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Capítulo 43:

VICENZO:

Con todo lo que acontece y mis deberes, se me hace más fácil enfocarme si pienso que a partir de ahora solo hay dos fechas importantes en el calendario. Dos eventos y a la vez objetivos que causan ansiedad dentro del inframundo criminal de Chicago. El primero de ellos es la fiesta de diamantes Cavalli. El segundo la apertura de El Laberinto. Arlette se concentra de lleno en lo primero mientras yo lo hago en lo segundo, pero no dejo de lado mi investigación sobre el paradero de Chiara. Desde el momento en el que desapareció, hice que hubiera uno de mis hombre en cada calle de Chicago analizando las filmaciones de las cámaras de seguridad de los establecimientos y vigilando, por lo que a diario me llevan decenas de pistas que reviso personalmente ya que no pierdo la esperanza de ser quién la encuentre y la regrese a los brazos de su madre para que esta por fin pueda tomarla y consolidar su vínculo con su bebé. No por el mérito, sino más bien por el hecho de querer acabar de una vez por todas con este desagradable capítulo de nuestras vidas. Por más que lo intento, incluso siendo uno de los personajes más viles de la mafia, no logro entender la naturaleza de quién sea que se haya llevado a mi hija para hacerla pasar por muerta y desequilibrar la mente ya de por sí inestable de mi esposa.

Para quitarle un dedo.

Porque puede estar viva, pero siempre estará marcada por la Bratva.

─¿Estás seguro de esto? ─le pregunto a Milad de manera recelosa pese a que la evidencia se encuentra ante mí: imágenes de Gabe, la reclusa por negligencia infantil, hablando con Vladimir, el difunto hermano del difunto Alik, unos días antes de que Chiara y su hija desaparecieran sin dejar rastro.

¿Coindicencia? No lo creo.

Milad asiente a pesar de que no es necesario que lo haga, al igual que mi pregunta. Me levanto de la silla en la oficina de mi padre y tomo mi chaqueta de Venice del perchero en una de las paredes. El turco hace ademán de acompañarme, pero niego. Tengo a alguien siguiendo a la prostituta drogadicta desde que salió de la cárcel las veinticuatro horas del día, así que puedo hacer que la tengan lista para mí antes de que llegue a dónde se encuentra. En pocas palabras, lista para ser interrogada hasta sacar la verdad de ella de una manera que no pude llevar a cabo mientras seguía en manos de la ley.

Torturada.

Gastón es el hombre que le sigue la pista. Marco su número cuando me encuentro en el estacionamiento de Fratello's para obtener su ubicación antes de llamar a mi esposa, quién dejé esta mañana ocupada con los preparativos para la fiesta de diamantes Cavalli y responde mientras me encuentro recorriendo las calles de Chicago a plena luz del día.

─Que sea rápido ─responde y contengo el impulso de rodar los ojos─. Ocupada.

Si me hubiera casado con una roca, esta me demostraría más apego que Arlette.

Al menos el Anticristo tiene habilidades que lo compensan.

─Estoy camino a obtener una posible pista sobre el paradero de Chiara ─le informo, continuando antes de que me interrumpa, consciente de la manera en la que ha dejado de respirar del otro lado de la línea ante la mención de su hija─. Te hablaré de ello más tarde. Es una larga historia. Te llamé porque tengo una pregunta para ti.

─¿Cuál?

─¿Qué te dijo Alik antes de morir?

Arlette se toma unos minutos antes de responder.

Cuando lo hace sus palabras son dichas en un idioma que no entiendo, pero suena familiar, georgiano, así que lo repite para mí en inglés cuando guardo silencio.

─Me dijo que lamentaba que no hubiera aprendido de los errores de mi madre.

─¿A qué se refería?

─No lo sé, pero lo único que se me vino a la mente en ese momento fue Chiara. También pienso que Alik sabía lo que iba a pasar, pero no es como si pudiéramos preguntarle.

─No lamento su muerte.

Arlette suspira.

─Lo sé, Vicenzo. Incluso si el no haberlo asesinado en tus términos significaría que Chiara estuviera con nosotros, sé que no lo lamentas.

Sin esperar una respuesta de mi parte, Arlette cuelga. Aunque sigo sin arrepentirme por la muerte del ruso, el peso de la culpa se instala sobre mi pecho. No permito que me incapacite. Sin importar si tiene la razón o no, mi esposa solo está siendo una perra más cruel de lo habitual porque está desesperada. Detengo mi nueva motocicleta en el estacionamiento del parque de remolques de Chicago y empiezo a caminar entre las hojalatas hasta el sitio en el que vive mi siguiente víctima. Cuando lo tengo en la mira, sin embargo, una voz a mis espaldas hace que me paralice de pies a cabeza.

─¿Grayson?

Trago sonoramente, extendiendo y apretando mis dedos, antes de darme la vuelta.

─Delilah ─murmuro su nombre con la garganta seca.

A pesar de que ha cambiado, es más robusta ahora y su cabello ya no es rubio, sino pelirrojo, reconocería a la chica de grandes ojos marrones frente a mí en cualquier parte. Fingí ser su novio por más de un año en el que también fingía ser otra persona. Follé a su madre. Tomé el dinero de su padre para sobrevivir. Se enamoró de mí y a cambio yo la dejé tendida y llorando sobre el asfalto sin ningún tipo de explicación. Sé que nada excusa mi comportamiento en lo referente a ella, pero situaciones desesperadas ameritan decisiones desesperadas. En el caso de que si quiera me hubiera gustado tan solo un poco, lo que no es así debido a que no he pensado en ella ningún puto día desde que me fui de Texas, formamos partes de mundos completamente diferentes.

Motivo por el cual no puedo entender qué hace aquí.

─Grayson ─repite acercándose a mí con pasos tambaleantes, cubriendo su boca con su mano como si no pudiera creer que estoy frente a ella. Esa mano se presiona después contra mi mejilla por unos segundos antes de que retroceda y dirija su mirada directamente a mis ojos─. No puedo creer que finalmente esté frente a ti.

Y yo no puedo creer que ella esté frente a mí.

Aunque su presencia aquí me sorprende, lo que más me impresiona es la incomodidad que siento al tenerla frente a mí. Cuando su atención viaja al anillo en mi dedo y su expresión se llena de dolor, me doy cuenta del por qué. Ahora soy un hombre casado. No soy el mejor esposo, ni el más fiel, pero tomo en serio mi papel como jefe de familia.

Y Delilah no encaja ahí.

─¿Qué haces aquí? ─gruño, ya entrando en razón y deseando que se marche rápido.

Sé que no tengo que preocuparme por mi esposa en lo referente a ella, pero tengo enemigos. Enemigos que no van tras de mí por Arlette, pero que podrían ir tras Delilah si alguien se percata de que tenemos un vínculo. La usarían en mi contra y cuando se dieran cuenta de que me importa una mierda, la matarían. No se merece eso.

─Necesitamos hablar ─murmura, su labio inferior temblando─. Pero no aquí.

Niego.

Es una mierda tener que pasar por esto dos veces, pero hay que hacerse.

─No tengo nada de qué hablar contigo.

Me doy la vuelta, listo para seguir con mi camino, pero su voz me detiene de nuevo.

─Si me permites hablar contigo en privado, me iré y nunca más te molestaré ─murmura─. Después de mentirme y usarme como lo hiciste me lo debes, Vicenzo Ambrosetti.

Mis manos nuevamente se hacen puños mientras medito mis opciones.

Podría ignorarla, lo que podría significar que terminaría apareciendo de nuevo.

Podría matarla, lo que es cruel y ruin incluso para mí.

Tras tragar y aplazar mi entrevista con Gabe un par de horas, me giro y la enfrento.

─Está bien.

*****

Delilah no solo ha dejado de lucir como la porrista tonta que dejé atrás, sino que en realidad parece ser una persona completamente diferente mientras me guía al interior de un lujoso apartamento en el centro de Chicago. Incluso su manera de vestir ha cambiado. Estaba acostumbrado a verla usando faldas y tops que a penas cubrieran sus partes privadas, por lo que la visión de ella en pantalones de algodón y sudadera ancha también me tomó con la guardia baja. Está desaliñada, descuidada y su expresión es ojerosa y atormentada. Su actitud también es extraña. Entre nerviosa y sumamente ansiosa.

El sitio al que me lleva también es fuera de lo convencional. Acepté venir aquí cuando me dijo que no se conformaría con ir a un café para hablar porque pensé que este era el sitio en el que estaba viviendo, pero no hay ningún tipo de mueble o decoración que indique que así sea. Solo un sofá, un refrigerador y una estufa eléctrica en el suelo. Es una obra gris. Por más que intento encontrarle sentido a esto, no puedo. Su padre tiene dinero y sé que nunca permitiría que su hija viviese en estas condiciones. Cuando me mira y lee la interrogante en mis ojos, simplemente se sonroja y excusa.

─No había querido invertir aquí hasta saber tu opinión.

─¿Mi opinión acerca de qué?

Delilah separa los labios para responder, pero justo en el momento en el que lo hace un llanto la interrumpe. Sus ojos marrones se llenan de lágrimas antes de que se apresure hacia él. Aunque una parte de mí ha abandonado mi cuerpo, la otra hace que mecánicamente este la siga. Me congelo cuando la visión de ella sosteniendo a un bebé regordete de cabello blanco y mejillas rojas y abultadas por la ira me dan todas las respuestas en lo referente a su aparición en Chicago. Cuando busco sus ojos para una explicación mas detallada mientras lo sacude con frenesí, me la proporciona.

─Te dije que no podías dejarme ─solloza─. No me escuchaste.

*****

Tengo un hijo.

Su nombre es Valentino O'Hara porque ese fue el nombre que su madre entendió cuando le dije el mío en italiano antes de desaparecer de su vida. Su apellido no es Ambrosetti porque no tenía ni idea de su existencia. Me gustaría poder negarlo, decir que Delilah es una zorra y que solo pretende hacer insoportable mi existencia haciéndome padre de un niño que no es mío, algo que no asumiría a menos que se tratara de mi esposa y en determinadas circunstancias, pero no puedo. El pequeño imbécil es igual a mí.

Tiene mi cabello.

Mis ojos.

Mi maldad.

No ha parado de llorar desde que llegué, absorbiendo la vida fuera del cuerpo de su madre, quién hace de todo para intentar apaciguarlo y aún así no lo logra. Las lágrimas que en un principio pensé que se debían a la revelación de mi paternidad, en realidad eran debido a la desesperación que le produce no poder calmar a nuestro hijo.

─Lo he intentado todo ─murmura, todavía sacudiéndolo, pero Valentino solo grita cada vez más fuerte─. Doctores, terapias naturales, natación, cambiar de fórmula.... ─Tiembla─. Pero nuestro hijo me odia. No deja de llorar. Papá me dijo que no lo hiciera, me escapé de casa para venir aquí, pero no pude evitar pensar que si lo conocías... que si quizás estabas ahí para él...

Trago, asintiendo.

─Entiendo. ─Me separo de la pared en la que había estado apoyado para caminar hacia ellos. En el camino dejo mi chaqueta sobre su moisés. Delilah pudo no haber ambientado la casa, pero el cuarto del bebé está bastante bien. Sus paredes son azules y tiene la indumentaria básica para su cuidado. Me arremango la camisa antes de extender mis brazos hacia ella, listo para enfrentar esto─. Dámelo ─exijo con voz ronca.

Ella me mira con duda, pero lo hace.

Valentino se retuerce violentamente hasta que mis manos lo toman. Cuando lo giro hacia mí con la experiencia que me dio cuidar de Chiara, mi pecho se oprime y mi mundo se pone de cabeza mientras la certeza de que ahora hay una extensión de mí por ahí me golpea. La responsabilidad. El amor. Aunque Valentino tiene aura de niño problemático incluso como recién nacido, no puedo evitar reír mientras lo aprieto contra mí. Mi risa aumenta cuando una de mis lágrimas cae en su ojo abierto y mi hijo grita más fuerte.

Soy padre.

No solo tengo a Chiara.

Ahora también tengo a esta pequeña versión de mí de la cual siempre me sentiré orgulloso porque entiendo el remolino con el que lidia al llevar mi misma sangre y no pienso cometer los mismos errores que mi padre haciéndolo sentir avergonzado o menos que los demás por ello. Valentino llora contra mí y yo no intento apaciguarlo. En su lugar lo dejo desahogarse contra mi hombro hasta que su pequeño cuerpo se relaja con un estremecimiento, mi mano presionada contra su espalda para evitar que se caiga o se lastime a sí mismo dada la magnitud y la violencia de sus movimientos.

Una vez confirmo que su sueño es profundo lo acuesto sobre mi chaqueta, apreciando cuán pacífico se ve luego de habernos atormentado con sus llantos. Su rostro sigue rojo e hinchado, pero sus labios hacen mohines y sus pequeñas manos se expanden y aprietan como las de cualquier bebé. Su pijama azul oscuro de algodón aumenta la palidez de su piel y no puedo dejar de estar impresionado con cuánto se parece a mí.

Cuando alzo la vista hacia Delilah, su mirada está puesta en mí.

─Tu hijo te necesita. Yo ya no sé qué hacer con él.

─Mi hijo siempre me tendrá. ─Extiendo mi mano para apretar su hombro. La mujer frente a mí ya no es una molestia. Es familia y será respetada de acuerdo a ello, pero no puedo ofrecerle más que eso. No puedo satisfacer la demanda de su expresión risueña incluso si mi matrimonio no representa un impedimento para eso. Me alejo cuando me percato de sus intenciones, pero Delilah siempre ha sido empalagosa─. Delilah... ─murmuro.

Pero ella no escucha la advertencia.

Ninguna mujer enamorada lo hace.

─Y yo también te necesito. Todavía te amo.

A pesar de que guardo distancia de ella, encuentra la manera de saltar sobre mí y rozar nuestros labios. La empujo antes de que estos se toquen. No le daré falsas esperanzas. Lo único que me interesa de ella duerme junto a nosotros. Hacerle creer lo contrario sería lo equivalente a lastimarla y a lastimar a mi hijo, lo cual no pienso hacer porque Valentino tendrá mucho con lo que lidiar ya mientras crezca. Un hombre casado follándose a su madre, a la cual nunca amará, está de más en la lista. Cuando la barbilla de esta empieza a temblar, tomo su rostro entre mis manos y la obligo a verme fijamente.

─Basta ─siseo─. Eres la madre de un Ambrosetti. Compórtate como tal.

─Estás casado ─dice entre lágrimas─. ¿Qué tiene ella que no tuve yo?

Limpio el agua en su dulce cara con mis pulgares.

─A mí.

Mi respuesta solo la hace llorar más fuerte, a lo que accedo a que se acurruque en mi pecho. Sin darme cuenta de un momento a otro estoy consolándola acariciando su nuevo cabello pelirrojo, lo cual se siente similar a lo que hice con Valentino.

─¿La amas? ─pregunta con el rostro escondido en mi pecho.

─No ─respondo, lo que hace que alce la vista hacia mí─. La odio.

Delilah ríe.

─En idioma marital eso significa que la amas. ─Sorbe por su nariz mientras se separa mí─. ¿Cuál crees que sea su reacción cuando sepa de Valentino? ¿Se enojará?

Me encojo de hombros.

─Su reacción es lo que menos me preocupa.

Es cierto.

Arlette no sería tan descarada como para enojarse conmigo por traer al mundo a un bastardo cuando ella también lo hizo, sin ofender a nuestra descendencia.

─Bien. Ahora, con respecto a Valentino, ¿está bien si nos mudamos aquí?

Niego.

─Me sentiría más cómodo si estuvieran en una casa de seguridad... dada mi profesión.

Delilah se estremece, abrazándose a sí misma, pero no niega ser consciente de a lo que me dedico y asiente. Ya que tiene los recursos para ello, no me extrañaría que hubiera contratado al mejor detective de Estados Unidos para seguirme el rastro y que este le hubiera dado una explicación bastante detallada de mi vida.

─¿Pero no me lo quitarás?

Niego.

─Es mi primogénito. Recibirá la educación acorde a ello, pero eres su madre.

Delilah asiente, visiblemente aliviada.

─Gracias.

Niego.

─No tienes nada que agradecer. Soy yo quién debe estar agradecido contigo. ─Mi tono de voz se suaviza mientras salimos de la habitación de Valentino para no despertarlo─. Debí haberte escuchado, pero en ese entonces estaba hecho un desastre. Lo lamento.

Ella me ofrece una sonrisa triste.

─Solo quiero que Valentino crezca en su verdadero hogar.

─Tú también formas parte de él.

Afirma.

─Pero a ti es por quién ha pedido a gritos desde que nació.

Separo los labios para responder, pero nuevamente somos interrumpidos por el sonido que hace algo, o alguien, más a parte de nosotros. Tomo mi arma de la cinturilla de mis pantalones cuando me doy cuenta de que el ruido no proviene de la habitación de mi hijo, sino de la puerta principal de la entrada. Delilah se tensa junto a mí. Unos segundos después entiendo por qué, puesto que estoy siendo apuntado por su padre, Tanner O'Hara. El multimillonario del petróleo que me hizo prometer que no lastimaría a su hija.

─Aléjate de ella.

Lo hago. Guardo distancia de Delilah y alzo las manos tras dejar caer mi arma al suelo.

No asesinaré al único abuelo que le queda a mi hijo.

─Como quiera, señor.

Aunque hago lo que quiere, mis palabras solo parecen enfurecerlo más. Sus fosas nasales se expanden mientras se acerca a nosotros sin dejar de apuntarme. Está usando un abrigo, una boina y guantes oscuros que lo protegen del frío. Cuando me dirige nuevamente la palabra, su voz está llena de ira y de reproche.

─Te dije que no la lastimaras ─dice─. Te dije que era una buena niña.

─Lo siento.

Tanner ríe.

─¿Lo sientes? ─repite con incredulidad─. ¿Qué sientes? ¿Haberla dejado embarazada y sola, haberte follado a mi esposa o haber resultado un miembro de la mafia siciliana?

Trago antes de responder.

─Todo.

La mandíbula del padre de Delilah, quién no hace más que temblar junto a mí, se endurece.

─Sentirlo no es suficiente. ─El hombre mira a su hija─. Ve por Valentino y no salgas de su habitación hasta que yo te busque. Terminaré con esta plaga aquí y ahora. Mi nieto no va a seguir los pasos de su padre asesino y enfermo.

Aunque una parte de mí se siente bien ante la idea de que Valentino crezca fuera de esto, la mayoritaria sabe que eso es imposible. Que su destino estuvo pactado a penas fue concebido. De no crecer como uno de nosotros, solo le estaríamos quitando herramientas para sobrevivir al momento en el que mis enemigos, los enemigos de mi padre y de su tutor, lo reconozcan como mi hijo. Sin embargo, no soy yo quién responde.

Es Delilah.

─No ─murmura ella─. Vicenzo es su padre, lo quieras o no.

─Delilah...

─Por favor, baja el arma ─suplica.

Tanner la mira con decepción.

─Bien, quédate. Quizás viendo cómo muere ante ti lo superes de una vez por todas y puedas regresar a ser mi hija, ─Me observa. Su mano tiembla mientras sostiene el arma frente a él, pero sus intenciones permanecen en su mirada sin titubear─. Confíe en ti. Te di una oportunidad. Incluso si me decías la verdad en ese entonces, podría haberte ayudado. A cambio lastimaste a lo más valioso que tengo, arruinaste mi matrimonio y ahora piensas destrozar la vida de mi nieto. Matarte no es una opción. Es una necesidad.

Dicho esto, dispara.

El aire escapa de mis pulmones cuando recuerdo dónde dejé la chaqueta de Venice.

Cuando veo dónde impactó la bala de su revólver.

En el pecho de Delilah.

Tanner contempla, atónito, cómo su hija cae en el suelo con una herida de la que no se recuperará. No tardo en arrodillarme junto a ella y en ejercer presión contra esta en un desesperado intento por detener la hemorragia. A pesar de que su padre continúa apuntándome, lo único en lo que puedo pensar es en intentar salvarla por Valentino.

Porque no pienso decirle que su mamá murió sin que pudiera hacer algo por evitarlo.

─Está bien ─solloza ella mientras envuelve mi muñeca con sus manos, sus labios y mejillas habitualmente rosados volviéndose fantasmalmente pálidos.

─No, no lo está. ─Maldigo─. Tenemos un hijo.

─Es un niño hermoso, pero tan infeliz ─dice, extendiendo su mano hasta que un mechón de mi cabello roza sus dedos─. Como tú. Dios... tu... tu cabello blanco es hermoso...

Le sonrío, mi garganta cerrada por lo que su muerte significará para él.

Para mí.

Nunca nada me hará sentir más culpable que esto, que lo que le hice a Delilah y a su familia desde el momento en el que entré a sus vidas.

─Tú eres hermosa.

─Eso no fue suficiente ─murmura, ahogándose con su sangre─. Yo te amaba de verdad.

Niego.

─Yo fui el que no fue suficiente. ─Presiono mi frente contra la suya cuando sus ojos se cierran─. Gracias por Valentino. Gracias por amarme incluso cuando yo nunca lo hice.

Cuando su cuerpo se vuelve laxo entre mis brazos, alzo la vista hacia su padre, quién sigue en estado de shock hasta que me nota mirándolo con resentimiento. Al hacerlo sus ojos se enfocan nuevamente en mí y hace ademán de estar a punto de terminar con la tarea que el asesinato hacia su propia hija interrumpió debido a su sacrificio, pero una bala perforando su cráneo lo detiene. Su asesina me dedica una mirada intensa cuando su cuerpo se desploma junto a nosotros. Esta no tarda en arrodillarse junto a mí. A pesar de la confusión en su rostro, Arlette se mantiene serena y en control de la situación.

O al menos eso hace hasta que escucha a Valentino llorar.

─Déjame adivinar ─murmura─. ¿Un bastardo?

Afirmo.

─Un bastardo que, como Chiara, se ha quedado sin uno de sus padres a causa del otro.

Porque aunque yo no disparé el arma, fácilmente pude haberlo hecho con todo lo que le hice. Arlette debe entender y ver el peso de esto en mis ojos, puesto que toma mi rostro entre sus manos y me obliga a alejar mi mirada del cadáver de Delilah.

Déjame llevar esta carga por ti. Yo la maté. No tú.


Este capítulo me hizo llorar. La esencia de V y Arlette en lo referente a V es que aunque él sea un idiota, Arlette no es su víctima. Ella le devuelve cada golpe con creces. Delilah sí lo fue a pesar de los intentos de V por evitarlo dado que él conoce su propia naturaleza y de lo que pasa cuando te enamoras de un demonio sin ser uno

También me conmovió el gesto de Arlette y la manera en la que su complicidad crece día a día


Y aw, Valentino es tan prometedor jajajaja


Las amo

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