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XXIII: Monstruos y flores

Dentro del comedor de la cocina, se encontraba sentada y cubierta con una manta una Annarieke que hacía su mejor esfuerzo en demostrar que no temblaba, hasta que una de las sirvientas apareció a su lado, sirviéndole una taza de té y mirándola con cariño.

—Es infusión de tilo, espero que la ayude a relajarse, alteza —dijo con preocupación, y la chica asintió, dejándose llevar primero por la calidez al tocar la taza, después su aroma y finalmente su sabor.

—Lamento que esté despierta a esta hora, puede volver a dormir... —sugirió la princesa, sintiéndose un poco más tranquila luego de haber bebido media taza de té.

—Nada de eso, su alteza. Todos estamos preocupados por la señorita Krisel —suspiró la mujer con tristeza.

Mallory llegó de repente, en compañía de Ludwig, ambos con ropa más casual, y mientras el chico se sentó frente a la princesa en el comedor, la pelirroja se acercó a besar la frente de la chica y acarició sus mejillas, removiendo algunos mechones desordenados fuera de su rostro.

—¿Te sientes mejor?

—Solo un poco —respondió la rubia, cabizbaja—. ¿Qué hay de Benedikt y Heinrich?

—Benedikt está hablando por el momento con el capitán de la guardia real para buscar alrededor de la isla, y bueno, eso involucra a Heinrich —respondió Mallory, tomando asiento al lado de su amiga.

—Debería estar con ellos —decidió Annarieke a punto de levantarse de su puesto, pero Mallory la detuvo, obligándola a volver a sentarse.

—¡Anny, ya la están buscando afuera! Además, necesitas relajarte.

—¡No puedo relajarme sabiendo que mi hermana está desaparecida! Y no soporto la idea de quedarme más tiempo aquí...

—¿Qué hay de buscarla en el resto de habitaciones del palacio? —sugirió Ludwig de repente, y las dos chicas lo miraron sorprendidas, contemplando aquella idea.

Annarieke se tomó su tiempo en analizarlo, como si necesitara de todo un plan para lograrlo.

—Hay que ser muy precavidos: la gran mayoría de los invitados están pasando la noche aquí, y sería escandaloso si se enteraran de que Krisel está perdida. Todo el propósito de la fiesta de esta noche podría echarse a perder —explicó la princesa, a punto de terminar su taza de té—. Además, hay demasiadas habitaciones...

—¿Como cuántas? —inquirió el chico.

—Cuatrocientas veintiséis —replicaron Mallory y Annarieke al unísono, con una implacable seriedad que demostraba que no era ninguna broma.

—Deberíamos empezar pronto... —respondió el chico luego de un largo silencio en el que pudo aceptar que tenían bastante trabajo por delante.

—Lo sé, es solo que necesito una excusa para que los sirvientes puedan visitar a los huéspedes y buscar en las habitaciones —explicó Annarieke, con el índice sobre la comisura de sus labios, deshaciéndose de la manta.

Recibió en sus manos otra taza de infusión de tilo, y su sirvienta lucía contenta de verla más animada.

—Lo que sea que su alteza decida, estaremos a su disposición.

—¿Qué hay de un simulacro? —pensó Ludwig en voz alta.

Mientras tanto, incluso luego de haber dado sus órdenes a la guardia real, Benedikt se mantenía impaciente en el patio de entrenamiento del palacio, apenas protegiéndose de la lluvia, que no era algo que le importara en ese momento.

Heinrich apareció a su lado, y carraspeó un poco para llamar su atención.

—Su alteza, puede volver al palacio. Me aseguraré de que esté al tanto de cada novedad.

El chico asintió como si apenas le hubiera escuchado, y permanecía con la mirada baja, sobre el suelo.

—Heinrich, es mi culpa —soltó de repente, como si estuviera aprovechando que estaba en ese momento con la única persona a la que sentía que podía mostrarle su vulnerabilidad después de haber aparentado mantener la calma por tanto tiempo—. Estaba conmigo y la perdí de vista. Si algo le sucede a Krisel, es mi culpa...

Heinrich se sorprendió al escuchar al príncipe culparse por lo sucedido, y pensó en lo afligida que debía sentirse Annarieke en ese momento.

Antes de que se le ocurriera qué responder, fueron interrumpidos por Blai y Aester, que llegaron ante ellos atravesando incluso la lluvia, razón por la que la última utilizaba un impermeable para cubrirse.

—¡Príncipe! —Aester llamó la atención del chico—. Estaba buscando a la princesa pero me alegra verlo y a ti también, Heinrich —dijo la niña, tratando de recuperar el aliento luego de haber corrido y buscado tanto.

Blai a su lado pensaba que podía protegerla en cualquier momento, sosteniendo una de sus dagas escondida entre sus bolsillos, y aunque ya lo había visto un par de veces aquellos días, entendía en ese momento que aquel era el chico de las advertencias de Annarieke y Mallory, y que no podía arriesgarse a que viera las reliquias que tenía, por lo que las dejó guardadas por precaución.

—Es la bruja oscura —explicó Aester—. Está aquí, y sé que algo horrible va a suceder...

—¿La bruja oscura? —preguntó Benedikt, con expresión confundida.

—¿Odyle Ruenom? —terció Heinrich, y los dos niños asintieron—. ¿Ustedes dos la vieron?

Los niños esta vez negaron con la cabeza, notando que Heinrich y Benedikt estaban a la espera de una explicación a lo que afirmaban.

—La lluvia se lo dijo —se adelantó Blai, sintiendo que allí se había terminado todo y que no les creerían. No obstante, Aester mantuvo una expresión de súplica, juntando sus manos, y aunque resultó muy difícil de creer, el príncipe se volvió hacia el guardia y caballero de Avra.

—Buscaré a mi hermana y a su compañero. Ustedes dos —se dirigió a los niños— vayan al salón del palacio —ordenó el chico, empezando a caminar de regreso a la entrada del castillo.

—¡Su alteza, le acompaño! —decidió Heinrich, pensando en que lo mejor sería reunirse con sus compañeros para decidir cómo buscarían a Odyle.

Sin embargo, apenas se habían reunido en el salón ya vacío, a punto de discutir lo que harían, el ruido de algunos robles del bosque cayendo en las afueras del castillo los detuvo, y antes de que pudieran asomarse a una de las ventanas, el siguiente sonido fue mucho más familiar para los caballeros de Avra:

Un llanto fuerte y aterrador que parecía hacer coro con cien voces más, todas agudas.

Annarieke agradeció en su mente haber recuperado su deseo de enfrentarse al mundo si era necesario, porque minutos atrás seguramente se habría desmayado. Sin embargo, en ese momento solo sentía rabia, y no permitiría que ninguna bestia lastimara a su hermanita.

Sostenía entre sus manos la gema de su collar, como si no pudiera esperar más la hora de derrotar aquella bestia, y encontrar al fin a Odyle y darle el encierro que merecía, ya que se había atrevido a acercarse tanto. No obstante, al no saber todavía dónde podía encontrarse Krisel, dudó.

—Ann, puedes quedarte a buscar a la princesa Krisel dentro del castillo. Ludwig y yo podemos encargarnos de la bestia —propuso Heinrich, y Annarieke por un segundo no supo qué responder, porque aunque le parecía una buena idea, no se imaginaba dejar a sus compañeros atrás.

—Además, tienen a toda la guardia real acompañándolos. Heinrich puede dar las órdenes como crea necesario. —Benedikt apoyó la idea, y aunque su hermana todavía dudaba, terminó por asentir, cabizbaja.

—Está bien. Buena suerte, chicos —suspiró, despidiéndose de ellos para reanudar su búsqueda.

—Buena suerte, Ann —le deseó Ludwig, antes de irse con su compañero.

Annarieke quiso arrepentirse e ir con ellos, pero se quedó en su lugar sabiendo que era lo mejor. Además, tenía más cosas que resolver en ese momento.

—Benedikt, quédate con papá y los invitados y distráelos como puedas. Al menos ya no tengo que inventar una excusa para un simulacro a las tres de la mañana... —pensó en voz alta, y su hermano asintió. Luego, tomó las manos de su padre, y terminó abrazándolo con fuerza—. Te prometo que encontraré a Krisel —dijo, y aunque el duque estaba tan nervioso como sus hijos pensando en dónde podría estar su princesa más pequeña, le enorgullecía ver cómo Annarieke y Benedikt trataban de mantenerlo todo en orden solos.

—Sé que lo harás —respondió él, mirándola con cariño y revolviendo su cabello.

Annarieke se separó, suspirando, y miró a Blai y a Aester.

—Ni una sola palabra respecto a lo que está pasando —pidió, y ambos asintieron también.

Volvió a buscar la mano de Mallory, y la miró a los ojos con súplica. Como antes había pedido la compañía de su hermano, ahora la necesitaba a ella.

—Tengo que tocar la campana —decidió.

Para Mallory era impresionante ver cómo Annarieke se había repuesto y mantenía la energía usual que en sus misiones como caballera de Avra, al punto en que se le hacía casi imposible seguirle el paso al correr las escaleras de una de las torres del castillo, en busca de la campana.

Sabía que una vez que consiguiera tocarla, sería más fácil conseguir que los invitados salieran de sus habitaciones y buscar con la ayuda de los sirvientes cualquier rastro de Krisel.

Mientras, a Ludwig y Heinrich no les costó mucho dar con la bestia, e incluso varios de los guardias reales también estaban reunidos alrededor del jardín, a una distancia bastante considerable del ser. Parecía que más bien les esperaban a ellos dos, que en definitiva tenían mayor experiencia con bestias.

El monstruo se mantenía a la defensiva al notar a los guardias, y por la forma en que miraba hacia el castillo, parecía que este era su verdadero objetivo.

—No va a poder avanzar más de aquí —dijo Heinrich, observando el comportamiento de la bestia—. El castillo está protegido con magia que ahuyenta a las bestias, así que aquí la enfrentaremos.

Ludwig asintió, sin dejar de observar también al monstruoso ser, sintiendo una mezcla de temor y repulsión.

Llegaba apenas a los dos metros y medio a pesar de que trataba de mantenerse sobre ambas piernas traseras, y su piel lucía como si hubiera sido totalmente quemada y arrancada, siendo que en algunas partes se veían sus huesos, como si ya entrara en estado de descomposición. También, en medio de sus heridas, habían crecido algunas flores y musgos. A pesar de su apariencia grotesca, conservaba cierta belleza, sobre todo en sus ojos, cuyo color no podía distinguir a causa de la noche, pero que empezaba a sentirlos familiares.

En ese instante, los desconcertó el sonido de la campana del castillo repicando, y luego, la bestia aulló una vez más, sonando como el lamento de cien almas heridas.

Era señal más que suficiente para recordar el trabajo que tenían que hacer, puesto que Annarieke ya estaba cumpliendo con el suyo.

Al terminar de tocar la campana, Annarieke respiró profundamente, y deseó suerte a sus compañeros una vez más. Luego, volteó hacia Mallory, mirándola con decisión, como si les tocara ahora la parte más complicada.

Bajó hacia el piso de los cuartos de huéspedes, donde los sirvientes ya hacían su trabajo, conduciéndolos hacia el salón principal y explicando que una bestia quería atacar el castillo.

—¡Por todos los Espíritus! —exclamó asustada una mujer mayor a la que Annarieke condujo hacia las escaleras con especial cuidado, volteando hacia los sirvientes e indicándoles que podían entrar a buscar en las habitaciones ya desocupadas—. Menos mal tenemos a toda una caballera de Avra aquí para cuidarnos. Pequeña, ¿no deberías estar afuera? —preguntó atemorizada, y Annarieke negó con la cabeza, sonriendo con amabilidad.

—Primero debo asegurarme de que todos nuestros invitados estén a salvo; mis compañeros y la guardia real ya se están encargando de la bestia —aseguró, tratando de demostrar una confianza inquebrantable, como si hace poco no hubiera sido vencida por el llanto ante la idea de no encontrar a Krisel—. No pierda la calma. Es imposible que se acerque al castillo, de todas formas.

Cuando Annarieke regresó hacia el pasillo de las habitaciones junto a Mallory, uno de los sirvientes se acercó hacia ellas, negando con la cabeza y mostrando una expresión de decepción.

La princesa respiró profundo, tratando de mantener la calma, y miró a la bruja.

—No vamos a rendirnos —murmuró, un poco temblorosa.

Mallory tomó sus manos entre las suyas para dejar un dulce beso sobre estas, y mirarla con cariño.

—Esa es mi chica.

Decidieron subir al piso en el que se encontraba la biblioteca y todos los salones de artes, escogiendo primero el salón de dibujo al recordar que se trataba de la clase favorita de Krisel. Sin embargo, sin éxito la abandonaron y pensaron en ir hacia el ala oeste, donde se encontraba uno de los invernaderos del castillo, pasando por el enorme salón de biblioteca, que por aquel instante Annarieke notó que se encontraba entreabierto, chillando ante la menor corriente de aire, como si quisiera llamar su atención.

Cruzó miradas con Mallory, antes de decidir tomar la delantera y empujar las puertas para abrirlas. Caminó muy despacio a través de la gran habitación, en dirección a una mesa entre varios sofás con un tablero de ajedrez, iluminándose con la luz de su collar de caballera de Avra.

Mallory le seguía detrás, y al llegar hacia la mesa, observaron en medio del tablero al cadáver de un gorrión molinero ensangrentado, causando una reacción inmediata de escalofríos en ambas chicas, como si la señal fuera bastante clara.

Ni siquiera se atrevieron a continuar buscando dentro del lugar. Annarieke salió de inmediato, apretando con fuerza la mano de la bruja, y cerró las puertas de la biblioteca con un gran jalón.

Se apoyó sobre la madera, y mantenía el dorso de su mano sobre sus labios. Mallory notó que no estaba asustada: mantenía el ceño fruncido y la mandíbula apretada, y la mano con la que sostenía su collar aplicaba mayor fuerza con cada segundo que pasaba.

Al igual que ella, estaba segura de que no era una simple coincidencia, y se trataba de una amenaza.

—Anny...

—Toda la guardia real está afuera, y esa bruja está aquí —masculló Annarieke, desesperada al no saber cuál sería su siguiente movimiento, pero temía no ser capaz de proteger a su familia por estar buscando en el lugar incorrecto—. Mallory, no podemos perder más tiempo...

La bruja se mantuvo pensativa bajo el mismo dilema. No podían permitirse separar sus caminos ahora que tenían una idea de lo peligroso que podía ser, pero decidió que debían darse una oportunidad más de seguir buscando.

—Solo está jugando contigo, no permitas que te afecte —reclamó Mallory, hasta que de repente las dos chicas vieron caminar frente a ellas al gato naranja de Krisel, y este se detuvo ante la puerta de la biblioteca, empezando a arañarla.

—¡Señor Fritz! —exclamó Annarieke, agachándose hacia el felino, tratando de obtener su atención—. Si hay alguien que puede encontrarla, eres tú, Fritz. Por favor, ella te ama más que a nada en el mundo —rogó, esperando a que el animal entendiera sus palabras, y por un instante sintió cómo se despedía del último vestigio de su cordura.

Sin embargo, el gato regresó a la puerta, volviendo a rasguñarla, y sin más que perder, la chica abrió las puertas una vez más y el animal se dirigió rápidamente hacia la ventana, alzándose sobre sus patas traseras como si quisiera alcanzarla.

Annarieke miró a Mallory, quien se encogió de hombros y decidieron seguir al gato hacia la ventana en dirección al jardín, donde pudieron observar a la bestia y escuchar de lejos uno de sus gritos.

—No creo que el Señor Fritz nos ayude bastante ahora... —murmuró Mallory, pero entendía que su amiga quería hacer uso de todas sus opciones.

No obstante, Annarieke no pronunció palabra alguna, ya que un maullido lastimero se unió al sonido de los rasguños que el Señor Fritz le estaba dando al alféizar de la ventana. Ella volteó a mirarlo, sintiendo que el mundo se caía a su alrededor cuando se dio cuenta de que parecía que quería llegar a alguien que estaba del otro lado de la ventana.

Le dio la espalda a lo que estaba sucediendo afuera, llevándose una mano hacia el pecho, tratando de controlar su respiración y negándose a creer lo que su mente ya había comprendido.

—Anny...

En ese momento, en medio de la oscuridad, Mallory pudo notar las lágrimas que se desbordaban de los ojos de la princesa, que solo observaba en dirección al tablero de ajedrez, como si al fin entendiera la amenaza.

Más aún, trataba de digerir la idea de que había llegado tarde de nuevo. Y sentía que no podría perdonárselo jamás.

Con cada segundo que transcurría, podía sentir con claridad su corazón romperse, y solo era cuestión de tiempo para explotar en llanto.

—Mallory, dime que puedes revertirlo... —pidió, todavía entendible, pero la bruja en ese momento apenas parecía empezar a entenderlo todo—. ¡Dime que existe una forma! ¡Dime que no es tarde aún!

Mallory se mantuvo con los labios entreabiertos, sin saber qué decir, pues todavía trataba de asimilarlo.

—Anny, sabes que no... —Se detuvo al ni siquiera se encontrarse capaz de terminar de pronunciarlo.

Cada vez más rota, Annarieke solo supo que llorar no resolvería nada en ese momento y todo lo que podía hacer, era tratar de llegar antes de que fuera más tarde.

Salió de la biblioteca y bajó todas las escaleras, dispuesta a llegar cuanto antes al jardín. Mallory trató de seguirla mientras cargaba al Señor Fritz en sus brazos, pero sus propios miedos empezaban a apoderarse de ella en el camino, y su mayor temor era perder a Annarieke en ese instante y no poder hacer nada para detenerlo.

Muy cerca, en el segundo piso de la biblioteca, la bruja oscura encendió una vela para iluminar un poco el ambiente, segura de que la princesa y su amiga estaban lejos.

Con una expresión de aburrimiento, mantuvo la mirada sobre la ventana que reflejaba los jardines del palacio, y apretó los labios al percatarse de que su más reciente mariposa no actuaba bajo sus propios instintos. No obstante, agradecía haber visto cómo le daba a la princesa la mayor sorpresa.

—Ha rechazado todo el alimento que le ha dado, su excelencia. No tardará en morir a este paso —declaró con un suspiro, observando hipnotizada la pequeña flama sobre la vela, deseando extinguirla entre sus dedos si tan solo no la necesitara—. No quiere que eso le suceda, ¿o sí? —inquirió en un fingido tono de inocencia, volteándose hacia el hombre que se veía espantado y enfermo, con varias gotas de sudor cubriendo su rostro sin importar cuánto se limpiara con su pañuelo.

—¿Va a dejarme en paz ahora? —preguntó el conde con súplica, pero a pesar de sus palabras y de verse tan atormentado, encontraba cierta calma al ver los ojos traviesos de la bruja, incluso cuando ella negaba con la cabeza.

—Todavía le necesito. Usted es mi boleto de salida de este horrible castillo, y parte de algo mucho más grande —explicó Odyle, pero el conde reaccionó sobresaltado, a punto de llorar.

Se arrodilló ante ella, tomando parte de la tela de su vestido.

—¿Q-qué es lo que quieres? Te lo daré todo, solo déjame... —rogó entre balbuceos, y más que conseguir que la bruja se apiadara de él, solo logró que ella bufara con hastío y rodara los ojos.

Lo apartó de su ropa y dio vuelta, persiguiendo a una enorme babosa que se arrastraba en el suelo, hasta atraparla entre sus manos y volver hacia el hombre.

—Abra la boca, su excelencia —ordenó, mirándolo con frialdad. No iba a pasar por el mismo inconveniente una segunda vez en la noche, y para su suerte, el conde Wagner obedeció y ella introdujo el molusco y lo obligó a tragárselo en su totalidad—. Los hombres tienen que callar —susurró, dando un par de golpecitos sobre sus labios con su índice.

Al instante, todos los llantos y quejidos del hombre eran silenciados, y con una pequeña sonrisa, la bruja volvía la vista hacia la ventana, preguntándose si su mariposa todavía rechazaba alimentarse.

Y de hecho, la bestia apenas usaba su propio cuerpo para defenderse de los ataques, alejando las flechas y lanzas como podía, sin parar de sollozar, siendo su llanto cada vez más insoportable.

En aquel punto, Ludwig estaba más que seguro de una cosa, pero Heinrich se negaba a admitirlo porque si lo hacía, sería incapaz de continuar atacando.

Ya lo había dicho antes, pero si el proceso que convertía a los humanos en bestias no tenía reversión, la decisión era muy obvia, y era por ello que se obligaba a continuar su trabajo.

—Ni siquiera nos ataca —observó Ludwig, luego de lanzar una flecha que erró a propósito, y bajar la posición de su arco.

—No importa, le prometimos a Ann que terminaríamos con esto —decidió el pelinegro, sacudiendo de su mandoble las gotas de lluvia y adelantándose más hacia la bestia.

—¡Heinrich, ¿no quieres saber de quién se trata?! —insistió su compañero, y el mayor se detuvo y volteó hacia él.

—No. Preferiría no saberlo nunca —aseguró con seriedad—. ¿Acaso piensas retirarte? La guardia real y yo podemos terminar esto sin tu ayuda.

Por un instante, Ludwig se sintió molesto por la forma en que su compañero lo provocaba para hacer que actuara más en sus enfrentamientos con las bestias, y no tenía que seguir explicándole por qué no quería continuar.

Decidió dejarse llevar por lo que su propio instinto le dictaba, y bajó su arma, tomando su propio collar de caballero de Avra e invocó una luz muy fuerte y dorada, acercándose hacia la criatura. Notó que esta ni siquiera se inmutaba ante la luz, y aunque se acercaba, no reaccionaba de forma violenta.

Tal vez era el reflejo de la luz contra sus ojos la razón por la que los veía dorados. Tal vez solo estaba demasiado cansado y nervioso por todo lo que estaba pasando.

Lo cierto era que estaba más seguro que nunca de que aquella criatura había sido humana, y por ello no era capaz de atacarle, y no iba en contra de su juramento de caballería.

—De verdad lo siento... —murmuró hacia la criatura, antes de darle la espalda y sentir cada gota de lluvia sobre su cuerpo y la sensación de la ropa húmeda pegándose a su cuerpo. Quería irse de allí cuanto antes—. Todo tuyo, Heinrich. —Le dio un par de palmadas sobre su hombro, en señal de despedida, pero el mayor volteó hacia él, sorprendido.

—¿¡Es en serio, Stradt!?

—No pienso seguir con esto sabiendo la verdad, y espero que conociéndola, realmente puedas llevar a todos esos hombres a hacer lo que estás por hacer —declaró el chico con expresión de derrota.

—¿¡De verdad te parece que quiero hacer esto!? —vociferó el pelinegro, frunciendo el ceño y apretando más el mango de su espada, hasta decidir que podía continuar. Maldijo la situación en sus adentros, porque sabía bien que si se tratara de una bestia normal, no habrían tenido tanto tiempo para reflexionar sin hacer nada frente a ella, y eso solo le daba mayor razón a su compañero—. De acuerdo, haz lo que quieras.

El resto de guardias a su alrededor observaban al muchacho castaño retirarse, bastante sorprendidos. Del escaso conocimiento que tenían acerca de la orden de Avra, sabían que sus caballeros habían jurado no retroceder jamás durante la batalla.

—¿Él puede hacer eso? —inquirió el capitán de la guardia real hacia Heinrich, y él se encogió de hombros, tratando de restarle importancia.

—Por ahora sí —respondió, sin dejar de observar a la bestia chillar una vez más—. La bestia se niega a atacar, debemos aprovechar este momento ahora o nunca.

El capitán asintió, y con un movimiento de su mano, ordenó al resto de guardias que se prepararan para apuntar hacia la criatura.

Bajo la lluvia, el cielo resplandeció por un fugaz instante, iluminando el cuerpo de la criatura, y en el momento en el que el capitán dio la orden de disparo, Heinrich no pudo hacer nada para detenerlo, viendo a la bestia chillar ante el ataque, y posteriormente cubrir sus ojos con sus patas delanteras, haciéndose ovillo en el suelo como si solo estuviera muy asustada y adolorida.

Inmediatamente, el caballero de Avra pidió detenerse a sus compañeros, y se acercó con pasos lentos hacia la bestia. Ludwig tenía razón: podía continuar su tarea conociendo la verdad, pero no podía engañar al resto de la guardia real y ensuciar sus manos también.

—Yo me encargaré de la bestia —decidió, odiándose al notar que su voz temblaba, y la mano con la que sostenía su mandoble también. Odiaba sentirse tan inseguro en ese momento. Odiaba que Ludwig, siendo menor que él, tuviera sus convicciones más claras, y en cambio lo único que él tenía seguro, era que haría lo que fuera necesario por mantener a salvo a la familia real.

Tal vez solo eso era más que suficiente para justificar lo que haría...

Annarieke llegó hacia los jardines del palacio, viendo a Ludwig y corrió hacia él, sosteniéndolo de los hombros.

—¿Qué sucedió con la bestia? —preguntó, sintiendo que su corazón escaparía de su pecho en cualquier momento.

—Lo siento, Ann. Me rehúso a hacerlo —explicó el chico, y su compañera negó con la cabeza, indicándole que había hecho bien, y no parecía molesta al respecto. Eso solo le hacía dudar más—. ¿Encontraste a la princesa Krisel...?

Notó que su amiga miraba detrás de él, en dirección hacia donde debía estar la bestia y la guardia real, al borde de la desilusión, como si estuviera a punto de derrumbarse en el suelo, y solo hacía un esfuerzo por mantenerse en pie hasta llegar al punto de encuentro con Heinrich.

—Maldita sea... —musitó Ludwig al darse cuenta—. Hay que detener a Heinrich ahora mismo.

Ambos corrieron sin detenerse hasta encontrar a un Heinrich que hacía lo posible por mantener quieto su mandoble aunque lo sostuviera con ambas manos, y ser capaz de subirse sobre la bestia y darle su final, pero parecía que esperaba por una señal para no hacerlo.

—¡Heinrich, detente! —Escuchó la voz de la princesa, y en ese momento soltó su arma, dejándola caer sobre el césped húmedo.

Retrocedió algunos pasos, y como si hubiera contenido la respiración por un largo tiempo, tomó varias bocanadas de aire, y al llevarse una mano por su rostro, no supo si había llorado, o era solo la lluvia.

Más sorprendente fue ver a Annarieke abrazar a la bestia, acariciando cada una de sus heridas mientras finalmente rompía en llanto.

Miró hacia el capitán de la guardia real y el resto de sus compañeros, y maldijo en su mente, pensando en todo lo que tendrían que explicar.

—Ya estoy aquí, estoy contigo... —susurró Annarieke a la bestia, sollozando con ella—. Por favor, perdóname, Krisel, jamás te dejaré sola...

Heinrich no podía entenderlo, pero agradecía haber sido detenido a tiempo, aunque no disminuía la culpa.

Incluso en medio de la noche era capaz de notar que la bestia estaba muy herida, y la sangre no dejaba de emanar de sus cortes. Él solo había pensado en darle el golpe final y no había sido capaz.

Volvió a odiarse por no haber escuchado antes a su compañero, o a la parte de él que sabía lo mala que era la situación.

Entonces, Mallory también llegó en compañía del príncipe, quien observó la escena bastante confundido, y muy dentro de sí mismo anhelaba creer que no era cierto, y que solo se trataba de una broma de muy mal gusto.

No obstante, si esa era en verdad la última oportunidad que tendría de abrazar a Krisel y decirle cuánto la quería, no iba a desperdiciarla.

Se acercó a Annarieke, y con su ayuda, trató de remover sus garras delanteras fuera del rostro de lo que quedaba de su hermanita, abrazando su cabeza, mientras admiraba las flores que brotaban a través de sus heridas, y percatándose de que con cada segundo su piel se consumía más. Incluso podía sentir sus latidos cada vez más débiles. Era seguro que no le quedaba bastante tiempo.

Quería decir algo, pero el gran nudo que se formaba en su garganta se lo impedía, y solo cerró sus ojos con fuerza y se abrazó más contra la criatura.

—Perdóname por no ser el hermano mayor que debía protegerte... —musitó, y Annarieke podía sentir su corazón terminar de romperse con esas palabras, carcomida por la culpa tanto como él.

—Siempre... siempre vas a ser la princesa más hermosa —balbuceó Annarieke, observando los ojos de la criatura, sin dejar de acariciar su cabeza. Se volteó hacia sus compañeros, con una mirada de súplica que no podía demostrar más lo rota que estaba—. ¿Puedo... podríamos tener este momento? —pidió, y Heinrich con una mirada fría le indicó al resto de guardias reales que rompieran posiciones y se alejaran hacia el castillo, mientras que Mallory y Ludwig asintieron, y junto con el mayor de los caballeros de Avra, decidieron volver también con el duque.

El cielo era de un color más azulado, y aunque no se habían percatado, la lluvia empezaba a detenerse.

La princesa aclaró un poco su voz, tratando de sonar lo más limpia posible, incluso cuando todavía le quedaban lágrimas por llorar, y sin dejar de abrazar a la criatura, empezó a entonar:

—Bajo el manto de la noche,

Kl'reth, Yaghoudrar y Khiorvorh,

a su hogar en la segunda luna regresaron.

Ma'aer, con el alma rota, en las profundidades se escondió,

no sin antes llevarse consigo a la desleal princesa.

Benedikt reconoció enseguida el canto, y carraspeó un poco para continuar la siguiente estrofa:

—Pthondes a Beltz, el traidor, castigó.

Junto a Az'thidhul y Nurr'vhirc se ocultó,

y desde las sombras de los renegados reinaron.

Y Nesserth, el Señor de todo, cayó

y bajo un indefinido letargo se sumió.

Los dos suspiraron con profunda tristeza al ver a la bestia cerrar sus ojos y exhalar sus últimos respiros, y decidieron seguir juntos la estrofa final.

—Y ante todas las estrellas Nesserth juró,

que sus herederos traerían caos y destrucción.

Y si alguna vez, de su eterno soñar escapaba,

Terravent en piezas colapsaría...

Ambos mellizos se quedaron allí, sin intención de abandonar el lugar, incluso cuando sabían que la bestia había muerto, y poco a poco su carne era consumida por más flores, setas y musgos.

Al alejarse a una cortísima distancia, podía notarse en los ojos de ambos cómo habían perdido una pieza en sus corazones que jamás sería reemplazada.

—Descansa, Krisel. 

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