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VIII: Sendas unidas

Con las instrucciones de los paramédicos, Mallory y Ludwig fueron hacia los edificios que les indicaban, en busca de más heridos que pudieran atender.

Era una buena forma de que la bruja se distrajera por ratos para no preocuparse de cómo debía estar Annarieke, y seguir ayudándola a la vez. En la acera de uno de los barrios, la chica vendaba las heridas del brazo de una señora que había sido atacada por su propio hijo, mordiéndola. Pensó que si encontraba las hierbas correctas, podría cicatrizar en menor tiempo que cualquier herida de un caballero de Avra.

Bajó la mirada, consternada.

—Mallory —la llamó Ludwig para que volviera a prestar atención a su trabajo—. Estará bien, te lo prometo. Ella no suele quedarse congelada ante las bestias, pero créeme cuando te digo que ha pasado peores. Después de la incursión de Maraele, no pudo moverse de su habitación por casi tres días, y Heinrich tenía que llevarle la comida —rio, tratando de tranquilizarla, pero su compañera se veía incluso más alarmada ante sus palabras. Se preguntó cómo durante tantos años siendo su amiga, nunca la hizo desistir de un sueño tan peligroso—. ¡Quiero decir!, no le va a pasar nada. Está con Heinrich de todos modos, y es el más fuerte de los tres.

La pelirroja asintió, sin estar muy convencida.

Ludwig le pidió que se apartara de la herida, y acercó su collar a esta.

De repente, el brazo de la mujer se envolvió con una tenue luz, que al menos había aliviado la inflamación, e impediría que se infectara.

—Pensé que solo en las leyendas los caballeros de Avra podían hacer esas cosas —murmuró asombrada la mujer, y Mallory parpadeó varias veces, como si no pudiera creerlo. Había escuchado sobre la manera en la que trabajaban, pero jamás presenció algo como aquello.

—En las leyendas, Avra había sido incluso capaz de volar, como la mismísima Laias —apuntó ella.

—No estoy seguro de que pueda hacer eso, y la verdad, espero no tener que averiguar si es realmente posible —respondió Ludwig—. ¿Cree que dentro haya alguien más?

La señora tomó con fuerza el brazo de Ludwig, aun si tal movimiento le dolía. Sus ojos tenían una expresión de espanto, como si hubiese recordado algo importante.

—Hay un niño, en el mismo piso en el que vivo yo, el tercero. Es huérfano, no tiene a nadie más que a su cachorro. Por los Espíritus, espero que no le haya sucedido nada... —sollozó apenada.

—¡Está bien! —Mallory trató de calmarla—. Iré a verlo y haré lo que esté a mi alcance si está herido.

—¿Mallory, estás segura? —inquirió Ludwig, notando que aún tenía trabajo en el que ayudar a los médicos, y no podría ir a acompañarla.

La muchacha asintió, con algo de duda.

—Confía en mí.

Podía reconocer en su rostro la necesidad de ocuparse de todo lo que estuviera en sus manos para no seguir pensando en Annarieke, por lo que la dejó ir.

La chica entró en el edificio, y corrió las escaleras hacia el tercer piso. La puerta que se encontraba abierta mostraba que lo que pudo ser una cálida celebración de solsticio, había acabado bastante mal, con objetos rotos por doquier, e incluso sangre en las paredes.

Atemorizada, dio la vuelta, y encontró el departamento que estaba cerrado.

Dio un par de golpecitos, pero no hubo respuesta.

Insistió un par de veces más, e incluso pegó la oreja contra la madera, esperando reconocer algún sonido, algo que le indicara que había personas allí.

Escuchó unos ladridos muy fuertes y agudos, que parecían provenir de un cachorro.

«¡Allí están!»

Volvió a tocar, y los ladridos se hicieron más fuertes, pegándose a la puerta. Podía ver incluso por debajo la sombra de cuatro patitas.

—¡Si hay alguien allí, no temas! ¡Abre la puerta, por favor!

Nadie respondió a su llamado, y aunque no quería suponer lo peor, se armó de valor para observar la piedra cuarzo de su anillo, y estirar sus manos hacia la puerta.

Creó un círculo de magia frente a ella que se empujó contra la madera, impulsándola con la fuerza suficiente para que se moviera, abriéndose y sin destruirse.

Atravesó la entrada, y miró de un lado a otro, sin encontrar a nadie. Ni siquiera al cachorro que había escuchado segundos antes.

Sin embargo, todavía podía escuchar su llanto, y lo encontró escondido debajo del único mueble de la sala, ocultándose con sus patas.

Se acercó con lentitud, y un niño de unos doce años de cabello castaño y piel morena saltó hacia ella, apuntándola con una daga y usando la otra para defenderse.

—Ni se te ocurra dar un solo paso más —le advirtió.

La bruja, sorprendida, asintió, retrocediendo y bajando sus manos, en señal de que no usaría su magia.

—Está bien. Tu vecina, la señora Amaya, pidió que te encontrara —le explicó—. ¿Estás bien? Se ve todo... muy normal aquí.

Recorrió con la mirada el pequeño departamento. No había mucho, y el desorden a su alrededor parecía más propio de un preadolescente viviendo solo, que de un ataque repentino de locura y canibalismo.

—¿La señora Amaya está bien? ¿Qué hay de sus hijos? —exigió Blai, aún amenazándola. Se veía bastante serio para ser solo un niño, y Mallory pensó en lo pronto que le habría tocado crecer para poder cuidarse.

—Ella va a mejorarse, y sus dos hijos ya están recibiendo atenciones más adecuadas —explicó—. ¿Tú no tienes heridas? —Intentó acercarse, pero el chico volvió a amenazarla.

—No hay nada que puedas hacer aquí, así que vete. Dile a la señora Amaya que estoy bien, pero que no pienso salir de aquí.

—No creo que eso sea posible. Tienes que salir, ya no es seguro.

—¡No me importa! De todas formas, nunca ha sido seguro —afirmó el chico, como si quisiera dejarle claro que él podría afrontar lo que sea.

Mallory suspiró, agotada. Entendía por qué estaba tan a la defensiva, y si era por ella, se quedaría junto a él hasta que Annarieke llegase por ambos, pero sabía que corrían peligro y tenía que sacarlos de ahí.

—Hay una bestia afuera, y aunque los caballeros de Avra están haciendo todo lo que pueden... no sé si lo logren —explicó con la voz temblorosa. Sabía que debía ser fuerte por Anny, pero estaba aterrada por ella—. Tampoco sabemos a qué se ha debido todo lo que sucedió, pero me alegro de que te encuentres bien. Por favor, tienes que venir conmigo, prometo que vas a estar bien.

—He dicho que no —le espetó—. Luego de todo, ¿van a llevarme a un orfanato? Ni muerto. Tú, los caballeros de Avra y el duque Arno Viadia pueden joderse. No les importa realmente lo que vaya a suceder con los que ya lo han perdido todo.

Mallory tenía muchos deseos de cargar al niño y llevárselo en contra de su voluntad, pero le parecía imposible, considerando las dagas que tenía y que parecía que sabía usar muy bien.

Además, sabía que tenía razón. Cuando estuviese bajo control todo lo que había pasado, los refugiados, tanto de Maraele como de Iltheia, pasarían a ciudades más cercanas una vez más hasta que pudieran repararse los daños, pero las familias y hogares eran cosas que no volverían a la normalidad. Además, incluso el mismo duque se había ido en cuanto las cosas se habían puesto malas.

—Blai, está bien. —Escuchó Mallory otra voz, mucho más tranquila y melodiosa—. No es mala persona.

—Aester, quédate con Jan —respondió el niño, mirando hacia la única habitación del lugar.

Mallory analizó detenidamente la situación.

—Bien, entiendo que no quieras ir a un orfanato, ¿pero qué piensas hacer? ¿Has comido algo en estos días? —inquirió preocupada—. ¿Qué hay de ella o ese cachorro? ¿Piensas en ellos?

—¡No me digas qué hacer, bruja! Yo me encargaré de ellos en cuanto te vayas —aseguró Blai.

—Prometo que los cuidaré a los tres —soltó de repente Mallory, desesperada—. De verdad, te prometo que ni tú ni ella irán a un orfanato. Solo déjenme sacarlos de aquí.

No era como si tuviera un plan en mente, pero si aceptaban, buscaría la manera de cumplir su palabra. Tal vez Annarieke se enojaría con ella por prometer imposibles, pero en un momento como aquel, deseaba mucho escuchar un regaño suyo, porque significaría que estaba bien.

—Por favor... —rogó una vez más.

—Blai...

Una niña de la misma edad de Blai apareció, caminando lentamente, cargando al cachorro negro en sus brazos.

Tocó a Mallory, y la bruja sintió una profunda calma en los ojos azules de la niña. Era como si de repente, la hubiera liberado de todos los sentimientos negativos con los que cargaba en su interior.

—Ella estará bien, sabes que es muy fuerte. No la subestimes —dijo la niña, observando a la bruja como si ambas supieran perfectamente de qué hablaba, y después se acercó a Blai, tomando sus brazos para que bajara sus armas—. Cumplirá con su palabra. ¿No es verdad? —Volteó la vista hacia la bruja, que estaba todavía sorprendida.

Tanto ella como Blai, se habían calmado con la sola aparición de la niña.

Mallory asintió con certeza.

—¡Sí! Confíen en mí.

—Mallory, ¿estás aquí? —Escuchó de repente la voz de Ludwig, y aunque Blai habría reaccionado en posición de defensa nuevamente, parecía que lo que sea que Aester hubiese hecho, todavía le hacía efecto a él y Mallory.

—Sí, está todo bien. Encontré al chico, pero tiene compañía —explicó la bruja, dejando entrar a su compañero.

Él también analizó la situación.

—No tienen a nadie, y no quieren ir a un orfanato...

—¿Y qué piensas hacer? ¿Adoptarlos? —preguntó el chico, reprendiéndola.

—¡No lo sé aún! —exclamó la bruja, bajito, a pesar de que los niños podían escucharla.

Mientras ambos discutían, Annarieke y Heinrich llegaron junto a los paramédicos, aprovechando el momento para tomar un respiro y atender algunas de sus heridas. Annarieke tomó una de las botellas de agua que los paramédicos le habían ofrecido para lavar sus manos, y procedió a beber un poco. Luego tomó su pañuelo, mojándolo en agua para limpiar el rostro de su compañero, e incluso cuando aplicaba un poco de alcohol sobre sus raspones, apenas lo veía inmutarse, y mucho menos quejarse.

Sin embargo, los dos sabían que ella era un caso muy distinto. Cuando Heinrich se había acercado a limpiarla con una pequeña toalla nueva y agua, la chica ya se estremecía e intentaba inclinar su cabeza hacia atrás, hasta aceptar que no había dolido tanto como lo imaginó. No obstante, el alcohol era otro cuento, y Heinrich no tenía paciencia para ello, por lo que dejó que su compañera lo hiciera sola. Era una rutina a la que estaban acostumbrados.

—¿Quieres... hablar acerca de lo que pasó? —preguntó Heinrich de repente, tratando de sonar lo más natural posible, pero su compañera fue capaz de notar la preocupación en su tono de voz.

No era para menos. Era la primera vez que reaccionaba de esa forma, y si ella le explicaba la razón de su lapsus, seguramente se preocuparía más. En el peor de los escenarios, la convencería de volver a Giannir para responder a sus deberes como princesa.

Con rapidez, sacudió la cabeza, a la vez que simulaba una sonrisa, tratando de lucir lo más despreocupada posible.

—¡No pasó nada, lo prometo! —insistió, extendiéndole una de las botellas de agua para que tomara de ella—. Solo... me sorprendí un poco. Era una bestia bastante extraña...

Su compañero no lucía convencido con su respuesta, pero debido a que ella parecía haber recuperado su entusiasmo habitual, decidió creerle. Incluso cuando la bestia era más pequeña que las que solían enfrentar, reconocía algo en aquella que la hacía ver aterradora, y todavía podía recordar sus estremecedores alaridos.

La forma en la que prácticamente se había dejado matar ante ellos, como si de alguna manera poseyera conciencia, tampoco le parecía natural.

Asintió, dándole la razón a Annarieke.

—Espero que Mallory pueda encontrar algo interesante sobre ella...

La caballera se sobresaltó con la sola mención del nombre de la bruja, y comenzó a mirar hacia todos lados.

—¿Dónde crees que esté? —inquirió temerosa, y ansiosa por encontrarla. Escaneaba a la multitud para captar su familiar color de cabello sin una respuesta positiva.

—Escuché que habían visto a un caballero de Avra ir por un niño a ese edificio. —Heinrich señaló a su izquierda, luciendo escéptico, como si pudiera tratarse también de cualquier otro caballero de Avra, en caso de que ya hubieran llegado más.

No obstante, era pista más que suficiente para que Annarieke se apresurara al edificio que le habían señalado, y su compañero solo la siguió, bufando.

Por su lado, Mallory estaba inquieta, y necesitaba una idea pronto si no quería perder la confianza de aquellos dos niños.

—¿Sabes algo de Ann y Heinrich? —preguntó, abrazándose a sí misma a causa de los nervios y el frío.

El chico negó con la cabeza, pero volteó la vista hacia las escaleras para encontrar a sus dos compañeros, Annarieke, subiendo a su encuentro, feliz de verlo, y Heinrich, avanzando cada escalón como si le pesara. Ambos estaban cubiertos de sangre que vio que apenas se habían tomado la molestia de limpiar de sus rostros.

Lucían como una escena de horror no apta para menores de dieciséis, por lo que Ludwig pensó que no era una buena idea dejar que siguieran subiendo.

—Puedes ir a preguntarles...

—¡Ann! —Mallory salió corriendo a su encuentro, y Ann retrocedió unos escalones ante el abrazo de su amiga; Heinrich las atrapó y la bruja también lo rodeó con uno de sus brazos, sin importarle si al hacerlo ensuciaba su propia ropa—. ¿Pudieron con la bestia?

Ambos asintieron, y Mallory los volvió a abrazar.

—Me tenían muy preocupada. ¡Mírense los dos! Espero que vayan a darse un baño pronto...

—Brujita... —Heinrich quiso señalarle que ahora ella debía limpiarse casi tanto como ellos, pero Annarieke le detuvo, sonriendo con alivio y correspondiendo el abrazo de su amiga.

—Me alegra que ustedes dos también estén bien —dijo a Mallory y a Ludwig.

—No sé qué demonios te pasó allá, pero me alegra saber que pudiste reaccionar —suspiró el castaño, recargándose contra la puerta, aliviado de ver a sus compañeros en una pieza.

Annarieke recogió algunos mechones despeinados en un intento por verse menos desastrosa.

—Sí... —suspiró ella—. Si el capitán Aldrich hubiera visto eso, estaría furioso conmigo.

—Pero la próxima —anunció Ludwig con seriedad—, no me importa cuál de los dos dé las órdenes, pero no pienso aceptar que vuelvan a dejarme de lado. Mallory debe saber que es mejor alejarse si se acerca una bestia.

—Hecho —prometió Annarieke—. En realidad, nos hiciste falta allí, por poco no lo conseguimos.

—¿Entonces ya no hay bestia? —Blai salió, mirando despectivamente a los tres caballeros de Avra y a Mallory—. Bien, no hay trato, bruja. Nos quedamos aquí.

Antes de que pudieran responder, el niño les tiró la puerta para cerrarla, y Mallory estaba estupefacta.

—¡Espera! ¡Hace solo un momento...! ¡Ugh! —exclamó la chica, desesperada, y trató de explicarle rápidamente la situación a sus compañeros.

Mientras tanto, Blai había abierto la entrada del balcón, y tenía a Aester a su lado, vestida con un impermeable de color azul, y llevaba una mochila en la que cargaba a Jan.

—No creo ni una sola palabra de lo que dicen —explicó el chico con una mirada muy seria—. Lo más seguro es que estén llevando a todas las personas al palacio de Viadia, y no voy a dejar que te acerques allí. Nos vamos.

Aester asintió detenidamente, pero a pesar de las inseguridades, se aferró al brazo de Blai, quien sostenía sus dagas, y miraba hacia el edificio de enfrente como si estuviera intentando apuntar en una dirección específica.

—Sujétense fuerte los dos —ordenó el niño, antes de lanzar la daga en su mano derecha en dirección a la calle.

Los tres desaparecieron al instante del lugar en el que se encontraban, y antes de que la daga alcanzara la vereda de la calle, volvieron a aparecer, justo a tiempo para que Blai atrapara la daga en su mano, dando saltitos para frenarse.

Se dieron cuenta de todas las personas que les observaban, confundidos por la aparición de ambos, pero con rapidez, Blai tomó de la mano de Aester para llevarla a la entrada del edificio más cercano.

Segura de que era parte del plan de su amigo, Aester y él corrieron todas las escaleras, hasta llegar al balcón del otro edificio.

—¿Están bien? —preguntó el niño a sus compañeros; Aester asintió muy segura, y Jan no parecía molesto tampoco. De hecho, asomaba su cabeza a través de la abertura de la mochila y sacaba la lengua para probar la lluvia.

La niña en cambio, se asomó al filo de la terraza y vio toda la distancia que había entre ellos y el suelo, y volvió a sostenerse del brazo de su amigo.

Justo entonces, Ludwig empujó la puerta con una patada, y cuando los tres caballeros de Avra y bruja irrumpieron en el departamento, lo encontraron totalmente vacío, y con la entrada del balcón abierta.

Annarieke se acercó, mirando hacia abajo.

—¡En frente de ustedes, perdedores! —vociferó Blai desde el otro edificio, agitando sus brazos para llamar su atención. En cuanto lo logró, les mostró su dedo medio y salió corriendo junto a la niña hasta la terraza del siguiente edificio, repitiendo el mismo proceso de lanzar su daga y teletransportarse con ella en el lugar donde estaría a punto de caer.

—¿Quieres jugar, eh? —rio Annarieke, sintiéndose desafiada.

Antes de que sus compañeros pudieran detenerla, se había lanzado del balcón, rodando para amortiguar su caída en el suelo y persiguiendo inmediatamente a los niños desde la calle.

—¡Annarieke! —exclamaron Mallory y Heinrich al unísono.

—¿Qué edad se cree que tiene? —se quejó Ludwig.

Annarieke corrió tan veloz como pudo hacia el edificio en el que terminaba la cuadra. Lo que sea que ese chico hacía para teletransportarse entre lugares, seguro no lo conseguiría a una distancia más larga, y teniendo a una niña a su lado, no se le ocurriría saltar.

Entró en el edificio y corrió todas las escaleras sin descanso alguno hasta llegar a la terraza.

Justo a tiempo, los niños habían llegado y se toparon con la sorpresa de que la caballera de Avra los había alcanzado.

—¿Tanto te aburre matar bestias, que ahora vas tras niños? —le espetó Blai.

—¡No voy a hacerles daño! Quiero ayudarles, mi compañera me contó lo que les ha prometido, y sostengo su palabra: cuidaremos de ustedes y no van a ir a ningún orfanato.

—Podemos cuidarnos nosotros mismos, gracias.

—Blai, por favor. —Aester jaló de la manga de su camisa, y movió la cabeza hacia la caballera, como si le pidiera que escuchase lo que tenía que decir.

—¡Pero...! —Quiso refutar—. ¡Aester, sé quién es esta mujer: es la princesa de Giannir! —Annarieke le miró con sorpresa, a pesar de que ya no le debía impresionar cuánta gente tenía esa información—. ¡Así es! He escuchado de ti, la princesa que cree que ser caballero de Avra es una obra de caridad. Das tanto asco como toda la monarquía.

»Aester, personas como ella no se diferencian mucho de Viadia. Lo más seguro es que te entregue a él, o peor aún, te rapte para que seas su propia mascota en Giannir.

Aester sintió que su amigo podía tener razón, pero temía más no saber a dónde irían los tres si aquel pequeño departamento de Iltheia ya no era una opción.

—¡Yo jamás haría eso! —exclamó Annarieke ofendida al instante, antes de pensar mejor en lo que el niño acababa de decir—. Un momento, ¿el duque Viadia hacía eso?

Los dos niños enmudecieron, pensando que era demasiada información que ni siquiera podrían confirmar, y si la princesa era como el duque de Antheros, seguramente tampoco le importaría.

Annarieke observó con detenimiento a la niña. Su descripción —cabello corto negro, ojos muy azules y piel tan clara como la primera luna—, concordaba con la de la niña que el duque Arno Viadia le había enviado a buscar en primer lugar. En un principio, esperaba que se tratara de alguna pariente que ella desconocía, pero la presente situación indicaba otra cosa.

—¿Pero para qué demonios querría él tener una niña? —inquirió en voz alta, con tono de repulsión y temor, volviendo a mirar a los niños, intranquila—. Está bien, les prometo que no voy a permitir que Arno Viadia les ponga un dedo encima a los dos. Es mi palabra, no como princesa de Giannir, sino como caballera de Avra.

—La misma mierda —escupió Blai—. ¿Cómo piensas encargarte de los tres sin dejarnos en un orfanato?

Mallory le había indicado que Blai parecía ser bastante maduro para la edad que tenía y ahora entendía por qué. Sabía que él quería escuchar un plan real, y ella analizó las opciones más posibles.

—Ahora que lo pienso, tienes habilidades interesantes —señaló—. Di lo que quieras de la orden de Avra, pero les encantaría tener a alguien como tú dentro, y la paga es asombrosa. Como debes saber, no la necesito, así que, ¿qué te parece si tomas también mi parte de las siguientes incursiones que yo haga? ¿Será suficiente para los tres?

Blai se mantuvo en silencio por un largo instante, sintiendo la brisa helada en el rostro, acompañada de la lluvia.

—Sabes negociar mejor que tu amiga, la bruja —masculló, sintiéndose frustrado ante la elección que le concedían—. Era de esperarse de una gobernante déspota.

—Es lo mejor que puedo ofrecerles —insistió Annarieke, ignorando a propósito lo que el niño había dicho de ella—. Eso y que Viadia no sabrá de ustedes.

—Debo consultarlo con ella primero —dijo, volteándose hacia Aester. La miró con súplica, esperando que le dijese que no, y entonces, por muy buena que fuera la oferta de la princesa, él la negaría también.

Sin embargo, Aester lo observó con una sonrisa dulce.

—Sé que quieres decirle que sí...

—¡Sí, pero no puedo aceptarle tan rápido! Por lo menos finge que lo discutes conmigo.

La chica rio, revolviendo su cabello con su mano, apartando las gotas de lluvia a pesar de que transformaba su piel en pequeñas escamas, y su amigo se sonrojó ante la caricia, y secó sus manos con una pequeña toalla en su bolsillo. No podía permitir que la princesa supiera el secreto de Aester.

Se dio vuelta a Annarieke, con decisión.

—Si te atreves a romper tu promesa y nos llevas con Viadia...

—No lo haré —juró la princesa—. ¿Puedo ver ese juego de dagas? Es peligroso que los niños carguen objetos filosos...

Blai volvió a ponerse en posición de ataque, en respuesta, y la joven rio.

Desde la distancia entre ambos, podía observar bien las dos dagas. Su reluciente color dorado y un precioso diseño ornamental en los mangos, además del poder de permitir teletransportar a su usuario.

Sabía que no debía de haber muchas dagas como aquellas.

—Bien. —Se encogió de hombros, quitándole importancia. Si eran tan importantes como ella creía que lo eran, por mucha curiosidad que tuviese, entendería si el chico no le permitía acercarse a ellas—. No sé cómo las habrás conseguido, pero si encuentras a un chico muy parecido a mí que siempre está sonriendo, no permitas que las vea.

—No es como si quisiera ver más gente como tú —aseguró el niño, escupiendo sobre su mano para extenderla hacia la princesa—. ¿Cerramos el trato?

Annarieke levantó las cejas, sintiéndose desafiada nuevamente por su acción.

—¿Acaso crees que por ser una princesa no me atrevería a hacerlo? —inquirió, más como si tratara de convencerse a sí misma de que era capaz.

—¿Huh? Yo no he pensado nada —respondió Blai en tono burlón—. ¿Hay trato o no, princesa?

Annarieke deseó desde lo más profundo de su alma gritar, pero observó su mano, cubierta por su guante, y con manchas de la sangre de la bestia, recordándose que incluso dentro de su oficio soñado, habían aspectos que con dificultad aprendió a aguantar.

—Sin guante —señaló el muchacho, y a regañadientes, la chica se lo quitó, tratando de cubrir con su mano su boca en el momento en que trataba de poner saliva sobre esta, con asco y poco éxito. No tenía ni la menor idea de cómo se escupía, y nunca había esperado intentarlo.

Al terminar, sin pensarlo mucho, apretó la mano de Blai, y al separarla, rápidamente se limpió sobre su uniforme y volvió a colocarse el guante.

—¿Cómo es que las bestias no te han devorado aún? La selección natural debió ir por ti hace tiempo... —murmuró asombrado el chico, y Annarieke tuvo que hacer su mayor esfuerzo por ignorarlo y no sentirse ofendida.

A pesar de las palabras del niño, él no mostró mayores señales de renuencia en cuanto la caballera los llevó de vuelta hacia el edificio en el que estaban, junto a sus compañeros.

—¡Listo! Conseguí negociar con ambos —explicó, señalándolos—. Nos los llevaremos a Orevia, pero el duque Viadia no puede saberlo.

—Pues ahora que toda la locura se ha detenido, su majestad va a volver como si no hubiera sucedido nada... —contó Ludwig con tono despectivo.

—Maldita sea... —gruñó la caballera, pensando en que tampoco tenía ganas de ver al duque de Antheros—. De todos modos tenemos que entregarle el informe de la misión.

—¡Prometiste que no lo veríamos! —protestó Blai.

—¡Y lo pienso cumplir! Solo déjame pensar, niño grosero —replicó Annarieke, sacudiendo su mano en señal de que hiciera más silencio para permitirle analizar mejor.

—Como si le debiera respeto a la monarquía...

—Creo que me agrada —rio Ludwig, ignorando la seria mirada de Heinrich.

—¡Lo tengo! —exclamó Annarieke con una sonrisa—. Mallory, ¿podrías quedarte con ellos mientras los chicos y yo le damos el informe? En estos momentos creo que no podría verlo sin ofrecerlo como carnada para las bestias, pero intentaré ser lo más diplomática posible...

Mallory asintió con duda, mirando a Blai y recordando que hace poco él la amenazaba con unas dagas. Solo podía esperar a que su amiga no se demorara demasiado con aquel informe.

—Recojan todo lo que necesitan —dijo Annarieke a los niños, y aunque ellos sentían que en un principio llevaban todo lo necesario —a Jan—, regresaron al departamento a empacar las pocas cosas que tenían y podían serles útiles aun si irían a Orevia.

—No puedo creer que no los hayas asustado —dijo Ludwig en tono de burla—. Digo, no todos los días debe perseguirles una caballera de Avra de casi dos metros completamente empapada en sangre de bestia...

—¡No mido dos metros! —exclamó molesta la caballera,

—Ugh, creo que ya entiendo por qué el uniforme de los caballeros de Avra es rojo... —terció Mallory, observando nuevamente a su mejor amiga, un poco más aliviada luego del temor que había sentido antes.

—En realidad, la sangre de las bestias suele ser negra —puntualizó Heinrich, recordando su enfrentamiento con la bestia que acababan de derrotar—. Tú y Ann tenían razón, aquella bestia se comportaba muy extraño.

—¿Crees que me dejen sacar muestras? —preguntó la bruja.

—Solo si nos apuramos. Cuando lleguen los otros equipos, se encargarán de llevarse los restos y estudiarlos, si es necesario.

—Genial, gracias —respondió Mallory, sintiendo el deseo de apresurarse para empezar su trabajo de investigación.

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