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Capítulo 12: El hechicero

La tristeza del alma puede matarte mucho más rápido que una bacteria

–John Steinbeck

Una caravana llegaba durante la noche de vuelta a la ciudad. Los habitantes de Longwing traían consigo lo que necesitaban para reinstalarse en su nuevo hogar, algunos iban con carretas donde llevaban sus maletas con ropa, dinero, algunos comida, otros acarreaban ganado y semillas junto a sus respectivas herramientas, pocos montaban caballos y la mayoría caminaba, los más delicados como los niños, ancianos, mujeres embarazadas y heridos, iban en los carretones y carretas. Los soldados capturados estaban caminando habiéndoles amarrado continuamente con una soga.

Por su parte, Elidí cabalgaba en el mismo caballo junto a Leo mientras ella se recostaba a la espalda del mayor, descansando por el desgaste físico y mental que había tenido tras su primera lucha por su gente. La llegada al pueblo fue un poco apagada al ver a los nuevos habitantes. A los heridos los llevaron al hospital que la ciudad tenía, los demás fueron dirigidos por las tropas a un albergue improvisado con las tiendas de campaña siendo ubicados en una parte que aún no había sido usada para construir viviendas, y a los que fueron capturados los llevaron a prisión. Leo y Elidí bajaron junto a Duncan en la entrada de la mansión, con la joven habiéndose tambaleado un poco y Leo sosteniéndola para que no cayera.

–¿Estás bien?

–Sí… Sólo estoy cansada…

–¡Elidí! –la joven desfalleció en los brazos del mayor.

Rápidamente fue llevada dentro de su habitación y llamaron a un médico, que al revisarla, se dieron cuenta de que en el lugar de la mancha marrón que tenía a un costado de la cintura de su vestido, yacía rota, o mejor dicho, cortada y que una herida se hallaba alojada en su piel, dicha mancha que antes creían que era barro, en realidad era la sangre que se había secado.

–La herida puedo curarla, pero lo otro me preocupa. –mencionó el médico.

–¿Lo otro? ¿Qué otro? –dijo alterado Leo.

–Tiene signos de envenenamiento. Quizás la hoja que le cortó lo estaba.

–La curará ¿verdad?

–¿Dónde está Heremías? –preguntó Duncan al doctor parándose a tomar del hombro al joven.

–Esa es mi preocupación, fue a la montaña por plantas. Se fue hace tres días, debería regresar mañana… pero…

–¿Pero?

–Pero no creo que ella tenga un día…

–¿Quién es ese sujeto? –Leo parecía recobrar su serenidad, y él se obligaba a hacerlo, después de todo la desesperación no lleva a nada bueno.

–Se hace llamar hechicero. Es nuestro mejor médico y es experto en hacer antídotos con sus plantas.

–Entonces iré a buscarlo y lo traeré de vuelta. –Duncan se le interpuso.

–¿Qué? Leo, espera. ¿Ir a buscarlo? No puedes, para empezar no sabes quién es, tampoco sabrás a dónde ir una vez estés allá arriba, sin mencionar que se tarda un día en subir y otro en bajar, y anéxale que hay toda clase de alimañas. Heremías es quien mejor conoce ese lugar, y tú sólo te expondrás a morir.

–¡¿Entonces quieres que me quede aquí sentado viendo como la pierdo?!

–¡No! Pero tampoco puedes ir a un suicidio.

–Hey, ojos espeluznantes. –habló Drag atrayendo miradas. –¿Acaso tu linda princesita es tan débil como para no aguantar ni un día? Si va a perder por esto, es claro que no es lo que necesitamos.

–¿Qué demonios te pasa? Si tu familia fue asesinada por su padre y tú puesto como esclavo por otro rey, eso no es nuestro problema. Ni Elidí ni yo tenemos la culpa.

–¡¿Qué sabes tú de mí?!

–¡Lo mismo te pregunto!

Duncan trataba de calmar los ánimos entres ambos con nulo éxito mientras él sostenía a Leo y Eliot a Drag, a su vez, el doctor trataba la cortada de Elidí. La voz agonizante de la chica se apoderaba de la habitación recogiendo la atención de todos y sus temores.

–… Sólo digo, –Drag habló de nuevo, pero con más calma. –que debemos hacer que aguante hasta mañana. Yo sé por dónde va a bajar Heremías, así que iré a ese punto y lo traeré conmigo en el caballo. ¿No es así, doctor?

–Sí, puedo calmar los síntomas y disminuirlos un poco con infusiones. Nos dará el suficiente tiempo para que Heremías vuelva. Ahora les pediré que todos salgan.

Los demás acataron lo que dijo el hombre, Eliot se despidió ofreciendo sus bendiciones y rezos para la princesa. Drag también se retiraba, pero fue detenido por Leo.

–Yo iré contigo mañana.

–No me importa, sólo no me retrases. –dijo cortante dando la vuelta para irse. –Te vendré a buscar aquí. –sentenció bajando las escaleras.

–Un día de estos voy a golpearle la cara. –replicó el joven a su capitán, quien rió bajo.

–Drag podrá tener una lengua afilada, pero no es mala persona, y aunque no lo muestre, él en verdad se preocupa por la salud de Elidí.

–Sí, claro. –el mayor le tomó del hombro en señal de apoyo.

Cuando el doctor terminó de curar la herida y coserla, unas sirvientas le dieron un baño de paños húmedos, luego de eso dejaron que Leo entrara mientras le daban a tomar las infusiones. El joven se quedó a su lado, cuidándola con cara como si no tuviera la expresión de preocupación que antes mostraba. Una vez quedaron ellos dos a solas, Leo tomó la mano de Elidí con ambas suyas, pegándola a su frente y dejando caer las lágrimas en las blancas sábanas que la arropaban.

Hace años que él había dejado de rezar, pero esta vez tenía una razón para hacerlo de nuevo, sólo deseaba una cosa: No me dejes.

×~×~×~×~×

Leo yacía dormido recostado de la cama de Elidí tomando su mano, Drag entró viéndolo de esa manera deduciendo que pasó gran parte de la noche en vela. Lo tocó con suavidad de su hombro haciendo al contrario dar un pequeño brinco.

–Ya es hora.

–De acuerdo, ahora voy, sal un momento. –dijo frotando sus ojos y con el otro aceptando. Leo se levantó y se inclinó a Elidí, la besó en la frente prometiendo algo antes de irse. –Vas a estar bien, definitivamente no voy a perderte.

De esa manera salió de la habitación encontrando a Duncan junto al doctor y a Paula, quienes ofrecieron sus bendiciones, en especial la mujer. Leo agradeció y se fue con rapidez a tomar su caballo y ponerse en marcha con Drag. El sol había salido hace poco y con ello el calor apenas se sentía, pues el aire frío lograba rozarles el cuerpo provocando un ligero punzar en la piel descubierta al momento de galopar para dirigirse a la falda de la montaña.

–Aquí es por donde bajará. Una vez que llegue, lo llevaremos. –dijo bajando de su corcel y sin recibir respuesta del contrario que observaba arriba de la corteza de tierra, deseando que las cosas se apresuraran. –Relájate y siéntate. La desesperación no te servirá ahora.

–¿Alguna vez ha funcionado?

–Sí, cuando era niño me desesperé por huir. Así salvé mi vida por primera vez. A veces ese sentimiento te hace moverte, pero ahora, eres quien tiene que esperar, y es lo único que puedes hacer. Así que toma mi consejo, –él se sentó en una roca y señaló a la que tenía al lado. –baja y siéntate. Heremías llegará.

Leo veía confuso al hombre que antes no dejaba de verlos con desdén y ahora era amable y ofrecía una sonrisa amiga en un momento difícil. Sin embargo entendía lo que le decía, así que bajó del cabello y se sentó junto al mayor que miraba a su alrededor de pasto y árboles, sentían que no tenía caso hablar como dos buenos amigos y que lo mejor que lograrían era un silencio no tan incómodo mientras esperaban al que se hacía llamar, él mismo, hechicero.

–¿Y cómo es él?

–Un loco, pero muy divertido y bueno en lo que hace el desgraciado. Si no hay nadie que pueda ayudar a tu princesa, él es quien lo hará, y si no puede hacerlo él, entonces no hay nadie más.

–… ¿Tienes mucha confianza en él?

–Después de tu princesa, Heremías es a quien más valor se le da en este lugar.

–Elidí no es como su familia.

–Sí, bueno, eso se verá con el tiempo.

Las horas fueron pasando hasta que la calidez del día ya era más apreciable en el entorno, Leo frotaba sus manos no como forma de apaciguar el frío, que cualquiera que lo viera tan serio pensaría que así era, sino, que las frotaba para calmar sus adentros tan desesperado por esperar a que ese hombre, Heremías, llegara.

–¡Os maldigo arañas tejedoras! –una voz argentina se aparecía entre los matorrales haciendo que ambos voltearan a esa dirección. –¡Si no fuera porque se comen las plagas, yo mismo me encargaría de erradicarlas a todas!

Leo y Drag se pararon observando a un joven que probablemente no pasaría los 20 años usando una brigantina formada por pequeñas laminas de acero a modo de escamas, sujetadas con roblones sobre una tela de cuero, poseía protección en brazos y piernas además de una mochila donde algunas ramas de plantas podían verse salir de las rendijas que quedaba, también se escuchaba el sonido de frascos chocando con suavidad.

Leo se había parado junto con Drag y veía extraño al sujeto que se revolvía con desdén por quitarse la telaraña que le envolvía, preguntándose por la identidad del joven.

–Hey, Drag. ¿Qué tal? –mencionó el chico estremeciéndose después de haberse quitado la tela de arañas. –¿Qué haces aquí?

–Te hemos venido a buscar. Necesitamos que regreses cuanto antes a la ciudad.

–¿Y eso?

–Alguien importante requiere tu ayuda.

–Bueno, mis plantas necesitan frescura. –mencionó empezando a caminar. –A no ser que esa persona “importante” –prosiguió simulando las comillas con los dedos. –se esté muriendo, no veo el porqué apresurarme a verlo antes de asegurar que mis linduras no se marchiten.

–¿Quién es él? –Leo estaba perdiendo la calma que había estado manteniendo.

–Nuestro mejor médico. –respondió el general sonriente.

–¡Hechicero! No lo olvides. –rectificó el joven alzando la mano con el dedo índice arriba mientras seguía avanzando, y con Leo estando sorprendido de ver a un chico menor que él y no a un anciano de cabello canoso con barba larga y túnica completa, que era como se lo imaginaba.

–Sí, sí, lo que digas. –Drag se aproximó a su caballo. –Heremías, nuestra persona importante se está muriendo.

–En una escala del 1 al 10 ¿qué tan…? –no terminó su pregunta cuando fue interrumpido por Leo habiendo perdido su temple serio.

–1000 al menos. Se trata de la princesa Elidí.

–… ¿La han encontrado? –dijo volteándose con inexpresividad. –¿Por qué no comenzaron por ahí? Rápido, hay que darnos prisa, me pueden contar lo que ha pasado durante el camino.

El trío se puso en marcha cabalgando con apresuro, Drag llevaba atrás de él a joven prodigio, contaron lo que sabían sobre el estado actual de la chica y una vez llegó a su habitación habló con el doctor que la atendió, poniendo más en contexto lo que sucedía.

–Ya veo, la han tratado bien. –dijo examinándola. –¿Y saben que arma usaron?

–¿Qué tiene que ver? –preguntó Leo mostrando su preocupación. –¿Puedes o no curarla?

–Leo, cálmate. –dijo Duncan tomando su hombro. –Heremías sabe lo que hace. No, no sabemos que arma se usó.

–Dijeron que capturaron a los soldados ¿no? ¿También trajeron todas sus armas? –los otros le confirmaron y pidió que le llevarán con ellos. –También reúnan todas las armas abajo. –salía de la habitación para encaminarse a la prisión. –¡Y que sea rápido! –su voz tendía a subirla siendo más divertida que preocupada, casi rodando el desentendimiento.

Los guerreros del pueblo acataron con velocidad lo que el hechicero ordenó, Leo le siguió sin entender qué pasaba, y aunque veía que en los demás también era lo mismo, ellos seguían obedeciendo sin chistar al joven. Pusieron todas las armas en una mesa frente a los soldados de Stella yaciendo encerrados en los calabozos.

–Bien, van a decirme cuál de todas estas armas es la que está envenenada, y a quién pertenece. –habló sonriente señalando a la mesa con la palma extendida y habiendo empezado algunas risas burlonas por parte de los encarcelados.

–¿A qué estás jugando? –dijo Leo irritado. –¿Qué significa esto?

–Cálmate. –mencionó Drag tranquilo.

–¿Calmarme? Dijeron que este sujeto la ayudaría, y sin embargo ¿qué hace? ¡Perdiendo el tiempo en conversar con estos tipos que es obvio no nos ayudarán!

–Leo… –Duncan trataba de calmarlo al ver que él apretaba los puños.

–Dijiste que confiara en ti, eso he hecho. ¡¿Pero por qué confían tanto en este tipo que no hace nada?!

–Hey, tú. –Heremías volvió a hablar sin haber perdido su sonrisa, sin embargo, la atención que pedía no era para ninguno de sus aliados, sino para un hombre de Stella con el cabello que le llegaba debajo del cuello. –¿Esta pequeña riña no es tan graciosa? –pregunta que extrañó a muchos, pero él prosiguió. –Sáquenlo. –Drag fue quien acató la petición, jalando al sujeto y poniéndolo cerca de la mesa y frente al joven. –¿Y bien? ¿Cuál es tu arma?

–No tengo nada que decir. –respondió burlón escupiendo al piso.

–Bien. Puedo saberlo sin que me lo digas.

–Ahórrate tus falsedades, supuesto brujo.

El joven puso las yemas de sus dedos pulgar, índice y media a un costado de su cabeza, su otra mano la extendió al frente sobre las armas. «Leeré tu mente»

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