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VI: La melodía de una estrella

Iltheia, Antheros.

En el momento en el que una sirvienta entró en la habitación de Alaia, la joven se abrazó a sí misma sin moverse de su lugar en la cama, y comenzó a toser sin control, murmurando después un quejido.

—Espero que esto la haga sentir mejor, su alteza —deseó la sirvienta con sinceridad, mirando muy preocupada a la muchacha de quince años. Dejó al pie de la enorme cama una bandeja con el almuerzo y algunas medicinas; Alaia apenas asintió con la cabeza, y la mujer hizo una reverencia antes de retirarse.

La joven esperó en su lugar un largo tiempo, hasta que se quitó las cobijas de encima, y de un salto se levantó de la cama, y abrió la puerta del cuarto del baño.

—¿Sigues allí, Aester? —preguntó con una suave pero temerosa voz, y del lugar salió de manera muy lenta una pequeña niña que tocaba el vestido azul que usaba, como si tratara de acostumbrarse lo más pronto posible a este, pues estaba un poco grande para su tamaño—. ¡Te queda perfecto! Combina con tus ojos —la halagó, cubriéndose la boca con su mano.

—¿Está bien que lo use? —preguntó la niña, en una vocecita muy tímida, sin dejar de observar la tela. A pesar de ser un diseño simple, se veía demasiado hermoso y costoso, como todo alrededor de Alaia.

Sin querer vio sus muñecas lastimadas, enrojecidas y sensibles al tacto, después de haber permanecido atada un largo tiempo, y aunque las cubrió detrás de su espalda, Alaia las había notado también. Cabizbaja, fue hacia su ropero, del que sacó una capa de un color azul más oscuro y de estilo moderno, que colocó alrededor de la niña, y muy nerviosa, ella no quiso aceptarlo.

—¡Lo siento! No puedo quedarme con nada de esto... —musitó, casi a punto de llorar.

—Es ahora tuyo —decidió Alaia con firmeza—. Está bien, puedo tener todos los vestidos que quiera, no lo voy a echar en falta —rio, quitándole importancia pero la niña no parecía estar convencida—. Lo siento, es todo lo que puedo hacer ahora. Te daría dinero, y sé que va a sonar ridículo, pero mi tío no me deja usarlo, pues aquí puedo tener todo lo que desee —murmuró apenada, mirando hacia el suelo, como si supiera que estaba atrapada en una mentira que se convencía a sí misma de creer.

Aester quiso hacer algo para consolarla. Después de todo, era la única persona que realmente se había preocupado por ella en el tiempo en que había estado en ese enorme y lujoso lugar, pero solo bajó la cabeza también, antes de que con decisión, Alaia tomara su mano y abriera la puerta, sacando la cabeza con cuidado y observando hacia todos lados en el pasillo.

—Mi tío está de viaje hoy y no tendremos otra oportunidad. ¡Tiene que ser ahora!

Aester no pudo responder a aquello, porque la chica empezó a correr con ella, ambas descalzas, a través de los pasillos del palacio; bajaron escaleras y se detuvieron cada vez que veían a un guardia real acercarse sin dejar de ver atrás con el temor de llamar la atención de los sirvientes.

Alaia llegó con la niña hacia el jardín trasero, depositando una llave en las manos de la pequeña.

—Sigue al fondo y podrás salir de aquí. Yo llamaré la atención de los guardias, así que no te preocupes —le indicó con una sonrisa que intentaba transmitir tranquilidad. Tras largos segundos de quietud en los que Aester no respondió, Alaia decidió abrazarla con fuerza—. Si rodeas el castillo y llegas a la plaza sin llamar la atención, serás libre. No dejes que te encuentren por nada del mundo, Aester.

Con temor, la niña asintió, recibiendo la llave y viendo a Alaia alejarse en el interior del castillo, sabiendo que su propia libertad quedaba solo en sus manos.

***

Cuando Blai abrió la alacena de su hogar, pudo asegurarse de una cosa: ya no había pan. Ni nada que pudiera considerarse ya comestible; si miraba hacia el paquete de harina enmohecida, podría jurar que ya tenía su propio ecosistema dentro.

Suspiró con cansancio, y Jan le ladró un par de veces, llamando su atención.

—Descuida, ya se nos va a ocurrir algo... —murmuró, pero parecía que intentaba consolarse a sí mismo.

Acarició el lomo del cachorro sin raza de pelaje negro, mientras pensaba en sus posibilidades.

Podía pasar casualmente frente al departamento de al lado, donde vivía la señora Amaya, antes de que ella abriera su puerta y le preguntara cómo estaba, pero lo primero que pensó fue que tenía hijos propios que alimentar, y a pesar de que sabía que ella se molestaría más con lo que él estaba a punto de hacer, sentía que no tenía otra opción.

Bajó las escaleras con velocidad justo cuando uno de sus vecinos de los pisos superiores se dirigía a su hogar. Cruzó a su lado, rozándolo pero sin tropezar con él.

—¡Ten cuidado por donde andas! —le reclamó este.

—¡Lo siento! Mis amigos me llamaron para salir a jugar —respondió, bajando a toda velocidad. Entre más rápido estuviera lejos de él, mejor.

—Como si tuvieras amigos...

Blai llegó afuera del edificio, y respiró y exhaló hasta normalizar sus latidos. Eso había sido relativamente fácil.

Revisó la billetera en sus manos, y sacó de ella un par de billetes de cinco leones, poniéndola dentro del buzón del edificio después de hacerlo. No podía aprovecharse tanto de sus vecinos si quería seguir viviendo allí por más tiempo, y tampoco era como si tuviera otro lugar al que ir.

Aun así, quedaba mucho trabajo por hacer.

Caminó con calma hacia la plaza central, a punto de cruzar el puente que atravesaba el canal de la ciudad. Notó que como ya era costumbre, la gente esperaba alrededor del palacio municipal a la cantante misteriosa que deleitaba con tristes melodías todas las tardes.

Le parecía algo muy tonto, pero al menos tenía más oportunidades de mezclarse entre ellos y conseguir un poco más de dinero.

Antes de terminar de cruzar el puente, pudo escuchar los pasos apresurados de otra persona detrás de él. Tan cerca, que seguramente tropezarían.

«Ah, no. Yo conozco ese truco».

El chico volteó, y tal como había predicho, una niña de su edad había chocado con él, golpeándolo contra el suelo.

La muchacha se cubría con una capucha, y cuando ella alzó la cabeza, sus ojos se encontraron por primera vez con los de él. Eran tan azules que lo dejaron desconcertado. Seguro se trataba de una extranjera, al ser un rasgo que no era común en Therina.

Ella se levantó con mucha prisa, y continuó corriendo.

—¡Al menos di que lo sientes! —le espetó Blai, tratando de levantarse él solo, y sacudiéndose.

Revisó sus bolsillos, y seguían intactos.

«Más le valía...», suspiró para sus adentros.

—¡Fíjate por dónde vas!

Blai volteó al escuchar las voces de otros chicos de su edad, gritándole a la misma niña.

—¿¡No vas a decir nada!? —Uno de ellos se acercó peligrosamente a la niña, que apretaba la capucha contra sí misma e intentaba retroceder sus pasos con lentitud.

—¡Eh! Solo déjenla —reclamó Blai, yendo hacia ellos. La niña podría ser algo torpe, pero el acoso no estaba bien de ninguna manera.

—¿La conoces? —inquirió uno.

Él negó, y otro de los chicos trató de agarrar a la niña por detrás.

—Entonces no te metas.

—¡Que la suelten ya! —vociferó Blai, tomando al chico mayor de la camisa, con una mirada intimidante.

—Como digas —rio el mayor, y sus otros compañeros no dudaron en empujarlos con fuerza hacia el canal.

«¡Mierda!»

Eso no se lo había esperado en absoluto. Al hundirse en el agua, de pronto escuchó en la superficie varios gritos y murmullos. Parecía que decían algo sobre un monstruo, y Blai no entendía nada.

Entonces subió y se encontró cara a cara con la niña, aunque ya no estaba seguro en lo más mínimo de que podía ser ella.

Los otros niños huyeron despavoridos, y no era para menos; frente a él había un extraño ser cubierto de escamas tornasoladas y ojos oscuros, pero que conservaban el iris azul que había visto minutos atrás.

—¡Por favor, no dejes que me encuentren! —suplicó la niña.

«¡Entonces sí sabes hablar!», pensó, pero en lugar de hacer más preguntas, su instinto le dictaba que tenía que hacer lo que ella pedía.

Tomó aire, y bajó al agua junto a la niña. Esperaba que ella nadara mejor de lo que corría, pero se dio cuenta de que tenía que tomar su mano para llevarla justo debajo del puente, donde podrían volver a la superficie sin ser vistos.

La mano de la chica se sentía extrañamente viscosa y escamosa, y mentiría si dijera que no estaba sorprendido y asustado, pero trató de ignorarlo para ayudarla. Al estar ocultos bajo el puente, volvieron a subir para recuperar el aire.

La niña con cuerpo de monstruo-pez seguía allí. Le aliviaba saber que no lo había alucinado, y por un momento creyó que solo le había entrado demasiada agua en el cerebro.

—Esto no puede estar pasándome... —se quejó con desesperación.

La criatura frente a él le miraba confundida, pero suplicante a la vez. No tenía que repetírselo, sabía que no quería que la encontraran, y aunque no había especificado quiénes iban tras ella, con su apariencia era seguro que habría una larga lista de personas.

Trató de pensar. Era imposible que salieran de allí como si nada.

Había una posibilidad menos agradable, pero no era como si no hubiese tragado algo de agua del canal en cuanto lo empujaron.

«Mierda, esto en serio no puede ser real...», se insistió. Si se trataba de una muy extraña pesadilla, le pareció que hace tiempo debió despertar.

—Solo quédate cerca de mí, ¿sí? —le indicó, y la chica le entendió.

Blai se acercó al muro de la orilla del canal, bajando como si estuviera buscando algo en específico.

«¡Allí está!», pensó al encontrar frente a él la reja de una alcantarilla lo suficientemente grande para que entraran los dos. De sus bolsillos, sacó un juego de dos dagas de un reluciente dorado. La niña le miró con sorpresa, pero se quedó en silencio, sin dejar de ver los objetos.

Blai usó la punta de una de ellas para remover la tapa de la alcantarilla, en tanto tenía la otra daga apretada entre sus dientes. Habría gritado de emoción cuando lo consiguió, pero ahora faltaba su parte menos favorita.

Tomó una bocanada aún más grande de aire, sabiendo que la necesitaría, y junto a la chica, se deslizaron a través de aquel frío, oscuro y apestoso túnel en el que el agua les llegaba a las rodillas. Blai temió que hubiera una bestia viviendo escondida, y ningún caballero de Avra cerca para salvarles.

No decía nada, pero por cada paso que daba, en su mente maldecía su suerte y cada decisión que le llevó a aquel horrible lugar.

«Ojalá se transforme en algo más grande y carnívoro y me devore aquí mismo...», deseó en sus pensamientos, pero al voltear hacia la chica que le seguía, jalando de su ropa como si temiera perderse, podía notar que ella tampoco estaba teniendo el mejor día de su vida.

Con certeza, no sabía de qué manera podría ayudarla. Apenas se mantenía con vida él mismo junto a Jan, y lo único que pedía en ese momento era que no comiera carne humana.

Continuó caminando con ella, tratando de ignorar los ruidos de los animales que vivían allí. Aun si ninguno de los dos decía nada, se sentía mejor saber que no estaba solo.

El camino se había acabado, y quedaban unas escaleras sobre la pared que subir, por lo que aliviado, Blai comenzó a escalar, y al llegar arriba removió con cuidado la tapa de la alcantarilla, esperando que no pasara una bicicleta en aquel momento.

Teniendo todo seguro, movió la tapa a un lado, y terminó de subir, dándole su mano a la niña para ayudarla.

Apreció la calle unos instantes, como si tratara de ubicarse. Estaban unas cuadras lejos de casa, y si tenían suerte, su mal día acabaría pronto. Le colocó a su compañera la capucha, tratando de ocultarla lo mejor que podía, aunque notó que la tela y el diseño se veían bastante elegantes como para no llamar la atención incluso más.

—No dejes que te vean. —le indicó, manteniéndola detrás de él mientras caminaba.

Siguieron muy despacio hacia su barrio, esperando que las pocas personas que pasaban por la zona no prestaran atención a los dos niños evidentemente empapados.

Al llegar al edificio de su departamento, el chico abrió la puerta y dejó pasar a la niña primero, cerrando de inmediato y subiendo las escaleras, tomándola de la mano.

Llegando a su piso, buscó con rapidez las llaves para abrir su puerta. La señora Amaya podía escucharle y salir a verlo, y aunque moría de hambre, no era un buen momento.

Al conseguirlo, jaló a la chica dentro y se encerró él también. Jadeó, atemorizado como si hubiera cumplido con una misión de alto riesgo, hasta que los ladridos de Jan lo desconcertaron.

—¡Hola, amigo! Cuánto tiempo... —suspiró con sarcasmo. Seguramente no habían pasado más de dos horas, pero sentía que tenía tanto que contar como si hubiera pasado una semana—. No me vas a creer el día que tuve.

Jan siguió con la mirada a su acompañante, quien se arrodilló hacia él, observándolo con curiosidad, y este se acercaba a ella, olisqueándola.

—Lo siento, no es comida... va para cualquiera de los dos.

Avanzó hacia uno de los cuartos del departamento, señalándole a la niña que debía entrar.

—Creo que deberías darte un baño, cualquiera podría enfermarse luego de haber estado allí —dijo, y se perdió un rato dentro de su habitación, regresando con algo de ropa y una toalla limpia.

Para su sorpresa, la chica se había quitado ya la capucha, y estaba a punto de quitarse el vestido que llevaba allí mismo, y tuvo que detenerla y jalarla hacia el baño.

—Allá adentro, por favor. —Le señaló el cuarto, y la muchacha le obedeció.

Blai dejó la ropa y la toalla dentro, y cerró con fuerza el cuarto, molesto y un poco ruborizado.

—¿Qué se supone siquiera que es...? —inquirió en voz alta.

Esperó sentado en la sala durante largos minutos, mientras jugaba con Jan, y se sorprendió mucho al ver a la chica salir.

La ropa le quedaba un poco más holgada que el vestido que usaba, pero tampoco le sentaba mal. Su piel se veía más normal, con menos escamas, pero sus ojos seguían oscuros.

Extrañado, le quitó la toalla para intentar secar algunos mechones de su cabello que aún chorreaban gotas de agua sobre sus mejillas. Se dio cuenta de que al secarla bien, las escamas se desvanecían.

Se mantuvo pensativo un largo momento, hasta decidir salir del departamento.

—¡Quédate aquí, será solo un segundo!

Con vergüenza, tocó la puerta del departamento de enfrente, y una señora apareció.

—¡Blai, buenas tardes! ¿Qué sucede? —preguntó alegre al verlo, esperando poder ayudar en lo que sea al niño.

Él miró el suelo mientras jugaba con sus manos.

—Bueno... quería saber si tendría una de esas cosas para secar el pelo rápido.

—¿Una secadora?

El muchacho asintió, y aunque le parecía la petición más extraña que podía escuchar de él, la señora Amaya se perdió dentro de su hogar por algún rato, hasta reaparecer con el objeto.

—Blai, ¿está todo bien? —preguntó con preocupación, antes de entregarle la secadora, a lo que el muchacho asintió animadamente. No estaba convencida, por lo que le siguió mirando con duda—. ¿Puedo saber por qué hueles a ratón mojado?

—¡Ah! —exclamó avergonzándose—. unos niños me empujaron al canal...

—¡Ugh! Espero que les hayas dado una paliza —dijo enfadada, y el niño rio.

—Cuando los encuentre. ¡Muchas gracias!

—¡Blai Kasvalt! —la señora le llamó antes de que se fuera, y el chico regresó sus pasos, acercándose con timidez.

La señora puso en su mano un par de monedas de dos leones, y el rostro del niño palideció.

—¡Lo siento, no puedo aceptarlo!

—¿Por qué no? Prefiero que lo tomes, antes de que andes robando por allí —le regañó, y el chico volvió a bajar la mirada—. Cualquier cosa que necesites, sabes que puedes venir conmigo.

Sabía que seguiría insistiendo en que se lo quedara, por lo que lo aceptó, haciendo una mueca, y asintió al escucharla.

—Claro que sí. ¡Que tenga buena tarde!

Al regresar a su casa, el chico desenredó el cable del aparato y se lo enseñó a la muchacha, que reaccionó con alerta, de manera súbita, y rostro de pánico.

—¿Qué? ¡No!, te prometo que no es nada malo. —Conectó la secadora al tomacorriente, y la encendió. Más allá del ruido que hacía, la niña podía notar que no salía nada más que aire caliente—. ¿Ves?

Ella asintió, acercándose, y Blai acomodó la toalla sobre sus hombros, empezando a secar su cabello, mechón por mechón y desenredándolo con cuidado con un cepillo.

Le encontró cierto gusto a la actividad al ver lo suave y brillante que quedaba el corto cabello oscuro de la chica, y ella, en cambio, se sentía más cómoda y relajada ante la forma en que Blai pasaba sus dedos entre sus mechones, llegando incluso a bostezar.

Blai terminó de pasar la secadora por su cuello y un poco cerca de su rostro, y le parecía increíble que entre más seca estuviera, más volvía a parecer humana.

—¿No vas a decirme qué eres, verdad? —preguntó, apagando la secadora y dejándola sobre el suelo—. Bueno, creo que tampoco sabes mucho de mí. Me llamo Blai Kasvalt, y él —Señaló al cachorro negro—, es Jan. No pareces de por aquí, ¿o me equivoco?

La niña negó, y exhaló un largo suspiro.

Decidió alzar la mirada hacia el niño, tímida, pero sintiendo que podría confiar en él, tanto como había confiado en la persona gracias a la cual podía ser libre.

—Soy Aester... —musitó con tristeza.

«¡Sabía que hablabas!», deseó gritar, pero sentía que debía darle su tiempo para que pudiera expresarse.

—Mucho gusto, Aester —sonrió—. Como verás, solo somos Jan y yo. No hay nadie más.

»No sé mucho de papá, y mamá un día se fue y no volvió, pero ¡hey!, no estamos tan mal —relató, jugando con su cachorro despreocupadamente, como si quisiera demostrar que no era algo que le entristeciera—. ¿Tienes familia? ¿Son como tú?

Aester negó con la cabeza.

—Creo que en eso podemos entendernos —suspiró con un ligero tono de aflicción—. ¿Puedes esperarme un rato? También necesito bañarme.

La chica asintió, viéndolo irse al cuarto de baño, hasta que Jan saltó hacia sus piernas, desconcertándola.

Ella empezó a acariciar su pelaje, con mayor confianza, viendo cómo los mimos le agradaban al cachorro, que incluso se acurrucó sobre ella, pareciendo que quería dormir.

Al entrar en el baño, Blai cerró la puerta y suspiró, pensando en todo lo que le había pasado. No sabía qué haría con esa niña, pero sabía cuán peligroso podía ser el mundo a veces, por lo que incluso si no podía ayudarla en todo lo que necesitase, se aseguraría de que estuviera bien. Ni siquiera era necesario que le dijera de quiénes huía, o qué le había sucedido.

Entró en la ducha, y por primera vez en sus doce años, pareció entender la importancia de los baños y se quedó todo el tiempo que le pareció necesario restregándose con el jabón.

Cuando estuvo a punto de salir, se detuvo al creer escuchar una vez más la voz de Aester, y trató de ponerle atención.

—¿Te gustaría una canción para dormir? —murmuró la pequeña hacia el perrito, que abrió sus ojos, y como si la entendiera, refregó su cabeza contra su cuerpo, haciendo que ella riera—. Está bien.

Ella suspiró, pensando en alguna letra que no hubiera cantado aún, y sus recuerdos la llevaron hacia la ciudad de la que había sido separada, y a la que esperaba algún día volver. Entonó suave, en tanto seguía acariciando al cachorro, ayudándolo a dormir:

—Ante las campanas de las doce,

en la primera noche del Buenmés;

Junto a la entrada de la ciudad,

donde el mar y la muerte son solo el otro extremo ante el barranco.

Allá en el puente de las almas

esperan los doce santos,

los condenados de la corte oscura.

Si ves sus luces,

Si escuchas sus cadenas arrastrándose contra el mármol,

De sus gritos y lamentos no temas;

Mantén las doce velas en su honor encendidas,

Y agradece su guardia,

pues del mal aún protegen sin descanso.

Jan se había quedado profundamente dormido sobre la niña, y Blai, en cambio, se hacía muchas preguntas, en tanto salía del cuarto de baño, y Aester ponía su índice sobre su labio, en señal de que debía hacer silencio por el cachorro.

Fue así como decidió no plantear cuestiones al respecto, pero podía jurar que la voz de la chica era demasiado familiar, a pesar de que no recordaba dónde la había escuchado.

También, aunque nunca había escuchado aquella canción, sabía que podía referirse al puente de la entrada de Maraele, y a una leyenda sobre doce caballeros de Avra que murieron en las primeras batallas contra los Eminentes y fueron castigados por estos. Era una de esas historias que contaban los ancianos a los niños para asustarlos, sobre todo durante la noche de ánimas.

En medio del silencio, un extraño ruido proveniente de su estómago le recordó la principal razón por la que había salido de casa ese día.

Gruñó un poco, tratando de sacar los billetes que había tomado de su vecino antes de salir, pero se dio cuenta de que ni aunque usara la secadora con ellos, se los aceptarían.

—¿Por qué tengo tan mala suerte? —Se lamentó, antes de recordar las monedas de la señora Amaya—. Supongo que alcanza para el pan. ¿Me acompañas?

Aester asintió, y Blai le prestó uno de sus abrigos con capucha, colocándoselo.

—Prometo que no iremos lejos —le dijo, y al arreglar las mangas del abrigo, notó raspones en sus muñecas.

Rápidamente los cubrió, y fingió no haber visto nada.

—¡Ya volvemos, Jan!

La panadería más cercana se encontraba justo en la misma zona de su barrio. Blai hizo fila entre las personas que también pedían sus órdenes, y observaba la vitrina, pensando en algún pan de dulce, de esos que tenían dulce de leche dentro.

—¿¡Qué haces aquí tú de nuevo!? ¿Piensas robarme otra vez? —La voz del dueño de la panadería le desconcertó, y negó con la cabeza, temeroso.

—¡Lárgate de aquí si no quieres que llame a la policía! ¡Un día de estos haré que te golpeen! ¿Quieres eso?

El chico volvió a negar, y salió a toda prisa del lugar, llevándose a la Aester.

—Eso no salió como esperaba... —comentó en tanto trataba de normalizar sus latidos luego del susto—, y eso que pensaba pagar.

—¿De verdad tú robas? —preguntó Aester en un hilillo de voz, notando a su compañero tratar de esconder su rostro de aflicción.

—A veces. Cuando es necesario...

—Pero no es bueno —musitó la niña, esperando no molestarlo, pero al contrario, él la miró un poco burlón, como si le pareciera demasiado ingenua aún para la situación en la que aparentemente se encontraba.

—No es como si tuviera de otra —respondió resignado, antes de cambiar de idea—. Ven, todavía queda la despensa de la señora Leire.

Les había ido mejor que en la panadería, pues aunque les faltaba dinero para completar, la señora Leire les vendió dos tarrinas de fideos instantáneos.

—Es mil veces mejor que el pan de ese viejo, vas a ver —le dijo Blai a Aester, al pagar.

—¿Quién cree que haya sido la cantante misteriosa? —Escuchó a una de las clientas hablar con la señora Leire.

—Ninguna voz conocida sonaba como aquella. Era tan pura como la voz de los Espíritus...

—¿Y usted ha escuchado alguna vez hablar a algún Espíritu? —rio Blai, interrumpiendo la conversación.

—¡Sé que sonaría así de puro! Tienen que creerme.

—Ya —respondió divertido el niño—. Entonces, ¿hoy no sonó la voz?

Las dos mujeres en la despensa negaron.

—Ha sido una decepción, y tal vez el duque Viadia no dirá nada. Seguro se trataba de alguna campaña publicitaria...

Blai no veía mucha lógica en aquella deducción, pero tampoco le parecía nada lógico que por una semana casi toda Iltheia estuviera frente al palacio del duque escuchando a una cantante desconocida.

A su lado, Aester empezó a temblar, y había jalado de la camiseta del chico, mirándole con temor.

—Ah, ¡muchas gracias, señora Leire! —Se despidió el chico, llevándose a Aester.

Al regresar a casa, la niña había permanecido en completo silencio, ignorando incluso a Jan, sentándose sobre el suelo y revisando sus muñecas lastimadas.

¿Era verdad? ¿Podía creérselo?

Al fin era libre, y parecía que había encontrado a alguien tan bueno como Alaia, que podría cuidarla.

Las lágrimas se asomaron en sus ojos, pero se las secó con rapidez. Un aroma bastante agradable empezó a llamarla hacia la cocina, donde Blai llenaba con agua hervida las tarrinas, y le entregaba la suya, con su tenedor.

—¡Buen provecho, Aester!

Ella asintió, tomando la tarrina y observando los fideos, enrrollándolos con el tenedor.

—Buen provecho, Blai —respondió, antes de empezar a probar.

El chico llenó el platillo de Jan con un poco de su parte, y Aester decidió hacer lo mismo.

—No tienes que decirme todo —pidió Blai, recordando lo sucedido en la despensa—, pero, ¿qué pasó contigo? ¿Quiénes te buscan?

Aester bajó la mirada, y paró de comer.

—No soy de aquí, vengo de Maraele —explicó con una voz muy suave.

—Oh, ¡espera! ¿Viniste con toda la gente de Maraele hace una semana? —La niña asintió en respuesta—. ¿Tienes algo que ver con la bestia que atacó allí?

Esta vez, ella negó.

—Me perdí mientras todos huían. Unas personas me llevaron luego al señor Viadia, y estuve allí todo este tiempo. ¡Pero por favor, no dejes que me encuentre! —sollozó, y trató de limpiar su rostro con las mangas del abrigo.

Blai pensó con detenimiento en lo que le había contado, y de repente, dejó su sopa a un lado, sorprendido.

—¿Entonces tú eres...? Eso explica lo de hoy, creo —murmuró—. Vaya... sabía que el duque era todo un bastardo, pero no pensé que sería capaz de encerrar personas.

Aester abrazó sus piernas contra sí misma, hasta que Blai le pasó su tarrina de sopa para que volviera a comer. Su mirada le insistía con dulzura que lo aceptara y ella lo hizo.

—No te preocupes, Aester. No dejaré que Viadia te encuentre —le prometió, y al ver la pequeña y tierna sonrisa de la chica, sabía que confiaba en sus palabras.

Decidió que sería mejor cambiar un poco el tema:

—¿Sabes? En tres días llegará sgrior. Sé que en otros lugares hay nieve, pero acá solo hace más frío y llueve todo el día. ¿Alguna vez has celebrado el solsticio?

Aester movió la cabeza, sin saber qué responder.

—Seguro no sabes lo que es, pero escuché que en algunos lugares dan regalos. Aquí, todos se reúnen con sus familias para pasar la noche más larga y oscura, y comen mucha comida —comentó, pensando por un instante en cuánto añoraba poder vivir algo así—. A veces la señora Amaya me invita a pasar con sus hijos porque no quiere que esté solo, pero no quiero incomodarla. ¡Menos mal están Jan y tú! Sé que podremos darnos algo parecido a un banquete, aunque te advierto que no soy bueno cocinando...

Aester rio, y asintió emocionada ante la idea.

Sus manos se mantenían tibias gracias a la sopa entre sus manos, y por primera vez en varios días, se sentía genuinamente feliz y segura.

—Gracias por no decirlo —murmuró ella, con cierta inseguridad.

—¿Uh? ¿Qué cosa?

—Sobre lo que soy. Un monstruo —explicó sin reparo, a pesar de que muy dentro suyo le dolía decirlo. Era una realidad a la que empezaba a adaptarse.

El chico se encogió de hombros.

—Estaba un poco asustado, pero no creo que seas un monstruo —admitió él—. ¿Sucede siempre que te mojas?

Aester asintió.

—Pues en realidad, creo que eres genial —afirmó el chico.

Las mejillas de la niña se tornaron ligeramente rosadas.

—Tú eres más genial —respondió ella, recordando todo lo que el chico había hecho para llevarla hasta su casa y ponerla a salvo. Ahora parecía ser Blai quien se sonrojaba.

—Eso lo sé, pero gracias —rio.

***

¡Hola! Hasta aquí, hemos conocido a los personajes más importantes de la historia. ¿Tienen algún favorito?

A propósito, pensé que sería de utilidad compartir las pronunciaciones de algunos de los nombres:

Annarieke: a-na-ric

Heinrich: ja-in-rric

Ludwig: lud-vic

Mallory: ma-lo-ri

Odyle: o-dil

Blai: bla-i

Aester: es-ter


Lugares

Therina: fe-ri-na

Giannir: yi-a-nir

Maraele: ma-ra-e-le

Iltheia: il-fe-i-a

Aprovecho para compartir esta BELLÍSIMA ilustración que le comisioné a @fantagoria. 

La AMO. Qué lindos Quedaron mis chiquitos en su estilo🥰

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