IV: El ducado de Giannir
Annarieke se acercó a la proa del ferry, donde encontró a Heinrich observando el horizonte marino, luciendo muy aburrido.
—¿No has visto a Lud? Podría jurar que está algo molesto conmigo... —dijo la joven con un tono travieso, observando a través de unos binoculares. Primero a él, que permanecía impasible, aun cuando algunos mechones de su oscuro cabello se pegaban a su rostro por acción de la brisa tan fría de la mañana. Luego vio al resto de la proa, para finalmente bajar el objeto, mostrando una sonrisa juguetona.
—¿Y por qué crees que sería así? —respondió el chico con un tono sarcástico, tomando los binoculares para volver a observar el mar. Pudo notar que no estaban lejos del puerto de Amaravas.
—Hmm. Supongo que algo sobre abusar de mi poder para conseguir lo que quiero. —Lo miró, intentando parecer casual, como si no hubiera planeado por horas pedirle un favor—. Hablando de eso, ¿podrías ser tú el que tome el mando como capitán de la misión y hables con mi padre para pedir el permiso?
—Annarieke, quita esa mirada de cachorrito en este instante, por favor. —Heinrich aún usaba los binoculares como excusa para evitar mirar a su compañera, pero la conocía tan bien que podía adivinar la cara que estaba poniendo, hasta que la chica, desilusionada, dejó de hacerlo—. Ahórralo para el viejo. Para empezar, estamos aquí por ti, así que la responsabilidad de esta misión es tuya.
—¡No les pedí que vinieran!
—Ajá, y yo iba a permitir que fueras a perseguir a una bruja tú sola. —El chico rodó los ojos, pensando en que incluso para ella debía ser muy obvio que tanto él como Ludwig la acompañarían. No solo por ser un equipo, sino que también Giannir era el hogar de los tres—. Tanto si hubieras ido sola o no, igual tendrías que hablar con el viejo.
—¿¡Puedes dejar de decirle «viejo» a mi padre!? Sigues trabajando para él, por si te olvidas —resopló molesta la chica, cruzándose de brazos—. ¿Qué pasa si me pide que deje la orden? ¿Si dice que ya ha sido suficiente? No quería volver a Amaravas hasta... no lo sé, tener suficientes logros...
Heinrich la miró con seriedad.
—¿«Suficientes logros»? Sabes que esto no son las exploradoras, y en todo este tiempo hemos cumplido con bastantes incursiones exitosas de las que el... Duque debe estar al tanto. Incluso si te pidieran que fueras capitana de un equipo, o no lo sé, maestre de la orden, ¿lo aceptarías?
Annarieke aún permanecía con la mirada baja, sintiéndose como una niña regañada por caprichos que ni siquiera ella misma conseguía identificar. Afligida, soltó un largo suspiro.
—¿Tú crees que esté enojado conmigo? ¿Recuerdas cómo estuvo la noche en que escapé? —pausó un instante, mirando entristecida y con nervios a su amigo— ¿Se veía enojado?
No fue una pregunta que Heinrich se esperase, pero pensó principalmente en lo que a ella le gustaría escuchar, y levantó con su mano el rostro de su compañera, intentando calmarla con una pequeña sonrisa.
—No estaba enojado, él sabía que lo harías. —Sabía que aunque mentía, con lo poco que había llegado a conocer de manera personal al duque, podría ser verdad, y decidió explicarse mejor—. Pasaron tres años, ningún padre estaría enojado por tanto tiempo, y lo más seguro es que esté orgulloso de ti, Ann.
Para su suerte, había sido suficiente para que ella se tranquilizara, y como si hubiera recuperado de repente toda su energía, se despidió de él:
—¡Buscaré a Ludwig! Ya estamos cerca de Amaravas.
Desapareció de la proa casi de inmediato, y el chico fue quien de repente suspiraba con incomodidad.
«Supongo que a este punto debo estar despedido. ¿Por qué nunca me llegó una carta de despido en todo este tiempo? El viejo sí que se enojó...»
***
El ferry cruzó uno de los lagos que atravesaban la ciudad, llegando a un muelle en el que desembarcaron los tres chicos. Caminaron hasta encontrar un largo puente que conectaba hacia un enorme castillo de estilo romántico, enmarcado por varias torres que se encontraba justo en medio de una pequeña isla.
Cada paso en el puente que los acercaba más al palacio, los hacía sentir más pequeños ante la enorme construcción.
—Es una pena que no nos detuviésemos primero en Beyla, Ludwig debe extrañar mucho a su familia... —murmuró Annarieke en un intento en vano de atrasar lo inevitable, deseando dar vuelta hacia el ferry para volver a Orevia por cada vez que pensaba en lo cerca que estaba de volver a ver a su padre.
—Mi familia está muy bien, gracias por preguntar, Ann.
La muchacha bufó, antes de decidir aferrarse al brazo de su compañero, sonriendo juguetona, como si lo único que pudiera hacerla olvidar un poco sus temores, sería molestar a su amigo.
—Vas a quedarte con nosotros y podrás probar la hospitalidad monárquica de los Zavet.
—Como quieras... —gruñó el chico, aceptando a regañadientes que no tenía otro lugar donde quedarse—. Admito que de niño quería conocer el palacio Bellemónt.
—No hay mucho. A veces, en la sala principal, durante la noche, nos gusta torturar a los opositores de la realeza —bromeó Annarieke.
—Bienvenida de regreso, princesa Annarieke —saludaron los guardias en las puertas, abriéndolas. La joven correspondió la reverencia, y habló por un tiempo con ellos, tratando de mantener la calma, pero no podía evitar removerse de un lado a otro, incómoda, y finalmente volvió a dirigirse a sus compañeros:
—¡Heinrich! Lleva a Ludwig al jardín principal. ¿Tienen hambre? Haré que les lleven algo, ¡solo espérenme!
La chica desapareció en el interior del castillo viéndose apresurada, y sin estar convencido en su totalidad, Heinrich soltó un suspiro de impaciencia, y decidió llevar a su compañero al jardín que se encontraba en la parte trasera del edificio.
—¿El Duque sabe que estaríamos aquí, no? —dudó Ludwig, notando también lo nerviosa que se había visto Annarieke desde que desembarcaron.
—No, ya sabes que a Ann le gusta dar sorpresas...
Heinrich miró a los guardias mientras seguía su camino, como si esperase una reacción por parte de ellos ante su presencia. Solo necesitaba aunque sea una pequeña pista que le demostrase que todavía era parte de la guardia; que entendieran que solo había cumplido con su deber como guardia de la princesa, y que cualquiera en su lugar habría hecho lo mismo.
Llegando al jardín principal, Ludwig podía apreciar que era de lo más hermoso y colorido, aunque tal vez demasiado perfecto al notar que cada tipo de flor tenía su propio lugar, sin confundirse entre otras. También, contaba con mesas para las visitas.
De repente, algo salió de la nada, y cruzó a toda velocidad frente a él, hasta perderse entre las flores y arbustos, y el chico se alertó y miró a todas partes sin encontrar respuesta.
—¿Viste eso? —inquirió a su compañero.
—¿Ver qué?
El chico fingió que no había sido nada, hasta que vio a una niña correr alrededor de las rosas, buscando algo entre ellas, y entonces vio saltar de aquel lugar como si hubiera sido disparado por un resorte un enorme gato de pelaje muy espeso y naranja, aterrizando justo sobre el pecho del chico, y aferrándose a él con sus garras.
Más sorprendido que adolorido, Ludwig observó el rostro de pocos amigos del animal, presintiendo que no sería una buena idea intentar quitárselo de encima.
—¡Señor Fritz! —chilló la pequeña, acercándose a Ludwig para intentar despegar a su gato de él sin dañar su uniforme, hasta que el chico la ayudó, y se agachó un poco para entregarle la mascota, pero al recibirlo y mirarlo, su rostro se tornó completamente rojo, retrocedió varios pasos, y dejó caer al gato, quién volvió a escapar de ella—. ¡Eres tú! ¡Mi príncipe azul! ¡Annarieke me trajo a mi príncipe azul!
—Eh... —apenas articuló, confundido el muchacho.
—¡Heinrich! —La niña se volteó hacia el mayor de los chicos, notando recién su presencia—. ¿Tú has escoltado hasta aquí a mi príncipe? ¿¡Por qué no me dijeron que vendría!? ¡Podría haberme arreglado mejor! Esto es muy vergonzoso, no se lo perdonaré a Annarieke nunca...
La niña continuó hablando sola, muy nerviosa, y ni Heinrich, ni Ludwig tenían idea de lo que sucedía, pero hundiendo su codo en la costilla de su compañero, y con una mirada aterradora, el primero le indicó que tenía que hablarle.
De inmediato, y con temor a lo que podría suceder si desobedecía, Ludwig se dirigió a la pequeña:
—Ah, ¡es un honor poder conocerla, princesa Krisel!
La muchacha enmudeció al instante, y de nuevo sus mejillas se llenaron de rubor.
—L-lo siento... es solo que no imaginé jamás que nos encontraríamos así. ¡Siento mucho lo del Señor Fritz!
—¿Acaso me conoce?
—¡Claro que sí! No personalmente, pero espero que podamos resolverlo pronto. —La niña ondeó sus pestañas rubias, mirándolo con dulzura—. Annarieke me contó mucho de ti en sus cartas... ¡y envió fotos! También he recortado las notas de las noticias en las que han salido, como la de hace unos días en Antheros. Las tengo todas en mi álbum, ¿quieres verlo?
—¿Seguro...? —inquirió el chico, un poco confundido al ver su entusiasmo.
Krisel quiso jalarlo del brazo para llevarlo dentro del castillo, pero Heinrich la detuvo, en un intento por salvar a su compañero.
—Su alteza, primero debemos esperar a su hermana, y hablar con su padre.
El semblante alegre de la niña cambió de repente, y rodó los ojos con enfado.
—Ojalá papá te hubiera despedido, pero Benedikt intercedió muy bien por ti.
—¿Entonces no estoy despedido? —preguntó al instante el chico, sintiendo un profundo alivio en su cuerpo.
—¡Ya llegué, chicos! —interrumpió Annarieke, frenando ante la puerta, y detrás de ella llegaron dos servidores a poner la comida sobre una de las mesas.
—¡Annarieke! —exclamó la princesa más pequeña al ver a su hermana, corriendo hacia sus brazos, a lo que la mayor la atrapó en sus brazos a tiempo, dándole una vuelta.
—¡Mira lo grande que estás, Krisel! Ya eres toda una princesa.
—¡Quién habla! Estás ahora del tamaño de Heinrich —rio Krisel, en cuanto Annarieke la devolvió al suelo, estirando su cabeza al hablarle, y su hermana sonrió en respuesta, pero esperaba que solo estuviera exagerando.
—Su alteza, ¿todavía le gusta el té? —le preguntó uno de los sirvientes.
—¿Bromea? —respondieron con sarcasmo los tres caballeros de Avra al unísono, a lo que Annarieke se ruborizó un poco. Tal vez las cuatro tazas de té que solía tomar habitualmente lo dejaban muy en claro.
—Nos alegra escuchar eso, tenemos una infusión de limón y lavanda que espero que le guste.
En cuestión de segundos, habían servido toda una merienda digna de la nobleza, a la que también se unió la princesa más pequeña.
—Annarieke... —murmuró entre dientes la niña, molesta y moviendo la cabeza en dirección a Ludwig.
—¡Oh! Ludwig, te presento a mi hermana, la princesa Krisel. En nuestras cartas no paraba de contar lo guapo que eres y lo mucho que quería que los presentara —rio su hermana mayor.
—¡Annarieke! Ugh... como sea, el gusto es mío, Ludwig —sonrió la niña con amabilidad—. Por favor, que no te intimiden ni mi edad, ni mi posición: sé que si nos conocemos mejor, podremos construir una hermosa relación.
Annarieke casi escupió el té, y Heinrich hacía su mayor esfuerzo por contener la risa para no enfadar a Krisel, pero Ludwig era incapaz de responder, y le sorprendía bastante lo directa que era la princesa, definitivamente intimidado por su edad y estatus.
Aun así, detrás de las risas de sus compañeros, sabía que había una advertencia clara:
«Si hieres los sentimientos de la princesa, tu cabeza acabará en una lanza».
—E-estoy seguro de que con tiempo... ¡mucho tiempo!, será así, alteza. También estaría encantado de poder conocernos más... —titubeó con prisa.
Annarieke asintió con una tranquila sonrisa, y tomó un sorbo más de té. Ludwig estaba a salvo.
—En un par de horas se desocupará mi padre y hablaré con él. Dependiendo de su respuesta, procederemos a la siguiente parte de nuestro plan.
—¿«Nuestro»? Ni siquiera sé qué pretendes aún —discutió Ludwig.
—Es verdad. Si el viejo te dice que no, ¿irás a cada país de Therina a pedir la aprobación de la misión?
En respuesta, las dos princesas lo reprendieron con la mirada.
—¿Es sobre su fracaso en Antheros? ¿Quieren buscar a la bruja Ruenom, no es así?
Aunque no parecía que Krisel lo hubiese mencionado con mala intención, sus acompañantes reaccionaron como si les hubiera caído una cubeta de agua fría encima, y al darse cuenta de su impertinencia, se sintió incómoda.
—Oh, les deseo suerte con papá entonces... ¡Hasta luego, Ludwig Stradt!
La princesa se levantó de su asiento, tomando algunas galletas, y desapareció en los laberintos del jardín, buscando a su gato una vez más.
—¿Le decimos que su competencia es Enid? —rio Heinrich.
—Cállense los dos. —El chico frunció el ceño, a la vez que agachaba la mirada, irritado con sus compañeros.
—Como sea, si tenemos el permiso, tendré que investigar un par de cosas para saber cómo o dónde empezar, y quisiera hablar con una persona especializada en el tema...
—Sé qué rumbo va a tomar esto... —murmuró Heinrich, pero antes de que su compañera pudiera molestarse, una de las sirvientas apareció en la entrada del jardín, llamando su atención:
—Princesa Annarieke, su majestad se ha desocupado de sus deberes y solicita verla.
Annarieke dejó la taza de té sobre su plato, y usó la servilleta de tela para limpiarse. A la percepción de Heinrich, lucía más tranquila de lo que había esperado.
—Eso fue más pronto de lo que creí —musitó la chica—. Deséenme suerte, o realmente recorreré toda Therina en busca del permiso.
La joven entró al castillo, y subió en busca del estudio de su padre, deteniéndose ante la puerta, y respirando profundo antes de golpear un par de veces.
Entró de inmediato, siendo recibida por un hombre que si bien no era viejo, tal como le decía Heinrich, ya era bastante mayor, y seguramente el peso de sus obligaciones también le sumaba un par de años más a su apariencia. Sin embargo, era notable que compartía los mismos cabellos y ojos dorados de Annarieke y Krisel, que demostraban que inequívocamente era su padre.
Annarieke hizo una reverencia, tratando de seguir el protocolo de cualquier otra persona, y empezó a repetir la introducción que había creado en su mente desde que empezó su viaje, ideada para aquel momento.
—Agradezco su tiempo, duque Frederick. Como representante de uno de los equipos de la orden de Avra, me gustaría...
No pudo resistir más ante la dulce mirada del duque, y se lanzó hacia él para abrazarlo con toda la fuerza con la que lo había extrañado debido a la distancia. En cuestión de segundos sentía ahogarse en sus lágrimas, y por más que trataba de decir algo, su llanto se lo impedía.
—L-lo sien... yo lo... Papá, yo...
—Shh, está bien, cariño... —la detuvo él, sacando su pañuelo para secar las lágrimas de su hija, y aprovechó ese momento para contemplarla—. Mira lo hermosa que estás, ¡creciste tanto!
—¿No estás enojado? —inquirió la chica, aún con ojos llorosos.
El duque rio un poco. Le dejó el pañuelo a su hija y la invitó a sentarse frente a él.
—Preciosa, creo que todos sabíamos que tarde o temprano lo harías. ¿Acaso debía detenerte por querer seguir tus sueños?
Annarieke empezó a calmarse, y se encogió de hombros, tímida.
—¿Quieres hablar de lo que pasó en Antheros? Lamento mucho lo sucedido con el capitán Aldrich, espero que pueda recuperarse pronto para que continúen sus incursiones. Sin embargo, puedo apostar que después de tres años, mi hija no estaría aquí tan solo para esperar y tomarse vacaciones, ¿me equivoco?
La joven volvió a negar, antes de recuperar la postura que tenía al entrar al estudio, actuando como la representante de su grupo, antes que como la hija del duque.
—Es la segunda vez que Odyle Ruenom escapa de la justicia, y por lo sucedido en Maraele, no creo que se quede de brazos cruzados.
—¿Qué opina el duque Viadia al respecto?
—Por el momento, solo se encargó de la gente refugiada de Maraele, y apenas aceptó las donaciones porque no quería que otros países se comprometieran...
El duque asintió, y dio dos golpecitos con su pluma al escritorio, señalándole a su hija que allí podría tener su respuesta, pero la joven no se rindió aún y trató de explicar mejor sus razones.
—La incursión en Maraele nunca cumplió su propósito: el de atrapar a Odyle Ruenom, por lo que la aprobación del duque Viadia sigue vigente. Solo pido la autorización para que sea mi equipo el que pueda concluir exitosamente la misión.
—¿Y no crees que sería entrometido de mi parte enviar a mi propia hija a esa misión?
—¡Me había sido asignada desde un inicio! —explicó Annarieke, impaciente—. No lo pido como tu hija o la princesa de Giannir, sino como caballera de Avra, una orden en la que no importa el lugar donde provengas, ni tus títulos, sino tu disposición para proteger a todo el mundo de ser necesario.
El duque puso sobre el escritorio un periódico de algunos días atrás. Reconoció la foto de ella junto a sus compañeros, y la nota sobre su labor en la orden.
—No si se trata de ti, Annarieke. Sigues siendo la princesa de Giannir. Admiro el trabajo que has hecho todo este tiempo, y sé que te has esforzado mucho. No dudo de que consigas grandes cosas en la orden, pero...
«Pero tu lugar no está allí». Ella ya lo sabía bien, e incluso había pensado bastante acerca de las metas que quería conseguir dentro de la orden, y el tiempo que le tomaría, para decidir que podía volver a su país para retomar sus deberes como princesa.
—No me interesa ser maestre, si eso piensas. Tal vez capitana de equipo, y enseñar algún día todo lo que Aldrich me enseñó a mí, pero no tengo intención alguna de apropiarme de la orden de Avra.
—¿Y hasta entonces seguirás dándole la espalda a tu país?
—¡No le estoy dando la espalda a mi país! Le estoy entregando mi corazón al mundo. —aclaró la joven, expresando la pasión que tenía por lo que hacía se notaba con cada palabra que salía de su boca—. ¿Qué clase de princesa sería si en primer lugar no fuera capaz de proteger a mi gente de una amenaza como las bestias, o de personas como Odyle Ruenom?
—No son las únicas amenazas que existen, deberías saberlo —replicó su padre, mostrándose un poco frustrado ante la terquedad de su hija—. Tal vez ahora todas las naciones de Therina nos encontremos en paz, ¿pero qué sucedería si deja de ser así? ¿Te enfrentarías contra las mismas personas que fueron tus compañeros alguna vez? ¿O la misma gente que te esforzaste en proteger? ¿O simplemente te refugiarías dentro de una institución que se dice a sí misma neutral, pero que no previeron ninguno de estos eventos antes de abrirte las puertas?
Se levantó, acercándose a su hija, y poniendo una mano sobre su hombro. Su semblante se había apaciguado, y de nuevo, la volvió a mirar con aprecio y ternura.
—Siento haber sonado duro contigo, Annarieke. No hay nada que desee más que mis hijos cumplan sus sueños, y tú y Benedikt lo están haciendo tan bien que me siento orgulloso. Pero necesitaba que tuvieras en cuenta todo lo que podría suceder, y cuál sería tu respuesta como futura monarca de Giannir.
Annarieke bajó la mirada, como si le molestase más que se lo recordaran. Pensaba incluso que Benedikt podía ser un mejor duque que ella. No obstante, ella fue quien nació primero.
—Cuando llegue el momento, responderé a mis obligaciones como la futura duquesa de Giannir. Pero por ahora, necesito responder a mis errores en la incursión de Maraele. No tiene que hacerlo otro equipo, además, ya tengo experiencia con la bruja.
Su padre suspiró, dándole la mano a Annarieke para ayudarla a levantarse de la silla. Sabía que de todas maneras, era incapaz de negarle a su hija la oportunidad de seguir cumpliendo con lo que soñaba.
—El permiso estará listo para mañana. Tus compañeros también pueden quedarse en el palacio. —La abrazó, acariciando el largo cabello de la chica, y reconociendo el listón rosado con el que lo recogía. Sonrió con ternura al recordar que era un regalo de una vieja amiga de ella—. Aprovecha para descansar un poco y ver a tu familia, no te estreses tanto. Tal vez Benedikt pueda ayudarte.
Annarieke correspondió con fuerza el abrazo, aprovechando que tenían una altura similar para darle un pequeño beso en la mejilla a su padre.
—Gracias, papá... —Se separó al instante, avergonzada, tratando de recuperar el protocolo que ya había dejado olvidado—. Quiero decir, duque Frederick.
Menos mal, Ludwig no estaba allí para verlo.
Se despidió del duque, y al salir del estudio, poco tiempo habían tenido sus compañeros para despegarse de la puerta, y fingir que no estaban intentando escuchar. Junto a ellos estaba la pequeña princesa con su gato atrapado en sus brazos, y subiendo las escaleras, se les unió un chico de la misma edad de Annarieke, y que además de su mismo color de ojos y cabello, compartían tantos rasgos, que era imposible no verlos juntos sin reconocer que eran mellizos.
Antes de que Ludwig y Heinrich pudieran excusarse, o que Annarieke les dijera algo, Krisel soltó al Señor Fritz, y tomó las manos de su hermana con emoción.
—¿Entonces sí se van a quedar un poco más? —La mayor asintió con el mismo entusiasmo de la pequeña a la vez que sostenía sus manos con dulzura—. ¡Sí! Benedikt también está en casa, ¿van a quedarse conmigo en la noche?
Los hermanos mayores cruzaron miradas con sorpresa y cariño al mismo tiempo, entre risas de complicidad que les hacían sentir que tenían mucho que contarse.
—Claro que sí, Krisel —dijo el chico, acercándose a su hermana y sus compañeros—. Escuché que viniste y llegué tan rápido como pude, tienes suerte de que estaba en la ciudad. La próxima vez intenta avisar, ¿sí?
—Lo haré —rio Annarieke.
—Me alegro de que por fin podamos conocernos, Ludwig Stradt. Mi pequeña hermana también tenía muchas ganas de verte. —Saludó Benedikt a Ludwig, y él, un poco sorprendido, aceptó el apretón de manos. Recordó cuando había visto a Annarieke por primera vez en la academia, y no se lo podía creer en absoluto, pues aquel debía ser el lugar menos esperado para ver a la princesa de su país. Sin embargo, se había presentado con la misma cordialidad casual que llevaba a pensar que podía darle su confianza—. Por favor, la cena será servida muy pronto, ya saben que pueden quedarse el tiempo que deseen. Y si lo tienen permitido en su itinerario, espero que mañana puedan acompañarme a ver algo que les podría resultar... interesante.
Al principio, extrañada, su hermana terminó asintiendo con una sonrisa. Lo que sea que fuera, podía llegar a ser útil para su búsqueda, y él era una de las personas más indicadas para mostrarle la única prueba que tenía.
Los tres caballeros y la pequeña princesa bajaron al salón principal del castillo, pero Benedikt alcanzó a sujetar a Heinrich del brazo para detenerlo, sorprendiéndole.
—Muchas gracias por haber cuidado de mi hermana todo este tiempo. —Agachando la cabeza, trataba de esquivar la mirada del caballero y guardia de la familia real, hasta finalmente mirarlo a los ojos, con algo de timidez y vergüenza—. Gracias también por no hacer nada tonto como dar tu vida por ella o algo así. En general... gracias por volver los dos a salvo a casa.
El muchacho, mucho más alto que el príncipe y solo un par de años mayor, sonrió con gentileza, sintiendo sus palabras como un gesto de amabilidad habitual en él.
—No hay nada que agradecer, su alteza. Pero me temo que de ser necesario, daría mi vida por Annarieke.
Con una pequeña reverencia para despedirse, alcanzó a sus compañeros, mientras el príncipe los seguía con la mirada, un tanto inexpresivo, como si no quisiera que se adivinase lo que pasaba por su mente en aquel momento.
—Sí, no lo dudo... —murmuró muy bajo, en un tono triste.
***
Cuando la cena concluyó, tal como habían prometido, Annarieke y Benedikt se encontraron en la habitación de Krisel.
La mayor cepillaba el cabello de su hermana, e intentaba hacer una trenza de espiga hasta darse cuenta de que no era tan fácil como esperaba. Miró su propio reflejo en el espejo de la habitación, notando el listón rosa que siempre usaba en su cabello.
—¡Ann! Antes siempre trenzabas tu cabello. Incluso sería más útil si llevas el cabello bien amarrado cuando vas a pelear contra bestias —reclamó Krisel, deshaciendo el intento de peinado de su hermana, que había terminado con algunos dolorosos y molestos nudos.
—Sí, bueno, no era yo quien realmente lo peinaba así, lo siento...
Benedikt rio, en tanto se acercaba a ayudar a la princesa con los nudos y miraba a su melliza apreciar el listón con una mirada perdida en el pasado, y llena de cariño.
—Creo que ella lo hacía ver más fácil... —explicó Annarieke en un murmullo—. Lo uso siempre porque es como si ella aún cuidara que mi cabello no fuera un desastre.
—Escuché que entró al aquelarre de sus padres hace un año, y le falta poco para terminar sus estudios en la academia. Tal vez uno de estos días la visite —respondió el chico, como si entendiera a la perfección de quien Annarieke hablaba.
—¡Prométeme que la saludarás de mi parte! —suplicó la chica, suspirando de repente con añoranza. Sabía que su estancia en Giannir sería muy breve, por lo que aun si lo deseaba, no podía permitirse incluir visitas en su misión de búsqueda—. Me alegra saber que lo está haciendo bien.
—Puede que no le agrade la idea de que su mejor amiga vaya por ahí dándole caza a los de su clase... —murmuró divertido el príncipe, ignorando la amenazadora mirada de su hermana.
—¡Me alegra tanto que intenten ponerse al corriente, pero yo también soy su hermana y estoy aquí, en frente de ustedes! —interrumpió Krisel, pasando el cepillo por su pelo para terminar de desenredarlo. Sus hermanos rieron, volviéndose a la niña con la intención de consentirla como la pequeña princesa que era.
—Perdona, Krisel. ¿Qué podemos hacer por ti?
La niña pareció pensarlo, a pesar de tenerlo más que claro. Se levantó sobre el asiento frente a su tocador, y estiró los brazos con emoción:
—¡Pueden contarme una historia para dormir! Así como hacía mamá.
Annarieke atrapó a su hermana en sus brazos, y la llevó hasta su cama.
—Hecho —susurró, cruzando de miradas con su hermano. Pensando en todas las leyendas que existían sobre los Espíritus y sus héroes, pero teniendo mayor preferencia por una.
—Ay no, esa no... —bufó Krisel, adivinándolo. Si le preguntaban, respondería que no tenía nada en contra del gran Avra, pero toda su familia no hacía más que repetir su historia hasta el cansancio—. ¿Qué les parece la del primer cazador?
—No, esta es mejor —respondió Benedikt.
—¿...O la del dragón oscuro y su ángel?
—Uh, esa también me gusta, pero te prometo que esta vez será un poco más distinta... —aseguró Annarieke.
—¿Distinta en qué? ¿Qué más hizo el todopoderoso Avra?
—Bueno, tienes razón, no será tan distinta, pero Ann y yo podemos cantar...
Aquello sonaba más prometedor de lo que parecía, por lo que soltando un largo suspiro, aceptó la propuesta de sus hermanos, y se acomodó en su cama, preparándose para escucharlos.
Annarieke empezó suave, en tanto cubría con las sábanas a Krisel:
—Cuando el sol nació una vez más,
el renegado gritó, estremeciendo a las almas de la naturaleza,
Eran muchas, infinitas, y todas se apiadaron de él.
Todos acordaron que el Señor de Todo, y su corte celestial,
debían caer.
—Cuando el sol descendía, hacia el horizonte,
el renegado no estaba solo más.
Un nuevo brillo alumbraba sus ojos, y su voz había alcanzado otras como la suya,
que clamaron rebelión.
—Oh, dinos, adalid de la luz, ¿fue justo el precio?
—Bajo el tambor de una nueva guerra,
El renegado del Este, y el campeón del Oeste,
Por la cabeza de Nesserth,
y todos sus señores fueron
—Al exhalar su último aliento el sol,
cuerpos se habían acumulado bajo los pies de los
campeones de aquellos
que proclamaron como sus nuevos dioses.
—¿Pero no estamos solos aún?
—Bajo el manto de la noche,
Kl'reth, Yaghoudrar y Khiorvorh,
a su hogar en la segunda luna regresaron.
Ma'aer, con el alma rota, en las profundidades se escondió,
no sin antes llevarse consigo a la desleal princesa.
—Pthondes a Beltz, el traidor, castigó.
Junto a Az'thidhul y Nurr'vhirc se ocultó,
y desde las sombras de los renegados reinaron.
Y Nesserth, el Señor de todo, cayó
y bajo un indefinido letargo se sumió.
—Y Ante todas las estrellas Nesserth juró,
que...
Annarieke se detuvo al notar que los leves ronquidos de la pequeña princesa interrumpían con su canto, y junto a Benedikt, rieron entre murmullos.
Ambos se acostaron de lado, con Krisel en medio.
—¿Crees que la bruja esté aún en Antheros? Es imposible que haya podido salir a otro país, están revisando a todo el mundo en las entradas —pensó con duda el chico. Con la poca información que tenía gracias a los periódicos y a lo que su hermana y sus compañeros pudieron relatar acerca del evento, esperaba poder ayudarlos un poco en su búsqueda.
—Estoy segura de que sí... tal vez en Iltheia. Es donde la mayor parte de refugiados de Maraele se encuentran, por lo que se le debió hacer más fácil escabullirse.
Benedikt terminó acostándose sobre su espalda, observando el techo iluminado por una lámpara de estrellas.
—Empezó en Maraele, su ciudad natal. Si se encuentra en Iltheia, significa que estaría tras el duque Viadia, quien ordenó la captura de su familia. Si lo tiene permitido, luego de eso, irá a la academia de Larya...
—Tendría que tener una muy buena idea para ser capaz de hacerlo —respondió Annarieke, pensando en lo arriesgado que sería atacar en un lugar repleto de caballeros de Avra.
—¿Qué no fue tan solo su hermana la que les dio problemas a ti y a otros tres caballeros de Avra? ¿No te has puesto a pensar de qué ella es capaz?
—En realidad, eso es lo que temo...
—Ahora está sola, sin nadie a quién proteger, por lo que no creo que se limite tanto —siguió analizando el chico.
—¿Pueden callarse los dos ahora? Me harán tener pesadillas si siguen hablando de brujas y monstruos, por favor... —masculló Krisel con voz somnolienta, dándose vuelta para cubrir su cabeza con su almohada y volver a dormir.
—Lo sentimos —murmuró Benedikt, revolviendo con su mano el cabello de su hermanita, antes de levantarse—. Te espero mañana con tus amigos, Annarieke.
La chica asintió, y volvió a acostarse junto a su hermana, tratando de pensar en lo que su hermano había dicho. Deseó haberle contado sobre las escamas, pero seguramente podrían hablar de eso al día siguiente.
Ante todas las estrellas Nesserth juró,
que sus herederos traerían caos y destrucción.
Y si alguna vez, de su eterno soñar escapaba,
Terravent en piezas colapsaría.
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