XV: El deseo de Avra (Pt. I)
Annarieke no solo sabía en qué dirección se encontraba Fenkranos, sino que guardaba recuerdos muy importantes allí, como el del día de su juramento como caballera de Avra, y al igual que su hermano, sabía que era lugar de muchas leyendas, como la que había mencionado sobre el caballero Cassius durante la Segunda Alianza.
Sin embargo, no eran las únicas razones para justificar que llevase la delantera a todos sus compañeros mientras cabalgaba con Aester delante de ella, quien se aferraba a las riendas y la crin del caballo tan fuerte como podía. Por ratos, Annarieke trataba de alentar el paso al recordar que estaba con la niña, pero al verla, se daba cuenta de que se sentía tan entusiasmada por llegar al lugar como ella.
—No creo que volvamos al templo de Maraele en mucho tiempo, así que ¿cómo es el templo de Fenkranos? ¿Es muy grande? —inquirió Aester sin dejar de mirar el paisaje con ansias.
—Sí, y muy bonito también —respondió Annarieke, recordando el día de su iniciación—. Su construcción es un poco más distinta a la de otros templos de las estrellas y las profundidades, pero es muy hermoso, ¡parece un pequeño castillo en medio del mar!
—¡Oh! —exclamó asombrada la niña, intentando imaginarlo—, ¿falta mucho?
—Ya llegaremos —dijo la caballera, con una sonrisa.
Mallory, por su parte, esperaba sentada en uno de los escalones del templo de Fenkranos a su mejor amiga. No solía ser tan impaciente, pero cada segundo junto a Hayden Mondsen le resultaba más incómodo y aunque incluso en la academia de Valeres tenía que verle, nunca había hecho nada como pedirle un favor específicamente a él, en nombre de su aquelarre.
Soltó un largo suspiro. Entendía si Annarieke estaba muy molesta con ella, pero si le permitía explicarlo, comprendería que era un sufrimiento necesario.
Intranquila, tomó una pequeña piedra que lanzó hacia el río, haciéndola saltar tres veces.
—Aún no empieza el ritual, ¿y ya quieres ofender a Myantha? —inquirió el chico a su lado, de cabello castaño oscuro, un poco corto y lindos ojos verdes. Podía entender cómo se le había ocurrido salir con él.
Ella solo volteó, cruzando de brazos, sin pretender responderle.
—Espero que tengas una buena excusa para hacer lo que estás por hacer, Amarose...
—¡Claro que la tengo! —exclamó la pelirroja, ofendida.
—Además de «La princesa se lo merece».
—¡Ella lo merece! Incluso la dama Myantha sería capaz de verlo —aseguró la chica.
—¿De verdad lo harán? ¿Invocarán a la dama Myantha? —terció una mujer de cabello cobrizo muy hermosa que esperaba junto a las columnas de la entrada del templo, haciéndole compañía a los dos brujos.
Mallory asintió con entusiasmo.
—La espada de Laias va a encontrar un nuevo dueño, después de todos los héroes que le siguieron al mismísimo Avra —explicó, ilusionada.
—Esto empieza a ser ridículo...
—¡Bien, entonces vete! No tenías por qué aceptar en un principio...
—¿Qué te puedo decir, Amarose? Quiero ver el rostro que pondría la dama Myantha al escuchar la absurda razón por la que la has invocado. Supongo que vale la pena que incluso estés revelando el mayor secreto guardado de este aquelarre.
—¿Los Espíritus tendrán rostro? —preguntó de repente la bruja, curiosa, y su compañero rodó los ojos. Fue entonces cuando escuchó a los caballos de la orden de Avra, y ayudó a Mallory a levantarse, extendiéndole su mano.
Incluso a la distancia, Hayden podía reconocer a la caballera de Avra rubia que llevaba una gran ventaja sobre sus compañeros. La vio detener su caballo, y cargar a la pequeña novicia de la que Mallory y la sacerdotisa Antliae habían hablado, con todo el cuidado y dulzura que se requería para enternecer a cualquiera, con excepción suya, claro.
—Oh, al fin llegó la princesa que eligió hacer a un lado todas sus comodidades y enfrentarse a las bestias por el bien del mundo. ¿Quién podría competir contra eso? —inquirió en tono sarcástico, rodando los ojos e ignorando cómo Mallory parecía desear transformarlo en una cucaracha y aplastarlo en ese momento.
—¡Mi pequeña Aester, allí estás! —exclamó Antliae, con la misma emoción, esperando a la niña que iba junto a la princesa.
Aester al divisarla también, corrió hacia ella, cruzando la orilla del río sin importar que sus piernas se transformaran, mostrando sus escamas tornasoladas, y llegando a los brazos de Antliae, aferrándose a ella con fuerza.
—¿Estás bien, mi pequeña estrella? —preguntó la sacerdotisa, sosteniendo entre sus manos el rostro de la niña, quien asintió—. Lo siento tanto, Aester, prometo que nunca más volveré a perderte... —musitó.
Cuando se supo acerca de la bestia, Aester se refugió en el lago dentro del templo de Maraele, y por eso durante la huida nadie la encontraba. Su maestra pensó que se había adelantado junto a otras de sus compañeras, y se culpó bastantes veces por no quedarse buscándola el tiempo necesario.
De acuerdo a lo que le contó Mallory, podía estar segura de que cazadores de recompensas habían encontrado a Aester y la llevaron al duque Viadia. Después de todo, en la pequeña ciudad de Maraele, la niña era muy conocida por sus peculiaridades.
Cuando Annarieke se acercó también, Mallory fue quien corrió directo a sus brazos, y la rubia, con calma, correspondió su abrazo. Con solo verla y poder abrazarla, aunque sea muy suavemente, sentía que todo su mundo al fin estaba en orden.
Sus ansias de que volviera a la academia se habían apaciguado.
—Espero que me hayas extrañado —murmuró la bruja con cariño.
—No te haces una idea —suspiró Annarieke con una pequeña sonrisa, recordando los dos días que había pasado sin Mallory como los más tristes que tuvo en la academia, al punto en que ni siquiera había tenido ganas de entrenar.
Hayden carraspeó para llamar la atención de ambas chicas, y Mallory se separó, en tanto Annarieke lo escrutaba de pies a cabeza, con una seriedad que no parecía propia de ella.
—Su alteza, soy...
—Hayden Mondsen, estudiante de la academia de Valeres, y futuro líder de la orden Pendragon de magia —le interrumpió Annarieke, cortante.
El chico ignoró aquel gesto y sonrió.
—Mallory también me ha hablado bastante de usted...
—¿Ah, sí? —preguntó la chica en un tono intimidante. Deseaba poder invocar su hacha tan solo para agregarse mayor dominancia en aquel momento.
El brujo, por su parte, pareció entender el mensaje de que no debía bromear demasiado junto a la princesa. En cambio, aprovechó que la nueva maestre de la orden también se había unido, y la saludó, reverenciándola.
—Como representante de la orden Pendragon, le ofrezco mis más humildes respetos, y también mis condolencias por los momentos que están pasando. Sé que no debe ser nada fácil perder a un pilar tan importante dentro de una organización como un líder, pero estoy seguro de que se encuentra a la altura para tomar su lugar, señorita Maria De Alba.
La mujer aceptó la cordialidad del brujo, y esperó que explicara el motivo de aquella reunión.
—Son demasiadas personas reunidas para contar un secreto, pero la mayoría aquí lo conocen, ¿no es así, señorita Antliae? —Observó a la sacerdotisa, sonriendo, y ella asintió con un gesto de complicidad. El brujo se puso más serio para continuar su discurso—. Estoy seguro de que también la orden de Avra debe guardar muchos secretos, pero algunos los otorga nuestro aquelarre, por lo que es mi misión ponerla al tanto de estos, señorita De Alba.
»El nombre de nuestra orden nace del apellido del último caballero que empuñó una de las sagradas reliquias de los Espíritus: la famosa espada de Laias. La misma que le fue entregada a Avra para dar fin a los Eminentes. Debido a los oscuros tiempos que están corriendo en Therina, se ha decidido que la orden Pendragon no va a dar más la espalda al mundo, si existe una oportunidad de mantenerlo a salvo. Honestamente, no sabemos de qué es capaz en realidad Odyle Ruenom y nunca nos hemos asociado con ella, ni con su familia, pero ofrezco todo el apoyo de nuestra organización para poder ayudar a Therina a superar pronto estos días.
»No está de más explicar que cuando digo «la orden Pendragon» como un todo, en realidad me refiero únicamente a la señorita Amarose.
Concluyó sus palabras, observando a la bruja, que casi había saltado al ser mencionada, y esperaba una forma de salir de aquella situación en la que tanto Annarieke, como su maestre la miraban sin entender nada aún.
—Yo...
Maldición. Si podía concederle a Hayden algo, además de ser atractivo, es que sabía hablar bastante bien. Eso podía explicar también cómo habían durado casi dos años, pero prefirió no pensar más en ello; su demagogia no estaba tan a la par y mucho menos cuando el chico la había empujado a dar explicaciones que no sabía cómo expresar sin revelar demasiado.
—La señorita Amarose nos ha estado apoyando desde el momento en que empezó a trabajar con el equipo de investigación de nuestra orden —dijo la maestre, como si esperara que Hayden explicara qué otro tipo de apoyo ofrecería su orden también.
—Es una alumna talentosa, me alegra que les sea de utilidad —asintió el chico—. No obstante, a través de la información que me ha dado, es posible iniciar otras investigaciones sobre cómo encontrar la manera en que las personas han sido transformadas en bestias, y si es posible revertir este proceso. Sin embargo, cuando digo que ofreceremos nuestro máximo apoyo, también incluyo el secreto más sagrado de nuestro aquelarre.
—¿La... espada de Laias? —preguntó Annarieke, sorprendida.
Recordó cuando habló con su hermano acerca de la espada, y él había intuido que de acuerdo a las leyendas de Cassius Pendragon, podía encontrarse en un río cercano a Fenkranos. No imaginó jamás que la ubicación era tan exacta, ni que de repente, iba a ser capaz de observar con sus propios ojos la reliquia que portó el héroe de su infancia.
Benedikt la envidiaría tanto.
—Me alegra que lo entienda, princesa —respondió Hayden.
—En realidad, sigo sin entender. ¿Van a darle la espada de Laias a la señorita De Alba, no es así?
«Sería lo más coherente en estos casos, ¿no?», Hayden estuvo tentado a pronunciar.
—En nombre de toda nuestra orden, la señorita Amarose se tomó la libertad de escoger a otra campeona que considera que está más a la altura.
Annarieke esperó varios segundos a que Hayden terminara de nombrar a la campeona digna de la espada que había usado Avra, pero al sentir la mirada de la maestre De Alba sobre ella, y ver cómo Mallory a propósito miraba las uñas de sus manos intentando ignorar ese momento, lo supo. Volteó hacia su superiora, tratando de pedirle que cambiara de opinión.
—¡Maestre De Alba dígales que no es posible! ¡Es una reliquia sagrada de los Espíritus! ¿¡Por qué yo habría de tenerla!?
—¿¡Y por qué no!? —discutió Mallory—. Anny, estés dispuesta o no a creerlo, desde el momento en que decidiste entrar por tu propia cuenta a la orden de Avra, eras ya una leyenda, y si los Espíritus te armaron caballera, eres tan capaz como Avra para tener su espada, ¿no lo crees? Además, lo necesitas...
En aquel momento Annarieke comprendió por qué Mallory había llegado tan lejos. Deseaba decirle que era necesario, aunque lo agradecía bastante, pero tampoco quería levantar más sospechas entre su maestre y el otro brujo sobre lo que sucedía con sus dones. Finalmente suspiró, resignada.
—Ningún otro caballero ha sentido tanto aprecio por la historia detrás de la orden de Avra, sean o no leyendas. La reliquia estará en buenas manos, señorita Zavet —aseguró su superiora.
—Si le preocupa tanto, hay cierta probabilidad de que la dama Myantha considere que no es digna de la reliquia... —murmuró Hayden, y Mallory trató de contener todo deseo de hundirlo en el río.
—Lo haré —decidió Annarieke, como si lo que el brujo había dicho era más que suficiente para desafiarla a probarse ante el Espíritu que cuidaba de la reliquia de Laias, curiosamente, la misma que le había dado el nombre a la ciudad en la que se encontraban: Myantha Fenkrana.
El chico mostró una pequeña sonrisa.
—Buena suerte, su alteza.
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