VII: Solsticio (Pt. II)
Al salir de la estación, notaron que la lluvia caía de manera torrencial, helada, a punto de convertirse en granizo, y en el camino a Iltheia, vieron cómo más heridos eran llevados hacia la ciudad más cercana para ser tratados. Sus miradas estaban vacías, y ni siquiera parecían advertir en el equipo de caballeros de Avra, que debía significar esperanza y salvación.
Al llegar a la entrada de la ciudad, los policías los detuvieron.
—¿¡Sólo un equipo!? —reclamó uno de los oficiales.
—¡Vendrán más en camino! Nosotros solo estábamos más cerca —explicó Annarieke—. Recibimos una misión del duque Viadia sobre una niña, pero no teníamos idea de esto.
—Lo que faltaba —masculló el oficial despectivamente ante la mención del duque—. Ayuden a buscar más heridos, pero no creo que esa niña pueda seguir con vida aún. El duque Viadia y su corte fueron los primeros en refugiarse en cuanto toda la locura empezó.
Annarieke asintió, adelantándose en cuanto le abrieron la entrada.
Había ido un par de veces a Iltheia, y la recordaba como una ciudad brillante, de colores cálidos y muy agradable, pero por cada lugar que dejaba atrás, se daba cuenta de que no se parecía casi en nada al lugar en sus memorias.
Había charcos y paredes manchadas con sangre por doquier, y varios cuerpos en bolsas reunidos por los paramédicos, esperando a ser sacados.
No pudo evitar sentir que debió pensarlo mejor antes de permitir que Mallory se uniera a aquella misión.
Al llegar a las zonas residenciales de la ciudad, esperaron a una Mallory agotada que trataba de seguirles el ritmo, en tanto se ajustaba mejor su sombrero de lana blanco. Se apoyó sobre sus piernas, tratando de recuperar el aliento, y Annarieke la miró con preocupación hasta que de pronto, todos escucharon un estruendo en uno de los edificios de un barrio cercano a la plaza, y Annarieke y sus compañeros corrieron en su dirección.
Cerca, todavía había paramédicos tratando a los damnificados, pero de pronto, varios de ellos huyeron despavoridos.
—¡Es una bestia! —Escucharon a alguien gritar—. ¡Ayúdennos, por favor!
Era lo único que les faltaba, pero al menos ellos estaban allí, y se trataba de algo con lo que tenían experiencia y podrían ayudar.
Sin embargo, aunque Annarieke tenía su collar entre sus manos, y podía invocar su arma, se sentía petrificada mientras sus ojos observaban con espanto a la bestia que salía entre los escombros de los edificios con uno de los cuerpos en sus colmillos. Notó que sus ojos estaban bastante separados y blanquecinos, y sus fauces eran aterradoras, cubiertas ya de sangre.
Sus garras eran imponentes al plantarse contra el suelo, y lanzó un enorme y agudo grito, el cual parecía cargar gran furia.
Ignoró la presa que tenía, como si se hubiera aburrido de esta, y se acercó en busca de los caballeros, guiada por su sentido del olfato.
—Annarieke —la llamó Heinrich, dándole un golpecito en el hombro.
—¡Ann, reacciona! —exclamó Ludwig—. ¡Tienes que dar una orden ya!
Los labios de la caballera temblaban, y seguía observando al ser de más de cuatro metros. Era cuadrúpedo, y su lomo era muy ancho y cubierto por una melena espesa y un poco canosa.
No parecía tener piel, como si hubiera sido desollada.
Claro estaba que Annarieke tenía experiencia con bestias, pero había algo en esta que la hacía sentir que estaba dentro de una pesadilla.
—¿Qué se supone que sea eso? —musitó, asustada.
—¡Es una bestia! ¿Qué más crees? —le espetó Ludwig—. ¿Vas a dar una orden o harás que nos devore?
—Solo observen sus pasos —advirtió Mallory, casi tan impresionada como Annarieke—. No camina como cualquier bestia, incluso intenta ponerse de pie. Además, ese pelaje no parece de ningún animal...
—¿¡Qué les parece si la matamos primero y luego pueden ponerse a estudiarla todo lo que quieran!?
—Ludwig, quédate con Mallory —dijo Heinrich—. Mantenla protegida y lleven a todos los paramédicos y oficiales hacia el palacio, que parece ser la zona más segura.
En un primer instante, Ludwig quiso negarse a la idea de irse sin ayudar a sus compañeros, pero en la situación que estaban, era mejor haber recibido una orden y no quería retenerlos más.
—¿Qué harás con Ann? —preguntó, inseguro.
—Ya va a reaccionar... —respondió el pelinegro sin estar convencido de lo que acababa de decir. Era la primera vez que veía a Annarieke actuar de tal forma, y aunque sabía que su deber principal era protegerla, esperaba a que reaccionara en algún momento aunque sea para decidir huir.
A pesar de que Ludwig tampoco estaba de acuerdo, terminó accediendo, llevándose a Mallory.
—¿Qué? ¡Espera! ¡No pienso dejar a Anny así! ¡Ludwig, suéltame! —gruñó la bruja, tratando de soltarse de él. El chico la detuvo, mirándola enojado.
—Si algo te sucede, ella sería capaz de matarme. Le prometiste que te mantendrás alejada y no supondrás un estorbo.
—Pero...
No quería aceptarlo, pero se dejó llevar por Ludwig, sin dejar de ver por encima de su hombro en dirección a su amiga, todavía congelada.
La bestia advirtió en la presencia de los dos caballeros, y empezó a acercarse, tomando más velocidad.
—¡Princesa boba, más te vale que reacciones ahora! —dijo Heinrich, llevándosela para que al menos intentara correr.
El aspecto de la bestia era repulsivo y había algo que le decía en sus adentros a Annarieke que era peor que solo una bestia, y no obstante, esa no era la verdadera razón por la que estaba congelada en su posición: a pesar de que su mano estaba aferrada a su collar, y había imaginado la forma de su hacha varias veces, no pasaba nada. Por más que lo intentaba, era incapaz de invocar su arma.
Heinrich se empujó con su compañera al suelo antes de que la bestia fuera por ellos, y la enorme garra del ser casi los rozó.
El golpe despertó a Annarieke de su trance, y en ese instante, sin dejar de sostener su collar, pudo invocar al fin su hacha, la cual atrapó en su mano, levantándose rápidamente y atacando con ella a la bestia, tratando de alejarla de su amigo.
En el momento en que asestó el hacha contra una de sus piernas, la bestia dejó escapar otro alarido que sonaba como el de una mujer lamentándose. Aun así, fue por la chica, intentando aplastarla con su patas; sin embargo, retrocediendo con un gran salto, Annarieke la esquivó, y volvió a atacarla por debajo.
Heinrich suspiró aliviado al notar que el lapsus de la princesa había acabado, e invocó su espada también para ayudarla.
Fue adelante de ella, atacando en el lomo, a la vez que Annarieke intentaba golpearla de frente, aprovechando cada vez que respondía a punto de atacarla para retroceder de un salto y regresar con más fuerza que antes.
Siguiendo aquella dinámica, la bestia, confundida, no sabía por quién ir primero. Quería deshacerse de quien tajaba su lomo, pero quien trataba de cortarle sus garras a hachazos era también una molestia.
Trató de levantarse en dos piernas para saltar y deshacerse de los dos, pero Heinrich se agarró con fuerza de su pelaje, áspero e indudablemente asqueroso, manteniéndose aferrado, al clavar su espada. Intentó avanzar hacia la parte posterior de su cuello, y estocó una vez más con la intención de atravesar su cuello. No obstante, con una de sus garras empujó al chico lejos de ella; y saltando y rodando por el suelo, este logró minimizar la caída.
Annarieke le dio su mano para que se levantara, y el monstruo se impuso ante ellos, gritándoles una vez más. Cada vez que lo hacía, los caballeros pensaban en que sonaba como lo haría un humano, lo que debía ser imposible, puesto que las personas no podían transformarse en bestias.
Recordaron lo que Ludwig les había dicho: después de matarla, podían investigarla, y decidieron ir a lados contrarios para volverla a atacar.
—¡Parece que está ciega! Usemos eso a nuestro favor —le indicó Annarieke a Heinrich, y este asintió.
La bestia trató de saltar sobre ambos, pero ellos retrocedieron, y atacaron contra sus muslos, evadiendo al instante su contraataque.
Heinrich esquivó su manotazo con un salto, y aprovechó dicho instante para tajar la pata delantera derecha, provocando un alarido peor que los anteriores.
Un líquido escarlata emanaba de la herida, cosa que sorprendió a ambos caballeros. La sangre —o lo más parecido a esta— de las bestias, solía ser negra.
El monstruo acercó sus fauces hacia los dos caballeros, mostrando hileras de numerosos colmillos, algunos cubiertos de la sangre y carne de sus primera víctimas, y se impulsó sobre sus patas traseras para lanzarse contra ellos.
Heinrich logró esquivarla, pero al levantarse del suelo, notó que tenía a Annarieke entre sus garras de la pata delantera que aún le quedaba, volviéndole a enseñar su mandíbula.
Annarieke sostenía con fuerza su hacha en tanto la bestia la acercaba a su boca, y a centímetros, ella descargó su golpe contra la parte superior de su mandíbula, y tajó con la fuerza suficiente para hacer que una pequeña parte de esta volara por los aires.
El monstruo se quejó y la lanzó contra el suelo, pero Heinrich la atrapó a tiempo, haciendo que ambos cayeran contra el asfalto.
—¿Y si vamos juntos al mismo tiempo? —sugirió Annarieke al recuperarse de la caída junto a su compañero.
El chico asintió, y ambos fueron frente a ella, atacando directamente hacia su cuerpo al mismo tiempo. Era imposible que la bestia pudiera defenderse de ambos, y cuando intentó barrerlos con su alargada cabeza, ellos saltaron hacia atrás.
Annarieke aprovechó dicho instante para golpearla en el ojo, arrancándoselo con el hacha.
—¡Ugh! —exclamó asqueada, sacudiendo su arma en el aire y tratando de deshacerse del globo ocular blanquecino con sangre al esparcirlo contra el suelo.
—¡Ann, concéntrate!
Con su única garra delantera, los echó a ambos al suelo, haciendo que soltaran un quejido.
—Maldita sea, no acabaremos nunca así... —masculló el chico.
—¡Siento haberme distraído! —Annarieke se disculpó mientras lo ayudaba a levantarse, y trataron de seguir con su plan de atacarla a la vez, pero ante el primer intento de Heinrich por apuñalarla en el pecho, la bestia usó su puño como si de un mazo se tratara, con la intención de aplastar al caballero.
Annarieke lo empujó a tiempo, y ambos se salvaron del ataque y aprovecharon para deslizarse hacia su parte trasera, contraatacando.
Cada vez que la bestia saltaba, estaban en peligro de caer por efecto del temblor en el suelo, pero aun así, Annarieke no se rindió y buscó herir una de sus patas traseras con dos tajos continuos, hasta que Heinrich tuvo que apartarla.
—¡Esto sería más fácil si al menos tuviéramos a Lud! —se quejó la caballera jadeando, pero incapaz de aceptar que estaba empezando a agotarse. Sin más tiempo para seguir descansando, se volvió a su compañero con una mirada decidida—. Estamos cerca, tenemos que conseguirlo.
Heinrich asintió, y aprovecharon que la bestia estaba quieta para asestar en su costado. El hacha de Annarieke había sido más profunda, y al sacarla, más líquido espeso rojo cayó al suelo.
Frenética, la bestia se agitaba de un lado a otro, golpeando con su garra constantemente. Aunque era incapaz de ver, empezó a retroceder al escuchar los pasos de los caballeros acercándose en su búsqueda.
Estaba harta de ellos, la chica de Maraele tenía razón: los caballeros de Avra eran seres desquiciados que no mostraban la menor piedad ante ella.
Tal vez no había sido la mejor persona, pero recordaba que intentó ser una buena madre. Se preguntó una vez más en dónde estarían sus hijos, pero seguramente los caballeros de Avra habían ido por ellos también.
Se lamentaba sin cesar, llevándose su garra hacia su ojo.
Si tan solo pudiera ver algo.
Si tan solo pudiera ver a sus hijos por última vez.
Siguió gritando, y los caballeros no se sentían capaces de seguir aguantándola, por lo que aprovecharon tan extraño momento en el que bajaba la guardia, para dar los golpes que prometían ser los finales.
Heinrich golpeó con su espada una y otra vez, y Annarieke cortó pedazos de su pecho como si rebanara mantequilla.
No podía moverse más. No quería hacerlo.
En algún momento el dolor se detendría, eso era seguro. Después de todo, era solo humana.
Cayó sobre su cuerpo, estremeciendo todo el suelo a su alrededor. Sus quejidos eran menos escandalosos, pero persistían.
No podía verlo, pero sentía que uno de los caballeros de Avra escalaba su rostro, y con un golpe de la firmeza de un hachazo, se deshizo de sus garras.
Antes de que pudiera reaccionar y defenderse una vez más, el otro caballero clavó su espada en medio de su cráneo, empujándola tan profundo como podía.
Finalmente se había terminado.
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