Extra II: Annarieke
Annarieke no podía dejar de caminar de un lado a otro en uno de los balcones del palacio. Por ratos, también se detenía y observaba a lo lejos en la ciudad, un tanto ansiosa, y entonces, volvía a caminar.
Viéndola, Heinrich notó que la princesa hacía un enorme esfuerzo por no insistir una vez más en que quería salir a ver la bestia que nació justo en medio de la capital.
Ambos tenían noticia de que la orden de Avra ya había llegado al lugar y cumplía con su trabajo, y el de Annarieke, como princesa, era quedarse a esperar.
Hundiendo las cejas, a la vez que apretaba sus manos, se detuvo frente al guardia, mostrando preocupación.
—Mis hermanos no han regresado aún desde la mañana...
—Ambos llevaban escoltas. Es muy seguro que pronto estén de regreso y a salvo —explicó el pelinegro con confianza.
Aun así, la princesa resopló.
—Algunos guardias fueron a ayudar a los caballeros de Avra y a las personas que estaban cerca. Yo también habría querido ir... —añadió el chico en un murmullo. No quería quejarse, pero antes de llegar al palacio, había pensado que ser guardia real sería muy emocionante, y ahora que en la ciudad sucedía algo fuera de lo común, tenía que seguir dentro del castillo.
En realidad, entendía a Annarieke en aquel momento, pero si lo pensaba bien, era poco o nada lo que cualquiera de los dos podrían hacer en contra de una bestia, incluso cuando llevaban cierto entrenamiento.
—Espera, ¿y por qué no fuiste? Ya eres mayor de edad... —inquirió Annarieke.
—Su Majestad me pidió que me quedara cerca de usted —replicó Heinrich, y en respuesta, la princesa gruñó.
No obstante, ambos se asomaron al borde del balcón al divisar al transbordador a punto de llegar al muelle de la isla, y acto seguido, Annarieke salió corriendo hacia la puerta.
—¡Seguro son los caballeros de Avra!
—O los príncipes...
Al llegar al puerto, la princesa se percató de que Heinrich tenía razón, y al fin llegaron sus hermanos de la salida que hicieron a uno de los museos de Amaravas. Aquello no disminuyó su entusiasmo, y se acercó a ellos, notando que Benedikt llevaba en sus manos una canasta con muchos gatitos dormidos, mientras que Krisel cargaba uno entre sus brazos, y acariciaba su cabeza.
—¿Vieron a la bestia? ¿La vieron?
—Estábamos más lejos, y por la misma razón, los guardias decidieron que tomáramos un desvío al regresar —explicó Benedikt—. Demoramos un poco más por eso.
—¿Seguro que solo demoraron por el desvío? —inquirió Annarieke, sin dejar de mirar la canasta, extrañada.
—Oh, eso. —Benedikt se sonrojó un poquito—. Es una larga historia. ¿No estás enojada porque no fuimos devorados por la bestia? En realidad, a ninguno de los dos nos interesa quitarte tu lugar como futura duquesa... —dijo en tono burlón.
—¡A mí sí me gustaría ser duquesa! —exclamó Krisel, colocando el gatito sobre su cabeza como si fuera una especie de tiara.
Annarieke bufó, pensando en no tomarse en serio la broma.
Dentro del palacio, el duque se acercó a sus hijos, sintiendo alivio de que ambos estuvieran bien, y que a pesar de lo impaciente que Annarieke debía sentirse en ese momento, no intentara huir del castillo a ver a la bestia aún.
—¡Mira, papá! Te presento a Lord Viceroy. —Krisel sacó a uno de los gatos de la canasta, extendiéndolo hacia su padre—. Y ella es la Princesa Lorelei, y este de acá...
—Krisel, ¿qué fue lo que te dije? —Benedikt la interrumpió, antes de que siguiera nombrando al total de ocho gatitos dentro de la canasta.
La niña hizo un puchero y bajó la mirada.
—¡Por lo menos solo uno! ¡Él es tan lindo! —agarró a un gatito naranja muy delgado y con cara de pocos amigos, por lo que sus hermanos mayores no estaban tan de acuerdo con su afirmación—. Creo que te vas a llamar Señor Fritz...
—¿Y a qué se deben todas estas visitas? —inquirió el duque con una sonrisa, seguro de que sus hijos tenían una larga y graciosa historia que contar, incluso cuando hace poco temió que estuvieran en peligro debido al ataque de la bestia que había emergido.
Krisel miró a su hermano, quien respiró profundo para prepararse a contar lo sucedido.
—Después de salir del museo, y que pasara lo de la bestia, vimos a alguien que vendía a los gatitos. Todos estaban muy dormidos, y no lucen muy sanos aún, por lo que Krisel y yo pensamos que no estarían mucho tiempo con vida. Decidimos comprarlos a todos, y los llevamos a una veterinaria para que recibieran sus vacunas y medicinas, y con la alimentación adecuada estarán bien, pero te prometo que les vamos a conseguir un buen hogar.
—Ojalá pudiera decirle a la mamá de todos estos gatitos que estarán en buenas manos. Debe sentirse triste porque aún son pequeños y fueron separados de su lado. Papá, ¿no crees que vender animales es muy injusto para ellos? —inquirió Krisel con sus ojos muy brillosos, como si la sola idea estuviera a punto de hacerla llorar, y a su vez, conmovía a toda su familia.
—Veré qué puedo hacer al respecto —declaró el duque. Ni él ni Annarieke podían creer que aquella había sido la razón por la que demoraron tanto en regresar, pero al final, parecían de acuerdo con la idea.
—Espera un minuto, ¿pero quién pagó por todo? —inquirió Annarieke. Todo lo sucedido sonaba a una idea de Krisel, pero todavía era muy pequeña para usar dinero.
—Ah, fui yo... —respondió Benedikt, con vergüenza—. ¡Sé que fue impulsivo, pero estoy seguro de que hice lo correcto! —se excusó.
—No tienes que disculparte, yo también habría hecho lo mismo —suspiró su hermana mayor.
—Mentira, tú habrías ido a ver a la bestia —replicó el chico en tono grave, burlándose, pero en el fondo agradecía que su familia no lo juzgara.
Heinrich no tardó en reunirse con ellos, quedándose apenas cerca de Annarieke, y al verlo, Benedikt agachó la mirada, nervioso.
Krisel en cambio tomó a uno de los gatos de la canasta.
—¡Hola, Heinrich! ¿Deseas un gatito? —preguntó con dulzura, y al acercarse el guardia a recibirlo, no pudo evitar acariciar su cabeza.
—Gracias, alteza. No creo que pueda cuidar uno por ahora, pero de seguro a mi padre le gustaría que le hiciera compañía —aceptó el chico.
De pronto, fueron interrumpidos cuando en compañía de más guardias, entró el equipo de caballeros de Avra que se había encargado con éxito de la bestia.
El duque Frederick les dirigió la mirada por un segundo, y luego se volvió a sus hijos.
—Espero que me disculpen y podamos seguir hablando después —dijo, antes de volverse hacia sus guardias e invitados.
Annarieke en ese momento no pudo escuchar nada de la conversación, pero estaba muy distraída mirando cada detalle en los uniformes que usaban los caballeros, y hasta las manchas de sangre oscura de las bestias. Cuando uno de ellos se volvió a ella y a sus hermanos, los saludó con una pequeña reverencia y siguió su camino hacia las escaleras.
Benedikt y Krisel correspondieron el saludo a tiempo, pero el chico tuvo que darle una leve palmadita en el brazo a su hermana mayor para que despertara, e hiciera lo mismo.
—¿Qué pasó, Ann? ¿Los gatos te han comido la lengua? —bromeó.
No obstante, Annarieke se había decidido a esperar a que los caballeros de Avra terminaran su reunión con su padre, y aunque se moría de ganas de escuchar sus reportes, mantuvo su distancia, quedándose junto al balcón.
Se dio vuelta enseguida en cuanto la puerta fue abierta, dejando salir al mismo caballero de Avra que la había saludado antes.
—¡Oh, su alteza! ¿Espera a su majestad? —preguntó el hombre, sin saber si debía dejarla pasar.
—¡No, no! Descuide —insistió Annarieke, para luego removerse en su lugar, nerviosa. No sabía qué decir, o más bien, por dónde empezar. Había visto caballeros de Avra muchísimas veces, claro. En los libros de leyendas y notas del periódico, pero era la primera vez que veía a uno en verdad—. ¿Estuvo muy difícil...?
—¿La bestia? —inquirió confundido, y la princesa asintió. Lo pensó muy bien, y aunque estaba a punto de decir que no había sido nada, decidió suspirar y relajarse más—. Un poco, fue más grande de lo esperado, y si no fuera por mi compañera, estuve a punto de ser su almuerzo —rio, en tanto Annarieke no podía evitar sorprenderse.
—¿Tuvo miedo? —preguntó con curiosidad, aunque ambos sentían que era una pregunta capciosa.
«Los caballeros de Avra no debían sentir miedo». Eso lo sabían muy bien.
—Me preocupé un poco cuando destruyó uno de los puentes que conectaba a través de uno de los canales, espero que no demoren mucho en reconstruirlo...
—Ya veo... —respondió Annarieke, pensando en cómo continuar su entrevista—. ¿Fue así desde el inicio o poco a poco aprendió a no sentir miedo?
—¿Uh? —No pudo evitar sorprenderse. Era normal que otras personas más jóvenes tuvieran tanta curiosidad por su oficio, pero la princesa parecía mucho más interesada en lo que implicaba ser un caballero de Avra—. Pues sí, creo que poco a poco aprendes a actuar antes de ser atacado. Diría que es lo más importante, incluso si en el fondo tienes miedo.
»Tal vez ser valiente solo implica que cumpliste con tu misión, a pesar del miedo y todas las inseguridades en tu cabeza. Enfrentarse a algo así es bastante grande por sí mismo, ¿no lo cree, su alteza?
Annarieke enmudeció, sorprendida, mientras guardaba sus palabras en su mente, y asintió con lentitud.
Enfrentarse a sus propias inseguridades, era por sí mismo algo grande...
—¿Cree que yo podría entrar a la orden de Avra algún día? —soltó de repente, y ante la mirada extrañada del hombre, su semblante se enserió—. Lo digo completamente en serio, tal vez no he entrenado tanto como ustedes, y de seguro en mis primeras misiones sienta miedo, pero no me subestime por mi posición. Ser caballera de Avra ha sido mi sueño desde siempre, y le prometo que soy tan capaz de cumplir con todas sus reglas y misiones como cualquier persona que haga el juramento a los Espíritus.
Joseph Aldrich no podía ocultar su sorpresa, pero entendía el interés de la princesa por la orden.
No le pareció que mentía cuando dijo que había entrenado por su cuenta, y se veía muy lista para comprender todo lo que implicaba cumplir su sueño.
Se encogió de hombros, y la miró con despreocupación.
—En realidad, su alteza, creo que lo más importante es su disposición para proteger a todo el mundo si es necesario, sin importar sus títulos o de dónde provenga —explicó—. No obstante, hace poco su padre preguntó muy preocupado si hubo heridos, y se asegurará de la reparación de todos los daños, además que nos ha pedido que mis compañeros y yo nos quedemos a descansar un poco más antes de regresar a la academia. Si me lo pregunta, creo que es un buen duque, y honestamente, no diría eso de la mayoría —rio, y Annarieke esbozó una pequeña sonrisa también—. ¿No desea poder ser como él en el futuro?
La joven entendió la pregunta, y asintió, muy segura.
—Como futura duquesa, o tal vez, como madre algún día, sin duda alguna, mi ejemplo a seguir es mi padre —afirmó—. Pero como le dije, mi sueño va mucho más allá de las obligaciones que pesan sobre mí desde mi nacimiento, y mucho más lejos de los límites de Giannir. Creo que tal como ha dicho usted, estoy dispuesta a salvar a todo el mundo si es necesario, de la misma manera en que lo hizo Avra durante las Alianzas...
—¿Ha escuchado las leyendas? —preguntó, cada vez más sorprendido con la joven princesa. En definitiva, no la subestimaba.
—Las he leído todas —aclaró Annarieke, decidiendo insistir una vez más—. ¿Cree que puedo ser tan valiente como Avra algún día? Y si es así, ¿me dejaría acompañarle a usted y a su equipo cuando regresen a Orevia?
Por un segundo, Aldrich se dio vuelta, queriendo asegurarse de que nadie alrededor había escuchado a Annarieke. No le temía a las bestias, pero evitar ser castigado por ser cómplice de la posible fuga de una princesa no estaba de más.
—Princesa, ¿ha hablado de esto con su padre?
Annarieke guardó silencio y bajó la mirada. Por supuesto que toda su familia tenía conocimiento de su sueño de formar parte de la orden de Avra, pero esperaban que algún día su entusiasmo se disipara.
—Me lo imaginé... —suspiró el caballero—. Mi equipo y yo partiremos un poco antes del amanecer, cuando el transbordador empiece a operar... pienso que le gustaría saberlo.
Annarieke ahogó una exclamación de asombro, y aunque quería agradecérselo cientos de veces, de repente pensó en lo que había hecho.
El caballero se reunió con el resto de sus compañeros en cuanto salieron del estudio del duque, y Annarieke corrió de regreso a su propia habitación, topándose con Krisel en el camino.
—¡Ann! ¿Crees que los caballeros de Avra quieran adoptar un gatito? —preguntó, sosteniendo entre sus brazos al que había bautizado como Señor Fritz, y le parecía que sería el nuevo miembro de su familia.
—Seguro les encantaría —murmuró enternecida, y sin poder dejar de mirarla. Sentía un nudo en la garganta con solo ver sus grandes ojos dorados y sus rizos rubios; la quería tanto, que no podía imaginarse estar lejos de ella y todas sus ocurrencias.
—¿Estás bien? ¿También quieres un gato? Podemos compartir al Señor Fritz —respondió la niña, al notar cómo parecía que su hermana mayor hacía un esfuerzo por tragarse las lágrimas.
De pronto, la misma asintió con seguridad y fingió una sonrisa.
—Está bien, compartiremos al Señor Fritz —dijo, y abrazó con fuerza a la niña—. Te quiero mucho, Krisel...
—¿Más que a Benedikt? —inquirió ella riendo, y su hermana asintió, entre risas también—. ¿Más que a la señorita Amarose...?
Annarieke se separó enseguida, y trató de ignorar el cosquilleo en sus mejillas.
—¿Y tú cómo sabes eso?
Quería fingir que no era cierto lo que decía, más que nada porque ya estaba saliendo con otra chica. Si lo pensaba bien, y tomaba la decisión de unirse a la orden de Avra, sabía que tendría mucho que explicarle.
—Ben me dijo. —Krisel se encogió de hombros, y luego salió corriendo como si hubiera hecho una travesura.
Annarieke suspiró, y entró en su habitación. Al sacar su maleta, se dio cuenta de que no tenía idea de qué llevaría. Guardó el dinero suficiente como para cualquier cosa que llegara a necesitar en Orevia, pero al acercarse a su mesa de tocador, encontró un listón de un suave color rosa que le había regalado su mejor amiga en su último cumpleaños.
Aún pensando en lo que había dicho su hermanita, decidió que no tenía nada de malo si quería mantener por lo menos ese recuerdo junto a ella si se iba muy lejos, y amarró su cabello con el listón.
Ni siquiera había podido dormir pensando en lo grande que realmente se vería la academia de Avra, y en cómo sería su nuevo entrenamiento.
En realidad, Heinrich no era un mal instructor, y aunque no lo aparentaba, le tenía bastante paciencia, incluso cuando se acostumbró a llamarla «princesa boba», pero no le molestaba.
Esperaba que no se molestara si cambiaba de instructor, y en algún momento se volvía más fuerte que él.
Entre todas las cosas que pensó en esa noche, ni una sola vez quiso dar marcha atrás. Lo sabía, era la oportunidad por la que tanto esperó, y estaba más cerca de cumplir su sueño.
Lo único que deseó haberse dado mayor tiempo de pensar, era cómo saldría del palacio de madrugada sin llamar la atención de los guardias.
La chica se acercó a la ventana, y al agachar la mirada, ni siquiera pudo contar en su mente todos los metros que tendría que bajar, y decidió apartarse.
—Mala idea... —murmuró para sí misma, y ni siquiera podía creer que realmente había considerado algo tan peligroso y estúpido.
Abrió la puerta de su habitación tan despacio como le fue posible, y en puntillas, salió mientras abrazaba contra sí misma un pequeño bolso con las pertenencias que le parecían importantes para ir de viaje, o solo para recordar a su familia. Pero al llegar al del pasillo para bajar las escaleras, casi saltó atrás del susto, y cubrió su boca con sus manos para evitar hacer algún ruido que la delatara —aún más—.
—¡Benedikt! —exclamó en voz bajita, acercándose al chico que parecía esperarla en el camino.
—Vas a fugarte de casa para unirte a la orden de Avra —declaró el príncipe con certeza. No iba a tomarse la molestia de preguntar cosas tan obvias.
Annarieke frunció los labios y desvió la mirada por unos instantes, antes de volverse al chico con decisión.
—No trates de detenerme. Estoy más segura de esto que de cualquier otra cosa en el mundo, y si llamas a papá o a los guardias en este momento, te prometo que jamás te lo perdonaré.
—No iba a hacer eso —respondió el príncipe, riendo un poco. Aun en la oscuridad, podía reconocer la mirada de incredulidad de su hermana—. Ann, no puedo creer que pensaras en irte sin ni siquiera despedirte de mí. ¿Y si no vuelvo a verte jamás? ¿De verdad piensas que sería capaz de delatarte?
Si en algo podían estar de acuerdo ambos, era en que siempre se habían apoyado en sus sueños del futuro. No obstante, Annarieke reconocía que el suyo era un poco más difícil de cumplir y mucho más peligroso que el de su hermano.
Al final, la princesa soltó un suspiro, y abrazó con fuerza al chico.
—Cuida mucho de Krisel y papá, por favor.
—Y tú prométeme que vas a escribir al llegar a Orevia y te vas a mantener con vida —respondió Benedikt, abrazándola también—. Y no te sorprendas si al volver, armo un complot en tu contra para quedarme con el ducado...
—Ni siquiera te interesa ser duque —rio Annarieke, separándose y bajando el primer escalón—. Oh, por si acaso... ¿conoces una salida que no implique toparme con los guardias o escalar muchos metros de la ventana y morir?
Benedikt quiso pensar en ese momento que se trataba de una broma, pero con lo bien que conocía a su hermana, lo dudó.
—¿Pensaste en la puerta hacia el jardín...?
—¡Oh! —exclamó la chica, asombrada—. Sabes que eres el mejor hermano mellizo del mundo, ¿no?
—Por supuesto que lo sé, ahora vete —respondió el príncipe, moviendo la cabeza en dirección a las escaleras.
La chica bajó tan rápido y silencioso como pudo, y al llegar a la puerta que quedaba en junto al jardín, se dio cuenta de que era la más fácil de abrir, y ni siquiera había demasiados guardias alrededor de la zona.
Le resultó muy fácil escabullirse entre los rosales hasta llegar al bosque, y después, al muelle.
No obstante, Benedikt también tenía un plan más que efectuar, y para su suerte, el más joven de los guardias reales se encontraba muy cerca de la puerta principal, a punto de reunirse con sus compañeros.
Rápidamente, el príncipe tomó de su brazo, y trató de jalarlo de regreso hacia el jardín antes de que el resto de guardias los vieran.
Heinrich en ese instante agarró el brazo del chico, y en cuestión de un parpadeo, Benedikt tenía el filo de la espada del guardia tocando su cuello, y su mirada más seria y amenazante sobre él... al menos hasta que Heinrich reparó en quién era, y se apartó de un salto en reversa y guardó su espada.
—¡Lo siento mucho, su alteza! No tenía idea de que era usted y...
—Descuida —respondió el príncipe, tocando su cuello, pues aún sentía el frío filo del acero, y apenas se acordaba de cómo respirar. Estaba sorprendido de la reacción del guardia, pero pensándolo bien, no sería un guardia real si no fuera capaz de responder así tan rápido. Antes de seguir pensando en que estuvo a punto de ver su vida pasar ante sus ojos por parte del chico al que ni siquiera se atrevía a hablarle, decidió recordar la razón por la que estaba allí en ese momento—. Annarieke se ha fugado para unirse a la orden de Avra.
Y fue entonces que a Heinrich le costó más tiempo poder responder. Parpadeó un par de veces, confundido.
El príncipe no parecía estar bromeando, y conocía lo suficiente a la princesa como para saber que era muy capaz de hacer tal cosa.
Estaba por llamar al resto de guardias, pero Benedikt volvió a detenerlo.
—No vas a llamar a nadie más —advirtió en ese instante con voz muy seria, y confundido, Heinrich notó que el de la mirada amenazante ahora era él—. Vas a acompañarla hasta Orevia, es una orden.
El guardia, sin saber qué responder, solo asintió con lentitud.
—¿Para que regrese al palacio, no es así?
El príncipe suspiró y pensó en cuánto tendría que explicarle. Cuando los mellizos nacieron, sus padres se habían negado a decir cuál de los dos era el mayor, para darles la oportunidad de que reinara el que se sintiera más apto para dicha responsabilidad.
Aun así, Annarieke había crecido tratando de aprender bastante de su padre, y tenía razón cuando dijo que a él, en cambio, no le interesaba el ducado. El título de príncipe le quedaba bastante bien de por sí.
—En el futuro, Ann tendrá que encargarse de toda la nación. Sé que lo hará bien, ella realmente ama a Giannir... pero no sería justo si antes no tuviera la oportunidad de demostrarse a sí misma que es capaz de cumplir sus propios sueños. Si conoces y aprecias a mi hermana, estoy seguro de que pensarás lo mismo.
Nuevamente, hubo un silencio más largo en el que Heinrich necesitaba digerir la información.
—¿La princesa es la futura duquesa entonces...?
—Más te vale que alcances ese viaje —ordenó una vez más el príncipe, y Heinrich volvió a asentir.
En realidad, no sabía qué pensar todavía del asunto, pero limitarse a obedecer las órdenes del príncipe era más fácil.
—Prometo que cuidaré a la princesa heredera con mi vida —juró antes de despedirse, y Benedikt con una pequeña sonrisa, sabía que podía confiar en él.
Se reprendió un poco en su mente, porque era la única vez en su vida en la que habló con Heinrich más de tres palabras, y tal vez había sonado más autoritario de lo que acostumbraba.
Sin embargo, no se arrepentía de hacerlo irse lejos, y de no volverlo a ver en un largo tiempo. Estaba seguro de que no tenía oportunidad con él, y tal vez con el paso de los días, podría olvidarlo... aunque admitía que el recuerdo del joven guardia poniendo el filo de su espada sobre su cuello sería bastante difícil de sacar de su mente.
Para entonces, Annarieke ya se encontraba en el ferry conversando con el grupo de caballeros de Avra que estaba por volver a Orevia. Era la razón por la que no se había dado cuenta de que Heinrich entró también, y el chico decidió alejarse a popa para evitar que la princesa lo viera.
El viaje sería muy largo, por lo que ambos, sentados en direcciones contrarias, se quedaron dormidos en los asientos.
Cuando la luz del sol los despertó, observaron con extrañeza el paisaje. Todavía se encontraban en el río que marcaba el límite entre Giannir y Orevia, por lo que no tardarían en llegar a Larya, el hogar de la orden de Avra.
Heinrich pensó que era un buen momento para estirarse un poco y saludar a la princesa en la proa, y tal como lo había esperado, Annarieke parecía estar llevándose una enorme sorpresa.
La joven se restregó los ojos, queriendo asegurarse de que su sueño de unirse a la orden de Avra no se estaba transformando en una pesadilla, pero para su mala suerte, el guardia seguía allí frente a ella.
—Buenos días, su alteza...
—¿¡Qué demonios haces aquí, Heinrich!? —Annarieke saltó de su asiento, queriendo enfrentarse al chico si no fuera porque era más alto. Por lo menos, sabía que si le ordenaba que se tirara al río y regresara a Giannir nadando, él sería capaz de obedecerla—. Si crees que vas a obligarme a volver al palacio, te prometo que...
—No lo haré —juró el chico, un poco asustado. No estaba seguro, pero era la primera vez que veía tan enfadada a la princesa.
Ni siquiera cuando perdía contra él en duelos, se molestaba.
Annarieke retrocedió un poco, y se cruzó de brazos, como si esperara una explicación.
El guardia, en cambio, pensó durante la noche en todo lo que le dijo el príncipe, y estaba seguro de que tenía la razón. Si Annarieke era la futura duquesa, merecía la oportunidad de cumplir su sueño.
Además, no tenía ningún sentido haberla entrenado si nunca podría usar sus habilidades.
Sin embargo, sabía que si le decía que el príncipe le había ordenado acompañarla, Annarieke revocaría fácilmente dicha orden. Era la princesa heredera, y estaba en el derecho.
—Su majestad me ordenó seguirla —mintió, agachando la mirada.
Sorprendida, la princesa enmudeció, y aunque tenía cientos de preguntas que quería hacerle, se resignó a pensar que era cierto.
—Entraré a la orden junto a usted... —El chico trató de seguir explicando.
—Sí, ya entendí —murmuró Annarieke, dándole la espalda. Estaban por desembarcar en el puerto de Larya, y necesitaba su propio espacio para evitar ser cruel con el guardia. Si era cierto lo que decía, solo cumplía con su trabajo.
En realidad, se sentía más molesta, porque creía que no necesitaba un escolta para sobrevivir en la orden.
No obstante, por muy molesta que se sintiera, nada arruinó el momento en que por primera vez se encontró frente a la famosa academia de Avra.
Sabía que sería mucho más grande que el palacio de Giannir, y observaba cada lugar al que entraba muy maravillada, sin querer perderse ningún detalle.
—Su alteza, puede entrar junto a su escolta para hablar con el maestre sobre su reclutamiento —explicó Aldrich, señalándole la oficina del maestre, a lo que Annarieke frunció el ceño, molesta.
—No es mi escolta —aclaró, antes de entrar.
Heinrich la siguió, esperando que el enojo de la princesa no durara demasiado. Deseaba compartir el mismo entusiasmo que ella tenía por estar en un lugar así, pero por el contrario, se sentía un poco perdido, y empezaba a preguntarse qué estaría pensando el resto de la guardia real de él en aquel momento.
Si el príncipe decía la verdad —que él le había dado la orden de seguir a la princesa—, posiblemente aún tenía la oportunidad de conservar su trabajo.
Pensó en que a su padre le había hecho ilusión que fuera guardia real a tan corta edad, y más aún, que consiguiera hacerse cercano a la princesa, y ahora parecía que estaba cerca de perder todo eso.
Y tal vez no era tan relevante en la escala de sus preocupaciones, pero ni siquiera tenía un nivel de orevos lo suficientemente alto como para preguntar dónde había algún baño.
Annarieke había conversado con el maestre, ignorando su presencia, y ahora le tocaba su turno. Al cruzar con la princesa, ella ni siquiera le dirigió la mirada, y se quedó en la esquina de la oficina, cruzándose de brazos.
Esperó responder primero las preguntas fáciles, como su nombre o datos generales, pero en vez de eso, le preguntaron por qué quería entrar a la orden.
En silencio, pensó en la forma más resumida de explicar por qué, cuando él mismo había pensado en obligar a Annarieke a volver al Giannir, aceptó estar en aquel lugar, y volteó a verla por un segundo.
—Solo deseo que la princesa heredera esté a salvo —murmuró en voz baja, pero desde su lugar, Annarieke lo escuchó sorprendida—. Sé que suena un poco simple o egoísta, pero no lo es. Amo mucho a mi país, y sé que estará en buenas manos con la princesa Annarieke —terminó de explicar.
Annarieke bajó la mirada, empezando a sentir los primeros pensamientos de inseguridad por la decisión que había tomado. En ese momento hizo lo que había hecho por sí misma, y no por Giannir.
Tal vez, Joseph Aldrich tenía razón, y pudo conformarse con proteger a su país de la forma en que su padre lo hacía.
—Entiendo —replicó el hombre con tranquilidad. El chico en frente suyo se veía demasiado tímido como para creer que era un guardia real, pero parecía seguro de la decisión que estaba tomando.
Al final, los Espíritus siempre tenían la última palabra.
—No pareces ser de aquí... —comentó con curiosidad mientras escribía los datos del chico.
—Ah, soy de Giannir —respondió Heinrich en voz tímida.
—Me refiero a Therina en general —rio el maestre, a lo que el chico entendió su pregunta, y con vergüenza, bajó un poco más la cabeza.
—Mis abuelos llegaron a Giannir desde Nushoun, en Eveneen —explicó.
—Interesante, ¿has ido alguna vez? —preguntó el hombre, terminando de llenar su hoja de datos, y entregándole la llave de su futura habitación.
—Jamás había salido de Giannir hasta hoy... —suspiró el pelinegro.
Aún enojada, Annarieke trató de comprender que Heinrich solo seguía una orden, y que muy seguramente, jamás se había esperado llegar tan lejos para proteger a la familia real.
—Bueno, tendrás que acostumbrarte a viajar mucho a partir de ahora —le dijo el maestre—. Si están de acuerdo en hacer equipos, por favor firmen aquí, o se les designarán otros compañeros. Pueden añadir a una persona más a su equipo.
Heinrich quería evitar mirar a Annarieke, más que nada porque él no era su persona favorita en aquel momento, pero sabía que la mejor oportunidad de protegerla, era haciendo equipo con ella.
Antes de pensar en tomar la pluma para firmar, Annarieke se acercó, y con una seriedad aterradora, firmó la hoja y luego le entregó la pluma al guardia.
En cuanto él terminó de firmar, Annarieke guardó la hoja y salió del lugar. Esperaba por lo menos poder elegir bien al tercer integrante de su equipo.
—¿La princesa Annarieke siempre está de tan mal humor? —inquirió el maestre, a lo que Heinrich se sobresaltó ante lo que parecía una afirmación.
—Nada que ver, solo... se llevó una mala sorpresa esta mañana, supongo —explicó, y volvió a mirar las llaves que había recibido—. Cada habitación cuenta con su baño, ¿no es así...?
Ante la respuesta afirmativa del maestre, decidió que buscaría el pasillo de las habitaciones por sí mismo.
Annarieke, por su lado, advirtió en que ya era la hora en la que solía desayunar, por lo que ayudada con un tríptico turístico de la academia, trató de encontrar la zona del comedor.
Al llegar al lugar, pensó que solo tendría que sentarse en alguna mesa, y alguien más tomaría su orden. Esperaba que tuvieran una gran variedad de infusiones, y en ese momento se le antojaba bastante una taza de té. Sin embargo, al darse cuenta de que la mayoría de las personas del lugar hacían fila frente a la cafetería, insegura, trató de seguir la dinámica que le resultaba desconocida.
Se arrepintió de no haber esperado a Heinrich para preguntarle lo que tenía que hacer, pero por otro lado, prefería seguir haciéndole la ley del hielo, y no creía que conseguir comida fuera tan complicado.
Con vergüenza, tocó el hombro del chico que iba delante de ella, y en cuanto este se volteó, retrocedió un poco asombrado, y parpadeó un par de veces.
—¿Princesa Annarieke...? —inquirió con sorpresa. Seguro se estaba equivocando y se trataba de alguien muy parecida a ella.
—Oh, ¿también eres de Giannir? —preguntó Annarieke al reconocer su acento, y extendió su mano frente a él—. Annarieke Zavet, pero creo que ya lo sabes —rio.
—Ludwig Stradt... —respondió el chico, dándose cuenta de que sí era la verdadera princesa de su país—. ¿Está de visita en la academia?
—Oh, no. Voy a unirme. ¿Tú también? ¿Tienes ya un grupo? —La princesa empezó a preguntar con emoción. El chico se veía muy agradable, y esperaba poder llevarse bien con él.
Sin embargo, Ludwig tenía muchas preguntas que hacerle también. Era extraño que alguien de la monarquía prestara su servicio como guardián de Terravent, al menos dentro de Therina. En Galhÿs era de lo más normal, debido a que de aquella forma, la monarquía podía tomar control del mayor poder militar del continente, y esperaba que no fuera el mismo caso con la princesa.
—Uhm, ¿me podrías explicar cómo funciona esto de las filas? ¿Puedo pedir lo que yo quiera? —preguntó Annarieke al darse cuenta de que el chico parecía perderse en sus propios pensamientos.
—¡Ah, sí! —Ludwig trató de concentrarse en la duda de la princesa—. Solo sígueme y en lo que llega tu turno, tomas una bandeja y pides la opción que más te gusta y ya.
Debía ser un día de lo más extraño, pues nunca había imaginado que le indicaría a la princesa de su país cómo podía servirse comida en un bar.
En cuanto llegó el turno de los dos, y Annarieke pidió una taza de té, miró con extrañeza las cajas de sabores que tenía para escoger. No era como el té que le preparaban en el palacio, pero estaba dispuesta a acostumbrarse.
Ambos llegaron a una mesa desocupada, y al colocar sus bandejas sobre estas, Ludwig miró a la princesa doblar una de las servilletas de papel para ponerla sobre sus piernas, y tomó uno de los cubiertos con preocupación.
—Solo hay estos... —murmuró ella, y decidió que era otra cosa a la que debía adaptarse.
Para Ludwig, aquello era suficiente para saber que no se trataba ni de un sueño, o un mal chiste. Realmente era la mismísima princesa, y si había sido obligada por su padre a dar servicio a la orden de Avra para luego apropiarse de esta, pensó que lo mínimo que podría haber hecho el duque por ella, sería enseñarle a cómo no pasar vergüenza de esa forma.
Tal vez ni debería preocuparse tanto, de seguro la chica no duraría más allá de su primera misión... o su primer entrenamiento.
Tampoco quería criticarla tanto, pues él apenas había llegado y no sabía mucho del idioma de Orevia, cosa que en cambio, Annarieke dominaba a la perfección.
—¿Entonces, por qué te unes a la orden, Ludwig? —preguntó la princesa mientras cortaba con cubiertos su sandwich.
—El ingreso me ayudaría mucho para entrar a la universidad, y me iba bien en los deportes en el colegio, así que pensé que podría servirme de algo eso aquí —respondió el chico.
—Ya veo, de seguro eras muy popular —sonrió Annarieke, antes de probar su té.
—No mucho, en realidad —dijo Ludwig en un murmullo. No quería pensar en que cada vez la conversación se le hacía más rara, porque aunque la princesa parecía tener buenas intenciones, se notaba que desencajaba con el ambiente. Decidió que al menos, podía conocer sus razones también para estar allí—. ¿Qué hay de usted, su alteza?
—Oh, toda mi vida soñé con estar aquí —explicó Annarieke—. Luego del ataque de una bestia en Amaravas, Joseph Aldrich me dejó unirme a la orden, así que escapé del palacio... y creo que para este momento, los sirvientes deben estar buscándome como locos —terminó de contar, conteniendo las ganas de reír al imaginarlo. Ludwig, en cambio, se veía muy incrédulo ante su historia
—Espere, ¿ha escapado del castillo?
La chica volvió a asentir, y aunque sonaba muy increíble, al notar la emoción con la que contó su huida, le pareció que decía la verdad. Además, se esforzaba bastante por poder formar parte de todo lo que implicaba estar en la orden.
—Entonces... ¿no vas a apropiarte de la orden para darle ese poder militar a tu padre? —se le ocurrió preguntar, y acto seguido lo lamentó, pero ya estaba hecho.
Annarieke lo miró extrañada, y un par de segundos después empezó a reír.
—¿Los plebeyos siempre tienen tanta imaginación? —inquirió en tono de burla, y Ludwig decidió ignorarla—. ¿Y ya tienes grupo?
El chico negó con la cabeza, aunque se preguntó si hacer equipo con la princesa era una buena idea. Trataba de que no se notara mucho en aquel momento, pero ni siquiera estaba muy de acuerdo con un sistema de gobierno en el que lo único que le diera a una persona el derecho a reinar de forma vitalicia sobre un país, fuera la herencia.
—Hey, tal vez no esté a la altura del entrenamiento de la mayoría aquí, pero te prometo que no dejaré mal al equipo. Además, solo me falta una persona, y Heinrich también puede cuidarse solo —explicó, y en ese momento recordó que aunque seguía molesta con el guardia, si Ludwig aceptaba, tendría que presentarlos.
Él decidió que se tomaría su tiempo para pensar en hacer grupo con la princesa, y al terminar ambos su desayuno, pasearon cerca de los patios de entrenamiento. Notaron que varios alumnos, e incluso, instructores estaban viendo y halagando a uno de los nuevos alumnos que había llegado aquella mañana, que se enfrentaba contra otro de los alumnos con mayor experiencia.
Por sus comentarios, Annarieke empezó a temerse lo peor, y jaló del brazo a Ludwig para que la acompañara a acercarse también.
Tal como se imaginaba, el nuevo alumno del que todo el mundo hablaba, era Heinrich.
—Lo odio, lo odio tanto... —masculló la chica, cruzándose de brazos.
Luego de derrotar a su oponente, Heinrich le ofreció su mano y agradeció el enfrentamiento. Jamás perdió un duelo, pero le gustaba mantener la cortesía.
Al voltearse a las personas que lo habían observado pelear, se ruborizó un poco. No le gustaba llamar tanto la atención, en contra de lo que la princesa debía estar pensando en ese momento, pero al encontrarla y ver su rostro de enfado, supuso que solo podía hacer una cosa para mejorar su malhumor.
—Su alteza, ¿aceptaría un duelo?
La chica trató de esconder su sonrisa, pero era inevitable que aceptaría, y se acercó a tomar uno de los sables de entrenamiento.
—Hey, si le gano, ¿harás equipo con nosotros? —le preguntó a Ludwig, caminando en reversa hacia el patio para encontrarse con Heinrich.
El chico no supo qué responder en ese momento, pero algo le decía que la princesa no parecía bromear cuando había dicho que ya había entrenado con anterioridad.
En el momento en que empezó el duelo, Annarieke fue la primera en atacar con todas sus fuerzas, y Heinrich apenas pudo bloquearla.
La princesa sabía que fue un movimiento muy torpe, y que no debía desgastar tanto sus energías, pero si no conseguía ganarle, por lo menos se desquitaría todas las ganas que tenía de enviarlo de regreso a Giannir. De hecho, Heinrich apenas la atacaba, y solo se limitaba a bloquearla, y cuando respondía, asestaba sin mucha fuerza, pero lo suficientemente rápido para que Annarieke tuviera difícil tratar de detenerlo.
—No lo estás haciendo mal —la halagó Heinrich.
—¡Ya no eres mi instructor! —reclamó la princesa, retrocediendo un poco para volver a asestar tanto arriba como a su derecha, y ambas veces el guardia logró frenarla.
—Lo decía como compañeros de equipo...
Annarieke contuvo las ganas de gruñir y volvió a atacarlo, esperando hacerlo retroceder hasta la línea que marcaba su rendición, pero un poco antes, el chico se detuvo, y solo la atacó para recuperar terreno. Al llegar al centro nuevamente, ambos se mantuvieron en posición de defensa, como si supieran bien que a partir de ese momento se tomarían en serio aquel duelo.
Por un segundo, la chica bajó la mirada, y aunque seguía sosteniendo su sable con fuerza, sentía dudar.
—Supongo que hoy tampoco voy a ganarte...
—Lo siento, princesa boba —rio el chico.
Ambos atacaron al mismo tiempo, y aunque Annarieke apoyaba su mano sobre el lado sin filo de su sable para poner mayor fuerza, Heinrich podía defenderse de ella sin mucho esfuerzo aún.
De hecho, su maniobra solo la perjudicó, pues el chico retrocedió en ese momento y la atacó por su lado izquierdo, y la princesa casi se precipitó hacia el suelo, y tratar de evitar el ataque la desconcertó más. Sin tiempo para defenderse, se dio cuenta de que el chico ahora apuntaba hacia su vientre.
Había perdido.
Ahogó un largo suspiro, y trató de volver a amarrar su cabello después de dejar caer su sable. Al levantar la mirada, sabía que como siempre, Heinrich le extendía su mano.
Ya no lo odiaba tanto, y si lo pensaba bien, no estaba de más contar con alguien que ya conocía si iba a realizar su más grande sueño. Aceptó el apretón con fuerza, y llevó al chico hacia el público, donde aún Ludwig los miraba con asombro.
—Creo que no aceptarás ser de nuestro equipo, Ludwig, pero te presento a Heinrich. Me he resignado a que me hará compañía mientras esté aquí —rio, pero por el contrario, el chico castaño negó con la cabeza.
—En realidad, creo que acepto... además, no me vendría mal si me das clases de orevos.
—Pienso lo mismo —dijo Heinrich, pensando en que ni siquiera se había imaginado en mostrar sus habilidades de pelea a solo horas de haber llegado a la academia, pero al tratar de buscar a la princesa, una cosa había llevado a la otra.
Annarieke no pudo evitar reír.
—Trato hecho.
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