Capítulo 42:
VICENZO:
No me costó mucho convencer a Arlette de aceptar mi invitación. Aunque en un principio me vio como si no fuéramos a lograr nada ejecutando mis planes, terminó diciendo que sí ya que haría cualquier cosa por obtener información sobre el paradero de su hija. Así que ahora estamos camino a Springfield por La Ruta 66, una ciudad a tres horas de Chicago. Partimos a las seis de casa. Para no levantar sospechas, nos camuflamos en el recorrido de un club de motociclistas asociado a la mafia siciliana de Los Ángeles.
The Corrupt Souls.
─¿Quieres algo? ─le pregunto a Arlette cuando estoy a punto de pagar en la tienda abierta las veinticuatro horas en una gasolinera en la que nos detenemos, a lo que ella deja de inspeccionar falsamente las revistas de moda en un estante junto al mostrador y niega, mechones de cabello oscuro interponiéndose en su campo de visión que luego aparta con irritación.
─Si fuera por mí no nos habríamos detenido en primer lugar.
─Sé que es difícil para ti saciar esa inagotable necesidad tuya de destacar en cada sitio que pisas, pero debemos guardar las apariencias. ─Inclino la cabeza hacia la fila de motociclistas llenando el tanque. Conozco a su pres. Este suele detenerse en el restaurante de la familia cada vez que pasa por Chicago, así que he tratado con él desde niño. Los Ambrosetti les hemos hecho unos cuántos favores bien remunerados, pero nada más profundo que eso. Este es él devolviéndonos el favor, también bien remunerado─. Así que si ellos se detienen, nosotros también debemos hacerlo. En eso consiste un grupo.
Mi esposa me mira como si no supiera con quién está hablando.
O más bien como si yo no supiera con quién estoy haciéndolo.
─Creo que olvidé el momento en el que me empezó a interesar esperar por los demás o comencé a depender de otras personas para cumplir mis objetivos, ¿me lo recuerdas? ─Con su típica sonrisa de perra, lanza un puñado de revistas que sé que no leerá al mostrador y toma un par de gorras que rezan que amamos Springfield. Pone una de ellas sobre mi cabeza antes de tomar al menos tres cajas de tampones y añadirlas a la cuenta─. Ah, sí, nunca sucedió porque estos son tus planes, no los míos. ─Apartando su vista de mí, gira el rostro y le sonríe aún más amplio a la cajera─. Deja de ver a mi esposo con ojos de cachorro y haz tu trabajo, por favor. Tenemos prisa.
La chica frente a nosotros desciende la vista, sonrojada, a lo que niego.
─Puedes ver si quieres, cariño. Me obligaron a comprometerme. Dos veces.
Arlette me fulmina con la mirada.
─No es como si hubieras luchado mucho por impedirlo.
Bufo.
─¿Y eso hubiera hecho una diferencia? ─Arlette no responde, limitándose a observarme en silencio con mirada mordaz, así que me enfoco en la cajera, quién mete con dedos temblorosos todo lo que mi maniaca esposa pidió solo para arrojarlo en la carretera después─. Solo está celosa.
─No estoy celosa. ─Me contradice dándose la vuelta y dirigiéndose hacia la salida, lo que hace que tenga un buen vistazo de su culo pequeño, carnoso y respingón dentro de un par de pantalones de cuero demasiado ajustados. Si estuviera de frente a mí no podría evitar ver sus tetas. Arlette está usando una chaqueta del mismo material de lo que está confeccionado su pantalón, pero por debajo de ella lleva una camiseta blanca y un arnés negro que acentúa sus atributos─. Pero si continúas viéndolo podrías terminar muerta.
Dicho esto sale de la tienda y se acerca a los demás, quiénes la miran como si pudieran devorarla porque eso es lo que dice su vestimenta, que está a su alcance cuando ese no es el caso, así que me apresuro en pagar sin decirle a la cajera que solo llevaré un par de botellas de agua y chicle. Cuando salgo de la tienda arrojo todo lo que Arlette pidió al cubo de basura más cercano antes de caminar hacia la pandilla y sujetar a mi esposa contra mí.
─¿Algún problema, culo dulce?
Nadie se inmuta debido a mi apodo hacia ella, es completamente normal para ellos tratar a sus mujeres como sacos de carne, pero Arlette sonríe entre dientes, cada músculo de su delgado y esbelto cuerpo apretado contra mí.
─No, ninguno, osito de goma. ─Mi sangre hierve cuando todos ríen y Arlette frota cariñosa, pero falsamente, su nariz contra mi mejilla─. Esperaba por ti.
Mi agarre sobre ella se refuerza.
Sus ojos no abandonan los míos, lo que está bien porque no puedo dejar de ver cuán hermosa se ve incluso cuando parece una puta de club. Su cabello negro resplandece bajo la luz de las farolas. Su piel luce más blanca de lo normal debido al contraste que hace con este. Lleva lentillas de contacto grises, pero su mirada sigue siendo igual de intensa, controladora y manipuladora. Si en una vida alterna fuera un integrante de esta pandilla y ella mi zorra, estoy seguro de que su alma de igual manera encontraría la forma de torturar la mía.
Si fuéramos personas normales, sucedería lo mismo.
Ella sería inalcanzable.
Yo la odiaría por ello, así que la empujaría hasta que acabara deshecha en el suelo y nos encontráramos al mismo nivel. Destruiría mi mundo y yo haría estragos con el suyo. Me escupiría. Me abofetearía. Lucharía, pero la haría mía y luego me arrepentiría cada día de haber puesto semejante peso sobre mis hombros porque tampoco habría escapatoria para mí.
Su mirada dice que entre matarme y besarme, no sabe qué elegir.
Lo que intento transmitirle con la mía es que podría hacer las dos cosas a la vez y que tendría que suicidarme después ya que mi vida ahora gira en torno a ella y a lo que hemos creado juntos. Nunca se lo diré, nunca se lo diré a nadie, pero Arlette logró convertirse en lo que siempre temí.
Mi inicio.
Mi fin.
─Ya estoy aquí ─murmuro, mi voz ronca y profunda.
─Lo sé ─responde ella a cambio, luciendo incómoda, mientras se aparta de mí. Se ve esquiva y confundida─. Te espero en la motocicleta.
Asiento.
─Está bien.
Arlette sonríe cortésmente en dirección a nuestros acompañantes, los cuales minutos antes no le molestaba dejar atrás, pero hace creer que aprecia, y empieza a darse la vuelta para ir al sitio en el que la vieja motocicleta de Constantino se encuentra estacionada. Al notar la mirada de uno de ellos puesta en su culo, sin embargo, tomo su muñeca y la hago girarse hacia mí para juntar sus labios con los míos. Arlette me aparta por instinto durante los primeros segundos de nuestro beso, pero se detiene al recordar nuestros roles, permitiéndome también apretar su culo con mis manos.
Cuando deshago la abrupta unión de nuestros labios y retrocede, soy el único que interpreta bien el brillo asesino en sus ojos antes de que se dé la vuelta.
─Vaya ─comenta alguien a mis espaldas─. Tu puta es intensa.
Es mi esposa, corrige una voz dentro de mi mente, y si en otro momento, con otra ropa, te escucharía hablar así de ella, estarías muerto.
E incluso si no lo hace, lo estaría.
Yo lo mataría.
─Es solo una puta ─comento tras asegurarme de que haya llegado sana y salva al asiento de cuero, sobre el cual se inclina para recostarse en el manubrio mientras espera, antes de girarme hacia ellos.
Rafe, el hijo del pres, quién solo está acompañándonos porque se encuentra de vacaciones de la UNC, dónde estudia artes plásticas en contra de los deseos de su padre de que se quede en California y maneje el negocio familiar, deja de llenar el tanque de combustible de su motocicleta para dedicarme una sonrisa burlona. Su cabello rubio podría competir con el de Hether y el de los Cavalli para protagonizar un comercial de shampoo.
─No conozco al primer hombre que compre tampones para solo una puta.
Cuando los demás empiezan a reír, no me queda de otra que maldecir a Arlette dentro de mi mente y a mí por no haberme deshecho de ellos lo suficientemente rápido, pero el rubio de apariencia entre surfista, motociclista y artista muerto de hambre tiene razón. Cuando una mujer es importante en tu vida, lo sabes porque conoces sobre su período.
Por lo que no debí haber caído en su trampa para avergonzarme tan fácil.
A menos que sea yo quien lo ocasione, Arlette nunca sangra.
*****
El sitio en el que la subasta de los rusos se llevará a cabo queda en el centro de Springfield. Llegamos a las diez a la ubicación que Luc consiguió para mí antes de morir, pero ya que nada empezará hasta las doce nos instalamos en una de las habitaciones del motel en el que la pandilla se quedará para alistarnos. Se supone que debemos dar la impresión de que estábamos de paso por la ciudad cuando recibimos la noticia de que un cargamento de lo último en armas sería subastado, el cual proviene del galpón que mi esposa no pudo detonar, así que tanto yo como Arlette mantenemos nuestros atuendos casuales debido a ello y a que no sabemos cómo podría terminar la noche. Conservamos nuestra ropa de cuero, pero nos armamos de pies a cabeza mientras comemos un par de hamburguesa grasientas de servicio a la habitación. O, corrección, mientras yo como y Arlette olisquea las papas como si todavía no hubiera descubierto a qué huelen.
Cuando es obvio que no comerá, tomo su bandeja.
Ella no se queja.
Mirando a su alrededor mientras guarda un arma en la parte trasera de su pantalón, una mueca se apodera de sus labios color rojo carmesí. Se ve barata, pero incluso viéndose barata dudo que los cientos en el bolsillo trasero de mi pantalón sean suficiente para comprar una mamada suya.
Si mato a alguien que quiere muerto, por otro lado, podría tener suerte.
─Cada vez que termino contigo en un hotel me siento feliz de no haber tenido una luna de miel ─comenta─. No tengo ni idea de a dónde habríamos terminado, solo que sería un sitio frío, sucio y desagradable.
Tras limpiar mi boca llena de grasa con una servilleta, me encojo de hombros.
Su hamburguesa sabe aún mejor que la mía.
Su pérdida, mi ganancia.
─Solo dices eso porque ni siquiera me he esforzado.
Arlette sonríe.
─Por favor, no lo hagas. No quiero saber cómo sería si realmente te esforzaras. ─Sonrío, pero termino frunciendo el ceño ya que esta es la primera vez en meses que hablamos de algo diferente a la mafia o a Chiara. Arlette también lo hace y no tarda en cambiar de tema─. ¿Estás listo?
Me como lo que queda de hamburguesa, más o menos la mitad, y afirmo.
La arruga en la frente de mi esposa se profundiza al verme masticar.
─Sí ─mascullo con la boca llena.
─Desagradable ─murmura dirigiéndose al otro lado de la habitación y tomando un maletín oscuro del suelo antes de ladear la cabeza hacia la salida, evidentemente ansiosa por cualquier migaja de información que pudiéramos obtener, lo que es un claro ejemplo de cuán desesperada está por encontrar a Chiara. De otra forma no habría aceptado formar parte de esto. No cuándo tiene sus propios métodos, según ella más efectivos, pero con los que no ha logrado nada en lo que se refiere a recuperarla─. Vamos.
*****
Aunque nuestro principal objetivo es encontrar cualquier pista que nos lleve a nuestra hija, tanto Arlette como yo somos conscientes de que eso podría no pasar, caso en el que tendríamos que conformarnos con comprar el cargamento de armas que podría traspasar las barreras de los trajes de Venice en un tiroteo. El sitio al que nos dirigimos es frío y oscuro. Un local detrás de una poderosa edificación de ladrillos que nadie jamás pensaría que estaría allí debido a que su entrada es solo una puerta de hierro que cualquier peatón confundiría con la conserjería. Después de que le enseño el pase para entrar que Kai falsificó para mí al par de hombres custodiando bajo el umbral, Arlette y yo ingresamos en territorio de la mafia roja. Uno de los pocos escondites que han conseguido después de que mi esposa ordenara el masacre masivo de todos ellos a cambio de dinero.
Su dinero.
─A penas salgamos de aquí, quiero este lugar hecho añicos.
Asiento hacia sus palabras murmuradas en mi oído para poder ser escuchadas por encima de la tenue música clásica y dramática de fondo. La construcción es una especie de galpón con acceso a la carga de camiones. Es todo el piso inferior del edificio que vimos antes o, por lo menos, la mitad de este, confirmando que sus primeros metros cuadrados son solo una fachada. Las compuertas del camión en la que se encuentra el cargamento están cerradas. Hay un montón de sillas aglomeradas frente a este que ya casi están llenas, pero ningún otro mobiliario al alcance de nuestra vista. Arlette y yo ocupamos un par al fondo, esquivando a todo aquel que intente iniciar una conversación con nosotros. Estoy seguro de que ambos podríamos esquivar ser descubiertos, los dos estamos en cubierto y somos buenos mintiendo, ella desde su nacimiento y yo desde que es mi esposa, pero preferimos reducir las posibilidades de que algo así pudiera llegar a pasar.
Caso en el que tendría que recurrir a Giovanni, quién acaba de empezar su período de prueba como segundo al mando, pero este se encuentra en Chicago. Arlette siempre tiene planes de emergencia. Sin embargo, podrían no funcionar o no funcionar a tiempo porque hasta dónde sé no hay nadie siguiéndonos de cerca. Tenemos nuestros chicos en la ciudad, alerta, pero nadie que nos cuide con su propia vida como solía hacerlo Romano.
Por lo que podríamos morir.
─¿Por qué tarda tanto en empezar? ─pregunta Arlette con la mirada fija hacia en frente cuando mi reloj marca que son pasadas las doce─. ¿Es normal?
No quiero alarmarla, pero después de la mafia siciliana, la Bratva es una de las organizaciones criminales que más en serio se toma su trabajo. Su problema radica en su ausencia de una jerarquía, más no en la falta de disciplina. Sus hombres son soldados. Reciben entrenamiento miliar.
No se retrasan.
Ya que Arlette en el fondo es uno de ellos, sé que lo sabe.
─No.
Ante mi respuesta mi esposa toma un par de respiraciones profundas tras las cuales gira el rostro hacia atrás, descubriendo que no estamos solos. Una hilera de hombres con armas, intercomunicadores saliendo de sus orejas y chalecos antibalas se encuentran tras nosotros. Arlette, sin embargo, se relaja y vuelve la vista al frente cuando uno de ellos le hace un gesto obsceno con la lengua que noto por el rabillo del ojo. A pesar de la chispa de molestia que eso genera en mí, no puedo evitar reír ante la cara de mi esposa.
─Imbécil ─masculla ella en ruso, haciéndolos reír y casi puedo sentirme familiarizado con ellos y sentir pena por todas sus muertes.
Casi, porque los malditos tienen a mi hija y se niegan a regresarla, optando por hacerla pasar por muerta mientras mi esposa los destruye.
Pero afortunadamente su conducta significa que los rusos no sospechan.
No sospechan que su enemigo está aquí.
Si lo hicieran estoy seguro de que ni siquiera podrían ver a la razón por la cual ahora se esconden como ratas que sienten temor a ser aniquiladas, la cual se encuentra sentada junto a mí. Respirando su mismo aire. Ella y yo volvemos la vista completamente al frente cuando un hombre de constitución a tomar en cuenta en el caso de que tenga que contemplarlo como un rival, en traje y lleno de tatuajes de la cabeza a los pies se posiciona frente a nosotros. Su piel, a diferencia de la de sus compañeros, es morena, pero sus ojos se ven igual de vacíos que los de cualquier otro integrante de la mafia roja. Cuando mi esposa se tensa junto a mí en señal de reconocimiento, deduzco que es alguien importante. Un tipo en algún escalafón que no esperó ver aquí.
Alguien lo suficientemente vital dentro de la Bratva como para que se haya tomado la molestia de memorizar su cara.
─Con la situación actual sucediendo en la que uno de los nuestros enojó a alguien que no debía ser enojado en la manera menos sensata, no me quedó más remedio que encontrar la manera de viajar aquí, a los Estados Unidos, para intentar salvar lo que queda de la Bratva. Por el bien de todos he intentado dar con el paradero de la cría de la maldita serpiente que ha envenenado cada negocio, cada hogar y cada hombre de la mafia roja en su búsqueda, pero es como si simplemente se hubiera esfumado a pesar de que tengo la completa certeza de que fue uno de los nuestros quién la tomó de su nido sin permiso. ─Arlette empieza a temblar junto a mí, por lo que tomo su muñeca y la aprieto con fuerza hasta que se detiene, forzándola a controlarse ya que el discurso del hombre frente a nosotros es lo más parecido a información que hemos obtenido sobre Chiara desde su secuestro, lo cual es una mierda ya que en teoría está diciendo que no tiene ni idea de quién la tiene, pero que sabe que se trata de uno de los suyos y que está buscándola. La razón por la cual hace esto último me es desconocida, pero memorizo su rostro en el caso de que tenga que asesinarlo con mis propias manos por si quiera haber tocado uno de los lindos mechones negros en su pequeña cabeza de bebé─. Y ya que sé que ustedes también la tienen y que la gran mayoría de los que se encuentran aquí provienen de Chicago o de ciudades vecinas, no puedo evitar preguntarles, antes de empezar la subaste, si alguien tiene la más remota idea o alguna pista de dónde podría estar la niña. ─Cuando no obtiene más que silencio como respuesta, asiente, sus hombros tensos mientras la desilusión se apodera de su rostro─. Bien. Empecemos. ─Con sus palabras las compuertas del camión se abren, revelando el último cargamento de armas de Iván. Misiles, proyectiles y bombas que no pasaron por los laboratorios de Venice. A diferencia de cómo son las subastas dirigidas por nuestra familia, la actual falta de recursos de la Bratva se deja en evidencia cuando los presentes deben levantar la mano para hacer una oferta─. Treinta millones de dólares por aquí ─grazna, su tono ofendido mientras habla ya que lo que está tras él mínimamente podría valer tres veces más. Todos lo saben, pero todos también saben que la mafia roja estadounidense necesita dinero después de que Arlette les quitara la mayor parte de sus activos y que podrían sacar provecho de ello─. ¿Alguien ofrece más?
─Cincuenta millones de dólares ─dice alguien a mi derecha.
─Sesenta ─murmuran a mi izquierda, haciendo que el humor del presentador se aligere mientras asiente como si finalmente le gustara lo que oye.
─Ochenta.
─Cien.
─Ciento cincuenta.
Arlette me mira, a lo que niego.
La mitad de las personas aquí ni siquiera han hablado y todos se ven interesados. Irlandeses. Asiáticos. Africanos. Hay un trozo de criminalidad de cada continente conocido por el hombre. Alguno de ellos podría conocer a mi esposa. No traeré su atención a nosotros tan rápido. La idea es pagar e irnos.
Cuando la puja llega a los doscientos veinte millones, la animo a hablar.
─Doscientos cincuenta millones ─propone levantando la mano y sonando como una colegiala mientras me observa de reojo, dando a entender que le di el privilegio de hacer la proposición por mí cuando ella es la dueña de todo.
Incluyéndome.
Y no en el sentido romántico de la cuestión.
Pero aunque pensamos que nadie más pujaría porque doscientos cincuenta millones es excesivo, incluso para la obtención de armas que nadie más tiene, pero que en unos meses serán superadas por otras, un irlandés pelirrojo de mirada lasciva y arrogante lo hace.
─Doscientos sesenta.
Un brillo peligroso se apodera de los ojos de mi esposa ante el reto que representa su voz, pero la detengo antes de que cometa un error. Si se llegan a dar cuenta de que ella está al mando de la puja, de que es más que una puta, será peligroso para nosotros, así que esta vez soy yo quién habla.
─Cuatrocientos millones ─digo, levantándome y poniendo fin a esto tras tomar el maletín lleno de diamantes de su regazo y adelantarme.
El ruso frente al camión, quién había empezado a observarnos como si en cualquier momento tuviera que deshacerse de nosotros por mentir sobre nuestro dinero en su subasta y querer estafarlo, me observa detalladamente y extiende una de sus manos para tomar una de las piezas que le presento. Mierdas pequeñas y costosas que he empezad a ver tan común como la tierra en mi día a día. La contempla contra la luz. Todos en el galpón hacen sonidos de asombro y alivio cuando confirma su veracidad.
─Reales ─masculla en dirección a su equipo antes de verme─. Trato.
Cuando extiendo la mano para estrechar la suya, el irlandés de mierda también se levanta y se dirige a nosotros. Al percibir tensión en el ambiente, muchos otros se incorporan y empiezan a salir del local. Otros se quedan para presenciar el espectáculo. Arlette se cruza de piernas sobre su silla, observándonos sin impresión en sus ojos, pero sé que dentro de su mente está analizando lo que acontece frente a ella desde mil puntos de vista.
─Quinientos millones ─dice el pelirrojo, prácticamente saltando sobre su olla con oro al otro lado del arcoíris ante mi silencio─. En lingotes.
El ruso alza las cejas ante su propuesta, la cual estoy seguro de que va dirigida exclusivamente a saciar su ego masculino, pero asiente cuando le tienden una pieza de oro macizo que también evalúa. Tras suspirar, me ve y realmente luce como si lamentara despedirse de los diamantes en mi poder.
─Son hermosos, ¿pero puedes superar el valor de los lingotes que me ofrece? ─pregunta en ruso, lo que hace que el irlandés se enoje porque no entiende y que me dé cuenta de que se percató que comprendí lo que dijo a sus hombres antes, por lo que mi esposa tuvo razón al impresionarse al verlo.
No es estúpido.
Pero, más importante aún, no está enamorado de ella como Alik.
Quién sea podría morir, pero no tan fácil.
Con respecto a los diamantes, podría igualar y hasta superar el valor de los lingotes del maldito irlandés con solo llamar al banco, pero no quiero.
Se me ocurre algo mucho mejor.
─No ─grazno, intentando lucir enojado por haber perdido ante otro hombre.
El ruso asiente.
─Bien. ─Hace una seña hacia un par de sus hombres─. Escóltenlos hacia la salida. Solo un demente iría con tanto dinero a sus espaldas sin seguridad.
No me despido. Cuando paso junto a Arlette tomo su mano y la arrastro conmigo a pesar de que se queja de manera chirriante, siguiendo su papel, otorgándole la maldita razón al ruso hijo de puta, pero en nuestro caso no se trata de un demente cargando un maletín con cuatrocientos millones en piedras preciosas sin ningún tipo de seguridad custodiándolo.
Somos dos.
Cuando nos llevan al sitio en el que estacioné mi motocicleta, en un callejón a unas cuadras de distancia, lo pongo en práctica llevando mi mano al culo de mi esposa, la cual se queja con una risita tonta, pero entiende mi plan al instante, lanzándome una mirada de advertencia que paso por alto.
─¡Bebé! ─exclama ella, hundiendo su rostro en mi cuello─. Si salimos vivos de esto, no volveré a aceptar una invitación tuya a ninguna parte.
─Entendido, nena. Te follaré de todas las formas que leíste en ese libro de cuando lleguemos ─río en respuesta─. También te gusta mi culo, ¿no, putita?
Arlette gruñe, ya fuera de su actuación, y saca el arma en la parte trasera de mis pantalones de la misma manera que yo tomé la suya. Ambos apuntamos a los rusos que nos escoltaban por órdenes de su jefe al mismo tiempo, quiénes mueren con un bala entre ceja y ceja sin darse cuenta de qué los golpeó. Cuando terminamos de ocultar sus cadáveres tras un contenedor de basura, alzo la mirada hacia mi enojada y exaltada esposa.
─¿Por qué no ganaste la subasta? Pudiste haber ofrecido más.
Me encojo de hombros.
─¿Por qué pagar por algo cuando puedes robarlo? ─Arlette me mira como si me hubiera vuelto loco, pero no como si descartara la idea completamente. Sé que le enoja no haber conseguido lo que quería de la manera más fácil, a su manera, pero ambos somos jodidos criminales. Asesinos a sangre fría. Nada cambiará con respecto a si vamos al infierno o no si tomamos algo sin pagar, pero me sentiré mejor cada vez que piense en la cara de ese imbécil irlandés quedándose sin armas y sin dinero─. ¿Confías en mí, esposa?
Arlette me mira con la mandíbula apretada.
─No se trata de si confío o no en ti. Se trata de sobrevivir.
─¿Me confiarías tu vida?
Arlette me mira como si no supiera qué responder a ello.
─Vicenzo...
─¿Me confiarías a tu familia? ─corrijo─. ¿A Chiara?
Esta vez cuando responde, no hay duda en su voz.
Solo resignación.
─Sí.
─Bien. ─Beso su frente antes de tomar su mano─. Vamos.
Quizás ella lo omita para sentirse mejor consigo misma, más independiente, pero su familia es su vida, así que, en el fondo, la perra loca Cavalli lo hace.
Confía su supervivencia en manos de la muerte.
*****
Después de que resolvemos cada detalle de nuestro plan de huida-robo exprés, Arlette ocupa el asiento trasero de mi motocicleta mientras aceleramos en dirección al local en el que hace tan solo unos minutos nos encontrábamos. Salvo por el irlandés, sus hombres y los rusos, todos se han ido. Me detengo antes de llegar a la puerta de hierro para que Arlette se baje. Ella lo hace sosteniendo el maletín con diamantes. La única parte que no me gusta de toda esta mierda es que tenga que hacer algo peligroso por sí misma, pero todo lo demás consigue poner una erección en mis pantalones.
─Suerte ─murmura ella antes de separarse de mí, estabilizarse y dirigirse a los escoltas en la entrada mientras envío gasolina al motor.
Mi garganta se aprieta cuando baja el cierre de su chaqueta de cuero de camino a ellos, maniobrando tanto con los diamantes como con un arma cargada. Me dijo que tenía una buena distracción en mente para sacarlos de juego los segundos necesarios para obtener una ventaja, pero no quiso dar detalles sobre ello. Ahora veo por qué. Mi desequilibrada esposa expone sus tetas para ellos, una sonrisa macabra en su rostro, antes de apuntarlos y disparar dos veces seguidas, dándome vía libre para entrar. Antes de correr hacia la parte trasera del edificio, gira el rostro hacia mí y gesticula con los labios.
De nada.
Me veo tentado de arruinar nuestros planes para enseñarle una lección sobre enseñarle sus tetas a otros hombres, sin importar que ahora estos sean cadáveres, pero me fuerzo a seguir adelante y a entrar en el local. Llevo puesto un casco y una cazadora de Venice, por lo que ninguna bala me golpea de camino al interior de la carga del camión. Tanto el irlandés como el ruso, quién ahora identifico como Maksim Vasíliev, uno de los cinco líderes de la Bratva a nivel global, empiezan a correr en búsqueda de un arma, separándose, y me toca elegir entre ellos. El irlandés cae muerto con un sonido seco sobre el suelo, sobrellevando el impacto de la bala perforando su pecho, y sus guaridas corren a socorrerlo. No puedo evitar reír mientras recorro la distancia que me falta para saltar al interior del camión.
Salto a su interior, deshaciéndome de mi motocicleta.
A pesar del dolor del impacto, me levanto rápido.
Cuando cierro desde dentro, sujetando las pesadas puertas con fuerza porque estas solo pueden ser aseguradas desde el exterior, mi esposa pone el camión en marcha tras haberse encargado de quiénes lo custodiaban y del anterior chófer. Me mantengo en esa posición a pesar de que Arlette conduce en zig zags por todo Springfield. Puedo vernos protagonizando tomas aéreas con el titular de un conductor de carga ebrio atemorizando sus calles en el noticiero de la mañana. Cuando nos detenemos cinco o diez minutos después siento que Dios ha obrado un milagro. Salgo y paso el seguro de las compuertas antes de correr hacia el asiento piloto porque no hay manera en la que permita que mi esposa siga conduciendo.
Ella se hace a un lado sin hacer ningún comentario al respecto.
Para no levantar sospechas, ambos nos deshacemos de nuestros cascos. Los dejamos a nuestros pies, al igual que su peluca. El tinte azul en mi cabeza se desvanece con agua, por lo que me tiende una toalla húmeda que paso por mi cabeza mientras conduzco. Como predije, no tardan en alcanzarnos.
Como Arlette predijo, no se tratan de los rusos, quiénes no pueden salir de su escondite o dejar de ser discretos porque terminarían asesinados. Nuestros nuevos amigos irlandeses nos persiguen en dos autos. Cuatro de ellos que viajan en pareja. Ellos empiezan a apuntar en dirección a nosotros, hacia los neumáticos, y mascullo una maldición.
─¿Dónde está su líder? ─pregunta ella.
─Muerto, probablemente.
Me mira con los ojos en blanco.
─Bien. Ahora tenemos otro enemigo.
─Uno debido a mí, finalmente.
─Vicenzo ─gruñe.
─Podemos detenernos y negociar nuestra fuga si no logramos matarlos ─sugiero, dejando de lado nuestra nueva amistad con los irlandeses.
Arlette niega.
─No llegamos tan lejos para dar marcha atrás. Arruinamos a la Bratva. Al irlandés. Salimos ganando. No me retractaré ahora. ─Tamborilea sobre su frente con una mano, pensando, mientras los estallidos suenan tras nosotros. Sus labios se curvan cuando una idea inunda su mente─. Si fueras un soldado, ¿cuál sería el precio de tu lealtad? ─pregunta─. ¿Cien millones? ¿Doscientos? ¿Menos?
─¿Qué quieres decir?
─Creo que sé cómo distraerlos. ─Toma su casco del suelo─. Ve más lento.
Lo hago. Ella se lo coloca y toma el maletín con diamantes. Siseo cuando empieza a salir por la ventana, pero no la detengo, observando cómo escala hasta la parte superior del contendor con movimientos ágiles. Los autos casi nos alcanzan debido a que bajo la velocidad, pero no la dejaré caer. Los disparos ahora se dirigen a su dirección, pero ninguno de ello da con ella. Lo sé porque pierdo el aliento cuando algunos de ellos pasan peligrosamente cerca de su cuerpo y ninguno la golpea. Al menos no de una forma letal o peligrosa.
Sin revelar su identidad debido al casco, Arlette abre el maletín y deja caer un puñado de los diamantes sobre la carretera que recorremos.
Al darse cuenta de lo que sucede, los autos se detienen
Los conductores se bajan para recogerlos antes de que alguien más lo haga.
Menos de un minuto después, mi esposa vuelve a sentarse a mi lado.
─No es tan emocionante como las películas te hacen creer que es.
─Desde aquí se vio emocionante ─murmuro, echándole un vistazo de reojo para asegurarme que esté bien mientras acelero, congelándome al notar una leve herida a su costado. Un raspón, solo un poco de sangre, pero la prueba de que lo que está tras nosotros no es lo único del cargamento de Iván que había. Los rusos debieron darse cuenta de que éramos nosotros y enviaron a los irlandeses con la munición correcta para matarnos─. Arlette ─susurro─. Te dieron. ¿Necesitas que me detenga?
Sus facciones se endurecen, probablemente llegando a la misma conclusión que yo sobre el cargamento, y se aleja siseando cuando intento tocarla, un movimiento involuntario que no puedo detener, pero niega.
─No. Lleguemos a Chicago lo más rápido que podamos. ─Suspira y apoya su frente contra la ventana, observando todo lo que dejamos atrás─. Hay mucho que procesar, entre esas cosas qué haré con Maksim ahora que sé que está aquí. ─Me mira─. Podría matarlo, pero también estaría asesinando a mi mayor posibilidad de obtener a mi hija de regreso. Incluso con todo lo que sucedió, podría ceder a detener esta masacre por una pista. ─Sus ojos se llenan de lágrimas, pero la dureza en su mirada se mantiene. Sigue viéndose como si hubieran dos de ella en un mismo cuerpo, pero ahora puede mantenerlo bajo control debido a sus pastillas. Con respecto a Maksim, las razones que acaba de darme para no matarlo son las mismas que vinieron a mi mente para no hacerlo cuando pude─. Estoy desesperada, Vicenzo. Cada día en el que no sé si está bien, si está viva o muerta, el hecho de no haberla tomado en brazos mientras tuve la oportunidad hacerlo me atormenta.
Aunque nunca pensé que diría algo como esto, lo digo de todas formas mientras extiendo mi brazo para apretar su mano con suavidad.
Arlette se estremece cuando llevo su dorso a mis labios, pero no se aleja.
─Podrías ofrecerle una tregua para discutir los términos de su rendición.
Asiente.
─O podría enviarle una invitación a la fiesta de diamantes.
Holaaa. Amé este capítulo jaja espero que a ustedes les haya gustado tanto como a mí. Las próximas actualizaciones tengo casi la seguridad de decir que no serán muy lejanas debido a que todo lo que sigue está corriendo por mi mente como una película
A las fans de Friendzone, espero que les haya gustado el crossover
Y la canción pega completamente con el capítulo <3
En fin
Las quiero mucho
No olviden seguirme en Instagram y twitter como oscaryarroyo para fandom y adelantos, info, etc
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