XV: El deseo de Avra (Pt. II)
Junto a la maestre De Alba, Annarieke se reunió con sus compañeros, contándoles tan breve y clara como podía el motivo por el que estaban allí. Aunque era demasiado para creer que pudiera ser verdad, al menos por los gestos de nervios que hacía Annarieke, Ludwig y Heinrich podían asegurarse de que no se trataba de ninguna broma, y no dudaron en hacerle compañía hasta el lugar donde se llevaría a cabo el ritual.
Siguieron el camino del río que llevaba al norte, alejándose más del templo, junto a los dos brujos.
—¿De verdad vamos a ver a un Espíritu? —preguntó Ludwig, incrédulo aún—. ¿En serio Mallory hará que Myantha Fenkrana te entregue la espada de Laias? ¿Me juras que no estoy soñando?
—Debemos estar compartiendo el mismo sueño, entonces... —murmuró Annarieke, arqueando las cejas y procurando no jugar con sus manos para que no se notara lo nerviosa que estaba. Una taza de té no le habría venido nada mal en aquel momento.
—¿Pero por qué a ti?
Aunque la chica tenía una sola respuesta razonable para ello, prefería no decírselo a sus compañeros aún, y se encogió de hombros.
—Sería asombroso si Heinrich pudiera tenerla. —Decidió desviar el tema.
—Es suficiente con haberte enseñado a empuñar una —respondió el mayor con una tranquilidad apenas fingida. Aunque no tuviera el mismo interés que Annarieke y su hermano en las leyendas, una espada ancestral capaz de vencer a los más poderosos monstruos que habitaron sobre Terravent, era algo que sin duda quería ver, y tal vez, usar.
—No tienes que ocultar tu entusiasmo...
—Está bien —aceptó el chico, riendo al darse cuenta de lo bien que parecía conocerlo su compañera—. No creo que deba sujetarla pero si me dejas verla de cerca...
—Hecho —prometió Annarieke.
Los tres sabían que en la dirección que tomaban, el río Fenkranos marcaba el límite con el país de Giannir, y poco antes de llegar a la frontera, los brujos se detuvieron.
Mallory observó el anillo en su mano, y estiró sus brazos un poco frente a sí misma, mirando sus manos.
—¿Lista, Amarose? —dijo Hayden, y la chica asintió decidida, al punto en que al verla, Annarieke deseó compartir el sentimiento a pesar de que confiaba en ella—. Su alteza, debería acercarse más: usted será quien intentará convencer con sus propias palabras a la dama de Fenkranos.
Annarieke respiró profundo, antes de acceder a entrar a orillas del río, y tanto Hayden como Mallory hicieron aparecer círculos de invocación en frente suyo, ambos con un aura de distinto color —la de Mallory era blanca, en tanto que la de Hayden era más dorada—, y la caballera entendió que a partir de aquel momento no podía dar marcha atrás por más insegura que se sintiese.
—En presencia de todos los elementos, y en nombre de la trinidad de Espíritus del primer pacto conocido: Lysois, la iluminada; Vilreth, el impetuoso y Laias, la alada, te invocamos, Dama del río, protectora de Therina y primera sierva de Laias: Myantha Fenkrana.
»Que tu solo nombre sea inspiración al orden, que tu presencia otorgue protección sobre los indefensos, y que tu noble juicio dicte una vez más la valía de la guardiana en frente de ti. De ser digna, bendícela otorgándole tu más alto honor, o de lo contrario, si hay oscuridad en su corazón, castígala.
—Lo último no va en serio... ¿o sí? —inquirió Annarieke, cada vez más llena de dudas luego de escuchar el conjuro de los dos brujos.
Desde la superficie empezó a emerger una figura femenina con un cuerpo formado por el río mismo. Annarieke, impresionada, trató de no saltar.
—¿Eres tú la guardiana a ser juzgada bajo mi espada? —se escuchó desde todos lados, sin venir de ninguno en específico a una voz femenina muy grave y maternal, que en un principio sorprendió a Annarieke, haciéndole contener la respiración ante el asombro.
La caballera miró a su alrededor, y volteó a Mallory, quien movió su cabeza hacia la figura, indicándole que debía avanzar a ella.
Insegura y asustada, Annarieke obedeció, aun cuando desde donde se encontraba, el agua le llegaba a los talones, y al avanzar hacia la figura, temía hundirse más. No obstante, cada paso que daba, sentía que el nivel del agua seguía sin avanzar más allá de sus pies.
Al estar en frente de la presencia, la reverenció con cortesía.
—Sí, Dama del río, Myantha Fenkrana —respondió.
—¿A qué nombre respondes, guardiana?
La chica suspiró, y trató de normalizar los acelerados latidos de su corazón, y proseguir tal como debía.
—Annarieke Zavet, caballera de la orden de Avra —respondió con firmeza. Como si fuera lo único de lo que estaba segura en aquel momento.
—En tus venas corre sangre noble, Annarieke Zavet. ¿No respondes ante el país que has sido destinada a gobernar? —cuestionó la presencia; sin embargo, la muchacha negó con la cabeza.
—Respondo ante Therina como su guardiana, no como una gobernante —aseguró—. Y si algún día he de dejar la orden, mi misión y mi destino seguirán siendo proteger y servir, no solo a mi país.
A pesar de que el Espíritu no tenía un rostro, de algún modo Annarieke pudo sentir que sonreía.
—Annarieke Zavet, guardiana de Therina, ¿estás preparada para recibir tu juicio?
La chica se arrodilló, tomando su collar, justo como recordaba haberlo hecho el día de su juramento a Avra y a los Espíritus.
—Sí, mi señora.
Vio frente a sí la forma de una mano que se extendía hacia ella, y sintió que debía tomarla para levantarse. No obstante, en aquel momento, no estaba más sobre el río Fenkranos. Ni en ningún lugar que parecía conocer.
Al principio todo era muy brillante, y confundida y asustada, la caballera había buscado a Myantha en todas las direcciones, sin respuesta.
—¿Dama Myantha...? —musitó, perdida.
Por un momento temía que aquel había sido todo su juicio y quedaría atrapada allí por el resto de la eternidad, mas, de pronto, el lugar empezó a materializarse en uno un poco más familiar. Era capaz de reconocer las colinas como las de Larya, pero las casas tenían un estilo mucho más antiguo, construidas en piedras y madera, con tabiques a base de paja, recordándole a las ilustraciones de sus libros de historia. Al ver a unas cuantas personas a su alrededor, caminando, o haciendo varios oficios, quiso acercarse a estos, hasta notar que incluso sus ropas eran demasiado anticuadas.
De pronto, un muchacho de su edad le empujó, mientras corría con un sable de práctica como los que solían usar en la academia, y reía.
—¡Hey, eso puede ser muy peligroso! —se quejó la caballera, pero detrás de ella le siguió alguien de estatura mucho más pequeña que ella, poniendo sus manos sobre su cintura, con enfado.
—¡Ven acá! ¡No pienses que vas a escaparte para practicar! Hay mucho que hacer en casa... —exclamó con voz aguda y autoritaria.
—¿Y si vienes a practicar conmigo, Avra?
Solo la mención de aquel nombre fue suficiente para que Annarieke reconociera que debía seguirles.
«¿Avra?», pensó, confundida.
Observó bien al muchacho. Tenía la constitución de alguien que había entrenado bastante, y estaba muy segura de que se parecía mucho a las estatuas de la academia, y a las ilustraciones de sus libros de leyendas. Tenía que ser él, pensó, y corrió, acercándose.
—¿Avra? ¿Ese Avra? ¿De verdad eres tú? —preguntó, emocionada, pero el chico no parecía advertir su presencia.
—¡Elnair, si por lo menos me ayudaras un poco! —se quejó su acompañante.
«Elnair...», repitió la caballera en sus adentros. En muy pocas leyendas había leído su nombre junto al de Avra, como alguien que le había inspirado, o su primer mentor, pero aparecía tan poco, que ni siquiera creía que existiera, más que para contar que incluso el mismísimo Avra había tenido que entrenar alguna vez.
—Cuando vengan ellos por nosotros, ¿crees que importen unas cuántas prendas sin lavar? —preguntó el muchacho, entregándole el sable a su pequeña compañía—. Vamos, por lo menos quisiera lograr que puedas defenderte algún día...
—¿¡Defenderme de qué, Elnair!? ¿De verdad te crees que tenemos alguna oportunidad contra ellos? No hagas nada tonto, quédate conmigo y ayúdame... —vociferó, devolviéndole el arma.
El chico sonrió con amabilidad.
—No importa si en verdad no tengo una oportunidad, ¿pero crees que es justo permitirles que sigan haciendo esto? ¿A cuántos más de nosotros seguiremos perdiendo? Si no demostramos que somos capaces de combatirlos...
—¡Pero no lo somos! Madura ya —farfulló su acompañante, sintiendo que era inútil discutir con quien parecía ser su hermano mayor. De algún modo, a Annarieke le recordaba a Krisel, y lo autoritaria que podía llegar a ser a pesar de su edad con ella y Benedikt—. Regresa temprano, ¿sí?
—¡Claro que sí! —exclamó el chico alejándose, caminando de espaldas, sin dejar de observarle —. ¡Te quiero mucho, Avra!
—Sí, claro... —bufó con enojo, y volteó a mirar de repente a Annarieke. Se sentía muy directo, como si fuera capaz de notar su presencia—. ¿Podrías ayudarme tú?
Annarieke se apuntó a sí misma, sorprendida, pero decidió asentir, y alegre, su compañía tomó su mano para llevarla en pasos apresurados hasta su casa, mientras la caballera solo se dejaba llevar, confundida.
Una vez que estuvieron en el patio, Annarieke notó una enorme pila de ropa, y quien la trajo se plantó en frente de ella, y puso sus manos sobre su cintura.
—Hay mucho por hacer —decidió, y volvió a agarrar la mano de la caballera para inspeccionarla muy de cerca—. Tus manos... parece que han trabajado mucho, pero no creo que hayas lavado una sola prenda en toda tu vida. ¡Igual que él!
La caballera se sonrojó, y tuvo que admitir que tenía razón.
—¿Puedes enseñarme...?
—Claro que sí, prometiste que me ayudarías —sonrió, pidiéndole a Annarieke que metiera todo lo que más pudiera sobre la cesta, y la cargara para llevarla al río—. Al menos tienes fuerza...
La rubia le siguió, formulando cientos de dudas en su mente. En cuanto se detuvieron, sentándose junto a la orilla, Annarieke le vio observar el río, mientras tarareaba alegremente.
A pesar de sus finos rasgos y tierna voz, parecía tener mucha madurez para su edad. Le evocaba bastante el recuerdo de su propia hermana menor, por lo que con temor a equivocarse, Annarieke decidió aclarar sus dudas.
—¿Tú... eres Avra? —preguntó de repente.
—Sorprendida, ¿eh? —sonrió traviesamente. La caballera se inclinó hacia atrás, asombrada.
—¿Cómo...? ¡No es posible! Benedikt y yo hemos leído todas tus historias, y nunca... —No sabía cómo explicar que se veía muy diferente en todo sentido del Avra que todo el mundo imaginaba en la orden, y fuera de ella.
El caballero ideal. El elegido. El mismísimo adalid de la luz tenía la apariencia de una pequeña niña de trece años.
Avra no pudo evitar reír con ternura.
—No importa. Puedes decirme como tú quieras, no tengo problema con ello —aseguró con una sonrisa mientras se encogía de hombros—. Y a decir verdad, prefiero que el verdadero héroe sea él; después de todo, sin él, jamás habría conseguido el valor. No solo me convenció a mí, sino a toda Terravent de que las cosas podrían ser distintas. ¿No es lo que en verdad importa?
—Pero... ¿sabes pelear? —preguntó la mayor, extrañada—. ¿Él te enseñó, no es así?
—Algo, pero creo que la mayor parte del crédito lo merecen los Espíritus... —respondió Avra mientras recogía sus piernas contra su cuerpo, sonrojándose—. Espero que no te sientas defraudada...
—¿Qué? ¡No! ¡Para nada! —exclamó la princesa, con ojos brillantes y a punto de dar saltitos en su lugar, emocionada—. ¡Esto es más de lo que habría imaginado poder conocer algún día! Benedikt va a estar tan celoso... ¿Puedo contárselo a Heinrich y Ludwig también? Son mis compañeros, y aunque no les van mucho las leyendas, sé que les gustaría saber esto.
Su héroe rio, asintiendo.
—Tal vez no te crean.
—No importa, se los diré —decidió la rubia—. No podría sentirme defraudada jamás. Ambos han hecho mucho por Terravent, y si supieras todas las canciones y libros que existen sobre ti...
Avra se sonrojó un poco más.
—Siento que ahora tengan que practicar más —murmuró, sintiendo pena.
—¡Ah!, no es nada. Sé que le pedí a Heinrich que me entrenara desde que tenía catorce para ser como tú, pero de algún modo creo que ahora debo trabajar más duro...
—¿Ese Heinrich, es como Elnair? —preguntó Avra con curiosidad.
Annarieke lo pensó un poco, mientras miraba al cielo.
—Sí, algo así. Lo quiero como si fuera un hermano mayor, pero me temo que la que siempre está metiéndole en problemas soy yo... —confesó.
—Ya veo —rio su héroe—. ¿Recuerdas el día de tu juramento, Annarieke? ¿Qué sentiste en ese momento? ¿Pensabas en alguien?
Annarieke suspiró tan solo de pensar en aquel día. Por supuesto que lo recordaba.
—Estaba muy emocionada, y temía que en algún momento mientras recitaba mi juramento, mi lengua se trabara o me confundiese. Lo practiqué tantas veces que hoy, dos años después, sigo soñando con él —dijo, sintiéndose avergonzada por confesar tantas cosas a su mayor héroe—. ¿Y si pensé en alguien? Oh, toda la mañana, e incluso antes de que llegara mi turno, pensé en mi padre. En qué estaría haciendo en ese momento, y si acaso sabía que mucho más lejos de Amaravas, estaba yo a punto de cumplir el sueño del que siempre le había hablado. También pensé en Benedikt y Krisel, mis hermanos. Ben y yo crecimos queriendo saberlo todo sobre ti, y aunque tratamos de compartir nuestro entusiasmo con Krisel, creo que tiene otros intereses. —Sonrió—. También pensé en cómo debía estar Mallory, y si me recordaba todavía... —Volvió a suspirar, nostálgica, con la mirada fija sobre la hierba, arrancando algunos tréboles.
Avra bajó su rostro, poniéndose frente a ella con una mirada muy curiosa.
—¿Qué pasó con ella?
—¿Quieres saber? —inquirió Annarieke, sintiendo un picor en sus mejillas. Se preguntó qué clase de sueño tan extraño debía estar teniendo, que le hablaría de su mejor amiga al gran adalid de la luz, pero este asintió con emoción—. Hemos sido amigas desde siempre porque sus padres son directores de la academia de la primera ciencia en Giannir, y a menudo deben hablar con mi padre —explicó—. Pero luego ella tuvo que irse a la academia y aunque ya no nos veíamos tanto, siempre que regresaba al palacio, tenía la misma sonrisa, y nos abrazábamos como si no nos hubiéramos visto en años, y en pocas horas, era como si en ningún momento nos hubiéramos separado. Pero yo sabía que cambiaba: ella cada vez era mucho más hermosa, y... deseaba algún día poder decírselo —suspiró, apoyando su cabeza sobre sus piernas, las cuales también abrazaba—. No solo es bonita... es tan alegre y radiante. El tipo de persona con quien sabes que nunca dejarás de divertirte así sea por pequeñas cosas que parecen típicas. Ella es mágica, y no lo digo solo porque es una bruja: lo vuelve todo emocionante.
»¡En fin! —Trató de volver a concentrarse—. Sabía que si algún día cumplía mi sueño de unirme a la orden, no la vería más, y tal vez ella me olvidaría para siempre. Sé que suena muy tonto, alguien como ella jamás olvidaría a nadie, pero temía no serle tan especial. Sin embargo, en cuanto pude, escapé del palacio y llegué a Larya para unirme a la orden.
—¿De verdad escapaste del castillo? —inquirió Avra. Parecía que sus ojos brillaban de emoción con todo lo que le contaba—. Eres más valiente de lo que había imaginado, Annarieke Zavet...
La mayor sentía que temblaba a causa de una combinación entre nervios y vergüenza.
—Mira quién lo dice... —Apenas pudo responder.
—A pesar de que tenías muchas dudas, decidiste salir a cumplir tus sueños. Eres muy valiente —dijo su héroe con tanta firmeza, que Annarieke deseó creer que aquello era cierto, e incluso si no, se volvería más fuerte—. ¿Qué hay de tu amiga entonces? ¿Sigue contigo?
Annarieke asintió, alegre.
—¿Y qué esperas ahora para decírselo?
Rápidamente, la rubia negó con la cabeza, aún más sonrojada, si es que no existía un límite para el rubor en aquel punto.
—Para empezar, no creo ser su tipo. Las cosas están bien así —explicó, pero por la forma en que Avra fruncía el ceño, sabía que no le estaba convenciendo del todo—. ¿Y si hablamos de tu juramento? Incluso tú debiste hacer uno, ¿no es así?
—¿De verdad quieres saber? —Se levantó, observando el cielo tomar un color muy naranja, y su mirada se llenaba de preocupación de repente—. No lo sé, ¿cómo crees tú que fue? ¿No existen canciones de eso?
—Me temo que no —negó Annarieke, preguntándose qué era lo que le perturbaba de pronto—. Pero también debiste pensar mucho en Elnair, ¿no es así? ¿Él también fue elegido por los Espíritus?
—¿Quieres ver?
Avra se volteó a ella, extendiendo su mano. Su expresión era mucho más seria, y parecía indicarle que debía prepararse para lo que estaba por ver. Aun así, la caballera asintió, y tomó su mano con decisión.
En un parpadeo, el lugar había cambiado drásticamente, y Avra había desaparecido.
Annarieke podía asegurar que seguía siendo Larya, pero parecía sumido en fuego y ruina. Confundida, recorrió el lugar, mirando alerta, hasta que un poco más lejos de ella, creyó encontrar a Avra nuevamente, solo que parecía tener ya su edad y una contextura cercana a la suya; su cabello lucía más corto, hasta sus hombros, y su fino rostro estaba sucio de cenizas y sangre.
Annarieke notó que sostenía la mano inerte de Elnair, e intentaba con dificultad contener todo deseo de romper en llanto, y antes de que tratara de aproximarse hacia ambos cuerpos, tratando de ofrecer su apoyo, Avra decidió soltar a Elnair, y caminó hacia una entidad muy parecida a Myantha, formada solo con aura y que parecía tener alas, la cual le ofrecía una espada.
—Te guiaremos en todo momento. ¿Tienes la certeza de querer hacer esto?
Avra, con decisión, limpió sus lágrimas y tomó la espada, asintiendo.
Por un momento, Annarieke pensó que la historia del mayor héroe de Therina había nacido a través de la venganza, pero se dio cuenta de que a pesar de las lágrimas de Avra, su mirada mostraba cierto brillo de ilusión.
—Él tenía razón: incluso si no tengo una oportunidad real contra ellos... no podemos permitirnos perder a más de nosotros. Quiero hacerlo por él, porque sé que algún día nos libraremos de los Primeros Dioses, y todo será distinto, y mucho más brillante. Esa es mi esperanza.
Annarieke se acercó más, asombrada por lo que había elegido.
—Lo perdiste, y aun así, ¿elegiste pelear por él...? —murmuró, más conmovida que nunca ahora que conocía la verdadera historia de Avra.
—No solo por él. Por todos nosotros. Por quienes cayeron, y por personas como tú, que eligen este mismo camino para proteger a los que aman —aseguró.
—Pero ya no tenías a nadie... no creo que yo hubiera podido.
—No es así, Annarieke: la voluntad de Elnair me acompaña en todo momento, y no pienso dejarla morir. Aun si me cuesta la vida, no dejaré morir su sueño.
La caballera no se había dado cuenta hasta ese instante de las lágrimas que caían de su mejilla, y llevó su mano a su rostro para limpiarlas.
—Creo que ya lo entiendo... —sollozó mientras buscaba cómo calmar todas sus emociones—. Pero incluso si yo dejé a mi familia para ser como tú, siempre supe que podría volver con ellos, ¿y dices que yo he sido valiente?
—Sé que no cualquiera es capaz de tomar la decisión que yo tomé, y menos desde mi punto de partida, pero ya tenías mucha esperanza contigo, y está en las personas que amas, en sus recuerdos y sus sueños. Incluso si algún día no puedes volver más a ellos, quiero que sepas que siempre van a estar contigo —prometió Avra—. Y no solo ellos, también yo, y muchos héroes que vendrán después de nosotros. —Tomó de las manos de Annarieke, y ella sintió en ese momento una fuerte brisa revolver sus cabellos—. Hoy te conocí a ti, Annarieke, y es una razón más por la que agradezco haber tomado el camino que elegí. Estoy feliz de haber inspirado a ser valientes a personas como tú, así que por mí y por los que siguen, ¿podrías prometerme no perder nunca la esperanza?
Annarieke intentó no ahogarse en sus lágrimas, y se obligó a tomar aire para deshacerse del nudo en su garganta. Siguió limpiando su rostro, a la vez que asentía repetidamente.
—¡Sí, lo prometo! —exclamó, observando la dulce sonrisa de Avra—. Trabajaré más duro e inspiraré a mis compañeros a no perder tampoco la esperanza.
—¿Y qué me dices de tu amiga, le vas a decir? —inquirió de manera juguetona, a lo que la mayor solo pudo reír en tanto seguía llorando.
—Tal vez...
Avra rodó los ojos, y respiró profundo, antes de decidir extenderle su espada a la caballera.
—Probablemente ahora ya no la necesitas, pero solo por si acaso. Sé que estará en buenas manos, y Therina también.
Annarieke recibió la espada, y al empuñarla, vio asombrada cómo esta se cubría de fuego. Con un movimiento a través del aire, la devolvió a su estado normal, y volteó la mirada hacia su héroe.
—Gracias... Jamás olvidaré este día —prometió con absoluta honestidad.
Avra solo asintió con dulzura, y una vez más, el ambiente había cambiado, regresando a ser completamente luminoso, hasta devolver a Annarieke al río Fenkranos.
Sorprendida, se dio cuenta de que todo ese tiempo había estado allí, con sus pies aún entre el agua. En su mano, empuñaba la espada que fue concedida al adalid de la luz por los Espíritus.
—Felicidades, guardiana. —Escuchó la voz de Myantha, y al verla, se desmaterializó, regresando su cuerpo al río.
Parecía que la invocación de la Dama había finalizado, y Annarieke había aprobado su juicio. Aún sosteniendo la espada, volteó a ver a Mallory sonriendo, y caminó de regreso a ella.
No fue hasta que había llegado al pie del río, que la bruja la abrazó, envolviéndola con sus brazos alrededor de su cuello.
—¡Sabía que lo conseguirías! —exclamó la chica, y Annarieke pensó que nunca antes la había visto tan radiante y feliz, que no pudo resistirse a juntar por un rato su frente con la de ella, mirándola con cariño.
—Gracias, Mallory. Todavía no puedo creer que hayas hecho todo esto por mí...
—¿De verdad creíste que iba a dejarte, tontita? Entre las dos no hay secretos, ¿recuerdas?
La rubia recordó cuando estuvo a punto de reprocharle aquello antes de que se fuera de la academia de Larya, y todo lo que había sentido doler mientras la extrañaba. Ahora solo se sentía más afortunada de tenerla como su mejor amiga.
Se separaron, pero aún sus manos seguían entrelazadas, y ellas no podían dejar de mirarse. Al menos, hasta que Hayden las interrumpió, aclarando su voz.
—Felicidades, su alteza. Admito que me ha sorprendido que lograra convencer a la Dama Myantha...
—¿Y eso por qué? —preguntó Annarieke con seriedad, enarcando una ceja.
—No creo que tenga importancia ya —respondió el chico, como si fuera incapaz de reconocer cuando la princesa se mostraba a la defensiva ante él.
—¿También sabían lo de Avra? —inquirió la caballera curiosa a los dos brujos, pero ambos se veían confundidos, sin entender a qué podía referirse.
—¿Qué cosa? —preguntó Mallory.
La caballera supuso que no debían saberlo. Miró a Ludwig y a Heinrich, acercándose a ellos, y sabiendo que tendría que contarles lo que había visto, pero lo primero que hizo, fue enseñarles la espada.
Era completamente dorada, y la empuñadura tenía un diseño muy elegante, pero sin hacer que dejara de lucir como lo que era: un arma con la que era capaz de combatir incluso a los Eminentes.
—¿Es pesada? —preguntó Heinrich. Se veía que tenía mucha curiosidad por sostenerla, y Annarieke decidió que estaba bien si lo dejaba empuñarla un rato. El chico quiso negar, pero su compañera le seguía insistiendo.
—Adelante, tómala —rio ella, a lo que finalmente él accedió.
Heinrich se percató de que a pesar de su tamaño, no era muy pesada. También, al balancearla, notó que tenía un muy buen filo para ser una reliquia ancestral. Annarieke se preguntó si él sería capaz conseguir rodearla en llamas al igual que ella durante su prueba, pero parecía que Heinrich no tenía permitida aquella habilidad.
—Es una espada hermosa —admitió el caballero, devolviéndosela a la chica, quien asintió.
***
Aester había observado de pies a cabeza el templo de Fenkranos: Annarieke tenía razón, no tenía nada que envidiarle a un castillo.
Su diseño era sumamente gótico, a pesar de que se veía fusionado con el diseño que solían tener la mayoría de los templos, coronando su estructura principal con una gran cúpula. Además, tanto por dentro como fuera de este, estaba cubierto por algunas plantas y enredaderas, haciéndolo lucir más mágico.
Observó el óculo del templo, maravillada, y regresó a la entrada, sobre las escaleras.
También se dio cuenta de que Blai miraba el exterior del lugar, pero sin animarse todavía a entrar, o a decir algo. La niña se quedó a su lado, admirando el rosetón de la fachada.
—La princesa tenía razón, es muy hermoso... —suspiró, maravillada. El niño, en cambio, solo la miraba a ella, dándose cuenta de que ya sea en Maraele o en Fenkranos, los templos parecían ser verdaderamente su hogar.
—¿Vas a ser muy feliz aquí? —preguntó de repente, aunque sonaba más como una certeza.
Y Aester asintió.
—No puedo esperar a conocer las fuentes. ¿Sabes? A pesar de que no se me da bien nadar, me gustaba quedarme en la fuente del templo de Maraele por horas. Puedo respirar dentro del agua, así que no hay problema, pero es algo que solamente puedo hacer aquí, ya sabes, por lo que en realidad soy...
El chico movió la cabeza, entendiéndola. Incluso si él ya no tenía ningún problema con su aspecto ante el contacto del agua, sabía que no sería tan fácil con el resto del mundo, y que era una razón más para que se quedara en el templo, como otro más de los secretos que guardaban las sacerdotisas.
Aester se acercó al borde de las escaleras, observando que la distancia entre estas y el fondo del río parecía muy profunda, y se deshizo de sus zapatos de tela, para tocar con la punta de su pulgar el agua. Al terminar de meter su pie entero, notó cómo su planta se transformaba en una especie de aleta, y rio, divertida, enseñándoselo a Blai, quien también comenzó a reír.
Aester volvió a meter una vez más ambos pies sobre el agua, sentándose en la escalera, y pataleó, divertida. Los templos eran realmente los únicos lugares en donde no temía ser como era de verdad.
—¿No deseas entrar ya, mi estrella? —Escuchó la voz de Antliae, y aunque hasta hacía instantes, era lo que más deseaba, había algo que la hizo quedarse paralizada por completo, aún en su lugar.
Podría jurar que veía a las corrientes de agua temblar, a pesar de que nadie más parecía haber sentido lo mismo. Con temor, y sin dejar de observar el río, como si quisiera ver algo en específico en el fondo, preguntó a su maestra en voz muy bajita:
—¿Alguien más ha estado aquí, Antliae?
Sabía que se estaba aproximando, y que debía alejarse lo más pronto posible, pero a su vez, se sentía incapaz de moverse.
—¿A qué te refieres? ¿Además de los brujos de la orden Pendragon? —respondió, sin notar aún la preocupación en su alumna.
—Sí. Aunque sea solo a rezar...
Antliae se acercó a ver lo que parecía que mantenía la atención de la niña, sin entender nada.
—Hace un par de días se acercó otra chica. Parecía ser una bruja también, pero ni siquiera avanzó más allá de la entrada.
«Oh...», pensó Aester, entendiéndolo incluso cuando ya era muy tarde.
Las corrientes de agua se combinaban con las de la magia, y era la razón por la que toda Terravent estaba cruzada por varios canales y ríos: para mantener con vida la misma magia.
Sin embargo, aquello también ponía en peligro a todo lo que quedaba sobre la tierra, pues incluso la oscuridad crecía más rápido, alimentándose de la misma energía de los Espíritus.
Todos los Espíritus del río estaban perturbados, pero tratando de ponerles mayor atención, Aester descubrió que todas las voces parecían contarle de cómo una joven bruja avanzó al pie del río, y desde el primer instante, todos temblaron ante tanto caos y oscuridad contenido en un solo ser; de cómo sin pensarlo ni un poco, ella los había profanado a todos, lanzando una semilla oscura a las profundidades del río, y cómo poco a poco germinaba en su interior.
De cómo crecía entre su propia magia, fortaleciéndose con esta, y por más que lo habían intentado, al fin despertaba y ya no podrían retenerla más.
Incluso antes de que fuera capaz de salir, debido a un temblor que causó enorme estruendo en todo el templo, Aester cayó al fondo del río, observando en su descenso a las profundidades cómo la bestia que había crecido en el fondo, estaba a punto de emerger.
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