaba más el sentimiento de culpa que cargaba por la muerte de la pequeña princesa. Había ordenado que la hirieran, y habría estado dispuesto a matarla si su compañero no lo hubiera hecho dudar tanto, y con sinceridad, no podía estar más agradecido con ello aunque jamás se lo diría.

Al escucharlo, el duque bajó la mirada, pensando que sería inútil explicarle que ya había hecho bastante por su familia. Golpeando sus dedos sobre el escritorio de forma involuntaria, pensó por un largo tiempo en cosas que Heinrich no podía notar en ese momento, ensimismado en su remordimiento.

—¿Seguirá acompañando a la princesa en sus incursiones dentro de la orden de Avra? —preguntó de repente, desconcertando al chico—. Sus responsabilidades son hacia el ducado de Giannir, en este mismo lugar, así que no tiene la obligación de cuidar de la princesa Annarieke y puede volver a sus tareas como guardia real cuando lo desee —explicó.

Heinrich no estaba seguro de entenderlo todo, pero parecía que una vez más conservaba su trabajo como guardia. Sin embargo, olvidándose por un instante de toda culpa, se precipitó un paso adelante hacia el duque hasta recordar que debía mantener su posición.

—Su majestad, mis responsabilidades son hacia el ducado de Giannir, y por supuesto, eso incluye a la familia real —afirmó, frunciendo un poco el ceño al sentir que había fallado en lo último—. Seguiré protegiendo a la princesa heredera con mi vida si es necesario, a donde sea que ella decida ir.

Con un semblante firme, pero con tristeza en sus ojos, el duque Frederick Zavet asintió ante sus palabras, creyendo en ellas.

Sabía que ante lo sucedido, cualquier otro padre habría apartado a sus hijos del peligro, pero no podía quitarles su libertad para seguir sus sueños, y creía más que nunca en Annarieke y Benedikt y en su capacidad para actuar correctamente ante cualquier circunstancia. Tan solo necesitaba asegurarse de que ante todo estarían bien, pues eran su mayor tesoro.

—Son cercanos, ¿no es así? —inquirió de repente, y Heinrich asintió con lentitud. Aunque no solía abrirse con facilidad a las personas, consideraba tanto a Annarieke como a Ludwig cercanos—. ¿Podría convencerla de que se tome descansos y nos visite más seguido? No quisiera volver a ver a mi hija de nuevo en otros tres años...

El chico lo entendió enseguida, y volvió a asentir, esta vez de manera más decidida.

—Por supuesto que sí, su majestad.

El duque movió la cabeza levemente en dirección a la puerta, señalándole que podía irse, y el guardia casi saltó en su lugar, reverenciando al hombre y retirándose de su estudio cuanto antes.

Cuando había entrado, no estaba seguro de qué diría o cómo el duque reaccionaría, pero jamás había esperado que tuvieran aquella conversación. Aunque la culpa seguía allí, muy dentro suyo, sentía que solo podía reafirmar su deber y seguir protegiendo a Annarieke.

Apenas cruzó la puerta, no se había percatado de la silueta pegada junto al umbral, hasta que su voz llamó su atención.

—No tuviste la culpa de nada. —Escuchó al príncipe con la voz apagada, y se volteó, notando que se veía muchísimo más afligido que el propio duque. Su cabello lucía desordenado y todavía no se había cambiado la ropa empapada por la lluvia.

Aunque estaba junto a la puerta, no parecía haber tenido intención alguna de escuchar. Se veía más bien como si quisiera entrar, y no terminaba de conseguir el valor para hacerlo.

Recordó que la noche anterior, antes de la aparición de la bestia, le había dicho que se sentía culpable, y no supo qué responder. Seguramente, al igual que él, en todas las horas que habían pasado solo había acumulado más dolor.

—Hiciste lo que creías correcto en ese momento. Yo mismo te dije que podías actuar y dar órdenes como fuera necesario —le recordó el rubio, sintiendo mayor su arrepentimiento. Sin embargo, prefería cargar con todo el peso posible, antes que permitir que una persona inocente se sintiera tal como él—. Además, no lo sabías. Nadie podría haberlo sabido...

Una vez más, Heinrich no supo qué responder. Aunque no quería dejar que el príncipe siguiera culpándose, podía notar que Benedikt no quería escuchar nada que le hiciera pensar lo contrario en ese momento, y tal vez él era la persona menos indicada para intentar convencerlo.

—¿Heinrich? —La voz de la princesa desconcertó a ambos, que se voltearon a verla a ella y a Mallory.

Annarieke vio primero a su hermano, y se acercó a Heinrich, notando que su amigo tampoco se veía de buen ánimo.

—¿Estás bien? —inquirió con preocupación. Sabía que podía sonar como una pregunta muy tonta, pero esperaba que lo sucedido no afectara su voluntad para seguir como caballero de Avra—. Hey, lo que dijo Ludwig esa vez... sabes que no solo aplica para mí. También puedes decir si tienes miedo o dudas y...

—Ann, estoy bien —dijo el chico, con una pequeñísima y triste sonrisa, pero conmovido por cómo incluso ante una pérdida tan grande, Annarieke seguía pensando en las personas a su alrededor—. Tal vez solo un poco... —admitió—, pero podemos hablar de eso después.

Annarieke asintió, sabiendo que le estaba indicando que primero debía ver a su padre. Miró hacia la puerta con duda y se regresó al chico.

—¿Él se veía muy triste... o enojado? ¿Seguirás en la guardia y en la orden?

Si hubiera estado de mejor humor, Herinrich habría reído. Pero solo dio un par de palmadas sobre su cabeza, recordando cuando eran casi niños y trataba de ser su instructor sin perder la paciencia en el intento.

—Creo que todavía no te vas a librar de mí, princesa boba —suspiró, y volvió a mover la cabeza, señalándole la puerta—. Descuida, ve a verlo.

Annarieke tomó aire como si lo necesitara, y exhaló profundamente, mirando a Heinrich y Mallory una vez más, sabiendo que ambos le deseaban la mejor de las suertes. Acercándose hacia la puerta, vio a su hermano cabizbajo y ensimismado en sus propios pensamientos hasta que ella bajó la cabeza, tratando de hacer que sus miradas se encontraran.

—¿Vas a venir conmigo? —preguntó ella, mordiendo su labio inferior y arqueando las cejas tímidamente, como si fuera la hermana menor que requería de su protección y no al revés. Sin embargo, el chico le correspondió la mirada y recuperó su postura.

—Claro que sí, te estaba esperando —replicó suspirando, preparándose para un momento del que ya no había marcha atrás, y tomó el pomo de la puerta.

Ninguno de los dos estaba seguro de lo que dirían o cuánto llorarían, pero ambos tenían la leve certeza de que sanar sería más fácil si escuchaban y compartían sus temores y sentimientos.

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