
Capítulo 10: Esperanza - Parte 2
La esperanza es el peor de los males, porque prolonga el tormento de los hombres.
–Nietzsche
Elidí se encontraba sentada en el carretón junto con los costales de granos que estaban siendo jalados por los caballos, Paula y su esposo iban al frente con Gilbert siendo el que jalaba las riendas. La princesa había logrado salir del pueblo habiéndose cubierto con una manta manteniéndose oculta, ahora mismo se dirigían a Longwing, el pueblo de su amiga que quedaba a más de 40 minutos a caballo.
–Elidí ¿qué ocurrió allá? –preguntó Paula una vez llegaron y se apartaron para hablar.
–¿Tú también crees que voy a pelear contra mi hermana?
–¿No lo harás?
–No, es imposible, yo no soy valiente ni una clase de héroe. Sólo soy… nadie.
–Yo no lo creo. –la mujer sonreía con gentileza. –Elidí, mira a tu alrededor. ¿Recuerdas cuando venías aquí a jugar conmigo? A pesar de que era la simple hija de un simple campesino, me tratabas como alguien igual. Este lugar antes rebosaba de brillo y ahora está… apagado. Todos han perdido la esperanza, pero yo no, sigo teniéndola. Y tengo fe. Siempre la tuve, así que tenla tú también en ti misma.
–Paula, princesa. –Gilbert se acercó con apuro a su esposa y a la chica. –Rápido su majestad, debe ocultarse, vaya a dentro de la casa y manténgase ahí.
–Amor, ¿qué ocurre?
–Terreen está aquí. –mencionó guiando a la joven a su hogar.
–¿Pero por qué? Aún falta una semana para el pago.
–Yo tampoco lo sé, pero no puede verla aquí o seremos acusados de rebeldía, no sólo nosotros, sino que todo el pueblo. –dijo entrando a la casa. –Ahora escuche bien, princesa, pase lo que pase no debe salir.
–¿Qué? No, espera. ¿Por qué…? –Elidí fue interrumpida.
–Nunca me agradó usted, me refiero a la forma en la que hace que mi esposa rece todos los días por que usted vuelva, y sobretodo porque hace que ella abogue a nuestro alcalde y al pueblo a que crean y confíen en su regreso.
–¿Entonces por qué tratas de protegerme?
–Lo hago por Paula, confío en mi esposa y ella confía en usted, por lo que eso significa que confío en usted. Así que por favor, no nos quite esta esperanza.
Sentenció saliendo de allí junto a su esposa y cerrando la puerta haciendo que por un lado cayera un arco y una aljaba de madera con flechas dentro. Elidí se colocó a observar lo que ocurría afuera a través de las rendijas de la puerta, sintiendo el miedo por quebrar las esperanzas de los que confían en ella. Un hombre de armadura oscura bajaba de su caballo con temple de arrogancia y superioridad, retiró su casco para mostrar un rostro guasón esperando a que los plebeyos se reunieran mientras que los soldados a su cargo permanecían firmes, como si esperaran una orden.
–Comandante Terreen. –mencionó casi con sumisión un hombre mayor de bigote empezando a notarse las canas a igual que en su cabello. –No lo esperamos hasta la próxima semana.
–Sí, bueno. Cosas del reino. Los impuestos se han incrementado en un 10% –dijo con los murmullos comenzando.
–¿Qué?
–¿Acaso está sordo?
–Lo escuchamos claro.
–¿Entonces?
–Eso es demasiado para reunir en menos de una semana.
–¿Una semana? –rió. –No, lo van a pagar ahora.
–¡Esto es un abuso! –vociferó Paula atrayendo las miradas, los que estaban frente a ella se abrieron paso para mostrarla, su esposo la tomó del brazo con temor de que hiciera enojar al comandante. –Este pueblo les ha dado más de lo que les puede dar. ¿Y ahora exigís que entreguemos lo que no tenemos?
–Hey, ¿esa es tu esposa? –Terreen no quitaba su sonrisa burlona.
–Sí, señor, le ruego la disculpe. –se acercó a hablar bajo para Paula. –Por favor, sabes que con ellos no se puede negociar.
–No. –desafiante, no apartaba la mirada ni disminuía su voz. –Están matando a este pueblo, arrebatando no sólo lo material, sino nuestras vidas. Ustedes no son soldados o guerreros, son simples asesinos que matan a inocentes y pisotean sus cadáveres porque no pueden enfrentarse a algo más grande. ¡Son unos cobardes!
–Muy bien, se acabó tu espectáculo. Tráiganla aquí. ¡Ahora!
–No, por favor. –Gilbert se arrodilló implorando. –Se lo suplico, perdónenla.
–Gilbert, levántate. –habló su esposa. –No te rebajes…
–¡Cierra la boca Paula! ¡Por un momento cierra la boca! Señor, por favor, perdónenla y me encargaré de hacer que no vuelva a ofenderlos. Por favor.
–Amigo, levántate. –habló el soldado con benevolencia ayudando al contrario a pararse. –Veo que eres alguien racional, lamento mucho que te haya tocado una loca como esposa. Jajaja, pero aquí entre nos, comprendo que la hayas elegido. –el hombre de pueblo estaba confuso por tales comentarios y actuar del comandante que se mostraba apacible. –Las locas saben bien como complacer. –decir eso con tono pícaro provocó que recibiera un puñetazo en la cara. –¡Uff! Golpeas bien muchacho.
Elidí estaba asustada de lo que veía, rezaba en sus adentros al ver la forma en que su amiga era tan osada en atacar verbalmente a los soldados y su miedo se acrecentó por el golpe que Gilbert le propinó al hombre, cerraba sus ojos para contener su grito y ahogarlo en su interior. «Paula, basta, no creas en mí, no soy un héroe, no puedo salir al mundo y decir que voy a proteger a mis amigos y a los súbditos cuando soy a quien más protegen, soy débil, no puedo ayudar a nadie con frágiles principios y promesas vacías. No siempre se puede conseguir algo con ideales y esperanza, esa es la realidad, la que vivo y la que tenemos»
Sus lágrimas volvían a caer y regresó su vista afuera, viendo como el oficial se reincorporó burlesco poniendo una mano en el hombro del esposo de su amiga, pronto se vio aterrada cuando él fue atravesado por la daga del comandante en el estómago haciendo que cayera tapando su herida.
–¡Gilbert! –gritó desconsolada su mujer quien se arrodilló junto a él. Más aldeanos se acercaban para ayudarlo, en especial el alcalde.
–Quien le ayude será acusado de traición. –escupió con enojo el soldado. –Que esto les de una lección sobre lo que pasa si quieren revelarse contra Stella. ¿Creen que pueden pelear contra nosotros? Ustedes no son más que un montón de hormigas insignificantes, sin valor ninguno. Están vivos gracias a mí, fui yo quien convenció a su reina de mantenerlos bajo su nombre, que no se les olvide. –con una señal hizo que uno de sus hombres tomara a Paula y la hiciera arrodillarse frente a él mientras la tomaban de su cabello, jalándola para alzarla, Gilbert inútilmente trataba de impedir lo que iba a hacer. –Una manzana podrida en el cesto puede echar a perder a las demás.
–Comandante, por favor. –el alcalde intentaba intervenir. –Le ruego misericordia para esta pareja, ellos no son rebeldes ni traicionaran al reino, a la reina ni a usted, por favor.
–Están empezando, y es mejor eliminar la hierba mala de raíz antes que se apodere del jardín. Yo me encargo de tomar estas decisiones para mantener lo que se debe, poseo convicción. Y ustedes deberían olvidar su fe, miren a dónde los lleva. Esta mujer por ejemplo, sé que mantienes una esperanza tonta de que la princesa Elidí volverá. La única razón por la que te dejábamos viva era porque nos hacías reír con tus inútiles intentos por tratar de contagiar a los demás tus fantasías. –todos se vieron extrañados por el reír de la joven. –¿Qué es tan gracioso?
–Lo sabían y sin embargo me dejaban vivir. Bueno, al parecer esa fe daba resultado. Yo creo que ella, se levantará y nos guiará hacia un nuevo mañana.
–¿Por qué? Esta fe tuya te va a matar ahora, tu princesa será la causante de tu muerte y la de tu esposo.
–No, tú mismo lo dijiste, cada quien toma sus propias decisiones. Sólo seré un sacrificio para algo mayor. Moriré por mi fe, pero nunca con ella.
Mirada desafiante que no mostraba miedo a la muerte, sino que le daba la bienvenida, el comandante por su parte tenía un semblante que le encogía en sus adentros. Se puede controlar a las masas con miedo, pero si uno se sobreponía a él, era capaz de que los demás también, sólo una pequeña acción puede cambiar el resultado de todo, por eso debía deshacerse de la oveja negra del rebaño.
Desenvainó su espada, teniéndola lista para atravesar el corazón de la joven mientras que algunos aldeanos suplicaba el perdón y su libertad, en especial Gilbert, aunque estaba casi moribundo siendo auxiliado por el alcalde, los que intentaban llegar para evitarlo eran frenados por las espadas levantadas de los soldados.
El comandante Terreen se colocó frente a ella y levantó el arma para dar su acometido, sin embargo, un flecha pasó por su cara haciendo que soltara la espada y ver hacia la casa donde Elidí estaba, viendo a una joven con arco en manos y colocando una saeta en esta de nuevo, apuntando al diligente de la tropa.
–Ese fue un tiro de advertencia. Suéltenla y márchense de este pueblo y os prometo que no colocaré esta flecha en su cabeza.
–¿Quién te crees que eres, muchacha? –ella guardó silencio por unos segundos, dudaba de lo que estaba haciendo, más ya estaba hecho, sólo quedaba seguir. –¿Y bien? Quiero tener el nombre de la atrevida que voy a ejecutar por tal acto de desobediencia.
–No voy a morir y ninguno de este pueblo tampoco. –silencio profundo había por los observadores. –Y mi nombre, escúchenlo bien, pues reclamo este lugar en mi título.
–¿Qué demonios crees…?
–¡Elidí Anwar de Stella!
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