
XXI: El baile del fin del ciclo (Pt. I)
La mañana brillaba muy tenue a través de las cortinas, y con Mallory en sus brazos, Annarieke no podía dejar de observarla dormir tan tranquila, sin la menor intención de despertarla; a veces pasando sus dedos a través del cobrizo cabello de la bruja.
De repente, ella se removió un poco, encima de la princesa, y abrió apenitas los ojos, parpadeando un par de veces, como si quisiera asegurarse de que no había soñado nada de lo que había sucedido durante la noche. Entonces se abrazó con mayor fuerza contra Annarieke, y se estiró para alcanzar a besar su mejilla y recostar su cabeza nuevamente sobre su pecho.
—No es justo —murmuró Mallory contra su piel—, se suponía que debía ser yo quien te viera despertar primero...
Annarieke sonrió, antes de sostener el cuerpo de la bruja para dejarla sobre la cama y colocarse sobre ella, comenzando a plantar sobre su rostro pequeños besos mientras ella reía. Finalmente, observó por un largo tiempo sus ojos marrones mientras acariciaba sus labios con sus dedos.
—Ya tendremos muchas más mañanas en las que podrás verme despertar, te lo prometo —dijo ella, besando su frente y sentándose al borde de la cama, buscó su bata de seda para cubrirse.
Al estirarse un poco, se dio cuenta de que seguía cansada, y que preferiría mil veces seguir acostada junto a Mallory, pero el solo imaginar la hora le recordaba que tenía que pasar a saludar a su padre.
Bajó a desayunar con la bruja, notando que Benedikt también estaba en el comedor, y que lucía tan agotado como su hermana.
—¿Alguien también se divirtió mucho anoche? —preguntó Mallory juguetonamente, pero el chico le devolvió una mirada tan confundida como cansada.
—¿Huh? —soltó desconcertado, antes de notar que su hermana estaba próxima a dejar caer su cara sobre su plato de pancakes, pero hacía lo posible por mantener la compostura y disfrutar del té de arándanos con vainilla que le habían servido.
La bruja, por su parte, parecía más animada y sonriente que nunca, como si todo el café que solía tomar cada día le sirviera como fuente de energía para casos especiales.
—No me interesa saber qué hacías con mi hermana anoche —masculló el chico, frunciendo el ceño—, pero todavía no he terminado con los arreglos de la fiesta de esta tarde, y tengo muchas tareas de la universidad —explicó, sirviéndose una taza de café al sentirlo necesario.
—¡Quién diría que terminarías por volverte todo un académico! —exclamó Mallory, antes de probar un pedazo de pancake de patatas, y reposar su cara sobre el dorso de su mano sin dejar de sonreír.
Su amigo rodó los ojos en respuesta, fingiendo ignorarla, y vio a Annarieke mover su tenedor alrededor del plato sin energía, intentando perseguir su porción de pancakes que se le escapaba entre tanto jarabe que sin querer había derramado, totalmente ajena a su conversación.
—Ann, papá quiere vernos un rato antes del baile. Si terminamos con esto a tiempo, podremos ir por una siesta —propuso, y la chica soltó repentinamente los cubiertos y se levantó de su silla, usando su energía restante para aprobar la idea.
—Yo te sigo —dijo, despidiéndose de Mallory al dejar un beso sobre su frente—. Te espero en el baile, mi princesa —murmuró, y la pelirroja asintió con emoción, entendiendo que como llegasen a verse en la tarde, sería una sorpresa para la otra.
Con mayor razón esperaba que Annarieke pudiera descansar un poco, pues no quería que se desmayara a medio baile.
***
Mientras tanto, la más pequeña de los Zavet llegó a la habitación de huéspedes en la que Blai y Aester veían a Jan comer unas croquetas que Krisel le había ofrecido el día anterior.
Detrás de ella, uno de los sirvientes cargaba tres cajas que dejó con cuidado sobre la litera de abajo, que pertenecía a Aester.
—Estoy casi segura de que Mayer y yo tenemos sus tallas, pero solo por si debe hacer arreglos, tienen que probarse ahora mismo lo que van a usar —demandó, y otro hombre, quien debía ser Mayer, midió la espalda de Aester con una cinta y se volvió hacia la princesa, con una sonrisa y su pulgar en alto.
Blai abrió una de las cajas, encontrando un traje bastante delicado y elegante que parecía ser de su talla, de color blanco que miró con desprecio.
—Ni muerto usaré esto —decidió, en tanto veía a Aester sacar de la caja el vestido que usaría, extendiéndolo frente a ella.
—¡Oh, es muy hermoso! —exclamó, y sus ojos azules brillaban de emoción.
Se trataba de un vestido celeste de tela gruesa con numerosos detalles ornamentales en dorado, y al bajar hacia la falda, se degradaba en un color blanco. También, tenía una corta capa de un diseño similar que hacía juego con el vestido, y un sombrero de astracán.
—Me alegra escuchar eso, me inspiré en el vestido que te dio la infanta Alaia —sonrió Krisel, uniendo sus manos—. Tienes ojos muy bonitos que sé que combinarán.
—¿Tú lo hiciste? —inquirió muy sorprendida Aester, observando con mayor detenimiento cada detalle de la prenda, y luego, a la pequeña princesa, que reaccionaba con timidez.
—Solo hice algunos bocetos, como el de mi hermana y la señorita Amarose, pero Mayer tiene todo el crédito aquí. Yo todavía tengo mucho que aprender —explicó mientras sus mejillas se llenaban de rubor y bajaba la mirada, pero regresó la cabeza hacia su modista, que la miró con ternura y orgullo.
—Su alteza tiene bastante talento, en cualquier momento no va a necesitarme más —rio.
—¡No digas eso! —exclamó la niña, poniéndose cada vez más rojita. Sin duda, crear bocetos de los vestidos que quería usar, aunque era solo un pasatiempo, le emocionaba bastante.
Aester los observó, confundida, y sintió un picor en sus mejillas, a la vez que bajaba la prenda, y la devolvía a la caja. El vestido que Alaia le había regalado y que de vez en cuando solía usar, era un recuerdo que la hacía sentir un poco culpable, aun cuando sabía que no tenía por qué sentirse así.
Sin embargo, le parecía que era demasiado.
—Lo siento, yo jamás podría pagar esto...
—Eso lo sé, por eso lo paga mi papá —rio la princesa con inocencia—. ¡Adelante, pruébatelo! Te ordeno que lo aceptes, y tú también, Blai.
Blai estaba a punto de espetar que ni siquiera pensaba en aparecerse durante aquel baile, pero vio a Aester aún dudar de aceptar el vestido o no, y admitía que se vería muy bien en ella.
Ni siquiera podía creer lo que estaba por decir.
—Creo que más nos vale aceptarlos —murmuró como si no le quedara más opción, y Aester suspiró profundamente, asintiendo.
Krisel dio un pequeño brinco de emoción, juntando sus manos.
—¡Sabía que no se negarían!
—Aun así, no pienso bailar nada, ¡ni siquiera sé cómo se hace eso! —reclamó el niño, a lo que la princesa volvió a reír, cubriendo su boca con su mano con gracia.
—Descuiden, pueden aparecerse solo a la hora de la comida. Esos bocadillos no van a comerse solos... —dijo traviesamente, como si supiera que con eso terminaría de convencer a sus invitados de involucrarse un poco más durante la fiesta.
—Sería una pena ver cómo los ricos echan a perder tanta comida... —respondió Blai, esquivando la mirada de la princesa, y ahora era Aester quien tomaba la mano de Blai entre las suyas, acercándose mientras lo veía con ilusión.
—No importa si no quieres bailar, ¿serías mi compañero?
En cuestión de segundos, el rubor en todo el rostro del niño se había hecho presente, y aunque no había respondido nada, las dos niñas sabían que su respuesta era afirmativa.
—Ahora tendré que ver a mi hermana, siento que su vestido será el más difícil. ¡Ha crecido tanto! —exclamó angustiada, despidiéndose y llevándose a su sirviente y su modista con ella—. Mayer, espero que puedas hacer cualquier arreglo de ser necesario.
—Sabe que sí, su alteza —respondió el modista, siguiéndola.
***
Apenas faltaban un par de horas para que se diera por iniciado el baile de fin del ciclo, y Benedikt, con mucha más energía, bajaba las escaleras con apuro en tanto se colocaba unos guantes de tela blancos, ya vistiendo su traje de cachemir blanco puro con ornamentos dorados y un sashe rojo, junto a las insignias que lo destacaban como el príncipe de Giannir.
Se encontró con Heinrich, que antes de verlo a él, miraba con curiosidad el piano de gran cola junto al que se encontraba. Sus manos incluso se acercaban hacia la caja, queriendo llegar hacia el teclado, pero hizo su mayor esfuerzo en contenerse, sobre todo al ver al príncipe llegar.
—¿Cómo me veo? —preguntó el rubio con casualidad, manteniendo cierta distancia ante él.
A pesar del espacio entre ambos, Heinrich percibía que usaba más colonia de lo habitual, y no le sentaba nada mal, además de que había peinado todo su cabello dorado hacia atrás, haciéndolo lucir un tanto distinto, pero definitivamente mucho más atractivo de lo habitual.
Contuvo la respiración por un segundo, sin tener idea de qué responder.
Recordó la conversación que había tenido con Mallory, y tendría que estar ciego para no darse cuenta de lo increíblemente guapo que podía llegar a lucir el príncipe. Sin embargo, eso solo reafirmaba más lo perfecto e inalcanzable que era, además de que siendo un guardia, nunca podría permitirse a sí mismo ese tipo de cercanía con la familia real.
Bajó la mirada, esperando no haber hecho ningún gesto que le delatase.
—Luce bastante bien, su alteza —respondió solamente, haciendo que Benedikt arqueara un poco las cejas, como si no estuviera convencido de su respuesta.
—No seas tan amable, sé que ni siquiera he dormido bien —rio el chico, acercándose más hacia el piano y sentándose frente al teclado.
Heinrich volteó hacia él enseguida, como si quisiera dejarle en claro que no estaba siendo solo amable.
—Realmente se ve muy bien —afirmó, y tal vez porque Benedikt había alcanzado a apreciar un tenue rubor en el rostro del guardia, y por lo notable que era para él que estaba nervioso, solo asintió esbozando una sonrisa, agradeciendo el cumplido.
De todos modos, hacía bastante que había decidido que no tenía oportunidad con él.
Sus manos avanzaron hacia las teclas, curioso, pero se detuvo al darse cuenta de que no sabía nada sobre cómo tocar el piano, y no iba a ser pretencioso.
—¿Sabes tocar, Heinrich? —decidió preguntar, levantándose e invitando al chico a tomar su lugar, como si se hubiera dado cuenta de que el guardia tenía mayor interés en el instrumento que él mismo.
Aunque en un inicio pensó en negarse, Heinrich conocía lo insistente que podía llegar a ser el príncipe, por lo que accedió. Al avanzar sus dedos hacia el teclado, sintió reconocer cada tecla con una nostálgica familiaridad, y tocó una corta y no muy compleja melodía que guardaba en su memoria. Apenas se había confundido en un par de notas debido a la falta de práctica, pero Benedikt ni siquiera lo había notado.
—No esperaba para nada que tocaras tan bien —murmuró el rubio con asombro, como si ahora tuviese otra razón más para admirar al guardia.
—¿Creyó que solo sabía manejar la espada? —preguntó Heinrich riendo, y para el príncipe, fue como si entraran en confianza por primera vez—. Bueno, antes de enseñarme también eso, mi padre también me dio algunas lecciones de piano. Tenía muchos años sin tocar una sola tecla, pero las recuerdo bastante bien —rememeró en voz alta.
—También fue guardia real, incluso te recomendó para que entraras siendo tan joven —dijo el príncipe, a lo que Heinrich se sorprendió, sin tener idea de que él tuviera en cuenta un dato sin tanta importancia, por lo que Benedikt sintió que había sido algo obvio—. Cuando comenzaste a entrenar a mi hermana, quería saber bien quién era su instructor —contó algo que no era mentira del todo, pero la situación le recordó algo que lo hacía sentir bastante nostálgico, sin importarle lo obvio que llegaría a ser—. De haber sabido que sería un poco más fácil conocerte, no habría pasado leyendo libros de esgrima para luego intentar retarte a un duelo...
El rostro del guardia se iluminó al recordar con claridad de qué estaba hablando el príncipe, y rio.
—¿Todavía recuerda eso? —preguntó como si le pareciera una memoria muy infantil para alguien que tenía otras ocupaciones.
—Claro que sí, yo gané —declaró el rubio con una sonrisa.
Eso hizo fruncir el ceño al guardia y caballero de Avra, un poco extrañado. Algo le decía que el príncipe no podía recordar tan bien aquello.
—No, fui yo quien ganó. —Se atrevió a responder con total seguridad, como si fuera de esperarse debido a su experiencia. Además, nunca se había dejado vencer en ningún duelo, ni aunque fuera contra el mismo príncipe.
Benedikt se encogió de hombros como si no le importara realmente el resultado de aquella pelea tan vieja entre ambos, pero quiso explicar a qué se debía su afirmación:
—Sabía que si caía, me darías tu mano para ayudarme a levantarme —dijo, demostrando lo bien que lo rememoraba—. Yo gané —declaró una vez más, y sus ojos dorados mantenían cierto brillo que lo hacían ver más atrayente, junto al tono grave y calmado en su voz cuando quería demostrar algo.
Antes de que Heinrich pudiera analizar más la situación, Benedikt lo reverenció en señal de despedida, sabiendo que había dicho demasiado, y que todavía tenía muchas cosas que alistar para el evento para el que cada vez faltaba menos.
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