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Capítulo 36:

ARLETTE:

En contra de lo que algunos piensan, no soy una mujer sangrienta.

No anhelo la sangre o la muerte, sino un futuro mejor para mí y los míos y haría cualquier cosa por conseguirlo. Ya que tenía asuntos de los cuales ocuparme, dejé a Bartolomé y a Verónica atrás en la mañana, a mi esposo durmiendo en casa, pero vuelvo a reunirme con ella en la heladería que hace poco regresó al manejo de mi familia durante la tarde. Ambas pedimos un cono de helado de chocolate blanco como si todavía estuviéramos en San Antonio. Para evitar que la reconozcan, lleva un par de gafas oscuras y un sombrero negro que combina con su abrigo. En lugar de comer dentro, lo hacemos afuera apoyadas en una de las Range Rover.

Verónica sonríe mientras relata cómo ha sido su experiencia en Washington. Por el momento solo es la mano derecha del Presidente del Senado, lo que le permite entrar en todas partes sin que sea notada, pero en unos años eso cambiará. En el momento en el que sea Senadora, empezará a aspirar por el puesto de su jefe. Es joven, mujer e hija de inmigrantes, tres factores que podremos explotar a nuestro favor además del hecho de que tendrá mi financiación para todos los buenos actos desinteresados que quiera cometer durante su campaña y después de esta para mantenerse en el poder.

A través de ella me relaciono con el Gobierno de los Estados Unidos. 

Pero también aspiro gobernar este país mediante ella.

─En realidad no tuve que esforzarme mucho para que me permitieran cerrar fronteras con Rusia. Todos sabían que estaba sucediendo algo en Chicago que te relacionaba y que tarde o temprano pedirías un favor. Creo que estaban agradecidos del hecho de que no fuera que se involucraran en el conflicto ─revela─. Ellos me pidieron saber es cómo marcha Inmunidad.

Ante la mención de mi proyecto más ambicioso, me tenso.

Sería estúpida si no lo hiciera. Si no lo tratara con el debido respeto.

─Bien ─respondo finalmente─. Todo marcha bien, pero no podré dedicarme completamente a ello hasta que esta guerra con los rusos termine.

Verónica afirma, tomando mi palabra.

─Les haré llegar el mensaje. Lo entenderán, lo prometo. Te darán más tiempo. 

─Gracias.

─No hay tienes que darlas. ─Niega─. Todo lo que soy, todo lo que tengo ahora, te lo debo a ti. No sabes lo difícil que fue mi primer año en Harvard sin ti, Hether y Marianne. Nos habríamos divertido tanto en la universidad. ─Su sonrisa se vuelve triste─. Incluso ahora es difícil para mí no poder llamarte o a las chicas cada vez que sucede algo, pero todos debemos hacer sacrificios si queremos lograr nuestros objetivos, ¿no es así? ─Asiento, agachando mi mirada mientras mi mente viaja a Chiara y se pregunta si ella es el sacrificio que yo debo hacer. Como si intuyera la dirección de mis pensamientos, Verónica se sitúa frente a mí y estrecha uno de mis hombros. Alzo la mirada y sonrío a su expresión preocupada, intentando aligerarlo─. Pero tu hija no será uno de ellos. Es una Cavalli y eso prácticamente la hace inmortal, así que no puede estar muerta. Se lo prohíbo ─gruñe─. La encontraremos y luego tú podrás repetir el ciclo vicioso de sobreprotección de tu padre.

A pesar de que lo que dice me hace reír en respuesta aunque no me causa gracia, me abro con ella después de terminar mi helado con un mordisco.

─Yo... no dudo que sea fuerte, porque lo es, pero en lo referente a todo lo demás.... ─Trago al recordar la manera en la que me miró al llegar a este mundo e incluso después, cuando Vicenzo la tomó en brazos y yo no. Esperanzada. Triste. Mi hija no lloró al nacer, pero estaba viva. No era una molestia, no lo es─. Creo que ella será buena ─revelo el motivo de su nombre, Chiara, luz y no oscuridad─. No tan buena como lo puede ser alguien en nuestro mundo, sino realmente buena.

Verónica desciende su agarre sobre mí a mi antebrazo, viéndome con pena.

─¿Eso sería tan terrible?

─Sí ─respondo─. Porque sería más fácil para mí destruirla.

Ante lo que digo, ella se encoge de hombros.

─¿Y qué si lo haces? En tu mundo es mejor que lo hagas tú a que lo haga alguien más. Al menos tanto ella como tú sabrán que la amas y que si eres dura es por su bien, pero si permites que siga creciendo sin ti lo hará otra persona y no te lo perdonarás.

Me concentro plenamente en sus ojos verdes antes de hablar.

─Es que ese es el problema. No quiero que sufra.

Con Chiara es diferente. No es como lidiar con Flavio o Beatrice, quiénes son la personificación de todo lo que está bien en la mafia siciliana. Ella me hace enfrentarme al recuerdo de mi madre con el solo hecho de existir. Es la viva imagen de Marcelo. Es dulce, pequeña e inocente y Vicenzo la adora sin que hubiera hecho a penas esfuerzo para ganárselo. Cada miembro de mi familia lo hace. Es como si mi peor enemigo fuera mi hija.

Como si cada elemento que la conforma me obligara a odiarla, aunque no pueda, pero quiera.

Es una situación que escapa de mi control.

*****

Chiara está muerta.

Como todos los muertos, debe tener un funeral.

Uno digno de un Cavalli.

Con manos temblorosas, llevo una pastilla de fentanilo a mi boca y la trago mientras avanzo por el pasillo del tercer piso de la mansión para alcanzar las escaleras y enfrentar a mi familia. Hoy estamos de luto, así que todos ellos llevan negro, pero en su lugar traigo puesto un vestido verde sirena de satén cuya cola es tan larga que pareciera que Vicenzo y yo fuéramos a renovar nuestros votos. Tiene encaje oscuro y tiras delgadas en los hombros. Un chal oscuro, de gasa, está guindando de mis brazos y se une a él en la parte posterior. 

La explosión del puente Dearborn, en mantenimiento porque lo que me tiene a salvo de las autoridades es no asesinar inocentes, y de que las noticias empezaran a culpar a movimientos terroristas soviéticos extremistas ya que la estructura se hizo añicos con vieja mercancía de Iván, nadie se imaginó que habrían emociones más fuertes que esas el día de hoy, pero las hay ya que cada acto conlleva una consecuencia. Cuando salgo de la mansión guindada del brazo de Vicenzo, somos recibidos por filas y filas de autos y miembros de la mafia siciliana, no solo de Chicago, sino de todo el país e incluso algunos de Italia que viajaron hasta aquí para presentar sus respetos, listos para empezar el trayecto hacia la Iglesia aupados por la oscuridad y el brillo de la luna y del resplandor de las luces nocturnas de la ciudad. 

Es la primera vez en años que salgo de casa sin portar alguna joya o maquillaje, pero no es necesario. Mi rostro habla por sí solo. Mis acciones. Después de presenciar en lo que me he convertido, nadie me cuestiona. Vicenzo y yo encabezamos la caravana kilométrica alrededor de la ciudad en un Cadillac. De camino al cementerio observo a las personas asomarse desde sus casas y detenerse en la calle ya que pasamos por avenidas y calles concurridas de Chicago. Hay alguien conduciendo y un escolta junto a él, así que mi esposo se encuentra junto a mí y no puedo evitar apretar su brazo cuando pasamos por la calle en la que está el edificio principal de Cavalli Enterprises. El edificio dónde mi padre fue asesinado por el suyo y donde este murió a manos de su propia esposa en consecuencia para que su hijo no me odiara. Desde su terraza miles de rosas negras son arrojadas a la calle, pero no solo desde la suya.

Ellas llueven desde la cima de todas las construcciones.

No por mí.

Entre abro mis labios, sin respiración, cuando Vicenzo le ordena al chófer detenerse y se baja para tomar una de ellas del pavimento. A los segundos regresa al interior del vehículo y me la ofrece con expresión indiferente.

─Es lo menos que podía hacer. Mi aporte a la causa.

La tomo.

Eres tan estúpido, Vicenzo Ambrosetti, que a veces no sé cómo lidiar contigo sin perder los estribos ─susurro, conmovida con su gesto ya que tras él definitivamente nadie olvidará la causa por la que todo está pasando porque mi intención con este funeral es confirmarle a todas las ratas de la Bratva que lo que pasó, lo que pasará y lo que seguirá pasando es debido a Chiara.

También hacerles creer que no sospecho que esté viva.

Vicenzo hace una mueca y desvía la mirada hacia la ventana, el auto de nuevo en marcha, pero coloco una mano en su barbilla y giro su rostro hacia mí. Antes de que se dé cuenta de lo que sucede, mis labios están siendo presionados contra los suyos. A diferencia de cómo actuó tras saber que quería la apertura inmediata del sótano de Marcelo, esta vez no se contiene. Sin importarle si arruga o no mi vestido, rodea mi cintura y me insta a posicionarme en su regazo. Mientras invade mi boca busca el dobladillo de este, gruñendo con frustración al no hallarlo hasta que finalmente lo hace y rasga la fina tela de mi ropa interior de encaje, la cual lo veo meter en el bolsillo de su pantalón antes de tomar su miembro en su mano y acariciarlo duramente mientras me mira con algo más allá del deseo y del desprecio, terminando de endurecerlo, y empujarse profundamente dentro de mí.

Gimo y tiemblo al sentir la punta de su pene chocando contra la entrada de mi útero.

Es tan grande que duele.

Es tan brusco que cada centímetro de mí arde.

Durante las primeras estocadas, tiene el control, apretando mi cintura con fuerza para empujarme hacia abajo mientras alza las caderas hacia arriba, pero de un momento a otro suelta un gruñido y se echa hacia atrás, contemplándome encima de él. Muevo mis caderas suavemente, sin sacar ni un centímetro de Vicenzo de mí, pero niega, evidente disgusto en su rostro.

Hazlo mejor, puta.

Al instante en el que escucho las palabras saliendo de su boca, envuelvo su cuello con mis manos, hincando mis uñas en él, y me inclino hacia delante para llevar mis labios a su oído derecho, mi sangre hirviendo debido a lo que dijo. Acaricio el lóbulo de este con mi boca antes de hablar lo suficientemente fuerte y claro para que no le quede ninguna duda de que voy en serio.

Te follaré tan duro, Vicenzo, que voy a partir lo que cuelga entre tus piernas y nunca más podrás satisfacer a una mujer. ─Mi interior se agita con placer cuando asciendo y desciendo con tanta violencia que mi abdomen se contrae, sintiendo una punzada de dolor a nivel de mi ombligo que llega a la punta de los dedos de mis pies y de mis manos, a mi nuca, pero no me detengo─ . Te arrepentirás de haberme llamado así. Tenlo por seguro.

Él sonríe. La sangre de su piel se desliza por mis dedos cuando lo suelto.

No creo que seas tan buena, pero tendré que conformarme, ¿no es así?

No me contengo. Lo abofeteo antes de tomar su cabello blanco en mis manos y tirar de su cabeza hacia atrás. Beso y muerdo sus labios mientras me follo a mí misma, tomando su sabor a hierba y a whisky con mi lengua hasta que solo queda el suyo. Estoy montándolo tan duro que estoy segura de que luego tendré hematomas tanto en mi interior como en el exterior de mi intimidad, pero no me interesa. Él jadea como si le doliera tanto como a mí y eso es lo que quiero: lastimarlo, marcarlo y que encuentre placer en ello.

Que no olvide a quién pertenece.

Mi enemigo. Mi prometido. Mi compañero.

Jadeo, apretándome contra él, cuando siento el orgasmo venir, pero es solo un eco de lo que era antes debido a mis pastillas. Vicenzo lo soluciona empujándome con fuerza hacia abajo mientras acaba y bajando el escote de mi vestido para morder uno de mis pechos hasta hacerlo sangrar mientras aprieta el otro duramente con su mano. El dolor es sufrimiento y una enseñanza, pero también puede ser tan intenso como el placer y confundirse con este, por lo que mojo su pantalón con la humedad que escurre de mí, junto con su semen y algo de sangre, al ascender sobre su polla para luego meterla completamente dentro de mí con una estocada que lo hace gruñir.

Río, sorprendiéndome con cuán feliz me siento, cuando me empuja hacia el asiento de cuero y se posiciona sobre mí. Su expresión es soñolienta como cada vez que queda satisfecho, pero su mirada es sumamente mordaz.

Perra loca, me lastimaste de verdad ─sisea, su rostro sobre el mío.

Rodeo su cuello con mis brazos y beso suavemente su mejilla.

Cuando lleguemos a casa, llamaré a un doctor porque estoy segura de que se lo torcí o desgarré, pero mientras tanto tendrá que aguantar el dolor.

Vuelve a llamarme puta y tomaré tu virginidad anal.

Vicenzo se quita de encima de mí, viéndome con repulsión, con una mueca de dolor. Su rostro está sonrojado y crispado, pero también se ve saciado.

Estás enferma.

Acepto su mano y dejo que me ayude a incorporarme.

Cuando me siento, acaricia su mordida en mi pecho antes de cubrirla con mi vestido. Vicenzo se estremece cuando rodeo su muñeca con mis dedos. Me ve directamente a los ojos mientras acaricio el reloj de mi padre con la lengua, besando después sus nudillos rojos de uno en uno porque seguramente se metió a sí mismo en problemas con alguien o alguien se metió en problemas con él, no sabría decirlo con exactitud.

No más que tú y por eso somos el uno para el otro.

Vicenzo me observa fijamente por un momento, como si no supiera qué decir. El auto deteniéndose, sin embargo, nos hace recordar que nos estamos solos y girar el rostro hacia nuestros guardaespaldas, a quiénes les pagamos lo suficiente como para que sepan que no deben meterse en lo que hacemos.

Niego cuando gruñe hacia ellos.

¿Acaso la droga no debería haber desaparecido ya?

¿Soy yo o alguien quiere morir hoy? Dejen de ver hacia nosotros, jodidos pervertidos de mierda, o les sacaré los ojos y se los enviaré a sus madres con mi corrida y la de mi esposa.

*****

El funeral de Chiara es corto. Cada miembro de nuestra familia, incluso Betrice, dice unas palabras en su honor antes de que la misa se lleve a cabo y la pequeña urna vacía descienda al suelo. Recibo algunas palmaditas en la espalda, besos en las mejillas y abrazos cuando todo acaba. Ya que estamos en el mismo cementerio en el que está enterrada mi madre, no puedo evitar apartarme de todos y tomar a Fósil para que me acompañe a hacerle una visita. A pesar del recelo en sus ojos porque últimamente no lo he necesitado tanto como antes, accede con un leal asentimiento. Nunca me diría que no.

Si pudiera llamar familia a alguien relacionado a mi sangre rusa, sería a él.

Ambos nos detenemos junto a su tumba, nuevamente cerrada.

Adentro hay un cuerpo, pero nunca vi a mi madre muerta.

Carlo Cavalli no lo permitió.

Aunque sé que mi padre no habría podido fallarme de esa manera, todo lo que ha acontecido últimamente es tan extraño y difícil de leer, como ella misma o los Vólkov, que no puedo evitar que la pregunta salga de mi boca.

─Cuando mi madre murió... ¿tú la viste, Fósil?

Fósil gira abruptamente su rostro hacia mí, sorprendido con mi pregunta.

─Señorita Arlette, ¿a qué se refiere con exactitud?

─A lo que escuchaste. A su cadáver ─respondo─. ¿Lo viste o no?

Fósil asiente.

─Por supuesto que sí, señorita Arlette. Yo mismo ayudé a levantarla de la tierra del bosque y medí su pulso antes de confirmarle su muerte a su padre.

Evalúo su expresión hasta que me doy cuenta, hasta que recuerdo, que Fósil nunca me mentiría. Tras soltar un suspiro resignado que alivia la tensión en sus hombros, alzo la mano y estrecho suavemente uno de ellos.

─Recuerda que nunca le confiaría a nadie más que a ti mi corazón. Tampoco resistiría la idea de perderte, así que también es un alivio que no corras tanto riesgo a mi lado al cuidar a mis hermanos en lugar de a mí porque ya has servido a los Vólkov lo suficiente ─le digo─. Mereces descansar. Después de que todo esto termine, me gustaría que te retiraras. No significaría que tienes que irte de Chicago y regresar a Rusia, aunque si quieres puedes hacerlo, sino que eres libre de vivir con nosotros como uno más de la familia. Tanto Petruskha como tú se lo han ganado con creces. No les daría menos que una vida tranquila, cómoda y digna a los que han sido mis segundos padres, a veces inclusive los primeros, por mucho que me cueste admitirlo.

La barbilla de Fósil tiembla ante mis palabras.

─Lo siento, señorita Arlette, pero por muy tentadora que sea, no puedo aceptar su propuesta. Petruskha tampoco ─dice mientras eleva la mano y esconde un mechón de cabello tras mi oreja, lo que hace que me congele debido a que nunca, en toda la vida, Fósil me había tocado de ninguna manera a menos que fuera estrictamente necesario. A menos que yo recuerde─. Porque al momento en el que trajo a Chiara al mundo, usted dejó de ser la única Vólkova a la que nos debemos y ambos sabemos que la pequeña niña nos necesita tanto como usted lo hizo una vez. ─Desvía la mirada hacia la tumba negra de mi madre─. Pero a ella no le fallaré. Ni a ella ni a usted otra vez. Se lo prometo. Si tengo que morir para que el ciclo no se repita con ambas y las dos sean felices, tanto como puedan serlo, lo haré.

No puedo evitarlo. Lo atraigo hacia mí y lo abrazo.

Mi rostro está húmedo, pero sigo vacía por dentro.

Sin embargo, estoy agradecida.

─Gracias.

Fósil me estrecha suavemente contra él antes de apartarse, incómodo.

─Solo cumplo con mi deber. ─Desciende la mirada al suelo─. Por cierto, señorita Arlette, si alguna vez vuelvo a ser secuestrado y...

─No ─lo corto─. Ni siquiera lo pienses. ─Tras arrodillarme y dejar una única rosa en la tumba de mi madre, sabiendo que el hecho de que sintiera lástima por ella, su copia barata, como me decía, porque nadie viene a verla la irritaría más que cualquier otra cosa, le sonrío─. La lealtad más fuerte es la va en ambas direcciones, ¿recuerdas?, y no estoy dispuesta a renunciar a ti, así que si eres secuestrado otra vez y me piden que me entregue por ti, lo haré porque le has dado tu vida entera a mi familia. ─Al ponerme de pie, soy yo quién acaricia su mejilla─. Es justo que haga lo mismo por ti, Fósil, como estoy segura que mi abuelo habría hecho.

Con los ojos cerrados con fuerza como si el recuerdo de él le doliera, asiente.

─Sí, él definitivamente lo habría hecho.

Mis labios se curvan nuevamente, con pesar.

Vicenzo siempre ha tenido tanta razón al maldecirnos por nuestros secretos.

Son tantos que a penas puedo contenerlos y ellos siempre, de alguna manera, terminan siendo parte de mí para atesorarlos hasta la muerte.

*****

Después de salir del cementerio, todos menos mi esposo, Luc, Hether y yo se dirigen a nuestro hogar. Beso la frente de Flavio y Beatrice antes de que se monten en el auto que los llevará ahí porque ambos se ven desechos. Por el rabillo del ojo veo a Penélope mirándome, pero intentando que no se note. Me acerco a ella. En lugar de besarla, porque eso sería demasiado, le doy una palmadita en la cabeza, lo que hace que se queje y apriete los dientes.

─Me contaron que fuiste hoy a clases ─susurro─. Felicidades, mi dulce niña.

Sin esperar una respuesta de ella, acepto la mano que su hermano me tiende para ayudarme a entrar en el auto mientras la mira de una manera que grita que tendrán una charla desagradable más tarde. Ya junto a Hether, ambas observamos a nuestros dos esposos hablar entre sí de deportes mientras Luc conduce hasta que decido romper el silencio, sonriendo debido a que sé lo que le sucede.

─No estés celosa ─susurro─. Verónica ya se fue. Tú estás aquí.

Sus puños se aprietan sobre su regazo antes de responder.

─No estoy celosa. ─Deja de mirar hacia la ventana para observarme. En tres meses o menos tendremos a su bebé con nosotros. Espero que sea una niña, así Chiara tendrá con quién jugar sin que se trate de un imbécil que la empuje y raspe sus rodillas y tenga que asesinar y hacer parecer un accidente antes de que sus destinos se entrelacen tanto que su unión no pueda deshacerse ni aunque ambos, Dios o el diablo quisieran─. Son las hormonas.

Si ella lo dice.

─Bien.

Al momento en el que saco mi teléfono para actualizarme sobre los nuevos asesinatos que Kai ha mandado a nuestro canal de Venice, estalla.

─No, olvídalo, tienes razón. Estoy celosa. Verónica es genial y sé que fue tu amiga primero y toda esa basura cursi que no sucedió entre nosotras dos, pero ella se fue y yo me quedé. Soy tu aliada. Moriría por ti. Mataría por ti, no, ¡ya he matado por ti! Si eso no es suficiente para ti, jodida psicópata sin corazón, fui tu dama de honor el día de tu boda, Dios, incluso te ayudé a prepararla cortando cada flor de ese estúpido laberinto hasta que los dedos me sangraron porque eso era lo que querías y no confiaba en nadie más para la tarea porque todos son unos inútiles que no saben medir el tallo de una flor. También corté el cordón umbilical de Chiara porque ninguna enfermera en ese maldito hospital se atrevía a hacerlo. Mi hijo es el mejor amigo de tu hermana y estoy criándolo para que sea el mejor mafioso, pero también el mejor marido para ella porque mi sueño es que nuestras familias se unan y si Matteo quiere tener al menos una posibilidad con Beatrice, debe ser un sangriento príncipe azul. Retrocediendo en el pasado, salimos de esa isla juntas y si bien no fui la primera en ser buena contigo, fui la primera de todas esas chicas en creer en ti porque siempre he sabido de lo que eres capaz y por eso me sentía tan amenazada en la preparatoria ─exclama, señalando hacia su pecho─. Porque aunque ella haya sido tu amiga primero, yo te noté primero y yo me quedé. El hecho de que consiga que firmen para ti un maldito papel en Washington no significa nada al lado de todo lo que hemos vivido mientras ella estaba cumpliendo sus sueños en Harvard.

Cuando termina de hablar, está jadeando y sin aliento.

Me preocupa su bebé. No debería emocionarse tanto con él dentro.

Suspiro.

─Tienes razón, Hether. No sobre Verónica, porque ella también ha hecho sus sacrificios y fui yo quién le pidió que se fuera porque solo me sería útil en otro lugar, sino sobre todo lo demás. Has estado ahí para mí durante estos años y nunca me has dicho que no. ─A pesar de que asiente, en acuerdo, su expresión sigue resentida. Su mano se resiste cuando la tomo, pero eventualmente se afloja─. Es por eso que cuando consigamos a Chiara, me gustaría que te convirtieras en su madrina porque sé que cuidarías de ella si muero como yo cuidaría de Matteo en el caso de que un día no estés.

Ante mis palabras, su barbilla tiembla.

Sus ojos resplandecen con un centenar de emociones que esconde viendo nuevamente hacia la ventana como si nada de esto hubiera sucedido.

─Lo pensaré.

Ante su respuesta, no puedo evitar negar con una sonrisa. Cuando vuelvo mi vista hacia adelante, veo a Luc dejar de mirar hacia al frente para vernos con una ceja sumamente alzada mientras Vicenzo lo hace con una mueca de desagrado.

─¿Ves? Nos engañan ─dice mi sargento de armas al mismo tiempo que Hether grita.

─¡Luc, cuidado!

Pero no advierte lo suficientemente rápido.

Somos embestidos de su lado por uno de nuestros propios vehículos, que a su vez fue embestido por otro, y ni siquiera siento el impacto del choque debido a la rapidez con la que todo a mi alrededor se vuelve negro.

4/7

 


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