Extra I: Odyle
Arianne apenas sintió la llegada de Odette al mundo.
Había ayudado tantas veces en partos, pero era la primera vez que ella sola le entregaba una nueva vida a sus señores, y con certeza, la pondría a su total servicio. Había cumplido el milagro que alguna vez Ma'aer hizo al crear a los humanos y a la corte de herederos de Nesserth.
Para ser su primer parto, en contra de lo que manejó en su experiencia, fue bastante rápido, y poco se había quejado. Solo le faltaba conocer a su pequeña reina.
Su esposa, Ysabelle, comprobó que la respiración de la niña era muy tenue y tenía buen color. La recién nacida ni siquiera lloraba, y dormía como si todavía no se hubiera enterado de su propio nacimiento.
Por alguna razón, observar a la criatura toda enrojecida y cubierta de sangre, no evocaba ningún sentimiento en Ysabelle. A pesar de que había acompañado a su esposa en todo el proceso del embarazo y el parto, no se sentía parte de este, y con palabras asumía que era su hija, sus pensamientos la traicionaban.
No era así con Arianne, que sentía deseos de abrazar a su pequeña, pero su felicidad no duró en lo absoluto. Apenas pudo contener el grito que se asomaba del dolor, aferrándose al instante de las sábanas, mientras las lágrimas empezaban a salir.
Ysabelle dejó a Odette sobre la cuna, y regresó hacia su esposa, entendiendo la situación: se asomaba un nuevo parto, y para su mala suerte, parecía que no iba a resultar tan fácil como el anterior.
Al colocar su mano sobre su vientre, se percató de que el bebé estaba en posición invertida, y tendría que ser muy cuidadosa con sus masajes para lograr enderezar a la criatura. A pesar de que intentaba mantener la calma, esta se vio interrumpida cuando en medio de su maniobra, causó una hemorragia al desprenderse la placenta.
Arianne empezó a rogar por una cesaría, pero Ysabelle se negó, y continuó intentando mover al bebé en su vientre para ayudarle a salir, tan paciente y calmada como podía mantenerse ante la situación. No obstante, cada movimiento causaba mayor presión sobre el útero, lo que incrementaba el sangrado.
Tras larguísimos minutos que se habían sentido como horas, Ysabelle pudo sacar al fin a la criatura, que empezó a llorar entre sus brazos, y cortó el cordón que la unía a Arianne.
Sosteniéndola contra su cuerpo y limpiando su rostro, al ver sus oscuros ojos por primera vez, una sensación extraña la recorrió.
Apenas pudo contener su sorpresa al ver a las flores morir, a las almas gritar, y a los cuervos graznando. Aclamaban a quién sin duda era, la siguiente y última reina de su aquelarre.
Ysabelle lo supo en ese instante: aquella niña entre sus brazos era la heredera que tanto ansiaba. La bruja que sin duda, criaría para hacerle alcanzar todo su potencial y cumplir con la profecía que presenció.
Era tal la emoción ante su epifanía, que en cuanto quiso enseñársela a Arianne y contarle lo que había visto, su sonrisa se desvaneció muy lento.
Había soportado bastante, pero el precio de aquella nueva vida fue el de su madre.
Oh, Odyle... Incluso desde el instante en que naciste, solo supiste causar dolor.
***
Tres hermanas se mantenían apenas impasibles dentro del salón de biblioteca de su hogar, tratando de tener su atención lo más pegada posible hacia sus tareas y enseñanzas del día.
La menor leía un grimorio sobre bestias, sentada en el alféizar de la ventana, su lugar favorito. Era la que más alejada del ruido estaba, pero por instantes se ponía nerviosa, y se obligaba a ignorarlo.
Quería creer que algún día podría acostumbrarse a los gritos de mujeres dando a luz, o los llantos de sus bebés recién nacidos, pero al asomar la mirada hacia su hermana mayor, podía verla fruncir el ceño ante el ruido, y sus manos se apretaban con mayor fuerza al libro que tenía.
Si lo pensaba bien, no quería tener nunca hijos. Tenía solo once años, pero ya había visto y conocía lo suficiente como para saber que jamás querría pasar por un proceso tan doloroso.
Además, sabía que necesitaba mucha suerte y rogarle bastante a Ma'aer para que la criatura en cuestión fuera una heredera para su aquelarre y no un varón. Caso contrario...
La pequeña bruja fue interrumpida de sus pensamientos al escuchar el llanto de un bebé, y cerró su libro de inmediato, con la mirada atenta hacia la puerta del salón abierta.
Sus hermanas también se desconcertaron al escuchar el sonido, y se detuvieron de sus tareas.
—Ha salido bien —respondió la segunda hermana, idéntica a la mayor en apariencia, con una pequeña sonrisa y volviendo a concentrarse en su libro.
—Sí, pero alguien tendrá que encargarse de limpiar y recoger el resto... —respondió la mayor en un tono que parecía más de asco, y sus hermanas coincidían en la idea de que era una actividad nada agradable.
No querían discutirlo, porque en cualquier momento llegaría Ysabelle para regañarlas por no apresurarse, y además, por la hora ya se sentían hambrientas.
La menor de las hermanas avanzó hacia la mesa donde se encontraban las gemelas, con tres pedazos del tallo de una rosa que había tomado en el instante de uno de los floreros.
—Bien, podemos decidirlo de forma justa —sonrió, extendiendo los tallos hacia ellas, y antes de que la mayor se negara, diciendo que era muy infantil, la segunda eligió con confianza un pedazo muy largo.
Con un bufido, aceptó el juego y esquivando la mirada, tomó uno de los dos tallos restantes al azar. Al devolverle la vista, se sobresaltó al notar que era el más corto de todos.
Sus hermanas exhibían con una sonrisa de triunfo sus pedazos, mientras ella solo quería reclamar, a pesar de que en el fondo sabía que era la que menos suerte tenía.
—Ugh, está bien —decidió, levantándose de la mesa y sacudiendo su vestido.
Al salir del salón de la biblioteca, cerrando la puerta con fuerza, las chicas restantes no pudieron evitar reír.
—Iré a ayudarla —decidió la segunda, sintiendo que no podía dejar sola a su gemela, y que terminarían más rápido si se repartían el trabajo.
—¡Odyle! —la llamó la pequeña, deteniéndola, y la joven regresó sus pasos hasta ella.
La niña aún sostenía su libro con fuerza y parecía nerviosa ante lo que preguntaría, pero lo mejor de ser la menor, era que podía consultar sus dudas a sus hermanas, porque admitía que le daba mucho temor hablarle a su madre.
—Estaba pensando... que si puedo ser capaz de crear una semilla oscura, podría decidir su forma, ¿no crees? ¡Podría hacer una bestia muy linda! —exclamó con emoción y ojos brillantes, en tanto su hermana mantenía su índice sobre sus labios, pensativa.
Normalmente las bestias nacían de semillas oscuras sin purificar en la tierra, y obtenían vida a través de la energía de sus invocadores para crecer; de esta forma, los usuarios de la magia tenían cierto control sobre las criaturas. No obstante, la interrogante de su hermanita se refería a un proceso mucho más largo y que tomaba mayor trabajo. Era ambicioso pero admirable, sobre todo en la menor de las herederas de su aquelarre.
Sin embargo, al pensarlo más, volvió a mirar a la niña que lucía expectante por su respuesta, y frunció un poco el ceño.
—Katja, una bestia no es una mascota —dijo con seriedad, y la pequeña casi saltó sobre su lugar al darse cuenta de que Odyle había adivinado sus intenciones.
—Bueno, pero podría hacerlo, ¿o no? —insistió ella.
Odyle volvió a pensar en la pregunta de su hermana.
Crear una semilla oscura y darle forma desde un inicio. Ayudarla a crecer.
—Pienso que solo nuestros creadores podrían decidir la forma de una bestia, tal como hicieron con nosotros, pero puede ser posible que debido a tu energía sería una bestia muy linda —respondió sincera. Siempre había pensado que pequeña hermana era tan pura como talentosa, y que podía lograr lo que se propusiera.
Al instante, Katja tuvo que contener cualquier exclamación de euforia para evitar molestar a su madre si la llegaba a escuchar. Pero la admiración que sentía por sus hermanas era enorme, y que Odyle creyera en su idea le significaba bastante.
Odyle subió al piso superior, y entró a la sala de partos, procurando hacer el menor ruido posible.
Identificó un suave aroma a lavanda, entremezclado con sangre, pero este último era casi imperceptible. En realidad, el ambiente lucía muy tranquilo y pulcro, y además, Ysabelle era conocida por usar sus conocimientos médicos y mágicos para ofrecer una experiencia segura. Era la razón por la que tantas mujeres confiaban en su trabajo.
Los ojos de la joven bruja se detuvieron primero en la mujer que ahora descansaba, y sobre la cuna a su lado, se encontraba su bebé recién nacido, haciendo lo mismo.
Odette se había encargado de cualquier resto del parto y la esterilización de los instrumentos, por lo que ella se aseguró de dejar ropa limpia al pie de la cama para la paciente.
Al darse vuelta, casi se sobresaltó ante la presencia de Ysabelle en frente suyo, como si la esperase.
—En cuanto acabes, ve al estudio —ordenó con voz tranquila, pero la joven sabía que debía hacerla esperar el menor tiempo posible.
Asintió, y aunque raras eran las veces en las que Odyle se atrevía a mirarla a los ojos, en cuanto subió la mirada, de algún modo creyó sentir cariño.
No estaba segura. Fue muy rápido, y no desperdiciaría su tiempo pensando en aquello, pero la sensación se quedó grabada en su alma, y aunque sabía que no había hecho nada para merecerlo, se sintió bien.
Al terminar, se acercó un poco más hacia la incubadora del neonato, tentada a tocar sus pequeñísimos dedos y rechonchas mejillas.
Era un bebé muy lindo, y ni siquiera hacía ruido.
La vida de la bruja oscura siempre estuvo rodeada de nacimientos y muertes. Aun así, le parecía muy curioso cómo aquellos seres tan pequeños ya tenían una carga de energía de la que muchas veces se había alimentado, tal como demandaba el Señor de Todo.
Si se era honesta, no creía que alguna vez fuera capaz de cumplir con el mismo milagro de Ma'aer, y mucho menos en encargarse de su crecimiento.
Había visto tantas veces a madres recibir el producto de su milagro y las reacciones variaban, pero en su mayoría, eran de cariño. Casi como la mirada que le dio Ysabelle hacía algunos minutos, pero ella solo había aprendido a mirar así a Odette y a Katja, y estaba segura de que el proceso de cuidar a un milagro requería de mucho más que miradas.
El bebé empezó a removerse, como si se diera cuenta de su presencia y le molestara, y se apartó.
Estaría en serios problemas si le daba mal de ojo por su culpa.
El salón de estudio de Ysabelle poco tenía que envidiar a la biblioteca, y a un invernadero a su vez. Era lo suficientemente grande para recibir las visitas de sus pacientes, y donde también pasaba la mayor parte de su tiempo, el cual invertía en mejorar sus propios conocimientos.
Era normal ver en los estantes libros, plantas y otros objetos conservados en frascos, que a las malas Odyle y Odette aprendieron a no tocar desde que eran solo niñas.
También había una sola fotografía de la mujer que fue la responsable de que ella y Odette existieran. No sabía más acerca de ella, y nunca pensó en llamarla madre. Si era tal como Ysabelle, tal vez lo mejor fue quedarse solo con una de ellas.
La joven se sentó frente a ella, y colocó sus manos sobre sus piernas con delicadeza. Nunca hablaba primero, y solo si Ysabelle le había hecho una pregunta antes.
Otra cosa que aprendió también a lo largo del tiempo, era que estaría mejor si guardaba silencio. No importaba, pues en su mente ya era bastante bullicioso y caótico, pero con su propia elegancia.
Ysabelle extendió hacia ella un sobre cerrado, y un collar con una llave.
Miró a su hija con detenimiento, apreciando cómo ella y su hermana se parecían tanto a Arianne. No obstante, sabía que en el fondo, Odyle distaba mucho de ser como la mujer que le había dado la vida.
¿Era acaso su culpa? ¿No había sido su niña misma la que se empecinó en ser un monstruo desde su nacimiento?
La visión seguía tan nítida en su mente como lo fue hace veinte años. Cada vez que miraba a su niña, sentía orgullo por un futuro inequívoco, pero el reloj de arena estaba echando sus últimos granos, y era hora de la despedida.
—Necesito que cumplas con una pequeña misión en nombre de tus hermanas —dijo, y por un segundo, Odyle la miró y volvió a bajar la cabeza asustada, manteniéndose fija en los objetos que su madre le ofrecía.
La carta no le producía la menor curiosidad, pero aquella llave... por supuesto que la conocía. Era el tesoro de Ysabelle y de toda su familia. Que se desprendiera de ella para entregárselo, despertaba muchas interrogantes.
Quería preguntar si todo estaba bien, realmente quería, pero el miedo a hacer preguntas innecesarias era mayor. Con duda, tomó la llave y trazó cada uno de sus detalles con su dedo.
—Puedes probártela —dijo Ysabelle, animándola, y la joven bruja sintió tensarse más.
«Esto le pertenece a Odette...», quería decir. Era la mayor, la que algún día sería llamada Reina de los cuervos por ella y por Katja.
No sabía si en verdad tenía un mal presentimiento, o solo era el terrible temor que le causaba su madre al que jamás podría acostumbrarse.
Aun así, decidió colocársela alrededor de su cuello, y volvió a sostenerla hasta que un leve sentimiento de culpa la hizo esconderla entre su vestido.
Haciendo su mejor esfuerzo por ignorarlo, también tomó el sobre.
—¿A dónde debo ir? —preguntó con voz tan temblorosa, que se odió por darse permiso para hablar.
Su madre apartó sus manos de ella, e irguió su postura, mirándola de forma demandante. Aún era su reina por sobre todas las cosas, y Odyle debía obedecerla.
—Ve a Mossori, y encuentra al consejero del archiduque, o en su defecto, a la suma sacerdotisa del templo mayor de las estrellas. Solo a ellos, y nadie más puedes entregarles este sobre, ¿lo entiendes? —inquirió con una seriedad terrorífica, y Odyle asintió al instante, apretando sus labios. Los ojos de Ysabelle bajaron hacia su cuello—. Tendrás que enseñarles el collar también.
La mente de la joven bruja era un pandemonio ante tantas dudas, pero su misión le exigía lealtad sin cuestionamientos.
Sabía perfectamente a qué personas se refería. Sabía bien lo que encontraría en un país tan lejano y distinto al suyo, pero no conseguía entender por qué. Tal vez sus creencias podrían ser las mismas, pero desde que se estableció su aquelarre en Therina, jamás había necesitado ayuda.
«Mamá, ¿está todo bien?», era la interrogante que quería salir de sus labios, pero logró callarla.
Respiró profundo, y asintió con la cabeza.
—Ve y arregla tus cosas, te irás antes de que anochezca.
—Entendido —musitó, reverenciándola en señal de despedida.
Al abrir la puerta, su pequeña hermana apenas tuvo tiempo para separarse, y sobresaltada, ocultó sus manos detrás suyo con vergüenza.
Odyle cerró la puerta y tomó la mano de Katja para alejarse junto a ella.
—Katja, ¿estuviste escuchando? —preguntó alarmada. Si Ysabelle se enteraba, poco podría hacer para salvarla de un castigo.
—¿Puedo ir contigo? —inquirió la pequeña, como si su travesura no tuviera importancia luego de lo que había escuchado.
Odyle la miró atónita y un poco molesta. No obstante, la sensación no pudo perdurar por mayor tiempo y suspiró.
—No lo creo. No voy a ir de paseo o vacaciones, cuando cumpla con lo que mamá me ha pedido, estaré de regreso. Debes quedarte aquí por si te necesitan...
—Mamá no me necesita —aclaró con voz firme la niña, como si lo diera por hecho. Aun así, bajaba la mirada, como si aquello le doliera un poquito.
—No digas eso —le reprochó Odyle, pero enmudeció al sentir que al igual que ella y Odette, solo eran necesarias para cumplir las órdenes de Ysabelle, y Katja era aún muy pequeña, por lo que incluso cuando se esforzaba en la magia o cualquier otra tarea, podía fallar.
La puerta del estudio de su madre se abrió, y aunque las hermanas estaban a medio pasillo, y seguras de que no había forma de que las escuchara, se asustaron.
—Tienes razón, Katja: no te necesito —aclaró Ysabelle, y la niña no pudo evitar sentirse incómoda, mientras que en cambio, Odyle apretaba su puño, clavando sus uñas contra su piel—. Puedes acompañar a tu hermana, pero debes obedecerla como si fuera yo misma.
De algún modo, aquellas palabras cambiaron por completo la expresión de sus hijas. Katja se había contenido de mostrar su emoción, pero su sonrisa ya era enorme y tan pura como siempre, mientras que Odyle había parpadeado un par de veces, sorprendida.
Ysabelle no añadió ni una palabra más, y se retiró del pasillo, dejándolas. Sus últimos días prometían ser muy ocupados.
Sabía que su tiempo estaba llegando, y no le temía en lo absoluto. La eternidad era solo un don digno de los primeros dioses, y aun así, los traidores se habían llevado a varios de ellos, dándole la espalda a sus creadores.
¿Era así como funcionaba? El hijo ponía el puñal detrás del padre, y después compartía unas cuantas lágrimas en el luto.
Oh, Odyle, mi dulce monstruo. ¿Llorarás por mí cuando no esté para ti?
Por otro lado, pensó en su única hija biológica. Poco el destino se había tomado la molestia de decirle sobre ella, y tampoco le interesaba, pero sabía que era muy importante para sus hermanas.
Además, toda reina necesitaba súbditos, y también guardias dispuestos a morir por ella. Katja obedecería sin dudar a Odyle, y Odette sería el señuelo perfecto cuando todo se derrumbara.
Una reina debía saber cuándo y cómo caer, y Ysabelle lo había dispuesto todo a la perfección.
***
Odyle arregló apenas unas cuantas prendas para su viaje. Después de todo, se supondría que no demoraría demasiado.
Casi nunca salía de casa, y le costaba mucho imaginarse Sarvello, pero estaba segura de que no disfrutaría la travesía. Ni siquiera tenía prendas adecuadas para el calor y ambiente del desierto.
Se deshizo de sus pensamientos al cerrar su maleta, y se acercó a la habitación de Katja, quedándose apenas en el umbral y tocando la puerta, aunque esta se encontraba abierta.
—Ya termino —anunció la niña, mientras trataba de meter su libro sobre bestias en una maleta repleta de vestidos y zapatos.
También, quería llevar una de sus muñecas de porcelana, la cual guardaba gran parecido con las gemelas.
—Me siento mal por dejar aquí a Odette... deberíamos decirle que nos acompañe.
—¡Katja! —reclamó Odyle, mirando detrás suyo y a los lados, como si temiera que de alguna forma, Ysabelle la hubiera escuchado.
—Bueno, al menos debemos comprarle algo lindo, ¿no? Mamá te dio mucho dinero —sonrió la niña de forma traviesa.
Tenía razón, Ysabelle le había dado dinero más que suficiente para su viaje y la corta estancia, y creía que la comida no sería un problema si encontraba a las personas que buscaba.
—Ya lo veremos —suspiró la chica, llamándola con su mano para apurarla.
Tenían apenas veinte minutos para alcanzar su ferrocarril, y no habrían salido de casa tan tarde si a último minuto Odette no hubiera roto a llorar al despedirse de de sus hermanas.
«En nombre de Ma'aer, Odette, solo nos iremos tres días cuando mucho...», deseaba decirle, pero admitía en sus adentros que la ternura de su gemela siempre la conmovía.
Además, sabía también que lo que más temía era quedarse a solas con Ysabelle. Katja tenía razón, debieron intentar alguna forma de llevarla a su viaje.
En su lugar, solo correspondió su abrazo y peinó su cabello entre sus dedos, notando cómo la sensación la relajaba. Al separarse, limpió las lágrimas en sus mejillas, y la miró con detenimiento y extrañeza.
Lo único que las diferenciaba, era su corte de cabello. Odyle siempre lo mantenía largo y suelto, y lo adornaba con diademas o vinchas, y Odette en cambio, desde los diez años siempre se cortaba el flequillo. En ese momento lo tenía un poco largo, casi al nivel de sus pestañas, por lo que a veces Katja bromeaba con que parecía un perro ovejero.
No obstante, Odyle no estaba segura de que aquel, con tanta exactitud pudiera ser su rostro. No podía serlo, pues cuando miraba a su hermana, sentía gran devoción y cariño, y cuando se miraba al espejo, solo sentía odio y a veces, un poco de miedo. Incluso si no era posible, podría jurar que ella se parecía más a Ysabelle.
Odette, en cambio, solo pensaba en su mente que era muy inmadura.
Era la mayor. Debía ser más como su madre, aunque sus hermanas jamás le pidieron que hiciera tal cosa. Pero por el bien de su aquelarre, debía ser una reina que pudiera proteger a las suyas sin mostrar temor.
—Hasta pronto, hermana —murmuró Odyle, dejando un beso sobre su mejilla, donde aún sentía la huella de sus propias lágrimas, y ella solo asintió. Sería fuerte.
La lluvia era intensa en Maraele, y las dos hermanas sabían que se ponía peor durante sgrior. Ambas trataban de atravesar la lluvia sin nada que las cubriera, y para Katja era más difícil, puesto que su vestido —un poco largo para su tamaño— la hacía tropezar por momentos, e intentaba llevar su maleta y su muñeca en sus manos a la vez.
—¡Apresúrate, Katja! —exclamó Odyle.
Y aunque la niña trataba de apresurar su paso, la muñeca que apretaba contra su pecho se deslizó, cayendo entre el lodo.
No lo pensó ni un instante al agacharse y recogerla, poniendo rostro de desilusión al verla tan sucia, y sin reparo.
—Katja...
No la iba a reprender. Con un largo suspiro, tomó la muñeca en sus manos y trató de apartar la suciedad tanto como pudo.
—Seguro en la estación podremos lavarla —pensó en voz alta, y Katja quiso negarse porque sabía que ya iban con retraso a su viaje.
Sin embargo, decidió seguir a su hermana en completo silencio.
Entraron al baño público de la estación, y mientras Odyle limpiaba la muñeca en el lavamanos, Katja tuvo que admitir que haber salido de casa sin ir al baño primero fue una mala idea, por lo que aprovechó su oportunidad.
Era un hecho inminente que tras toda la demora, cuando las hermanas llegaron al fin hacia su andén, el ferrocarril ya había arrancado y no pudieron hacer más que ver cómo el largo vehículo pasaba frente a ellas, compartimiento tras compartimiento.
Muy tentada a maldecir su suerte, Odyle decidió que con ello no lograba nada, y pensó en todas sus posibilidades.
No saldría otro viaje hacia Sarvello hasta el día siguiente, y volver a casa y decirle a Ysabelle lo que había ocurrido no era opción. Sacó de su bolso todo el dinero que llevaba, y empezó a contarlo; si encontraba un hostal barato, podría quedarse allí junto a Katja y a la mañana siguiente tomarían el primer viaje disponible.
Muy pocas veces había salido de casa, y todas habían sido por orden de Ysabelle. No sentía curiosidad ante un mundo que sabía que era muy distinto a ella y su familia, pero a pesar de esto, no le era difícil moverse entre la gente, y siempre conseguía lo que necesitaba.
Fue así como las hermanas compartían una pequeñísima habitación en la que apenas había espacio para las dos camas, y Katja se encontraba sobre la suya, buscando su pijama en total silencio.
Odyle solo era muy bondadosa con ella para decírselo, pero sabía que estaban allí y no en su viaje por su culpa.
—Katja... —murmuró la mayor al percatarse del rostro decaído de la niña, y fue en aquel instante en que comenzó a sollozar.
Se sentía tan inútil. Solo era cuestión de tiempo para que sus hermanas sintieran tanta indiferencia hacia ella como lo hacía su madre.
La mayor solo apretó su pequeño cuerpo entre sus brazos, y tarareó una melodía que la relajó, y poco a poco cerró sus ojos.
Aunque la cama de por sí era muy pequeña, pudo compartir espacio sin problemas con su hermana.
Tal vez sus planes se habían estropeado y no estaban en el lugar más bonito y cómodo del mundo, pero incluso bajo la fría lluvia de una estación que pronto acabaría, Odyle sentía una calidez muy suave y tierna, que casi podría haberlo llamado «hogar».
Tan solo faltaba Odette.
***
Era todavía de madrugada, pero Katja se levantó de inmediato y fue a lavarse y a cambiar su ropa en cuanto Odyle la despertó. No quería ser nuevamente la razón por la que perdieran su viaje, y tal vez sería su última oportunidad de hacer bien las cosas.
Cuando las dos hermanas bajaron al lobby del pequeño hostal, podían sentir un ambiente muy incómodo, repleto de cuchicheos que ellas no pudieron entender. Un mal presentimiento no tardó en apoderarse de sus mentes, que regresaron sus pasos hacia su habitación, con la seguridad de que no era una buena idea salir aún.
Justo entonces, la dueña del hostal estaba por entrar al cuarto para cambiar las sábanas.
—¡Disculpe! —Odyle la llamó, alejándose un poco más con ella, como si no quisiera que Katja las escuchara—. ¿Ha sucedido algo malo en la ciudad?
Con una mirada seria y atemorizada, la mujer asintió.
—Han descubierto que una enfermera y su hija están detrás de prácticas muy oscuras... cosas como comer bebés y rituales espantosos. Espero que sean solo rumores, pero los mismos caballeros de Avra han venido a llevárselas. Tal vez el duque Viadia las condene a muerte. Pero qué locura, y pensar que Maraele es una ciudad tan pequeña...
Odyle asintió muy lentamente, y podía sentir un enorme nudo en su garganta.
Podía ser solo una gran coincidencia. Podía tratarse de otra familia de brujas y enfermeras dentro de la misma diminuta ciudad, claro...
Era estúpido, pero necesitaba pensar que no era verdad.
—Creo que mi hermana y yo nos quedaremos un poco más aquí —pronunció con dificultad, y se encerró en la habitación.
—¡Odyle! —Katja casi saltó hacia ella, y en su rostro podía ver que estaba igual de confundida que ella—. ¿Qué pasó? ¿De verdad los caballeros de Avra están aquí?
Jamás en su vida había visto a un caballero de Avra, además de las fotos de las noticias en las que podía apreciar sus uniformes rojos, rostros que reflejaban lo valientes que eran a pesar de los retos a los que se enfrentaban, y siempre las mismas declaraciones que apestaban a autocomplacencia disfrazada de servicialidad.
Debían ser el único tipo de autoridad ante la cual sentiría temor, ¿pero cómo le temería a seres tan imbéciles? Eran la prueba de que durante más de ocho siglos los mismos Espíritus no habían hecho más que mentirles en sus caras para que les ofrecieran sus almas sin pensarlo ni un poco. Sin preguntarse qué había detrás de su juramento.
Ella no les temía, y por supuesto que su madre tampoco.
Seguro Ysabelle y Odette alcanzaron a huir y estarían a salvo.
Odyle decidió volver a poner su maleta sobre su cama, y sacó de la de su hermana su grimorio sobre bestias como un intento de mantenerse ocupada.
—¿No iremos a Sarvello hoy, verdad...? —inquirió Katja. En realidad, no le emocionaba tanto la idea de viajar al país insular, pero cualquier lugar lejos de su madre por algunos días era perfecto.
Odyle negó con la cabeza, con una sonrisa muy tranquila. Era como si tratara de demostrar que incluso cuando su mundo estaba a punto de derrumbarse frente a ellas, lo tenía todo controlado.
Y a pesar de que Katja todavía tenía miedo y dudas, si veía a Odyle tranquila, entonces no tenía nada que temer.
—¿Quieres que te suba el desayuno? —preguntó a punto de salir de la habitación, y su hermana asintió.
En el momento en que Katja cerró la puerta, Odyle tomó su muñeca de porcelana y la miró con detenimiento. Acarició su pelo y los detalles de su rostro, mientras se perdía en sus pensamientos.
Tan solo al día siguiente, cuando una vez más Katja subió con el desayuno y un periódico, su apenas contenida paz volvió a colapsar.
En ese momento Odyle no pudo controlar sus lágrimas, y Katja jamás supo si eran por Odette, por su madre, o porque todo lo que tenían ya estaba perdido.
Tal vez porque solo supieron de la noticia a través de un papel, mientras se escondían en aquel pequeño cuarto a la espera de un milagro que ya no iba a suceder. Tal vez porque tantas veces había creído que Ysabelle era casi tan omnipotente como sus dioses, y había caído como la mayoría de ellos por la mano de humanos.
Y ellas... ellas solo eran pequeñas piezas que Ysabelle movía a su antojo y ahora estaban a la deriva. ¿Qué sucedía con los peones una vez que los reyes murieran y el juego terminaba? ¿Qué más podrían hacer? ¿Acaso su madre no podía haberlo previsto y tener algún plan?
Con su corazón latiendo sin freno, la bruja buscó entre su maleta, echando todas sus pertenencias, la razón por la que se encontraba atrapada en ese mugroso cuarto con su hermana.
Ya no importaba abrir el sobre, tal vez sería imposible llegar hasta la estación sin ser atrapadas, por lo que no había caso.
Necesitaba saber por qué Ysabelle tuvo que dejarlas así. Habría preferido mil veces ser atrapada junto a ella y a Odette, y recibir la condena esperada de una bruja oscura, antes que seguir pasando un minuto más escondida.
Y entonces, al leer las últimas letras de su madre, las lágrimas nublaron su vista hasta que cayeron en sus mejillas.
Estaban perdidas.
Soltó el sobre y sostuvo la muñeca de Katja entre sus manos.
Odette, su otra mitad. La que nunca sintió miedo ante sus propias emociones. La versión de ella que sabía sonreír y no temía llorar. Oh, en ese momento fue Odyle quien lloró por las dos.
Seguro Ysabelle no había hecho nada por proteger a su hija. Seguro, en sus últimos instantes, debió estar más asustada y temblorosa de lo que ella estaba en ese momento.
Katja tampoco sabía cómo reaccionar ante aquello, y le sorprendía mucho que fuera Odyle quien lloraba con tanta amargura y no ella.
Más bien, sentía que se estaba tomando su tiempo para digerir las noticias. Para saber que nunca más volvería a ver ni a Odette ni a su madre, ni volvería a su casa, y que tal vez jamás saldrían de Maraele con vida, y sus minutos empezaban a acabarse.
Tomó el sobre que dejó su hermana, y al leerlo, entendió por qué sus lágrimas parecían ser más de rabia. Y en segundos... solo había culpa.
No podía creérselo.
Ni siquiera había pensado en esos días que si hubieran estado ya en Sarvello —tal como Ysabelle había ordenado—, jamás se habrían enterado de lo sucedido. Tampoco, que no volverían a casa, pues su madre pedía en aquella misiva que las acogieran dentro de su orden.
Era su culpa. Estaban atrapadas allí por su culpa.
Respiró profundo, en un intento en vano de deshacerse del nudo que se formaba en su garganta, pero lo sabía. Ella solo era un estorbo, y si alguien debía acompañar a Odyle en esos momentos, era Odette y no ella.
—Es mi culpa... —empezó a sollozar, cubriendo su rostro entre sus brazos mientras acercaba sus piernas hacia su cuerpo—. Es mi culpa, perdóname, Odyle, solo lo arruino todo...
Su hermana detuvo su llanto poco a poco y pasó su mano por su rostro muy rápido. Se acercó a la niña, y trató de que dejara de ocultarse.
—Katja, no... —murmuró con la voz quebrada—. Esto jamás sería culpa tuya, ¡es culpa de ella! —exclamó dolida. Traicionada.
Recuperó la carta solo para hacerla añicos con sus manos. Si el plan de su madre había sido enviarlas lejos, quería saber por qué no permitió a Odette acompañarlas. Por qué no pudo caer ella sola.
Cada lágrima derramada solo endurecía un poco más su corazón, y si tenía que ser tan cruel como la mujer que la había criado para poder salir de su escondite y soportar el mundo que le esperaba para mantener a salvo a Katja, entonces no tendría piedad. No fallaría donde Ysabelle había fracasado. No le temía a la gente de Maraele, ni a todos los ducados juntos, y mucho menos a la orden de Avra, y por supuesto, jamás permitiría que pusieran un solo dedo sobre sus hermanas.
***
—¿Has visto a esa chica?
—¿Qué tiene?
—Se parece mucho a una de esas brujas que atraparon en esa clínica. ¡Mira la foto en el periódico, es idéntica!
—No es posible, esa chica ya está muerta... ¿Será su fantasma?
—No, idiota. Seguro es de la misma familia y ha conseguido escapar.
—Ah, ¿pero la niña que iba con ella? No se parecen mucho...
—Tal vez sea una de sus presas. Deberíamos alertar a las autoridades antes de que sea tarde.
***
Durante la madrugada, las hermanas Ruenom sabían que no tenían más tiempo, y tampoco la menor oportunidad para hacer algún ruido que las expusiera.
Sus horas dentro de aquel hostal ya estaban contadas. Podían sentir que las miradas de los huéspedes y dueños hacia ellas eran cada vez más frías y temerosas, y sus murmullos, más juiciosos. Tenían que irse por las buenas, razón por la que en la mañana, después del desayuno, Katja aprovechó para robar las llaves de la puerta, mientras que Odyle tomó unas tijeras que encontró entre las pertenencias de un huésped.
No era gran cosa, pero si tenía que defenderse, no quería recurrir a su magia y terminar de poner en alerta a todo el mundo.
Katja abrió la puerta tan despacio y silencioso como le era posible, y dejó las llaves en el suelo, antes de cerrar con la misma calma.
En la salida, ambas observaron la pequeña ciudad como si les resultara totalmente desconocida luego de los días que estuvieron encerradas. Ni siquiera se sentían así cuando no acostumbraban a salir de su casa, pero tal vez se debía a que temían que ya no hubiera una casa a la que volver.
Aun así, las hermanas quisieron intentar.
Caminando cabizbajas, y conducidas solo por sus corazones, no demoraron en encontrar el único lugar en Maraele que en definitiva cambió.
Aunque fue incendiada, la estructura del hogar de las brujas aún se mantenía, pero los rastros de cenizas y escombros hicieron soltar un muy largo y pesado suspiro a las dos jóvenes.
Era real. Todo lo que contaba la gente y escribían en las noticias, había sido real.
Jamás volverían a ver a Odette. Jamás podrían llevar flores a su tumba siquiera.
La sentencia de los brujos oscuros era esa; borrar sus nombres y dejarlos en el anonimato, para que poco a poco se convirtieran en un mal recuerdo que se olvidaría en algunos años. Para no dar un ejemplo del poder que guardaban y las cosas que serían capaces de lograr con las motivaciones equivocadas.
Odyle entró por el espacio donde debía estar la puerta, y caminó entre los escombros dirigiéndose hasta el pie de las escaleras destruidas, y sentándose sobre estas.
Katja, confundida, la siguió, y la vio sacar las tijeras que había robado. También, tomó del suelo un pedazo de un espejo roto, y limpió de él el polvo y las cenizas para ver su reflejo. Era evidente que en los últimos días había sucumbido más al llanto y al insomnio, pero por primera vez en toda su vida, sentía que podía ver a Odette allí.
Peinó entre sus dedos unos cuantos mechones delanteros, y agarrando las tijeras, cortó más de la mitad con decisión. Siguió cortando hasta estar convencida con el resultado, y luego se volvió a su hermanita, quien atónita, no hizo más que verla.
—¿Qué tal? ¿Sí me parezco a ella? —preguntó con voz tímida, pero como si a la vez, no pudiera haber estado más segura de algo en su vida.
Katja quería reír al no saber qué responder.
Se acercó, apartando los mechones que Odyle había cortado y quedaban en su rostro. No se veía nada mal, considerando que era la primera vez que lo cortaba así.
—Siempre se parecieron... —suspiró, sentándose a su lado.
Las autoridades se habían deshecho del nombre de su hermana gemela como si no valiera nada, pero Odyle decidió convertirlo en su nueva identidad.
—¿Qué haremos ahora? —inquirió Katja, viendo que el lugar donde había pasado toda su vida había sido derrumbado.
Su hermana mayor sacó oculto entre su vestido, el collar que llevaba una llave, y no pudo evitar abrir sus ojos ante el asombro. Recordó que su madre había dispuesto todo para enviarlas a vivir a Sarvello, y le pareció que tenía sentido que Odyle tuviera la llave.
—Tenemos que llegar hasta Iltheia —explicó, pensando en que no era tan fácil como solo decirlo. Si causaban un desastre muy grande, tal vez podrían esconderse entre las demás personas—. Katja, ¿tienes todavía tu grimorio?
La niña abrió su maleta, en la que había guardado un par de vestidos, su muñeca, y el libro que sacó para enseñárselo a su hermana.
—Perfecto... —murmuró la mayor, empezando a trazar un nuevo plan en su mente. Si de algo estaba segura, es que la podrida ciudad que condenó a su familia no podía importarle menos, así que se aseguraría de devolverles el favor—. ¿Crees que podamos hacer una semilla oscura y hacerla crecer muy rápido?
La niña se mantuvo pensativa por varios instantes.
—Solo si la echamos a un lugar con mucha corriente de agua, como un río —pensó. La bruja descartó la idea, pues en Maraele solo estaba el acantilado, y tal vez la cascada del templo, pero era muy peligroso intentarlo allí.
Aun así, era una idea muy buena para ser usada en alguna ocasión más favorable...
—Supongo que será del modo clásico —suspiró, cerrando el libro y dejándolo en manos de su hermana—. Invocarás una bestia y te daré parte de mi energía. Así podremos controlarla las dos. ¿Estás de acuerdo?
La pequeña se levantó casi de un salto, con ojos brillosos de ilusión.
—Espera, ¿puede ser una bestia muy linda?
Odyle contuvo una risita muy graciosa, enternecida y acarició la cabeza de su hermana.
—Puede ser tan linda como tú quieras, Katja.
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