XXI: El baile del fin del ciclo (Pt. II)
Los invitados se habían reunido en el salón de baile, y Annarieke había salido de su habitación, buscando con la mirada a Mallory sin saber si todavía debía esperarla. Para su suerte, el vestido plateado que Krisel hizo para ella le quedaba a la perfección. Adornado con pedrería y encajes, y una fina capa de tul que llegaba hasta el suelo, evocaba la esencia del mismo ciclo de sgrior.
También, había escogido los zapatos más bajos que tenía, y en su mano llevaba una tiara con cristales y diamantes, mientras que en su cabello todavía lucía el listón rosa que siempre usaba.
Se encontró con Blai, que lucía un poco incómodo con su traje, y su cara indicaba que por mucho que le animara la idea de comer bocadillos, no se atrevería a bajar a la fiesta.
—¡Blai! —Annarieke llamó su atención, yendo hacia él, y apreciando cómo se veía con el vestuario que era similar al que usaban los guardias reales—. Hey, no te ves nada mal. Podrías ser incluso un gran guardia real... —rio, a pesar de que en parte, lo decía en serio.
Como era de esperarse, al niño no le había hecho ni la menor gracia la broma. Además, podía notar que estar en un país tan lejano y distinto del suyo, solo le hacía extrañarlo más, y no podía culparlo cuando a ella también le había costado acostumbrarse a Orevia.
—Espero que tú y Aester disfruten de la fiesta. Por favor no temas bajar por bocadillos —decidió despedirse, en busca de Mallory.
—Gracias, pero creo que aquí me quedo... —murmuró el niño, observando desde el balcón del pasillo a los invitados.
Annarieke estaba al pie de la escalera, a punto de bajar, pero Mallory la detuvo, sosteniendo su mano y respirando un poco agitada, como si hubiera corrido para tratar de alcanzarla.
Sin embargo, ante Annarieke, la bruja lucía perfecta, al punto en que no podía dejar de mirarla dejando escapar una exclamación de asombro. Acarició la mejilla de la pelirroja, admirando la forma en la que había recogido su cabello, con una trenza alrededor de su cabeza y apenas sobresalían unas cuantas ondas rojizas delante de sus orejas.
Su vestido era de un color rosa muy suave, cubierto con tul y encaje de flores en un corte evasé que se extendía hasta el suelo.
—Mallory, te ves bellísima... —murmuró Annarieke en cuanto fue capaz de recuperar el habla, todavía sin dejar de mirarla.
Parte de ella no podía esperar a llevarla al salón de baile para que todos los invitados la observaran, y supieran que durante toda la noche solo bailaría con ella... pero también se le antojaba bastante la idea de entrar a alguna de las habitaciones para quitarle aquel vestido.
Solo la desconcertó la misma Mallory, que sonriendo dulcemente, mientras sus mejillas se decoraban de rubor, acercó su mano hacia su cabello, quitándole el listón rosa, y tomando la tiara que aún sostenía para colocarla sobre su cabeza.
Annarieke entreabrió los labios, confundida, pero la bruja la calmó, poniendo el listón sobre sus manos y aprovechando que usaba zapatos lo suficientemente altos, juntó su frente con la suya.
—Está bien —declaró la pelirroja en un murmullo, mirándola con ternura—. Estás conmigo ahora, ¿no?
La caballera asintió, un poco más segura, pero hipnotizada con solamente verla.
Entonces la bruja se acercó, todavía sosteniendo sus manos y entrelazando sus dedos. Sus labios estaban tan cerca de los suyos, que si no fuera porque se sentía congelada ante su presencia, ya los habría besado.
—Por cierto —dijo la bruja en un tono más grave—, tú estás muchísimo más hermosa —aseguró, impulsándose para robarle un pequeño beso—. ¿Bailarías por toda la noche conmigo, princesa Annarieke Zavet?
La rubia volvió a asentir, dejándose guiar por ella, pero en el momento en que empezaron a bajar las escaleras con prisa, pudo reaccionar finalmente.
—¡Espera! ¡Se suponía que yo debía decir eso! —se quejó, escuchando en respuesta a Mallory reír una vez más.
Por fortuna, al llegar al centro del salón de baile, Annarieke pudo recuperar su oportunidad. Primero hizo una reverencia, saludando a los invitados, y finalmente se dirigió hacia Mallory, extendiéndole su mano y mirándola con ternura.
—Mallory Amarose, ¿serías mi princesa por esta noche y todas las que existan? —preguntó, como si tuviera solo ojos para ella y nada más en medio de un salón donde la belleza y el lujo desbordaba.
Sin embargo, Mallory sí podía sentir las conmovidas miradas de los invitados —la mayoría de ellos, nobles o empresarios muy importantes del país— sobre ellas, y sus mejillas no tardaron en ruborizarse, al tiempo en que asentía con seguridad, reverenciando a la princesa y aceptando su mano.
A diferencia de Annarieke y Benedikt, y a pesar de su propia naturaleza mágica, no creía demasiado en cuentos, al menos, en los más fantasiosos. No obstante, podría jurar que en ese momento estaba viviendo su propio cuento de fantasía.
En cuanto Annarieke la tomó de su cintura, no pudo evitar soltar un pequeño jadeo, sorprendida, y entonces, el primer vals de la noche empezó a sonar.
Sabía por excelencia que Annarieke era muy buena bailarina, y si no lo pensaba demasiado y solo se concentraba en sus dorados ojos, podía dejarse llevar y seguir su ritmo con facilidad. Era la única luz que podía seguir ciegamente. Sin importar las vueltas y saltos, quería regresar a mirarla solo a ella, y Annarieke tampoco podía dejar de verla.
Esperó a que el tono del vals bajara un poco para aprovechar y acercar más la cintura de la bruja hacia la suya, y mantenerla cerca el tiempo que le fuera posible.
—No sabes cuánto he soñado con este día, Mallory... —murmuró de repente, dándole una vuelta, y en el momento en que regresó a estar frente a ella, la bruja puso sus brazos sobre sus hombros, acercándose un poco más.
—Pensaba que solo yo lo estaba soñando —respondió, un poco tímida. No sabía qué tan en contra del protocolo real sería si terminara besándola, pero parecía que a la princesa no le molestaba nada la idea—. Y si fuera un sueño, ¿no me despertarías, verdad?
—Si fuera un sueño —dijo Annarieke—, me aseguraría al despertar de volverlo realidad —juntó su frente contra la suya, acariciando su rostro y mirándola con cariño—. Te amo bastante, Mallory.
Apenas la bruja había sentido sus labios contra los suyos un par de segundos, pero fue más que suficiente para saber que era real. Que todas las mariposas en su estómago se debían a ella y a que ese momento de verdad estaba sucediendo.
—¿Ah, sí? Porque yo te amo más —rio ella, un poco nerviosa, pero tratando de mantener su habitual actitud.
—No creo que debamos discutirlo aquí... —replicó la princesa con una sonrisa, un poco más bajo.
Todos los invitados admiraban durante el primer baile a la princesa y su compañera, y era algo con lo que Blai y Aester estaban más que agradecidos, porque era la oportunidad perfecta para bajar a tomar todos los bocadillos que pudiesen.
Al acercarse a la mesa, tomaron un plato cada uno, y miraron con la boca abierta la inmensa variedad de dulces. Antes de terminar babeando, decidieron poner en sus platos todo lo que podía entrar, escogiendo un dulce de cada tipo.
Aester escogía macarrones de todos los colores que veía, y añadía galletas en forma de media luna, bolitas de albaricoque y una porción de tarta de chocolate, en tanto Blai se llevaba rodajas de manzana fritas, bolitas de pan con gulash y tocino, brioches con marmoleado, y una porción de soufflé de vainilla, agregando una salsa de frambuesas encima. También miraba con curiosidad las copas de champagne, ubicadas en forma de pirámide, y pensó mucho en tomar a escondidas una de las copas más cercanas.
—¡Blai, ven! —lo llamó Aester, y por su mirada, parecía que lo regañaba.
Blai miró las copas por última vez, antes de subir las escaleras con ella, quedándose nuevamente en el balcón del pasillo y viendo a la princesa y a la bruja ser las principales protagonistas de aquella fiesta.
Los grandes ojos azules de Aester observaban con encanto el vals, como si anhelara algún día poder vivir algo así. No solamente un gran baile, pero tal vez llegar a mirar a alguien de la misma forma en que Annarieke y Mallory se miraban, y ser tan correspondida.
—Ambas se ven muy hermosas, ¿no crees? —suspiró sin dejar de verlas, pero al voltear hacia Blai, notó que este mantenía una expresión de indiferencia, y se encogía de hombros mientras comía uno de sus brioches.
—Creo que tú te ves mucho mejor... —respondió el chico después de tragar.
Por un instante, lamentó lo que había dicho, y en respuesta, Aester sonrió con dulzura, a la vez que unía sus manos con emoción. Sus mejillas también se habían sonrojado un poquito, mientras miraba a su amigo.
—¿De verdad crees eso? —inquirió. No se sentía capaz de unirse al vals, y mucho menos sin un acompañante, pero le parecía una pena no exhibir un traje tan bonito que posiblemente no volvería a usar jamás. Al menos la persona que más le importaba allí y en quien sabía que podía confiar, la estaba observando.
Blai asintió, volviendo a dar un mordisco a su dulce para evitar hablar, y decidió extenderle uno a su amiga.
—¿Quieres probar? —preguntó, y la niña aceptó, empezando a comer también sus dulces.
En poco tiempo Jan los encontró y se unió a ellos, y le ofrecieron sus porciones de pastel.
Krisel habría deseado unirseles por un rato también, pero en su lugar, se mantenía junto a su hermano, ambos espectadores del momento de su hermana mayor, aunque por aquel instante, Benedikt se encontraba un poco distraído, observando a uno de los guardias reales casi al otro extremo del salón. Estaba demasiado lejos, y no era como si se atreviera a pedirlo, de todas formas.
Se encontraba tan ensimismado en sus pensamientos que ni siquiera recordó en qué momento uno de los sirvientes le había ofrecido la copa de champagne que ahora tenía. Sintió a su hermanita apretar su mano, llamando su atención.
—¿Por qué no solo lo invitas? Eres el príncipe, no podrá decirte que no —dijo la niña, encogiéndose de hombros.
—¿Soy tan obvio? —rio Benedikt, pero deseaba en el fondo no serlo. Eso solo le confirmaría que en realidad, Heinrich no tenía interés en él.
—Solo un poquito —admitió Krisel, antes de mirar al guardia—. No le perdono que nos haya quitado a Ann por tres años, pero si a ti te gusta, está bien.
Su hermano no supo cómo explicarle que en realidad eso había sido su culpa, pero agradecía su aprobación.
—¿No prefieres que bailemos los dos? —decidió cambiar de tema, extendiendo su mano hacia ella.
No obstante, la niña negó con seguridad.
—Prometí que bailaría con una sola persona —explicó, aunque todavía no encontraba a Ludwig en el salón y temía que el chico no se presentara aunque sea para disculparse con ella.
—Pensé que al ser el príncipe, nadie podría decirme que no —rio el mayor.
—Yo también soy una princesa —replicó Krisel con diversión, y de repente los dos voltearon hacia el chico que esperaba un poco tímido frente a ellos.
Ludwig tenía algunas nociones de etiqueta, pero ni siquiera recordaba alguna película que mostrara cómo podía invitar debidamente a bailar a una princesa.
Aun así, extendió su mano hacia Krisel, luciendo un poco nervioso.
—No creyó que faltaría a mi promesa, ¿verdad, su alteza?
Pero Krisel no parecía tomar demasiado en cuenta la etiqueta, pues chilló de alegría a la vez que se lanzaba a abrazar el brazo del chico.
—¡Por supuesto que no dudaría de ti jamás, Ludwig!
La niña no perdió tiempo en jalarlo hacia el centro del salón, agradeciendo en su mente su propia elección de zapatos con plataformas que la ayudarían a no entorpecer el baile con el caballero de Avra.
Afortunadamente, ambos pudieron acoplarse al lento ritmo de su vals, tan solo sosteniéndose sus manos, y aunque la pequeña princesa no podía dejar de observar al muchacho con ilusión, este, con el rubor cubriendo su rostro, más se preocupaba por que el baile saliera perfecto y no decepcionar a la niña.
Al finalizar la pieza, Krisel soltó sus manos, y con una reverencia, se separó, en señal de despedida.
—Sé que no quieres seguir haciendo esto —dijo la niña, y a pesar de sus palabras, se veía bastante sonriente e incluso, sonrojada—. Este vals fue más que suficiente, ¡jamás olvidaré esta noche, Ludwig!
Tiró un poco de su brazo para hacer que él se agachara, y así alcanzar a besar su mejilla, separándose al instante y cubriendo su boca con emoción y nervios. Ni siquiera ella misma esperaba atreverse a hacerlo.
—Yo tampoco lo olvidaré, princesa Krisel —respondió Ludwig con una sonrisa de amabilidad.
Krisel regresó al lugar en el que estaba, y su rostro de ensueño se desvaneció al ver a su hermano aún allí, con su copa de champagne intacta.
—¿¡Sigues aquí!? —le reclamó.
—¿A dónde más iría? —dijo el chico riendo.
En respuesta, su hermana rodó los ojos y soltó un bufido. Tomó la copa del chico, empezando a alejarse.
—Me desharé de esto y veré en qué puedo ayudar con la fiesta. Si no vas a bailar, podrías hacer lo mismo...
Benedikt suspiró, dejándola irse. Metió sus manos en sus bolsillos, al tiempo en que volvía a mirar en dirección a los guardias, viendo a Heinrich conversar con sus compañeros, y decidió que podía ayudar a Krisel. Sin embargo, en cuanto la buscó con la mirada, ya se había perdido entre los invitados.
Regresando de la cocina, donde había dejado la copa de champagne, Krisel tomó unas cuantas galletas que esperaba poder compartir con Blai y Aester, pensando en subir.
No obstante, en su camino de regreso al salón del castillo, iba mirando la forma de muñeco de nieve de una de sus galletas, y acabó por chocar con uno de los invitados.
La niña retrocedió, avergonzada y un poco adolorida por el golpe, pero estaba a punto de disculparse con el invitado, y hacer una reverencia.
—¡Ah! Conde Wagner, mis más grandes disculpas —dijo, pero se dio cuenta de que el hombre permanecía inexpresivo ante ella, y lucía algo enfermo.
Como si al fin reparara en la presencia de la pequeña, el hombre esbozó una sonrisa de amabilidad, y se agachó ante ella.
—Discúlpeme a mí, su alteza —respondió mirándola, pero Krisel podía notar que sus ojos no tenían brillo, y que no parecían dirigirse a ella, ni a nada en lo absoluto.
Como si no quisiera seguir interrumpiendo en su camino, pensó en despedirse, pero la voz del noble la detuvo.
—Lamento molestarla una vez más, princesa Krisel, pero, ¿sería capaz de ayudarme a buscar mis gafas? No sé en qué momento las he perdido, y no quisiera causar otro accidente —pidió riendo, y la pequeña princesa sonrió, sintiendo que podía ayudar en algo.
—¡Claro que sí! —asintió de inmediato, adelantándose hacia el pasillo que llevaba a las escaleras que conducirían a la salida del palacio—. No se preocupe, conde Wagner, podríamos buscar desde el inicio —sonrió, y el hombre empezó a seguirla.
Poco antes de bajar, la princesa observó el cielo oscuro a través de la ventana, notando que llovía. Pensó que era algo extraño dentro de la temporada, esperando más bien que cayera nieve, y siguió su camino.
Llegando al primer piso, Krisel quiso dirigirse hacia la salida del castillo, e incluso pedir la ayuda de los guardias para la tarea que tenía en sus manos, pero una vez más, Oskar Wagner la detuvo, mostrándose un poco avergonzado.
—Creo que también podríamos buscar en el piso de abajo... —murmuró, sin mirarla—. Poco antes de entrar al salón, di una pequeña vuelta hacia el piso subterráneo del castillo. Lamento ser tan curioso —explicó, y aunque por un segundo la princesa sentía que era un poco extraño, pensó que si no fuera una zona tan oscura e incluso, un poco terrorífica del castillo en el que vivía, tal vez jugaría con el Señor Fritz allí.
—Está bien, será nuestro secreto —rio la niña, tomando las escaleras que llevaban al sótano, que apenas se mantenía iluminado bajo la tenue luz de algunas velas, dándole incluso un aspecto más tétrico.
No era para nada su lugar favorito, y agradecía tener la compañía de alguien de confianza para su familia, pero a la vez, quería salir corriendo en cuanto encontrasen las gafas perdidas.
Mantenía la vista fija en el suelo por cada paso que avanzaba, y justo al pie de uno de los muros de piedra en arcos, le pareció encontrar un objeto pequeño que reflejaba la luz, agachándose ante este.
—¡Creo que al fin los encontré! —exclamó Krisel al sostener las gafas, pero no le fue permitido voltearse, pues en aquel instante sintió las manos del conde atrapar su rostro, obligándola a inhalar en su pañuelo un aroma para nada agradable que ahogaba sus gritos.
En poco tiempo, la princesa dejó de forcejear, quedando desmayada en los brazos del noble, que la dejó reposar con cuidado sobre el suelo. Incluso cuando había recuperado sus gafas, se mantenía impertérrito, a pesar de que sus ojos sin brillo comenzaban a expresar tristeza.
Solo tenía que esperar a que ella llegara, y tal vez, la pesadilla podría terminar aunque sea para él.
Sin embargo, la joven bruja se mantenía oculta en la salida del salón, y al igual que todos los invitados, no podía dejar de observar a la hermosa princesa heredera bailar con su acompañante. Envidiaba sus sonrisas, como si fuera el tesoro más valioso que tenían, y anhelaba la hora en que pudiera arrebatárselo.
Sabía bien que no podría hacer nada con dicho tesoro, y que jamás podría recuperar el que ella alguna vez había poseído, pero ansiaba ver a la princesa tan dolida como ella lo estaba; a su corazón tan agrietado como el suyo. Tan vacía, como para hundir en su propia desesperanza al mundo que había jurado proteger.
Inconscientemente, sus dedos tocaron la piedra de ónix de su anillo, y como si recordase que tenía algo importante que hacer, se retiró hacia las escaleras, perdiéndose entre ellas, y apresurándose al sentir el llamado de su nueva mariposa.
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