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XII: Vacío infernal (Pt. II)

No había abierto sus ojos, pero de algún modo, Annarieke era capaz de sentir una luz, a la vez que alguien tomaba de su brazo herido.

De repente, el dolor había disminuido, y con él, parecía que también bajaba la fiebre.

Sintió también la mano de Mallory cubriendo su frente cuando se acercó a revisar su temperatura.

—¡Gracias, Aester! —Escuchó su voz, llena de un alivio profundo.

Abrió los ojos, parpadeando un par de veces y dándose cuenta de que estaba en su habitación de la academia. Trató de alzar el mismo brazo que tenía herido con dificultad, pero conteniendo cualquier quejido de dolor, y se acercó a tocar la mejilla de su amiga, mirándola con preocupación.

—¿Estás bien, mi princesa? —musitó, y Mallory tomó su mano, y podía ver que algunas lágrimas estaban por desbordarse de sus ojos, pero a la vez sonreía.

—Tonta, no me llamas así desde que teníamos quince... —rio la pelirroja, sonrojándose—. Realmente esa fiebre te dejó delirando...

Annarieke hizo una mueca y frunció el ceño, sin saber si se debía a que todavía sentía algo de dolor por la herida, o incomodidad por la reacción de su amiga, y decidió acomodarse un poco más, sentándose en la cama.

Trató de recordar lo que había sucedido, y su mirada se aclaró, apretando luego la mandíbula. Repentinamente se sintió más molesta, y miró a Mallory con ojos entrecerrados.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó—. Podía encargarme de ello, no tenías por qué acercarte. ¿Y si te hubiera hecho más daño?

Mallory alzó una ceja, igual de molesta, y lanzó una pequeña risa de ironía.

—Anny, siento juzgarte, pero no podías encargarte de ello. Un «gracias» es lo que deberías decir...

—No —replicó la rubia con seriedad—. Sabes que no puedes meterte si sucede algún ataque de bestia o lo que sea que sucedió con Mia. Debiste quedarte junto a Blai.

—¡Mi trabajo no es solo dedicarme a investigar las bestias una vez que hayas acabado con ellas! Si puedo ayudarte, lo haré... ¡y pensé que necesitabas ayuda! ¿Por qué te molesta tanto que haya tratado de salvarte?

—¡Porque luego te atacó a ti!

—¡Pero estoy bien, Anny! A diferencia tuya, que desde que regresamos de ese orfanato estabas enferma y aun así te sobreexigiste más. ¿Y si vuelven a atacarte y no puedes hacer nada? ¿De verdad pretendías que me quedara parada solo viendo?

—¡Sí! —exclamó la caballera, desesperada. Podía reconocer lo difícil que era para su amiga aceptar aquella idea, pero tenía que entender que entre las dos, ella era la más débil—. No me importa si me lastimo: soy una caballera de Avra se supone que debe ser así. Pero no sabes cuanto te quiero, Mallory. No soportaría si te hacen daño a ti...

En un primer instante, Annarieke no pudo creer que había dicho eso. Antes era común decir cuánto se querían la una a la otra, pero ahora parecía que las palabras eran más grandes después de haber pasado tantos años separadas, aun si ella siempre las había sentido con toda su alma.

Ambas se quedaron en silencio por varios segundos, mirándose mientras sus rostros se ruborizaban. Mallory ya no parecía tan molesta, y Annarieke, por su lado, pensaba en alguna manera de atribuir lo que había dicho a su fiebre.

Finalmente la pelirroja decidió romper con el silencio, acercándose a darle un pequeño beso en la frente.

—También te quiero mucho, Anny. Eres mi mejor amiga, así que aunque sea más débil, no voy a dejar que te lastimen. En cambio, tú deberías dejar de esforzarte más cuando ya estás lastimada, ¿podrías hacer eso por mí?

Annarieke bajó la cabeza, y su expresión parecía más como la de una niña regañada que no podía hacer más que asentir.

Mallory volvió a sonreír, y se alejó en dirección a la puerta.

—Te prepararé un poco de té, ¿manzana con canela está bien?

—Sí... —murmuró la rubia, viéndola irse, y en cuanto cerró la puerta, soltó un largo suspiro—. Maldición, eso sí que fue vergonzoso... —Cubrió su rostro con la mano que no estaba herida.

—¿Huh? Yo te daría unos tres puntos por tu esfuerzo...

Annarieke se sobresaltó y estuvo a punto de gritar al escuchar la voz de Ludwig, y volteó a verlo sentado sobre el sofá de su habitación, haciéndole cosquillas en la barriga a Jan y chasqueando la lengua para llamar la atención del cachorro.

—¿¡Estuviste aquí todo este tiempo!?

—Heinrich está con la capitana De Alba investigando lo que sucedió, y quería que viera cómo te encontrabas. Descuida, Mallory nos contó todo —explicó el chico, sin dejar de acariciar al perrito.

—¿¡Por qué no dijiste nada!? ¡Pudiste haberme detenido de quedar en ridículo de esa forma!

Ludwig sentía que no podía dejar de reír.

—¿Y perderme tu intento de confesión?

—Debería huir del país, cambiar mi nombre y teñir mi cabello de negro. Compraré una casa en el campo, sembraré muchas hortalizas, adoptaré siete gatos, y viviré el resto de mis días de esa forma... —murmuró Annarieke para sí misma, deseando esconder su rostro entre las sábanas.

—O podrías tratar de ser más clara la siguiente vez...

—«Siguiente vez», ¿te volviste loco? ¡Ya la oíste! Dijo que solo era su mejor amiga, ¡no habrá jamás una siguiente vez! —chilló, abrazando su almohada con todas sus fuerzas—. Solo espero que lo olvide pronto, yo jamás debí decir eso...

—¿Entonces solo vas a fingir que no pasó nada y seguir escondiendo lo que sientes hasta que algún día dejes de sentirlo? —inquirió su compañero, alzando una ceja.

—¡Exacto! —exclamó, bajando la mirada con tristeza y apoyándose en la almohada que abrazaba—. Nunca se lo dije porque sé que no siente lo mismo, y podía vivir con ello. Pero la extrañé tanto, y ahora siento que no puedo detenerme aunque termine arruinando todo...

Se quedó en silencio, suspirando. Buscar una explicación a todo lo que sentía dolía bastante de por sí, como para tener que enfrentar el hecho de que podría arruinar su amistad con Mallory.

Ludwig suspiró y se encogió de hombros.

—Eres tan tímida con las chicas. ¿Cómo empezaste a salir con aquella marquesa? —recordó a una chica a la que Annarieke solía escribirle cartas en su primer año en la orden.

—A decir verdad, Benedikt me ayudó bastante durante nuestras primeras citas —pensó la rubia—. Cuando me uní a la academia se nos hizo más difícil mantener el contacto, y Cornelia decidió terminar... —suspiró un poco incómoda. A pesar de que ya había superado aquello, sentía que no había puesto suficiente de su parte en su primera relación.

El chico la observó muy incrédulo.

—Si sigues así, tendrás que reconsiderar lo de adoptar gatos.

—No me avergüenza —respondió la chica con decisión, aun cuando no era el tipo de reacción que Ludwig esperaba. Luego, pensó más en todo lo que había sucedido con Mia Dahlgren, y se sobresaltó, preocupada—. Espera, ¿dónde está Blai? ¿Está bien?

—Está con Aester ahora, pero Heinrich le dijo a la capitana De Alba de su situación y lo que tú prometiste —explicó el chico, y puso expresión pensativa, como si le costara terminar de procesar todo lo que había sucedido con el maestre y el futuro de la orden—. No creo que antes haya sucedido algo como lo que pasó esta tarde. Es posible que todos los capitanes de equipos hagan una votación para elegir al nuevo maestre; de seguro ganará la señorita De Alba.

—No es una mala opción —observó Annarieke—. Aldrich también lo haría bien...

El chico rio.

—No creo que al capitán Aldrich le interesara ser maestre. Con que tú y Heinrich tuvieran un poco más de aprecio por sus vidas, ya estaba satisfecho...

Mientras, Aester y Blai se encontraban en la cocina. La chica estaba al pie de la puerta, vigilando si Enid o algún otro cocinero llegaba, en tanto Blai guardaba todos los envases de postres que podía.

La niña recordó que Mallory le había suplicado por usar sus poderes de sanación con su amiga, y al ver el estado de la caballera, se alegró de haberlo hecho a tiempo.

No se trataba solo de fiebre, y ni siquiera imaginaba en qué estado se encontraba la herida antes de tocarla por encima de las gasas, pero al hacerlo, sintió que se trataba de algo tan oscuro, que solo el poder de purificación de una sacerdotisa —o en su caso, una novicia— sería capaz de sanarlo.

Si lo había hecho una bestia, no estaba segura de que estas tuvieran veneno, pero cada bestia era distinta.

Sin embargo, además de la herida, notó que algo más empezaba a consumir a la caballera de Avra, y lamentaba no poder decírselo, pero al igual que los aquelarres de hechiceros y brujas, las sacerdotisas también guardaban secretos que debían mantener como tal para permitir que el mundo siguiera funcionando como lo hacía.

Solo podía rezar a Elívie porque Annarieke se mantuviera tan fuerte como el héroe que había prometido seguir. Era la única opción que les quedaba a todos los guardianes que decidían tomar el juramento de Avra.

Volteó a Blai, que se había tomado un descanso de su tarea para probar uno de los postres que parecía ser una tarta de queso y limón. Pensó en que si bien él sería la persona más indicada sobre Therina para tomar un juramento de aquel tipo, debía tener algo que lo inspirara de verdad para hacerlo.

—Blai, ¿tú de verdad quieres ser caballero de Avra? —inquirió tímida.

El niño la miró con sorpresa. Siendo honesto, se había acostumbrado al hecho de que Aester fuera de tan pocas palabras, que incluso le costaba recordar su voz, sintiéndola totalmente alejada de la misteriosa cantante de Iltheia.

Sip —asintió antes de comer otra cucharada de postre—. No digas que yo lo dije, pero creo que la princesa se ve genial, y ni hablar de Heinrich y Ludwig. La capitana De Alba dijo que los tres eran de los mejores alumnos. ¿Cuánto a que yo logro superarlos?

Aester sonrió, asintiendo.

Estuvo con Blai desde que había escapado del duque Viadia, y sabía que a pesar de que solía robar o su lenguaje no fuera el más adecuado, era un buen chico con un gran corazón. Para ser un caballero de Avra no se necesitaba nada más, ni siquiera fuerza, o agilidad. Todo eso podía trabajarse luego del juramento a los Espíritus, pero mantenerse puro luego de las peores tragedias eran cualidades que ellos apreciaban más, antes de entregar sus dones.

—Además, sus postres son los mejores —añadió el chico, terminando su envase y botándolo—. ¿Quieres uno? Hay de mora...

—Sí, por favor —aceptó ella—. ¿Crees que deberíamos darle también a Jan?

—No quiero que luego se enferme, Ludwig dijo que prepararía comida apropiada para él.

Escucharon a alguien entrar, y no tuvieron tiempo para ocultar los envases de postres, pero se tranquilizaron al ver que solo se trataba de Mallory.

—Oh, aquí están —dijo la chica, entrando para empezar a hervir el agua y buscar las cajas de té. También, apartó el envase de café, con una caja de leche helada.

En cuestión de minutos, tenía un vaso de café helado, del cual dio un largo sorbo.

—¿Cómo está la princesa? —inquirió Aester—. ¿Está mucho mejor?

—Creo que la ayudaste a tiempo, ya estaba delirando —murmuró la bruja, recordando la forma en la que la había llamado. Volvió a sonrojarse, y ocultó su rostro con sus manos—. ¿Qué le sucede? No me había dicho así en tanto tiempo —preguntó para sí misma en voz bajita, observando a Blai, que parecía ser de momento, quien más le prestaba atención—. ¿Cómo podría saber si alguien muy cercano quiere algo más? ¡Es decir! Yo también quisiera algo más, pero no sé si estoy viendo señales donde no las hay y se vuelve demasiado confuso... —suspiró mientras batía el café en su mano.

Volvió a mirar al niño, que se veía muy extrañado, como si pensara en si realmente debía darle una respuesta a aquello, y Mallory se sintió torpe al notarlo.

—Yo qué sé. Tengo solo doce y hace un año dejé la escuela —replicó el chico encogiéndose de hombros, y la bruja suspiró, tomando su café.

Decidió fingir que no había dicho nada y volvió a dirigirse al niño.

—¿En Iltheia no hay educación gratuita? —preguntó.

—No es eso, es que ya no había nadie que pudiera obligarme a ir.

Mallory rio un poco, y vio a Aester, que los escuchaba a los dos sin dejar de disfrutar su postre, hasta notar la mirada de la bruja sobre ella y quitó la cuchara de su boca.

—¿Cómo suele ser la educación de los templos?

Sabía que no había mucho que la niña tuviera permitido responder, pero tenía curiosidad.

—En realidad, podía estudiar a la hora que quisiera —dijo Aester, animada al recordar sus días en el templo—. ¡Y lo que yo quisiera! Muchas sacerdotisas se dedican a algún tema que les apasione, pero todavía no he encontrado nada para mí. Antliae quería que empezara a aprender gianés, pero no estaba interesada, así que no puedo hablar todavía en tu idioma —explicó, moviendo la punta de su pie en el suelo con vergüenza.

—Descuida, puedo hablar bien tu idioma... eso creo —sonrió Mallory, sintiendo de repente muy familiares las palabras de la pequeña—. Eres muy joven aún, ya encontrarás algo que te apasione —repitió una frase que se había acostumbrado a escuchar cuando mencionaba sus dudas, sin saber qué tan cierto podía ser.

—¿Y qué hay de la academia de magia? No pareces del tipo que se meta en muchos problemas en clases, ¿o sí? —Blai la sacó de sus pensamientos, cosa que por aquel instante, ella agradeció, pero sacudió su mano, riendo.

—Para nada, mis padres son los directores de la academia —explicó, y Blai entendió que la vida de la bruja podía ser un poco estricta.

Aunque se estaba divirtiendo y quería saber más, no pudo evitar recordar lo que había sucedido hace algunas horas, e incluso había temido bastante por la princesa y por Mallory. También por él mismo, si la capitana De Alba no hubiera llegado a tiempo.

—Mallory, ¿sabes qué pasó allí en la oficina del maestre Alves? —El niño inquirió, inquieto y un poco asustado—. ¿Era una bestia? ¿Esa chica se transformó en una?

La bruja movió la cabeza, negando.

—No sé qué pasó. La capitana De Alba me dio el permiso de investigar tanto a Mia Dahlgren como a la bestia del orfanato, pero estoy segura de que no era una bestia...

—Pero pasó lo mismo que había pasado en Iltheia —aseguró el chico, recordando algunos de los heridos que había visto antes de dejar su ciudad—. Se veía... muy parecido.

Mallory se dio cuenta de que tenía razón, y asintió.

Recordó también que a pesar de que jamás tendrían la oportunidad de saber qué había sucedido en Iltheia, podría investigar también los cuerpos de los otros caballeros de Avra.

Dio un largo sorbo a su café, y apagó el agua caliente para terminar de preparar el té de Annarieke.

—¡Gracias, Blai! —exclamó de repente, a punto de irse de la cocina—. No coman tanto postre o les dolerá la barriga, y no lleguen tarde al cuarto.

—¡Vete ya! —vociferó Blai, ignorando las risas de Aester y la bruja.

Antes de abrir la puerta, Ludwig había salido, encontrándose ambos.

—¿Ella está más normal? —le preguntó Mallory.

—Annarieke nunca me ha parecido una persona normal, pero volvió a dormirse, si eso te tranquiliza —explicó el chico, antes de despedirse.

—Oh, bueno. ¡Buenas noches, Ludwig! —dijo la bruja, decidiendo entrar.

Dejó el té a un lado, en la mesita de noche, y se sentó sobre la cama.

—No sé si de verdad estás durmiendo...

Annarieke hizo un pequeño sonido de negación, y se sentó un poco, recogiendo la taza de té que había dejado su amiga para probarlo. Mallory sonrió al observarla, hasta que de repente, soltó un largo suspiro de tristeza.

Todavía seguía pensando en su conversación con los niños, y en lo insegura que se sentía cada vez que pensaba en su futuro.

—No te vayas a reír, pero a veces he sentido envidia de ti y de Benedikt —murmuró la chica, y su amiga se sorprendió, sin entender a qué venía eso—. Va a sonar muy tonto, pero siempre me ha sorprendido cómo a pesar de que sus vidas ya estaban decididas, se atrevieron a tener sueños y a querer cumplirlos.

»He esperado pacientemente a mi sueño, y entré a la academia de magia pensando que estaría en alguna de sus materias. También entré a la orden Pendragon, igual que mis padres, y aunque no me va mal, sé que no es lo mío. Pero pronto acabaré la academia, así que diría que el tiempo para buscar mi sueño se está agotando. ¿Tiene algún sentido seguir caminando todos los días a pesar de no tener un rumbo?

Annarieke permaneció en silencio por un largo momento. Jamás imaginó que su amiga podía sentirse así, y le parecía tan extraño, puesto que Mallory era la persona más radiante que había conocido en toda su vida.

Eso le hizo llegar a una conclusión.

—El sol sale todos los días —aseguró ella—. Tal vez no tenga una razón para hacerlo, pero si no lo tuviéramos, no seríamos capaces de vivir. Mallory, aunque creas que estás caminando sin un rumbo, traes mucha luz a mi vida, ¿sabías? Así que, ¿podríamos seguir caminando juntas hasta encontrar ese sueño?

No importaba si sentía un picor en sus mejillas ocasionado por lo que había confesado, o por las palabras de su amiga, Mallory asintió con una sonrisa. Después de todo, Annarieke era la única persona con la que deseaba caminar por horas de su mano, sin importar hacia dónde irían.

—Siento haberme enojado contigo hace un rato...

—Olvida eso, ¿sí?

Annarieke sintió también que era una forma que tenía su amiga de decirle que podían olvidar cuando había dicho que la quería, y a pesar de que sintió un poco de dolor en su interior, decidió que así estaba bien.

—¿Sabes? De todos modos no estoy segura de que pueda continuar mucho tiempo aquí en la orden... —confesó de repente, sintiendo que Mallory era la única persona a la que podía decírselo.

—¿Qué? ¿Por qué? Pensé que tú y Heinrich seguirían aquí un par de años más...

—Yo también, pero... no se lo digas a nadie, pero últimamente me cuesta invocar mucho mi arma —explicó la caballera, y Mallory podía sentir cómo su voz se quebraba con angustia al intentar contarlo—. Me pasó en Iltheia, y también en el orfanato y aquí. Sé que solo si soy tan fuerte y audaz como lo fue Avra, seré capaz de continuar como caballera, pero creo que no me esfuerzo lo suficiente...

—¡No pienses eso, Anny! Le pediste a Heinrich que te entrenara desde los catorce, y huiste del palacio para unirte a la orden y has seguido aquí por tres años. He escuchado lo que tus compañeros dicen de ti y te admiran mucho. Tan solo estás teniendo una pequeña mala racha...

—Es que no debería tener una mala racha —explicó Annarieke, suspirando—. De todos modos, papá estaría muy feliz si volviera ya a casa.

—Tienes muchas cosas en mente ahora, y tal vez por eso te cuesta concentrarte. ¡Me sucede muchas veces con la magia!

—Tal vez pueda ser eso —musitó su amiga—. Me tranquiliza al menos decírtelo, pero sé que tengo una misión por acabar —recordó, sintiendo deseos de bostezar—. Duerme bien, Mallory.

Volvió a acostarse, muriendo de cansancio. Ni una sola vez había enfrentado bestias tan seguido, y estuvo tan cerca de enfermarse, por lo que el sueño y la necesidad de seguir descansando la vencieron muy pronto.

En cambio, Mallory a su lado no había dejado de observarla mientras dormía.

Era tan dulce y tranquila que realmente lucía como una princesa, y le parecía adorable las curvaturas que formaban sus labios, similares a los de un gatito.

Quería trazarlos encima con su dedo, pero más soñaba con algún día sentirlos contra los suyos.

Decidió acurrucarse entre su pecho y su cuello, pensando en silencio en todo lo que había sucedido aquel día. Estaba asustada y ya lo había admitido, pero aquel día estuvo incluso a punto de perder a Annarieke y solo quería mantenerse junto a ella cuanto lo tuviera permitido. Además, hacía mucho frío y no convenía separarse cuando incluso podían compartir sus frazadas.

Cada vez que cerraba sus ojos, los recuerdos horribles volvían, y no estaba segura de si podría conciliar el sueño, por lo que decidió enfocarse en otras cosas.

Pensó en lo que su amiga le había contado y creyó que tal vez había una forma de ayudarla.

Para ser un caballero de Avra solo se necesitaba de una voluntad firme y pura, y de un arma, y sabía a la perfección que Annarieke cumplía con el primer requisito. Solo necesitaba conseguir el segundo. 

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