Capítulo 46:
ARLETTE:
Diez disparos.
Diez sonidos que roban la poca esperanza que me quedaba de encontrar a mi hija con vida. Cuando el último suena y el padre del pequeño ruso cae al suelo, llorando mientras es apuntado por mis hombres en el caso de que decida cometer suicidio e intente matarme, como han hecho otros dos ya, abandono la mesa en la que mi familia se limitó a rogarme con la mirada que me detuviera durante la última hora y camino hacia él. Esta vez ni Flavio, Vicenzo o Fósil me acompañan, lo que trae una punzada a mi pecho que no tomaré en cuenta. No cuando una verdadera herida late en la totalidad de mi cuerpo, desangrándome. La herida que me causa saber que haga lo que haga, derrame cuanta sangre derrame, hoy será otra noche en la que mi hija estará expuesta al peligro que representa estar en manos de mi enemigo.
En la que podría estar perdiendo otro de sus dedos.
Su oreja.
Un trozo no físico de ella.
─Felicidades ─murmuro cuando llego al sitio en el que el ruso se encuentra llorando, agachándome y alzando su cabeza para que sus ojos den con los míos. Alza su brazo para lastimarme, pero envuelvo mi mano alrededor de él con fuerza─. Su enemigo no es una reina, ni un rey, es Dios y hoy Dios ha decidido ser misericordioso. Espero que ustedes también lo sean y que recuerden mi acto de compasión cuando lo amerite.
Al momento en el que las palabras salen de mis labios, la pantalla en la que visualizaron los asesinatos de sus hijos se apaga y las puertas por las que antes desapareció Hether con Beatrice y Matteo se abren. Me doy la vuelta cuando todos los padres presentes se ponen de rodillas para abrazar a sus hijos sin importar los códigos de la Bratva que estén violando en el proceso, entre ellos aceptar públicamente que tienen una familia y evidenciar su angustia, con una mezcla de alivio, asombro y agradecimiento tan grande que olvidan a quién está dirigida. Los chicos han sido tratados de la mejor manera desde que fueron raptados hace dos horas por las chicas de la isla, por los que todos están intactos e inclusive vestidos para la ocasión mientras se reúnen con sus familiares. Emi y Kai se unen a nosotros poco después. El programa de clonación digital de este último fue un éxito. Pese a que todo fue una farsa, Kai se ve exhausto y torturado por haber tenido que simular tantas muertes de ese tipo en tan poco tiempo. Lo entiendo a la perfección.
Fue tan real que incluso yo lo cuestioné mientras lo veía.
Cuando vuelvo a mi mesa, ningún integrante de mi familia sabe qué decir.
Eso está bien.
Los utilicé, utilicé sus reacciones para que todo esto se viera más real, y no los involucré porque en el acaso de que las cosas se pusieran feas y hubiera una víctima no quería el peso de su muerte sobre sus cabezas, pero tampoco quiero saber nada de ninguno de ellos ahora mismo, ni de la fiesta o de mis obligaciones como casetto de la mafia siciliana.
No quiero saber nada de nadie.
─Me retiro ─susurro tomando a Valentino de los brazos de Aria, quién no ha dejado de llorar en toda la noche, pero se acurruca contra mi pecho al instante en el que estamos juntos, y esta vez Vicenzo no me castiga impidiendo que lo haga.
Como si alguna vez pudiera lastimarlo.
Como si alguna vez pudiera herir a alguno de ellos a propósito.
Sin esperar una respuesta, me doy la vuelta y me dirijo a una de las habitaciones para invitados del complejo. En el camino, sin embargo, me topo con Maksim. Este se separa de la pared en la que había estado apoyado esperándome y se dirige a mí con andar decido. Mis escoltas forman un anillo alrededor de mí que deshago con un gesto.
─Está bien ─murmuro mientras beso la mano de Valentino, apreciando cuán apuesto se ve con su traje oscuro hecho a la medida, una copia del de su padre hecha por Gavin.
Cuando nos encontramos a solas, el ruso habla.
─Me disculpo por mi anterior arrebato. No había creído lo que se dice de ti hasta hoy.
─¿Lo que se dice de mí?
Afirma.
─Que eres el verdadero cerebro tras todo. La reina de la manipulación de Chicago.
Hago una mueca.
─A estas alturas, con todo lo que la Bratva me ha hecho, es inútil que pienses que adularme puede ayudarte a conseguir algo de mí. Es mejor que seas directo ─digo mirándolo fijamente─. Te recuerdo que mi hija sigue desaparecida por uno de los tuyos.
Asiente.
─Ante lo que he manifestado estar en contra.
─Solo porque los he masacrado.
─No te mentiré diciéndote que eso no ha tenido que ver ─dice, su mandíbula apretada─. Pero incluso si no hubiera sido así, admito que no habría podido evitar sentir cierta curiosidad y admiración por ti desde que supe lo que hiciste en el Gulag y que Iván te apreciaba. Lo conocí. Era un buen hombre y tu abuelo lo estimaba mucho.
Iván.
Abrazo a Valentino, quién se estaba yendo hacia atrás con el puño metido en la boca, y el gesto también sirve para brindarme consuelo ante el recuerdo de mi socio, de que Chiara no está conmigo y de cuán molesta estoy con mi familia por no entender mis actos, lo cual esperaba que sucediera, pero vivir es mucho más doloroso y desolador.
─Dame a mi hija ─susurro antes de darme la vuelta─. Y todo habrá terminado.
─¿Ese es el acuerdo? ─pregunta Maksim a mis espaldas, lo que hace que me detenga─. Porque si es así tanto tú como yo sabemos que podríamos estar pisando terreno imposible. Sobre todo después de hoy. Te aseguro que si tu hija estuviese con vida y siendo retenida por uno de los nuestros, ya la habrían devuelto porque una niña italiana difícilmente vale las molestias que ha ocasionado, pero quizás...
─No. ─No lo dejo continuar─. Mi hija no está muerta.
─No digo que lo esté ─dice con un tono de voz más suave cuando lo enfrento de nuevo, pero ambos sabemos que eso fue precisamente lo que dijo─, pero sí que sería más fácil para mí trabajar en encontrarla desde dentro de la Bratva si toda esta masacre descansa. No digo que sea algo definitivo, pero no tener que gastar dos tercios de mi tiempo enterrando los cuerpos de mis hombres haría la búsqueda más fructífera.
El cansancio en sus ojos dorados es un eco del mío.
Después de lo que hice hoy aún más, por lo que termino asintiendo.
─Una semana de tregua.
Él traga.
─Dos.
─Diez días ─siseo─. Nada más. Si en diez días no tengo a mi hija, todos seguirán muriendo. Las fronteras estadounidenses también continuarán cerradas para ustedes.
Maksim asiente.
─Haré hasta lo imposible por hallarla.
─Bien.
Vuelvo a girarme con Valentino, pero esta vez son los gritos entre los invitados los que hacen que me de la vuelta. Me estremezco cuando veo a Flavio, a Giovanni y a Vicenzo obligando a los rusos a renunciar al dedo meñique de su pie antes de que puedan irse de la fiesta. Cuando mi mirada se topa con la de Maksim, la cual brilla con ira y me exige que haga algo al respecto, me encojo de hombros. En un mundo gobernado por hombres, estos no deberían terminar recurriendo a una mujer por auxilio.
Pero siempre lo hacen.
*****
No espero a los demás para regresar a casa.
Soy escoltada por uno de los hombres de Vicenzo, Milad, a ella. Valentino se duerme en mis brazos mientras nos dirigimos a nuestro hogar. Cuando llegamos no camino con él hacia mi habitación, sino que nos cubro con una manta y salgo al jardín. Me abrazo a su pequeño cuerpo cálido mientras muevo mis pies hacia el árbol bajo el cual se encuentra su tumba. Esta es la primera vez que me acerco a ella. Cuando mis ojos se enfocan en la lápida con su nombre, llevo mi mano libre al collar en mi cuello y dejo caer la esmeralda sobre la nieve que cubre la tierra bajo la cual se encuentra enterrada.
Entonces la desolación y la certeza me golpean.
La desolación de haberlo hecho todo, incluso lo más ruin, por encontrarla y que aún así no haya ni una sola pista sobre su paradero.
La certeza de ya no tener esperanza.
*****
Amar es una condena.
Una condena de soledad y un castigo eterno ante la duda existencial de si los demás te amarán de la misma manera a cambio.
A medida de que pasan los días corroboro que mi familia lo hace, me aman, pero también me necesitan. Solo abandono mi cama para ayudar a Vicenzo con Valentino porque la única niñera en la que confío es Petruskha y esta tiene las manos llenas con mi hermana, ante lo que todos ellos encuentran excusas para pasearse por mi habitación y preguntarme, de manera sutil o no, cuándo saldré. Beatrice quiere que la escuche leer en inglés. Flavio me invita a comer helado. Fósil me trae informes sobre las nuevas armas en el mercado. Aria incluso me pide que haga un curso en línea de costura con ella. Vicenzo agota su inteligencia encontrando razones por las cuales debería salir.
─Hoy el día no está tan gris ─dice mientras corre las cortinas, en traje y listo para pasar otro día en El Laberinto cuando se dé cuenta de que todo a mi alrededor ha dejado de importarme desde que acepté que perdí a Chiara─. ¿Por qué no damos un paseo?
Me acurruco más entre las sábanas.
─Es muy frío para Valentino.
Vicenzo se tensa.
─No estoy invitándolo. Te estoy invitando a ti.
Cuando habla así de él, como si su presencia le molestara, aunque sea solo una broma porque sé que Vicenzo lo ama, no puedo evitar querer asesinarlo, pero estoy demasiado débil para moverme porque tampoco he sido capaz de comer de manera adecuada desde la fiesta de diamantes. Mi estómago se ha cerrado permanentemente a la ingesta.
─No tengo ánimos.
─Arlette ─gruñe, pero su expresión termina siendo suave cuando se sienta a mi lado y me obliga a mirarlo alzando mi mentón con la mano que lleva su anillo de casado, el cual Vicenzo nunca se quita. Debería. Si tan infeliz lo hace el hecho de que no lo acompañe a perder el tiempo saliendo de paseo, navegando o haciendo cualquier cosa que podría ocurrírsele en sus intentos desesperados por hacerme salir de casa, debería─. Basta.
No sé cómo lo hago, pero logro ponerme de pie al oír los gritos de Valentino.
Le preparamos un espacio aledaño a nosotros en el balcón. Su cuna, de madera blanca y brillante, se ve como un objetivo imposible de lograr cuando mis pies tocan el suelo y me tambaleo. Él llora y Vicenzo no permite que lo alcance ya que inmoviliza mis brazos tras mi espalda, reteniéndome a pocos centímetros de haber abandonado la cama.
─Suéltame ─le ordeno, pero no lo hace, ante lo que no puedo evitar sacudirme entre sus brazos con desesperación debido a la impotencia que me produce no poder atender a Valentino, a quién ya le toca un cambio de pañal, su biberón y un cuento que le deje una enseñanza─. Suéltame, Vicenzo, ¿no lo oyes? Está llorando. Me necesita. ¡Suéltame!
Vicenzo lo hace por unos segundos, pero solo para hacer que me gire y sostenerme frente a él. Su expresión sufre un tic en la ceja mientras se concentra en la mía.
─Estará bien ─dice─. Es un niño fuerte.
Niego, todo dentro de mí doliendo ante el sonido de sus gritos.
─No, no lo es. Es pequeño y nos necesita. Me necesita.
Vicenzo guarda silencio, pero no me suelta. Cuando vuelvo a luchar contra él clava sus ojos en los míos antes de posicionar sus manos sobre mis mejillas y avanzar hasta que mi espalda choca con fuerza contra la pared. Sé lo que va a decir antes de que lo haga, pero eso no hace que sus palabras duelan menos de lo que lo hacen.
─Valentino no es Chiara.
Mis mejillas se vuelven húmedas.
Separo los labios para replicar, pero no soy capaz de decir nada. De decirle cuánto lo odio. De decirle que está en lo incorrecto. De decirle que no estoy usando a su hijo para llenar el vacío que me atormenta y no me deja respirar sin que cada segundo viviendo sin mi hija duela. Cuando lo único que hago es llorar, ya sin luchar contra él, Vicenzo se separa de mí y abre la puerta de nuestra habitación. Corro hacia él cuando Aria entra y toma a Valentino de su cuna, ante lo cual él se sacude con ira porque no es con ella con quién quiere estar y mi esposo no lo entiende a pesar de que se lo he dicho varias veces.
No entienden que por algún motivo Valentino odia que lo sacudan.
─Necesitas descansar ─murmura Vicenzo mientras su madre se lo lleva.
─Necesito que me dejes cuidar de él. Si no lo hago se lo llevarán.
Mis manos tiemblan. Mi voz. Todo mi cuerpo. Vicenzo me abraza para intentar mantenerlo bajo control, pero no lo logra. Todo a mi alrededor es, simplemente, demasiado. Debido a ello no le queda de otra que sostenerme en sus brazos cuando me desmayo presintiendo que algo malo le sucederá a Valentino si lo pierdo de vista.
*****
Cuando me despierto lo hago con la sensación de pequeñas manos acariciando mi rostro. Sonrío antes de abrir los ojos y darme cuenta de que se trata de Beatrice. Mi hermana me devuelve la sonrisa sin percatarse de mi desilusión. Flavio, junto a ella, me ofrece una rosa roja que tomo de sus manos enguantadas en cuero y huelo antes de dejar en la mesita de noche junto a mí. Veo a Vicenzo sentado en el sofá junto a la chimenea, pero él no se acerca y yo no quiero que lo haga porque no he olvidado que se llevó a Valentino incluso sabiendo que nunca lastimaría a mi hijastro.
─Hermana ─murmura ella con expresión preocupada─. ¿Cómo estás?
─Bien, Beatrice ─la tranquilizo enderezándome tras dirigirle una mirada enojada a mi esposo por involucrarla en esto, ante lo que este se encoje de hombros, y sonriéndole de nuevo─. ¿Cómo van las lecciones? ¿Has aprendido algo nuevo?
Beatrice afirma.
─Pronto sabrás qué.
He mantenido muchos secretos de ella, así que sonrío aún más amplio al darme cuenta de que le emociona mantener secretos de mí, como a todos los miembros de mi familia.
Los secretos, quieran o no, son nuestro encanto.
Tantos secretos.
─Bien. ─Me enfoco en Flavio, quién está usando un atuendo de equitación de cuero y se estremece cuando aprieto su brazo─. ¿Tú cómo estás? ¿Todo va bien en la escuela?
─Sí ─responde a secas, observando a Beatrice salir de la habitación para ir por uno de sus cuadernos de dibujo y enseñarme lo que hizo─. Todo marcha bien. No te preocupes.
Mis hermanos continúan siendo la mejor parte de mí, mi razón para que todo tenga un significado, y estar con ellos me consuela, pero ese consuelo no es suficiente. No en este caso. Debido a cuán preocupados se ven logro esconder eso de ellos hasta que se marchan, pero no logro hacerlo de Vicenzo. Este nunca aparta los ojos de nosotros y se acerca cuando se van. Nuevamente quiero alejarme de él, pero mi cuerpo no lo hace.
─No tienes ni idea de cuán perdida se siente esta familia sin ti ─murmura mientras presiona sus labios contra mi frente─. Descansa, reponte, pero no nos abandones.
Cuando se da la vuelta, probablemente rindiéndose, tomo su mano y lo hago girarse hacia mí. Cuando sus ojos negros se enfocan en los míos, lo suelto. Me extiendo hacia mi mesita de noche y le tiendo la tarjeta del abogado de mi padre, quién estoy segura de que no se molestará si le cobro el favor de haber cedido a las exigencias de este en su testamento, las cuales estaban ligadas al pasado oscuro de su bufete.
─Él te dará lo que quieres.
Al darse cuenta de lo que me refiero, Vicenzo convierte la tarjeta en una pelota y la arroja sobre el colchón. Sus movimientos están llenos de ira y enojo a penas contenido.
─Solo quiero a mi esposa y a mi hija de regreso. Cuando te pedí el divorcio estaba aterrado de cuán bajo me podrías hacer caer porque incluso si hubieras asesinado a esos niños sabía que no te dejaría, que nunca te dejaré, pero necesitaba intentar hacerte entrar en razón, Arlette. Discúlpame si no tenía ni idea de tus planes porque decidiste excluirme. ─Cuando se da cuenta de que no le creo o, más bien, de que no me interesa, añade con frustración─: ¿No te dijo nada el hecho de que no pudiera mirarte a los ojos mientras hablaba? Estaba mintiéndote, pero no me lo habría perdonado a mí mismo si permitía que pusieras ese tipo de peso sobre tus hombros sin hacer nada al respecto.
Trago.
─Algunos sueños no están destinados a cumplirse ─murmuro─. Lo siento, Vicenzo, pero en otra vida iremos a Santorini. En esta ni siquiera sé si pueda continuar estando así.
Sin esperar una respuesta de él, me giro y oculto mi rostro en la almohada.
Me estremezco ante la fuerza con la que cierra nuestra puerta.
Sé que estoy siendo injusta con él, que su reacción en la fiesta de diamantes es lo que esperaría de cualquier padre, lo que habría esperado del mío, pero aún así el dolor es demasiado y no puedo evitar compartirlo con la persona que menos lo merece.
Pero que más cerca se encuentra.
Como siempre ha sido.
*****
El instinto hace que hagamos lo imposible.
El instinto hizo que asesinara a sangre fría a miles de personas. El instinto ahora hace que me levante de mi cama pese a la debilidad de mi cuerpo y que me dirija al primer piso de nuestra casa al escuchar el sonido de los disparos. Para cuando llego a la sala ninguno de ellos ha penetrado nuestro hogar, pero lo que estamos viviendo se siente tan familiar a lo que ya vivimos que no puedo evitar que mis rodillas se sientan inestables.
La última vez que esto pasó, recibimos el cadáver de un bebé.
Antes de que Vicenzo se interponga en mi camino, le arrebato la caja a Flavio y a Fósil y me preparo para lo peor mientras me siento en el mismo mueble en el que solía escuchar música con mi nana y follar a mi sangriento esposo, pero ahora me sostiene al observar la evidencia que envió el secuestrador perteneciente a la Bratva que tiene a mi hija.
El alivio empapa mis pulmones cuando veo un sobre.
Es suplantado con decisión cuando tomo una solitaria píldora junto a él.
─Arlette ─escucho a Vicenzo llamarme, pero las instrucciones son claras.
Tómala.
Demuestra que la amas más que a ti misma y volverá a su hogar.
Le ofrezco una mirada de disculpa a mi hermano, a Aria, a Pen, a Fósil y a mi esposo, a todos los presentes, antes de levantarme y subir las escaleras tan rápido como puedo con la pequeña píldora en mi mano. Vicenzo me sigue, pero no es lo suficientemente rápido. Paso el pestillo de la puerta de mi oficina antes de que me alcance. Fósil hizo lo que le pedí en Moscú, así que el cuadro de mi madre y yo está colgando de la pared. La puerta se astilla con cada uno de los golpes que le da el rubio para intentar abrirla, así que deduzco que no tengo demasiado tiempo antes de que la rompa. Cuando consigo el trozo de papel y el bolígrafo que necesito, escribo lo más rápido que puedo.
Todos te harán sentir diferente.
Insignificante. Pequeña. Incapaz.
Ignóralos.
Cree en ti misma.
Apodérate de las almas de quiénes te lastimaron.
Y hazme sentir orgullosa.
Con amor,
Mamá.
Con mi mirada clavada en los ojos de mi madre, me niego a permitir que mi pasado ensucie todavía más a Chiara y trago la píldora justo cuando Vicenzo consigue derribar la puerta. Camina hacia mí con paso decidido y toma el sobre que estaba dentro de la caja. Sus manos tiemblan cuando lee su contenido y se da cuenta de que lo que sea que pidieron que tomara, ya no está por ningún sitio. De que ya es demasiado tarde.
─No seré igual a ella ─murmuro─. Ni yo ni mi hija seremos víctimas.
Vicenzo se arrodilla frente a mí.
Me estremezco cuando su mano acaricia mi mejilla.
Me observa con tanto pesar.
─Siento no haber sido lo suficientemente bueno para ti.
Rodeo su muñeca con mis manos, negando mientras las lágrimas se deslizan por mis mejillas y le ofrezco una sonrisa tranquilizadora porque soy capaz de identificar el terror en su mirada. El miedo a enfrentarse a un mundo en el que ya no esté. En el umbral de la puerta veo a Fósil y a Flavio, pero mis ojos no se apartan de los suyos.
─Eres lo suficientemente bueno para Chiara y ella es lo mejor de mí, pero para lo peor... ─Muerdo mi labio inferior cuando niega, riendo mientras es incapaz de verme, lo cual lo obligo a hacer─. Para lo malo siempre estaré por encima de ti. De eso no hay duda.
Humedece sus labios.
─Estás loca.
Sí.
Lo estoy.
Lo estás.
─Te odio ─murmuro cuando se inclina y junta nuestros labios, a lo que el fuego que siempre ha caracterizado nuestra relación envuelve y hace cenizas mi corazón─. Te odio.
─Desde que nací cada día de mi vida te he odiado también. Lo seguiré haciendo por el resto de ellos, Arlette Cavalli. Por la eternidad y más allá de lo que las leyendas del anticristo y la muerte duren ─responde a cambio Vicenzo, levantándose y tomándome en brazos para sentarse conmigo en ellos frente a la ventana que da con el jardín de rosas de mi familia, el sitio por el que jugamos a lastimarnos y a perseguirnos por años como si estuviésemos atrapados en un bucle sin fin del que ahora es libre. Trago cuando su frente se presiona contra la mía y nuestras narices se frotan─. Intensamente.
Con mi mano aferrada a la camisa de su traje, mis ojos se cierran con un aleteo.
Después de semanas sin dormir, por fin puedo descansar en paz.
Porque incluso si Chiara no regresa, nadie le podrá decir que no lo hice todo por ella.
Que no la amé.
Esa es una cruz que ya no está sobre mí.
*****
Sveta Vólkova y yo ya no somos iguales.
*****
Mami y yo somos iguales.
No solo ella es quién lo dice. Papá también. Aria. Constantino. Todos los adultos que nos ven a ambas dicen que lo único que papá me dio fue el color de sus ojos. Eso es mentira y me enoja tanto. También soy inteligente, como él, y tengo clase. Clase significa modales. Provenir de un linaje histórico de reyes y reinas. De joyas y diamantes antiguos. Mamá era la hija de una bailarina pobre y de un ruso con mucho dinero. No hay cuentos mágicos o de finales felices en su historia. Solo muerte y tristeza porque Mark no la ama.
Pero Mark me ama a mí.
Mi abuelo siempre recuerda mi cumpleaños y me envía regalos.
─Arlette, abre este ─sugiere papá mientras me pasa una caja rosa suave con un lazo blanco. El lazo tiene brillos. Tiro de una de sus puntas cuando está frente a mí y la caja se abre como por arte de magia. Sonrío cuando veo una cajita de música con una bailarina. No me gusta. La odio. Alzo la mirada cuando escucho el sonido de sorpresa que hace mamá al otro lado de la mesa cuando la tiro al suelo por accidente. Ella es tan débil ahora. Desde que regresó la última vez del hospital no ha sido la misma. Sus ojos azules lucen muertos e intenta hacer que crea que me quiere, pero sé que es buena fingiendo. Las hadas le enseñaron bien─. ¿No te gusta, princesa? ─pregunta papá tras inclinarse hacia un lado para recogerla y ponerla frente a mí para que la pruebe─. Es un regalo de tu abuelo ─murmura mientras lee la tarjeta, dirigiendo sus ojos preocupados a mamá después de que lo hace, pero ella solo nos mira─. ¿Por qué no le dices a tu mamá que te enseñe a usarla? ─Ella se congela y yo también. A papá ya no le gusta que ella me toque, así que no lo hace. Lo tiene prohibido─. Las veré desde aquí.
Los ojos de mamá se llenan de lágrimas mientras asiente y extiende sus brazos.
─Ven, princesa. Te enseñaré.
Miro a papá en búsqueda de una confirmación.
Cuando él asiente, me bajo de su regazo y camino con la cajita hacia ella. Aria y Constantino nos miran, pero van a socorrer a Vicenzo cuando este empieza a discutir con otro niño en mi fiesta de cumpleaños y lo empuja por la abertura del tobogán. Cuando me encuentro frente a Sveta, ella me sienta sobre la falda de su lindo vestido rosa, parecido al mío, y extiende sus brazos sobre mi cabeza para darle vuelta a la palanca que sobresale de uno de los laterales. Cuando la melodía viaja a mis oídos, me estremezco.
Es hermosa, pero no me gustan las bailarinas.
Me gustan las princesas.
─Hazlo tú ─murmura echándose hacia atrás─. Esta era mi cajita.
Lo hago, pero la palanca no gira y se rompe con un crujido.
─Arlette ─gruñe papá poniéndose de pie al mismo tiempo que mamá se estremece, respirando de forma extraña e irregular debajo de mí mientras observa la cajita rota, la cual ahora me doy cuenta de que luce vieja, pero bien cuidada─. Ven aquí. Ahora.
Eso intento. Suelto la palanca rota y me intento bajar de su regazo, pero ella no me deja.
Clava sus uñas en mi muslo y tiemblo.
Cuando la veo a la cara, sus ojos contienen lágrimas.
─Tan desagradable ─murmura hacia mí en el idioma de las hadas, su tono de voz tan bajo que papá no es capaz de escucharla─. Eres una maldición.
Sin saber por qué, sonrío antes de bajarme de su regazo y correr hacia los otros niños.
─Soy igual a ti, mami.
Solo les voy a decir que a cualquier persona que alguna vez haya pensado que Arlette no sentía (lo cual solo no hacía como una persona normal) o que no le importaba su hija, que ella misma les ha cerrado la boca, incluso a mí, y que eso me marcará de por vida
Porque Arlette por fin se quitó el peso de ser igual que su madre
Porque ahora es libre
Nos vemos en el live de esta noche para llorar juntas.
Todavía quedan algunos secretos por revelar. No lo olviden <3
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro