X: Una tranquila noche
Con un largo vaso de café helado, Mallory salió hacia el balcón del vagón en busca de Annarieke. No sabía cuánto faltaba para llegar hacia Larya, pero tenía el presentimiento de que no era demasiado.
Encontró a su amiga, bebiendo una taza de té —que parecía ser assam con limón—, mientras observaba el camino que dejaba atrás.
—¿En qué piensas? —preguntó la bruja, haciéndole compañía.
Annarieke la observó un rato, agradeciendo en sus adentros el solo tenerla cerca. Ludwig y Heinrich eran sus compañeros, pero sentía que no podía confesar todas sus dudas y sentimientos respecto a cada misión que tenía por no querer verse débil o asustadiza, pero Mallory la conocía desde mucho antes que hubiera sostenido un sable por primera vez; conocía ya todos sus miedos y sus sueños, y sin importar el tiempo que las alejara, siempre al reencontrarse, era como si el tiempo no hubiera pasado para las dos, como si esa unión que sostenían, permaneciera intacta.
Bajando la cabeza, la caballera confesó aquello que no había dejado de rondar en su mente con cada metro que se alejaban de la capital de Antheros.
—Siento que no debí dejar Iltheia aún. No con todo lo que sucedía, podía haber hecho más...
Mallory apoyó su rostro sobre su mano, observando también el camino. Encontró cierta satisfacción al sentir la brisa y la lluvia helada sobre su piel, en tanto pensaba en lo que había sucedido. Siendo solo una bruja, estaba segura de que era más de lo que cualquier grupo de caballeros de Avra había esperado enfrentarse, y conociendo a Annarieke y su constante deseo de querer ayudar a la gente, entendía si sentía que no había hecho lo suficiente aún.
—Tal vez, pero piensa que hoy también hiciste mucho por esos niños —respondió, recordando todo lo que ya sabía acerca de Blai y Aester—. A propósito, el chico me contó que posiblemente su padre era un caballero de Avra, y la niña... te sorprendería mucho el secreto que guarda.
—Parece que confían mucho en ti —Annarieke levantó una ceja, y sonrió.
—Saben que no estarían a salvo de no ser por ti —aseguró su amiga, quedándose en silencio y volviendo a mirar el paisaje hasta decidir cómo cambiaría el tema—. ¿Has visto una sirena alguna vez?
La pregunta le tomó por sorpresa, y se encogió de hombros, sin saber qué responder. Había encontrado muchas sirenas en las historias que su madre le contaba, pero en la vida real nunca había visto nada parecido.
Mallory rio, y se aproximó a botar el vaso de café en un basurero pegado junto al balcón.
—Está bien, después de todo, es una leyenda... —suspiró, pensando en que quizás ella mejor que nadie sabía cuán reales podrían ser algunas leyendas—. Bueno, ¿conoces al principal Espíritu al que se encomiendan las sacerdotisas de las profundidades, y de las estrellas?
La rubia asintió.
—No se trata de un Espíritu, sino de la Eminente aliada, Elívie, de la segunda luna.
—Así es. La separación de los templos se debe más a la historia de Elívie, pero puede resumirse en una simple sentencia: Elívie nació de las estrellas y pereció hundida en las profundidades de Terravent. ¿Sabes a qué se debe el compromiso de castidad de las sacerdotisas?
Annarieke negó con la cabeza, sin saber qué responder una vez más. En lo poco que conocía respecto a las sacerdotisas, no había nada que indicara que estaban unidas a Elívie o a alguna otra entidad, y debido a ello, le debieran fidelidad. Solo sabía que era obligatorio en toda sacerdotisa al darse su iniciación.
—Trato de no juzgarlo, pero a menudo pienso que puede ser bastante anticuado... —respondió Annarieke, cubriendo la mitad de su rostro entre sus brazos, mientras los apoyaba sobre la baranda del balcón.
—Te prometo que no es nada anticuado —sonrió la bruja, sacudiendo su mano—. Cuando Elívie se unió a los humanos y los Espíritus, quiso entregar sus poderes de sanación y conocimiento, pero solo podía hacerlo a las mujeres —explicó.
»También, había una segunda condición importante para quienes estuvieran dispuestas a recibir este poder: no podrían reproducirse jamás. Aun así, las humanas que estaban interesadas en heredar los dones de Elívie, aceptaron, y cumplieron su palabra.
»La razón de este compromiso tenía que ver con la naturaleza Eminente de Elívie, y que al transmitir estos poderes a los humanos, iba a transformarles de alguna forma. Ella lo llamó una maldición, pero las primeras sacerdotisas aseguraron que con el poder que cargaban, era todo lo contrario.
—¿Dices que la razón por la que las sacerdotisas tienen impedido casarse es porque están «malditas»?
—Sip, algo así —replicó Mallory—. En el instante en que consumaran una relación, su lado Eminente las consumiría, transformándolas para siempre. Algunos decían que producto de esta transformación, estaban condenadas a vivir para siempre en los mares, como Elívie cuando cayó en manos de Ma'aer.
—¿Entonces las sirenas son realmente sacerdotisas que faltaron a su promesa de castidad? —inquirió sorprendida su amiga.
Mallory volvió a asentir, sintiendo aquella conclusión muy triste, y soltando un largo suspiro al pensar que habían cosas que no podían ser tan sencillas como solo una leyenda podía explicarlo.
—Pero creo que es un precio justo para un poder tan grande... —musitó, tratando de creer que por muy difícil que fuera, era necesario. Ella, como una guardiana desde su nacimiento, sabía que su poder podía ser grande y su obligación era instruirse para controlarlo y usarlo para el bien de su mundo.
—Tal vez eso explica por qué las leyendas hablan de la voz melodiosa de las sirenas —pensó Annarieke de repente, todavía ensimismada con la historia de su amiga—. Todas las sacerdotisas aprenden a cantar como parte de sus rituales.
—Dicen que las sirenas cantan para recordar con melancolía sus días en el templo —respondió Mallory en voz baja, pensando en lo triste que debía ser vivir atrapada en un mundo apenas desconocido, con vagos recuerdos de tu pasado.
—¿En tu aquelarre suelen contar más historias como esa? —preguntó Annarieke abriendo más sus ojos, y estos relucían de emoción—, porque sabes lo mucho que me gustan las leyendas...
—Sí, bueno, este es un pequeño secreto, pero tal vez otro día te cuente uno que no lo sea tanto... —prometió la bruja, recordando repentinamente que no podía soltar todos los recuerdos de su aquelarre aunque se tratara de su mejor amiga.
—¡Es aburrido que tengan todo ese conocimiento y les prohiban compartirlo! —Se quejó la princesa.
—Hay secretos y leyendas que es mucho mejor que permanezcan como tal —suspiró la bruja, convencida de aquella sentencia como si fuera una realidad—. ¿Viste las dagas de ese chico...?
—Oh, sí. Pensé lo mismo también. —Annarieke asintió al instante.
Las dos chicas suspiraron al unísono, y rieron al ver el vaho que hacían.
Terminaron mirándose a los ojos por largos segundos, esbozando pequeñas y tímidas sonrisas.
Annarieke apreciaba los ojos marrones de Mallory, que siempre le recordaban al onadh, a los libros antiguos de leyendas, y al café. A pesar de que no le gustaba el sabor de este último, la sola palabra le recordaba bastante a su amiga, y era razón suficiente para pensar en el café con cariño.
Mallory, en cambio, podía comparar los ojos de Annarieke con el sol. Terravent tenía tres lunas para acompañar la noche, y toda una corte de estrellas, pero un único sol que se encargaba de mantener el día brillante y cálido. Incluso en la noche más fría y lluviosa de sgrior, la bruja sentía que el sol seguía allí, junto a ella.
—Siento haberte preocupado allá, prometo que no volverá a suceder... —Annarieke bajó la cabeza, y su amiga tomó de su mano, como si se tratara de un impulso.
—¡Está bien, Anny! No te lamentes por haber sentido miedo, no tienes que ser valiente todo el tiempo...
—Soy una caballera de Avra, es mi deber ser valiente todo el tiempo —afirmó la princesa. Aun así, entrelazó sus dedos con los de la bruja, y jugó un poco con ellos.
Sabía que Mallory no tenía idea de qué responder, y estaba mejor así, porque no quería decir nada que la preocupara más.
Pensó por un largo momento en que aunque de niñas tenían una altura similar, ahora ella le sacaba casi una cabeza más de diferencia. Aprovechó esa misma distancia para plantar su suave beso sobre su frente y soltar su mano.
—No te quedes mucho tiempo afuera, no quiero que te resfríes.
Al volver a su compartimiento, observó enternecida cómo los dos niños que llevarían a Larya estaban profundamente dormidos: Aester apoyando su cabeza sobre el hombro de Blai, y él, apoyando la suya sobre la de la niña, en tanto abrazaba a Jan.
***
Habían arribado a Larya cerca de las once de la noche, y al llegar a la academia de Avra, notaron que estaba más silenciosa de lo que solía acostumbrar a esa hora. Sabían que varios equipos debían seguir en Iltheia, y lo más seguro era que pasarían la noche allá.
Aún con sueño, Blai observó la estructura del antiguo castillo con asombro, y se sorprendió más al notar lo moderno que lucía por dentro. Sin embargo, antes que conocer los pasillos o incluso los patios de entrenamiento, su estómago le indicó a él y a todos a su alrededor que quería conocer primero la cocina.
Se sonrojó un poco ante el sonido. Solía aguantar varios días sin comer, pero luego de haber permanecido encerrado en su departamento desde el solsticio y toda la energía que había usado para intentar huir en vano de los caballeros de Avra, era evidente que necesitaba comer algo pronto.
Para su suerte, como si se tratase de un efecto dominó, el resto de los estómagos de sus compañeros le hicieron compañía, e incómodos, llegaron a la misma conclusión:
—¡Creo que debemos ver si queda algo en el comedor! —dijo Annarieke, apresurándose al lugar, y todos le siguieron.
La rubia encendió un par de luces, y nunca le pareció tan abandonado el lugar. Evitaba comer después de la cena, por lo que era su primera vez allí aquella hora, tan solo para descubrir que no podría comer nada de todas maneras.
—Tiene que haber algún aperitivo en el frigorífico... —murmuró con desesperación—. ¿Dónde guardarán las cajas de té?
—Solo muévete, princesita —masculló Ludwig apartándola, y entrando a la zona de la cocina.
—¿Qué crees que haces Ludwig? Enid no está allí dentro —dijo Heinrich, y esta vez era su compañero el que le lanzaba una mirada muy seria.
A continuación, Ludwig abrió algunas alacenas, tomando condimentos y algunos vegetales frescos, poniéndolos sobre el mesón. Luego fue hacia el frigorífico.
—No estamos tan mal, a decir verdad... —anunció, revisando todas las carnes que habían.
—Sí, ¿pero quién crees tú que va a cocinar? —inquirió Heinrich.
Ludwig se quitó el saco de su uniforme y procedió a doblar las mangas de su camisa, y a buscar un largo cuchillo, ideal para cortar carne, y observó a su compañero como si estuviera esperando que dijera algo más.
—Pfff... está bien, Lud. Solo busca si hay helado y será suficiente... —rio Annarieke.
—Bien, no habrá nada para ustedes dos. ¿Mallory, niños? Podría preparar lo que sea...
Ignoró las risas de sus compañeros al haber dicho eso.
—¡Ya sé! ¿Qué tal un cocido de garbanzos con tocino y carne? —opinó Blai—. Pero una tortilla de patatas estaría bien. ¿Qué dices, Aester?
—Lo que sea, estará bien —sonrió la niña.
—No es mala idea —respondió Ludwig.
—Ah... en realidad, moriría por unas salchichas al curry —suspiró Mallory.
—¡O en salsa blanca! —apuntó Heinrich, y Annarieke asintió ante la idea.
—Ustedes dos ya no tienen opinión.
—Pero es mi derecho como gianesa votar por las salchichas. —Annarieke hizo un puchero y juntó sus manos, poniendo una mirada muy parecida a la de Jan al sentir hambre.
—¡Claro que no! Y mejor ve a buscar tu helado, princesa. —reclamó Blai.
—¡Pero yo también quiero salchichas! Somos tres a uno...
—Aester, apóyame en esto, por favor... —La miró suplicante el niño, pero su compañera se encogió de hombros, observándole con timidez.
—En realidad, solo quiero comer pronto, y creo que Jan también... —señaló al cachorro, que incluso aulló con tristeza al ver a su dueño.
Blai bufó, y apoyó su cabeza contra el mesón al ver que había perdido.
Ludwig empezó a picar las cebollas con destreza en brunoise, y a su lado, ralló tres dientes de ajo.
—Admito que sabes picar cebollas mejor de lo que podrías estocar a una bestia... —apreció Heinrich.
—¿Disculpa? —preguntó su compañero, muy ofendido.
—Lo que dije —reafirmó el pelinegro—. Ann, el capitán y yo somos los que siempre tenemos que acercarnos más para atacar, pero tú quedas atrás, de lo más seguro y a salvo. Ojalá la orden hubiera mantenido su regla de permitir usar solo armas blancas...
—Ah, chicos... —terció Annarieke, un poco incómoda.
—Te recuerdo que en estos momentos soy yo quien tiene un cuchillo —respondió Ludwig, continuando su trabajo de sofreír la cebolla con el ajo en un poco de aceite de oliva en la sartén.
—Y solo digo que me alegra saber que puedas usarlo —continuó Heinrich con una mirada desafiante.
Después de unos segundos que se habían sentido muy largos para Annarieke —quien esperaba no tener que alejar el cuchillo de ambos—, los dos chicos empezaron a reírse, y Ludwig volvió a su tarea.
—Ugh, dejen de pelear por tonterías. —Les regañó su compañera.
—Solo tú creíste que estábamos peleando en serio —se burló Heinrich.
Annarieke volteó a ver a Mallory y a los dos niños, quienes se encogieron de hombros con sonrisas tímidas, señalando que tampoco esperaban que fueran en serio.
—Como sea... —suspiró la princesa, observando a su compañero con curiosidad y asombro—. ¿Dónde aprendiste a cocinar, Lud?
—En casa...
—¿Y cómo es que conoces tan bien la cocina?
—Seguro Enid le dio un tour secreto... —respondió Heinrich.
—¡Un momento! —Annarieke pareció entender repentinamente algo—, ¿por eso siempre bajas más temprano que el resto...?
En ese instante, Heinrich también lo entendió. Seguramente había una paga extra para aquellos que se prestaran a ayudar en otras actividades de mantenimiento de la academia.
—Oh... —murmuraron los dos, comprendiendo todo y bajando la mirada.
—Creo que somos muy idiotas —afirmó Annarieke, bastante apenada.
—En eso estoy completamente de acuerdo —replicó Ludwig, en tanto llevaba la mezcla de puré y vinagre de manzana, mostaza y curry al sartén—. Pero no es como si hubiera querido que supieran, así que está bien.
—¡Claro que no! Lo sentimos mucho. —Annarieke volvió a disculparse.
—Yo no siento na... —Su compañera le interrumpió hundiendo su codo en las costillas—. Ann tiene razón, siento haberte molestado todo este tiempo con Enid, lo más seguro es que ya esté casada. Por otro lado, la princesa Krisel...
—¡Por supuesto que no! —exclamaron al unísono Annarieke y Ludwig, molestos.
La salsa tenía buen aroma, y mientras tanto, en la plancha, las salchichas estaban a punto de dorarse. En poco tiempo, todos tenían servida su porción, y antes de que los mayores pudieran decir «buen provecho», los niños estaban comiendo como si fuera la última vez en sus vidas.
—No es lo que esperaba... —Blai trató de tragar antes de hablar—, pero está bueno igual... —volvió a comer, y esperó otro largo rato—. ¡Gracias!
Annarieke rio y empezó a probar, emitiendo al instante un pequeño sonido de satisfacción.
—¿Es lo suficientemente bueno para una princesa? —preguntó Ludwig.
—¡Para mí sí! —exclamó la chica, bastante satisfecha.
—¡Felicidades, Ludwig! —dijo Mallory, limpiando sus labios con una servilleta.
—Espera, te faltó un poco. —La detuvo Annarieke, tomando la servilleta en una mano, y con la izquierda, sosteniendo un poco el mentón de su amiga para alzarlo. Limpió la salsa que quedaba sobre la comisura de sus labios, y aunque no debieron de pasar más de cinco segundos, para Mallory había sido como si el tiempo se hubiera detenido, o corriera más lento, en tanto sentía cómo el calor llegaba a sus mejillas.
De repente, todo su rostro tenía un color similar al de la salsa.
—¡Listo! —dijo la rubia con total naturalidad, terminando su trabajo, y llevó su plato y el de su amiga hacia el fregadero para lavarlo.
—Y la princesa lo ha hecho de nuevo... —murmuró Ludwig en tono muy bajo, sonriendo al observar a la bruja muy avergonzada, abrazando su bolso contra sí misma.
—No podemos despertar al maestre Alves, y a decir verdad, creo que tampoco se encuentra aquí, así que, ¿qué haremos con los niños? —preguntó Annarieke, guardando los platos.
—Lo dice la que tiene una habitación entera para ella sola. —Ludwig rodó los ojos.
—¡Pero quería hacer fiesta de pijamas con Mallory! No habíamos tenido una desde los 16...
—¡Está bien! —Mallory casi saltó de su asiento al escuchar su nombre—. Hay suficiente espacio para los tres, ¿no es así?
—Cuatro. —Blai enseñó a Jan, quien lanzó un ladrido.
—¡Bien! Así será más divertido —sonrió la princesa—. ¡Vengan! Tenemos mucho que acomodar y ya es tarde.
Annarieke se llevó a los niños, y Mallory se quedó aún en su asiento con una taza de café, moviendo la pequeña cuchara en círculos mientras observaba a la nada.
—¿Brujita? —Heinrich llamó su atención.
—¡Ah, sí! Ya me voy. ¡Tengan buena noche los dos! —La chica bebió de un sorbo todo el contenido de la taza y la enjuagó, para luego irse corriendo y alcanzar a su amiga.
Cuando Blai y Aester llegaron a la habitación de Annarieke, notaron que efectivamente era bastante grande y solo pertenecía a la chica.
—¿Usaste tus privilegios de princesa para tener tu propia habitación? —cuestionó Blai.
—¡Claro que no! —insistió Annarieke, ofendida—. Le dije muchas veces al maestre Alves que no me molestaba tener una compañera, pero sugirió que estaría más cómoda sola.
—Veo que no dudaste en usar la cama que sería para tu compañera —rio Mallory al llegar, notando cómo la segunda cama ocupaba más bien la función de ropero.
—Sí... lo siento mucho por eso —replicó su amiga avergonzada, cargando entre sus brazos varias mudas de ropa, tanto casual como uniformes, para dejarlos dentro del verdadero clóset, y señaló el enorme sofá cama que se encontraba en el otro extremo de la habitación—. Ustedes dos pueden elegir dónde quedarse, el sofá es bastante cómodo de hecho —explicó, como si lo hubiera probado antes—, y Jan —sacó una gran almohada que dejó sobre la segunda cama—, este es tu lugar. Mallory, espero que no te moleste compartir espacio conmigo...
Mallory sabía que en cualquier momento su amiga terminaría diciendo eso, pero un poco más tranquila, decidió sentarse en el colchón, colocando también el bolso de sus pertenencias.
—Sip. No hay problema —sonrió.
Blai con curiosidad se acercó al sofá, notando que parecía muchísimo más cómodo y elegante que cualquiera de las dos camas, y al lanzarse sobre este para acostarse, sintió tanta suavidad que supuso que no demoraría demasiado tiempo en quedarse dormido allí.
—¿Todas las habitaciones tienen uno así? Porque quiero uno como este en la mía cuando me una a la orden —decidió el chico, abrazando los almohadones.
Annarieke sacudió la cabeza, sintiendo un poco de vergüenza al recordar la razón de aquel sofá.
—En realidad, cuando recibí mi primera paga por mis incursiones, era tanto que me emocioné y no sabía qué hacer. Vi uno de esos catálogos de muebles, y decidí que quería hacer mi primera compra de adulta... —explicó, adivinando que tanto el niño como su mejor amiga la mirarían extrañados, pero al menos, la segunda no pudo contener una carcajada.
—¿Compraste un sofá solo porque sí? —inquirió ella como si fuera lo más gracioso que había escuchado, y a la vez, bastante propio de Annarieke.
—También el tocador y el armario... —respondió la chica, aún más avergonzada.
—Pero no usas el armario —replicó Blai, en un tono somnoliento, pero manteniéndose lo suficientemente atento para discutir con ella.
—¡Ahora sí, y el sofá también! —exclamó la caballera—. ¿Ven? Sabía que algún día serían necesarios.
—Como digas. —Mallory siguió riendo.
—Por cierto, siento que debo volver a bañarme luego de todo lo que sucedió hoy, así que no te extrañes si desaparezco por dos horas en el baño. —La caballera suspiró, tomando del armario el primer conjunto de pijamas que vio, y se encerró en el cuarto de baño.
Mallory en cambio, se levantó para arropar a Aester, quien abrazaba a Jan.
—¿Te sientes segura? —susurró con cariño, a lo que la niña asintió—. Me alegra oír eso, buenas noches, Aester. A ti también Blai —alzó más la voz, esperando a que el niño la escuchara.
—Uhm-hmm —murmuró él, que ni siquiera se movió de su lugar para mirarla.
Con la certeza de que ambos niños estaban cómodos, tomó de su bolso uno de sus libros de clases, iluminándose apenas con la lámpara sobre la mesita de noche, y a la espera de que Annarieke saliera de su ducha.
No obstante, parecía que no exageraba al decir que era capaz de demorar dos horas —y no podía culparla—, por lo que cuando al fin la rubia salió del baño, secando las puntas de su cabello con una toalla, encontró a la bruja ya recostada, con el libro sobre su cara.
Tratando de contener todo deseo de reír, Annarieke tomó el libro, dejándolo sobre la mesita de noche, y movió suavemente su brazo, para hacer que despertara y se acomodase mejor.
—¡Anny! Pensé que alguna bestia se quiso vengar de ti mientras te bañabas —susurró la bruja con tono de preocupación.
—Te pedí que no te preocuparas —rio Annarieke, sentándose a su lado y extendiendo la frazada que usaría ella—. Supongo que no habrá fiesta de pijamas esta noche...
Mallory suspiró, a punto de restregar sus ojos, pero su amiga la detuvo.
—Solo bromeaba —aseguró, aunque si lo pensaba bien, había muchas cosas respecto a su misión que deseaba contarle, pero que prefirió callar para no preocuparla—. Descansa, Mallory.
—También deberías descansar. Después de todo, mataste una bestia. —La chica, se estiró un poco para besar la frente de su amiga y volver a acostarse—. Buenas noches, Anny.
No obstante, la bruja demoró mucho tiempo en conciliar el sueño de nuevo, sin dejar de pensar en todo lo que había visto en Iltheia.
—¿Es siempre así? —preguntó en un hilillo de voz, preocupada, dándose vuelta hacia su amiga.
Sabía que la academia de Valeres estaba protegida por un hechizo que ahuyentaba a las bestias, por lo que de repente no podía dejar de preguntarse si acaso vivía demasiado cómoda entre tantos desastres.
Annarieke recordó cómo una sola bestia redujo a escombros la ciudad de Maraele, y a una vida que no pudo salvar. Ahora, una vez más, había fallado.
—No —respondió, sintiendo en sus adentros que quizás estaba tomando más de lo que era capaz de soportar, aun cuando su elección había sido tan clara—. ¿Estás asustada? —preguntó con temor. Fueron demasiadas cosas que esperaba que la bruja nunca hubiera tenido la oportunidad de ver.
Notó cómo la bruja, desde su lugar, asentía con la cabeza, viéndola a los ojos con preocupación.
—Lo lamento... —respondió la caballera, sintiendo que era su culpa haberla aceptado en una misión que parecía ser más compleja y peligrosa de lo que se había esperado.
—No te sientas culpable, yo misma decidí acompañarte —aseguró Mallory, a punto de levantarse un poco, pero se quedó en su lugar debido a que el cansancio empezaba a vencerla—. Además, sé que estoy segura si estoy contigo.
Annarieke sonrió, sintiendo mucha calidez al escuchar eso. Haría lo que fuera con tal de seguir haciéndola sentir segura, incluso si por momentos, ella tenía miedo también.
***
¡Hola! Hace un tiempo que tenía esto, así que pensé que podía ponerlo aquí y ver qué opinan 👀💕
✨ Tag yourself as personajes de Voluntad de hierro ✨
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