V: Reliquias y otras sorpresas
Érase una vez dos hermanos,
que habían crecido escuchando cuentos
sobre héroes, sobre monstruos,
sobre el mundo en el que vivían.
Sus ojos se llenaban de infinita ilusión cada vez que los escuchaban,
así fueran los mismos, una y otra vez.
Prendados de aquellas historias,
las convirtieron en sus sueños:
el hermano quería salir a descubrir si eran ciertas,
y la hermana quiso convertirse en la heroína de su propio cuento,
y dar caza a los monstruos que aún quedaban en el mundo.
Ah, los sueños...
¿Debería tener yo también uno?
Las personas que se encontraban en la estación de trenes de Amaravas aquella mañana, observaban con curiosidad y entre murmullos apenas disimulados al Príncipe, que llevaba a dos guardias como escoltas, y estaba esperando en el andén del ferrocarril a aquel que llegaría desde Valeres. Cuando sus miradas cruzaban con las del joven, él no dudaba en responder con una amable sonrisa, agitando su mano, para recuperar la compostura un momento después.
Entonces, el ferrocarril de Valeres se estacionó en el andén, y las personas que miraban a través de la ventana quedaron absortas ante la presencia del chico. ¿A quién estaría esperando?
Las puertas se abrieron, y Benedikt incluso saludó al revisor de boletos que había bajado, esperando atender a los pasajeros.
Tres minutos enteros habían pasado, y nadie se atrevía a bajar aún del ferrocarril. No hasta saber a qué se debía la presencia del mismísimo príncipe de Giannir.
Una de las pasajeras, con prisa, y bastante extrañada, se levantó, alzando la cabeza para intentar saber a qué se debía la conmoción de quienes estaban cerca de las ventanas, sin éxito alguno. Frustrada, decidió bajar de todas formas, reconociendo al chico que esperaba atentamente en el andén y que parecía ser el objeto de las miradas de todas las personas en la estación.
Sosteniendo su bolso y ajustando su sombrero de ala ancha blanco contra su cabello rojizo, perfectamente trenzado, la joven bajó con la ayuda del príncipe, que se apresuró en sostener su mano.
—Bienvenida a Amaravas, señorita Mallory Amarose —dijo, llevándola en dirección a la salida—. Su regreso ha llamado mucho la atención de la gente por aquí, ¿no cree?
Mallory rodó los ojos, ignorando la broma del príncipe, y saludó a los escoltas que lo acompañaban.
—¿Qué hay de... ella? ¿Ha sabido conmocionar a toda Giannir también? —preguntó mientras caminaba, observando la expresión del chico en todo momento: siempre impasible ante la gente, con la sonrisa, mirada y porte dignos de un príncipe en el concepto más romántico de la palabra.
No obstante, el chico frunció un poco el ceño.
—Me temo que mi hermana ha sabido cómo mantener un perfil bajo, aun cuando tiene a cada periódico de Therina relatando sus hazañas. Los pocos que lo sabemos, seguimos sorprendidos. Me alegra que hayas podido llegar a tiempo.
—Gracias a ti por llamarme —replicó la chica, mostrando una sonrisa juguetona, que la hacía lucir bastante adorable junto con las pecas que adornaban sus mejillas.
—¿Quieres verla ahora mismo?
La muchacha se detuvo en seco ante la propuesta, y empezó a reír nerviosamente. Apretó el abrigo que llevaba sobre su brazo y su bolso más contra sí misma.
—¿Ahora mismo? —repitió, y el príncipe asintió, extrañado—. Es que... quisiera ir primero a la cafetería de la calle Bahn a desayunar algo. ¿La recuerdas? ¿Seguirá abierta...?
Benedikt asintió nuevamente, encogiéndose de hombros como si no entendiese la repentina inquietud de su amiga.
—Claro que sí. Vamos, yo te invito. —Se volteó hasta los escoltas:—. Pueden volver al palacio, yo me encargaré de cuidar de la señorita Amarose. Y por favor, no digan nada a mi hermana aún, es una sorpresa.
—Como es de esperarse de un príncipe —comentó la pelirroja con una risa traviesa.
***
A pesar de que la cama de su hermana era una infinidad de veces más cómoda que la suya en la academia de la orden, Annarieke podía asegurar que no era razón suficiente para haber despertado tan tarde.
El gato de Krisel, el Señor Fritz, también se encontraba muy cómodo acurrucándose junto a sus pies, haciendo unos extraños ronroneos que la hicieron levantarse de un salto, un poco sorprendida. Observó a su alrededor en la habitación y a juzgar por los vestidos de niña regados, podía suponer que incluso Krisel se había levantado primero que ella.
Se vistió, dejando el uniforme rojo y negro que había usado durante tres años, y colocándose algo más casual como una camisa blanca y pantalones negros, en conjunto con un blazer a cuadros, recogiendo la mitad de su cabello con el listón rosa que siempre solía usar. Tomó el collar de los caballeros de Avra, pensando en si debía dejarlo al menos por un día, pero finalmente decidió colocárselo como si se tratara de un accesorio y bajó con prisa al comedor familiar.
Al llegar, encontró a Ludwig desayunando, mientras su hermanita lo miraba con rostro de ensueño, y balanceaba sus piernas debajo de la mesa.
—¡Buenos días! —exclamó la joven, buscando un lugar junto a Ludwig.
—¿Té ceylán o earl grey? —dijo el servidor, señalando dos teteras sobre su bandeja.
—Ceylán está bien —respondió la chica, esperando a que terminara de llenarse su taza, para apreciar el aroma y después su sabor—. ¿Ha visto a mi hermano?
El sirviente negó con la cabeza.
—Me parece que salió más temprano que de costumbre; incluso dos guardias le acompañaban, pero ninguno de ellos era el señor Opheigel.
—Oh, bueno... —suspiró Ann, volviendo a tomar otro sorbo, intranquila. Quería ver lo que él le había prometido que le mostraría, y ni siquiera tenía una pista de en dónde se encontraba.
—A propósito —interrumpió Ludwig—, ¿dónde rayos está Heinrich?
—Hmm. Solía madrugar para entrenar con el resto de la guardia, seguro no quería perder la costumbre...
La joven estaba en lo cierto, pues el aún guardia real de Giannir se encontraba en el patio de entrenamientos practicando sus habilidades con la espada que solía usar cuando se enfrentaba a las bestias.
Asestó con fuerza contra su oponente, derrumbándolo, y recuperando poco a poco la calma. Entre jadeos, guardó la espada en la vaina, y ayudó a su rival a levantarse.
—¿Te parecen dos de tres? —le retó el otro chico, un poco avergonzado por perder, pero entusiasmado de que su oponente siguiera en gran forma luego de haberse ido de la guardia por tanto tiempo. Heinrich aceptó, asintiendo con diversión.
Tanto en la guardia de Giannir, como en la academia de Avra, era bastante notable su fuerza y habilidad.
Miró a su alrededor: el patio de entretenimientos apenas había cambiado en todo el tiempo que había pasado. Recordó a una niña de catorce años que había tomado prestada una de las espadas de los otros guardias, insistiéndole que quería aprender a usarla para enfrentar bestias y salvar a la gente en un futuro.
Por supuesto, sabía quién era aquella niña, por lo que no pudo negarse ante su petición. Un guardia con más experiencia seguramente le habría dicho que no y le habría comunicado tal evento al duque, pero aquel era su primer año en la guardia, y su devoción hacia la familia real era tal, que incluso cuando no tenía experiencia alguna enseñando un arte tan peligroso, tomó toda la paciencia y precaución en sus manos para hacer que la princesa fuera capaz de al menos poder defenderse ante las bestias que tanto deseaba combatir.
Dejó a un lado esos recuerdos; tenía que prepararse para la segunda ronda.
Benedikt también tenía algunas memorias de aquel lugar. Casi siempre le gustaba estar en una especie de balcón del piso superior, justo como en ese momento, observando en nadir cómo le iba a su hermana con sus prácticas, curioso por saber si se rendiría, o acabaría por convertirse en toda una caballera de Avra. También, admitía que otras veces solía mirar más a su instructor, y esta ocasión no era la excepción.
—¿No te basta ya con ser el príncipe azul de toda la nación? —Una voz un poco aguda lo interrumpió de sus pensamientos.
Benedikt rodó los ojos, volteando a mirar a su compañera.
—No, Mallory, no me bastará hasta que tú aceptes ser mi princesa —respondió en tono sarcástico, y la pelirroja cruzó de brazos y frunció el ceño. Había aprendido a no tomarse en serio las insinuaciones del príncipe hace algunos años—. No deseo algo de todas formas.
—Como tú digas... —respondió la joven, sabiendo que era imposible obligar a Benedikt a hablar cuando no quería seguir con un tema. Para ser alguien que se veía tan cordial y sociable con el resto de personas, en realidad le gustaba mucho mantener sus propios pensamientos para sí mismo.
Ambos volvieron a observar el segundo enfrentamiento, del cual también Heinrich había salido victorioso.
Además del príncipe y su amiga, Heinrich tenía otro importante espectador: se trataba del conde Wagner, de Beyla, recién llegando hacia el patio de entrenamientos.
—Como era de esperarse, el entrenamiento de los caballeros de Avra parece ser más intenso que el de un guardia real —le felicitó—. Entró a la guardia muy joven. Me alegra que luego de su huida junto a la princesa, mantenga aún sus talentos, Heinrich Opheigel.
Huida. Ciertamente podía decirse que había desertado de su posición, aun cuando no había dejado de cumplirla.
Asintió, agradeciendo lo que debía ser un cumplido.
—Dígame, ¿ha regresado finalmente a recuperar su posición dentro de la guardia? Con su habilidad, no demoraría demasiado en llegar a ser capitán. Lo habría logrado antes, incluso.
—Lo siento —negó—. Estoy solo de paso. Aún tengo que seguir acompañando a la princesa en cada incursión que se le imponga dentro de la orden.
El conde Wagner hizo una mueca de decepción.
—Está hecho para más que ser solo el niñero de una princesa que se niega a cumplir sus responsabilidades.
Heinrich frunció un poco el ceño. No le importaba que le dijeran que había desertado de su deber, aun si no conocían la verdad detrás de los hechos, pero no podía aceptar que fuera así con Annarieke. Sin embargo, trató de mostrarse inalterable, como debía esperarse en un guardia de la realeza.
—Para mí es un honor seguir a la princesa y si está en mis posibilidades, guiarla hacia las elecciones que más se apeguen a los valores más nobles de la casa Zavet.
El conde rio.
—Lo lamento. Espero que no se haya visto como si estuviese hablando mal de su alteza, pero creo que aún le falta madurar. Es una suerte que lo tenga a usted como guía.
Mallory y Benedikt seguían con la mirada a Heinrich y al conde Wagner, deseando poder escuchar algo. No podía ser tan serio, pues Heinrich se había mostrado bastante tranquilo a pesar de todo.
—¿Qué hace aquí el conde Wagner? —inquirió Mallory.
—Le pedí que viniera a acompañarme al Instituto. Estamos trabajando juntos en un nuevo proyecto, y es el principal inversor. ¿Quieres saber de qué se trata? —De repente, su mirada brillaba de emoción. El imperturbable y encantador príncipe lucía como un niño ilusionado, tal como Mallory lo recordaba en su infancia cada vez que hablaban de las leyendas que su madre les contaba antes de ir a dormir.
La muchacha sacudió su mano y bufó.
—Luego me cuentas qué fósil de Eminente estás buscando ahora.
Desvió la mirada al cielo por un momento, y entonces Benedikt la sacudió del hombro súbitamente.
—¡Mi hermana y su compañero están aquí! ¡Vamos a saludarlos!
—¡Espera! ¿Qué? —exclamó la chica sobresaltada. El príncipe estuvo a punto de alzar el brazo y la voz para llamar la atención de Annarieke, que junto a Ludwig, se había reunido con Heinrich, pero Mallory le cubrió la boca con sus manos, casi saltando sobre él.
—¿Qué sucede? —inquirió extrañado el chico, volteando hacia su amiga—. ¿No querías verla?
La chica hizo un puchero, y sus mejillas de pronto hicieron juego con su cabello.
—Solo no ahora, no estoy preparada. —La mirada confundida de su amigo le indicó que debía explicarse más—. Pasaron muchos años desde la última vez que nos vimos, ¿sí? ¿Y si hizo otra nueva mejor amiga en la orden de Avra?
—Qué tonterías dices, Annarieke no ha dejado de pensar ni un solo momento en ti. ¡Vamos! —Trató de tomar su brazo para llevarla al patio de entrenamientos, pero al instante, la chica pelirroja se había transformado en un gorrión molinero que salió volando en dirección contraria, a toda la velocidad que le permitían sus pequeñas alas.
Era el colmo para Benedikt, que decidió bajar él solo. Tenía la seguridad de que en cualquier momento, su amiga volvería a aparecer.
—Qué cobarde eres, Mallory... —masculló, antes de tener en frente a su hermana y sus amigos—. ¡Annarieke! Parece que no te dejaban descansar demasiado en la orden —rio.
La chica suspiró, notando lo evidente que era el hecho de que se había levantado tarde.
—¿Dónde estabas tú? ¿Tenía que ver con lo que querías mostrarme?
—Oh —exclamó el chico, volteando a ver el cielo, sin encontrar nada más que nubes—. Se trata de otra sorpresa, luego te digo.
—¿Hay más sorpresas? —preguntó curiosa, y su hermano asintió con una sonrisa.
—El conde Wagner es una de ellas, gracias por haber venido. —Le saludó, apretando su mano con fuerza.
—No fue nada. ¿Ya le ha hablado a la princesa de nuestro proyecto?
El chico negó, aún sonriente.
—Quiero que lo vean por ellos mismos. ¿Podrían acompañarnos al Instituto Amtinseel?
—¿A la universidad? —inquirió Ludwig con sorpresa, y el príncipe asintió.
Annarieke aceptó, acercándose a su hermano mientras guiaban a sus acompañantes fuera del palacio.
—Ben, ¿no es verdad lo de las sorpresas, o sí? Porque lamento decir que no te he traído nada de Orevia.
—¿Ni siquiera el cuerno de una bestia? —rio su hermano—. Está bien. Pero si tanto te molesta, seguro sabes que muchos antiguos caballeros de Avra se encuentran en bóvedas dentro de las catacumbas de la academia de Larya...
—No, ni siquiera lo pienses... —Annarieke adivinó lo que estaba por decir.
—¡Cinco minutos! Solo consígueme cinco minutos dentro para saber si allí se esconde...
—¡Benedikt, no! Ese lugar es de respeto para los antiguos caballeros, no te darían jamás el permiso de que hagas una expedición.
El chico bufó, aceptando su lógica. De todos modos, sabía que su hermana no estaría de acuerdo con él.
—¿Al menos el cuerpo de Avra en verdad reposa allí? ¿Lo has visto alguna vez?
—¡No soy como tú! —vociferó, molesta y un poco perturbada por la facilidad con la que su hermano hablaba de esqueletos y restos humanos.
—Lo dice quien sale a matar bestias alrededor de toda Therina —murmuró con ironía—. Supongo que puedo conformarme con el cuerno de una bestia, te lo dejo para la siguiente.
La chica rodó los ojos, suspirando. Al cruzar el puente que llevaba a la salida del palacio, miró con detenimiento un árbol. Siendo más específica, al rojizo gorrión que se posaba sobre una rama de este, y parecía observarla, por muy loca que fuera la idea.
Sostuvo el brazo de su hermano, como si estuviera pidiéndole que se volteara para ver lo mismo que ella, pero el gorrión salió volando.
—¿Qué sucede?
—Uh... nada, supongo —musitó, pensando en que tal vez sí se había vuelto loca.
Permaneció con la cabeza baja, mientras seguía caminando hacia el ferry que los ayudaría a cruzar el canal más cercano hacia donde se encontraba el Instituto Amtinseel.
Mantuvo la vista en la proa del ferry todo el camino, y suspiraba en su mente una vez más por cada lugar que pasaba. Recordaba que cerca había una cafetería a la que solía ir casi todos los días, a pesar de que odiaba tomar café y un par de sorbos podían alterarla bastante.
—No ha cambiado mucho Amaravas... —murmuró, sintiendo una pequeña parte de su corazón encogerse al ver la ciudad en la que había nacido y crecido, y que había añorado todo el tiempo durante su estancia en Orevia; la misma ciudad y país sobre el cual reinaría algún día. Cuando su padre le diera el permiso para continuar su misión, no demoraría más tiempo en irse, y tal vez era mejor así, o se sentiría incapaz de abandonar aquel lugar de nuevo.
—Ojalá pudiera decir lo mismo de ti —opinó su hermano—. Has crecido bastante, y es muy evidente que ahora eres la más alta. Seguramente también tienes más músculos...
—¡Calla! —rio su hermana.
—Aun así, sigo siendo el mellizo más encantador, ¿no crees?
—Eso no te lo quito...
La chica devolvió su mirada al mar, hasta darse cuenta de que alguien más observaba la ciudad con emoción.
—No puedo creer que vayamos al Instituto Amtinseel —dijo Ludwig sin apartar la vista de las calles y edificios al pie de los canales—. Tal vez en un año más, sea capaz de entrar allí.
Annarieke se sorprendió al escuchar a su compañero como si marcara el fin de algo.
—¿Qué piensas estudiar? —inquirió con curiosidad, tratando de ignorar la mitad de lo que había dicho.
—Ciencias experimentales —respondió con un brillo especial en sus ojos. El mismo que tenían ella y Benedikt cada vez que hablaban de lo que más les apasionaba.
—El banco central de Amaravas suele otorgar créditos a futuros alumnos, y en su mayoría suelen ser accesibles, y ofrecen plazos suficientes para completar los préstamos sin que se doblen los intereses —sugirió Benedikt, escuchándolo con atención.
—Sí, bueno. Tampoco me sentiría bien si metiera a mi familia en una deuda probablemente imposible de pagar por mis sueños, así que decidí unirme a la orden para intentar solventar la carrera aunque sea parcialmente. No es como si todos tuviéramos la oportunidad de ir a la universidad pagándola con los impuestos de todo el país...
Annarieke estuvo a punto de objetar, pero su hermano solo rio.
—Gracias por eso —respondió en un ligero tono sarcástico—. Espero verte en Amtinseel dentro de un año; suele ser muy exigente en un inicio, pero nada que alguien capaz de enfrentarse a bestias no pueda combatir. Ya que lo mencionas, trataré de financiar un programa de becas, por si te interesa...
—Seguro le será más útil a otras personas con menores posibilidades, pero gracias.
Annarieke se sintió incómoda en medio de aquella conversación, pero admiraba el modo tan tranquilo en que su hermano lo había manejado. Digno de un futuro duque.
Sabía que Benedikt no estaba interesado en ser el duque, pero no dudaba en usar el poder que tenía para ayudar a su país cuanto le fuera posible. Incluso si no asumía, le gustaba la idea de tenerlo como su futuro consejero.
—Me alegra que no te incomode tampoco la presencia del conde Wagner —le susurró a su compañero, a lo que este se encogió de hombros.
—No es como si hubiera votado por él.
Annarieke volvió a bajar la cabeza, esta vez observando solo el canal, dándose cuenta de que poco a poco, la velocidad del ferry disminuía, entrando al muelle de Amtinseel, una pequeña isla entre el canal y el río Amt.
Al llegar, atravesaron un pequeño puerto, que parecía ser la entrada a una isla rodeada de varios castillos de formas diferentes, unos de aspecto más antiguo y otros, en cambio, de estilo moderno. El Instituto Amtinseel se trataba de toda una pequeña isla hecha un campus universitario.
Volvió a ver a Ludwig, y podía apostar que debía sentirse muy cerca de todos sus sueños. Pensó en que seguramente así lucía ella la primera vez que tuvo la oportunidad de ver a los caballeros de Avra en acción, debido al nacimiento de una bestia en Amaravas. En cuanto vio a Aldrich entregar el informe de su incursión a su padre, estaba más decidida que nunca en que sería capaz de huir del palacio para ir a Orevia a unirse a la orden. Al menos, hasta que descubrió que Heinrich también le acompañaba.
Hizo una pequeña mueca.
Tal vez el sueño de toda su vida había sido ser caballera de Avra, pero ahora estaba más que segura de que no era el mismo caso con Ludwig, y era muy probable que tampoco con Heinrich. De igual manera, su sueño no tenía lugar en su futuro, y ya sabía que su tiempo en la orden sería limitado, junto al de sus compañeros. Lo único que quería era disfrutarlo todo lo que le fuera posible.
Para empezar, tenía que lograr que su primera misión sin la supervisión de su capitán fuera un éxito.
Al adentrarse más al campus del instituto, Ludwig sintió encontrarse en una galería, y quería asegurarse de ver todo lo que sus ojos le permitían y a la vez, no perderse en el camino.
Benedikt se volteó mientras caminaba hacia atrás, como si fuera una especie de guía turístico.
—Hacia el noroeste tenemos la facultad de ciencias experimentales. Una vez que terminemos, podría darles un recorrido especial, y presentarte con alguno de los maestros...
El chico negó con la cabeza.
—Dentro de un año podré recorrer la facultad de ciencias experimentales todo lo que desee...
—Ese es el ánimo —sonrió el príncipe.
En dirección al este, se acercaban a la facultad de arqueología, un edificio de estilo neobarroco, casi a orillas de la isla, cuyo vestíbulo realmente lucía como un museo, mostrando varias estatuas en mármol de héroes y Espíritus en formas antropomorfas imaginados por los artistas. Ludwig notó que las personas encargadas de áreas administrativas que pasaban por el lugar, saludaban con amabilidad al príncipe, y él correspondía el saludo con la misma cordialidad. Era difícil creer que era un alumno más.
Subieron las escaleras laterales izquierdas, llegando a uno de los departamentos de investigación. Era increíblemente amplio, lo suficiente como para atender a treinta alumnos, y sobre las vitrinas había todo tipo de pergaminos con dibujos, o códices manuscritos en lenguas tan antiguas que Ludwig era incapaz de adivinar qué decían.
No obstante, se familiarizaba con los cuadros y dibujos, por muy de antaño que fueran.
Tanto él, como sus compañeros, reconocerían a una bestia cuando la vieran, y no obstante, sabían que no eran del todo bestias, y más bien, algo superior.
Recordó aquella misión fallida en Maraele, y las palabras de aquella bruja que ahora perseguían.
«Los primeros dioses».
Los Eminentes.
Aunque no había sido comprobado si alguna vez existieron en realidad, era cierto que la existencia de las bestias en Terravent podía considerarse un legado de estos seres. Una lección de que la humanidad no tenía derecho a bajar la guardia.
A diferencia de los Zavet, no había muchas leyendas sobre Eminentes o héroes que Ludwig conociera. Tal vez, la más común, además de la de Avra, era la leyenda del fin del mundo, que solo se daría el día en el que Nesserth, el Eminente Rey, despertara del letargo en el que lo sumieron los héroes de Este y el Oeste.
De ser cierto, Ludwig esperaba que tal cosa no sucediera, al menos, dentro de los siguientes cinco años.
—Estoy seguro de que nuestros acompañantes se encuentran fuertemente familiarizados con lo que queremos mostrarles —anunció el conde Wagner—. No obstante, no es sobre Eminentes que queríamos hablarles.
Benedikt asintió, acercándose a uno de los pergaminos con dibujos.
—Mi hermana y yo conocemos la leyenda de Avra al pie de la letra, y crecimos con ella. Parte de mi trabajo como futuro arqueólogo es descubrir cuánta verdad hay acerca de aquellas leyendas que todos escuchamos de niños. ¿Cómo eran realmente los Espíritus? ¿Por qué Laias del este guarda tantas similitudes en leyendas con Wymiére del oeste? Y mi favorita: ¿realmente otorgaron sus armas a sus héroes favoritos para que fueran capaces de enfrentarse a los Primeros dioses?
—Jamás había escuchado acerca de las armas, ¿tenían alguna? —inquirió Heinrich. Sabía que las armas que otorgaban en la orden y que guardaban especial conexión con sus collares eran lo suficientemente resistentes y fuertes para hacerlos capaces de combatir a las bestias, pero con certeza, aquello que nombraba Benedikt debía tener una fuerza y habilidad superior.
Annarieke asintió.
—Solo he escuchado de tres reliquias: La lanza de Solien o Vilreth, la misma que entregó al héroe del oeste antes de que fundara el gremio de los cazadores en Galhÿs. Las dagas de Khivtar, que habían sido otorgadas a Mikael, caballero cercano a Avra. Y la más famosa de todas: la espada de Laias. Es cuando debo coincidir con mi hermano, pues tanto su leyenda como la de Wymiére del oeste, describen un arma bastante similar que fue la misma que portó Avra en todas sus batallas.
Su hermano asintió con aprobación.
—Además de esas, estoy seguro de que existen más, pertenecientes incluso a los Eminentes aliados, como Beltz o Elívie. Sería interesante si pudiéramos descubrir que no se ha tratado solo de leyendas todo este tiempo y lo mejor es que podemos partir de cierta base. —El chico se acomodó junto a una de las mesas, señalando a sus acompañantes—: Sus collares son un ejemplo. Es verdad que al principio son objetos normales que les otorgan antes de su iniciación, pero luego de esta, obtienen un valor imprescindible para ustedes, ¿no es así?
Annarieke tomó el collar que llevaba apenas oculto entre su blusa, observándolo fijamente, y Heinrich y Ludwig hicieron lo mismo con los suyos.
—Sabemos hasta ahora que gracias a sus collares, son capaces de invocar las armas que usan, e incluso obtener ciertos dones que solo los Espíritus parecían poder usar —continuó Benedikt.
Los chicos sabían que aunque su entrenamiento antes de la iniciación había sido muy intenso para prepararlos, después de esta y de realizar sus primeras misiones, descubrieron que se recuperaban de sus heridas en cuestión de días. Y Annarieke y Heinrich recordaron cómo Ludwig con gran facilidad podía usar otros poderes que ellos desconocían a través de su collar.
—Entonces, ¿los collares serían algo así como una de las armas de los Espíritus?
El príncipe se encogió de hombros.
—De menor valor, pero es posible. Es seguro que necesitarán algo mejor para poder enfrentarse contra un Eminente, pero menos mal que estos ya no existen ahora —rio.
Annarieke pensó durante un largo tiempo en sus palabras, mientras observaba en uno de los códices en vitrinas, la ilustración de un monstruo de aspecto humano en medio del mar. Parecía tener la silueta de una mujer.
Leyó el pasaje en el pie de la página, escrito en una variante de su idioma que ya no se usaba, pero que había aprendido algunas palabras gracias a Benedikt.
«La princesa de las estrellas, en el oscuro océano se perdió».
Sintió un leve estremecimiento, con la sensación de que no terminaría de hallar las respuestas que necesitaba.
—No obstante, aquella bruja que ustedes buscan... —Annarieke regresó su atención a las palabras de su hermano—. Tengo entendido que pertenecía a un extraño culto, ¿no? Ella y toda su familia.
—Mencionó a los Primeros dioses —respondió Ludwig.
El príncipe suspiró.
—No hay nada más peligroso que alguien que conoce el pasado y es capaz de repetir las atrocidades cometidas en este —pensó en voz alta—. Como pueden ver, todos son objetos relacionados con la investigación de los Espíritus. A través de los poemas, cánticos y leyendas que hemos leído y escuchado durante varios siglos, quiero saber si es posible encontrar aunque sea una pista sobre la existencia de estas reliquias. Sabemos que la alianza de los héroes del este y el oeste se llevó a cabo entre Larya y Fenkranos, y que luego de esta, Cassius Pendragon, el heredero de la voluntad de Avra, se deshizo de la espada que Laias le había otorgado, echándola a un río.
»No sabemos cuán lejos fue Cassius luego de la batalla para obtener su descanso, pero sabemos que alrededor de Fenkranos se encuentra el río que lleva su mismo nombre, y que se apega a la descripción de los cuentos.
—¿Y qué harás si encuentras la espada? —inquirió Annarieke con curiosidad.
—Irá a un museo, eso es seguro —replicó el chico, notando la repentina mirada de decepción de su hermana—. ¿No pensarás que un objeto tan importante deba ser entregado sin cuidado alguno a la orden de Avra, o sí?
Annarieke sabía que su hermano quería desquitarse por lo que le había dicho acerca de realizar expediciones dentro de la academia de Avra
—No he pensado nada —rio—. Pero creí que algo tan poderoso debería tenerlo, no sé... alguien como yo, ¡o tal vez Heinrich! Ya sabes, solo en caso de que un Eminente aparezca —bromeó.
Su hermano la miró con seriedad, como si no le hubiera hecho la menor gracia aquel chiste, y lo único que pareció romper con la tensión de aquel momento, fue el sonido de un teléfono celular.
—¡Lo siento! Debo responder —dijo Benedikt al observar el nombre en la pantalla, como si de forma automática, volviese a ser el príncipe azul, y salió del departamento de investigación.
Los chicos le siguieron con la mirada, y Ludwig suspiró.
—He estado tanto tiempo dentro de la academia, que había olvidado que esas cosas existían.
—¿Es verdad entonces que prohíben el uso de tecnologías? —inquirió con curiosidad el conde Wagner, y los chicos asintieron—. Debe resultarles difícil comunicarse con sus seres queridos.
—En realidad, las cartas llegan más rápido de lo que había imaginado —sonrió Annarieke—. Además, me pareció un detalle más especial, y que podría plasmar todos mis pensamientos sin pausas, a diferencia de una llamada.
—Además, permiten ya ciertas tecnologías como cocinas eléctricas, o incluso lavandería, así que no es tan complicado —añadió Ludwig.
—¿Cómo sabes lo de las cocinas, eh? —dijo Heinrich con una sonrisa maliciosa, y su compañero gruñó.
Afuera, Benedikt respondió la llamada, un poco molesto.
—¿Piensas dar ya la cara?
—¿Es verdad lo que dijiste? ¿Ella aún piensa en mí?
El chico se sorprendió con la pregunta, y por el poco y familiar ruido a través del teléfono, podía suponer que su amiga no estaba muy lejos.
—¿No sería lo normal? Han estado juntas desde siempre...
Hubo un largo silencio en la llamada.
—¿Mallory?
—Está bien... —suspiró la chica—. Eso creo. Si se enoja, tendrás que hacerte cargo de mis lágrimas, Benedikt Zavet.
El príncipe sonrió.
—Claro que sí. ¿Quieres que la llame? ¿Estás en el instituto, no? —Volvió a escuchar otro silencio—. Mal...
—¡Okay, hazlo! —exclamó y Benedikt deseó haber alejado un poco el teléfono en ese instante.
—¿Prometes no huir esta vez?
—Sí, aquí estaré...
El chico cerró el teléfono, y regresó al departamento.
—¿Qué crees, Ann? Mi segunda sorpresa está aquí.
Su hermana le miró confundida, pidiendo una mayor explicación, pero el príncipe solo la tomó del brazo, guiándola a la salida.
—¿No vas a decirme en serio qué es?
El muchacho negó con la cabeza.
—Lo siento, le quitaría la magia. Pero seguramente vas a decir «Benedikt, eres el mejor hermano en todo el mundo». —La guió por las escaleras, cubriendo sus ojos con sus manos.
La chica bajó los escalones con miedo a caerse y, conociendo a su hermano, sabía que lo más probable era que solo le enseñaría el fósil de alguna criatura mitológica, por lo que no estaba segura de si debía sentir ansias respecto a la sorpresa.
Cuando sintió que estaba nuevamente en el vestíbulo de la facultad, Benedikt retiró sus manos, y al abrir sus ojos, Annarieke encontró a la chica pelirroja pecosa, con una mirada bastante tímida. Parecía que incluso temblaba, y quería salir con urgencia de aquel lugar.
—¿Todavía te acuerdas de mí...?
—¡Mallory!
Annarieke estuvo a punto de taclear a la chica contra el suelo en un torpe y apresurado intento de abrazo. Aun así, la apretó entre sus brazos con toda su fuerza, y llenó sus mejillas y cabello con pequeños besos.
La pelirroja no estaba segura de si moriría primero de asfixia, o de vergüenza.
—Anny, por favor... —suplicó ahogadamente, a lo que su amiga solo dejó de apretarla, permitiéndole que respirara algo.
—¡No puedo creer que estés aquí!
—Sí, yo tampoco... —murmuró la joven—. Cuando Benedikt dijo que volviste, apenas pude arreglar mi maleta para tomar el primer ferrocarril a Amaravas. ¡Lo leí todo en el periódico y quiero ayudarte, y a tus compañeros también! —Buscó cómo separarse del abrazo y tomar las manos de su amiga, mirándola a los ojos—. ¡Por favor, Anny! ¿Me dejarías ir contigo en la incursión? Sabes que soy solo una bruja, ¡pero prometo ser muy útil y no estorbar cuando aparezcan bestias!
Annarieke reconoció en sus brillantes ojos marrones una calidez que sentía que le había faltado a Amaravas cuando llegó. Ahora todo estaba completo.
No obstante, la miró con preocupación, bajando sus manos.
—¿Pero qué hay de la academia de Valeres? ¡Es tu último año! No quiero que repruebes faltando tan poco por mi culpa.
Mallory sacudió su mano, quitándole importancia.
—La academia de magia seguirá allí, puedo graduarme cuando yo quiera. Pero esta es tu primera misión como capitana de tu equipo, ¡no puedo dejarlo pasar por ningún motivo!
—¿Estás segura...? —inquirió una vez más, preocupada, y Mallory asintió con la cabeza repetidamente, haciendo un puchero y poniendo una tierna mirada que hizo que Annarieke sintiera que iba a derretirse en cualquier momento si no cedía a ella—. Está bien, pero debo escribirle primero a tus padres y prometerles que no va a sucederte nada, y que luego de todo esto vas a dedicarte a terminar tus estudios...
—¡Claro que sí, ellos saben todo! —Esta vez fue Mallory quien se lanzó a abrazar a la princesa. No fue ni la mitad de fuerte que su anterior abrazo, pero Annarieke lo sintió bastante bien.
Al separarse, volvieron a mirarse una vez más, y Mallory notó el listón rosa que adornaba el cabello de su amiga. Sorprendida, sus mejillas se llenaron de rubor, y decidió separarse.
—Esta es una facultad de ciencias, ¿podrían dejar sus abrazos de reencuentro para otro lugar? —Benedikt carraspeó, observándolas al pie de la escalera con una mirada burlona.
Con timidez, las dos chicas mantuvieron una pequeña distancia entre la otra.
—¡Dijiste que no había nada de malo! —le espetó Mallory, mientras que Annarieke trataba de contener las ganas de reír.
Sostuvo la mano de su amiga, llevándola a través de las escaleras y los pasillos hasta el lugar en el que se encontraban sus compañeros.
—Chicos: la señorita Mallory Amarose, alumna de la academia de Valeres, se unirá a nuestra incursión.
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