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XIV: Vulnerabilidad

Para Aester, no había nada más difícil que encontrar un momento en el que la princesa se separara de su collar. Podía entender lo importante que estos eran para los caballeros de Avra, pero ella no necesitaba más que unos cuantos minutos a solas con él, y sin embargo, incluso cuando dormía, lo tenía entre sus manos.

Sabía que aquel detalle no podía considerarse normal, y ciertamente, no era algo que Annarieke soliera hacer, pero con las recientes fallas de sus poderes, creía que tenerlo junto a sí misma todo el tiempo posible, lo arreglaría de alguna forma.

También, podía notar que desde que la señorita Mallory se había ido, su estado de ánimo decayó bastante, e incluso hablaba menos con sus otros compañeros, lo cual podía empeorar la situación.

Analizándolo bien, solo quedaba una cosa que hacer.

—Blai... —llamó a su amigo, antes de que fuera hacia los patios de prácticas y entrenamientos. Aunque aún no empezaba en la orden de manera oficial, el chico tenía permiso de prepararse un poco por su cuenta.

—¿Sucede algo? —inquirió él, viendo al resto de sus futuros compañeros, pero decidiendo prestarle atención a su amiga.

La chica estaba cabizbaja, y lucía un poco avergonzada.

—¿Huh? ¿Quieres más postre? Sé que puedo encontrar una forma de que dejen de vigilar la cocina para tomar más esta vez...

—Nada de eso —aseguró la niña, y suspiró profundo, antes de acercarse al oído de su amigo, pidiéndole el favor que quería.

El chico lo pensó durante un largo momento.

—No tienes que decir que sí...

—¡No, no es eso! —aseguró Blai, sonriendo—. No te preocupes, ¡lo haré!

La niña esbozó una gran y brillante sonrisa.

—¡Qué genial eres, muchas gracias! —Le dio un abrazo, y salió corriendo, en tanto agitaba su mano en señal de despedida—. ¡Mucha suerte en las prácticas, Blai!

El niño trató de disimular el rubor de sus mejillas, a pesar de que Aester ya se había ido, y decidió regresar a las prácticas. También, tenía que pensar en el momento indicado para resolver la petición de su amiga.

Para su suerte, la princesa llegó al mismo patio de entrenamiento, pero ella solo se quedó observando, taciturna.

Blai aceptaba que incluso él echaba en falta a Mallory y sus regaños, pero veía que la princesa se llevaba la peor parte. Además, desde lo que sucedió en la oficina del maestre Alves, podía notar que había cierto aura de oscuridad y pesadumbre en toda la academia.

Los banderines rojos del grifo y el lirio eran ahora de color negro en señal del luto, y era evidente que no todos los caballeros tenían ánimos de asistir a sus prácticas. Annarieke era una de las que prefería quedarse observando.

El niño caminó hacia la chica, mientras llevaba un sable que servía para los entrenamientos.

—¿No va a acompañarnos de nuevo, princesa? —preguntó el niño en un tono muy adorable. Sabía que la princesa tenía que estar muy triste y con varias cosas en mente, pues ni siquiera eso le sorprendió.

La chica negó con la cabeza.

—No estoy de ganas, pero quiero ver qué tal lo haces —respondió.

—¿Ah sí? —El niño se encogió de hombros—. Todavía no tengo un tutor de verdad, así que no creo que pueda avanzar mucho por mi cuenta. ¿Por qué no me enseñas tú?

Annarieke pensó en negarse una vez más, pero se recordó a sí misma yendo por varias mañanas al patio de entrenamientos del palacio Bellemónt para observar a Heinrich y a otros guardias practicar, preguntándose cómo podría conseguir que le enseñaran por lo menos lo más básico para usar una espada.

—¿Sabes? Creo que Heinrich podría enseñarte mejor.

El chico movió la cabeza, insistiendo.

—¿Por qué no tú? ¿Acaso tienes miedo de que un niño te gane y te avergüence frente a toda la orden?

La chica rio con sarcasmo. Sabía que Blai era solo un niño, pero conseguía retarla.

—Primero tienes que aprender a sujetar bien ese sable, y luego tal vez puedas soñar con vencerme...

—Enséñame entonces. —La sonrisa desafiante de Blai se mantenía, y Annarieke decidió sacar otro de los sables de práctica, y entrar al patio.

—Para empezar, tienes que pararte correctamente. ¡Eh, aquí, Blai! Soy tu oponente así que no debes perderme de vista —le llamó, tratando de lanzar el primer golpe contra él, que apenas pudo defenderse, retrocediendo ante el choque—. Intenta bloquearme con la mitad de tu arma o vas a perderla a media pelea. ¿Ves por qué tienes que tener una buena posición? Agarra bien tu arma si no quieres soltarla y salir lastimado.

Volvió a asestar, y el chico esta vez hizo caso de sus consejos, pudiendo detener su ataque de mejor manera.

—Mucho mejor. —Ahora Annarieke intentó golpearle desde arriba, haciendo que el niño se estirara con su espada, tratando de bloquearla una vez más—. ¡Tampoco expongas todo tu cuerpo! Podría dar la vuelta en este instante y estarás acabado —La chica siguió los pasos que comentó, tocando con la punta de su sable hacia la parte baja de la espalda de Blai.

El chico, sin querer mostrarse asustado, volteó, poniéndose en posición nuevamente.

Apreciaba que la princesa decidiera darle una pequeña lección, y aunque no le vendría mal que explicara un poco más lento, no se lo pediría tampoco. Podía notar de por sí, que no usaba casi nada de su fuerza cuando lo atacaba.

—No alces tu arma, ni persigas el golpe. Intenta cerrar la entrada según la dirección a la que va a ir mi ataque.

Volvió a asestar una vez más hacia su lado izquierdo, y el niño movió su sable en aquella dirección, siguiendo sus consejos para bloquearla.

—Cuando bloquees, hazlo de lado a lado, ¿sí? No hacia arriba o abajo.

El niño asintió, entendiéndola.

—De acuerdo, ahora intenta atacarme.

Blai obedeció, tratando de golpear en su contra con todas sus fuerzas, pero la chica lo bloqueó con facilidad, y empujó su espada moviendo su brazo y retrocediendo un paso, para luego apuntar su pie con el arma.

—Si vas a atacarme hacia la derecha, entonces mantén tu pie derecho hacia atrás, y luego, en el momento en que vas a golpearme, lo llevas hacia adelante —indicó, y el chico asintió de nuevo, accediendo a volver a atacarla, pero no solo había esquivado su ataque sin necesidad de usar su arma, sino que se acercó hacia él, en tanto tocaba su vientre con la punta del sable—. Y nunca muevas tu espada hacia atrás al atacar, o nuevamente quedarás expuesto. Vamos, Blai, sé que puedes hacer algo mejor con toda esa energía que tienes.

Inspirado, el niño trató de atacar continuamente, siguiendo a la vez todos sus consejos. No obstante, la mayoría de ataques, ella podía esquivarlos solo moviéndose a un lado, pero retrocediendo ante cada golpe.

Bloqueó su golpe más fuerte y colocó su mano sobre el lado sin filo del sable para empujarlo, y al crear un poco de distancia entre ambos, le dio apenas segundos a Blai para que se preparara para su sentencia.

—Es mi turno.

Los golpes de la caballera no eran tantos ni tan seguidos como los de Blai, pero sí eran muy precisos, y sabía cómo mantener una posición de defensa aun entre sus ataques.

Poco a poco recuperó terreno, haciendo retroceder más al niño que apenas podía bloquear recordando los consejos y tratando de observar a qué dirección se dirigiría la princesa la siguiente vez. Incluso si trataba de encontrar un punto expuesto, ella rápidamente lo cubría y volvía a atacar.

Tampoco podía calcular más cómo bloquear usando la mitad de su arma, y no quería aparentar que estaba entrando en pánico y quería una pausa, pero el último golpe de la chica le había hecho soltar su arma, que había salido volando a su lado, y por la sorpresa, acabó tropezando, cayendo sentado sobre el césped.

Impresionado, movió su mano en busca de su espada. Tenía muchísimas ganas de pedirle una revancha.

—¡Voy a ganarte esta vez!

Annarieke rio, y le extendió su mano para ayudarle a levantarse.

—En algún otro momento, ¿te parece? No lo has hecho tan mal tampoco...

Blai tomó la mano de la caballera, siendo atraído hacia ella para pararse, pero tropezó entre sus propios pasos e intentó poner sus manos sobre lo primero que tuviera en frente para evitar la caída. Aun si eso resultaba ser el pecho de la chica.

Avergonzado, retrocedió varios pasos, sin parar de disculparse.

—Descuida, no fue nada... —dijo Annarieke, un poco incómoda también—. ¿Vas a seguir practicando?

—En realidad, voy a ir a ver a Aester y a Jan. ¡Gracias por la clase de hoy, princesa!

Apenas dejó el sable en su lugar, corrió rápidamente hacia el cuarto de Annarieke, donde Aester le esperaba, y cerró de inmediato la puerta, recostándose sobre ella y deslizándose hasta sentarse.

—¿Lo conseguiste? —inquirió Aester con preocupación. El chico estiró su mano, sosteniendo el collar de Annarieke en tanto seguía respirando y exhalando, en un intento por normalizar su respiración—. ¡De verdad lo conseguiste! ¿Fue muy difícil?

El chico balanceó su cabeza de un lado a otro, tratando de parecer despreocupado, pero sus mejillas se ruborizaban al recordar el momento en que había tomado el collar.

Difícil-difícil no fue, pero no pienso volver a hacerlo...

—Descuida, solo espero con esto darle un poco más de tiempo a la princesa... —suspiró Aester, sujetando el collar.

Podía ver que la gema empezaba a oscurecerse un poquito, pero era suficiente para considerar que Annarieke estaba en peligro. Entre sus dos manos, creó una luz brillante y tenue, y poco a poco la oscuridad dentro de la gema empezaba a desaparecer.

—Listo, lo dejaré aquí —Lo puso sobre la mesita de noche junto a la cama de la princesa—. Espero que la señorita Mallory regrese pronto. Se ve que la princesa la necesita mucho... —pensó en voz alta.

—Espera, ¿y por qué hiciste eso? —inquirió Blai curioso, acercándose.

—Oh, la princesa está un poco enferma, y así puedo sanarla... —Intentó explicar la niña. Por muy escueto que sonara, dentro suyo sabía que no mentía.

—¿Solo tocando su collar? —Aester asintió en respuesta—. ¡Genial! ¿Cuando yo sea caballero de Avra y esté herido, vas a hacer lo mismo?

Su amiga volvió a asentir, mirándole con cariño.

—Pero sé que no lo vas a necesitar: vas a ser un gran caballero de Avra.

—Ah, todavía tengo mucho que practicar, supongo... —murmuró el chico, llevándose la mano detrás de la cabeza, pero aun así, las palabras de Aester le habían hecho sonrojarse un poquito.

***

A pesar de que aún echaba bastante en falta su mejor amiga —y no dejaba de preguntarse qué estaría haciendo—, por un momento Annarieke experimentó la sensación de haber sido librada de un enorme peso. No podía explicarlo, pero podía asegurar que no se había sentido tan tranquila desde antes de la incursión de Maraele.

Para su mala suerte, aquel sentimiento no duró demasiado, pues estaba arrodillada ante el césped del patio de entrenamientos, buscando en todos lados su collar, y preguntándose en qué momento se le había caído.

—¿Ha crecido bien el césped, señorita Zavet?

Apenas alzó la cabeza para ver a Maria De Alba, y de inmediato se levantó.

—¡Sí! —exclamó sin pensarlo, y al instante, se avergonzó de su respuesta—. ¡Quiero decir! Solo buscaba algo, capitana De Alba, ¡perdón! Maestre De Alba.

La mujer esbozó una pequeña sonrisa, y le extendió un sobre a la joven.

—Descuide, incluso a mí me cuesta acostumbrarme.

Annarieke recibió el sobre, reconociendo de inmediato a su emisora, y lo abrió para leerlo en el momento.

—¡Es Mallory! Dice que un representante de la orden Pendragon me espera... en Fenkranos —explicó, pensando con duda, y se volvió hacia la maestre—. Eso está muy cerca.

La nueva maestre asintió, como si estuviera al tanto ya de la noticia.

—Tiene media hora para partir con su equipo, señorita Zavet —respondió con seriedad—. Espero que no le moleste, pero también he sido citada, por lo que les haré compañía.

—¿Ah? ¿También? —preguntó la chica, y su superiora asintió—. No sé de qué podría tratarse en mi caso, ¿de qué se supone que podrían hablar las órdenes de magia si todo es secreto? —bufó, recordando con molestia lo que su mejor amiga solía decir.

—Podrá averiguarlo pronto si se apresura reuniendo a su equipo.

—¡Oh, sí, eso! —exclamó la chica, pero antes de despedirse de la mujer, recordó lo que estaba buscando al principio—. ¡La esperaré en la salida, maestre De Alba!

Se fue en busca de Heinrich y Ludwig para contarles, y de paso, tratar de averiguar si alguien más había encontrado su collar.

Intentaba no demostrar que estaba a punto de volverse loca, pero ya estaba corriendo el pasillo de las habitaciones, mientras sus compañeros la miraban, extrañados.

—El capitán Aldrich no va a acompañarnos, ¿no es así? —preguntó Ludwig con curiosidad, a lo que sus compañeros negaron.

—Cuando la señorita De Alba fue ascendida como maestre, lo primero que hizo fue obligar a Aldrich a retomar su descanso, así que seguimos siendo solo nosotros. —Annarieke explicó con tristeza, antes de entrar hacia su habitación

—¿No estás lista para salir aún? —inquirió Heinrich.

—¡Lo estaré! Denme solo un minuto —Pidió la chica, abriendo la puerta.

—¿No querías ver ya a Mallory? Apresúrate, no quiero que dejemos esperando a la maestre.

—¡Ugh! No puedo salir a ninguna misión si en primer lugar no encuentro... —Apenas sus ojos encontraron la mesita de noche, sintió un alivio indescriptible, y corrió a tomar el objeto que reposaba sobre esta— ¡mi collar! ¡Aquí está! —exclamó, como si estuviera a punto de llorar de la emoción.

Los dos niños que veían a Jan perseguir su cola, voltearon a ella, extrañados.

—¿Está bien, princesa? —inquirió Aester, en tono inocente.

—Sí, sí —murmuró Annarieke, colocando su collar entre los broches de su uniforme.

—¿Vas a irte a otra misión y dejarnos aquí de nuevo? —preguntó Blai.

—En realidad, Aester debe venir con nosotros. —Annarieke recordó también algo que su amiga había mencionado en su misiva.

El rostro de la niña se iluminó, y mostró una gran sonrisa. Parecía sentir el mismo alivio que Annarieke en cuanto encontró su collar.

—¿Han encontrado a la sacerdotisa Antliae? —preguntó emocionada, y Annarieke, enternecida, asintió sonriendo.

—Vas a volver con tu maestra, Aester.

En un solo segundo, la niña saltó hacia Annarieke para abrazarla, y ella la recibió, y por aquel momento, Blai había deseado poder compartir la misma emoción.

Incómodo, esperó a que ambas se separaran, para poder llamar su atención.

—Ah, ¿podría acompañarlas? Para despedirme de Aester...

La niña sostuvo sus manos.

—¡Claro que sí, Blai! —vociferó ella, volteando de repente hacia Annarieke—. Sí puede, ¿no?

Ella volvió a asentir, sonriendo.

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