XVII: Confrontación (Pt. I)
De regreso a la academia de la orden, Aester estaba en la sala de investigación, realizando una pomada herbal contra picaduras de araña, siguiendo las instrucciones de Mallory, mientras que Blai la veía aplastar unas cuantas hierbas en el mortero, con dificultad.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó, vencido por la curiosidad hacia todo lo que se relacionaba a la magia, incluso cuando esta era de lo más natural.
Para ser el portador de una de las reliquias de los Espíritus —aun sin tenerlo en cuenta—, le parecía increíble pensar que estaba a punto de convertirse en uno de los guardianes de Terravent.
La niña aceptó, dejándole el mortero.
—¿Sabes? No tienes nada que recompensarme... —murmuró el chico, en tanto hacía su trabajo.
Aester sabía que se refería a lo que le había dicho a Antliae al pedir su permiso para seguir junto a los caballeros. También, sabía que Blai le diría que no tenía nada que retribuir, a pesar de que ella sentía la deuda de su vida.
—Tal vez... —aceptó, sin saber cómo convencerlo de que sí era así—. Pero a que no querías que me fuera aún, ¿no es así? —sonrió juguetonamente.
El niño se detuvo de su tarea, a la vez que un suave color rojizo se extendía en sus mejillas, y bajaba la cabeza sobre la mesa, cubriéndose entre sus brazos para evitar demostrarlo, y daba pequeños golpecitos a la hierba con el mortero, incapaz de afirmar o negar aquello.
Aester rio, antes de quitarle el envase con las hierbas machacadas.
—Está bien así, ¡muchas gracias! —sonrió, entregándoselo a Mallory, quien se encontraba en la zona donde reposaba una cocina, y la bruja mezcló las hierbas con un aceite, empezando a hervirlas en baño maría.
A su lado, también Hayden rallaba un poco de cera de abeja.
Ambos agradecieron la ayuda de los niños, y volvieron a sus trabajos, pero era como si la calma les hiciera pensar más en todo lo que había ocurrido.
—Las bestias no suelen aparecer del mar normalmente. Sería muy peligroso para todo el mundo —comentó Mallory en voz alta, y Hayden asintió.
—No debió pasar mucho tiempo desde que la semilla oscura fue lanzada al río hasta que creció —pensó, lo que hizo que ambos brujos recordaran a las personas habían llegado a transformarse en bestias.
—¿Crees que... una persona pueda ser absorbida de alguna manera por una semilla oscura? —inquirió Mallory, con una mueca de preocupación ante la teoría que se formulaba en su mente.
Hayden la observó durante unos segundos y entendió a lo que se refería.
—Incluso las personas comunes tienen su propia energía. Si lo que dices es posible, puede que la semilla la consuma toda hasta absorber cualquier rastro de racionalidad, y luego solo queda... buscar alimento —concluyó con un tono muy lúgubre. Aunque le gustaba tener la razón, no era una teoría que quisiera acertar.
De por sí, la idea de personas perdiendo toda su humanidad para transformarse en irreconocibles bestias, era bastante tenebrosa para ambos, y Hayden reconocía que en algunos casos, era bastante probable.
Mallory suspiró, volviendo a concentrarse en su tarea.
—Anny logró manejar muy bien la espada —comentó, mirando a su compañero como si deseara que admitiese que aunque había cedido a su petición a regañadientes, Annarieke era una excelente portadora de la reliquia.
—La verdad, creo que daba lo mismo darle la espada de Laias o solo comprarle una de goma en la juguetería más cercana —respondió el chico, sin mucha emoción, y por un segundo Mallory tuvo el pensamiento intrusivo de echarle encima la olla con aceite.
—¿De verdad crees que tú lo habrías hecho mejor?
—No, soy un brujo —aseguró Hayden—. Pero incluso así, considero que mis criterios serían más elevados que los tuyos y los de los mismos Espíritus.
—O solo estás celoso...
—Pfff... —El chico aguantó las ganas de reír—. De todas maneras, valió la pena solo por verte a punto de llorar desesperada, pensando que tu amiga no lo conseguiría. No te lo había dicho antes, Amarose, pero te ves tan linda cuando lloras... —rio, sin voltear aún para observar la expresión que tendría su compañera en aquel instante—. ¿Ahora entiendes por qué te hacía llorar tanto?
Todavía sosteniendo con fuerza el mango de la olla, Mallory hizo un enorme esfuerzo por mantenerlo quieto, y fingir una sonrisa en tanto mordía a propósito su propia mejilla, hasta conseguir calmarse.
—Extraño tanto cuando los hombres iban a la guerra... —gruñó, pidiendo a los Espíritus toda la paciencia necesaria para soportar a Hayden hasta mandarlo de regreso a Valeres.
El chico, ignorándola, miró su reloj de muñeca, y dejó el resto de materiales en manos de la bruja.
—Lo siento, Amarose. Tengo todavía algo importante que hablar con la maestre —dijo, a la vez que estiraba las mangas de su camisa y buscaba su saco sobre la silla en la que lo había dejado.
—¿Es algo que yo conozco del aquelarre? —preguntó con curiosidad Mallory, apresurándose a mezclar también la cera para tener listo el ungüento. Con ello, era más fácil indicarle a Aester que solo debía ponerlo en los frascos vacíos para que reposaran y después usarlos.
El chico negó, a punto de salir.
—Creo que incluso te convendría mucho saberlo.
Rápidamente, Mallory le dejó sus instrucciones a Aester y Blai, saliendo para alcanzar a su compañero, que iba en dirección a la oficina de la maestre.
Para suerte de ambos, también estaban dentro Annarieke y sus compañeros, tratando de realizar el informe del incidente con la bestia, incluso si no podía ser contada de manera oficial como una incursión. Algo en lo que podían estar de acuerdo, es que había sido una casualidad que estuvieran en el momento indicado.
—Para variar —farfulló Hayden al ver a Annarieke, pero sin perder más tiempo, tomó asiento frente a la maestre De Alba.
La mujer tenía sus codos sobre su escritorio, apoyando el mentón sobre el dorso de su mano, y observaba al brujo con seriedad, a la espera de lo que anunciaría.
—No importa si ustedes también lo saben. Después de todo, se trata de algo que compete a toda la orden de Avra —dijo el muchacho, antes de que los compañeros de Annarieke propusieran irse, por lo que los tres jóvenes se quedaron en su lugar, también a la espera—. Como nueva cabeza de la orden que fundó el héroe Avra, es necesario que usted sepa algunos secretos que la misma guardó al punto de desconocerlos en la actualidad, y proceda según crea necesario.
»Lo usual es seguir manteniéndolo como el secreto que es, pero no se la juzgará por la decisión que tome, señorita De Alba —aseguró, y se llevó la mano cerca de su labio inferior, en tanto pensaba en las palabras que usaría para proceder con su anuncio, hasta que para no impacientar más a todos los presentes, decidió continuar—. El juramento de Avra, el mismo que cada uno de ustedes reza antes de obtener sus poderes, cuenta como un pacto sellado bajo ciertos términos con los Espíritus. Estas condiciones son las que recitan durante la ceremonia, ya saben: prometen actuar con valor, y honestidad. Virtudes que tenía Avra y que fueron las mismas que conmovieron a los Espíritus, antes de otorgarle sus dones.
»Es bien sabido que cualquier caballero de Avra puede reproducir cualquiera de las hazañas del héroe, tales como sanar heridos o incluso volar, pero la razón por la que no todos pueden conseguirlo, es que simplemente no han descubierto cómo acceder a estas habilidades.
Tanto Heinrich como Annarieke miraron a la vez a Ludwig, sabiendo que el chico era el que mejor manejaba todos los dones de su collar, y él, en silencio, empezó a sentirse incómodo y con un movimiento de su cabeza les indicó a sus compañeros que siguieran escuchando al brujo.
—Lo cierto es que poderes tan grandes no pueden otorgarse sin una garantía de que estos van a usarse con los propósitos que los mismos Espíritus demandan, como el de ser guardianes de la humanidad. El seguro está en su mismo juramento: cada palabra que han dicho debe ser cumplida, de modo que en caso contrario, sus poderes se volverán en su contra, absorbiendo todo lo que queda de su humanidad, dejándoles vacíos. Huecos.
El muchacho esperó un par de segundos en silencio, observando la reacción de la maestre, quien lucía impasible aún, aunque extrañada. Como si estuviera segura de que le estaba contando un cuento para asustar niños que con certeza, no iba a funcionar con ella.
—No es algo que suceda a menudo, claro —puntualizó el brujo—, por lo que no hay muchos registros de cómo debe lucir un caballero de Avra cuando esto sucede. Algunos los describen con una hostilidad similar a la de las bestias, sin conciencia alguna, y lo que es curioso: cuando la señorita Amarose me habló acerca de las personas transformadas en bestias por la bruja Odyle Ruenom, una particularidad en estas se asemeja mucho a lo que se contaba acerca de los caballeros que quedan huecos; parecían desollados, o como si su piel hubiera sido quemada. Créalo o no, señorita De Alba, esa es la verdad detrás del juramento de todos los caballeros. Después de todo, en una parte ustedes mismos dicen algo como «A partir de este momento ofrezco mi alma y mi cuerpo a los Espíritus...»
—«Pues sé que me convertirán en un instrumento de defensa» —replicó Annarieke, citando de memoria su juramento. Observaba un punto fijo en el suelo, pero su mente solo tenía lugar para el recuerdo de lo que había sucedido con Mia Dahlgren hacía ya varios días, y estaba segura de que sus compañeros y la maestre lo pensaban también.
Hayden asintió, volviendo a dirigirse a la maestre de la orden.
—Sé bien que como un brujo, desde mi nacimiento he sido atado a mi deber como guardián de Terravent, a diferencia de ustedes, pero tengan en cuenta que poseen en sus manos demasiado poder, y que más que una maldición, es solo un seguro que obtienen los Espíritus de que así cumplen con su trabajo. Pero pueden verlo como deseen; al fin y al cabo, nadie sabe con certeza cuáles son los deseos de los Espíritus.
La sala volvió a permanecer en silencio durante un largo tiempo, mientras los caballeros de Avra, reunidos, se mantenían pensativos, sin hacer ningún movimiento o expresión que les delatara. No podría saberse nunca si estaban asimilando las palabras del brujo o buscando una forma de rebatirlas, pero harta y atónita, Mallory decidió romper con la calma que le parecía que no iba nada acorde con la situación, soltando una risa ahogada de ironía.
—¿Te has inventado todo esto de camino, eh, Hayden? —inquirió, frunciendo el ceño y apretando sus puños, cada vez con más fuerza. El chico podía notar que estaba verdaderamente furiosa.
De experiencia, sabía que a Mallory no le molestaba demasiado las cosas que hicieran en su contra, pero cuando se metían con sus seres queridos, era muy distinta.
—De nuevo, crean lo que quieran creer. Pero tú mejor que nadie deberías pensar que alguien aquí estuvo a punto de dejar de ser digno de sus poderes ante los Espíritus —anunció, mirando de manera desafiante a la bruja, quien no pudo evitar mirar a Annarieke con sorpresa, aún más incrédula—. Sus poderes fallaban, ¿no es así, su alteza?
—¿¡Le dijiste!? —inquirió Annarieke a su amiga, sintiéndose traicionada por un instante.
—¡Por supuesto que no! —afirmó Mallory, sin tener idea de cómo Hayden había llegado hacia aquella conclusión.
—No me lo dijo, pero es obvio —aclaró el chico, tajante—. ¿Para qué si no necesitaban otra arma? Sin embargo, parece que a último segundo consiguió salvar su alma y demostrarse digna ante los Espíritus nuevamente, así que más le valdría seguir así, su alteza.
Eso solo le recordaba algo más a Annarieke sobre su juicio frente a Myantha en el lago Fenkranos. Sentía que Avra le habría mencionado algo tan importante como aquello.
Llevó su mano hacia su collar, observando su reflejo en la gema del ámbar. No le molestaba la idea de ser, tal como había recitado en el día de su juramento, un instrumento de los Espíritus, pero se preguntaba si toda su existencia se limitaba a ese collar solamente.
Llevó el dorso de su mano hacia su frente, y dejó escapar un suspiro que sonaba a confusión e inseguridades.
—Yo solo he soñado con esto desde siempre, siempre... —murmuró, cabizbaja. Sabía que había llamado la atención de todos los presentes, pero sin levantar la mirada aún, decidió salir del lugar—. Con su permiso, maestre De Alba. Creo que necesito pensar algunas cosas.
—Adelante —respondió la mujer, sintiendo completamente válido el deseo de Annarieke de cuestionar incluso su decisión de haber entrado a la orden, incluso cuando lo había hecho por el deseo de proteger y seguir los pasos de su héroe.
Por su parte, se preguntaba si en algún momento en todos sus años en la orden había tenido dudas que iban en contra de su juramento. Con certeza, todo seguiría igual en ella; no dejaría de cumplir con su labor y seguir instruyendo a los nuevos reclutas, pero eso solo le dejaba otra duda: ¿sería capaz de callar el secreto detrás de la magia de los caballeros de Avra por el bien de la misma orden? ¿Podría seguir viendo entrenar a los alumnos cada día sin pensar que a cualquiera de ellos podría esperarles un futuro similar al que tuvo incluso el anterior maestre?
—¡Anny, espera! —Mallory había querido salir detrás de su amiga, interrumpiendo los pensamientos de la maestre, pero Ludwig detuvo a la bruja.
—Está bien, estaremos con ella. —El chico trató de animarla, pero incluso la maestre podía notar en el rostro del joven todas las dudas que tenía y cierta expresión de pesadumbre que hacía lucir falsa su sonrisa—. Creo que será mejor si lo discutimos entre los tres. Con su permiso, maestre De Alba.
Tanto él como Heinrich salieron de la habitación con prisa.
Este último no había dicho nada, y ni siquiera había mirado a su maestre para pedir su permiso. La mujer sabía por los comentarios del capitán Aldrich que Heinrich se había unido a la orden para proteger y ayudar a Annarieke, continuando con su labor de guardia real de Giannir. Se preguntaba si el chico tenía en cuenta que su alma misma había sido el precio a pagar por su lealtad.
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