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XX: Cual eclipse solar (Pt. I)

«...Nuestra próspera Giannir se enorgullece una vez más de sus mayores riquezas: sus hermosos paisajes, desde la cordillera de Arcchën que atraviesa a Beyla, hasta sus lagos en Valeres, junto a todos sus castillos que han sido principales testigos de la historia de Therina desde tiempos tan antiguos como la primera alianza. Sus triunfantes puertos, que son un pilar fundamental para el empleo en el país, y por supuesto, de su noble y excelso duque, Frederick, y sus tres herederos: la tan valiente como hermosa Annarieke, el ingenioso y siempre cordial Benedikt, y no menos especial, la dulce y angelical Krisel...». —Mallory hizo a un lado el periódico, con una sonrisa ladeada al ver en la zona de estribor del ferry a Annarieke rodeada por el resto de personas que viajaban hacia Amaravas en el transbordador.

Todos querían hacerle preguntas o tomarse fotos a su lado, y la joven aceptó, riendo nerviosa, y preguntándose cómo la última vez que viajó de regreso a Giannir pudo mantener un perfil bajo.

—¡Princesa Annarieke! ¿Es verdad que de su nueva espada salen llamas? —preguntó emocionado uno de los niños pasajeros.

—Sí, pero sería muy peligroso si lo hiciera aquí —explicó la caballera con amabilidad.

—Parece que se ha vuelto más popular, ¿segura que podrás soportarlo? —preguntó Ludwig a Mallory en un tono burlón.

—Seré fuerte —rio la bruja, volviendo a abrir el periódico para seguir leyendo la misma noticia—. «Como en todos los años, una vez más el ducado de Giannir se complace en ofrecer su baile del fin del ciclo, del cual se obtienen importantes recaudaciones para el mantenimiento de escuelas, bibliotecas y otras grandes obras que la casa real Zavet ha ofrecido a lo largo del mandato de su dinastía, con la intención de hacer brillar más nuestra nación...».

—No podría importarme menos que gente rica le pida dinero exclusivamente a más gente rica para hacer obras, ¿pero qué se supone que hacen entonces con los impuestos del resto del país?

—Aquí vamos de nuevo... —suspiró Heinrich, rodando los ojos.

—¡Es una pregunta importante! —aseguró Ludwig, cruzándose de brazos.

¡Oh, dulce hogar! —Annarieke llegó hacia la proa, observando la vista y sintiendo la brisa fría tan familiar de Giannir en sgrior.

Por cortos ratos nevaba en el país del norte, y se mantenía en una frescura constante y un cielo de un gris azulado que se sentía mucho mejor que las constantes lluvias en Orevia.

—¿Conseguiste librarte de todos tus admiradores? —inquirió Ludwig.

—Veo que no ha demorado en hacerse noticia que tienes una nueva arma, así que seguramente Hayden ya debe estar en problemas —acotó Mallory con un tono inocente, pero su sonrisa demostraba malicia a la vez.

Annarieke asintió ante la pregunta de Ludwig, a la vez que se acercaba hacia la bruja, tratando de colocar algunos mechones de su rojizo cabello detrás de sus orejas, observándola con cariño y preocupación a su vez.

—¿No tendrás problemas tú también?

La pelirroja negó con la cabeza, muy segura.

—Probablemente mis padres dirán algo para que no me echen del aquelarre, pero si llega a suceder, ¿qué más da? —Se encogió de hombros, para luego estirar sus brazos hacia los hombros de la caballera, envolviéndola—. Solo quiero que estemos juntas, así que espero que aunque seas la princesa más famosa y adorada por toda Therina, puedas tener tiempo para mí —dijo, haciendo tiernos pucheros, a la vez que se acercaba mucho más.

—Siempre tendré tiempo para ti —aseguró Annarieke, esta vez lo suficientemente tentada y segura de que podía romper con la poca cercanía entre ambas para rodear su cintura con sus manos y darle un beso, que a pesar de que se había sentido muy corto para ambas, al escuchar a Heinrich carraspear, tuvieron que separarse entre risas, un poco avergonzadas.

—Ya estamos a punto de llegar al palacio, por si querían saberlo —explicó el chico el motivo por el que las había interrumpido, y Annarieke se colocó junto a la baranda de la proa, alzándose con emoción al admirar la vista.

—¡Es verdad! ¡Puedo ver el castillo desde aquí! —exclamó, ansiosa por el momento en que el transbordador se detuviese en el puerto que conduciría hacia el palacio y ayuntamiento de Amaravas.

Para su sorpresa, poco antes de que la embarcación se detuviera, la chica notó que en el muelle la esperaban sus hermanos, y al ver a la pequeña Krisel brincar y gritar su nombre con la misma emoción que ella sentía, no pudo esperar más, y saltó en dirección al puente, ignorando a Heinrich, que había tratado de detenerla.

En un abrir y cerrar de ojos, ya tenía en sus brazos a la pequeña princesa, dándole una pequeña vuelta y volviendo a abrazarla.

—No sé por qué siento que te he extrañado mucho más... —murmuró la caballera, acariciando el pelo rubio de su hermanita.

—Tal vez es que soy tu hermana favorita —rio la niña, dejando que Annarieke la devolviera al suelo, y aprovechando que ya el ferry había arribado bien junto al muelle, al bajar la escalera, corrió hacia otra persona que esperaba tanto como a su hermana—. ¡Ludwig, viniste!

La niña sostuvo sus manos, y sus ojos brillaban con tanta ternura, que el chico no pudo evitar sonreír y darle unas leves palmaditas sobre su cabeza.

—¿Quieres ser mi pareja para el baile del fin del ciclo? ¡No pienso aceptar a nadie más! —La niña lo observó suplicante, y lejos de sentirse incómodo, Ludwig rio, encogiéndose de hombros.

—Supongo que no puedo decirle que no a una princesa —respondió, ignorando la mirada de sorpresa que tanto Annarieke como Heinrich le dirigieron.

La sonrisa de Krisel creció más, a la vez que sus mejillas se llenaban de rubor. Si se era honesta, estaba preparada para aceptar que el chico tratase de declinar de forma educada, pero ante su respuesta, no pudo contener un gritito de emoción.

—¡Gracias! Practico mucho mi baile, así que no te decepcionaré.

—Oh, más bien espero no decepcionarte a ti...

—¡Eso nunca! —aseguró la niña—. De casualidad, ¿te gustan las galletas de jengibre?

La niña había tomado del brazo al caballero, llevándoselo en dirección al castillo, y dado a que no parecía necesitar un rescate, sus compañeros solo los vieron irse.

Entonces, Annarieke pudo hacer caso al fin a la mirada seria que tenía su hermano sobre ella, y con una risita nerviosa, se aproximó hacia él.

—Sé que no soy tu persona favorita en este momento, y tal vez tengas muchas razones para odiarme...

—Jamás te odiaría —aclaró Benedikt, pero su mirada y tono de seriedad permanecían. Sobre todo cuando miró a su amiga de la infancia, que se sumaba a la reunión, quedándose justo detrás de Annarieke, en caso de necesitar su protección—. A ti, en cambio...

—Oh, por favor, jamás la habrías conseguido tú solo de todos modos... —discutió Mallory, arqueando las cejas.

No obstante, su respuesta pareció molestar más al príncipe.

—¿Entonces solo ibas a seguir fingiendo no tener idea en absoluto cuando dije que estaba interesado en encontrar la espada de Laias?

—¿Para que la encierres en un museo? Pff... Al menos Anny le da un uso útil.

—Eh, ¿chicos? —Annarieke quiso tratar de intermediar, pero parecía ser inútil. Desde niños, a pesar de su amistad, las peleas entre los dos eran bastante comunes—. En realidad, tengo información tan valiosa como la espada, y podría dejar que la veas, si quieres... —murmuró en un hilillo de voz, bastante apenada.

Benedikt evitaba mirarla en tanto se cruzaba de brazos, hasta que finalmente soltó un suspiro, aceptando que no podía estar tanto tiempo molesto con su melliza.

—Es lo mínimo que podrías hacer —respondió, accediendo a abrazar a su hermana.

—¿No hay abrazo para mí? —preguntó Mallory, con una sonrisa juguetona, aunque sentía que solo tentaba a su suerte.

En respuesta, el príncipe la miró con frialdad.

—Ah, creo que iré a enseñarle a Blai y a Aester el palacio... —decidió Annarieke, llevándose a los niños, que se encontraban mirando todo lo que podían a su alrededor, como si se sintieran perdidos, pero a la vez, seguros de que la aventura sería emocionante—. ¡Por aquí! —La princesa tomó la mano de la niña, que a su vez tomó la mano de su amigo para que avanzara junto a ella.

—¿Anny, vas a dejarme sola con él? —preguntó Mallory preocupada, pero divertiéndose con la situación.

—Sé que vas a estar bien —rio su amiga, despidiéndose con su mano.

—Y tú, Heinrich, ¿no vas a cuidar de mí? —insistió la bruja en un tono juguetón, pero el guardia la ignoró, siguiendo su camino.

—Lo siento, brujita —respondió, antes de ver a Benedikt y hacer una pequeña reverencia—. Saludos, su alteza. Solo por si acaso, no tuve nada que ver con la idea de Mallory —explicó, esperando que el príncipe no estuviera molesto con él.

—Descuida, no es como si pudiera enojarse contigo de todas formas... —terció la bruja, sintiendo el momento exacto en el que Benedikt la miró como si quisiera matarla.

—No tiene importancia ya —suspiró el rubio, correspondiendo la reverencia y viéndolo irse, tan solo para volver a mirar a su amiga con enojo—. ¿Es en serio, Mallory? —masculló, al quedarse a solas con ella.

La bruja decidió no responder, admitiendo que había sido imprudente, pero si bien sabía que el chico no estaba verdaderamente enojado con ella, no podía evitar sentirse incómoda.

—¿Cuántas veces tendré que decir que lo siento? —inquirió, juntando sus manos y mirándolo con súplica.

—¡Ni siquiera lo sientes! Serías capaz de volver a hacerlo.

Mallory evitó replicar una vez más, principalmente porque él tenía razón.

—¡Ah! Pero también tengo noticias para ti —dijo en un tono travieso, y aunque estaba seguro de que no podía ser nada importante, Benedikt sintió curiosidad—. Puede que sepa ciertas cosas sobre alguien que te interesa... —explicó, viendo a Heinrich, que ya llevaba una gran ventaja en el camino ante ellos.

—Lo que me faltaba. En verdad metiste la pata —afirmó el príncipe.

—¡No! —exclamó la chica, al principio con seguridad, pero empezó a bajar la mirada al recordar parte de la conversación que tuvo con el guardia—. ¡Eso no importa ahora! Estás a salvo —aseguró, recordando que él no parecía tener la menor sospecha a pesar de lo obvia que había sido—. De hecho, parece que solo piensa que eres encantador con todo el mundo, así que no tiene ni idea.

Benedikt la miró muy confundido, como si no estuviera dispuesto a creer aquello. Pero siéndose honesto, salvo un par de ocasiones que recordaba, no había intentado ser más obvio, así que aunque no era lo más favorable, creyó que era lo mejor. Más cuando su mejor amiga era inoportuna en extremo.

—¿Intentas decirme que mi mayor don se ha convertido también en mi maldición? —preguntó en tono de ironía, a lo que Mallory rio.

—Tienes muchos más dones de los que puede esperarse en un hombre —respondió ella, caminando hacia el castillo junto a su amigo.

Este en cambio, quiso aprovechar que ya no podía aparentar más que estaba enojado con la bruja para asegurarse de algo.

—¿Entonces mi hermana y tú al fin...?

—¿Vas a empezar a llamarme «cuñada»? —sonrió la chica, a la espera de ver el rostro que ponía su amigo al escucharla.

Tal como esperó, Benedikt hizo una mueca y frunció el ceño.

—Eso jamás —aseguró—. Pero aunque no tengo idea de qué ve Ann en ti, me alegro por ambas.

El chico empezó a adelantarse, en tanto Mallory se quedó quieta unos segundos, tratando de procesar la ofensa.

—¿Disculpa? Que yo recuerde, eras tú quien decía todo el tiempo que quería casarse conmigo cuando éramos niños —reclamó, poniendo sus manos sobre su cintura.

—Tan solo porque ya no hay necesidad de ocultarlo, ya que no soy tan imprudente como tú, solo lo hacía para que Ann sintiera celos y tratara de decirte algo.

Lejos de sentirse agradecida, la chica tosió con ironía.

—Sí, claro...

—Sabes que prefiero más a los chicos, y he tenido excepciones con chicas, pero tú jamás fuiste una de esas.

—Tan solo sigues molesto —decidió Mallory.

—Me da lo mismo si no me crees. —El chico se encogió de hombros.

***

A pesar de que desde su entrada, Giannir parecía ser un mundo completamente distinto para Blai y Aester, al entrar al palacio, sintieron que era más de lo que podían haber imaginado.

Aester estaba contenta de que no se pareciera en absoluto al palacio de Iltheia, y observaba maravillada cada esquina, saludando con entusiasmo a cada guardia y sirviente que veía, al tiempo en que Annarieke lo hacía.

Incluso Blai admitía que en su corta vida, jamás esperó estar en un lugar así. Maldijo en sus adentros, notando que incluso Jan, entre sus brazos se mostraba muy asombrado por el nuevo lugar. No quería ser tampoco tan obvio como el cachorro y Aester, pero sus ojos en cambio se detenían en cualquier cosa que brillara, imaginando que debía costar más de lo que nunca podía imaginarse tener. Miró a la princesa, que parecía sentirse realmente en su hogar en un lugar así, y solo pudo pensar que los Espíritus en verdad tenían a sus favoritos.

Aun así, más allá del lujo, le molestaba la sensación de estar bastante lejos de casa. Con la princesa y sus amigos no lo había sentido, pero parecía que el resto de gianeses eran muy serios y no disimulaban tampoco cuando los miraban de soslayo.

¡Annarieke me contó sobre ustedes! ¡Bienvenidos a Giannir! —Una niña un poco más pequeña que él y Aester apareció frente a ellos. Recordó haberla visto en el muelle junto a la princesa, y podía adivinar por su parecido que eran hermanas.

Sin embargo, además de eso, no entendía nada más. Tal vez la primera y la última palabra, porque hablaba muy rápido. Su rostro de confusión debió ser bastante obvio junto al de Aester, porque la niña abrió un poco los labios y sus ojos, como si acabara de recordar algo importante, y luego se sonrojó, mirando suplicante a su hermana mayor.

Está bien, puedes hacerlo, Krisel. —Escuchó a la princesa, que le sonreía con amabilidad, pero tampoco podía entenderle. De hecho, desde que llegó a ese horrible pero lujoso lugar, era incapaz de entender nada.

La niña respiró profundo, y pareció pensar en sus palabras.

—Soy la princesa Krisel Zavet. Mi hermana, Annarieke, dijo que vendrían. ¡Sean bienvenidos! —dijo un poco lento al principio, pero al fin pudo entenderle—. Lo siento, aún practico mi orevos...

—Tu orevos es perfecto —respondió Blai con amabilidad, más que nada agradeciendo el hecho de que se tomara la molestia de intentar hacerlos sentir cómodos—. Ella es Aester y yo me llamo Blai, mucho gusto, Krisel —extendió su mano, abrazando a Jan con la otra, pero la princesa lo observó durante algunos segundos, confundida, hasta que decidió hacer una reverencia tomando las esquinas de su vestido.

Definitivamente, él no repetiría eso.

—¡Mucho gusto, Krisel! —Aester insistió en tomar las manos de la princesa, agitándolas con emoción—. Eres tan bonita como la princesa Annarieke —la halagó con sinceridad, a lo que la pequeña rio, un poco sonrojada.

—¡Gracias! ¿Cómo se llama este pequeño? —preguntó acercándose a Jan, y aunque Blai quiso rehusarse en un inicio, terminó aceptando que la niña sostuviera un rato al cachorro, para observarlo fijamente mientras lo alzaba, y darle un beso en la cabeza.

—Su nombre es Jan —respondió Aester, primero que su amigo.

—Mucho gusto, lindo Jan —dijo la princesa, devolviéndolo a su dueño—. Podría presentarles al Señor Fritz, pero no le gusta mucho hacer amigos. ¿Quieren hacer galletas conmigo? Solo tienen que seguir mis pasos.

Antes de que Blai pensara en responder, Aester se había adelantado a asentir, siguiendo a Krisel.

—¡Me encantaría! ¿Qué dices, Blai? —le insistió con una mirada que le recordó mucho a la de Jan cuando pedía comida. Y ya que pensaba en eso, sabía que no encontraría otra mejor excusa para conseguir entrar en la cocina.

Esperaba que los postres de Giannir estuvieran a la altura de los postres de la academia de Avra.

Annarieke los vio irse en dirección al pasillo que llevaba hacia la cocina, enternecida por ver a su hermanita hacer nuevos amigos.

Entonces, uno de los sirvientes se acercó a ella, señalando en dirección hacia la salida al jardín.

—Ya está lista la merienda, tal como pidió, su alteza.

—¡Oh! Muchas gracias. —La princesa asintió como si lo hubiera olvidado—. ¿Hay té? —preguntó como si se tratara de vital importancia, a lo que el sirviente sonrió, pensando que la princesa no había cambiado en absoluto.

—Preparamos una infusión de rosa mosqueta especialmente para usted. ¿Le parece bien?

—¡Es perfecto! —sonrió Annarieke, despidiéndose con una reverencia y yéndose hacia el jardín.

Al llegar, tomó asiento junto a su hermano y sus amigos, que esperaban por ella, y dejó que le sirvieran té en su taza, tomando una galletita para probarla, en tanto Benedikt la miraba con cierta impaciencia.

—¿Terminaste? —preguntó observándola, y la chica trató de no reír para evitar atragantarse, y probó el té.

—Ahora sí —decidió, sonriendo—. ¿Qué te interesa más, la espada, o lo que tengo para contarte? —preguntó, divertida.

El chico pareció pensárselo un rato, aunque su decisión podía ser de lo más obvia.

—Supongo que siempre estaré del lado de una buena historia —suspiró.

—Uh, buen chico —rio Mallory, tomando una galleta mientras ignoraba que su amigo aún seguía molesto con ella—. De todos modos ya lo sé, pero sería emocionante escucharlo de nuevo.

Ella y Annarieke cruzaron miradas de complicidad y cariño mutuo, como si fuera más real que nunca el hecho de que no había secretos entre ambas.

—¿Es sobre el juicio de Myantha, no es así? —preguntó Ludwig, con una mirada seria—. Nunca dijiste qué pasó, pero no pareció ser tan aterrador como lo suponía...

Annarieke asintió, pensando desde dónde debía comenzar su historia, pero recordó todo lo que había visto, y lo que había hablado con Avra, además del secreto detrás de su historia.

Estaba tan emocionada que no se detuvo ni siquiera para volver a probar otro sorbo de té, y aunque Benedikt y Heinrich eran los más incrédulos, nadie la interrumpió ni una sola vez hasta que terminó de relatar su juicio.

Entonces, decidió beber de su taza, esperando las primeras preguntas y refutaciones, sobre todo por parte de su hermano.

No obstante, el chico se mantuvo pensativo por un largo momento, observando el plato de galletas como un punto fijo, pero sin estar interesado en comer, al menos por ese momento. Cada vez que parecía estar listo para formular una inquietud, volvía a quedarse en silencio y regresaba a pensar, frustrado, sin dejar de mirar las galletas.

—¿Se supone que debo aceptar esto y el hecho de que jamás podría probarlo ante el mundo y mantenerme en silencio? ¿Tienes idea de lo difícil que está resultando esto para mí, Annarieke? ¿Acaso me odias? —preguntó, notablemente frustrado y cruzándose de brazos.

Su hermana rio.

—¿Entonces sí me crees? —inquirió, curiosa por escuchar su perspectiva.

—Francamente no, pero sé que jamás mentirías sobre esto —replicó, irguiéndose más sobre su asiento y colocando su índice bajo sus labios, volviendo a pensar—. Pero si pudiera probar todo lo que dices y exponerlo, cambiaría por completo la leyenda de Avra que se ha mantenido a través de los cantos y cuentos. ¿Entiendes lo grande que sería? —explicó el príncipe con entusiasmo, como si estuviera dispuesto a abandonar la idea de buscar las reliquias de los Espíritus, por un nuevo proyecto.

Heinrich le escuchó con atención, sonriendo un poco al darse cuenta de que tal como sucedía con Annarieke, los ojos del príncipe brillaban con emoción al hablar de todos sus proyectos y sueños, pero de alguna forma le parecía mucho más adorable. Tal vez tenía que ver con el hecho de que consideraba al príncipe bastante reservado con sus pensamientos, a pesar de lo sociable que era.

Sin embargo, en ese momento él parecía querer explicar su punto de vista, pero no quería contradecirlo. Al menos, hasta que Benedikt se dio cuenta, y le insistió con la mirada que podía hablar.

—¡Ah! —exclamó, un poco nervioso—. Sé que no conozco tanto sobre la leyenda de Avra, pero incluso dentro del periodo de entrenamiento en la academia, se mencionaron varias versiones e historias que siempre llevaban a la misma conclusión sobre mantener la esperanza, como si fuera el pilar más importante dentro de los valores de la orden. Haya sido en realidad el deseo de Avra o de su hermano, creo que hasta ahora se ha entendido muy bien el mensaje que quisieron legar.

»Por otro lado, si lo que dice Ann es verdad —aunque admito que también me cuesta creerlo—, que Avra le entregara la misma espada que usó, y mencionara a los héroes pasados y a los próximos, puede ser una manera de decir que para mantener los valores de la orden, deben crearse nuevas leyendas... o un nuevo símbolo de esperanza más próximo para los caballeros de Avra en la actualidad, que podría ser Ann.

Benedikt por su parte lo miró como si deseara contradecir todo lo que había dicho, y admitía que le molestaba notar que el guardia no tenía la misma cercanía con él que con su hermana, pero solo resopló, molesto. Después de todo, aceptaba que solo miraba desde su perspectiva como futuro arqueólogo, y que por mucho cariño que le tuviera a la leyenda de Avra, era momento también de crear otras leyendas.

—Me niego, pero lo respeto —decidió, frunciendo un poco sus labios.

—¿En serio? Yo no podría estar más de acuerdo, especialmente con Anny siendo parte de una nueva leyenda —sonrió Mallory, dejando reposar su mentón sobre su mano, al tiempo en que tomaba una galleta.

—En realidad, creo que es mucha responsabilidad ser un símbolo de esperanza y valentía... —Annarieke movió sus manos, nerviosa, y con un leve rubor en su rostro.

—Solo sigue trabajando tan duro como has hecho siempre —indicó la bruja, dándole más confianza, a lo que la caballera asintió, segura de que era una tarea que podía seguir cumpliendo.

—Más te vale que tu nueva fama no se te suba a la cabeza —rio Ludwig, sobresaltándose en el momento en que el gato de Krisel apareció, saltando justo sobre sus piernas para enrollar su propio cuerpo y descansar—. Ah...

Con timidez, acercó su mano hacia la cabeza del felino para acariciarla, y para su suerte, fue bien recibido.

—Felicidades, Ludwig. No solo eres el favorito de la princesa más pequeña, sino que también te has ganado a su mascota —se burló Heinrich, en tanto intentaba acariciarlo también, pero el animal se levantó abruptamente, soltando un gruñido muy agudo que sonaba como un «¡kjjjj!», y volvió a recostarse cuando el guardia se alejó asustado.

—¡Señor Fritz! —le regañaron al unísono los dos príncipes, pero el gato los ignoró a propósito, fingiendo dormir sobre Ludwig.

—Ah, se cree que es el verdadero duque en esta casa —masculló Benedikt, deteniéndose al recordar algo que consideraba muy importante—. Evité que se regara información sobre las últimas bestias que han aparecido en Orevia y Antheros porque pensé que sería lo mejor, ¿pero tienen una idea de qué se podría hacer? ¿Es posible revertirlo?

Con la mirada baja, sintiéndose afligida, Mallory negó, y el resto de sus compañeros no tenían una respuesta positiva tampoco.

—Ni siquiera estamos completamente seguros, pero podría tener que ver con Odyle Ruenom, a pesar de que no la volvimos a ver desde la incursión de Maraele —explicó Annarieke, frustrada—. Sé que quizás no fue la mejor opción regresar a Giannir teniendo en pie la misión, pero se nos han agotado las pistas, y las últimas misiones han sido horribles —relató suplicante, esperando que ni su hermano ni sus compañeros juzgaran su deseo de apartarse aunque sea por unos días del trabajo de la Orden.

Por el contrario, Benedikt la miró con cariño, deseando decirle que no debía ser tan dura consigo misma. Las noticias de lo que había sucedido en Antheros y Larya eran aterradoras, y no podía imaginar a su hermana tratando de lidiar con ello sin éxito.

—Está bien, sabes que puedes visitar o escribir cuando desees. No lo dudes ni un poco, Ann —respondió el chico, dando un par de palmaditas sobre su cabeza al levantarse de su asiento—. Seguro no soy el primero que te lo dice, pero no tienes que ser fuerte todo el tiempo.

—¿Te vas? —inquirió Annarieke.

—Tengo que ocuparme de los detalles de la fiesta hasta que papá regrese de tratar algunos asuntos en los puertos principales —explicó, y antes de que su hermana respondiera y se levantara para seguirlo, continuó—. No tienes que acompañarme, eres nuestra invitada, así que descansa o sal un poco. Por otro lado, ¿me ayudarías, Heinrich?

El chico se sorprendió al escuchar su nombre, pero asintió de inmediato.

—Claro que sí, su alteza.

Heinrich siguió a Benedikt dentro del castillo, en tanto sus compañeros los veían irse, sintiendo que cada uno tendría que elegir a dónde ir.

—¡Uh! ¿Podemos ir a la cafetería a la que siempre íbamos? —Mallory tomó del brazo a Annarieke con emoción, a lo que ella asintió con una sonrisa.

—¿Vienes con nosotras, Lud?

—Ni muerto pienso ser su violinista —decidió el chico, recordando que el Señor Fritz aún descansaba sobre sus piernas—. Creo que ayudaré a tu hermana con las galletas. ¿Vamos, Señor Fritz? —preguntó, intentando despertar al animal, quien saltó al suelo, y caminó en dirección contraria hacia los laberintos del jardín, en tanto balanceaba su cola de un lado a otro—. Supongo que no... Como sea, disfruten su cita.

—Diviértete siendo niñero —rio Annarieke, a la vez que se despedía, y tomaba del brazo a Mallory para llevarla hacia la salida del castillo—. ¿No acabaste de tomar café? —preguntó extrañada, pero Mallory abrió los ojos con entusiasmo.

—Oh, pero ahora quiero probar el frappuccino con crema y trozos de chocolate que tomé la vez anterior que llegué aquí con Ben. Además, ¡tienen varios sabores de té que podrían gustarte! —exclamó con una mirada suplicante, a lo que Annarieke solo rio, sin dejar de verla con ternura—. Podemos visitarlo después e ir primero a donde tú quieras, pero no me culpes si solo quiero que toda Amaravas sepa que tengo la novia más hermosa.

Aunque la princesa rio como si creyera que se trataba de una broma por parte de la bruja, lucía muy sonrojada, observándola de lo más enamorada.

—Definitivamente soy yo quien debería decir eso —respondió en un tono de voz más bajo, tomando la mano de la pelirroja para besarla. 

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